Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Lun 6 Ene - 22:45

    ***

    Un chiste de Nasrudín, desprendido (tal vez por la
    traducción) de su terminología técnica, aún puede ser
    aceptado como verdadero debido a su valor humorístico. En
    tales casos, puede que se pierda gran parte de su impacto. Un
    ejemplo es el chiste de la sal y la lana:



    Nasrudín está llevando al mercado una carga de sal. Su
    asno vadea un río, y la sal se disuelve. Cuando alcanza la
    orilla opuesta, el asno se siente vivaracho porque su carga se
    ha aligerado. Pero Nasrudín está enfadado. Al día siguiente
    de mercado, llena las alforjas de lana. El animal casi se ahoga
    por el aumento de la carga al vadear la corriente.
    “¿Lo ves?”, dice triunfalmente Nasrudín, “¡esto te enseñará
    a no pensar que ganas algo cada vez que atraviesas agua!”




    En el cuento original se emplean dos términos técnicos:
    sal y lana. “Sal” (milh) es homónimo de “ser bueno,
    sabiduría”. El asno simboliza al hombre. Despojándose de
    su carga de bondad general, el individuo se siente mejor,
    pierde el peso. El resultado es que pierde su alimento,
    porque Nasrudín no pudo vender la sal para comprar
    forraje. La palabra “lana” es por supuesto otra palabra
    para “Sufi”. En el segundo viaje la carga del asno aumentó
    por la lana mojada debido a la intención de su maestro,
    Nasrudín. El peso aumenta durante el viaje al mercado.
    Pero el resultado final es mejor, porque Nasrudín vende la
    lana húmeda, que ahora pesa más que antes, por un precio
    más elevado que la lana seca.

    Otro chiste, encontrado también en Cervantes (Don
    Quijote, cap. 5), continúa siendo un chiste aunque el término
    técnico “miedo” es meramente traducido y no explicado.

    “Haré que te ahorquen”, dijo a Nasrudín un rey cruel
    e ignorante, “si no pruebas que tienes las percepciones
    profundas que se te atribuyen.” De inmediato Nasrudín dijo
    que podía ver un pájaro de oro en el cielo y demonios en el
    interior de la tierra. “Pero, ¿cómo puedes verlo?”, preguntó el
    rey. “Todo lo que necesitas”, dijo Nasrudín, “es miedo.”
    “Miedo”, en el vocabulario Sufi, es la activación de la
    conciencia, cuyos ejercicios pueden producir una percepción
    extrasensorial. Este es un terreno en el que no se utiliza el
    intelecto, y en donde comienzan a funcionar otras facultades
    de la mente

    Pero Nasrudín, de un modo completamente único,
    consigue utilizar la estructura misma de la intelectualidad
    para sus propios fines. Un eco de esta tentativa deliberada
    es encontrada en la Leyenda de Nasrudín, donde se relata
    que Hussein, el fundador del sistema, arrancó a su mensajero
    designado, Nasrudín, de las mismísimas garras del “Viejo
    Villano”: el burdo sistema de pensamiento en el cual vivimos
    casi todos.

    En árabe, “Hussein” es asociado con el concepto de virtud.
    “Hussein” significa “fuerte, de difícil acceso”.

    Cuando Hussein hubo ya buscado por todo el mundo
    al maestro que debía transmitir su mensaje a través de las
    generaciones y estaba a punto de caer en la desesperación, oyó
    una gran conmoción. El Viejo Villano estaba reprendiendo
    a uno de sus estudiantes por contar chistes. “¡Nasrudín!”,
    vociferó el Villano, “por tu actitud irreverente te condeno al
    ridículo universal. A partir de ahora, cuando se cuente uno
    de tus absurdos relatos, tendrán que escucharse seis más sin
    interrupción hasta que te vean claramente como una figura
    ridícula.”
    Se cree que el efecto místico de siete cuentos de Nasrudín,
    estudiados uno tras otro, basta para preparar a un individuo
    para la iluminación.
    Hussein, que escuchaba a escondidas, advirtió que de cada
    situación surge su propio remedio; y que este era el modo
    de presentar en su verdadera perspectiva los males del Viejo
    Villano. Él conservaría la verdad a través de Nasrudín.
    Llamó al Mulá en un sueño y le impartió una porción de su
    baraka, el poder Sufi que penetra en la significación nominal
    del sentido. Desde entonces, todas las historias sobre Nasrudín
    se convirtieron en obras de arte “independiente”. Podían ser
    entendidas como chistes, tenían un significado metafísico,
    eran infinitamente complejas y compartían la naturaleza
    de consumación y perfección que había sido robada de la
    conciencia humana por las corruptoras actividades del Viejo
    Villano.

    La baraka, considerada desde un punto de vista ordinario,
    tiene muchas cualidades “mágicas”, aunque esencialmente es
    LOS SUFIS
    87
    una unidad y el combustible y la substancia de la realidad
    objetiva. Una de estas cualidades es que cualquiera que esté
    dotado de ella, o cualquier objeto con la que esté asociada,
    retiene una parte de ella pese a todas las alteraciones
    que puede haber sufrido por el impacto de personas no
    regeneradas. Por ende, la mera repetición de una broma de
    Nasrudín lleva consigo algo de baraka: el reflexionar sobre
    ella trae más. “De modo que por medio de este método, las
    enseñanzas de Nasrudín inspiradas por Hussein quedaron
    estampadas para siempre en un vehículo que no podía ser
    totalmente destruido. Así como el agua es esencialmente
    agua, dentro de las experiencias de Nasrudín también hay un
    mínimo irreductible que contesta a una llamada, y que crece
    cuando es invocado.” Este mínimo es la verdad, y a través de
    la verdad, la conciencia real.

