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Domingo Rivero (Arucas, Gran Canaria, 23 de marzo de 1852 – Las Palmas de Gran Canaria, 8 de septiembre de 1929) fue un poeta español considerado como el precursor del movimiento modernista en Canarias de principios del siglo XX. Con una obra brevísima, su poema Yo a mi cuerpo está considerado como una de las cimas líricas de la poesía canaria.
Biografía
Domingo Rivero era hijo de Juan Rivero Bolaños y Rafaela María González Castellano. Su abuelo materno, Don Francisco González, fue alcalde Real de Arucas y Presidente de la Heredad de Aguas. Perteneciente a una de las familias más importantes de la comarca norteña, fue primo, por la línea materna, de la primera Marquesa consorte de Arucas, doña María del Rosario González y Fernández del Campo, Sra. de don Ramón Mádan, y del escritor Francisco González Díaz.
En 1864 se traslada a vivir a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, donde inicia sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín, institución en la que se habría de formar la intelectualidad isleña del momento. En 1869 supera las pruebas para la obtención del Grado de Bachiller. Entre 1870 y 1873 se traslada a Londres, donde toma contacto con la literatura inglesa, y desde 1873 a 1881 estudia Derecho en Sevilla y Madrid.
Tras su regreso a Gran Canaria, se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas. A finales de ese año entra en la Junta Directiva del Gabinete Literario de Las Palmas. En 1884 es Registrador de la Propiedad. Un año después se casa con María de las Nieves del Castillo Olivares y Fierro. De la unión nacerán siete hijos: Fernando, Dolores, Juan, Nieves, María del Pino, María Teresa y Fernando. En 1886 obtiene la plaza de Relator de la Audiencia por oposición, puesto que ocupará hasta 1904, en que es nombrado Secretario de Gobierno. En su puesto de Relator conoce al escritor Agustín Millares Cubas, con quien traba amistad. En 1887 muere su primer hijo, Fernando, a la edad de diecisiete meses.
En 1910 conoce a Miguel de Unamuno con motivo de la llegada de este a Canarias, como mantenedor de los Juegos Florales de Las Palmas. Unamuno ejercerá una notable influencia en su obra. A partir de 1924, ya jubilado, se dedica por completo a ordenar su obra. En 1928 muere su hijo Juan tras una penosa enfermedad, lo que embarca al poeta en una profunda tristeza. Desiste del proyecto de publicar una antología de su obra.
El 8 de septiembre de 1929 muere en Las Palmas de Gran Canaria. Su obra no aparecerá en libro hasta varias décadas después de su muerte.
Obra poética
La dedicación de Domingo Rivero a la poesía es realmente tardía. Hasta 1899 no aparece un poema suyo publicado, cuando el poeta ya contaba con 47 años de edad. A partir de aquí dará a la prensa durante algunos años un número reducido de poemas. Su obra se caracteriza por un extremo rigor, no solo en lo que concierne a la forma poética (sus mejores composiciones son sonetos), sino muy especialmente en el modo de tratar los temas, dotados de un simbolismo que hunde sus raíces en el imaginario colectivo y en profundas reflexiones espirituales.
Mantuvo una estrecha relación de amistad con los poetas modernistas del núcleo surgido en la isla de Gran Canaria, Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón, en quienes influyó y de quienes, a pesar de la diferencia de edad, tomó algunos principios de la nueva poesía. No obstante, la de Rivero es una obra en la que impera la sobriedad y cierta tendencia al clasicismo, lo que lo convierte en un poeta difícil de ubicar en su tiempo.
Entre sus poemas más célebres están La silla, A los muebles de mi cuarto, La Victoria sin alas, El muelle viejo, El humilde sendero o Piedra canaria. Su poema Yo a mi cuerpo es, sin embargo, el que mayor celebridad le ha proporcionado.
Estudió su poesía el profesor y ensayista canario Jorge Rodríguez Padrón en Domingo Rivero, poeta del cuerpo (1967). Su obra completa fue editada gracias a la minuciosa labor del también profesor y poeta canario Eugenio Padorno, bajo el título de En el dolor humano (1998).
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Domingo Rivero, del libro Yo, mi cuerpo y otros poemas, Acantilado, 2006:
LA SILLA
Silla de junto al lecho que la figura adquieres
de mis cansados hombros al sostener mi traje
sostén de mi fatiga paréceme que eres
tú me hablas en silencio yo entiendo tu lenguaje.
