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Francisco Urondo o «Paco» Urondo (Santa Fe, 10 de enero de 1930-Guaymallén, 17 de junio de 1976) fue un escritor, poeta, guionista, periodista, militante y guerrillero argentino.
Biografía
Primeros años
Francisco Urondo nació en la capital de la provincia de Santa Fe, Argentina, el 10 de enero de 1930. A comienzos de los años cincuenta, la revista vanguardista Poesía Buenos Aires publicó algunos de sus primeros poemas. Como periodista colaboró en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos: Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión (donde bautizó al periodista Horacio Verbitsky con el apodo de «El Perro») y Noticias.
Se casó además con la actriz Zulema Katz luego de que, en 1964, ella se separara del director David Stivel. Fue autor en colaboración de los guiones cinematográficos de las películas Pajarito Gómez y Noche terrible, y adaptó para la televisión Madame Bovary (novela de Gustave Flaubert), Rojo y negro (de Stendhal) y Los Maïas (de José Maria Eça de Queirós).
Trayectoria
En 1957, Urondo ocupó la Dirección de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral. El 16 de junio de 1958 y con tan solo 27 años, el entonces gobernador de la provincia de Santa Fe, Carlos Sylvestre Begnis, al asumir, lo designó Director General de Cultura de la misma1 En 1972, estuvo en pareja con Lili Massaferro, con quien militó en las FAR. Un año después, en 1973 fue designado Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Militó en las organizaciones guerrilleras argentinas FAR y Montoneros. Participó en el copamiento de la ciudad de Garín realizado por las FAR el 30 de julio de 1970 en el que los guerrilleros mataron un policía. En febrero de 1973 fue detenido en Ingeniero Maschwitz (provincia de Buenos Aires) junto a Iván Roqué, Lili Massaferro y Alicia Rabboy (su última pareja). Además, la policía allanó el domicilio de Chela Murúa, exesposa de Paco, que vivía en el barrio de Colegiales, y la llevaron detenida, a pesar de que no participaba en política y estaba separada de Paco desde 1959.
En diciembre de 1976, la dictadura militar secuestró, torturó y asesinó a su hija, Claudia Urondo, y al esposo de esta, Mario «Jote» Koncuart.
Muerte
El 17 de junio de 1976 un militante de montoneros resultó detenido, de él se extrajeron documentos que daban cuenta de un copamiento a realizarse el día siguiente del que participaría Urondo, quien fue abatido junto a otros militantes montoneros luego de no acatar la orden de detenerse. El hecho sucedió en Mendoza el 18 de junio de 1976.
En 2011, varios policías fueron condenados por el fallecimiento de Urondo y el de otras 23 personas. La pena máxima recayó sobre el ex comisario inspector Juan Agustín Oyarzábal, el ex oficial inspector Eduardo Smahá Borzuk, el ex subcomisario Alberto Rodríguez Vázquez y el exsargento Celustiano Lucero. El exteniente Dardo Migno recibió 12 años de cárcel.
Durante el juicio se pudo determinar que Uroldo no se suicidó tragando una pastilla de cianuro, sino que seguramente le mintió a su pareja para quedarse en el automóvil como blanco fácil de los policías, e incitarla a escapar con su hija de dos años. Urondo falleció por estallido de cráneo provocado por un culatazo de fusil que le propinó el policía Celustiano Lucero.
Legado
En su homenaje una plazoleta de Puerto Madero recibió el nombre de Plazoleta Francisco Paco Urondo. Un centro cultural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires lleva su nombre. Desde 2013 el Centro Cultural Provincial santafesino pasó a denominarse "Centro Cultural Provincial Francisco 'Paco' Urondo".
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Algunos poemas de Francisco Urondo:
De Historia Antigua (1950-1957):
EL OCASO DE LOS DIOSES
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra música, del único amor incoherente; soberanos de esa calle donde los tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo nombre y tu gesto son una forma nocturna que en esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación —"ha estado bien"—, o en un bostezo, o en otro lugar donde es menester el coraje.
OJOS GRANDES, SERENOS
Andando, el barro nos llega a las caderas. Calmando algunas inquietudes, han nacido otras. Rodamos sobre nuevos remansos.
Nadie vuelve; es ahora el momento del amor. El deseo es una ola suave; aquí en la orilla, con la mano firme, detrás de los juncos, frente al sol.
Volarán los pájaros silvestres, las islas vencerán a las palabras: el silencio sagrado sobre el mundo.
Iremos a la hoguera con los grandes herejes.