    Nasrudín es el espejo en el que uno se ve a sí mismo. A
    diferencia de un espejo común, cuanto más se contempla,
    más se proyecta el Nasrudín original sobre él. Este espejo
    es comparado a la célebre Copa de Jamshid, el héroe persa,
    que refleja el mundo entero y dentro de la cual los Sufis
    “miran”.



    105

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    siendo guardián en tu cielo
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    Mensaje por Maria Lua Mar 7 Ene - 22:34

    ***

    Dado que el Sufismo no se basa en la conducta o
    comportamiento artificial en el sentido de detalle externo,
    sino en el detalle comprensivo, los cuentos de Nasrudín
    tienen que ser experimentados además de meditados.
    Incluso el experimentar cada historia contribuirá al “regreso
    a casa” del místico. Uno de los primeros desarrollos de
    este regreso a casa es cuando el Sufi muestra signos de una
    percepción superior. Por ejemplo, será capaz de comprender
    una situación por medio de la inspiración y no por una
    cerebración formal. Sus actos, por consiguiente, pueden a
    veces desconcertar a los observadores que trabajan en el
    plano ordinario de la consciencia: pero sin embargo sus
    resultados serán correctos.

    Un cuento de Nasrudín que muestra cómo el resultado
    correcto le llega al Sufi a través de un mecanismo especial (“el
    método equivocado”, para los no iniciados), explica muchas
    de las supuestas excentricidades de los Sufis:


    Dos hombres se presentaron ante Nasrudín cuando este
    actuaba como magistrado. Uno de ellos dijo: “Este hombre
    me ha mordido una oreja. Exijo compensación.” El otro
    dijo: “Se la ha mordido él mismo.” Nasrudín aplazó el caso
    y se retiró a sus aposentos. Allí pasó media hora tratando
    de morderse la oreja. Todo lo que consiguió fue perder el
    equilibrio y magullarse la frente. Entonces volvió a la sala del
    tribunal.
    “Examinen al hombre cuya oreja ha sido mordida”,
    ordenó. “Si tiene la frente magullada, es que se la mordió
    él mismo, y el caso está denegado. De lo contrario, se la
    mordió el otro, y el hombre atacado será compensado con
    tres monedas de plata.”



    Se llegó al veredicto justo mediante
    métodos aparentemente ilógicos.
    Aquí Nasrudín llegó a la respuesta correcta, sin tomar en
    cuenta la lógica aparente de la situación. En otro relato, en el
    que adopta el papel de tonto (“el Camino de la Culpa” para
    el Sufi), Nasrudín ilustra, de forma extrema, el pensamiento
    humano corriente:


    Alguien pidió a Nasrudín que adivinase lo que tenía en su
    mano.
    “Dame una pista”, dijo el Mulá.
    “Te daré varias”, replicó el bromista. “Tiene la forma y el
    tamaño de un huevo, sabe y huele como un huevo. Adentro es
    amarillo y blanco. Es líquido antes de hervirlo, y se cuaja con
    el calor. Además, fue puesto por una gallina...”
    “¡Ya sé!”, interrumpió el Mulá. “Es una especie de pastel.”




    Yo intenté un experimento similar en Londres. En tres
    tabaquerías pedí sucesivamente “unos cilindros de papel
    llenos de partículas de tabaco, de unos siete centímetros de
    longitud, empaquetados en cartones, probablemente con algo
    impreso sobre ellos.”
    Ninguna de las personas que vendía cigarrillos todos los
    días pudo identificar lo que yo quería. Dos me mandaron a
    otros lados: una a sus mayoristas; la otra, a una tienda que
    se especializaba en importaciones exóticas para fumadores.
    La palabra “cigarrillo” puede ser un disparador necesario
    para describir cilindros de papel llenos de tabaco. Pero el
    hábito de las pistas, al depender de las asociaciones, no puede
    usarse del mismo modo en actividades perceptivas. El error
    está en trasladar una forma de pensar – por muy admirable
    que sea en su lugar adecuado – a otro contexto, e intentar
    emplearla allí

    Rumi narra una historia que se parece al relato de Nasrudín
    acerca del huevo, pero que resalta otro factor significativo.

    El
    hijo de un rey había sido puesto en manos de maestros místicos,
    quienes informaron que ahora ya no podían enseñarle nada
    más. A fin de ponerlo a prueba, el rey le preguntó qué tenía
    en su mano. “Es algo redondo, metálico y amarillo: debe de
    ser un tamiz.” contestó el muchacho.


