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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Mayo 2023, 17:39

    19 de mayo de 1973


    PARA LOS CASADOS


    El número de pedidos de divorcio en Gran Bretaña es actualmente sólo la mitad del que era en 1947
    —año récord en materia de separaciones. Ha de haber tenido gran influencia en ese nuevo estado de
    cosas el Consejo de Orientación Matrimonial, fundado hace más de 20 años. Se trata de una
    organización de voluntarios, con 80 filiales esparcidas en el país, y con 700 consejeros
    matrimoniales dispuestos a dar consejos a todas las personas que presenten problemas conyugales.
    El consejero busca hacer que el cónyuge que pidió orientación acepte parte de la responsabilidad por
    la situación. Una esposa, si quiere, podrá desahogarse durante media hora; tal vez esté encontrando
    por primera vez en la vida a alguien que la escuche pacientemente, aceptándola tal cual se presenta, y
    sin tomar partido. Después de varias entrevistas, la mujer llega a descubrir que la situación no se
    debe exclusivamente a los errores del marido y que ella, la esposa, tal vez tenga alguna
    responsabilidad por la conducta del hombre. La teoría del Consejo de Orientación Matrimonial es
    que no existen ni casos ni personas irremediables. Cerca de la mitad de los 11 mil casos anuales es
    auxiliada por las entrevistas. Todos los consejeros deben ser casados; algunos son médicos y
    psiquiatras. Todos tienen que someterse a un periodo de entrenamiento y a un año de experiencia.


    LOS SECRETOS


    Lo que ocurre a veces con mi ignorancia es que deja de sentirse como una omisión y se vuelve casi
    palpable, así como la oscuridad, a veces parece que una puede ser tomada. Cuando se siente como
    una omisión, puede dar una sensación de malestar, una sensación de no estar a la par, en fin,
    justamente de la ignorancia. Cuando ella se vuelve casi palpable como la oscuridad, me ofende. Lo
    que últimamente me ha ofendido es sentir que en varios países hay científicos que mantienen en
    secreto cosas que revolucionarían mi modo de ver, de vivir y de saber. ¿Por qué no cuentan el
    secreto? Porque lo necesitan para crear nuevas cosas, y porque temen que la revelación cause pánico
    por ser todavía precoz.
    Entonces me siento hoy como si estuviera en la Edad Media. Soy robada de mi propia época.
    ¿Pero entendería el secreto si me fuera revelado? Ah, habría, tendría que haber un modo de ponerme
    en contacto con él.
    Al mismo tiempo estoy llena de esperanzas en lo que encierra el secreto. Están tratándonos como
    a un niño al que no se asusta con verdades antes de tiempo. Pero el niño siente que viene una verdad
    por ahí, siente como un rumor que no sabe de dónde viene. Y siento un susurro que promete. Por lo
    menos sé que hay secretos, que el mundo físico y psíquico sería visto por mí de un modo totalmente
    nuevo —si al menos yo supiera. Y tengo que quedarme con la tenue alegría mínima del condicional
    «si yo supiera». Pero debo tener modestia con la alegría. Cuanto más tenue es la alegría, más difícil y
    más precioso captarla —y más amado el hilo casi invisible de la esperanza de llegar a saber.


    UN ADOLESCENTE: C. J.


    Él es grande, tiene hombros de huesos largos, anda un poco encorvado: esto pasa, es el peso de la
    adolescencia. Es lento, es profundo, siembra lentamente. En la cara del campesino grueso la
    profundidad callada de campesino. Él dormirá bien con una mujer. Si no se enreda demasiado en los
    largos y hondos meandros de sus pesadas dudas. Es callado, no sabe todavía decir lo que se
    acostumbra decir, y entonces no dice. Tampoco sabe que tiene piernas rectas, pesadas y bonitas. Una
    vez dijo: quiero cualquier profesión que me baste para vivir; pues mientras tanto tendría tiempo de
    hacer algo «concreto, muy objetivo». Es descuidado, rompe cosas sin querer, pide disculpas con una
    media sonrisa asustada. Es necesario tener paciencia con él. Es necesario tener paciencia con los que
    son grandes como él. Tanta paciencia. Porque él puede llegar a ser ese silencioso descuidado toda la
    vida, y no pasar de eso. Es uno de los tipos de adolescencia más peligroso: aquel en que muy
    temprano ya se es un hombre un poco encorvado, y también en él se siente la grandeza sin palabras.




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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Mayo 2023, 16:19

    26 de mayo de 1973



    ARTISTAS QUE NO HACEN ARTE


    B. D. tiene la mirada aguda de fotógrafo que sabe que una imagen nunca llega dos veces. En su
    búsqueda, él no hace arte: busca como quien jamás va a contar lo que vio. El tipo de cosas que ve,
    además, son difícilmente contables. No organiza bien en un conjunto lo que siente y lo que ve: eso
    hace de él un no-artista. Pero todo hombre tendría que ser por lo menos esa especie de no-artista
    para que el espíritu pueda sobrevivir.


    TARDE AMENAZADORA


    Antes el cielo y el aire pesados, el cielo había bajado más cerca de la tierra y era color de plomo.
    Claros nebulosos, pantanos inquietos, horizontes borrados por la gran lluvia que vendrá, y en breve
    el follaje estará pesado de agua, terrenos negros y también lívidos. La palidez se apodera de mí y no
    es por miedo: es que yo también estoy bajo la influencia de la tempestad que se forma. La
    intranquilidad del mundo. Los pájaros huyen.


    ¿QUÉ NOMBRE DAR A LA ESPERANZA?


    Pero si a través de todo corre la esperanza, entonces la cosa se alcanza. Sin embargo la esperanza no
    es para mañana.
    La esperanza es este instante. Es necesario dar otro nombre a cierto tipo de esperanza porque esta
    palabra significa sobre todo espera. Y la esperanza es ya. Debe haber una palabra que signifique lo
    que quiero decir.


    DIFICULTAD DE EXPRESIÓN


    La dificultad de encontrar, para poder expresar, eso que sin embargo está allí, da una impresión de
    ceguera. Es entonces cuando se pide un café. No es que el café ayude a encontrar la palabra pero
    representa un acto histérico-liberador, es decir, un acto gratuito que libera.


    MÁS QUE UN JUEGO DE PALABRAS
    Lo que siento no lo actúo. Lo que actúo no lo pienso. Lo que pienso no lo siento. De lo que sé soy
    ignorante. Lo que siento no lo ignoro. No me entiendo y actúo como si me entendiese.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Mayo 2023, 19:22

    23 de junio de 1973


    LECCIÓN DE MORAL


    Un día un chofer de taxi, y yo entrevisto a muchos, fue quien se encargó de entrevistarme. Me hizo
    varias preguntas indiscretas y, entre ellas, una bastante extraña: «¿Usted se siente una mujer igual a
    todo el mundo?» (Él era tan norteño que no decía mujer, decía muher). Respondí sin saber con
    certeza lo que respondía: «Más o menos». «Pues yo», continuó él, «me siento igual a todo el mundo.
    Fui mendigo, señora mía. Y hoy soy chofer. Y, aun habiendo sido mendigo, me siento igual a todo el
    mundo. Es por eso que le estoy dando una lección de moral». ¿Merecía yo esta lección? No sé por
    qué nos despedimos con la mayor efusión, uno deseándole felicidad al otro. Seguramente estábamos
    necesitados.
    Una conocida mía quedó sorprendida cuando le conté: siempre había pensado que, una vez
    mendigo, último punto de parada de una persona, nunca más se cambiaba. Pero aquél no sólo salió,
    sino que tiene dinero bien ganado en un auto comprado por él en cuotas. Y no sólo salió de la
    mendicidad, sino que estaba listo para dar lección de moral a una muher que no la pidió. Detesto las
    lecciones de moral. Cuando noto que la conversación está derivando hacia eso —otros, los
    moralistas, dirían «elevándose hacia eso»— me retraigo toda, y una rigidez muda se apodera de mí.
    Lucho en contra. Y estoy empeorando en este sentido.


    «NO SÉ»


    Ustedes pueden decirme qué les interesa, sobre qué les gustaría que yo escribiera. No prometo que
    siempre atienda el pedido: el asunto tiene que tomarme, encontrarme en buena disposición. Además
    puedo no saber escribir sobre el tema mencionado. Me reservo el derecho a decir: no sé.
    Una vez que insistieron mucho para que yo diera una conferencia en la Universidad de Vitória,
    Espírito Santo, terminé aceptando, cautivada por esa buena gente. Acepté —también porque me
    gustan los estudiantes— bajo la condición de que no fuera una conferencia: que se tratara de
    preguntas y respuestas, de una conversación, teniendo yo el derecho sagrado de también responder
    «no sé». Salió bien.
    Sólo que un estudiante estaba demasiado agresivo. No sólo se sentó solo en la última fila del
    auditorio, cuando todavía había lugar más adelante, sino que hablaba en voz baja, inconscientemente
    para que yo no oyera. Reclamé y él bien que tenía voz fuerte. Terminó cambiando de fila y diciendo
    claramente que no entendía una palabra de lo que yo escribía. Pero también con él terminó saliendo
    bien. Y Vitória es linda.
    Aprovecho el hecho de haber hablado de Vitória para pedir disculpas a un estudiante de
    Filosofía: me llamó por teléfono invitándome para una noche de autógrafos, prometí ir. Pero estaba
    comprometida a volver en un día preciso. Y el día de la noche de autógrafos no había avión para
    Espírito Santo. Llamé al muchacho, explicándole por qué no iba. No estaba y dejé un recado. Por lo
    visto, no lo recibió. Pues supe que en el aeropuerto de Vitória había estudiantes esperándome. Mi
    recado para el muchacho: estoy dispuesta a hacer una noche de autógrafos cuando tú quieras.

