Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Dom 17 Dic 2023, 22:33

    ***


    La relación de la cosa
    Esta cosa es más difícil de lo que cualquiera puede entender. Insista. No se
    desanime. Parecerá obvio. Pero es extremadamente difícil saber algo de ella.
    Pues envuelve el tiempo.
    Nosotros dividimos el tiempo, cuando en realidad no es divisible. Siempre es
    inmutable. Pero nosotros necesitamos dividirlo. Y por eso se inventó una cosa
    monstruosa: el reloj.
    No voy a hablar de relojes. Sino sobre un determinado reloj. Mi juego es
    claro: digo enseguida lo que tengo que decir sin literatura. Esta relación es la
    antiliteratura de la cosa.
    El reloj del que hablo es electrónico y tiene despertador. La marca es Sveglia,
    que quiere decir «despierta». Despierta para qué, Dios mío. Para el tiempo. Para
    la hora. Para el instante. Ese reloj no es mío. Pero me apoderé de su infernal alma
    tranquila.
    No es de pulsera, está suelto, por tanto. Tiene dos centímetros y está de pie en
    la superficie de la mesa. Yo quería que se llamara Sveglia, tal cual. Pero la dueña
    del reloj quiere que se llame Horacio. Poco importa. Pues lo principal es que él
    es el tiempo.
    Su mecanismo es muy simple. No tiene la complejidad de una persona, pero
    es más gente que mucha gente. ¿Es un superhombre? No, viene directamente del
    planeta Marte, por lo que parece. Si es de allí de donde viene, entonces un día
    volverá a allí. Es tonto decir que no necesita cuerda, eso ya ocurre con otros
    relojes, como el mío de pulsera, es antichoque, puede mojarse a placer. Ésos son
    hasta más que personas. Por lo menos, son de la Tierra. El Sveglia es de Dios.
    Fueron usados cerebros humanos divinos para captar lo que debía ser este reloj.
    Estoy escribiendo sobre él pero todavía no lo he visto. Va a ser el Encuentro.
    Sveglia: despierta, mujer, despierta para ver lo que debe ser visto. Es importante
    estar despierta para ver.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 17 Dic 2023, 22:34

    ***

    Pero también es importante dormir para soñar con la
    falta de tiempo. Sveglia es el Objeto, es la Cosa, con letra mayúscula. ¿Será que
    el Sveglia me ve? Ve, sí, como si yo fuese otro objeto. Él reconoce que a veces
    hay personas que también vienen de Marte.
    Están ocurriéndome cosas, desde que supe de la existencia del Sveglia, que
    más parecen un sueño. Despiértame, Sveglia, quiero ver la realidad. Pero es que
    la realidad parece un sueño. Estoy melancólica porque estoy feliz. No es
    paradójico. Después del acto del amor, ¿no viene una cierta melancolía? La de la
    plenitud. Estoy con deseos de llorar. Sveglia no llora. Además, él no tiene
    circunstancias. ¿Será que su energía tiene peso? Duerme, Sveglia, duerme un
    poco, yo no soporto tu vigilia. Tú no paras de ser. Tú no sueñas. No se puede
    decir que tú «funcionas»: tú no eres funcionamiento, tú sólo eres.
    Tú eres muy delgado. Y nada te sucede. Eres tú quien hace acontecer las
    cosas. Acontéceme, Sveglia, acontéceme. Estoy necesitando un determinado
    acontecimiento sobre el cual no puedo hablar. Y dame otra vez el deseo, que es el
    resorte de la vida animal. Yo no te quiero para mí. No me gusta sentirme vigilada.
    Y tú eres un ojo único abierto siempre como un ojo suelto en el espacio. Tú no me
    quieres mal, pero tampoco me quieres bien. ¿Será que yo también estoy quedando
    así, sin sentimiento de amor? ¿Soy una cosa? Sé que estoy con poca capacidad de
    amar. Mi capacidad de amor fue demasiado pisoteada, Dios mío. Sólo me queda
    un hilo de deseo. Yo necesito que éste se fortifique. Porque no es como tú
    piensas, que sólo la muerte importa. Vivir, cosa que tú no conoces, porque es
    pudrirse, vivir corrompiéndose importa mucho. Un vivir seco: un vivir esencial.
    Si él se descompusiera ¿creería que ha muerto? No, simplemente sería que
    ése salió de sí mismo. Pero tú tienes flaquezas, Sveglia. Yo supe por tu dueña que
    necesitas una capa de cuero para protegerte de la humedad. Supe también, en
    secreto, que una vez te detuviste. La dueña no se asustó: te dio unos golpecitos
    muy simples y tú nunca más te has parado. Yo te entiendo, te perdono: tú viniste
    de Europa y necesitabas un mínimo de tiempo para aclimatarte, ¿no? ¿Quiere
    decir que tú también eres mortal, Sveglia? ¿Tú eres tiempo que para?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 19 Dic 2023, 10:13

    ***

    Ya oí al Sveglia, por teléfono, dar la alarma. Es como en el interior de las
    personas: uno se despierta de dentro hacia fuera. Parece que su electrónico-Dios
    se comunica con nuestro cerebro electrónico-Dios: el sonido es suave, sin la
    menor estridencia. Sveglia marcha como un caballo blanco suelto y sin silla.
    Yo supe de un hombre que poseía un Sveglia y a quien le dio un
    acontecimiento Sveglia. Él caminaba con el hijo de diez años, de noche, y el hijo
    dijo: Cuidado, papá, hay macumba
    [13] ahí. El padre retrocedió (¿no sería que pisó
    de lleno en la vela encendida, apagándola?). No pareció haber ocurrido nada, lo
    que también es mucho de Sveglia. El hombre se fue a dormir. Cuando despertó
    vio que uno de sus pies estaba hinchado y negro. Llamó a los amigos médicos,
    que no vieron ninguna señal de herida: el pie estaba intacto, sólo negro y muy
    hinchado, de aquella inflamación que deja la piel toda estirada. Los médicos
    llamaron a otros colegas. Y nueve médicos decidieron que era gangrena. Tenían
    que amputar el pie. Lo determinaron para el día siguiente, a una hora exacta. El
    hombre se durmió.
    Y tuvo un sueño terrible. Un caballo blanco quería agredirlo y él huía como un
    loco. Todo eso pasaba en el Campo de Santana. El caballo blanco era lindo y
    enjaezado con plata. Pero no tuvo habilidad. El caballo le golpeó el pie,
    pisándolo. En ese momento, el hombre despertó gritando. Pensaron que estaba
    nervioso, le explicaron que eso sucedía cuando se estaba cerca de una operación,
    le dieron un sedante, se durmió otra vez. Cuando despertó, miró inmediatamente
    hacia el pie. Gran sorpresa: el pie estaba blanco y del tamaño normal. Vinieron
    los nueve médicos y no lo supieron explicar.




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    Mensaje por Maria Lua Miér 20 Dic 2023, 20:29

    ***
    Ellos no conocían el enigma del
    Sveglia contra el cual sólo un caballo blanco puede luchar. No había motivo para
    hacer la operación. Sólo que no podía apoyarse en ese pie: flaqueaba. Era la
    marca del caballo de arreos de plata, de la vela apagada, del Sveglia. Pero
    Sveglia quiso triunfar y ocurrió una cosa. La esposa de ese hombre, en perfecto
    estado de salud, en la mesa del comedor, empezó a sentir fuertes dolores en los
    intestinos. Interrumpió la cena y se fue a acostar a la cama. El marido,
    preocupadísimo, fue a verla. Estaba blanca, exangüe. Le tomó el pulso: no tenía.
    La única señal de vida era que su frente se perlaba de sudor. Llamaron al médico,
    quien dijo que podía ser un caso de catalepsia. El marido no se conformó. Le
    descubrió el vientre e hizo sobre él movimientos simples, como él mismo los
    había hecho cuando el Sveglia se había parado, movimientos que no sabía
    explicar.
    La mujer abrió los ojos. Estaba perfectamente bien de salud. Y continúa viva,
    que Dios la guarde.
    Eso tiene que ver con el Sveglia. No sé cómo. Pero que tiene que ver, claro.
    ¿Y el caballo blanco del Campo de Santana, que es plaza de pájaros, palomas y
    cuatíes
    [14]? Muy enjaezado, con adornos de plata, de crines altivas y erizadas.
    Corriendo rítmicamente contra el ritmo del Sveglia. Corriendo sin prisa.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 25 Dic 2023, 08:21