    El Sufismo insiste en un
    desarrollo equilibrado de las percepciones internas y de la
    conducta y los usos humanos ordinarios.
    El Sufismo niega, como ya hemos visto, la suposición de
    que solo porque uno está vivo, es perceptivo. Un hombre
    puede estar clínicamente vivo pero perceptivamente muerto.
    La lógica y la filosofía no lo ayudarán a lograr la percepción.
    Un aspecto del siguiente cuento lo ilustra:


    El Mulá estaba pensando en voz alta.
    “¿Cómo sé si estoy muerto o vivo?”
    “No seas tonto,” dijo su esposa. “Si estuvieras muerto, tus
    extremidades estarían frías.”
    Poco tiempo después, Nasrudín estaba en el bosque
    cortando leña. Era pleno invierno. De repente se dio cuenta
    de que sus manos y pies estaban fríos.
    “Indudablemente estoy muerto”, pensó. “Entonces debo
    dejar de trabajar, pues los cadáveres no trabajan.”
    Y como los cadáveres no van por ahí caminando, se tendió
    sobre la hierba.
    Pronto llegó una manada de lobos y empezó a atacar al
    asno de Nasrudín, que estaba atado a un árbol.
    “Claro, continúen, aprovéchense de un hombre muerto”,
    dijo Nasrudín, acostado. “Pero si estuviera vivo, no les
    permitiría estas libertades con mi asno.”





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    Mensaje por Maria Lua Miér 8 Ene - 22:59

    ***

    La preparación de la mente Sufi no podrá ser la adecuada
    hasta que el hombre sepa que debe hacer algo por sí mismo... y
    deje de pensar que los demás pueden hacerlo por él. Nasrudín
    coloca bajo su lupa al hombre ordinario:


    Un día Nasrudín entró a la tienda de un hombre que vendía
    toda clase de cosas.
    “¿Tienes cuero?”
    “Sí.”
    “¿Y clavos?”
    “Sí.”
    “¿Y tintura?”
    “Sí.”
    “Entonces, ¿por qué no te haces un par de botas?”



    El relato subraya el rol del maestro místico, esencial en
    el Sufismo, que le provee al potencial buscador el punto de
    partida para hacer algo acerca de sí mismo… ese algo siendo
    el “trabajo sobre sí mismo” bajo una guía, que constituye la
    característica sobresaliente del sistema Sufi.
    La búsqueda Sufi no puede ser llevada a cabo en compañía
    inaceptable. Nasrudín resalta este punto en su relato de la
    invitación inoportuna.

    Era tarde, y el Mulá había estado hablando con sus
    amigos en una casa de té. Al salir, se dieron cuenta de que
    estaban hambrientos. “Vengan todos a comer a mi casa”, dijo
    Nasrudín sin pensar en las consecuencias.
    Cuando el grupo ya casi había llegado a su hogar, pensó
    que sería mejor adelantarse y advertirle a su mujer. “Esperen
    aquí mientras le aviso”, les dijo.
    Cuando lo hizo, ella exclamó: “¡No tenemos nada! ¿Cómo
    te atreves a invitar a toda esa gente?”
    Nasrudín subió al piso superior y se ocultó.
    Pronto el hambre impulsó a sus invitados a acercarse a la
    casa y llamar a la puerta.
    La esposa de Nasrudín contestó: “¡El Mulá no está en
    casa!”
    “Pero si lo vimos entrar por la puerta principal”, gritaron.
    Por el momento, no se le ocurrió qué decir.
    Vencido por la ansiedad, Nasrudín, que había estado
    observando el intercambio desde una ventana de arriba, se
    asomó y dijo: “Podría haber salido de nuevo por la puerta
    trasera, ¿no?”



    Varios de los relatos de Nasrudín resaltan la falsedad
    de la creencia general humana de que el hombre tiene una
    conciencia estable. A merced de impactos internos y externos,
    la conducta de casi todo el mundo varía de acuerdo con su
    estado de ánimo y de salud. Si bien este hecho es obviamente
    reconocido en la vida social, no es admitido completamente
    en la filosofía o la metafísica formal. En el mejor de los casos,
    es deseable que el individuo cree en sí mismo un marco de
    devoción o concentración por medio del cual se espera que
    pueda alcanzar la iluminación o la plenitud. En el Sufismo, es
    la conciencia entera la que en definitiva ha de ser transmutada,
    comenzando por el reconocimiento de que el hombre no
    regenerado es poco más que una materia prima. No tiene una
    naturaleza fija, una unidad de conciencia. Dentro de él hay
    una “esencia”. Esta no está vinculada a todo su ser o incluso
    a su personalidad. En el fondo, nadie sabe automáticamente
    quién es en realidad, a pesar de la ficción que implica lo
    contrario. Nasrudín cuenta:

    Un día el Mulá entró a una tienda.
    El propietario se acercó para atenderlo.
    “Lo primero es lo primero”, dijo Nasrudín. ¿Me viste
    entrar a tu tienda?”
    “Por supuesto.”
    “¿Me habías visto alguna otra vez?”
    “Ni una sola en toda mi vida.”
    “Entonces, ¿cómo sabes que soy yo?”



    Por excelente que pueda ser como un simple chiste, aquellos
    que lo consideran como la idea de un hombre estúpido y que
    no contiene un significado más profundo, no son personas que
    estén en condiciones de beneficiarse de su poder regenerativo.
    Extraes de un cuento de Nasrudín apenas un poquito más
    de lo que has puesto en él; si a una persona le parece no ser
    más que un chiste, tal persona necesita más trabajo sobre
    sí misma. La vemos caricaturizada en este intercambio de
    Nasrudín sobre la luna:


    “¿Qué hacen con la luna cuando es vieja?”, un estúpido le
    preguntó al Mulá.
    La respuesta fue digna de la pregunta: “Cortan cada una
    de las lunas viejas para hacer cuarenta estrellas.”