    [/b]


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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Mayo 2023, 18:32

    30 de junio de 1973


    UN NOVELISTA


    Marques Rebelo tiene el mismo cabello cortado a la navaja del tiempo en que lo conocí, la mirada
    rápida y maliciosa. Pero hay algo nuevo en su rostro: más bondad que antes, lo que ciertamente la
    vida le fue enseñando. Era conocido por tener una lengua venenosa que no se ahorraba a nadie.
    También eso el tiempo y la experiencia y un natural cansancio vinieron a apaciguar.
    Marques Rebelo es su «nombre de guerra». El verdadero es Eddy Dias da Cruz, nombre que
    parece tener otra personalidad. Marques Rebelo creyó que era necesaria una mínima euforia para un
    nombre literario, y se rebautizó: cree que todo el mundo debería bautizarse solo. Los dos nombres se
    fundieron y él se hizo uno. Comenzó a escribir casi de niño. Escribía pero no se comunicaba ni
    consigo mismo y rasgaba los papeles. A los 19 años publicó poesías en revistas modernistas como
    Antropofagia, Verde . Pero se avergüenza de ese pasado poético. A los 21 años, en plena vida de
    soldado, escribió Oscarina que le dio satisfacción. Siguieron Tres caminos, Marafa, La estrella
    asciende, Stella me abrió la puerta y —después de largo tiempo lejos de la ficción— los volúmenes
    del Espejo partido, que es un intento de pintura de la vida brasileña, hecha de infinitos fragmentos.
    Es producto de la paciencia, casi de la obstinación. Trabaja por disciplina, sin esperar la
    inspiración: escribe siempre, aun cuando sea para tirar o rehacer 30 veces. Para él, reescribir es más
    importante que escribir.
    Y la madrugada es su hora. El silencio lo invita. Descubrió la noche desde chiquilín, cuando
    durante el día tenía que trabajar.
    El libro de literatura que le gustaría haber escrito y lo dejaría plenamente satisfecho es Nils
    Lyhne, de Jacobs: lo encuentra apasionante.
    En cuanto a los nuevos escritores, opina que aún son los más grandes los que están conduciendo
    el barco: los jóvenes todavía no dieron su declaración, parece que un horizonte tan abierto los asusta.
    Cree que, bien o mal, está dando su mensaje. Acuerda con que es el escritor más carioca del Brasil
    pero no encuentra en eso una cualidad sino un producto de las circunstancias.
    Cuando se le pregunta sobre lo que hace en la Academia Brasileña de Letras responde sonriendo
    que marca el paso para el mausoleo. No se queja de los críticos, a veces se queja de sí mismo. El
    momento más decisivo de su vida tal vez haya sido aquel en que decidió ser escritor.
    Vivió siempre modestamente, de trabajos extraliterarios, de modo tal que le sobrara tiempo para
    leer y escribir. Es un gran lector. Y escribir, para él, vale la pena: es su reducto de libertad. Fuera de
    escribir lo que más le agrada de verdad es vivir.
    La literatura, según él, nunca trae amigos, como máximo trae algunos simpáticos desafectos. En
    literatura se siente muy solo; en la vida se reparte bastante.
    Nació en Vila Isabel, vivió en Tijuca, Botafogo y Laranjeiras, cada barrio con una personalidad
    propia: Río es una ciudad con muchas ciudades dentro.
    ¿Su club de fútbol? América, única pasión de su vida. Ese equipo lo alucina. El América pierde
    siempre… Le gusta el cine pero prefiere el teatro.
    En cuanto al alto precio que se paga en la vida, él cree que lo vale.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Mayo 2023, 20:05

    29 de septiembre de 1973

    TRAYECTORIA DE UNA VOCACIÓN


    Isaac Karabtchevsky electriza al público más indiferente cuando dirige, tal es su vibración. Además
    de ser una experiencia importante la de escucharlo, verlo dirigir es un espectáculo de belleza: él se
    entrega por entero. Se nota que está transportado, que pierde la propia individualidad y vive
    intensamente la partitura. Inmediatamente después de un concierto se siente un trapo humano,
    consumido por el sudor y el cansancio, pero si todo salió como quería, es el hombre más feliz del
    mundo.
    Por increíble que parezca, aborrecía y lo aburría estudiar música en el colegio: nunca habría
    pensado que con notas y pautas cristalizaría una vocación, definiría su futuro de artista. Pero le
    gustaba, durante largas horas, oír una fuga de Bach e ir creando simultáneamente nuevas líneas y
    voces. Desde temprano, por lo tanto, se había enamorado de la polifonía, por los contrapuntos más
    densos y complejos: de ahí también, en estado embrionario, vino su tendencia a considerar la música
    como un todo, reflejo de varias voces o instrumentos, y no interesarse por el género solista. Pero
    hasta entonces la música era sólo un estímulo para soportar las horas tristes de su adolescencia:
    pocos amigos, poca diversión, y obligado a ayudar a su familia trabajando como empleado de
    mostrador en un negocio de artículos para niños, a los 15 años. Como es de suponer, no vendía bien:
    cuando quería convencer a una clienta de llevar algún vestidito blanco, argumentaba: «No destiñe
    para nada». Pero así como una planta que crece y no siente, así fue desarrollándose en él una pasión
    sin límites por la música: fundó entonces un coro en el colegio donde estudiaba, y ensayaba de oído,
    sin conocer siquiera una sola nota: improvisaba los tenores, bajos y sopranos, y cada ensayo era una
    revelación; dirigió su primer concierto arriba de una silla pues no había podio.
    A los 17 años resolvió vivir en un kibutz en Israel. Allá se preparaba para su futuro de
    campesino. Después eligió una profesión donde pudiera ser útil en el futuro: la electrotécnica.
    Estudiaba en el Mackenzie en S. Paulo, rodeado de soldadoras y hierro fundido, voltímetros y
    amperímetros, un sinfín de números y cálculos, y un sentimiento de frustración que lo dominaba cada
    vez más. Fue entonces que fundaron, detrás del cementerio de la Consolación, la entonces Escuela
    Libre de Música del Pro-Arte. Su director, el alemán Koellreutter, predicaba un sistema complicado
    basado en la técnica de los 12 sonidos, el dodecafonismo. Entonces se decidió, definitiva e
    irreversiblemente, por la música.
    Con intensidad y firmeza se dedicó a los estudios, de la mañana a la noche, sin descanso, y
    durante cinco años asimiló lo que normalmente sería hecho en diez. Necesitaba nuevos ambientes,
    sentir y vivir las viejas tradiciones: partió a Europa en 1958, dos años después de haber fundado el
    conjunto que establecería un verdadero marco en el panorama musical brasileño: el Madrigal
    Renacentista.
    Su vida ha sido un sinfín de conciertos aquí y en el exterior, pero todavía se encuentra lejos de
    sentirse realizado. Sólo sabe una cosa: está orgánicamente ligado a la música, como una ostra a su
    casa.
    Una vez fue a la revista Manchete a hablar con Adolfo Bloch sobre un plan destinado a llevar la
    Sinfónica a los diversos sectores de la población todavía no alcanzados por la música erudita. A lo
    que Adolfo replicó: ¿por qué pensar en tres mil cuando podemos llegar a treinta mil? Reunió a su
    staf y programó un espectáculo en el Monumento de los Pracinhas, con la Orquesta Sinfónica
    Brasileña, tres bandas militares, cañones y campanas: la pieza principal era la Obertura 1812, de
    Chaikovski. Al principio no creyó que funcionaría, siempre había tenido temor a las aglomeraciones
    para escuchar música, a las multitudes. Pero en los acordes finales de la 1812, donde el himno ruso
    se impone, vio al pueblo correr en dirección a él. Y al frente, casi llorando, a Adolfo Bloch.
    Para Karabtchevsky lo que el Brasil necesita para alcanzar su mayoría de edad musical es una
    reestructuración completa y radical en la enseñanza de la música, no con la intención de formar
    músicos profesionales, sino de forjar a las futuras generaciones que oirán música con placer y
    autenticidad.
    Fue muy criticado en ocasión del concierto con obras de Chico Buarque: hubo reacción de los
    puristas. Karabtchevsky no pretendía la simbiosis de la música popular con la erudita, sino la
    motivación que podría atraer a una juventud sedienta de nuevos valores. El concierto de Chico fue un
    intento, la apertura de uno de los caminos.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 21 Mayo 2023, 18:34