    ***

    Estoy en perfecta salud física y mental. Pero una noche estaba durmiendo
    profundamente y me oyeron decir en voz alta: ¡Quiero tener un hijo con Sveglia!
    Yo creo en el Sveglia. Él no cree en mí. Piensa que miento mucho. Y miento
    justamente. En la Tierra se miente mucho.
    Yo pasé cinco años sin una gripe: eso fue por el Sveglia.
    Y cuando la tuve, duró tres días. Después me quedó una tos seca. Pero el
    médico me recetó un antibiótico y me curé. El antibiótico es el Sveglia.
    Ésta es una relación. El Sveglia no admite cuento o novela u otra cosa. Sólo
    permite transmisión. Apenas admite que yo llame a esto relación. Lo llamo
    descripción del misterio. Y hago lo posible porque sea un relato seco como la
    champaña ultraseca. Pero a veces —pido disculpas— se moja. ¿Podría hablar
    con más dureza en relación con Sveglia?
    No, él sólo es. Y en verdad, Sveglia no tiene nombre íntimo: conserva el
    anonimato. Además, Dios no tiene nombre: conserva el anonimato perfecto: no
    hay lengua que pronuncie su verdadero nombre.
    Sveglia es estúpido: actúa clandestinamente, sin meditar. Voy a decir ahora
    algo muy grave que parecerá herejía: Dios es burro. Porque Él no entiende, no
    piensa, sólo es. Ciertamente, su estupidez se ejecuta a sí misma. Pero Él comete
    muchos errores. Y sabe que los comete. Basta miramos a nosotros mismos, que
    somos un error grave. Basta ver el modo como nos organizamos en sociedad e
    intrínsecamente, de tú a tú. Pero hay un error que Él no comete: Él no muere.
    Sveglia tampoco muere. Todavía no vi a Sveglia, como ya dije. Tal vez sea
    mojado verlo. Sé todo con relación a él. Pero la dueña no quiere que yo lo vea.
    Tiene celos. Los celos llegan a gotear, de tan húmedos. Además, nuestra Tierra
    corre el riesgo de mojarse de sentimientos. El gallo es Sveglia. El huevo es puro
    Sveglia. Pero sólo el huevo entero, completo, blanco, de cascarón seco,
    completamente oval. Por dentro de él hay vida; vida mojada. Pero comer la yema
    cruda es Sveglia.
    ¿Quieren ver qué es Sveglia? El fútbol. Pero Pelé, en cambio, no es. ¿Por
    qué? Imposible de explicar. Quizá porque no ha respetado el anonimato.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 25 Dic 2023, 08:22

    ***

    La disputa es Sveglia. Acabo de tener una con la dueña del reloj. Yo dije: Ya
    que tú no quieres dejarme ver el Sveglia, descríbeme sus discos. Entonces ella se
    puso furiosa —eso es Sveglia— y dijo que tenía muchos problemas —tener
    problemas no es Sveglia—. Entonces intenté calmarla y todo quedó bien. Mañana
    no la llamaré. La dejaré descansar.
    Me parece que escribiré sobre el electrónico sin verlo jamás. Parece que
    tendrá que ser así. Es fatal.
    Tengo sueño. ¿Estará permitido? Sé que soñar no va con Sveglia. El número
    está permitido. Aunque el seis no lo sea. Rarísimos poemas están permitidos. De
    novela, ni se puede hablar. Tuve una empleada por siete días, llamada Severina, y
    que había pasado hambre de niña. Le pregunté si estaba triste. Me dijo que no era
    alegre ni triste: era así, justamente. Ella era Sveglia. Pero yo no lo era y no pude
    soportar la ausencia de sentimiento.
    Suecia es Sveglia.
    Pero ahora me voy a dormir, aunque no deba soñar.
    El agua, a pesar de ser mojada por excelencia, es Sveglia. Escribir es. Pero el
    estilo no es. Tener senos es. El órgano masculino es demasiado Sveglia. La
    bondad no es. Pero la no bondad, el darse, es. Bondad no es lo opuesto a maldad.
    ¿Estaré escribiendo mojado? Me parece que sí. Mi apellido es. Ya mi nombre
    es demasiado dulce, es para el amor. No tener ningún secreto —y, sin embargo,
    mantener el enigma— es Sveglia. En la puntuación, los puntos suspensivos no lo
    son. Si alguien llega a entender esta mi irrevelada relación, ese alguien es. Parece
    que yo no soy yo, de tanto yo que soy. El Sol es, la Luna no. Mi cara es.
    Probablemente la suya también es. El whisky es. Y, por increíble que parezca, la
    Coca-Cola es, pero la Pepsi-Cola nunca fue. ¿Estoy haciendo propaganda gratis?
    Eso está mal, ¿sabes, Coca-Cola?
    Ser fiel es. El acto del amor contiene en sí una desesperación que es.
    Ahora voy a contar una historia. Pero antes quiero decir que quien me contó
    esta historia fue una persona que, a pesar de ser bondadosísima, es Sveglia.
    Ahora me estoy muriendo de cansancio. Sveglia —si uno no tiene cuidado—
    mata.




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    Mensaje por Maria Lua Miér 27 Dic 2023, 16:28

    ***

    La historia es la siguiente:
    Sucede en una localidad llamada Coelho Neto, en Guanabara. La mujer de la
    historia era muy desgraciada porque tenía una herida en la pierna y la herida no
    cerraba. Trabajaba mucho y el marido era cartero. Ser cartero es Sveglia. Tenían
    muchos hijos. Y casi nada para comer. Pero ese cartero tomó sobre sí la
    responsabilidad de hacer feliz a su mujer. Ser feliz es Sveglia. Y el cartero
    resolvió la situación. Le mostró a una vecina, quien era estéril y sufría mucho por
    eso. No había modo de tener un hijo. Le enseñó a su mujer cómo era feliz por
    tener hijos. Y ella se volvió feliz, aun con la poca comida. Le enseñó también el
    cartero que otra vecina tenía hijos pero el marido bebía mucho y la golpeaba, a
    ella y también a los hijos. Mientras que él no bebía y nunca había golpeado a su
    mujer o a sus hijos. Lo que la hizo feliz.
    Todas las noches ellos sentían lástima por la vecina estéril y por la que era
    golpeada por el marido. Todas las noches ellos eran muy felices. Y ser feliz es
    Sveglia. Todas las noches.
    Yo quería llegar a la página 9 en la máquina de escribir. El número 9 es casi
    inalcanzable. El número 13 es Dios. La máquina de escribir es. El peligro de que
    llegue a no ser más Sveglia es cuando se mezcla un poco con los sentimientos de
    la persona que está escribiendo.
    Me repugnó el cigarrillo Cónsul, que es mentolado y dulce. En cambio, el
    cigarrillo Carlton es seco, es duro, es áspero, y sin complicidad con el fumador.
    Como cada cosa es y no es, no me molesta hacer propaganda gratis al Carlton.
    Pero, en cuanto a la Coca-Cola, no perdono.





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    Mensaje por Maria Lua Miér 27 Dic 2023, 16:29

    ***

    Quiero mandar esta relación a la revista Señor y quiero que me paguen muy
    bien.
    Como usted es Sveglia, juzgue si mi cocinera, que cocina bien y canta el día
    entero, es.
    Me parece que voy a concluir esta relación esencial para explicar los
    fenómenos enérgicos de la materia. Pero no sé qué hacer. Ah, me voy a vestir.
    Hasta nunca más, Sveglia. El cielo es muy azul. Las olas blancas de espuma
    del mar son más que mar. (Ya me despedí del Sveglia, sólo continuaré hablando
    por vicio, tengan paciencia). El olor del mar mezcla masculino y femenino y nace
    en el aire un hijo que es.
    La dueña del reloj me dijo hoy que él es el dueño de ella. Me dijo que él tiene
    unos agujeritos oscuros por donde sale el sonido suave como una ausencia de
    palabras, sonido de satín. Tiene un disco interior dorado. El disco exterior es
    plateado, casi sin color, como una aeronave en el espacio, metal volando. ¿La
    espera es o no es? No sé responder porque sufro de urgencia y quedo
    incapacitada para juzgar esta pregunta sin implicarme emocionalmente. No me
    gusta esperar.
    Un cuarteto de música es muchísimo más que una sinfonía. La flauta es. El
    clavicordio tiene un elemento de terror: los sonidos salen abiertos y quebradizos.
    Cosa de alma de otro mundo.
    Sveglia, ¿cuándo me dejarás en paz finalmente? ¿Me vas a perseguir toda la
    vida, transformando la claridad en insomnio perenne? Ya te odio. Ya querría
    poder escribir una historia: un cuento o novela o una transmisión. ¿Cuál va a ser
    mi próximo paso en la literatura? Temo que no escribiré más. Pero también es
    cierto que otras veces supuse que no escribiría más, y escribí. No obstante, ¿qué
    he de escribir, Dios mío? ¿Me contaminé con la matemática de Sveglia y sólo
    sabré hacer relaciones?
    Ahora voy a terminar esta descripción de misterio. Ocurre que estoy muy
    cansada. Voy a bañarme antes de salir y me perfumaré con un perfume que es un
    secreto mío. Sólo digo una cosa de él: es agreste y un poco áspero, con una
    dulzura escondida. Él es.
    Adiós, Sveglia. Adiós para siempre jamás. Hay una parte de mí que tú ya
    mataste. Ya he muerto y me estoy pudriendo. Morir es.
    Y ahora, ahora adiós.







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    Mensaje por Maria Lua Jue 28 Dic 2023, 19:06


    Las artimañas de doña Frozina




    —También, con ese dinero raquítico…
    Eso es lo que la viuda doña Frozina dice del montepío. Pero alcanza para
    comprar Leche de Rosas y tomar verdaderos baños con el líquido lechoso. Dicen
    que su piel es sensacional. Usa desde jovencita el mismo producto y tiene un olor
    a mamá.
    Es muy católica y vive en las iglesias. Todo eso oliendo a Leche de Rosas.
    Como una niña. Quedó viuda a los veintinueve años. Y desde entonces, nada de
    hombres. Viuda a la moda antigua. Severa. Sin escote y siempre con mangas
    largas.
    —Doña Frozina, ¿cómo pudo arreglárselas sin un hombre? —me gustaría
    preguntarle.
    La respuesta sería:
    —Astucias, hija mía, astucias.
    Dicen de ella: mucha gente joven no tiene su espíritu. Ya anda en los setenta
    años, la excelentísima señora doña Frozina. Es buena suegra y óptima abuela. Fue
    buena paridera. Y continuó fructificando. A mí me gustaría tener una conversación
    seria con doña Frozina.
    —Doña Frozina, ¿usted tiene algo que ver con doña Flor y sus tres maridos?
    [15]
    —¡Qué dice, amiga mía, qué gran pecado! Soy viuda virgen, hija mía.
    Su marido se llamaba Epaminondas, y de apellido, Mozo.
    Oiga, doña Frozina, hay nombres peores que el suyo. Conozco a una que se
    llama Flor de Lis, y como encontraron malo el nombre, le dieron un apellido
    peor: Miñora. Casi Miñoca
    [16]
    . ¿Y aquellos padres que llamaron a sus hijos
    Brasil, Argentina, Colombia, Bélgica y Francia? Por lo menos, usted escapó de
    ser un país. La señora y sus astucias. «Se gana poco», dice, «pero es divertido».