La lámpara agoniza y tu piedad escucha
entre la ropa aún tibia el palpitar del pecho
yo pienso que mañana ha de volver la lucha
cuando de ti recoja mi traje junto al lecho.
Y en la callada noche humilde silla amiga
mientras de ti pendiente parece mi fatiga
siento crecer la fuerte virtud de la paciencia
Mirando de la lámpara bajo la triste luz,
tu sombra que se alarga y evoca mi existencia
y alcanza los serenos contornos de la Cruz
A LOS MUEBLES DE MI CUARTO
Humildes muebles míos, gastados por el uso,
que a fuerza de servirme ya conocéis mi mano;
su sello mi existencia sobre vosotros puso,
y acaso de dejaros el día está cercano.
Sois toscos como ruda ha sido mi pobreza;
a nadie serviréis como me habéis servido,
y al veros casi inútiles aumenta mi tristeza
pensar en que os aguardan el polvo y el olvido.
Saldréis, cuando yo muera, del sitio en que estáis puestos
y quedará en silencio nuestra estancia vacía;
allí donde os coloquen habréis de ser molestos:
tal vez más que la muerte la indiferencia es fría.
En tiempos ya lejanos, que pesan en mis hombros,
cuando el hogar paterno se convirtió en escombros,
con mi trabajo os fui comprando año tras año
como pastor que forma paciente su rebaño.
Y al cabo del camino de mi existencia triste
sois todo lo que tengo, humildes cosas viejas;
y tú, pobre sillón, que el más costoso fuiste,
pareces el mastín que guarda las ovejas.
Cuando a buscarme llegue, con paso recatado,
la muerte, como un lobo dispersará el ganado.
¿Qué haréis, pobres ovejas, sin el viejo pastor?
Donde la suerte os lleve, os faltará mi amor.
Y tú, viejo sillón, de mi tristeza amigo,
que crujes al sentarme, quejándote conmigo,
si a mí gruñirme sueles sabiendo que te quiero,
¿qué harás cuando al fin dejes de ser mi compañero?
Desvencijado y solo, acabará tu historia
en un lugar sombrío de la que fue mi casa.
Quizá por que no muera del todo mi memoria
un clavo tuyo tire del traje del que pasa.
Domingo Rivero (Arucas, Gran Canaria, 23 de marzo de 1852 – Las Palmas de Gran Canaria, 8 de septiembre de 1929) fue un poeta español considerado como el precursor del movimiento modernista en Canarias de principios del siglo XX. Con una obra brevísima, su poema Yo a mi cuerpo está considerado como una de las cimas líricas de la poesía canaria.
Biografía
Domingo Rivero era hijo de Juan Rivero Bolaños y Rafaela María González Castellano. Su abuelo materno, Don Francisco González, fue alcalde Real de Arucas y Presidente de la Heredad de Aguas. Perteneciente a una de las familias más importantes de la comarca norteña, fue primo, por la línea materna, de la primera Marquesa consorte de Arucas, doña María del Rosario González y Fernández del Campo, Sra. de don Ramón Mádan, y del escritor Francisco González Díaz.
En 1864 se traslada a vivir a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, donde inicia sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín, institución en la que se habría de formar la intelectualidad isleña del momento. En 1869 supera las pruebas para la obtención del Grado de Bachiller. Entre 1870 y 1873 se traslada a Londres, donde toma contacto con la literatura inglesa, y desde 1873 a 1881 estudia Derecho en Sevilla y Madrid.
Tras su regreso a Gran Canaria, se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas. A finales de ese año entra en la Junta Directiva del Gabinete Literario de Las Palmas. En 1884 es Registrador de la Propiedad. Un año después se casa con María de las Nieves del Castillo Olivares y Fierro. De la unión nacerán siete hijos: Fernando, Dolores, Juan, Nieves, María del Pino, María Teresa y Fernando. En 1886 obtiene la plaza de Relator de la Audiencia por oposición, puesto que ocupará hasta 1904, en que es nombrado Secretario de Gobierno. En su puesto de Relator conoce al escritor Agustín Millares Cubas, con quien traba amistad. En 1887 muere su primer hijo, Fernando, a la edad de diecisiete meses.