    Muchos de los relatos de Nasrudín destacan el hecho de
    que la gente que busca la realización mística, la espera en
    sus propios términos y por lo general así se excluyen de ella
    antes de siquiera empezar. Nadie puede pretender alcanzar
    la iluminación si cree que sabe qué es, y que puede lograrla
    a través de un sendero bien definido que puede concebir al
    comienzo. De ahí la historia de la mujer y el azúcar:

    Cuando Nasrudín era magistrado, se presentó ante él
    una mujer con su hijo. “Este muchacho”, dijo ella, “come
    demasiado azúcar. No me puedo permitir el lujo de darle todo
    el que quiera. Por ello te pido formalmente que le prohíbas
    comerlo, ya que a mí no me obedece.”
    Nasrudín le dijo que volviera en siete días.
    Cuando ella regresó, aplazó de nuevo su decisión por una
    semana más.
    “Muy bien”, le dijo al muchacho. “Te prohíbo comer más
    de tal y tal cantidad de azúcar por día.”
    A continuación la mujer le preguntó por qué había
    necesitado tanto tiempo para dar una orden tan sencilla.
    “Porque, señora, he tenido que comprobar si yo mismo
    podía reducir el uso de azúcar antes de ordenarle a otra
    persona que lo haga.”



    El pedido de la mujer había sido hecho, según el pensamiento
    humano más automático, basándose simplemente en ciertas
    suposiciones. La primera era que se puede hacer justicia solo
    dando órdenes; la segunda, que una persona podía de hecho
    comer tan poco azúcar como ella quería que su hijo hiciese; y
    la tercera, que una cosa puede ser comunicada a otra persona
    por alguien que no está involucrado en el asunto.
    Este cuento no es simplemente una manera de parafrasear
    el dicho: “Haz lo que digo, no lo que hago.” Lejos de ser una
    lección de ética, es una de absoluta necesidad.
    La enseñanza Sufi solo puede ser impartida por un Sufi, no
    por un exponente teórico o intelectual.




    110
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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Ene - 0:10

    ***

    El Sufismo, dado que es la armonización con la verdadera
    realidad, no puede parecerse a lo que nosotros tomamos por
    realidad, que de hecho es un conjunto de reglas generales.
    Por ejemplo, tendemos a observar los hechos de modo
    unilateral. También suponemos, sin ninguna justificación,
    que un hecho ocurre en un vacío. En realidad, todos los
    hechos están relacionados con todos los demás. No podemos
    apreciar la experiencia mística hasta que estamos listos para
    experimentar nuestra interrelación con el organismo de la
    vida.
    Si observas cualquiera de tu actos o los de otro, descubrirás
    que fue provocado por uno de muchos posibles estímulos y
    también que nunca es un acto aislado: tiene consecuencias,
    muchas de ellas totalmente inesperadas y que no podrías
    haber planeado.
    Otro “chiste” de Nasrudín subraya esta circularidad
    esencial de la realidad y las interacciones generalmente
    invisibles que ocurren:

    Un día Nasrudín caminaba por una calle desierta. Caía la
    noche cuando vio un grupo de jinetes avanzando hacia él. Su
    imaginación empezó a trabajar, y temió que pudieran robarle
    u obligarlo a alistarse en el ejército. Tan fuerte se hizo este
    miedo que saltó un muro y se encontró en un cementerio.
    Los otros viajeros, ignorando los motivos imaginados por
    Nasrudín, sintieron curiosidad y lo persiguieron.
    Cuando lo encontraron yaciendo inmóvil, uno de ellos
    preguntó: “¿Podemos ayudarte? ¿Por qué estás en esa
    posición?”
    Nasrudín, comprendiendo su error, contestó: “Es más
    complicado de lo que suponen. Verán, yo estoy aquí por
    culpa de ustedes; y ustedes, ustedes están aquí por mí.”



    Solamente el místico que “vuelve” al mundo formal después
    de una experiencia literal de la interdependencia de cosas
    aparentemente diferentes o desconectados, es quien puede
    verdaderamente percibir la vida de esta forma. Para el Sufi,
    cualquier método metafísico que no adopte este factor es un
    método confeccionado (externo), y no puede ser producto de
    lo que él llama experiencia mística. Su propia existencia es
    una barrera para el logro de su supuesto objetivo.
    Esto no quiere decir que el Sufi, como resultado de sus
    experiencias, se aparte de la realidad de la vida superficial. Él
    tiene una dimensión extra del ser, que opera paralelamente
    a la percepción menor del hombre ordinario. Nasrudín lo
    resume perfectamente en otro cuento:



    “Yo puedo ver en la oscuridad.”
    “Quizá sea así, Mulá. Pero si es cierto, ¿por qué a veces
    llevas una vela por la noche?”
    “Para evitar que otros choquen conmigo.”