    17 de noviembre de 1973



    LO QUE ME DIJO PEDRO BLOCH



    1. Lo que las personas llaman mi bondad tal vez sea mi sintonía con el mundo. Soy colectivo. Tengo
    el mundo dentro de mí. Creo que todo ser humano tiene una dimensión universal, única, insustituible.
    Por respeto a cada ser humano, en todos los rincones de la Tierra, y porque me gusta la gente, me
    gusta que me guste, es que encuentro en cada individuo el reflejo del universo. Disculpa, pero me
    gustan hasta los que no gustan de mí. Pero me gustan los que gustan.
    2. No sé si soy un gran médico, como tú dices. Soy dramaturgo famoso, porque la estadística lo
    afirma. Pero no siendo grande en nada, actúo como si lo fuese. Cuando atiendo a un paciente, intento
    ser el mejor que puedo. Cuando escribo una pieza, creo que estoy haciendo la cosa más importante
    del mundo. Pero no soy completo, no. Completo recuerda a realizado. Realizado es terminado.
    Terminado es lo que no se renueva a cada instante de la vida y del mundo. Yo vivo completándome
    en los otros, pero falta un bocado.
    3. El mundo somos todos nosotros, responsables, uno a uno, uno por uno, por lo que hicimos del
    mundo. Sólo después de reconstruirme me sentiría en el derecho de reconstruir el mundo.
    4. Para captar tantas cosas maravillosas dichas por los niños es sólo cuestión de tener oídos para
    escuchar a los niños. Confieso que tengo la vanidad de ser «el hombre de los cuentitos para niños».
    Ellos son afines conmigo. Tanto que la diferencia de edad no duele. Por eso es que salieron aquellas
    cosas como «el color rosa es un rojo… pero muy lento», «pobre del trencito del Pan de Azúcar…
    está pensando que es avión», «el gato murió… porque el gato salió del gato y quedó sólo el cuerpo
    del gato». Aprendo con los niños todo lo que los sabios todavía no saben.
    5. No soy experto en la rehabilitación de la voz. En el mundo en que vivimos, de conocimientos
    tan vastos e información tan constante, nadie es experto en nada. Sólo en lo propio. Siento una
    permanente, gran responsabilidad. Y es por eso que cada día, a las cinco de la mañana, vuelvo a
    estudiar, dudando e intentando aprender con quien sabe más.
    6. Sí, todas mis piezas teatrales, unas 30, fueron llevadas al escenario. Tuve la alegría de saber
    que una pieza mía, en el mismo día, se representaba en todos los continentes.
    7. ¿Qué creo del amor? No creo. Amo. Creí: Míriam. Las personas llaman amor al amor propio.
    Llaman amor al sexo. Llaman amor a una porción de cosas que no son amor. Mientras la humanidad
    no defina el amor, mientras no perciba que el amor es algo independiente de la posesión, del
    egocentrismo, de la planificación, del miedo a perder, de la necesidad de ser correspondido, el amor
    no será amor. Lo que hace mover al mundo en sentido constructivo es la verdad. Aunque provisoria.
    Aunque sea más camino que meta. Las palabras ahogan todo: el amor, la verdad, el mundo. Mientras
    el hombre no establezca un encuentro serio consigo mismo, verá el mundo con prisma deformado y
    construirá un mundo en el que la Luna tendrá prioridad, un mundo de más Luna que luz de Luna.
    8. Ya reparé que sólo cuando se comienza a perder la memoria es que se resuelve escribir
    memorias. Yo todavía tengo razonable memoria. En cuanto a un diario, estaría vacío de mí y lleno de
    las personas que amo. Por eso prefiero escribir sobre ellas, y no mi diario.
    9. Hice una vez una receta de vivir que creo que me revela. Vivir es expandir, es iluminar. Vivir
    es derrumbar barreras entre los hombres y el mundo. Comprender. Saber que, muchas veces, nuestra
    jaula somos nosotros mismos, que vivimos puliendo las rejas en vez de liberarnos. Intento descubrir
    en los otros su dimensión universal y única. No podemos vivir permanentemente grandes momentos,
    pero podemos cultivar su expectativa. Somos sólo lo que le hacemos a los otros. Somos
    consecuencia de esa acción. Tal vez la cosa más importante de la vida sea no vencer en la vida. No
    realizarse. El hombre debe vivir realizándose. El realizado puso punto final. Tengo un profundo
    respeto humano. Un enorme respeto por la vida. Creo en los hombres. Hasta en los estafadores.
    Intento desarrollar un sentido de identificación con el resto de la humanidad. No nado en una piscina
    si tengo mar. Me gusta gustar. No hacer… me extenúa. Creo más en la verdad que en la bondad. Creo
    que la verdad es la quintaesencia de la bondad, la bondad a largo plazo. Tengo defectos, pero intento
    olvidarlos a mi modo. «Saber olvidar lo malo también es tener memoria.
    10. ¿Si creo en los milagros? Pero yo sólo creo en los milagros. Nada más milagrosa que la
    realidad de cada instante. Creo más en lo sobrenatural. Lo sobrenatural sería lo natural mal
    explicado, si lo natural tuviera explicación. Gilberto Amado anotó esa frase mía. Debe de ser buena.
    11. No hay mérito en que yo ame a Míriam, porque en ella encuentro a todas las mujeres del
    mundo. Ella me acompaña en todo. En el trabajo —es mi mejor colaboradora, en la rehabilitación de
    la voz—, en la vida, en todo. Ella es tan despojada de egoísmo que llega a rayar lo inhumano. Nunca
    vi de Míriam un gesto, una palabra, una actitud que no fuera para el bien de los otros. Quise casarme
    con ella en el mismo momento en que la conocí. Pero, ahora que la conozco más, me gustaría volver
    a casarme todos los días.
    12. Mis piezas primero son sufridas, después escritas y después construidas. La construcción
    viene en último lugar. Sólo escribo lo que viví, sentí y sufrí, en la propia piel o desbordando dentro
    de la corriente humana, aun cuando mis problemas están superados. La verdad es siempre la mayor
    protesta.
    13. Podría decir que gusto de todo el mundo… hasta de mí.




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    Mensaje por Maria Lua Mar 23 Mayo 2023, 09:08

    15 de diciembre de 1973


    LAS «ESCAPADAS» DE LA MADRE


    Ella bien sabía que, sin ningún intervalo, debía tener la extrema dignidad de madre que los hijos
    exigen. Era, claro, una madre digna de ese nombre.
    Pero a veces, caballo bravío, como Eva la llamaría, se daba una «escapada». Su última
    «escapada» fue cuando estaba sola en la calle y vio a un hombre vendiendo pororó. Entonces compró
    una bolsa y, caminando en plena calle, comió pororó. Lo que probablemente no «quedaría bien».
    Cómo convencerlos de que además de madre ella era ella. Y esa persona que exigía la libertad de
    comer pororó en la calle. Amén. (Hoy es el día del amén, al parecer).




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    Mensaje por Juan Martín Miér 24 Mayo 2023, 07:09

    Me ha encantado ver lo que has escrito sobre tan famosa escritora. A mí me gusta mucho y en España y en los países de lengua española ya es bastante conocida y traducida.

    Mis felicitaciones y muchos besos!!

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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mayo 2023, 20:23

    Gracias, Juan!
    Me alegra que te gusta!
    Clarice es mi escritora preferida!
    Besos





    29 de diciembre de 1973



    A CAUSA DE UNA TETERA CON EL PICO RAJADO


    Este caso ocurrió hace bastante tiempo, por lo que me contaron. Me aseguraron que era verídico.
    Es el siguiente:
    Jane —28 años— y Bob Douglas, 32 años, casados hacía cuatro años, vivían lo que se dice
    felices en el barrio de Soho, Londres.
    Cierta tardecita, cuando Jane servía el té para ambos, Bob, de repente, se enfureció.
    —¡Me enferma ver todos los días esa vieja tetera con el pico rajado! ¡No aguanto más!
    Jane, en general suave, retrucó también con rabia:
    —¡Pues ve tú mismo a comprar una tetera bien bonita, si tienes dinero!
    Bob —y en lo que parece era la primera «escena» entre ambos—, Bob salió golpeando la puerta.
    Fue visto en un pub, seguramente para calmarse —y después nunca más fue visto por nadie. Eso
    mismo: desapareció. Jane boquiabierta.
    Mucho tiempo después, Jane supo por un conocido de ambos que había visto a Bob en un bar en
    París. Y que se había alistado por cinco años en la Legión Extranjera. El conocido le prometió que,
    habiendo medios, él conseguiría su dirección en París.
    Como regalo de Navidad, ella supo dónde vivía Bob y le escribió emocionada. Y tuvo la
    respuesta.
    Bob incluso se lamentaba por no haberle escrito. «Querida, cuando recobré el juicio, hice todo
    para no entrar en la Legión. Querida, ayúdame a conseguirlo o por lo menos ven conmigo. Sólo deseo
    estar cerca de ti. Siento terribles nostalgias».
    Jane trabajó como loca —15 horas por día en dos empleos: de día como garçonette de un pub,
    de noche en el guardarropa de un night-club.
    Hasta que juntó el dinero suficiente para ir a París. Pero de nada sirvió su esfuerzo (que consistía
    también en comer poco): Bob ya había sido removido al norte de África. Jane imploró a oficiales de
    la Legión Extranjera en el Quai d’Orsay que licenciaran a Bob. Lloraba. También lloraba porque
    tenía vergüenza de explicar que la causa no había sido trágica: había sido por causa de una tetera con
    el pico rajado.
    ¿Pero quién lo creería? La escucharon con amabilidad y después le dijeron que, por el
    reglamento, ella sólo tendría al marido de vuelta en casa en cinco años.
    A la inglesita sólo le restaba regresar a Londres, trabajar y trabajar, economizando para financiar
    su viaje marítimo en un carguero para Sidibel-Abbes.
    La cuenta del banco ya comenzaba a crecer, cuando Jane recibió una carta más de Bob: «Querida,
    estoy en un abismo de desesperación. Voy a ser enviado a Indochina».
    Pero de tanto temor y desesperación, Bob se enfermó, bajó al hospital. Sus compañeros siguieron
    viaje, muchos de ellos murieron en Dien-Bien-Phu. Jane intentó incorporarse a la Cruz Roja
    Internacional o a la Marina Mercante. Pero sin éxito alguno.
    Un mes después, juzgándolo curado, embarcaron a Bob hacia Indochina. Al pasar el navío por el
    Canal de Suez, él y cuatro italianos más se arrojaron al agua.
    La policía egipcia los aprehendió por entrada ilegal. En Londres, Jane suplicó al Foreign Office
    que librara al marido de las complicaciones. Tanto habló que terminó diciendo la verdad que parecía
    mentira pero no lo era:
    —Todo —explicó con pudor— ocurrió por causa de una vieja tetera con el pico rajado.
    Me enloquece no saber el fin de la historia, y supongo que a ustedes también.