De Lugares (1956-1957):
BREVES
a Noé Jirik
II.6
¿qué podrá
decir hoy
de la rosa?
¿de la consunción
del aire
y del color?
¿del manto
de sueño
sin identidad
ni memoria
que cae
con el baile
del último
pétalo?
qué puede decir
si no alcanza a ver
la luz que le pasa de largo
si no se le ha animado
al silencio más fácil
De Nombres (1956-1958)
COMO BOLA SIN MANIJA
puedo ir para un lado
puedo ir para otro lado
encontrar estuarios pálidos cisnes quietos
buques mansos que como a las nubes
me llevan de un lado para otro lado
puedo dar con lugares apacibles
o sombras excitantes
la primera piel de una mujer
el aroma de una mujer el sonido de una fiesta
puedo beber de cierto cuidado y enfermarme levemente
y sentir en las sábanas el olor del sol
puedo llegar a tener suerte en el juego y en la vida
puedo cambiar de vida y de nombre
puedo peinarme de otra manera
y vestir como nunca lo hice
puedo sorprender
ser irascible o piadoso
comprensivo con las mujeres
o despiadado con sus increíbles sentimientos
puedo como antaño volver a enamorarme
puedo padecer por un vago recuerdo
o tirar todo por la borda
o no soportar la memoria
–hoy te he recordado vagamente–
puedo reír y cantar
divertir a la gente
y esperar a que todos estén completamente locos
y ya no parezca tan divertido
puedo envejecer y enmudecer para siempre
y decir palabras sin mayor fundamento
puedo gozar de placeres fáciles y complicados
–eras alta antes de conocerte
y hoy no he recordado tu nombre
y pienso que otro día podré humillarlo–
puedo tener rasgos bondadosos
arranques de conmovedora caridad
puedo echarme a perder
o tener más hijos como si ofreciera
el más estupendo y bonito de los mundos posibles
puedo ambicionar una amplia fortuna
hasta puedo trabajar o pensar en el as de oro
o seducir a una adolescente frágil-como-un-pétalo-de-agosto
puedo hacer viajes exóticos morder la espesura de un follaje
jugar mi vida por unos diamantes impuros
o por lánguidos ojos saturados de sabiduría
puedo emborracharme aquí o en el extranjero
y caer exhausto en la turgencia de un muslo
o en el filo de una dudosa alcantarilla
puedo investigar o escribir luminosos párrafos
que abrirían por sí el futuro
puedo ser un intelectual responsable o desaprensivo
firmar o no firmar traicionar o jugar a la lealtad
puedo ser adorado
puedo ser odiado
tener amantes
distintas en su belleza singulares en sus caprichos
o no tener a nadie
y no guardar un solo recuerdo
puedo rechazar la ternura
o mendigarla como hace unas horas
puedo vivir alternativas viejas o recientes
fáciles y peligrosas
puedo elegir mi destino
aunque no sepa darle forma adecuada
ni por dónde empezar
puedo imaginar el tiempo que desconozco
luchar por esa o por otra dulce aspiración
puedo olvidar
–hoy no he podido recordar tu nombre–
de la memoria puedo imaginar las interminables apuestas
y sus mañas de vieja tramposa
puedo no pensar en que distribuye los signos
de ese futuro tangible y ajeno
De Del otro lado (1960-1965):
PARQUES Y JARDINES
Como aquellas ciruelas tan orientales, en un farol
se balancea el ahorcado. Nadie
puede olvidarlo
como nadie olvida el sabor de los frutos exóticos.
Se desconocen los hechos
que liquidaron su tal vez limitada sabiduría, pero
todos comparten una certidumbre grotesca:
al sacar la lengua no tuvo tiempo de sonreír.
Un momento antes pudo hacerlo; estaba
entre amigos, lejos
de preocupaciones, y tenía entre sus cartas un envido real.
Sabemos qué consecuencias afrontan
los afortunados en el juego,
pero da lástima que con esas barajas
haya tenido este desgraciado fin.
Quienes representan al orden, no juegan.
Es eficiente la Policía Federal; sus
oficiales están bien educados, estudian
diversas tomas, saltan,
aprenden algunas técnica de la astucia y del contragolpe.
Es un cuerpo eficiente, pero inoportuno.
Llegó después que el pobre ahorcado sacara la lengua.
Tarde llegó.
Tarde has piado.
Una pareja alcanzó a verlo con vida; su
cuerpo temblaba,
como en la pubertad se estremecía, y
la pareja huyó: ella
había olvidado algunas prendas
y comenzaba a sentir frío.