En 1910 conoce a Miguel de Unamuno con motivo de la llegada de este a Canarias, como mantenedor de los Juegos Florales de Las Palmas. Unamuno ejercerá una notable influencia en su obra. A partir de 1924, ya jubilado, se dedica por completo a ordenar su obra. En 1928 muere su hijo Juan tras una penosa enfermedad, lo que embarca al poeta en una profunda tristeza. Desiste del proyecto de publicar una antología de su obra.
El 8 de septiembre de 1929 muere en Las Palmas de Gran Canaria. Su obra no aparecerá en libro hasta varias décadas después de su muerte.
Obra poética
La dedicación de Domingo Rivero a la poesía es realmente tardía. Hasta 1899 no aparece un poema suyo publicado, cuando el poeta ya contaba con 47 años de edad. A partir de aquí dará a la prensa durante algunos años un número reducido de poemas. Su obra se caracteriza por un extremo rigor, no solo en lo que concierne a la forma poética (sus mejores composiciones son sonetos), sino muy especialmente en el modo de tratar los temas, dotados de un simbolismo que hunde sus raíces en el imaginario colectivo y en profundas reflexiones espirituales.
Mantuvo una estrecha relación de amistad con los poetas modernistas del núcleo surgido en la isla de Gran Canaria, Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón, en quienes influyó y de quienes, a pesar de la diferencia de edad, tomó algunos principios de la nueva poesía. No obstante, la de Rivero es una obra en la que impera la sobriedad y cierta tendencia al clasicismo, lo que lo convierte en un poeta difícil de ubicar en su tiempo.
Entre sus poemas más célebres están La silla, A los muebles de mi cuarto, La Victoria sin alas, El muelle viejo, El humilde sendero o Piedra canaria. Su poema Yo a mi cuerpo es, sin embargo, el que mayor celebridad le ha proporcionado.
Estudió su poesía el profesor y ensayista canario Jorge Rodríguez Padrón en Domingo Rivero, poeta del cuerpo (1967). Su obra completa fue editada gracias a la minuciosa labor del también profesor y poeta canario Eugenio Padorno, bajo el título de En el dolor humano (1998).
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Algunos poemas de Domingo Rivero, del libro Yo, mi cuerpo y otros poemas, Acantilado, 2006:
LA SILLA
Silla de junto al lecho que la figura adquieres
de mis cansados hombros al sostener mi traje
sostén de mi fatiga paréceme que eres
tú me hablas en silencio yo entiendo tu lenguaje.
La lámpara agoniza y tu piedad escucha
entre la ropa aún tibia el palpitar del pecho
yo pienso que mañana ha de volver la lucha
cuando de ti recoja mi traje junto al lecho.
Y en la callada noche humilde silla amiga
mientras de ti pendiente parece mi fatiga
siento crecer la fuerte virtud de la paciencia
Mirando de la lámpara bajo la triste luz,
tu sombra que se alarga y evoca mi existencia
y alcanza los serenos contornos de la Cruz
A LOS MUEBLES DE MI CUARTO
Humildes muebles míos, gastados por el uso,
que a fuerza de servirme ya conocéis mi mano;
su sello mi existencia sobre vosotros puso,
y acaso de dejaros el día está cercano.
Sois toscos como ruda ha sido mi pobreza;
a nadie serviréis como me habéis servido,
y al veros casi inútiles aumenta mi tristeza
pensar en que os aguardan el polvo y el olvido.
Saldréis, cuando yo muera, del sitio en que estáis puestos
y quedará en silencio nuestra estancia vacía;
allí donde os coloquen habréis de ser molestos:
tal vez más que la muerte la indiferencia es fría.
En tiempos ya lejanos, que pesan en mis hombros,
cuando el hogar paterno se convirtió en escombros,
con mi trabajo os fui comprando año tras año
como pastor que forma paciente su rebaño.
Y al cabo del camino de mi existencia triste
sois todo lo que tengo, humildes cosas viejas;
y tú, pobre sillón, que el más costoso fuiste,
pareces el mastín que guarda las ovejas.
Cuando a buscarme llegue, con paso recatado,
la muerte, como un lobo dispersará el ganado.
¿Qué haréis, pobres ovejas, sin el viejo pastor?
Donde la suerte os lleve, os faltará mi amor.
Y tú, viejo sillón, de mi tristeza amigo,
que crujes al sentarme, quejándote conmigo,
si a mí gruñirme sueles sabiendo que te quiero,
¿qué harás cuando al fin dejes de ser mi compañero?
Desvencijado y solo, acabará tu historia
en un lugar sombrío de la que fue mi casa.
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