Aires de Libertad

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    María Elvira Lacaci (1916-1997)

    Pedro Casas Serra
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    María Elvira Lacaci (1916-1997) Empty María Elvira Lacaci (1916-1997)

    Mensaje por Pedro Casas Serra 26.10.24 6:48

    .


    MARÍA ELVIRA LACACI (Ferrol, provincia de La Coruña, 1916-Madrid, 9 de marzo de 1997) fue una poeta española  incluida en la Generación del 50.

    Biografía

    Nació en Ferrol el año 1916 en una familia de militares, pasó su infancia repartida entre Doniños y Ferrol. Se trasladó a Madrid orientando su obra literaria de una forma casi exclusiva hacia una poesía de carácter social.​
    Consiguió el Premio Adonais en 1956 (la primera mujer en recibirlo) por su libro Humana voz.​ En 1960 se casó con Miguel Buñuel Tallada. Cuatro años después, en 1964, recibió el Premio de la Crítica por su libro Al este de la ciudad.​ Otras obras son Sonido de Dios (1962) y Molinillo de papel (1968).​
    Su obra se enmarca en la poesía social de posguerra. Su poesía enfatiza en un esteticismo que apuesta por la palabra sencilla, casi pobre. Lacaci desea hablar con claridad para que la entienda el pueblo y los marginados. Tiene un estilo directo y no hay casi figuras retóricas. En su poema El traje nuevo contrapone una poesía correcta y decorativa con otra andrajosa. Reconoce que su manera independiente de escribir crea una apariencia poco presentable.​
    Murió el 9 de marzo de 1997.

    Reconocimientos

    • (1956) Premio Adoáis por su poemario Humana voz, siendo la primera mujer en recibirlo
    • (1967) Premio Hucha de Oro por el cuento La instancia
    • (1964) Premio de la Crítica por Al este de la ciudad.


    Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]


    *


    Algunos poemas de María Elvira Lacaci:


    De Al este de la ciudad:


    LA PALABRA

    Yo te quiero sencilla. Acaso pobre.
    A veces,
    vas a brotarme de organdí vestida (sin querer
    me florece el lenguaje de otros seres).
    Con amor te desnudo.
    Quedas como mi carne.
    Como mi corazón y sus latidos.

    A menudo,
    igual que los pequeños
    ante una tienda de juguetería,
    pego la cara
    a las brillantes lunas
    donde se venden las palabras bellas.
    Las admiro.
    A otros les sientan bien. Si me las colocara…
    Las aparto al momento
    porque a mí no me sientan.

    Y de nuevo voy cogiendo brazados de palabras
    entre la hierba fresca
    y bajo el cielo.



    A LA POESÍA

    Me siento vagabunda de las Letras.
    Quiero comer mi pan con el mendigo.
    Beber vino de todos.
    Tomar el sol
    tendida
    sobre la hierba húmeda.
    Tener una guitarra
    con cuerdas de latidos, entregados.
    Tocarla por los pueblos.
    Que los hombres –de colores distintos–
    bailen al son de ella
    con sus modales
    toscos
    y su verdad sencilla
    a flor de labio.



    CON TACONES ALTOS

    Y yo llevaba un gorro
    muy moderno. Parecía
    una extraña cazuela.
    Unos tacones leves y muy altos.
    Un abrigo atrevido.
    Unos guantes y un bolso de color avellana.
    Los labios y los ojos pintarrajeados.
    No debía de ir mal.
    Las mujeres
    volvían la cabeza
    para mirar la hechura del abrigo.
    Los hombres...

    Pero yo,
    bajo la piel y aquella vestidura de comparsa,
    llevaba otro ropaje de un tejido muy denso. Era de angustia.

    Y añoré
    mi pelo suelto, mis zapatos bajos,
    mi abrigo deportivo,
    mi tez morena, solamente el agua.

    Tú me veías, Dios. Y cómo hablamos.
    Yo te decía
    que estaba muy ridícula con todo aquello.
    Tú dijiste que sí.
    Y compartiste
    el tan amargo leve movimiento
    de mis labios oblicuos.