No conviene que el frío entre por allí;
Dios ha destinado ese lugar para otros visitantes,
por más ahorcados con los que uno tropiece en su vida.
Él también tendrá frío en todas partes.
También allí tendrá frío para siempre: el eterno
silencio, el eterno frío
de la muerte, se ha hecho cargo de su virilidad.
Si no hubieran llegado tarde; de
no estar ahorcado, él arrasaría
el corazón de una fugitiva
y ella lo hubiese amado con tierna delicadeza.
Pero es demasiado tarde.
Tarde llegó la patrulla, demasiado tarde
con el oficial que ha seguido estudios,
que tiene la valentía de no usar prendas femeninas;
de no llegar tarde;
de no sacar la lengua.
¡Ah el césped, el blando césped del Parque Chacabuco!
¡Cuántas prendas interiores,
cuántas virginidades,
cuántos ahorcados ha visto desaparecer!
La lengua crece;
está erecta, por poseer la noche resbaladiza del parque;
las horas pegajosas de este mundo.
El viento mece y revela las formas olvidadas; balancea
el cuerpo del ahorcado y
estremece el de una pobre muchacha.
Ella va errando por el parque;
porfía en encontrar su prenda olvidada.
Anda entre las sombras sangrientas
y no puede evitar que el frío se le vaya escurriendo
por la comisura más honda de los muslos.
Ya no hay ahorcados ni policías. Tampoco
de esas violaciones que tanta curiosidad despiertan.
Se han llevado los objetos perdidos,
los cuerpos sin dueño y sin temblores;
la burla de los muertos.
Todo está en orden con la salida del sol;
los niños juegan,
los pajaritos cantan.
De Del otro lado. 'Los descuidos’
AMARLA ES DIFÍCIL
Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.
Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.
Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no se qué hacer con ella,
con este destino luminoso.
FIN Y PRINCIPIOS
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
DEL OTRO LADO
Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.
No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.
Ocurre lo de siempre.
Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.
Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez, siempre aquella vez, apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.
Nos apretamos las manos en la sala impenetrable; temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.
Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.
Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostos despavoridos.
Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias
de los muertos que no aceptan su desdichada condición,
no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.
Hubo muchas anécdotas como ésta. ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien la contó.
Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.
Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar y nada más.
Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable. ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?
Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.
CARTA ABIERTA (fragmento)
Querida mía, esto que debió ser una conversación
serena o quieta, un reencuentro en un bar, como hacen
los amantes ya desavenidos; un lugar cualquiera bajo el sol,
cobijando del relámpago y el viento, un sitio
en el mundo para recibir una carta o conversar de algo
que, sin duda, siempre quise decirte
secretamente, sin testigos y que ahora se convierte
en una pública confesión, sin ninguna
intimidad. Una oda o una elegía, no
lo sé bien; palabras
con significados ciertos
o melancólicos, que representen nuestro destino
y hablen por nosotros y tiemblen antes de desaparecer.
Trepidaremos ligeramente frente a la sola fachada
del recuerdo, junto a los graznidos
inocentes, los graznidos impensados, los lindos
graznidos, los ásperos y filosos de la realidad.
Quería hablar a solas y solamente de nosotros. Admitir,
abrir la bondad; olvidar
por un momento que el orgullo bate
la mayoría de nuestros ademanes, incluidos
los miserables o los insignificantes. Ah, mi viejo amor, hablar
de estas cosas es abrir una mano que hasta ese momento
era un puño; la mano se abre y los pájaros cubren
el cielo y el horizonte; una pluma
cae muy cerca nuestro y con alguna tristeza vemos
que algo se aleja, algo que guardábamos
en la mano cerrada, un pájaro que vuela y cubre
el espacio. Ya no hay razones para crisparse. Se quiere quejar
la mano vacía, quiere oír
y solamente la soledad la arrastra y la conmueve.
Quería poner las cosas en su lugar; hay un espacio
para cada cosa, una palabra para cada temblor, una disculpa
desencadenando toda arbitrariedad: el temor
ha proferido; ha dado aliento a la traición, pábulo
a la maravilla: tristeza
y rencor por un sueño, un gesto cálido y perdido.
...
Querida mía: soy un hombre que te pierde.
Así, esta carta puede ser muy bien una despedida
o una invitación para que abras ese calor que he conocido
a tu lado; esa promesa; ese amago. Es hora de tomar
decisiones; es una hora sin seducción: estamos a punto de viajar; será
una partida en la que -a lo mejor- uno se despide del otro; un viaje
en el que nos despediremos de muchas cosas; empezaremos
de nuevo juntos o alejados: el mar, el cielo
bajo, la condescendencia, el horror y los pozos
del aire y otros peligros
del amor húmedo y sin aire que nos secunda; este horizonte
todavía sin vida, que sólo nos espera
para vivir; esta tormenta
de verano que -por suerte- terminará por perdernos.