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    Mensaje por Maria Lua Vie 26 Mayo 2023, 20:24

    CLARICE LISPECTOR (Chechelnik, 1920 - Río de Janeiro, 1977). Narradora brasileña, nacida en
    Ucrania. Cuando era pequeña, se trasladó con su familia a Recife. Después se instaló en Río de
    Janeiro, donde estudió Derecho. Estuvo en Nápoles, trabajando en el hospital de la Fuerza
    Expedicionaria Brasileña, y después en Suiza y Estados Unidos. Su primera novela, Cerca del
    corazón salvaje (1944), la hizo merecedora del premio Graça Aranha. Después de publicar La
    manzana en la oscuridad (1961), despertó el interés de la crítica literaria, que la situó, junto con
    João Guimarães Rosa, en el centro de la ficción de vanguardia. En su obra se descubre un uso intenso
    de la metáfora, atmósfera íntima y ruptura con la peripecia basada en hechos, principalmente en La
    pasión según G. H. (1964) y Aprendizaje o El libro de los placeres (1969).
    De su vasta producción literaria, merecen recordarse además las novelas Agua viva (1973), La hora
    de la estrella (1977) y Un soplo de vida (1978, póstuma), así como los libros de cuentos Lazos de
    familia (1960), La Legión Extranjera (1964), ¿Dónde estuviste de noche? (1964, traducido también
    como Silencio) y La bella y la bestia (1979, póstuma).



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 27 Mayo 2023, 15:58

    Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui.



    La hora de la estrella


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    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Mayo 2023, 16:59

    Con el correr del tiempo había nacido en ella una secreta vida atenta; silenciosamente ella se comunicaba con los objetos a su alrededor con una cierta manía tenaz y desapercibida que sin embargo estaba siendo su modo más interior y verdadero de existir. Antes de realizar algún acto ella «sabía» que «algo» estaría en contra o que una leve ola lo permitiría; tenía tantos deseos de vivir que se había vuelto supersticiosa. Había entrado en su propio reinado.



    La lámpara


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    Mensaje por Maria Lua Lun 29 Mayo 2023, 19:23

    Pues estoy a favor del miedo.


    Pues ciertos miedos —aquéllos no mezquinos y que tienen raíz de raza inextirpable— me vienen dando mi más incomprensible realidad. La ilogicidad de mis miedos me encanta, me da un aura que hasta me avergüenza. Apenas logro ocultar, bajo la sonriente modestia, mi gran capacidad de caer en miedos.
    Revelación de un mundo


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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Mayo 2023, 18:57

    Clarice Lispector
    Cuentos reunidos


    Devaneo y embriaguez de una muchacha




    Le parecía que por la habitación se cruzaban los autobuses eléctricos,
    estremeciendo su imagen reflejada. Estaba peinándose lentamente frente al
    tocador de tres espejos, los brazos blancos y fuertes se erizaban en el frescor de
    la tarde. Los ojos no se abandonaban, los espejos vibraban ora oscuros, ora
    luminosos. Allá afuera, desde una ventana más alta, cayó a la calle una cosa
    pesada y fofa. Si los niños y el marido estuvieran en casa, se le habría ocurrido la
    idea de que se debía a un descuido de ellos. Los ojos no se despegaban de la
    imagen, el peine trabajaba meditativo, la bata abierta dejaba asomar en los
    espejos los senos entrecortados de varias muchachas.
    «¡La Noche!», gritó el voceador al viento blando de la calle del Riachuelo, y
    algo presagiado se estremeció. Dejó el peine en el tocador, cantó absorta:
    «¡Quién vio al gorrioncito… pasó por la ventana… voló más allá del Miño!»,
    pero, colérica, se cerró en sí misma dura como un abanico.
    Se acostó; se abanicaba impaciente con el diario que susurraba en la
    habitación. Tomó el pañuelo, trató de estrujar el bordado áspero con los dedos
    enrojecidos. Comenzó a abanicarse nuevamente, casi sonriendo. Ay, ay, suspiró
    riendo. Tuvo la imagen de su sonrisa clara de muchacha todavía joven, y sonrió
    aún más cerrando los ojos, abanicándose más profundamente. Ay, ay, venía de la
    calle como una mariposa.
    «Buenos días, ¿sabes quién me vino a buscar a casa?», pensó como tema
    posible e interesante de conversación. «Pues no sé, ¿quién?», le preguntaron con
    una sonrisa galanteadora unos ojos tristes en una de esas caras pálidas que a
    cierta gente le hacen tanto mal. «María Quiteria, ¡hombre!», respondió
    alegremente, con la mano en el costado. «Si me lo permites, ¿quién es esa
    muchacha?», insistió galante, pero ahora sin rostro. «Tú», cortó ella con leve
    rencor la conversación, qué aburrimiento.
    Ay, qué cuarto agradable, ella se abanicaba en el Brasil. El sol, preso de las
    persianas, temblaba en la pared como una guitarra. La calle del Riachuelo se
    sacudía bajo el peso cansado de los autobuses eléctricos que venían de la calle
    Mem de Sá. Ella escuchaba curiosa y aburrida el estremecimiento de la vitrina en
    la sala de visitas. De impaciencia, se dio el cuerpo de bruces, y mientras
    tironeaba con amor los dedos de los pies pequeñitos, esperaba su próximo
    pensamiento con los ojos abiertos. «Quien encontró, buscó», dijo en forma de
    refrán rimado, lo que siempre le parecía una verdad. Hasta que se durmió con la
    boca abierta, la baba humedeciéndole la almohada.
    Despertó cuando el marido ya había vuelto del trabajo y entró en la
    habitación. No quiso comer ni salir de sus ensoñaciones, y se durmió de nuevo: el
    hombre que se las arreglara con las sobras del almuerzo.
    Y ya que los hijos estaban en la finca de las tías, en Jacarepaguá, ella
    aprovechó para amanecer rara: confusa y leve en la cama, uno de esos caprichos,
    ¡no se sabe por qué! El marido apareció ya vestido y ella no sabía qué había
    hecho para su desayuno; ni siquiera le miró el traje, si había o no que cepillarlo,
    poco le importaba si hoy era el día en que se ocupaba de negocios en la ciudad.
    Pero cuando él se inclinó para besarla, su levedad crepitó como una hoja seca.
    —¡Vete!
    —¿Qué tienes? —le preguntó el hombre, atónito, ensayando inmediatamente
    una caricia más eficaz.
    Obstinada, ella no sabía responder, estaba tan tonta y principesca que no
    había siquiera dónde buscarle una respuesta.
    —¡Cuidado con molestarme! ¡No vengas a rondarme como un gato viejo!
    Él pareció pensarlo mejor y aclaró:
    —Muchacha, estás enferma.
    Ella lo aceptó, sorprendida, lisonjeada. Durante todo el día se quedó en la
    cama, escuchando la casa tan silenciosa, sin el bullicio de los niños, sin el
    hombre que hoy comería su cocido en la ciudad. Durante todo el día se quedó en
    la cama. Su cólera era tenue, ardiente. Sólo se levantaba para ir al baño, de donde
    volvía noble, ofendida.