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    Mensaje por Maria Lua Jue 28 Dic 2023, 19:07

    ***

    ¿Divertido? ¿Entonces no conoce el dolor? ¿Fue evitando el dolor a lo largo
    de la vida? Sí, señora, con mis astucias lo fui evitando.
    Doña Frozina no bebe Coca-Cola. Le parece demasiado moderna.
    —¡Pero todo el mundo la toma!
    —¡Por Dios! Parece insecticida para cucarachas, Dios me libre y me guarde.
    Pero si le encuentra gusto al remedio es porque ya la probó.
    Doña Frozina usa el nombre de Dios más de lo que debiera. No se debe usar
    el nombre de Dios en vano. Pero con ella no va esa ley.
    Y ella se agarra a los santos. Los santos ya están hartos de ella, de tanto que
    abusa. De «Nuestra Señora» ni hablar; la madre de Jesús no tiene sosiego. Y,
    como viene del Norte, vive diciendo: «¡Virgen María!» a cada sorpresa. Y son
    muchas sus sorpresas de viuda ingenua.
    Doña Frozina rezaba todas las noches. Hacía una oración para cada santo.
    Pero entonces ocurrió el desastre: se durmió a la mitad.
    —Doña Frozina, ¡qué horrible, dormirse en medio del rezo y dejar a los
    santos así, sin más!
    Ella contestó con un gesto de mano de despreocupación:
    —Ah, hija, que cada uno agarre el suyo.
    Tuvo un sueño muy raro: soñó que veía al Cristo del Corcovado (¿dónde
    estaban los brazos abiertos?; estaban bien cruzados) y el Cristo estaba hastiado,
    como si dijera: ustedes, arréglenselas, yo estoy harto. Era un pecado, ese sueño.
    Doña Frozina, llena de artimañas. Quédese con su Leche de Rosas, Io me ne
    vado. (¿Es así como se dice en italiano cuando alguien se quiere ir?).
    Doña Frozina, excelentísima señora, quien está harta de usted soy yo. Adiós,
    pues. Me dormí en medio del rezo.
    P. D. Busque en el diccionario lo que quiere decir maniganças
    [17]
    . Pero le
    adelanto el trabajo. Manigança: prestidigitación; maniobra misteriosa; artes de
    encantamiento. (Del Pequeño diccionario brasileño de la Lengua portuguesa).
    Un detalle antes de acabar:
    Doña Frozina, cuando era pequeña, allá, en Sergipe, comía en cuclillas detrás
    de la puerta de la cocina. No se sabe por qué.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 29 Dic 2023, 12:33

    ***
    El muerto en el mar de Urca




    Yo estaba en el apartamento de doña Lourdes, costurera, probándome mi vestido
    pintado por Olly, y doña Lourdes dijo: murió un hombre en el mar, mire a los
    bomberos. Miré y sólo vi el mar que debía estar muy salado, mar azul, casas
    blancas. ¿Y el muerto?
    El muerto en salmuera. ¡No quiero morir!, grité para mí misma, muda dentro
    de mi vestido. El vestido es amarillo y azul. ¿Y yo? Muerta de calor, no muerta en
    el mar azul.
    Voy a contar un secreto: mi vestido es lindo y no quiero morir. El viernes el
    vestido estará en casa, el sábado me lo pondré. Sin muerte, sólo mar azul.
    ¿Existen las nubes amarillas? Existen doradas. Yo no tengo historia. ¿El muerto la
    tiene? Sí: fue a bañarse al mar de Urca, el bobo, y murió; ¿quién lo mandó? Yo me
    baño en el mar con cuidado, no soy tonta, y sólo voy a Urca para probarme el
    vestido. Y tres blusas. S. fue conmigo. Ella es minuciosa en la prueba. ¿Y el
    muerto? ¿Minuciosamente muerto?
    Voy a contar una historia: era una vez un muchacho joven a quien le gustaba
    bañarse en el mar. Por eso, fue una mañana de miércoles a Urca. En Urca, en las
    piedras de Urca, está lleno de ratones, por eso yo no voy. Pero el joven no les
    prestaba atención a los ratones. Ni los ratones le prestaban atención a él. Al
    caserío blanco de Urca, a eso no le prestaba atención. Y había una mujer
    probándose un vestido y que llegó demasiado tarde: el joven ya estaba muerto.
    Salado. ¿Había pirañas en el mar? Hice como que no entendía. No entiendo la
    muerte. ¿Un joven muerto?
    Muerto por bobo que era. Sólo se debe ir a Urca para probarse un vestido
    alegre. La mujer, que soy yo, sólo quiere alegría. Pero yo me inclino frente a la
    muerte. Que vendrá, vendrá, vendrá. ¿Cuándo? Ahí está, puede venir en cualquier
    momento. Pero yo, que estaba probándome un vestido al calor de la mañana, pedí
    una prueba de Dios. Y sentí una cosa intensísima, un perfume demasiado intenso a
    rosas. Entonces, tuve la prueba. Dos pruebas: de Dios y del vestido.
    Sólo se debe morir de muerte natural, nunca por un desastre, nunca por ahogo
    en el mar. Yo pido protección para los míos, que son muchos. Y la protección,
    estoy segura, vendrá.
    Pero ¿y el joven? ¿Y su historia? Es posible que fuera estudiante. Nunca lo
    sabré. Me quedé sólo mirando el mar y el caserío. Doña Lourdes, imperturbable,
    preguntándome si ajustaba más la cintura. Yo le dije que sí, que la cintura tiene
    que verse apretada. Pero estaba atónita. Atónita en mi precioso vestido.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 30 Dic 2023, 18:32

    ***

    Silencio




    Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno
    intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un
    programa, frágil punto que apenas nos une al súbitamente improbable día de
    mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la
    desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene
    vergüenza. Los oídos se afinan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha:
    ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del
    silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si eres muerte, cómo
    alcanzarte.
    Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin
    fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la
    posibilidad de una puerta que se abra rechinando, de una cortina que se abra y
    diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El
    viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo
    emblanquece todo, los niños ríen, los pasos rechinan y dejan huella. Hay una
    continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar
    del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría
    de la nieve: ¿has oído el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
    La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas,
    con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se
    cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya
    vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
    Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas
    de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con
    esperanza por las escaleras.
    Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu
    atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.






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    Mensaje por Maria Lua Sáb 30 Dic 2023, 18:33

    ***


    El corazón late al reconocerlo.
    Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron
    y para siempre se perdieron. Pero es inútil esquivarse: el silencio está ahí. Aun el
    sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el
    silencio parece aguardar una respuesta —cómo ardemos por ser llamados a
    responder—, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio.
    Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga,
    como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones,
    trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan
    suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la
    justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
    Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el
    silencio.
    Se puede intentar engañarlo, también. Se deja caer como por casualidad el
    libro de cabecera al suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se
    pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara?
    Esperanza inútil. El canto tan sólo atravesaría como una leve flauta el silencio.
    Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él,
    nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que se entre. Que no se
    espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si
    estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en
    un navío. Y éste navegara tan morosamente que ignoráramos que nos estamos
    moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las
    estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay,
    siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene
    que presentarse frente a la nada solito y solito latir fuerte en las tinieblas. Sólo se
    escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente
    desnudo, no es comunicación, es sumisión. Porque nosotros no fuimos hechos sino
    para el pequeño silencio.
    Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad
    frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande
    dentro de nosotros. Que se espere. Uno insoluble por el otro. Uno al lado del otro,
    dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio,
    sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
    Después, nunca más se olvida. Es inútil hasta intentar huir a otra ciudad.
    Porque cuando menos se espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la
    calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y
    otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra.
    Los oídos se asombran, la mirada se desorbita: helo ahí. Y desde entonces, él es
    fantasma.