HOY UN JURAMENTO
Cuando esta casa,
en la que vivo hace años,
tenga
una salida, yo cerraré
la puerta para guardar su calor;
yo la abriré
para que los vientos
de todas partes, vengan
a lavarle la cara;
a remontarla,
de esa manera con que vuelan
las intenciones,
los aparecidos, los recuerdos por venir,
y lo que a uno le asusta
aunque todavía no haya ocurrido.
OTRA COSA
Queridos hijitos, su papá poco sabe de ustedes
y sufre por esto. Quiere ofrecer un destino
luminoso y alegre, pero no es todo
y ustedes saben:
las sombras,
las sombras,
las sombras,
las sombras,
me molestan y no las puedo tolerar.
Hijitos míos, no hay que ponerse tristes
por cada triste despedida:
todas lo son, es sabido,
porque hay otra partida, otra cosa,
digamos,
donde nada,
nada
está resuelto.
LA PURA VERDAD
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.
De Son memorias (1965-1967):
A UNA SOBREVIVIENTE
Para ella que, como nadie, estaba hecha por los barros
más representativos
del sufrimiento; ella que tanto tropezó
ensuciándose en las orillas
de la alegría. Ella tan mujer, tan hija
del deber y de las propiedades
de los cuerpos; tan enterrada, tan madre, tan
seductora. Ella, dueña de esta
y otras memorias, sepultada
a lo mejor por los muros
de Caracas o de Calabria, a su alma ahora
santificada por los grandes terremotos
que escupirán el futuro, que borrarán
las últimas huellas
de tu sonrisa, de su piel de gritas y placeres.
MI TIERRA QUERIDA
Ya es hora de perder
la inocencia, ese
estupor de las criaturas que todavía
no pudieron hacerse cargo
de la memoria
del mundo al que recién nacieron.
Pero nosotros, hombres
grandes ya, podemos olvidar, sabemos
perfectamente qué tendríamos
que hacer para dañar
el presente, para romperlo.
Aquí nadie
tiene derecho a distraerse,
a estar asustado, a rozar
la indignación, a exclamar su sorpresa.
De Poemas póstumos (1970-1972)
MILONGA DEL MARGINADO PARANOICO
Parece mentira
que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y
parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando: quisiera saltar
como Juan L. Ortiz, vociferar
como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron
de mano; segundo, no me sale bien y aquí
empieza todo nuevamente: otro sufrimiento
igual a diapasones y recursos
que conozco perfectamente y que no vale la pena
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque tendré que ir
reconociendo que no he sabido
hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque
que nos traga la lengua; pido entonces disculpas
por la mala impresión, por las exageraciones.
ADIOSES
A cierta edad, los allegados se alejan, empiezan
a morir. Murió Oliverio y todo el continente
también murió entre los cóndores diez meses después para poder
erguir sus cerbatanas, murieron lugartenientes, gladiadores
anónimos. Se ha muerto últimamemente
de mala manera y así se seguirá muriendo, como
estaba previsto: Emilio (al que le toque) de espaldas en el suelo,
tratando de sacar, o no sacar el arma; murió el petiso
aquel, corrector de diario, también entre las grandes
aves de rapiña. Murió mi eternidad,
pero nadie se ha dispuesto a velarla; a lo mejor
muere Beatriz con quien jugamos siempre
como si fuéramos criaturas predestinadas, secretamente,
para no romper el sortilegio y perder blasones y ganar
realidades. Murió el bravo capoerista frente a la obra
en construcción, entre un agitar de sotanas
enfiladas sobre rumbos inciertos. En fin, murieron
algunas personas de mi amistad, otras que conozco
de vista seguramente han muerto. Celia murió, pero hace
muchos años, aunque a veces sueño con ella desnuda
y viva como los arcángeles con toda su música. Murió Moisés
Lebensohn y no podía ocurrir otra cosa
con ciertas ideas: hubo muchos infartos.
y cirrosis -oh gran rey- en la boca
de mis pulmones que recuerdan
a presión, que olvidan
a sabiendas. Mis hijos viven, pero ya ni se acuerdan
de quién era la tía Teodolinda
que también murió. Compañeros del colegio han muerto, apóstoles
y simples camaraas de armas y deportes. Hasta enemigos
y también hombres, a quiénes me ligaban simpatías enfermas -me
refiero a algunos comerciantes fallecidos-, pero justas, inevitables
como la muerte. Puedo estar contento
de estar vivo: abro los ojos, salto
de la cama, me visto, salgo a esperar otros años, como ahora
que cierro la puerta, miro hacia atrás la primera mitad
del camino y busco los lugares para emboscarme
a cara descubierta, a golpes. Alegrías pesarosas, funerales.
