***
Gloria poseía en la sangre el buen vino portugués y también era
amanerada en el bamboleo que hacía al caminar a causa de la sangre
africana que llevaba escondida. A pesar de ser blanca, tenía en sí la fuerza
de lo mulato. Los cabellos crespos se los oxigenaba de amarillo huevo y las
raíces siempre quedaban oscuras. Pero aún oxigenada ella era rubia, lo
que significaba un peldaño más para Olímpico. Además de tener una
ventaja que ningún nordestino podía despreciar. Cuando Macabea se la
presentó, Gloria le dijo: “¡soy carioca de pura cepa!” Olímpico no entendió
lo que significaba “de pura cepa” pues era una jerga del tiempo de cuando
el padre de Gloria era joven. El hecho de ser carioca la hacía pertenecer al
ambicionado clan del sur del país. Viéndola, él enseguida adivinó que, a
pesar de fea, Gloria estaba bien alimentada. Y eso hacía de ella material de
buena calidad.
Mientras, el noviazgo con Macabea había entrado en una rutina tibia,
si es que alguna vez había experimentado lo caliente. Muchas veces él no
aparecía en la parada del ómnibus. Pero por lo menos era un novio. Y
Macabea sólo pensaba el día en que él quisiese comprometerse. Y casarse.
Posteriormente de investigación en investigación, Olímpico supo que
Gloria tenía madre, padre y comida caliente en la hora justa. Eso la volvía
de primera calidad. Olímpico cayó en un éxtasis cuando supo que el padre
de ella trabajaba en una carnicería.
Por las caderas se adivinaba que ella sería buena pariendo. Le pareció
que Macabea, en cambio, terminaba en ella misma.
Olvidé decir que era realmente asombroso que para el cuerpo casi
marchito de Macabea fuese tan vasto su soplo de vida, casi ilimitado y tan
abundante como el de una doncella embarazada, embarazada por sí misma
mediante partenogénesis. Ella tenía sueños esquizoides en los que
aparecían gigantescos animales antediluvianos como si hubiese vivido en
las épocas más remotas de esta tierra sangrienta.
Fue entonces (explosión) que se deshizo de repente el noviazgo entre
Olímpico y Macabea. Noviazgo tal vez extraño pero por lo menos pariente
de algún pálido amor. Él le avisó que había encontrado otra chica y que
esa chica era Gloria. (Explosión) Macabea supo ver bien lo que había
sucedido entre Olímpico y Gloria: los ojos de ambos se habían besado.
Enfrentado a la cara un poco demasiado inexpresiva de Macabea, él
hasta le quiso decirle alguna gentileza que suavizara el momento del adiós
definitivo. Y al despedirse le dijo:
—Macabea, sos como un pelo en la sopa. No dan ganas de comer.
Disculpame si te ofendo, pero soy sincero. ¿Estás ofendida?
—¡No, no, no! ¡Ah, por favor, quiero irme! ¡Por favor, decime adiós
ahora!
Mejor es que yo no hable de felicidad o infelicidad. Provoca aquella
nostalgia desmayada y lila, aquel perfume de violeta, las aguas heladas de
la mansa marea en espumas sobre la arena. Yo no quiero provocar porque
duele.
Macabea, me olvidé de decirlo, tenía una infelicidad: era sensual.
¿Cómo en un cuerpo derruido como el de ella cabía tanta lascivia, sin que
ella lo supiese? Misterio. Le había pedido a Olímpico, al comenzar el
noviazgo, una foto pequeña de tamaño 3x4 donde él salía riéndose para
mostrar el canino de oro y ella se quedaba tan excitada que rezaba tres
padrenuestros y dos avemarías para calmarse.
En el momento en que Olímpico la dejó, la reacción de ella (explosión)
surgió de repente inesperada: se puso sin más ni menos a reír. Reía porque
no se acordó de llorar. Sorprendido, Olímpico, sin entender, se rió a
carcajadas.
Se pusieron a reír los dos. Ahí él tuvo un gesto que, por fin, era una
delicadeza: le preguntó si se estaba riendo de los nervios. Ella dejó de reír y
dijo muy, muy cansada:
—No sé...
Macabea entendió una cosa: Gloria era un estruendo de la existencia.
Y todo se debía a que Gloria era gorda. La gordura siempre había sido el
ideal secreto de Macabea, pues en Maceió había oído que un joven decía a
una gorda que pasaba por la calle: “¡qué hermosura tu gordura!” A partir
de entonces ambicionaba tener carnes y fue cuando hizo el único pedido de
su vida. Le pidió a la tía que le comprase hígado de bacalao. (Ya entonces
tenía predilección por las publicidades.) La tía le preguntó: ¿pensás que es
de hija de buena familia querer esos lujos?
Después que Olímpico se despidió, ya que ella no era una persona
triste, trató de continuar como si no hubiese perdido nada. (Ella no sintió
desesperación, etc. etc.) Además, ¿qué es lo que ella podía hacer? Porque
ella era perseverante. Y hasta la tristeza también era cosa de ricos, para
quien podía, para quien no tenía nada que hacer. Tristeza era lujo.