    De Sonido de Dios:


    CANTA

    Y me pesó tu dedo
    lo mismo que un gran manto
    de hierro
    que pendiera
    de mis desnudos hombros.
    Y me pesó tu dedo
    cuando me señalaste el corazón -esta mañana-,
    mientras el aire,
    el aire enrarecido de mi alcoba,
    volteaba un sonido:

    ..................................Canta

    Y quise huir. Temí. Me encogí hasta el abismo
    de la angustia,
    porque pesaba mucho tu palabra:

    ..................................Canta

    Déjame como siempre
    volar por la palabra. Libre. Suelta.
    Que yo te cantaré como hasta ahora.
    Pero no vuelvas a decirme:

    ..................................Canta


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    María Elvira Lacaci (1916-1997) Empty Re: María Elvira Lacaci (1916-1997)

    Mensaje por Pedro Casas Serra 26.10.24 6:52

    .


    Otros poemas de María Elvira Lacaci:


    De Humana voz, 1956:


    LA VOZ

    Aquella tarde me dolía el cuerpo.
    Era un dolor vulgar
    de materia imperfecta que se quiebra.
    Aquella gente extraña
    con quienes compartía diariamente
    el techo, el pan y el agua -claro que les pagaba-,
    indiferentemente me observaban.
    Y lo sabían, sí, moscardones horribles,
    enlutados por alguien que ni habían amado.
    Con un zumbido hiriente
    bajo sus tan peludas y viscosas alas.
    Con ese tornasol que da la envidia
    cuando orea las almas.
    Con sus antenas rígidas, sin vibración posible,
    viviendo para sí.
    Con la brutalidad de las piedras intactas. Sin un hoyuelo leve
    para mi dolor grave.
    ...................................Ya en la mesa
    sentí avanzar el llanto
    impetuosamente desde el corazón.
    Era la humillación que se acercaba. No debía de ser.
    Sacudí fieramente mi cabeza, la eché atrás erguida
    y me puse a comer -¿comer?-, sólo sé que tragaba,
    pero no sé si carne, si pescado, si llanto.
    Salí de aquella casa maldiciendo. Bueno,
    maldecir no sabía, pero dije con furia:
    "Yo bailaré una rumba en vuestro vientre
    cuando el dolor os nazca con la vida."
    -No te asustes, Señor, nunca lo haría;
    este pequeño corazón es bobo-.

    Con ansiedad de corza perseguida,
    asustada y herida, dando saltos y huyendo
    me refugié en el hueco de unos brazos.
    Buscaba una palabra, una pregunta tierna que cubriera
    aquella desnudez que me asolaba.
    Pero tampoco allí logré encontrarla. En aquellas arterias
    el deseo giraba
    vertiginosamente, y no era mi dolor lo que apresaban.
    Huí, huí de nuevo. Aquello era peor. Allí yo amaba.
    Con mi doble dolor a las espaldas -ahora,
    me dolía ya el alma-,
    penetré en una iglesia. Dios estaba allí.
    Como si lo ignorase
    le fui contando quedamente todo.
    Él se quedó callado, mudamente callado. Sí, sí, y me había escuchado,
    lo sabía, pero nada me dijo.
    Nada me preguntó tampoco Él. Su silencio
    aumentó mi tormento. Salí a la calle
    con un vestido nuevo
    de confusión, de niebla, pero a la vez rasgado.
    Se veían mis muslos. Contraídos, con sus tendones rígidos,
    porque mis pies, por vez primera, sí,
    querían pisar fuerte, desgarrar el asfalto
    y herirlo, herirlo tanto
    cuanto que a mí él me hería
    tenazmente.

    Las bocinas, los guardias, aquella gente que me avasallaba
    para pasar delante -como si hubiera premio
    al final de la acera-,
    era tremendo y duro.
    De pronto,
    sentí una voz suave
    que reconocí:
    "Qué tienes, hija, qué te pasa, dime. "
    Madre, dije bajito, y me quedé pegada
    al ceniciento asfalto
    que mis suelas
    venían machacando con ahínco.

    Las estridentes voces de un taxista -que tuvo que frenar
    para no atropellarme-, me hicieron despertar.
    Estaba tan contenta, que hasta le sonreí,
    olvidando de pronto sus feroces insultos.
    No quise ya esperar el ascensor para tomar el "Metro".
    Bajé las escaleras
    saltando igual que un niño, de tres en tres. Silbando
    una canción ligera, y por la noche
    aquellos moscardones enlutados
    me parecieron ya casi palomas.