    La Luz que porta el Sufi puede ser su adaptación a las
    costumbres de la gente entre las cuales ha sido arrojado tras
    su “regreso” de haber transmutado en una percepción más
    amplia. El Sufi es, en virtud de su transmutación, una parte
    consciente de la realidad viviente de toda la existencia. Esto
    significa que no puede considerar lo que ocurre – tanto a él
    mismo como a los demás – de la forma limitada en que lo
    hace el filósofo o el teólogo. Una vez alguien le preguntó a
    Nasrudín qué era el Destino. Él dijo: “Lo que llamas ‘Destino’
    es en verdad una suposición. Supones que va a ocurrir algo
    bueno o algo malo. Al resultado real lo llamas ‘Destino’.” La
    pregunta, “¿Eres fatalista?”, no puede formulársele a un Sufi,
    porque él no acepta el concepto no corroborado de Destino
    que está implícito en la pregunta.
    De manera similar, puesto que es capaz de percibir las
    profundas ramificaciones de un hecho, la actitud del Sufi
    hacia los sucesos individuales es abarcadora, no aislada. Él no
    puede generalizar a partir de datos artificialmente separados.
    “‘Nadie puede montar ese caballo’, me dijo el rey”, comenta
    Nasrudín, “pero yo salté a la silla.” “¿Qué ocurrió?” “Yo
    tampoco logré que se moviera.” Esto se propone mostrar que
    cuando un hecho aparentemente consistente es extendido a
    lo largo de sus dimensiones, cambia.
    El así llamado problema de comunicación, que atrae tanta
    atención, gira sobre suposiciones que son inaceptables para el
    Sufi. El hombre ordinario dice: “¿Cómo puedo comunicarme
    con otro hombre más allá de las cosas muy comunes?” La
    actitud Sufi es que “la comunicación de las cosas que han
    de ser comunicadas no puede evitarse. No es que haya que
    encontrar otro medio.”
    En uno de los cuentos, Nasrudín y un yogui representan
    el papel de dos personas corrientes que, de hecho, no tienen
    nada que comunicarle al otro.

    Un día Nasrudín vio un edificio de extraño aspecto ante
    cuya puerta se hallaba sentado un yogui contemplativo. El
    Mulá decidió que aprendería algo de aquella impresionante
    figura, y entabló una conversación preguntándole quién y
    qué era.
    “Soy un yogui”, dijo el otro, “y paso mi tiempo intentando
    alcanzar la armonía con todos los seres vivos.”
    “Esto es interesante”, comentó Nasrudín, “porque una vez
    un pez me salvó la vida.”
    El yogui le rogó que lo acompañara, diciendo que durante
    toda una vida dedicada a armonizarse con la creación animal
    nunca había estado tan cerca de dicha comunión como
    Nasrudín.
    Luego de haber pasado varios días en contemplación, el
    yogui le rogó al Mulá que le contase más de su maravillosa
    experiencia con el pez, “ahora que ya se conocían mejor”.
    “Ahora que te conozco mejor”, dijo Nasrudín, “dudo de
    que puedas beneficiarte de lo que tengo para contar.”
    Pero el yogui insistió. “Muy bien”, dijo Nasrudín. “Es cierto,
    el pez realmente me salvó la vida. En aquel entonces me estaba
    muriendo de hambre, y él me alimentó durante tres días.”




    El juguetear con ciertas capacidades de la mente, algo que
    caracteriza al así llamado misticismo experimental, es algo
    que ningún Sufi se atrevería a hacer. El Sufismo, producto de
    la consistente experimentación hace innumerables siglos, se
    ocupa de fenómenos que son inaprensibles a lo empírico:

    Nasrudín arrojaba trozos de pan alrededor de su casa.
    “¿Qué estás haciendo?”, le preguntó alguien.
    “Mantengo alejados a los tigres.”
    “Pero si por aquí no hay tigres.”
    “Exactamente. Es efectivo, ¿no?”


    Uno de los muchos relatos de Nasrudín que se encuentran
    en el Don Quijote de Cervantes (cap. 14), advierte de los
    peligros del intelectualismo rígido:

    No hay nada que no pueda ser contestado por medio de
    mi doctrina”, dijo un monje que apenas había entrado a la
    casa de té donde Nasrudín estaba sentado con sus amigos.
    “Y sin embargo hace un ratito,” contestó el Mulá, “un
    erudito me desafió con una pregunta imposible de contestar.”
    “¡Lástima que yo no estuviera allí! Dímela, y la contestaré.”
    “Muy bien. Me preguntó: ‘¿Por qué intentas entrar en mi
    casa por la noche?’.”


    La percepción Sufi de la belleza está relacionada con
    un poder de penetración que se extiende más allá del
    conocimiento de las formas usuales del arte.

    Cierto día un
    discípulo llevó a Nasrudín a contemplar, por primera vez, un
    hermoso paisaje de lagos.
    “¡Qué delicia!”, exclamó. “Pero si solo... si tan solo... ”
    “¿Si solo qué, Mulá?”
    “¡Si tan solo no hubiesen puesto agua allí!”






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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
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    Mensaje por Maria Lua Vie 10 Ene - 23:36

    ***


    A fin de alcanzar el objetivo místico, el Sufi debe comprender
    que la mente no funciona del modo que nosotros suponemos.
    Además, dos personas pueden simplemente confundirse entre
    sí:


    Un día Nasrudín le pidió a su esposa que hiciese una gran
    cantidad de halwa, una confitura muy espesa, y le dio todos
    los ingredientes. Después se la comió casi toda.
    En plena noche, Nasrudín la despertó.
    “Acabo de tener un pensamiento importante.”
    “Dímelo.”
    “Tráeme el resto del halwa y te lo diré.”
    Cuando se la hubo traído, le preguntó otra vez.
    Primero el Mulá se terminó el halwa.
    “El pensamiento”, dijo Nasrudín, “era: ‘Nunca te vayas a
    dormir sin terminar todo el halwa que se ha hecho durante
    el día’.”