Me olvidé de decir que, al día siguiente al que él la había largado, ella
tuvo una idea. Ya que nadie la festejaba, ni mucho menos le ofrecía
compromiso, daría una fiesta para sí misma. La fiesta consistió en
comprar, sin necesidad, un lápiz labial nuevo, no color rosa como el que
usaba, sino rojo chillante. En el baño de la oficina se pintó toda la boca y
hasta fuera de los contornos para que sus labios finos tuvieran esa cosa
rara de los labios de Marilyn Monroe. Una vez pintada se quedó mirando
en el espejo la figura que, a su vez, la miraba asustada. Porque en vez de
lápiz labial parecía que le había brotado de los labios sangre espesa por un
puñetazo en plena boca, con rotura de dientes y carne rasgada (pequeña
explosión). Cuando volvió para su lugar de trabajo, Gloria se rió de ella:
—¿Te volviste loca, querida? ¿Pintarte como una endemoniada?
Parecés la mujer de un soldado.
—¡Soy una chica virgen! No soy mujer de soldado ni de marinero.
—Perdoná que te pregunte pero ¿ser fea duele?
—Nunca pensé en eso, creo que un poquito duele. Pero yo te pregunto
si vos, que sos fea, sentís dolor.
—¡¡¡Yo no soy fea!!! —gritó Gloria.
Después todo pasó y Macabea retomó su placer de no pensar en nada.
Vacía, vacía. Como dije, ella no tenía ángel de la guarda. Pero se las
arreglaba como podía. A lo sumo, ella era casi impersonal. Gloria le
preguntó:
—¿Por qué me pedís tanta aspirina? No es que te esté exigiendo nada,
pero las aspirinas cuestan dinero.
—Son para que no me duela.
—¿Cómo es eso? ¿Te duele?
—Todo el tiempo me duele.
—¿Dónde?
—Adentro, no sé explicarlo
Cada vez más le costaba explicarse. Se había transformado en
simplicidad orgánica. Y se las había arreglado de modo de encontrar en las
cosas simples y honestas la gracia de un pecado. Le gustaba sentir el paso
del tiempo. Aunque no tuviese reloj, o por eso mismo, gozaba el dilatado
tiempo. Era supersónica de vida. Nadie percibía que ella superaba con su
existencia la barrera del sonido. Para las otras personas ella no existía. Su
única ventaja sobre los otros era saber tragar las píldoras sin agua, así en
seco. Gloria, que le daba las aspirinas, la admiraba mucho, lo que le daba
a Macabea un baño de calor sabroso en el corazón. Gloria le advirtió:
—Algún día la píldora se te va a pegar en la pared de la garganta y
quedarás como gallina con pescuezo medio cortado, corriendo por ahí.
Un día tuvo un éxtasis. Fue delante de un árbol tan grande que ella
no hubiera podido abrazar su tronco. Pero a pesar del éxtasis ella no vivía
con Dios. Rezaba indiferentemente. Sí. Pero el misterioso Dios de los otros
le proporcionaba, a veces, un estado de gracia. Feliz, feliz, feliz. Ella con el
alma casi en vuelo. También había visto un disco volador. Estaba tentada
en contárselo a Gloria pero no había manera, no sabía hablar. Además,
¿contar qué? ¿El aire? No se cuenta todo porque todo es una hueca nada.
A veces la gracia le agarraba sentada en su escritorio. Entonces se iba
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al baño para estar sola. De pie y sonriendo hasta que se le pasara (me
parece que ese Dios era muy misericordioso con ella: le daba lo que le
quitaba). De pie, pensando en nada, los ojos bien abiertos.
Ni siquiera Gloria era una amiga, sólo era una colega. Gloria rolliza,
blanca e insípida. Tenía un olor raro. Porque sin duda no se lavaba mucho.
Se oxigenaba el vello de las piernas peludas y de las axilas que ella no se
depilaba. Olímpico: ¿y ahí abajo, también será rubia?
En relación a Macabea, Gloria tenía un vago sentimiento maternal.
Cuando Macabea le parecía demasiado caída, le decía:
—¿Y ese ánimo, es a causa de...?
Macabea, que nunca se irritaba con nadie, se irritaba con el hábito
que tenía Gloria de dejar las frases inacabadas. Gloria usaba un agua de
colonia fuerte de sándalo y Macabea, que tenía el estómago delicado, casi
vomitaba al sentir el olor. No decía nada porque Gloria era ahora su
conexión con el mundo. Este mundo estaba compuesto por la tía, Gloria, el
Señor Raimundo y Olímpico —y, en menor medida, por las muchachas con
las que compartía el cuarto. En compensación, se conectaba con una foto
de Greta Garbo de joven. Para mi sorpresa, pues yo no imaginaba a
Macabea capaz de sentir lo que dice un rostro como ese. Greta Garbo,
pensaba ella sin explicarse, esa mujer debe ser la mujer más importante
del mundo. Pero lo que ella quería no era ser la altiva Greta Garbo cuya
trágica sensualidad estaba en un pedestal solitario. Lo que ella quería,
como ya lo dije, era parecerse a Marilyn. Un día, en un raro momento de
confesión, le dijo a Gloria quién le hubiese gustado ser. Y Gloria tuvo un
ataque de carcajadas:
—¿Justo ella, Maca? ¡Vos sí que estás equivocada!
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cont.
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