    LAS COSAS VIEJAS

    Qué boba soy, Señor,
    -me da vergüenza que lo sepa alguien-,
    con cuántas cosas cargo. Sin motivo.
    Esta pluma así vieja que ha girado mi llanto.
    Este abrigo teñido, o mejor, desteñido,
    porque cuántos inviernos...
    Esta horrorosa planta
    tan raquítica
    como mi corazón,
    porque ha sobrevivido -como él-
    la angustiosa miseria
    de la ventana
    oscura
    de este patio indecente.
    Y así,
    muchas cosas menudas
    que yo siento. Indefensas.
    Y debiera dejarlas,
    jubilarlas, tirarlas; ahora
    ya podré cambiarme,
    -el nuevo sueldo de los funcionarios...-.
    Pero no. No podría
    olvidarlas,
    y llevaré conmigo
    estas pequeñas cosas así dóciles.
    (Sería tan cruel si las dejara...)
    Ellas,
    compartieron mis horas de agonía. No los seres humanos.
    Además
    tengo miedo, Señor.
    Otro sitio. La Vida,
    y seguiré tan sola. Desgajada,
    y estas cosas
    amigas,
    pronunciarán mi nombre
    desde su silencio.
    Y cuando allá muy dentro
    la ternura,
    me arañe y me desgarre -por tenerla encerrada-,
    lo mismo que otros días,
    yo miraré estas cosas
    tan sencillas, tan mínimas,
    tan entregadas desde su inconsciencia,
    y, lentamente,
    mis venas,
    se irán tornando mansas. Sosegadas.

    Oh, Señor, si al menos
    pudieran comprender cómo las amo.



    ROPA TENDIDA


    Ha cesado la nieve, la pertinaz llovizna de estos días.
    El sol
    se extiende larga y perezosamente
    sobre las negras charcas del suburbio.
    El cielo luce azul. El aire es fuerte
    y sacude
    los miles de banderas, de banderas de paz,
    que en cada esquina, cada rincón, pared de casa ajena,
    han colocado todos los vecinos.
    Los vecinos que habitan
    bajo un techo menor
    que una sábana abierta y extendida.
     

    MARÍA ELVIRA LACACI, En voz alta. Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70, Hiperión, 2007.


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    María Elvira Lacaci (1916-1997) Empty Re: María Elvira Lacaci (1916-1997)

    Mensaje por Pedro Casas Serra 27.10.24 13:22

    .


    De Humana voz, 1956:


    CINE DE BARRIO

    Lloraba
    sórdidamente por mi leve garganta.
    por donde resbalaban
    tímidamente las palabras húmedas,
    las palabras sin nombre todavía.
    Respiraba
    con lentitud
    forzada, para que mi agonía
    no se lanzara presurosa al aire,
    porque a mi alrededor
    había mucha gente. Estaba
    en la deshilvanada y familiar cola
    de un pequeño cine de barro: el «Chamberí»
    (donde las butacas habían de estar calientes -era de sesión continua-,
    donde un vaho maloliente
    penetraría
    por mis poros
    durante más de dos horas,
    donde, acaso, una «extraviada » pierna
    rozaría la mía
    y un taconazo afiladísimo
    intentaría hacerle comprender a aquel podrido hueso,
    su humana condición
    de animal primitivo,
    donde…),
    y me puse a observarla.
    Novios, de los que luego parecería estaban ocupando
    una sola butaca.
    Niños que, mientras daban puntapiés en el asiento de delante,
    irían alfombrando la sala
    de cacahuetes o pipas.
    Hombres y mujeres de una edad ya madura,
    pero infantiles, sencillos, que se reirían estrepitosamente
    cuando el protagonista, al resbalar y caerse,
    se embadurnara la cara
    con una tarta de crema, o llorarían
    con idéntica facilidad
    ante cualquier lance folletinesco, e irían
    alternando las carcajadas y el llanto
    con un gran bocadillo de tortilla.

    Sí, allí estaban todos
    esperando su turno para tomar la entrada.
    Contentos, felices con sus pequeñas aspiraciones
    satisfechas. Para ellos
    aquel rato de cine
    vendría a ser
    como una continuidad de lo que llevaban dentro.
    Como un esparcimiento honesto
    tras una jornada de intenso trabajo.
    De pronto me miré, me miré hacia dentro y comprendí
    que yo allí desentonaba, ya que mi alma,
    no estaba acorde con la levedad del momento,
    porque lo único
    que iba buscando allí
    era
    una pequeña muerte de dos horas y pico.