    FIN








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    Mensaje por Maria Lua Dom 31 Dic 2023, 21:53

    ***

    Una tarde plena


    El saguino
    [18] es tan pequeño como un ratón, y del mismo color.
    La mujer, después de sentarse en el autobús y de lanzar una mirada tranquila
    de propietaria sobre los asientos, ahogó un grito: a su lado, en la mano de un
    hombre gordo, estaba lo que parecía un ratón inquieto y que en verdad era un
    vivísimo saguino. Los primeros momentos de la mujer versus el saguino se
    consumieron en intentar sentir que no se trataba de un ratón disfrazado.
    Cuando se logró eso, comenzaron momentos deliciosos e intensos: la
    observación del animal. Todo el autobús, además, no hacía otra cosa.
    Pero era privilegio de la mujer estar al lado del personaje principal. Desde
    donde estaba podía, por ejemplo, reparar en la pequeñez de la lengua del saguino:
    un trazo de lápiz rojo.
    Y tenía sus dientes, también: casi se podían contar millares de dientes dentro
    de la raya de la boca, y cada fragmento menor que el otro, y más blanco. El
    saguino no cerró la boca ni un instante.
    Los ojos eran redondos, hipertiroideos, combinando con un ligero
    prognatismo, y esa mezcla, que le daba un aire extrañamente impúdico, formaba
    una cara medio desvergonzada de niño de la calle, de esos que están
    permanentemente resfriados y que al mismo tiempo chupan un caramelo y sorben
    la nariz.
    Cuando el saguino dio un brinco sobre el cuello de la señora, ésta contuvo un
    estremecimiento, y el placer escondido de haber sido elegida.
    Pero los pasajeros la miraron con simpatía, aprobando el acontecimiento, y,
    un poco ruborizada, ella aceptó ser la tímida favorita. No lo acarició porque no
    sabía si ése era el gesto que debía hacer.
    Y, sin embargo, el animal no sufría por falta de cariño. En verdad su dueño, el
    hombre gordo, sentía por él un amor sólido y severo, de padre a hijo, de amo a
    mujer. Era un hombre que, sin una sonrisa, tenía el llamado corazón de oro. La
    expresión de su rostro era hasta trágica, como si él tuviera una misión. ¿La misión
    de amar? El saguino era su mascota en la vida.
    El autobús, en la brisa, como embanderado, avanzaba. El saguino comió un
    bizcocho. El saguino se rascó rápidamente la redonda oreja con la pierna fina de
    atrás. El saguino gritó. Se colgó de la ventana, y atisbo lo más rápidamente que
    pudo, despertando en los autobuses opuestos caras que se sorprendían y que no
    tenían tiempo de averiguar lo que habían visto.
    Mientras tanto, cerca de la mujer, una señora contó a otra señora que tenía un
    gato. Que el gato tenía actitudes amorosas, contó.
    Fue en ese ambiente de familia feliz cuando un camión quiso adelantar al
    autobús, y casi ocurrió un accidente fatal. Hubo gritos. Todos saltaron deprisa. La
    mujer, retrasada, a punto de llegar tarde, tomó un taxi.
    Sólo en el taxi se acordó de nuevo del saguino.
    Y lamentó con una sonrisa sin gracia que, estando los días que corrían tan
    llenos de noticias en los diarios que no la concernían, los acontecimientos se
    distribuyeran tan mal, al punto de que un saguino y casi un accidente sucedieran al
    mismo tiempo.
    «Apuesto», pensó, «a que nada más me ocurrirá durante mucho tiempo,
    apuesto a que ahora voy a entrar en la época de las vacas flacas». Que era, en
    general, su tiempo.
    Pero ese mismo día sucedieron otras cosas. Todas dentro de la categoría de
    bienes declarables. Sólo que no eran comunicables. Esa mujer era, además, un
    poco silenciosa consigo misma y no se entendía muy bien a sí misma.
    Pero así es. Y nunca se supo de un saguino que haya dejado de nacer, vivir y
    morir, sólo por no entenderse o no ser entendido.
    De todos modos fue una tarde animada.


    MENSAJE PARA ÉRICO VERÍSSIMO


    No estoy de acuerdo con usted cuando dice: «Disculpen, pero no soy
    profundo».
    Usted es profundamente humano; y ¿qué más se puede pedir de una persona?
    Usted tiene grandeza de espíritu. Un beso para usted, Érico.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 01 Ene 2024, 19:57

    ***


    Tanta mansedumbre




    Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que
    no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no
    quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría,
    alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el
    corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi
    palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy
    sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más
    silencioso de existir.
    Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la
    angustia y del dolor. Pero cómo es que me las arreglo con esa simple y tranquila
    alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La
    palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ésta se
    había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.
    Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por costumbre estoy
    buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no
    tengo dolor que consolar.
    Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se
    torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se aparezca a la
    agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo
    ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo
    conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo
    que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir
    dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.
    Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el
    mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me
    necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas
    como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si,
    inmediatamente después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente
    el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una
    campesina que está en un campo donde llueve. Ni siquiera dando las gracias a
    Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que
    agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy
    una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no
    está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se
    podría llamar estar vivo. No es más que esto, sino esto: vivo. Y sólo vivo de una
    alegría mansa.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 03 Ene 2024, 11:04

    ***


    Tempestad de almas



    Ah, si lo hubiera sabido, no nacía, ah, si lo hubiera sabido, no nacía. La locura es
    vecina de la más cruel sensatez. Devoro la locura porque ella me alucina
    calmadamente. El anillo que tú me diste era de vidrio y se rompió y el amor no
    terminó, pero, en lugar de él, vino el odio de los que aman. La silla es un objeto.
    Inútil mientras la miro. Dime, por favor, qué hora es para que yo sepa que estoy
    viviendo en esta hora. La creatividad es desencadenada por un germen y yo no
    tengo hoy ese germen, pero tengo incipiente la locura que en sí misma es creación
    válida. Nada más tengo que ver con la validez de las cosas. Estoy liberada o
    perdida. Voy a contarles un secreto: la vida es mortal. Mantenemos ese secreto en
    mutismos cada uno frente a sí mismo porque conviene, si no, sería volver cada
    instante mortal. El objeto silla siempre me interesó. Miro esta que es antigua,
    comprada en un anticuario, y estilo imperio; no se podría imaginar mayor
    simplicidad de líneas, contrastando con el asiento de fieltro rojo. Amo los objetos
    en la medida en que éstos no me aman. Pero si no comprendo lo que escribo no es
    mi culpa. Tengo que hablar, pues hablar salva. Pero no tengo una sola palabra que
    decir. Las palabras ya dichas me amordazan la boca. ¿Qué es lo que una persona
    le dice a otra? Además del «Hola, ¿qué tal?». Si tuvieran la locura de la
    franqueza, ¿qué se dirían las personas, unas a otras? Y lo peor sería lo que se
    diría una persona a sí misma, pero sería la salvación, aunque la franqueza esté
    determinada por el nivel consciente y el terror de la franqueza venga de la parte
    que está en el vastísimo inconsciente que me liga al mundo y a la creadora
    inconsciencia del mundo. Hoy es día de muchas estrellas en el cielo, por lo menos
    así promete esta tarde triste que una palabra humana salvaría.
    Abro bien los ojos, y no pasa nada: sólo veo. Pero el secreto, no lo veo ni lo
    siento. El tocadiscos está descompuesto y vivir sin música es traicionar la
    condición humana que está rodeada de música. Además, la música es una
    abstracción del pensamiento, hablo de Bach, de Vivaldi, de Haendel. Sólo puedo
    escribir si estoy libre, y libre de censura, si no, sucumbo. Miro la silla estilo
    imperio y entonces es como si ésta también me hubiera mirado y visto. El futuro
    es mío mientras viva. En el futuro se va a tener más tiempo de vivir y, de paso,
    escribir. En el futuro, se dice: si lo llego a saber, yo no habría nacido. Marli de
    Oliveira, yo no te escribo cartas porque sólo sé ser íntima. Además, sólo sé ser
    íntima en todas las circunstancias, por eso, soy muy callada. Todo lo que nunca se
    hizo, ¿se hará un día? El futuro de la tecnología amenaza destruir todo lo que es
    humano en el hombre, pero la tecnología no alcanza a la locura, y en ella es donde
    lo humano del hombre se refugia. Veo las flores en el jarrón: son flores del
    campo, nacidas sin ser plantadas, son lindas y amarillas. Pero mi cocinera dice:
    ¡huy!, qué flores tan feas. Sólo porque es difícil comprender y amar lo que es
    espontáneo y franciscano. Entender lo difícil no es mérito, pero amar lo fácil de
    amar es un gran paso en la escala humana. Cuántas mentiras estoy obligada a
    decir. Pero me gustaría no estar obligada a mentir conmigo misma. Si no, ¿qué me
    queda? La verdad es el residuo final de todas las cosas, y en mi inconsciente está
    la verdad que es la misma del mundo. La Luna está, como diría Paul Éluard,
    éclatante de silence. Hoy no sé si vamos a tener Luna visible, pues ya es tarde y
    no la veo en el cielo. Una vez miré de noche el cielo, abarcándolo con la cabeza
    echada hacia atrás, y me quedé mareada de tantas estrellas que se ven en el
    campo, pues el cielo del campo es limpio. No hay lógica, si se piensa un poco en
    la ilogicidad perfectamente equilibrada de la naturaleza. De la naturaleza humana
    también. ¿Qué sería del mundo, del cosmos, si el hombre no existiera? Si yo
    pudiera escribir siempre así, como estoy escribiendo ahora, estaría en plena
    tempestad del cerebro, que es lo que significa brainstorm. ¿Quién habrá
    inventado la silla? Alguien con amor a sí mismo. Inventó, entonces, una mayor
    comodidad para su cuerpo. Después los siglos se sucedieron y nadie más prestó
    realmente atención a una silla, pues usarla es casi automático. Es preciso tener
    valor para hacer un brainstorm: nunca se sabe lo que puede venir a asustarnos. El
    monstruo sagrado murió: en su lugar nació una niña que estaba sola. Bien sé que
    tendré que parar, no debido a la falta de palabras, sino porque estas cosas, y
    sobre todo las que sólo pensé y no escribí, no suelen publicarse en periódicos.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 04 Ene 2024, 14:39

