Antes de salir, sin embargo, se volatilizó repentinamente mi serenidad.
Movimientos inútiles, repetidos, pensamientos rápidos y atropellados. Me
parecía que Daniel estaba junto a mí, su presencia era casi palpable: «Estos
ojos tuyos dibujados en la superficie del rostro, con un pincel fino, poca
tinta. Minuciosos, claros, incapaces de hacer bien o mal…».
En una inspiración súbita, decidí dejarle una nota a Jaime, una nota que
lo hiriera como Daniel lo habría herido. Que lo dejara perturbado,
aplastado. Y, únicamente con el orgullo de mostrarle a Daniel que yo era
«fuerte», sin ningún remordimiento, la escribí deliberadamente, intentando
hacerme sentir lejana e intangible: «Me voy. Estoy cansada de vivir
contigo. Si no logras comprenderme, por lo menos confía en mí: te digo
que merezco ser perdonada. Si fueras más inteligente, te lo diría: no me
juzgues, no perdones, nadie es capaz de hacerlo. Sin embargo, para tu paz,
perdóname».
Ocupé silenciosamente mi lugar junto a Daniel.
Gradualmente me apoderé de su vida diaria, lo sustituí, como una
enfermera, en sus movimientos. Cuidé sus libros, su ropa, volví más claro
su ambiente.
Él no me lo agradecía. Lo aceptaba simplemente, como aceptaba mi
compañía.
En cuanto a mí, desde el instante en que al bajar del tren me aproximé a
Daniel sin ser repelida, mi actitud fue una solamente. Ni de alegría por él
ni de remordimientos por Jaime. Ni propiamente de alivio. Era como si
volviera a mi fuente. Como si anteriormente me hubieran cortado de una
roca, nacida a la vida como mujer, y después retornara a mi verdadera
matriz, como un último suspiro, con los ojos cerrados, serena,
inmovilizándome para la eternidad.
No reflexionaba sobre la situación, pero cuando la analizaba alguna
vez, era siempre del mismo modo: vivo con él y es todo. Permanecía junto
al poderoso, al que sabía, eso me bastaba.
¿Por qué no duró siempre aquella muerte ideal? Un poco de
clarividencia, en ciertos momentos, me advertía de que la paz solo podría
ser pasajera. Adivinaba que no siempre me bastaría vivir a Daniel. Y
profundizaba más en la existencia, concediéndome treguas, aplazando el
momento en que yo misma buscaría la vida, para descubrirla sola, por
medio de mi propio sufrimiento.
cont
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