    EL TRAJE NUEVO

    Voy a vestirme el traje de etiqueta.
    Cuidaré mis maneras.
    Perfumaré mi aliento -respirando el estiércol tanto tiempo…-

    No. No es correcto. Lo sé,
    el presentarme así todos los días.
    A mi modo. Rebelde.
    Llevando de la mano -igual que las gitanas a la puerta del «Metro»-,
    palabras mal peinadas. Andrajosas. Desnudas.
    Intentaré acordarlas.
    Arcangélica música debe llevar el viento
    cuando gira:
    «Los oros del otoño», «Las cascadas», «Los trinos».

    Pero no. No podré; ¡estos modales…!
    Cuando me sienta estrecha aquí en el alma.
    Cuando me pise sin clemencia el Tiempo,
    vocearé de nuevo.
    Escupiré a la rima -la rima es de burgueses
    de la dicha-, y mis zapatos
    llevaré ya en la mano. Iré saltando
    libre
    de su opresión.
    Y de verdad lo siento. Debe ser tan hermoso,
    con paternal orgullo,
    pasear entre gentes -satisfechas
    del todo- almidonadas frases
    con puntillas
    y lazos
    de colores vistosos…


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 29.10.24 5:46

    .


    De Sonido de Dios, 1928:


    INCIENSO

    Incienso.
    Olor que me penetra
    rasgando los sentidos.
    Y huyo.
    Me siento acorralada
    por ese olor vivísimo.
    Partículas quebradas
    de una luz lejanísima
    se adentran en mi alma, hoy todo sombra.

    Incienso.
    Un Dios,
    amordazado por la Vida,
    intenta liberarse. Inútilmente.

    Incienso.
    Acaso un día,
    al aspirar tu aroma penetrante,
    no huya. Arrollándolo todo.
    Seguida y perseguida
    por un fantasma amado:
    El Dios de mi niñez. Que olía a incienso.



    VIDA PRESTADA

    Señor,
    esta vida prestada
    que sostengo
    a fuerza de dolor
    hecho ya aliento,
    aliento que me pesa
    -estancado remanso
    que no fluye
    ni se renueva con cada latido-
    es como las demás. También prestada.
    Pero a mí
    me dejaste pendiendo
    la etiqueta,
    el marchamo que dice a todas horas
    -porque un viento en el alma lo remueve-:
    ................................ "Que no me pertenece."

    Y se posan
    mis tan oscuros y tristones ojos
    sobre toda planta que en la tierra crece
    y sobre todo ser humano
    que a la vida
    se entrega totalmente. Apasionado.
    Con asombro los miro,
    porque a ellos
    les arrancaste un día la etiqueta.
    La etiqueta que a mí,
    angustiosamente,
    me baila sin cesar. Frente a los ojos.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 31.10.24 14:12

    .


    De Al este de la ciudad, 1963:


    EL ESPEJO OVALADO

    Un espejo ovalado.
    Un radiador pequeño de calefacción.
    Mis manos calentándose.
    Mis ojos
    se clavaron en él.
    Un, rostro, que no reconocí,
    me miraba
    paralíticamente avejentado.

    Afloraba
    a los oscuros ojos de aquel rostro
    un profundo dolor
    que venía de adentro. Que era oscuro y tenaz.
    Cristalizó.
    Y, en forma de agua amarga,
    resbaló
    hasta la piel de mis zapatos húmedos.

    Un caos
    de innumerables dardos afilados
    castigó mis sentidos.
    Con las manos abiertas golpeé la pared
    de ambos lados del espejo ovalado.
    ...................¡Dios es bueno!
    Me asusté de mi grito.
    Los dueños de la casa al otro lado...
    Acerqué mis oídos al tabique azotado.
    La radio transmitía un estridente mambo.
    Respiré sosegada. Me arrojé sobre el lecho.
    Y miré largo rato
    los fantasmas
    que la humedad
    había dibujado sobre las paredes.



    ÁRBOL ENAMORADO

    Se llamaba Dolor
    y era un extraño
    árbol enamorado sin viscosas resinas de deseos umbríos.

    Se llamaba Dolor, Elvira, a veces.
    Y era el Norte de Dios.
    Pero sus hojas
    se desprendían lentas hacia el suelo.

    Era un extraño árbol. Sin raíces
    ni savia. Aladamente
    arrastraba su tronco carcomido
    sobre la tierra.

    Sobre la tierra que impaciente,
    despiadadamente,
    empezaba a girarle por las venas.
    A gritarle en su giro,
    raudo y rojo,
    su ineludible puesto. Allí. En la Nada.


    MARÍA ELVIRA LACACI, En voz alta. Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70, Hiiperión, 2007.


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