    ***


    Vida al natural



    Pues en el Río había algo como el fuego de un hogar. Y cuando ella advirtió que,
    además del frío, llovía en los árboles, no podía creer que tanto le fuese dado. Y el
    acuerdo del mundo con eso que ella ni siquiera sabía que necesitaba como el pan.
    Llovía, llovía. El fuego encendido guiñaba hacia ella y hacia él. Él, el hombre, se
    ocupaba de eso que ella ni siquiera agradecía; él atizaba el fuego en el hogar, lo
    cual era su deber de nacimiento. Y ella, que siempre estaba inquieta, haciendo
    cosas y experimentando, curiosa, ella no se acordaba siquiera de atizar el fuego:
    no era su papel, pues tenía a su hombre para eso. No siendo doncella, que el
    hombre entonces cumpla su misión. Lo más que ella hacía era instigarlo, a veces:
    «Aquel leño», decía, «aquél todavía no enciende». Y él, un instante antes de que
    ella acabara la frase que lo advertía, él ya había notado el leño, era su hombre, ya
    estaba atizando el leño. No le daba órdenes, porque era la mujer de un hombre
    que perdería su estado si ella le daba órdenes. La otra mano de él, libre, está al
    alcance de ella. Ella lo sabe, y no la toma. Quiere la mano de él, sabe que la
    quiere, y no la toma. Tiene exactamente lo que necesita: poder tener.
    Ah, y decir que esto va a acabar, que por sí mismo no puede durar. No, ella no
    se está refiriendo al fuego, se refiere a lo que siente. Lo que siente nunca dura, lo
    que siente siempre acaba, y puede no volver nunca más. Se encarniza entonces
    sobre el momento, se traga el fuego, y el fuego dulce arde, arde, flamea. Entonces,
    ella, que sabe que todo va a acabar, agarra la mano libre del hombre, y la enlaza
    con las suyas, ella dulce arde, arde, flamea.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 05 Ene 2024, 21:06

    ***

    LA BELLA Y LA BESTIA


    (Traducción de Mario Morales)


    Historia interrumpida


    Él era triste y alto. Siempre que hablaba conmigo daba a entender que su mayor
    defecto consistía en su tendencia a la destrucción. Y por eso, decía, alisándose
    los cabellos negros como quien alisa el pelo suave y cálido de un gatito, que su
    vida quedaba resumida a un montón de añicos: unos brillantes, otros opacos, otros
    como un «fragmento de hora perdida», sin significado, unos rojos y completos,
    otros blancos, pero ya despedazados.
    Yo, en verdad, no sabía qué replicar y lamentaba no tener un gesto reservado,
    como el suyo, de alisar el cabello para salir de la confusión. Sin embargo, para
    quien ha leído un poco y ha pensado bastante en las noches de insomnio, es
    relativamente fácil decir cualquier cosa que parezca profunda. Yo le respondía
    que, incluso destruyendo, él construía: por lo menos ese montón de añicos hacia
    dónde mirar y de qué hablar. Perfectamente absurdo. Él, sin duda, también lo
    creía, porque no contestaba. Se quedaba muy triste, mirando al suelo y alisando su
    gatito tibio.
    Así se pasaban las horas. A veces yo mandaba que le trajeran una taza de
    café, la cual bebía con mucha azúcar y golosamente. Y a mí se me ocurría un
    pensamiento muy gracioso: si él creía que andaba destruyendo todo, no tendría
    tanto gusto en tomar café y no pediría más. Una ligera sospecha de que W… era
    un artista me venía a la mente. Para justificarse, me respondía: se destruye todo en
    torno a uno, pero a sí mismo y a los deseos (nosotros tenemos un cuerpo) no se
    logran destruir. Pura disculpa.
    En un día de verano abrí la ventana de par en par. Me pareció que el jardín
    había entrado en la sala. Yo tenía veintidós años y sentía la naturaleza en todas las
    fibras. Aquel día era hermoso. Un sol suavecito, como si hubiera nacido en ese
    instante, cubría las flores y el césped. Eran las cuatro de la tarde. Alrededor, el
    silencio.
    Me metí dentro de mí misma, suavizada por la calma de esos momentos.
    Quería decirle:
    —Me parece que ésta es la primera de las horas, pero, después de ésta,
    ninguna más seguirá.
    Mentalmente lo oí responder:
    —Eso es tan sólo una tendencia sentimental indefinible, mezclada con la
    literatura de moda, muy subjetivista. De ahí esa confusión de sentimientos, que no
    tienen verdaderamente un contenido propio, de no ser por su estado psicológico,
    muy común en muchachas solteras de tu edad…
    Intenté explicarle, debatirlo… Ningún argumento. Volteé desolada, miré su
    rostro triste y nos quedamos callados.
    Entonces fue cuando pensé en aquella cosa terrible: «O yo lo destruyo o él me
    destruirá».
    Era necesario evitar a toda costa que aquella tendencia analista, que
    terminaba con la reducción del mundo a míseros elementos cuantitativos, me
    alcanzara. Necesitaba reaccionar. Quería ver si lo gris de sus palabras lograba
    empañar mis veintidós años y la clara tarde de verano. Me decidí, dispuesta a
    empezar en ese mismo momento a luchar. Volteé hacia él, apoyé las manos en el
    parapeto de la ventana, entrecerré los ojos y me puse a sisear:
    —¡¡Esta hora me parece la primera de todas y también la última!!
    Silencio. Afuera, la brisa indiferente.
    Él alzó los ojos hacia mí, levantó su mano somnolienta y se acarició los
    cabellos. Después se puso a rayar con la uña los dibujos a cuadros del mantel de
    la mesa.
    Cerré los ojos, solté los brazos a lo largo del cuerpo. Mis bellos y luminosos
    veintidós años… Mandé que trajeran café con mucha azúcar.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 06 Ene 2024, 20:46

    ***

    Después de separarnos, al final de la calzada, regresé muy despacio a la casa,
    mordiendo una ramita de pasto y pateando todos los guijarros blancos del camino.
    El sol ya se había puesto y en el cielo sin color ya se veían las primeras estrellas.
    Tenía flojera de llegar a casa: la cena de manera invariable, la larga velada
    vacía, un libro, el bordado y, finalmente, la cama, el sueño. Me encaminé por el
    atajo más largo. El pasto crecido estaba velludo y cuando el viento soplaba
    fuerte, me acariciaba las piernas.
    Pero yo estaba inquieta.
    Él era moreno y triste. Y siempre se vestía de oscuro. Oh, sin duda a mí me
    gustaba. Yo, muy blanca y alegre, a su lado. Yo, con una ropa florida, cortando
    rosas, y él de oscuro, no, de blanco, leyendo un libro. Sí, nosotros hacíamos una
    bonita pareja. Me hallé fútil, así, imaginando cuadros. Pero me justifiqué:
    necesitamos agradar a la naturaleza, adornarla. Pues si yo jamás hubiese plantado
    un jazmín junto a los girasoles, cómo osaría… Bien, bien, lo que necesitaba era
    resolver «mi caso».
    Durante dos días pensé sin cesar. Quería encontrar una fórmula que lo atrajera
    hacia mí. Quería hallar la fórmula que pudiera salvarlo. Sí, salvarlo. Y esa idea
    me era agradable porque justificaría los medios que empleara para sujetarlo.
    Todo, no obstante, me parecía estéril. Él era un hombre difícil, distante y, lo peor,
    hablaba francamente de sus puntos débiles: ¿por dónde atacarlo entonces, si él se
    conocía?
    El nacimiento de una idea es precedido por una larga gestación, por un
    proceso inconsciente para el que la gesta. De esta manera explico mi falta de
    apetito en la magnífica cena, mi insomnio agitado en una cama con frescas
    sábanas, después de un día atareado. A las dos de la madrugada nació, finalmente,
    la idea.
    Me senté alborozada en la cama; pensé: llegó demasiado aprisa para ser
    buena; no te entusiasmes; acuéstate, cierra los ojos y espera que venga la
    serenidad. No obstante, me levanté y, descalza para no despertar a Mira, me puse
    a caminar por la habitación, como un hombre de negocios a la espera del
    resultado en la Bolsa. Sin embargo, cada vez más me parecía que había hallado la
    solución.
    En efecto, hombres como W… se pasan la vida en busca de la verdad, entran
    por los laberintos más estrechos, siegan y destruyen la mitad del mundo bajo el
    pretexto de que cortan los errores, pero cuando la verdad surge delante de sus
    ojos es siempre de manera imprevista. Tal vez porque le hayan tomado amor a la
    búsqueda, por sí misma, y lleguen a ser como el avaro que acumula y acumula
    únicamente, olvidándose de la primitiva finalidad por la cual empezó a acumular.
    El hecho es que con W… yo sólo lograría cualquier cosa, poniéndome en estado
    de shock.
    Y he ahí cómo. Le diría (con el vestido azul que me hacía ver más rubia), la
    voz suave y firme, fijándolo a los ojos:
    —He pensado mucho respecto a nosotros y decidí que sólo nos queda…
    No, simplemente.
    —¿Nos vamos a casar?
    No, no. Nada de preguntas.
    —W…, nos vamos a casar.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 07 Ene 2024, 21:14

    ***


    En efecto, hombres como W… se pasan la vida en busca de la verdad, entran
    por los laberintos más estrechos, siegan y destruyen la mitad del mundo bajo el
    pretexto de que cortan los errores, pero cuando la verdad surge delante de sus
    ojos es siempre de manera imprevista. Tal vez porque le hayan tomado amor a la
    búsqueda, por sí misma, y lleguen a ser como el avaro que acumula y acumula
    únicamente, olvidándose de la primitiva finalidad por la cual empezó a acumular.
    El hecho es que con W… yo sólo lograría cualquier cosa, poniéndome en estado
    de shock.
    Y he ahí cómo. Le diría (con el vestido azul que me hacía ver más rubia), la
    voz suave y firme, fijándolo a los ojos:
    —He pensado mucho respecto a nosotros y decidí que sólo nos queda…
    No, simplemente.
    —¿Nos vamos a casar?
    No, no. Nada de preguntas.
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    Mensaje por Maria Lua Lun 08 Ene 2024, 19:37