    Nasrudín capacita al buscador Sufi para comprender que
    las actuales ideas formales sobre el tiempo y el espacio no
    son necesariamente las que predominan en el campo más
    extenso de la verdadera realidad. Por ejemplo, la gente que
    cree que está siendo recompensada por acciones pasadas
    y que acaso sean recompensadas en el futuro por acciones
    futuras, no puede ser Sufi. La concepción Sufi del tiempo es
    una interrelación: un contínuum.
    La clásica historia del baño turco lo caricaturiza de un
    modo que permite captar algo de esta idea:


    Nasrudín visitó un baño turco. Como iba vestido con
    harapos fue tratado con desdén por los empleados, que le
    dieron una toalla vieja y un pequeño trozo de jabón. Cuando
    se iba, les dio a los asombrados servidores una moneda de
    oro. Al día siguiente apareció de nuevo, regiamente vestido, y
    naturalmente recibió la mejor atención y deferencia posibles.
    Cuando se hubo bañado, les dio a los servidores la más
    pequeña moneda de cobre que había.
    “Esta”, dijo, “es por cómo me trataron ayer. La moneda de
    oro fue por cómo me trataron hoy.”



    Los residuos del pensamiento esquemático, más una clara
    inmadurez de la mente, hacen que la gente se involucre con el
    misticismo en sus propios términos. Una de las primeras cosas
    que se enseñan al discípulo es que quizá tenga una vaga idea
    de lo que necesita, acaso comprenda que puede conseguirlo
    estudiando y trabajando a las órdenes de un maestro; pero en
    todo lo demás, no puede poner condiciones. Este es el relato
    de Nasrudín utilizado para inculcar esta verdad:

    Una mujer llevó a su hijito a la escuela del Mulá.
    “Por favor, asústalo un poquito”, dijo, “porque no lo
    puedo controlar.”
    Nasrudín puso los ojos en blanco, empezó a resoplar y
    jadear, dio algunos saltos y golpeó la mesa con los puños
    hasta que la aterrada mujer se desmayó. Entonces el Mulá
    salió corriendo de la habitación.
    Cuando regresó, después de que la mujer volviera en sí, ella
    le dijo: “¡Te pedí que asustaras al niño, no a mí!”
    “Señora”, replicó el Mulá, “el peligro no tiene favoritos.
    Me asusté incluso a mí mismo, como pudo ver. Cuando el
    peligro amenaza, amenaza a todos por igual.”


    De modo similar, el maestro Sufi no puede proveerle a su
    discípulo una pequeña cantidad de Sufismo. El Sufismo es la
    totalidad, y lleva consigo las implicaciones de la completez,
    no de la fragmentación de la conciencia que el poco instruido
    acaso use en su propio proceso y la llame “concentración”.
    Nasrudín se burla mucho de los especuladores, que esperan
    aprender o robar algún profundo secreto de la vida sin de
    hecho pagar por él.


    Un barco parecía estar a punto de hundirse, y los pasajeros
    estaban rezando de rodillas y arrepintiéndose, prometiendo
    hacer toda clase de enmiendas si eran salvados; solo Nasrudín
    permaneció impasible.
    De repente, dio un salto y gritó en medio del pánico general:
    “¡Tranquilos, amigos! No cambien sus costumbres, no sean
    demasiado pródigos. Creo que diviso tierra.”



    Nasrudín insiste con la idea esencial: que la experiencia y la
    iluminación mística no puede llegar a través de un reajuste de
    las ideas familiares sino a través de un reconocimiento de las
    limitaciones del pensamiento ordinario, que sirve únicamente
    para fines mundanos. En esto, Nasrudín supera a cualquier
    otra forma de enseñanza disponible.


    Un día entró a una casa de té y declaró: “La luna es más
    útil que el sol.”
    Alguien le preguntó por qué.
    “Porque de noche necesitamos más a la luz.”


    La conquista del “Yo Dominante”, que es un objeto de la
    lucha Sufi, no se logra meramente adquiriendo el control de
    las propias pasiones. Se lo considera como una domadura
    de la conciencia salvaje que se cree que puede tomar lo que
    necesita de todo (incluido el misticismo) y doblegarlo a su
    propia conveniencia. La tendencia a emplear materiales de
    cualquier fuente para beneficio personal es comprensible en
    el mundo parcialmente completo de la vida ordinaria, pero
    no puede trasladarse al mundo más amplio de la verdadera
    plenitud

    En el cuento del pájaro ladrón, Nasrudín está llevando a
    casa un pedazo de hígado y la receta para hacer un pastel con
    dicha carne. De pronto, un ave de presa se lanza sobre él y le
    arrebata de la mano el trozo de hígado. Mientras se aleja en
    el cielo, Nasrudín lo increpa: “¡Pájaro estúpido! Puede que
    tengas el hígado, pero ¿qué harás sin la receta?”


    Por supuesto, desde el punto de vista del milano, el hígado
    es suficiente para sus necesidades. El resultado acaso sea
    un ave saciada, pero solamente habrá obtenido lo que cree
    desear, y no lo que podría haber sido.
    Dado que el Sufi no siempre es comprendido por las
    demás personas, ellas tratarán de hacerlo avenirse a su idea
    de lo que es correcto.