    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Mayo 2023, 18:58

    ***


    La mañana se volvió una larga tarde inflada que se volvió noche sin fin,
    amaneciendo inocente por toda la casa.
    Ella todavía estaba en la cama, tranquila, improvisada. Ella amaba… Estaba
    amando previamente al hombre que un día iba a amar. Quién sabe, eso a veces
    sucedía, y sin culpas ni dolores para ninguno de los dos. Allí estaba en la cama,
    pensando, pensando, casi riendo como ante un folletín. Pensando, pensando. ¿En
    qué? No lo sabía. Y así se dejó estar.
    De un momento a otro, con rabia, se puso de pie. Pero en la flaqueza del
    primer instante parecía loca y delicada en la habitación que daba vueltas, daba
    vueltas hasta que ella consiguió a ciegas acostarse otra vez en la cama,
    sorprendida de que tal vez fuera verdad. «¡Oh, mujer, mira que si de veras te
    enfermas!», se dijo, desconfiada. Se llevó la mano a la frente para ver si tenía
    fiebre.
    Esa noche, hasta que se durmió, fantaseó, fantaseó: ¿cuánto tiempo?, hasta que
    cayó: adormecida, roncando con el marido.
    Despertó con el día atrasado, las papas por pelar, los niños que regresarían
    por la tarde de casa de las tías, ¡ay, me he faltado al respeto!, día de lavar ropa y
    zurcir calcetines, ¡ay, qué haragana me saliste!, se censuró curiosa y satisfecha, ir
    de compras, no olvidar el pescado, el día atrasado, la mañana presurosa de sol.
    Pero el sábado por la noche fueron a la tasca de la plaza Tiradentes,
    atendiendo a la invitación de un comerciante muy próspero, ella con el vestidito
    nuevo que aunque no demasiado adornado era de muy buena tela, de esas que iban
    a durar toda la vida. El sábado por la noche, embriagada en la plaza Tiradentes,
    embriagada pero con el marido a su lado para protegerla, y ella ceremoniosa
    frente al otro hombre mucho más fino y rico, procurando darle conversación,
    porque ella no era ninguna charlatana de aldea y había vivido en la capital. Pero
    borracha a más no poder.
    Y si su marido no estaba borracho era porque no quería faltarle al respeto al
    comerciante y, lleno de empeño y humildad, le dejaba al otro el cantar del gallo.
    Lo que quedaba bien para esa ocasión tan distinguida, pero le daba, al mismo
    tiempo, muchos deseos de reír. ¡Y desprecio! ¡Miraba al marido con su traje
    nuevo y le hacía una gracia! Borracha a más no poder, pero sin perder el brío de
    muchachita. Y el vino verde se le derramaba por el cuerpo.
    Y cuando estaba embriagada, como en una abundante comida de domingo,
    todo lo que por la propia naturaleza está separado —olor a aceite en un lado,
    hombre en otro, sopa en un lado, camarero en el otro— se unía raramente por la
    propia naturaleza, y todo no pasaba de ser una sinvergüenzada solamente, una
    bellaquería.
    Y si estaban brillantes y duros los ojos, si sus gestos eran etapas difíciles
    hasta conseguir finalmente alcanzar el palillero, en verdad por dentro estaba hasta
    muy bien, era una nube plena trasladándose sin esfuerzo. Los labios ensanchados
    y los dientes blancos, y el vino hinchándola. Y aquella vanidad de estar
    embriagada facilitándole un gran desdén por todo, tornándola madura y redonda
    como una gran vaca.
    Naturalmente que ella conversaba. Porque no le faltaban temas ni habilidad.
    Pero las palabras que una persona pronunciaba cuando estaba embriagada eran
    como si estuvieran preñadas; palabras sólo en la boca, que poco tenían que ver
    con el centro secreto que era como una gravidez. Ay, qué rara estaba. El sábado
    por la noche el alma diaria estaba perdida, y qué bueno era perderla, y como
    recuerdo de los otros días apenas quedaban las manos pequeñas tan maltratadas, y
    ahora ella con los codos sobre el mantel de la mesa a cuadros rojos y blancos,
    como sobre una mesa de juego, profundamente lanzada a una vida baja y
    convulsionante. ¿Y esta carcajada? Esa carcajada que le estaba saliendo
    misteriosamente de una garganta llena y blanca, en respuesta a la delicadeza del
    comerciante, carcajada venida de las profundidades de aquel sueño, y de la
    profundidad de aquella seguridad de quien tiene un cuerpo. Su carne blanca
    estaba dulce como la de una langosta, las piernas de una langosta viva
    moviéndose lentamente en el aire. Y aquella pequeña maldad de quien tiene un
    cuerpo.







    continuará


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    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Mayo 2023, 19:00

    ***

    Conversaba, y escuchaba con curiosidad lo que ella misma estaba
    respondiendo al comerciante próspero que en tan buena hora los invitaba y
    pagaba la comida. Escuchaba intrigada y deslumbrada lo que ella misma estaba
    respondiendo: lo que dijera en ese estado valdría para el futuro como augurio
    (ahora ya no era una langosta, era un duro signo: escorpión. Porque había nacido
    en noviembre).
    Un reflector que mientras se duerme recorre la madrugada: tal era su
    embriaguez errando por las alturas.
    Al mismo tiempo, ¡qué sensibilidad!, ¡pero qué sensibilidad!, cuando miraba
    el cuadro tan bien pintado del restaurante, de inmediato le nacía la sensibilidad
    artística. Nadie podría sacarle la idea de que había nacido para otras cosas. A
    ella siempre le gustaron las obras de arte.
    ¡Pero qué sensibilidad!, ahora ya no a causa del cuadro de uvas y peras y
    pescado muerto brillando en las escamas. Su sensibilidad la molestaba sin serle
    dolorosa, como una uña rota. Y siquiera podría permitirse el lujo de volverse aún
    más sensible, podría ir más adelante todavía: porque estaba protegida por una
    situación, protegida como toda la gente que había alcanzado una posición en la
    vida. Como una persona a quien le impiden tener su propia desgracia. Ay, qué
    infeliz soy, madre mía. Si quisiera aún podría echar más vino en su cuerpo y,
    protegida por la posición que había alcanzado en la vida, emborracharse todavía
    más, siempre y cuando no perdiera la fuerza. Y así, más borracha aún, recorría
    con los ojos el restaurante, y qué desprecio sentía por las personas secas del
    restaurante, ningún hombre que fuese un hombre de verdad, que fuese realmente
    triste. Qué desprecio por las personas secas del restaurante, mientras ella estaba
    gorda y pesada, generosa a más no poder. Y todos tan distantes en el restaurante,
    separados uno del otro como si jamás uno pudiera hablar con el otro. Cada uno
    para sí, y Dios para todos.
    Sus ojos se fijaron de nuevo en aquella muchacha que ya, de entrada, le
    hiciera subir la mostaza a la nariz. De entrada la había visto, sentada a una mesa
    con su hombre, toda llena de sombreros y adornos, rubia como un escudo falso,
    toda santurrona y fina —¡qué lindo sombrero tenía!—, seguro que ni siquiera era
    casada, y ponía esa cara de santa. Y con su lindo sombrero bien puesto. ¡Pues que
    le aprovechara bien la santidad!, ¡y que no se le cayera la aristocracia en la sopa!
    Las más santitas eran las que estaban más llenas de desvergüenza. Y el camarero,
    el gran estúpido, sirviéndola lleno de atenciones, el ladino: y el hombre amarillo
    que la acompañaba haciendo la vista gorda. Y la santurrona muy envanecida de su
    sombrero, muy modesta por su cinturita pequeña, seguro que ni siquiera era capaz
    de parirle un hijo a su hombre. Claro que ella no tenía nada que ver con eso, por
    cierto: pero de entrada le habían dado ganas de llenarle esa cara de santa rubia de
    unos buenos sopapos, junto con la aristocracia del sombrero. Que ni siquiera era
    rolliza, porque era plana de pecho. Van a ver que, con todos sus sombreros, no
    dejaba de ser una verdulera haciéndose pasar por gran dama.








    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Mayo 2023, 19:01

    ***

    Oh, estaba muy humillada por haber ido a la tasca sin sombrero, ahora la
    cabeza le parecía desnuda. Y la otra, con sus aires de señora, haciéndose pasar
    por delicada. ¡Bien sé lo que te falta, damisela, y a tu hombre amarillo! Y si
    piensas que te envidio tu pecho plano, puedes ir sabiendo que no me importa
    nada, que me río de tus sombreros. A desvergonzadas como tú, haciéndose las
    importantes, yo las lleno de sopapos.
    En su sagrada cólera, extendió con dificultad la mano y tomó un palillo.
    Pero finalmente la dificultad de llegar a casa desapareció: se movía ahora
    dentro de la realidad familiar de su habitación, sentada en el borde de la cama
    con la chinela balanceándose en el pie.
    Y cuando entrecerró los ojos nublados, todo quedó de carne, el pie de la cama
    de carne, la ventana de carne, en la silla el traje de carne que el marido había
    arrojado, y todo, casi, le producía dolor. Y ella cada vez más grande, vacilante,
    temblorosa, gigantesca. Si consiguiera llegar más cerca de sí misma se vería más
    grande. Cada brazo podría ser recorrido por una persona, en la ignorancia de que
    se trataba de un brazo, y en cada ojo podría sumergirse y nadar sin saber que era
    un ojo. Y alrededor doliendo todo, un poco. Las cosas estaban hechas de carne
    con neuralgia. Había sido el frío que pescó al salir del restaurante.
    Estaba sentada en la cama, tranquila, escéptica.
    Y eso todavía no era nada. Que en ese momento le estaban sucediendo cosas
    que sólo más tarde le irían realmente a doler mucho: cuando ella volviera a su
    tamaño corriente, el cuerpo anestesiado estaría despertándose, latiendo, y ella iba
    a pagar por las comilonas y los vinos.
    Entonces, ya que eso terminaría por suceder, tanto se me hace abrir ahora
    mismo los ojos, lo hizo, y todo quedó más pequeño y más nítido, pero sin ningún
    dolor. Todo, en el fondo, estaba igual, sólo que menor y familiar. Estaba sentada,
    bien tiesa, en su cama, el estómago muy lleno, absorta, resignada, con la
    delicadeza de quien espera sentado que otro despierte. «Te atiborraste de comida,
    ahora a pagar el pato», se dijo melancólica, mirándose los deditos blancos del
    pie. Miraba alrededor, paciente, obediente. Ay, palabras, palabras, objetos de
    habitación alineados en orden de palabras formando aquellas frases turbias y
    aburridas, que quien sepa leer, leerá. Aburrimiento, aburrimiento, ay, qué fastidio.
    Qué pesadez. En fin, que sea lo que Dios quiera. Qué es lo que se habría de hacer.
    Ay, me da una cosa tan rara que ni sé siquiera cómo explicarla. En fin, que sea lo
    que Dios quiera. ¡Y decir que se había divertido tanto esta noche!, ¡y decir que
    había sido tan lindo todo, tan a su gusto el restaurante, ella sentada tan fina a la
    mesa! ¡Mesa!, le gritó el mundo. Pero ella ni siquiera respondió, alzando los
    hombros en un gesto de disgusto, importunada, ¡que no me vengan a fastidiar con
    cariños!, desilusionada, resignada, harta de comida, casada, contenta, con una
    vaga náusea.