    ***
    Sí, yo conocía a los hombres. Y, sobre todo, lo conocía profundamente. Él no
    tendría el recurso de su gesto preferido. Permanecería estático, atónito. Porque
    estaría frente a la Verdad… Yo le gustaba a él y tal vez por eso no había logrado
    destruirme con sus análisis (yo tenía veintidós años).
    No logré dormir durante el resto de la noche. Estaba tan despierta que los
    ronquidos de Mira me ponían de los nervios, y hasta la luna, muy redonda, partida
    a la mitad por una rama de hojas finas, me parecía defectuosa, con una hinchazón
    de un lado y excesivamente artificial. Quería encender la luz, pero ya oía de
    antemano las quejas de Mira a mamá, al día siguiente.
    Me levanté con el ánimo de una muchachita el día de su boda. Cada acto mío
    era una preparación, lleno de finalidades, como parte de un ritual. Pasé la mañana
    agitada, pensando en la decoración del ambiente, en la ropa, en las flores, en las
    frases y en los diálogos. Después de eso, ¿cómo encontrar la voz suave y firme,
    serena y tierna? Continuando con aquella fiebre, yo corría el riesgo de recibir a
    W… con gritos nerviosos: «W…, nos vamos a casar inmediatamente,
    inmediatamente». Tomé una hoja de papel y la llené de arriba abajo: «Eternidad.
    Vida. Mundo. Dios. Eternidad. Vida. Mundo. Dios. Eternidad…». Esas palabras
    mataban el sentido de muchos de mis sentimientos y me dejaban fría por unas
    semanas, yo me descubría a mí misma tan minúscula.
    Pero en realidad yo no quería permanecer fría: deseaba vivir el momento
    hasta agotarlo. Necesitaba tan sólo conquistar un rostro menos ardiente. Me senté
    para elaborar una prolongada costura.
    La serenidad fue volviendo poco a poco. Y con ésta, una profunda y
    emocionante certeza de amor. Pero, pensé: ¡no existe realmente nada, nada, para
    que yo pueda cambiar los instantes que vienen! Sólo dos o tres veces en la vida se
    experimenta tal sensación y las palabras esperanza, felicidad, nostalgia, descubrí
    que se relacionan con aquélla. Y cerraba los ojos y lo imaginaba tan vivo que su
    presencia se tornaba casi real: «sentía» sus manos sobre las mías y un ligero
    mareo me atolondraba. («¡Oh, Dios mío, perdóname, pero la culpa es del verano,
    la culpa es de que él sea tan guapo y moreno, y yo tan rubia!»).
    La idea de estar sintiéndome feliz me llenaba tanto que necesitaba hacer algo,
    alguna bondad para no quedarme con remordimientos. ¿Y si yo le diera el cuellito
    de encaje a Mira? Sí, ¿qué es un cuellito de encaje, aunque bonito, delante de…
    «Eternidad. Vida. Mundo… Amor»?
    Mira tiene catorce años de edad y es muy exagerada. Por eso, cuando entró
    jadeante en la habitación y cerró la puerta tras ella, con grandes gestos le dije:
    —Toma un vaso de agua y después cuéntame cómo la gata tuvo treinta gatitos
    y dos perritos negros.
    —¡Clarita dijo que él se mató! ¡Se mató de un tiro en la cabeza…! ¿Es
    verdad, sí? ¿Es mentira, no es así?



    Y repentinamente la historia se interrumpió. No tuvo al menos un final grato.
    Terminó con la brusquedad y la falta de lógica de una bofetada en pleno rostro.
    Estoy casada y tengo un hijo. No le di el nombre de W… Y no acostumbro
    mirar hacia atrás: tengo todavía en mente el castigo que Dios le dio a la mujer de
    Lot. Y solamente escribí «esto» para ver si lograba encontrar una respuesta a
    preguntas que me torturan, de vez en cuando, perturbando mi paz: ¿qué sentido
    tuvo el paso de W… por el mundo?, ¿qué sentido tuvo mi dolor?, ¿cuál es la
    ilación de estos hechos a… «Eternidad. Vida. Mundo. Dios»?





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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 19 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Ene 2024, 19:25

    ***

    Gertrudis pide un consejo




    Se sentó de manera que su propio peso «planchara» la falda arrugada. Se arregló
    el pelo, la blusa. Ahora, era sólo esperar.
    Afuera, todo estaba muy bien. Podía ver los tejados de las casas, las flores
    rojas en una ventana, el sol amarillo desparramado sobre todas las cosas. No
    había hora mejor que las dos de la tarde.
    No quería esperar porque le entraría miedo. Y así no daría a la doctora la
    impresión que deseaba causar. No pensar en la entrevista, no pensar. Inventaría
    rápidamente una historia, contaría hasta mil, se acordaría de cosas buenas. Lo
    peor es que sólo recordaba la carta que había mandado. «Muy señora mía, tengo
    diecisiete años y quería…». Idiota, absolutamente idiota. «Estoy cansada de
    andar de un lado para otro. A veces no logro dormir, incluso porque mis hermanas
    duermen en la misma habitación y son muy inquietas. Pero no logro dormir porque
    me quedo pensando en cosas. Ya decidí suicidarme, pero no quiero ya. ¿Usted no
    me podría ayudar?, Gertrudis».
    ¿Y las otras cartas? «No me gusta nada, soy como los poetas…». ¡Oh, no
    pensar! ¡Qué vergüenza! Hasta que la doctora acabó por escribirle, llamándola a
    su consultorio. Pero, finalmente, ¿qué le iría a decir? Todo tan vago. Y la doctora
    se reiría… No, no, la doctora, encargada de menores abandonados, que escribía
    consejos en las revistas, tenía que entender, incluso sin que ella hablara.
    ¡Hoy iba a suceder algo! No pensar 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… De nada servía. Había
    una vez un chico ciego que… ¿Ciego por qué? No, él no era ciego. Hasta la vista
    la tenía muy bien. Ahora sabía por qué Dios, pudiendo tanto, inventaba personas
    lisiadas, ciegas, malas. Sólo por distracción. ¿Mientras esperaba? No, Dios nunca
    necesita esperar. ¿Qué es lo que hace entonces? Está ahí, aunque todavía creyera
    en Él (yo no creía en Dios, me bañaba justo después del almuerzo, no usaba el
    uniforme del colegio y había decidido fumar), aunque todavía creyera en
    fantasmas, no podría hallar gracia en la eternidad. Si fuera Dios, hasta ya habría
    olvidado cómo empezó el mundo. Hace ya tanto tiempo y con los siglos por
    delante… La eternidad no comienza, no termina. Sentía un pequeño vértigo,
    cuando procuraba imaginarla, y Dios, siempre en todas partes, invisible, sin
    forma definida. Se rió, acordándose de cuando absorbía ávidamente las historias
    que le contaban. Se había vuelto muy libre… Pero eso no significaba estar
    contenta. Y era exactamente lo que la doctora iba a explicar.


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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 19 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Miér 10 Ene 2024, 20:48

    ***

    De hecho, en los últimos tiempos, Tuda no lo estaba pasando nada bien. Ya
    sentía una inquietud sin nombre, ya una calma exagerada y repentina.
    Frecuentemente le daban ganas de llorar, que en general se reducían a las ganas
    únicamente, como si la crisis se completara en el deseo. Unos días, llena de tedio,
    irritada y triste. Otros, lánguida como una gata, embriagándose con los menores
    acontecimientos. Una hoja que caía, un grito de niño, y pensaba: un momento más
    y no soportaré tanta felicidad. Y realmente no la soportaba, aunque no supiera
    propiamente en qué consistía esa felicidad. Caía en un llanto sofocado,
    desahogándose, con la impresión confusa de que se entregaba a no sé quién y no
    sé de qué forma.
    A las lágrimas seguía, acompañando los ojos hinchados, un estado de suave
    convalecencia, de aquiescencia en todo. Sorprendía a todos con su dulzura y
    transparencia y, aún más, lograba una levedad de pajarillo. Daba limosnas a todos
    los pobres, con la gracia de quien arroja flores.
    En otras ocasiones, se llenaba de fuerzas. Su mirada se volvía dura como
    acero, áspera como espinas. Sentía que «podía». Había sido hecha para
    «liberar».
    «Liberar» era una palabra inmensa, llena de misterios y de dolores. ¿Cómo
    había sido amena hace días, cuando se destinaba a otro papel? ¿Qué otro? Todo
    era confuso y sólo se expresaba bien con la palabra «libertad» y en los pasos
    pesados y firmes, en el rostro pesado que adoptaba. En la noche no dormía hasta
    que los gallos lejanos empezaban a cantar. Propiamente, no pensaba. Soñaba
    despierta. Imaginaba un futuro en que, audaz y fría, conduciría a una multitud de
    hombres y mujeres, llenos de fe casi adorándola. Después, a la mitad de la noche,
    se deslizaba hacia una media inconsciencia, donde todo era bueno, la multitud ya
    conducida, una ausencia a las clases, un cuarto solamente suyo, muchos hombres
    amándola. Despertaba con amargura, notando con una alegría reprimida que no se
    interesaba por el pastel que las hermanas devoraban animalmente, con irritante
    despreocupación.
    Vivía entonces sus días gloriosos. Y llegaban al auge con algún pensamiento
    que la exaltaba y la sumergía en un misticismo ardiente: «¡Entraría en un
    convento! ¡Salvaría a los pobres, sería enfermera!». Se imaginaba vistiendo ya el
    hábito negro, el rostro pálido, los ojos piadosos y humildes. Las manos, esas
    manos implacablemente enrojecidas y anchas, emergiendo, blancas y finas, de las
    mangas largas. O entonces, con el tocado albo, ojeras cavadas por las noches no
    dormidas, entregando al médico, silenciosa y rápidamente, los instrumentos de la
    operación. Él la miraría con admiración, incluso simpatía, ¿y quién sabe? Hasta
    con amor.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Ene 2024, 18:35