    En otro relato de Nasrudín sobre
    pájaros (que asimismo aparece en la obra maestra poética
    de Rumi el Mathnawi), el Mulá encuentra un halcón del
    rey posado en el alféizar de su ventana. Nunca había visto
    una “paloma” tan extraña. Después de darle una forma
    recta a su aristocrático pico y de cortar sus garras, lo libera
    diciendo: “Ahora te pareces más a un pájaro. Alguien te
    había descuidado.”






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    Mensaje por Maria Lua Sáb 11 Ene - 22:21

    Nasrudín insiste con la idea esencial: que la experiencia y la
    iluminación mística no puede llegar a través de un reajuste de
    las ideas familiares sino a través de un reconocimiento de las
    limitaciones del pensamiento ordinario, que sirve únicamente
    para fines mundanos. En esto, Nasrudín supera a cualquier
    otra forma de enseñanza disponible.


    Un día entró a una casa de té y declaró: “La luna es más
    útil que el sol.”
    Alguien le preguntó por qué.
    “Porque de noche necesitamos más a la luz.”


    La conquista del “Yo Dominante”, que es un objeto de la
    lucha Sufi, no se logra meramente adquiriendo el control de
    las propias pasiones. Se lo considera como una domadura
    de la conciencia salvaje que se cree que puede tomar lo que
    necesita de todo (incluido el misticismo) y doblegarlo a su
    propia conveniencia. La tendencia a emplear materiales de
    cualquier fuente para beneficio personal es comprensible en
    el mundo parcialmente completo de la vida ordinaria, pero
    no puede trasladarse al mundo más amplio de la verdadera
    plenitud

    En el cuento del pájaro ladrón, Nasrudín está llevando a
    casa un pedazo de hígado y la receta para hacer un pastel con
    dicha carne. De pronto, un ave de presa se lanza sobre él y le
    arrebata de la mano el trozo de hígado. Mientras se aleja en
    el cielo, Nasrudín lo increpa: “¡Pájaro estúpido! Puede que
    tengas el hígado, pero ¿qué harás sin la receta?”


    Por supuesto, desde el punto de vista del milano, el hígado
    es suficiente para sus necesidades. El resultado acaso sea
    un ave saciada, pero solamente habrá obtenido lo que cree
    desear, y no lo que podría haber sido.
    Dado que el Sufi no siempre es comprendido por las
    demás personas, ellas tratarán de hacerlo avenirse a su idea
    de lo que es correcto.

    En otro relato de Nasrudín sobre
    pájaros (que asimismo aparece en la obra maestra poética
    de Rumi el Mathnawi), el Mulá encuentra un halcón del
    rey posado en el alféizar de su ventana. Nunca había visto
    una “paloma” tan extraña. Después de darle una forma
    recta a su aristocrático pico y de cortar sus garras, lo libera
    diciendo: “Ahora te pareces más a un pájaro. Alguien te
    había descuidado.”





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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 18:40

    ***
    La división artificial de la vida, el pensamiento y la acción,
    tan necesarios en las empresas humanas ordinarias, no tiene
    lugar en el Sufismo. Nasrudín inculca esta idea como un
    prerrequisito para comprender la vida como un todo.

    “El
    azúcar disuelto en leche impregna toda la leche.”

    Nasrudín caminaba con un amigo por una polvorienta
    calle, cuando ambos se dieron cuenta de que estaban muy
    sedientos. Se detuvieron en una casa de té, y descubrieron que
    entre los dos apenas tenían dinero para comprar un vaso de
    leche. El amigo dijo: “Bebe tu mitad primero; aquí tengo un
    poco de azúcar que añadiré a mi parte.”
    “Añádelo ahora, hermano, y ambos lo compartiremos”,
    dijo el Mulá.
    “No, no hay suficiente para endulzar todo el vaso.”
    Nasrudín fue a la cocina y volvió con un salero. “Buenas
    noticias, amigo. Yo beberé mi mitad con sal… y hay suficiente
    para todo el vaso.”


    Aunque en el mundo práctico, mas no obstante artificial,
    que nos hemos creado estemos acostumbrados a suponer que
    “lo primero es lo primero” y que hay un orden para todas las
    cosas, esta presunción no se mantiene vigente en el mundo
    metafísico, el cual está diferentemente orientado. El buscador
    Sufi aprenderá, en el momento justo y al mismo tiempo,
    muchas cosas distintas, en sus propios niveles de percepción
    y potencialidad. Esta es otra diferencia entre el Sufismo y los
    sistemas que reposan sobre la suposición de que solamente se
    aprende una cosa en cada momento determinado.
    Un maestro derviche comenta sobre esta relación
    multiforme de Nasrudín con el Buscador. El relato, dice, es
    en cierto modo como un durazno. Posee belleza, nutrición y
    profundidades ocultas: el carozo.
    Una persona puede ser agitada emocionalmente por el
    exterior, reírse de una broma o contemplar la belleza. Pero
    esto es como si solamente te hubieran prestado el durazno.
    Todo lo que se absorbe realmente es la forma y el color, quizá
    el aroma, la forma y la textura.
    “Puedes comerte el durazno, y degustar una delicia mayor:
    comprender su profundidad. El durazno contribuye a tu
    nutrición, se convierte en parte de ti mismo. Puedes tirar el
    carozo, o partirlo y encontrar en su interior una deliciosa
    semilla. Esta es la profundidad oculta. Tiene su propio color,
    tamaño, forma, profundidad, gusto, función. Puedes recoger
    los trozos del hueso y encender un fuego con ellos. Incluso
    aunque el carbón ya no sirva, la porción comestible se ha
    convertido en parte de ti mismo.”
    Tan pronto como el buscador obtiene cierto grado de
    percepción sobre las verdaderas funciones de la existencia,
    deja de formular las preguntas que antes le parecían tan
    urgentemente relevantes para la visión completa. Además, ve
    que una situación puede ser transformada por hechos que
    en apariencia no tienen relevancia. El cuento de la manta lo
    destaca:

    Nasrudín y su esposa se despertaron una noche al oír a dos
    hombres peleándose bajo su ventana. Ella lo mandó afuera
    para que averiguara qué estaba sucediendo. Se envolvió con
    la manta y bajó las escaleras. Apenas se acercó a los hombres,
    uno de ellos le arrebató su única manta. Luego ambos huyeron
    corriendo.
    “¿Por qué se peleaban, querido?”, le preguntó su esposa
    cuando entró al dormitorio.
    “Aparentemente por mi manta. En cuanto me la quitaron,
    se fueron.”
    Un vecino fue a ver a Nasrudín para pedirle prestado su
    asno. “Ya se lo he prestado a otro”, dijo el Mulá.
    En aquel momento se oyó rebuznar al asno desde algún
    lugar del establo.
    “¡Pero si lo puedo oír rebuznar desde acá!”
    “¿A quién le vas a creer”, replicó Nasrudín, “a mí o a un
    asno?”



    La experiencia de esta dimensión de la realidad permite
    al Sufi evitar el egoísmo y el ejercicio del mecanismo de la
    racionalización: el modo de pensamiento que aprisiona a una
    parte de la mente. Nasrudín, al desempeñar por un momento
    el papel del ser humano típico, nos hace comprender
    claramente este punto:

    Un pueblerino fue a ver al Mulá y le dijo: “Tu toro ha
    corneado a mi vaca. ¿Tengo derecho a una compensación?”
    “No”, dijo de inmediato Nasrudín, “el toro no es
    responsable de sus acciones.”
    “Lo siento”, dijo el astuto aldeano, “te lo he contado al
    revés. Quise decir que ha sido tu vaca la que fue corneada por
    mi toro. Pero la situación es la misma.”
    “¡Oh, no!”, replicó Nasrudín. “Creo que debería consultar
    mis libros de leyes para ver si existe un precedente para ello.”



    Dado que todo el conjunto del pensamiento intelectual
    humano es expresado en términos de razonamiento externo,
    Nasrudín, como maestro Sufi, insiste una y otra vez con la
    falsedad de la valoración ordinaria. Los intentos de plasmar
    en palabras o por escrito la experiencia mística misma nunca
    han tenido éxito, porque “los que saben no lo necesitan;
    aquellos que no saben no pueden conseguirlo sin ayuda”.
    Dos relatos de cierta importancia son utilizados a menudo
    en conjunción con la enseñanza Sufi, con objeto de preparar
    la mente para experiencias fuera de los patrones habituales.

    En el primer cuento, Nasrudín recibe la visita de un aspirante
    a discípulo. El hombre, después de muchas vicisitudes, llega a
    la choza en la montaña donde el Mulá está sentado. Sabiendo
    que cada acto del iluminado Sufi es significativo, el recién
    llegado pregunta a Nasrudín por qué está soplando sobre sus
    manos. “Para protegerlas del frío, naturalmente.”
    Poco después, Nasrudín llena dos tazones de sopa, y sopla
    sobre el suyo. “¿Por qué hace esto, maestro?”, pregunta el
    discípulo. “Para enfriarla, por supuesto”, dijo el maestro.

    En este punto el discípulo abandona a Nasrudín, incapaz
    de seguir confiando en un hombre que emplea el mismo
    proceso para llegar a diferentes resultados: calor y frío.
    Examinar una cosa por medio de sí misma  – la mente
    por medio de la mente, la creación tal como la ve un ser
    creado pero no desarrollado – es imposible. La teorización
    basada en métodos tan subjetivos puede ser válida en el
    corto plazo o para fines específicos. Sin embargo, para el Sufi
    tales teorías no representan la verdad. Aunque obviamente
    no puede suministrar una alternativa con meras palabras,
    puede  – y lo hace  – exagerar o caricaturizar el proceso
    para desenmascararlo. Una vez hecho esto, queda abierta la
    puerta para buscar un sistema alternativo de evaluación de la
    correlación de los fenómenos.

    “Todos los días”, dice Nasrudín a su mujer, “estoy más y
    más sorprendido de la manera eficiente en que este mundo está
    organizado generalmente para el beneficio de humanidad.”
    “¿A qué te refieres, exactamente?”
    “Pues, por ejemplo los camellos. ¿Por qué supones que no
    tienen alas?”
    “No tengo idea.”
    “Bueno, imagina si los camellos tuvieran alas: podrían
    anidar en los techos de las casas y destruir nuestra paz al
    rumiar sobre ellos y escupirnos su bolo alimenticio.”






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