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JUAN LAMILLAR (1957-
https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_LamillarDe
El arte de las sombras, 1991:
MEMORIA DE LA LUZ
También el tiempo es luz, y ahora en la playa
tiempo y lus se detienen, y van a dar al mar:
es el instante de exactitud y magia
que rescatan tan solo el cuadro o el poema.
La luz es ya triunfo. La vemos vencedora
sobre la calma azul: es mediodía.
Sobre la arena plácida desciende
su memoria de diosa inaccesible.
Hay un rumor de luz sobre las olas:
continuamente cambia su color, su sonido.
En la tela persiste su eterna ceremonia.
También la luz defiende levemente
el blanco escalonado de las casas,
las delgadas aristas del misterio.
El pincel de la tarde va logrando
un fingido horizonte de magníficos malvas.
Y antes de que paisaje y noche se confundan,
la mano que ha detenido el tiempo,
que ha conversado con la luz más alta,
añade últimas líneas de claridad al lienzo,
traza un nombre: “Conil”, y firma Joaquín Sáenz.
De
El paisaje infinito, 1992:
PRESENCIA DE LA MUERTE
In memoriam J.L.Cómo la Muerte posa en los objetos
una ligera transparencia,
leves tonalidades de abandono,
una inquietud como llovizna.
Cómo sortea los patios, los silencios,
para llegar a su reducto,
a la misión sabida,
a la música cierta de la Noche.
El tapiz laberíntico del miedo,
la trama de la angustia, la preceden.
Y ahora que la sabemos en la casa,
miramos de otro modo
la quietud sospechosa de objetos familiares,
la secreta belleza de lo inmóvil.
Invierno en el disfraz de cada personaje
que acude con el llanto y la palabraspara abrir los talados jardines del recuerdo.
Cómo la Muerte es dolorosa música,
aria lejana que ya nonos sorprende,
si no es por lo fugaz y lo preciso
del paisaje que acerca, en llamas todavía.
De
Los días más largos, 1993:
CASA CON DOLMEN
A Lola y TeoEntendiendo la casa,
no como sucesión de habitaciones,
sino también de vidas y misterio,
hemos mirado lentamente el blanco
de los muros, la torre en el paisaje.
El campo como un ámbito sagrado
-igual que la amistad-
y el sábado con sol
invitan a un almuerzo
mitad campestre, mitad civilizado,
y después de un paseo
entre naranjos, limoneros, nísperos,
tras contemplar callados los cipreses,
hemos bajado al dolmen.
Grandes piedras, oscuras ceremonias,
se ven, se saben, nos demuestran
que el tiempo es un enigma,
que las puntas de flecha aquí encontradas
sol olvidos de ayer, como detalles
-una llave, una pluma, unas monedas-
que hoy también olvidamos,
entre jóvenes risas, en la yerba.
Sobre el cículo mágico,
sobre las silenciosas pizarras de la muerte,
tras siglos de vacío en un paisaje
de colinas suaves, y llanura, y sosiego,
levantaron la casa, trazaron los jardines.
¿Qué oscuro pacto rompieron los cimientos,
qué fingido descanso mutilaron?
Hoy, que es sábado y hay sol,
y risas juveniles que comparten
el pan, y el vino, y la palabra,
somos un sueño sobre un sueño antiguo,
y esta luz es la misma
que acompañó los ritos ignorados,
gestos que conmemoran los cipreses tardíos.
Al fondo la ciudad, como otra esfinge.
De
Las lecciones del tiempo, 1998:
FIN DEL VERANO
Suele ser en las tardes de septiembre:
declina el sol, cambia el color del cielo,
la brisa se hace incómoda de pronto,
la claridad que agosto regalaba
resbala ya hacia la playa oscura.
Se marcharon los rostros sonrientes
dejando en sombras las terrazas, gestos
de ocio, de placer, de indolencia:
lo fugaz y lo incierto del verano,
las telas blancas, la luz, la ligereza,
los cuerpos transcurriendo en el descuido
lento y hermoso de la juventud.
A traición, una tarde de septiembre,
el tiempo se hace gris y se dan prisa
las horas que en agosto eran eternas.
La arena ya no siente el pie descalzo.
El mar, que fue la vida, ahora es silencio
y este viento de otoño, inesperado,
es el saludo breve de la muerte.
CEMENTERIO ALEMÁN
(DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF-YUSTE)
Este claro del bosque los congrega:
bajo cruces sencillas, bajo nombres difíciles,
soldados alemanes de dos guerras
con idioma de muerte se cuentan sus hazañas.
Pero las cuentan en silencio,
porque su idioma es el de la nada,
el de los despojos, el de la derrota
que también aguarda a los victoriosos.
Un silencio más fuerte que la luz del paisaje
une su meditar al rumor de las ramas,
al olor del espliego,
al recóndito huir de los lagartos.
Frente a ese silencio, alzándose,
está la juventud de vuestras fechas,
grabadas como un grito sobre el gris de las cruces.
Alguien reunió vuestras distintas muertes:
el náufrago, el aviador caído,
el que sufrió la agonía de los hospitales,
y ahora, paseando entre tumbas,
me pregunto si acaso fuisteis héroes
o soldados anónimos perdidos
en lo intenso y absurdo de una guerra.
Porque debajo de este césped
están los veinte años de Rudolf Tanzbeger
y el uniforme ensangrentado y roto de Hanz Farber
y Lothar Kloos y su quieta sonrisa.
Franz Wilhem Kuhlmann,
¿sabes por qué moriste?,
¿qué llevaba a la muerte
a estos que ahora están contigo?
¿Conocías los olivos, que te velan,
retorcidas antorchas apagadas?
El azar –otro azar– os ha reunido
a la sombra –otra sombra–
de bicéfalas águilas, de toisones de oro.
Os hicieron luchar por un imperio:
seguís muriendo sucesivamente
bajo los árboles donde un Emperador
cambió sus sueños por relojes y misas.
No quiero detenerme en vuestros nombres:
que los diga de nuevo la luz que ahora declina,
la noche, que los sabe de memoria,
y los que os reconocen doblemente extranjeros:
en la tierra sin pausa de la muerte,
en la remota tierra de un país imprevisto.
JUAN LAMILLAR
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