    ***




    Pero imposible que fuera grande en un ambiente como el suyo. La
    interrumpían con las observaciones más triviales: «¿Tuda, ya te has bañado?». O,
    si no, la mirada de las personas en casa. Un mirar simple, distraído,
    completamente ajeno al noble fuego que ardía dentro de ella. ¿Quién podría
    resistir, pensaba avergonzada, junto a tanta vulgaridad?
    Y, además, ¿por qué no «sucedían cosas»? Tragedias, bellas tragedias…
    Hasta que descubrió a la doctora. Y, antes de conocerla, ya le pertenecía. De
    noche, mantenía largas conversaciones imaginarias con la desconocida. De día, le
    escribía cartas. Hasta que fue llamada: ¡al fin veían que ella era alguien, una
    incomprendida, una persona extraordinaria!
    Hasta el día señalado para la entrevista, Tuda no se incomodó. Vivió en una
    atmósfera de fiebre y de ansiedad. Una aventura. ¿Comprenden bien? Una
    aventura.
    No tardaría en entrar al consultorio. Va a ser así: ella es alta, tiene el pelo
    corto, ojos vivos, un busto grande. Un poquito gorda. Pero al mismo tiempo
    parecida a Diana Cazadora, la de la sala.
    Ella sonríe. Yo permanezco seria.
    —Buenas tardes.
    —Buenas tardes, hija (¿no sería mejor: Buenas tardes, hermana? No, no se
    usa).
    —Vine aquí por exceso de audacia, confiando en la bondad y comprensión de
    usted. Tengo diecisiete años y creo que ya puedo empezar a vivir.
    Dudaba que tuviera tanto valor. Y, en realidad, ¿qué tenía que ver la doctora,
    viéndolo bien, con ella? Pero no. Sucedería algo. Le daría trabajo, por ejemplo.
    Podría mandarla a viajar para recoger datos sobre… sobre la mortalidad infantil,
    supongamos, o sobre los salarios de los hombres del campo. O podría decir:
    —Gertrudis, tú tendrás un papel mucho más grande en la vida. Tú harás…
    ¿Qué? Al final, ¿qué es grande? Todo acaba… No sé, la doctora va a hablar.
    De repente… el muchachito se rascó la oreja y dijo, con el tono viejo que las
    personas se obstinaban en dar atención a los hechos excitantes y nuevos:
    —Puede entrar…
    Tuda atravesó la sala, sin respirar. Y se encontró delante de la doctora.
    Estaba sentada junto a la mesa, rodeada de libros y de papeles. Una extraña,
    seria, con una vida propia, que Tuda no conocía.
    Fingió acomodar la mesa.
    —¿Así que…? —dijo después—. Una chica llamada Gertrudis… —se rió—.
    ¿Por qué se te ocurrió venir a verme, buscas trabajo? —empezó; con el tacto que
    le había valido el lugar de consejera de la revista.
    Menuda, de cabellos negros recogidos en dos caireles sobre la nuca. El
    carmín pintado que sobrepasaba un poco la línea de los labios en una tentativa de
    sensualidad. El rostro calmado, las manos inquietas. Tuda tuvo ganas de huir.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 12 Ene 2024, 18:03

    ***
    Hace muchos años había salido de casa.
    La doctora hablaba y hablaba —la voz ligeramente ronca, la mirada vaga—,
    sobre diversos asuntos. Las últimas películas, las jóvenes modernas, sin
    orientación, malas lecturas, no sé, muchas cosas. Tuda también hablaba. Había
    dejado de palpitar, la sala y la doctora adoptaban poco a poco una disposición
    más comprensible. Tuda le contó algunos secretos sin importancia. A su mamá,
    por ejemplo, no le gustaba que saliera de noche, alegando el sereno. Necesitaba
    operarse de la garganta y vivía siempre resfriada. Pero el papá decía que hay
    males que llegan para bien y que las amígdalas eran una defensa del organismo. Y
    también, lo que la naturaleza había creado tenía su función.
    La doctora jugueteaba con el lápiz.
    —Bien, ahora ya te conozco más o menos. ¿En tu carta hablaste de un
    sobrenombre? Tudes, Tuda.
    Tuda se ruborizó. Entonces la extraña le habló de las cartas. No podía oír bien
    porque quedó atarantada y sentía que el corazón latía exactamente en los oídos.
    «Edad difícil… Todos lo son… Cuando menos se espera…».
    —Esa inquietud, todo lo que sientes es más o menos normal, se te va a pasar.
    Tú eres inteligente y vas a comprender lo que te voy a explicar. La pubertad
    acarrea desórdenes y…
    No, doctora, qué humillación. Ella ya era demasiado grande para esas cosas,
    lo que sentía era más bonito e incluso…
    —Esto se te va a pasar. Tú no necesitas trabajar ni hacer nada extraordinario.
    Si quieres —iba a usar el viejo «truco» y se sonrió—, si quieres consíguete un
    novio. Entonces…
    Ella era igual a Amelia, a Lidia, a todo el mundo, ¡a todo el mundo!
    La doctora aún hablaba. Tuda seguía muda, obstinadamente muda. Una nube
    tapó el sol y el consultorio quedó de repente sombrío y húmedo. En un instante
    volvió a brillar y a moverse la franja de polvillo.
    La consejera se impacientó ligeramente. Estaba cansada. Había trabajado
    tanto…
    —¿Así que…? ¿Alguna otra cosa? Habla, habla sin miedo…
    Tuda pensaba confusamente: vine a preguntarle qué voy a hacer de mí. Pero
    no sabía resumir su estado con esa pregunta. Además, temía cometer una
    excentricidad y aún no se acostumbraba a ser ella misma.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Ene 2024, 18:21

    ***

    La doctora había inclinado la cabeza hacia un lado y dibujaba pequeños trazos
    simétricos en una hoja de papel. Después encerraba los trazos en un círculo un
    poco tortuoso. Como siempre, no lograba mantener la misma actitud por mucho
    tiempo. Empezaba a flaquear y a dejarse invadir por los propios pensamientos.
    Lo notó, se irritó y transmitió la irritación a Tuda: «Tanta gente muriendo, tantos
    “niños sin hogar”, tantos problemas irresolubles (sus problemas) y esa muchacha,
    con familia, buena vida burguesa, dándose importancia». Vagamente observó que
    eso contrariaba su tesis individualista: «Cada persona es un mundo, cada persona
    tiene su propia clave y la de los demás nada resuelve; sólo se mira hacia el
    mundo ajeno por distracción, por interés, por cualquier otro sentimiento que
    sobrenada y que no es vital; el “mal de muchos” es un consuelo, pero no es
    solución». Justamente porque observó que se contradecía y porque se le ocurrió
    la frase del colega sobre la inconsistencia de las mujeres y porque la consideró
    injusta, se impacientó aún más, queriendo, con rabia de sí misma, como para
    castigarse, profundizar en la contradicción. Un minuto más y le diría a la chica:
    ¿por qué no visitas el cementerio? No obstante, vagamente notó las uñas sucias de
    Tuda y reflexionó: es muy inquieta todavía como para obtener lecciones del
    cementerio. Y además se acordaba de su propia época de uñas sucias e imaginó
    qué desprecio no sentiría por alguien que le hablara entonces del cementerio
    como de una realidad.
    De repente, Tuda sintió que ella no le gustaba a la doctora. Y, así, junto a esa
    mujer que nada tenía que ver con todas las cosas familiares, en esa sala que nunca
    había visto y que repentinamente era «un lugar», pensó que estaba soñando. ¿Qué
    había venido a hacer ahí? Se preguntó asustada. Todo perdía la realidad en
    relación con su madre, su casa, su último almuerzo, tan pacífico —y no sólo la
    confesión como el inexplicable motivo que la había conducido a la doctora—, le
    habían parecido una mentira, una monstruosa mentira, que ella había inventado
    gratuitamente, sólo para divertirse…

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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Ene 2024, 18:22

    ***
    La prueba es que a ella nadie la utilizaba,
    como una cosa que existe. Decían: «… el vestido de Tuda, las clases de Tuda, las
    amígdalas de Tuda…», pero no decían: «… la infelicidad de Tuda…». ¡Había
    caminado tan deprisa con esa mentira! Ahora estaba perdida, no podía volver
    hacia atrás. Había robado un dulce y no quería comérselo… Pero la doctora la
    obligaría a masticarlo, a engullirlo, como castigo… Ah, escabullirse del
    consultorio y andar sola nuevamente, sin la comprensión inútil y humillante de la
    doctora.
    —Mira, Tuda, lo que me agradaría decirte es que tú un día tendrás lo que
    buscas ahora de una manera tan confusa. Es una especie de calma que viene del
    conocimiento de sí misma y de los demás. Pero no se puede apresurar la llegada
    de ese estado. Hay cosas que sólo se aprenden cuando nadie las enseña. Y con la
    vida es así. Incluso hay más belleza en descubrirla sola, pese al sufrimiento —la
    doctora sintió un repentino cansancio, tenía la impresión de que la arruga número
    3, de la nariz a los labios, se había ahondado. Esa chica le hacía mal y ella quería
    estar sola de nuevo—. Mira, tengo la certeza de que tú también serás muy feliz.
    Los sensibles son más felices e infelices, simultáneamente, que los demás. Pero
    ¡dale tiempo al tiempo! —Cómo era vulgar con facilidad, reflexionó sin amargura
    —. Ve viviendo…
    Sonrió. Y de repente, Tuda sintió ese rostro entrando bien en su alma. No era
    de la boca ni de los ojos de donde venía ese soplo…, soplo divino. Era como una
    sombra terriblemente simpática, que vacilaba sobre la doctora. Y, en ese mismo
    instante, Tuda supo que no era mentira, ¡ah, no! Una alegría, unas ganas de llorar.
    Ah, se arrodillaría delante de la doctora, escondería el rostro en su regazo,
    gritaría: ¡es eso lo que tengo, es eso! ¡Sólo lágrimas!