    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Mayo 2023, 19:02

    ***

    Fue en aquel instante cuando quedó sorda: le faltó un sentido. Envió a la oreja
    una palmada con la mano abierta, con lo que sólo consiguió un mayor trastorno: el
    oído se le llenó de un rumor de ascensor, la vida de repente se hizo sonora y
    aumentaba en los menores movimientos. Una de dos: estaba sorda o escuchaba
    demasiado (reaccionó a esta nueva solicitud con una sensación maliciosa e
    incómoda, con un suspiro de saciedad). Que los parta un rayo, dijo suavemente,
    aniquilada.
    «Y cuando en el restaurante…», recordó de repente. Cuando estuvo en el
    restaurante, el protector de su marido le había arrimado un pie al suyo debajo de
    la mesa, y por encima de la mesa estaba la cara de él. ¿Porque se había callado, o
    había sido a propósito? El diablo. Una persona que, para decir la verdad, era muy
    interesante. Se encogió de hombros.
    ¿Y cuando en su escote redondo, en plena plaza Tiradentes —pensó ella
    moviendo la cabeza con incredulidad—, se había posado una mosca sobre su piel
    desnuda? Ay, qué malicia.
    Había ciertas cosas buenas porque eran casi nauseabundas: el ruido como el
    de un ascensor en la sangre, mientras el hombre roncaba a su lado, los hijos
    gorditos durmiendo amontonados en la otra habitación, los pobres. ¡Ay, qué cosa
    me viene!, pensó desesperada. ¿Habría comido demasiado? ¡Ay, qué cosa me
    viene, santa madre mía!
    Era la tristeza.
    Los dedos del pie jugaron con la chinela. El piso no estaba demasiado limpio.
    Qué descuidada y perezosa me saliste. Mañana no, porque no estaría muy bien de
    las piernas. Pero pasado mañana habría que ver cómo estaría su casa: la
    restregaría con agua y jabón hasta arrancarle toda la suciedad, ¡toda!, ¡habría que
    ver su casa!, amenazó colérica. Ay, qué bien se sentía, qué áspera, como si
    todavía tuviese leche en las mamas, tan fuerte. Cuando el amigo del marido la vio
    tan bonita y gorda, de inmediato sintió respeto por ella. Y cuando ella se sentía
    avergonzada no sabía dónde tenía que fijar los ojos. Ay, qué tristeza. Qué habría
    de hacer. Sentada en el borde de la cama, pestañeaba con resignación. Qué bien
    se veía la luna en esas noches de verano. Se inclinó un poquito, desinteresada,
    resignada. La luna. Qué bien se veía. La luna alta y amarilla deslizándose por el
    cielo, pobrecita. Deslizándose, deslizándose… Alta, alta. La luna. Entonces la
    grosería explotó en súbito amor; perra, dijo riéndose.



    FIN



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 03 Jun 2023, 16:47

    Amor



    Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana
    subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a
    andar. Entonces se recostó en el asiento en busca de comodidad, con un suspiro
    casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, una cosa verdadera y jugosa.
    Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, momentos cada vez más completos. La
    cocina era espaciosa, la estufa descompuesta lanzaba explosiones. El calor era
    fuerte en el apartamento que estaban pagando poco a poco. Pero el viento
    golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería
    podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Como un labrador. Ella
    había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas.
    Y los árboles crecían. Crecía su rápida conversación con el cobrador de la luz,
    crecía el agua llenando el lavabo, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas,
    el marido llegando con los diarios y sonriendo de hambre, el canto inoportuno de
    las sirvientas del edificio. Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña
    y fuerte, su corriente de vida.
    Cierta hora de la tarde era la más peligrosa. A cierta hora de la tarde los
    árboles que ella había plantado se reían de ella. Cuando ya nada precisaba de su
    fuerza, se inquietaba. Sin embargo, se sentía más sólida que nunca, su cuerpo
    había engordado un poco, y había que ver la forma en que cortaba blusas para los
    chicos, la gran tijera restallando sobre el género. Todo su deseo vagamente
    artístico hacía mucho que se había encaminado a volver los días bien realizados y
    hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado
    suplantando su íntimo desorden. Parecía haber descubierto que todo era
    susceptible de perfeccionamiento, que a cada cosa se prestaría una apariencia
    armoniosa; la vida podría ser hecha por la mano del hombre.
    En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las
    cosas. Y eso le había dado un hogar sorprendente. Por caminos torcidos había
    venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella
    lo hubiera inventado. El hombre con el que se casó era un hombre de verdad, los
    hijos que habían tenido eran hijos de verdad. Su juventud anterior le parecía tan
    extraña como una enfermedad de vida. Había emergido de ella muy pronto para
    descubrir que también sin felicidad se vivía: aboliéndola, había encontrado una
    legión de personas, antes invisibles, que vivían como quien trabaja: con
    persistencia, continuidad, alegría. Lo que le había sucedido a Ana antes de tener
    su hogar ya estaba para siempre fuera de su alcance: era una exaltación
    perturbada que muchas veces había confundido con una insoportable felicidad. A
    cambio de eso, había creado algo al fin comprensible, una vida de adulto. Así lo
    quiso ella y así lo había escogido.




    continuará



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    32


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    Mensaje por Maria Lua Dom 04 Jun 2023, 21:02

    ***

    Su precaución se reducía a cuidarse en la hora peligrosa de la tarde, cuando
    la casa estaba vacía y ya no necesitaba de ella, el sol alto, y cada miembro de la
    familia distribuido en sus ocupaciones. Mirando los muebles limpios, su corazón
    se oprimía un poco con espanto. Pero en su vida no había lugar para sentir ternura
    por su espanto: ella lo sofocaba con la misma habilidad que le habían transmitido
    los trabajos de la casa. Entonces salía para hacer las compras o llevar objetos
    para arreglar, cuidando del hogar y de la familia y en rebeldía con ellos. Cuando
    volvía ya era el final de la tarde y los niños, de regreso del colegio, la exigían.
    Así llegaría la noche, con su tranquila vibración. Por la mañana despertaría
    aureolada por los tranquilos deberes. Encontraba otra vez los muebles sucios y
    llenos de polvo, como si regresaran arrepentidos. En cuanto a ella misma,
    formaba oscuramente parte de las raíces negras y suaves del mundo. Y alimentaba
    anónimamente la vida. Y eso estaba bien. Así lo había querido y escogido.
    El tranvía vacilaba sobre las vías, entraba en calles anchas. Enseguida
    soplaba un viento más húmedo anunciando, mucho más que el fin de la tarde, el
    final de la hora inestable. Ana respiró profundamente y una gran aceptación dio a
    su rostro un aire de mujer.
    El tranvía se arrastraba, enseguida se detenía. Hasta la calle Humaitá tenía
    tiempo de descansar. Fue entonces cuando miró hacia el hombre detenido en la
    parada. La diferencia entre él y los otros era que él estaba realmente detenido. De
    pie, sus manos se mantenían extendidas. Era un ciego.
    ¿Qué otra cosa había hecho que Ana se fijase, erizada de desconfianza? Algo
    inquietante estaba pasando. Entonces se dio cuenta: el ciego masticaba chicle…
    Un hombre ciego masticaba chicle.