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    Mensaje por Maria Lua Mar 16 Ene 2024, 20:49

    ***

    La doctora ya no sonreía. Pensaba. Mirándola, así de perfil, Tuda ya no la
    entendía. De nuevo era una extraña. Buscó deprisa, a la otra, a la divina.
    —¿Por qué usted dijo: «Lo que me agradaría decirte…»? ¿Entonces no es
    verdad?
    La joven era más perspicaz de lo que había pensado. No, no era verdad. La
    doctora sabía que se puede pasar la vida entera buscando cualquier cosa por
    detrás de la neblina, sabía también de la perplejidad que trae el conocimiento de
    sí misma y de los demás. Sabía que la belleza de descubrir la vida es pequeña
    para quien busca principalmente la belleza en las cosas. Sí, sabía mucho. Pero
    estaba cansada del duelo. El consultorio nuevamente vacío. Se sumergiría en el
    diván, cerraría las ventanas: la reposada oscuridad. Pues si ése era su refugio, tan
    sólo de ella, donde hasta éste, con su irritante y calma aceptación de felicidad,
    ¡era un intruso!
    Se miraron, y Tuda, decepcionada, sintió que estaba en posición superior a la
    de la doctora, era más fuerte que ella.
    La consejera no había notado que ya se había denunciado con los ojos y
    enmendó, pensativa, la voz arrastrada:
    —¿Yo dije eso? Creo que no… (Viendo bien, ¿qué desea esta chamaca?
    ¿Quién soy yo para dar consejos? ¿Por qué ella no llamó por teléfono? No, mejor
    que no llame, estoy cansada. ¡Sí, que me dejen, sobre todo esto!).
    Nuevamente todo fluctuaba en el consultorio. No había más que decir. Tuda se
    levantó con los ojos húmedos.
    —Espera —la doctora parecía que meditaba un instante—. Mira, vamos a
    hacer un convenio: Tú sigue estudiando sin preocuparte mucho por ti. Y cuando
    cumplas… digamos… veinte años, sí, veinte años, tú regresas aquí… —se animó
    sinceramente: simpatizaba con la chica, habría que darle tal vez un trabajo que la
    ocupara y la distrajera, mientras no pasara el periodo de desajuste. Era muy viva,
    hasta inteligente—. ¿Aceptas? Vamos, Tuda, sé buena niña y concuerda…
    ¡Sí, de acuerdo, de acuerdo! ¡Todo era posible de nuevo! ¡Ah! Sólo que no
    podría hablar, decir cuánto concordaba, cuánto se entregaba a la doctora. Porque
    si hablara, podría llorar, no quería llorar.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Ene 2024, 16:02

    ***





    —Pero Tuda… —la sombra divina de su rostro—. Tú no necesitas llorar…
    Vamos, prométeme que serás una mujercita valiente… (Sí, voy a ayudarla. Pero
    ahora el diván, sí, eso, deprisa, me sumergiré en él).
    Tuda enjugó su rostro con las manos.
    En la calle, todo era más fácil, seguro y simple. Había caminado aprisa,
    aprisa. No quería —la desgracia de percibir siempre— acordarse del gesto
    desganado y cansado con el que la doctora le había dado la mano. E incluso el
    ligero suspiro… No, no. ¡Qué locura! Pero poco a poco el pensamiento se asentó:
    había sido una indeseada… Se ruborizó.
    Entró en una heladería y compró un barquillo.
    Pasaron dos muchachitas con el uniforme del colegio, hablando y riendo
    fuerte. Miraron a Tuda con la animosidad que las personas sienten unas con otras
    y que los jóvenes todavía no disimulan. Tuda estaba sola y fue vencida. Pensó, sin
    relacionar el pensamiento con la mirada de las chicas: ¿qué tengo que ver con
    ellas? ¿Quién ha estado junto a la doctora, hablando de cosas misteriosas y
    profundas?
    Y si ellas supieran de la aventura, no entenderían…
    De repente, le pareció que después de haber vivido lo de esa tarde, no podría
    seguir siendo la misma: simplemente estudiando, yendo al cine, paseando con sus
    amiguitas… Se distanciaría de todos, incluso de la antigua Tuda… Algo se había
    desencadenado en ella, su propia personalidad que se había afirmado con la
    certeza de que en el mundo había una correspondiente para ella… Se había
    sorprendido: se podía entonces hablar de… «de eso» como algo palpable, en la
    insatisfacción que ella había escondido con vergüenza y miedo… Ahora…
    Alguien le había removido levemente la niebla misteriosa en la que vivía desde
    hacía algún tiempo y de repente ésta se solidificaba, formaba un bloc, existía. Le
    había faltado hasta el momento quién la reconociera para ella misma
    reconocerse… ¡Todo se transformaba! ¿Cómo? No sabía…
    Siguió caminando con los ojos muy abiertos, cada vez más lúcida. Pensaba:
    antes era de esas que simplemente existen, que se mueven, se casan, tienen hijos.
    Y de ahora en adelante uno de los elementos constantes de su vida sería Tuda,
    consciente, vigilante, siempre presente…
    Le parecía que su destino se había modificado. Pero ¿cómo? ¡Oh, no se logra
    pensar con claridad y las palabras conocidas no logran pensar lo que se siente!
    Un poco orgullosa, deslumbrada, medio decepcionada, se repetía: voy a llevar
    otra vida, diferente de la de Amelia, de mamá, de papá… Procuraba tener una
    visión de su nuevo futuro y sólo lograba verse caminando sola sobre amplias
    planicies desconocidas, los pasos resolutos, los ojos doloridos, caminando,
    caminando… ¿Hacia dónde?
    Ya no se apresuraba hacia su casa. Poseía un secreto, el cual las personas
    nunca podrían compartir. Y ella misma, pensó, sólo participaría de la vida común
    con algunas partículas de sí misma, algunas tan sólo, pero no con la nueva Tuda,
    la Tuda de hoy… ¿Estaría siempre al margen?… —las revelaciones se sucedían
    rápidas, ascendiendo repentinas e iluminándola como pequeños rayos—.
    Aislada…
    De pronto se sintió deprimida, sin apoyo. Se había quedado, de un momento a
    otro, sola… Vaciló, desorientada. ¿Dónde está mamá? No, mamá no. ¡Ah,
    volvería al consultorio, procuraría el soplo divino de la doctora, le pediría que
    no la abandonara, porque tenía miedo, miedo!





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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Ene 2024, 16:03

    ***

    Pero la doctora vivía una vida propia y —otra revelación— nadie salía
    totalmente de sí mismo para ayudar… «tan sólo» vuelve a los veinte años… No te
    presto el vestido, no te presto nada, tú vives pidiendo… ¡No era posible ser
    comprendida! «La pubertad acarrea desórdenes…». «Esa niña no está nada bien,
    Juan, te apuesto que las anginas…».
    —Oh, perdón, señorita… ¿La lastimé?
    Casi perdió el equilibrio con el choque. Quedó atarantada un instante.
    —¿Es que no ve? —El hombre tenía dientes blancos, puntiagudos—. No hay
    de qué… No ha sido nada…
    El muchacho se alejó, con una ligera sonrisa en el rostro redondo.
    Abriendo los ojos, Tuda percibió la calle llena de sol. La brisa fuerte le dio
    un escalofrío. Qué sonrisa tan graciosa la del hombre. Lamió lo que quedaba del
    helado y como nadie la observaba se comió el barquillo (los hombres con las
    manos sucias hacen los barquillos, Tuda). Frunció las cejas. ¡Diablo! (No digas
    diablo, Tuda). Diría lo que quisiera, comería todos los barquillos del mundo,
    haría lo que le viniera en gana.
    De repente se acordó: la doctora… No… No. Ni a los veinte años… A los
    veinte años sería una mujer caminando sobre la planicie desconocida… ¡Una
    mujer! El poder oculto de esta palabra. Porque viendo bien, pensó, ella… ¡Ella
    existía! Le acompañó al pensamiento la sensación de que tenía un cuerpo suyo, el
    cuerpo que el hombre había mirado, un alma suya, el alma que la doctora había
    sensibilizado. Apretó los labios con firmeza, llena de violencia repentina:
    —¡Yo no necesito a la doctora! ¡No necesito de nadie! Siguió caminando,
    apresurada, palpitante, impetuosa de alegría.



    cont
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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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