    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Dom 04 Jun 2023, 21:03

    ***

    Ana todavía tuvo tiempo de pensar por un segundo que los hermanos irían a
    comer; el corazón le latía con violencia, espaciadamente. Inclinada, miraba al
    ciego profundamente, como se mira lo que no nos ve. Él masticaba goma en la
    oscuridad. Sin sufrimiento, con los ojos abiertos. El movimiento de masticar
    hacía que pareciera sonreír y de pronto dejar de sonreír, sonreír y dejar de
    sonreír. Como si él la hubiera insultado, Ana lo miraba. Y quien la viese tendría
    la impresión de una mujer con odio. Pero continuaba mirándolo, cada vez más
    inclinada. El tranvía arrancó súbitamente arrojándola desprevenida hacia atrás; la
    pesada bolsa de malla rodó de su regazo y cayó al suelo; Ana dio un grito y el
    conductor impartió la orden de parar antes de saber de qué se trataba. El tranvía
    se detuvo, los pasajeros miraron asustados. Incapaz de moverse para recoger sus
    compras, Ana se puso de pie, pálida. Una expresión desde hacía tiempo no usada
    en el rostro resurgía con dificultad, todavía incierta, incomprensible. El muchacho
    de los diarios reía entregándole sus paquetes. Pero los huevos se habían roto en el
    envoltorio de papel periódico. Yemas amarillas y viscosas se pegoteaban entre
    los hilos de la malla. El ciego había interrumpido su tarea de masticar y extendía
    las manos inseguras, intentando inútilmente percibir lo que sucedía. El paquete de
    los huevos fue arrojado fuera de la bolsa y, entre las sonrisas de los pasajeros y
    la señal del conductor, el tranvía reinició nuevamente la marcha.
    Pocos instantes después ya nadie la miraba. El tranvía se sacudía sobre los
    rieles y el ciego masticando chicle había quedado atrás para siempre. Pero el mal
    ya estaba hecho.








    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Dom 04 Jun 2023, 21:04

    ***

    La bolsa de malla era áspera entre sus dedos, no íntima como cuando la
    tejiera. La bolsa había perdido el sentido y estar en un tranvía era un hilo roto; no
    sabía qué hacer con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el
    mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho. ¿Por qué? ¿Acaso se
    había olvidado de que había ciegos? La piedad la sofocaba, y Ana respiraba
    pesadamente. Aun las cosas que existían antes de lo sucedido ahora estaban
    cautelosas, tenían un aire hostil, perecedero… El mundo nuevamente se había
    transformado en un malestar. Varios años se desmoronaban, las yemas amarillas
    se escurrían. Expulsada de sus propios días, le parecía que las personas en la
    calle corrían peligro, que se mantenían por un mínimo equilibrio, por azar, en la
    oscuridad, y por un momento la falta de sentido las dejaba tan libres que ellas no
    sabían hacia dónde ir. Notar una ausencia de ley fue tan repentino que Ana se
    aferró al asiento de enfrente, como si se pudiera caer del tranvía, como si las
    cosas pudieran ser revertidas con la misma calma con que no lo eran. Lo que
    llamaba crisis había venido, finalmente. Y su marca era el placer intenso con que
    ahora miraba las cosas, sufriendo espantada.
    El calor se volvía más sofocante, todo había ganado una fuerza y unas voces más
    altas. En la calle Voluntarios de la Patria parecía que estaba a punto de estallar
    una revolución. Las rejas de las cloacas estaban secas, y el aire cargado de
    polvo. Un ciego mascando chicle había sumergido el mundo en oscura
    impaciencia. En cada persona fuerte estaba ausente la piedad por el ciego, y las
    personas la asustaban con el vigor que poseían. Junto a ella había una señora de
    azul, ¡con un rostro! Desvió la mirada rápidamente. ¡En la acera, una mujer dio un
    empujón a su hijo! Dos novios entrelazaban los dedos sonriendo… ¿Y el ciego?
    Ana se había deslizado hacia una bondad extremadamente dolorosa.



    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Jun 2023, 22:11

    ***


    Ella había apaciguado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no
    explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las
    otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir en el
    diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al
    otro. Y un ciego masticando chicle lo había destrozado todo. A través de la
    piedad, a Ana le parecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.
    Sólo entonces advirtió que hacía mucho que había pasado la parada para
    bajar. En la debilidad en que estaba, todo la alcanzaba con un susto; descendió
    del tranvía con piernas vacilantes, miró a su alrededor, sosteniendo la bolsa de
    malla sucia de huevo. Por un momento no consiguió orientarse. Le parecía haber
    descendido en medio de la noche.
    Era una calle larga, con muros altos, amarillos. Su corazón latía con miedo,
    ella buscaba inútilmente reconocer los alrededores, mientras la vida que había
    descubierto continuaba latiendo y un viento más tibio y más misterioso le rodeaba
    el rostro. Se quedó parada mirando el muro. Al fin pudo ubicarse. Caminando un
    poco más a lo largo de la tapia, cruzó los portones del Jardín Botánico.




    Caminaba pesadamente por la alameda central, entre los cocoteros. No había
    nadie en el Jardín. Dejó los paquetes en el suelo, se sentó en el banco de un
    sendero y allí se quedó por algún tiempo.
    La vastedad parecía calmarla, el silencio regulaba su respiración. Se
    adormecía dentro de sí.
    De lejos se veía la hilera de árboles donde la tarde era clara y redonda. Pero
    la penumbra de las ramas cubría el sendero.
    A su alrededor se escuchaban ruidos serenos, olor a árboles, pequeñas
    sorpresas entre los «cipós». Todo el Jardín era triturado por los instantes ya más
    apresurados de la tarde. ¿De dónde venía el medio sueño que la rodeaba? Como
    un zumbar de abejas y de aves. Todo era extraño, demasiado suave, demasiado
    grande.
    Un movimiento leve e íntimo la sobresaltó; se volvió con rapidez. Nada
    parecía haberse movido. Pero en la alameda central estaba inmóvil un poderoso
    gato. Su pelambre era suave. En una nueva marcha silenciosa, desapareció.
    Inquieta, miró en torno. Las ramas se balanceaban, las sombras vacilaban
    sobre el suelo. Un gorrión escarbaba en la tierra. Y de pronto, con malestar, le
    pareció haber caído en una emboscada. En el Jardín se hacía un trabajo secreto
    que ella empezaba a advertir.




    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Jun 2023, 22:13

    ***



    En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel. En el suelo había
    carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos. El banco estaba
    manchado de jugos violetas. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas
    de una araña. La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la
    muerte no era aquello que pensábamos.
    Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comérselo con los
    dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por
    parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado. Como el rechazo que
    precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y al mismo tiempo se
    sentía fascinada.
    Los árboles estaban cargados, el mundo era tan rico que se pudría. Cuando
    Ana pensó que había niños y hombres grandes con hambre, la náusea le subió a la
    garganta, como si ella estuviera grávida y abandonada. La moral del Jardín era
    otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros
    pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias regias flotaban,
    monstruosas. Las pequeñas flores esparcidas por el césped no le parecían
    amarillas o rosadas, sino del color de oro bajo y escarlatas. La descomposición
    era profunda, perfumada… Pero ella veía todas las pesadas cosas como con la
    cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada
    del mundo. La brisa se insinuaba entre las flores. Ana adivinaba que sentía su
    olor dulzón… El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno.
    Ahora era casi de noche y todo parecía lleno, pesado, una ardilla voló en la
    sombra. Bajo los pies la tierra estaba fofa, Ana la aspiraba con delicia. Era
    fascinante, y ella se sentía mareada.
    Pero cuando recordó a los niños, frente a los cuales se sentía culpable, se
    irguió con una exclamación de dolor. Tomó el paquete, avanzó por el sendero
    oscuro y alcanzó la alameda. Casi corría, y vio el Jardín en torno suyo, con su
    soberbia impersonalidad. Sacudió los portones cerrados, los sacudió apretando la
    madera áspera. El guardián apareció asustado por no haberla visto.




    continuará


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    35


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    Mensaje por Maria Lua Mar 06 Jun 2023, 18:42

    ***



    Hasta que no llegó a la puerta del edificio, le pareció estar al borde del
    desastre. Corrió con la bolsa hasta el ascensor, su alma golpeaba en el pecho,
    ¿qué ocurría? La piedad por el ciego era tan violenta como una ansiedad, pero el
    mundo le parecía suyo, suyo, perecedero, suyo. Abrió la puerta de su casa. La
    sala era grande, cuadrada, los picaportes brillaban limpios, los vidrios de la
    ventana brillaban, la lámpara brillaba. ¿Qué nueva tierra era ésta? Y por un
    instante la vida sana que hasta entonces había llevado le pareció una manera
    moralmente loca de vivir. El niño que se acercó corriendo era un ser de piernas
    largas y rostro igual al suyo, que corría y la abrazaba. Lo apretó con fuerza, con
    espanto. Se protegía, trémula. Porque la vida era peligrosa. Ella amaba el mundo,
    amaba cuanto fuera creado, amaba con repugnancia. Del mismo modo en que
    siempre se había sentido fascinada por las ostras, con aquel vago sentimiento de
    asco que la proximidad de la verdad le provocaba, advirtiéndola. Abrazó al hijo,
    casi hasta estrujarlo. Como si supiera de un mal —¿el ciego o el hermoso Jardín
    Botánico?— se prendía a él, a quien quería por encima de todo. Había sido
    alcanzada por el demonio de la fe. La vida era horrible, dijo muy bajo,
    hambrienta. ¿Qué haría en el caso de seguir la llamada del ciego? Iría sola…
    Había lugares pobres y ricos que necesitaban de ella. Ella precisaba de ellos…
    Tengo miedo, dijo. Sentía las costillas delicadas de la criatura entre los brazos,
    escuchó su llanto asustado. Mamá, llamó el niño. Lo apartó de sí, miró aquel
    rostro, su corazón se crispó. No dejes que mamá te olvide, le dijo. El niño,
    apenas sintió que el brazo se aflojaba, escapó y corrió hasta la puerta de la
    habitación, desde donde la miró más seguro. Era la peor mirada que jamás
    recibiera. La sangre le subió al rostro, afiebrándolo.
    Se dejó caer en una silla, con los dedos todavía presos en la bolsa de malla.
    ¿De qué tenía vergüenza? No había cómo huir. Y los días que ella forjara se
    habían roto en su costra y el agua se escapaba. Estaba delante de la ostra. Y no
    sabía cómo mirarla. ¿De qué tenía vergüenza? Porque ya no se trataba de piedad,
    no era sólo piedad: su corazón se llenaba con el peor deseo de vivir






    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 06 Jun 2023, 18:43

    ***

    Ya no sabía si estaba del otro lado del ciego o de las espesas plantas. El
    hombre poco a poco se había distanciado y, torturada, ella parecía haber pasado
    para el lado de los que le habían herido los ojos. El Jardín Botánico, tranquilo y
    alto, la revelaba. Con horror descubría que pertenecía a la parte fuerte del mundo,
    y ¿qué nombre se debería dar a su misericordia violenta? Se vería obligada a
    besar al leproso, pues nunca sería sólo su hermana. Un ciego me llevó hasta lo
    peor de mí misma, pensó espantada. Se sentía expulsada porque ningún pobre
    bebería agua en sus manos ardientes. ¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una
    persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su
    corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.
    Humillada, sabía que el ciego prefería un amor más pobre. Y,
    entristeciéndose, también sabía por qué. La vida del Jardín Botánico la llamaba
    como el hombre lobo es llamado por la luna. ¡Oh, pero ella amaba al ciego!,
    pensó con los ojos mojados. Sin embargo, no era con ese sentimiento con el que
    se va a la iglesia. Estoy con miedo, se dijo, sola en la sala. Se levantó y fue a la
    cocina a ayudar a la sirvienta a preparar la comida.
    Pero la vida la estremecía, como un frío. Oía la campana de la escuela, lejana
    y constante. El pequeño horror del polvo ligando en hilos la parte interior de la
    estufa, donde descubrió la pequeña araña. Llevando el florero para cambiar el
    agua sintió el horror de la flor entregándose lánguida y asquerosa en sus manos.
    El mismo trabajo secreto se hacía en la cocina. Cerca del cubo de la basura,
    aplastó con el pie una hormiga. El pequeño asesinato de la hormiga. El minúsculo
    cuerpo temblaba. Las gotas de agua caían en el agua quieta del lavabo. Los
    abejorros de verano. El horror de los abejorros inexpresivos. Alrededor había
    una vida silenciosa, lenta, insistente. Horror, horror. Caminaba de un lado a otro
    en la cocina, cortando los filetes, batiendo la crema. En torno a su cabeza, en
    ronda, en torno a la luz, los mosquitos de una noche cálida. Una noche en que la
    piedad era tan cruda como el mal amor. Entre los dos senos corría el sudor. La fe
    se quebrantaba, el calor del homo ardía en sus ojos.






    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 06 Jun 2023, 18:44

    ***

    Después llegó el marido, vinieron los hermanos y sus mujeres, vinieron los
    hijos de los hermanos.
    Comieron con las ventanas completamente abiertas, en el noveno piso. Un
    avión se estremecía, amenazador, en el calor del cielo. A pesar de haber usado
    pocos huevos, la comida estaba buena. También sus chicos permanecieron
    despiertos, jugando en la alfombra con los otros. Era verano, sería inútil
    obligarlos a dormir. Ana estaba un poco pálida y reía suavemente con los otros.
    Finalmente, después de la comida, la primera brisa más fresca entró por las
    ventanas. Ellos rodeaban la mesa, en familia. Cansados del día, felices al no
    discutir, bien dispuestos a no ver defectos. Se reían de todo, con el corazón
    bondadoso y humano. Los chicos crecían admirablemente alrededor de ellos. Y,
    como una mariposa, Ana sujetó el instante entre los dedos antes de que
    desapareciera para siempre.
    Después, cuando todos se fueron y los chicos estaban acostados, se convirtió
    en una mujer tosca que miraba por la ventana. La ciudad estaba adormecida y
    caliente. Y lo que el ciego había desencadenado, ¿cabría en sus días? ¿Cuántos
    años le llevaría envejecer de nuevo? Cualquier movimiento de ella, y pisaría a
    uno de los chicos. Pero, con una maldad de amante, parecía aceptar que de la flor
    saliera el mosquito, que las victorias regias flotasen en la oscuridad del lago. El
    ciego pendía entre los frutos del Jardín Botánico



    continuará


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    Mensaje por Maria Lua Mar 06 Jun 2023, 18:45

    ***



    ¡Si ella fuera un abejorro de la estufa, el fuego ya habría abrasado toda la
    casa!, pensó corriendo hacia la cocina y tropezando con su marido frente al café
    derramado.
    —¿Qué fue? —gritó vibrando toda ella.
    Él se asustó con el miedo de la mujer. Y de repente rió entendiendo:
    —No fue nada —dijo—, soy un descuidado.
    Él parecía cansado, con ojeras.
    Pero, ante el extraño rostro de Ana, la observó con mayor atención. Después
    la atrajo hacia sí, en rápido abrazo.
    —¡No quiero que te suceda nada, nunca! —dijo ella.
    —Deja que por lo menos me suceda que la estufa explote —respondió él,
    sonriendo.
    Ella continuó sin fuerza en sus brazos. Ese día, en la tarde, algo tranquilo
    había estallado, y en toda la casa había un clima humorístico, triste.
    —Es hora de dormir —dijo él—, es tarde.
    En un gesto que no era suyo, pero que le pareció natural, tomó la mano de la
    mujer llevándola consigo sin mirar hacia atrás, alejándola del peligro de vivir.
    Había terminado el vértigo de la bondad.
    Y, si había atravesado el amor y su infierno, ahora se peinaba frente al espejo,
    por un momento sin ningún mundo en el corazón. Antes de acostarse, como si
    apagara una vela, sopló la pequeña llama del día.




    FIN






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    Mensaje por Maria Lua Jue 08 Jun 2023, 19:36

    Una gallina


    Era una gallina de domingo. Todavía viva porque no pasaba de las nueve de la
    mañana. Parecía calma. Desde el sábado se había encogido en un rincón de la
    cocina. No miraba a nadie, nadie la miraba a ella. Aun cuando la eligieron,
    palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca.
    Nunca se adivinaría en ella un anhelo.
    Por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto,
    hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. Todavía
    vaciló un instante —el tiempo para que la cocinera diera un grito— y en breve
    estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un
    tejado. Allá quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro
    pie. La familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una
    chimenea. El dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer
    esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y
    decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado
    donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. La persecución
    se tornó más intensa. De tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle.
    Poco afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí
    misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. El muchacho, sin
    embargo, era un cazador adormecido. Y por ínfima que fuese la presa había
    sonado para él el grito de conquista.
    Sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda,
    concentrada. A veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y,
    mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de
    recuperarse por un momento. ¡Y entonces parecía tan libre!
    Estúpida, tímida y libre. No victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿Qué es lo
    que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? La gallina es un ser. Aunque
    es cierto que no se podría contar con ella para nada. Ni ella misma contaba
    consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. Su única ventaja era que
    había tantas gallinas que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra
    tan igual como si fuese ella misma.
    Finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la
    alcanzó. Entre gritos y plumas, fue apresada. Y enseguida cargada en triunfo por
    un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta
    violencia. Todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e
    indecisos.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 08 Jun 2023, 19:37

    ***


    Fue entonces cuando sucedió. De puros nervios la gallina puso un huevo.
    Sorprendida, exhausta. Quizás fue prematuro. Pero después de que naciera a la
    maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. Sentada sobre el huevo
    quedó respirando mientras abría y cerraba los ojos. Su corazón tan pequeño en un
    plato, ahora elevaba y bajaba las plumas llenando de tibieza aquello que nunca
    pasaría de ser un huevo. Solamente la niña estaba cerca y observaba todo,
    aterrorizada. Apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del
    suelo y escapó a los gritos:
    —¡Mamá, mamá, no mates a la gallina, ha puesto un huevo!, ¡ella quiere
    nuestro bien!
    Todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven
    parturienta. Entibiando a su hijo, no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste,
    no era nada, solamente una gallina. Lo que no sugería ningún sentimiento especial.
    El padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban, sin
    experimentar ningún sentimiento determinado. Nunca nadie acarició la cabeza de
    la gallina. El padre, por fin, decidió con cierta brusquedad:
    —¡Si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi
    vida!
    —¡Y yo tampoco! —juró la niña con ardor.
    La madre, cansada, se encogió de hombros.
    Inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la
    familia. La niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos sin
    interrumpir sus carreras hacia la cocina. El padre todavía recordaba, de vez en
    cuando: «¡Y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!». La gallina se
    transformó en la reina de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su
    existencia entre la cocina y los fondos de la casa, usando de sus dos capacidades:
    la apatía y el sobresalto.
    Pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se
    llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos,
    levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo,
    aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el
    viejo susto de su especie mecanizado.

    Una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había
    recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. En esos momentos
    llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si les hubiese sido dado
    cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, por lo menos quedaría más
    contenta. Aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se
    alteraba. En la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la
    suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en
    los comienzos de los siglos.
    Hasta que un día la mataron, la comieron, y pasaron los años.




    FIN

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