Del excusado al lavatorio salta
mi corazón como si fuera
un jabón. Puede tener el mundo
en mis manos, dijo Beethoven y también
lo podría decir yo, si no fuera
por este jabón que resbala
de las manos y nadie
lo quiere por eso, a pesar
de que haya lavado más de una cara,
arrastrado alguna mugre, hojas
en el otoño; subestiman
su espuma dejándolo gastar
de aquí para allá, del excusado
al lavatorio, diluido
en el agua caliente que ahogará
las risas de los arrepentidos
NO PUEDO QUEJARME
Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. Las usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo -salud
y suerte-, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.
Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mi; después
de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que se abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo.
MENSAJE CIFRADO
Sólo te pido que dejemos este parque, que abandonemos
sus municiones, sus reproches para irnos por ahí, como cascaritas
divertidas de pálidos carnavaales; hielo y materia de olvido. Porque
entre tirones y sufrimientos, la cosa se ha puesto
tan fácil, tan fácil, que nadie
puede resolver sus entusiasmos, ordenar sus festejos.
De Cuentos de batalla (1973-1976):
POR SOLEDADES
Un hombre es perseguido, una
familia entera, una organización, un pueblo. La
responsable de esta situación no es la codicia, sino un
comerciante con sus precios, con la imposición
de las reglas del juego. Los empresarios, la policía
con la imposición de las reglas del juego. Por eso
ese hombre, ese pueblo, esa familia, esa organización, se
siente perseguida. Es más, comienzan
a perseguirse entre ellos, a delatarse,
a difamarse, y juntos, a su vez, se lanzan a perseguir
quimeras, a olvidarse de las legítimas,
de las costosas pero realizables aspiraciones;
marginan la penosa esperanza.
Entonces toda la familia, todo el pueblo, entra
en el nivel más alto de la persecución: la paranoia, esa
refinada búsqueda de los perseguidos históricos y culturales.
Y ésta
es la triste historia de los pueblos
derrotados, de las familias envilecidas,
de las organizaciones inútiles, de los hombres solitarios, la
llama que se consume sin el viento, los aires
que soplan sin amor, los amores que se marchitan
sobre la memoria del amor o sus fatuas presunciones.
FRANCISCO URONDO, Poemas, Visor, 2003
Francisco Urondo o «Paco» Urondo (Santa Fe, 10 de enero de 1930-Guaymallén, 17 de junio de 1976) fue un escritor, poeta, guionista, periodista, militante y guerrillero argentino.
Biografía
Primeros años
Francisco Urondo nació en la capital de la provincia de Santa Fe, Argentina, el 10 de enero de 1930. A comienzos de los años cincuenta, la revista vanguardista Poesía Buenos Aires publicó algunos de sus primeros poemas. Como periodista colaboró en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos: Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión (donde bautizó al periodista Horacio Verbitsky con el apodo de «El Perro») y Noticias.
Se casó además con la actriz Zulema Katz luego de que, en 1964, ella se separara del director David Stivel. Fue autor en colaboración de los guiones cinematográficos de las películas Pajarito Gómez y Noche terrible, y adaptó para la televisión Madame Bovary (novela de Gustave Flaubert), Rojo y negro (de Stendhal) y Los Maïas (de José Maria Eça de Queirós).
Trayectoria
En 1957, Urondo ocupó la Dirección de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral. El 16 de junio de 1958 y con tan solo 27 años, el entonces gobernador de la provincia de Santa Fe, Carlos Sylvestre Begnis, al asumir, lo designó Director General de Cultura de la misma1 En 1972, estuvo en pareja con Lili Massaferro, con quien militó en las FAR. Un año después, en 1973 fue designado Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Militó en las organizaciones guerrilleras argentinas FAR y Montoneros. Participó en el copamiento de la ciudad de Garín realizado por las FAR el 30 de julio de 1970 en el que los guerrilleros mataron un policía. En febrero de 1973 fue detenido en Ingeniero Maschwitz (provincia de Buenos Aires) junto a Iván Roqué, Lili Massaferro y Alicia Rabboy (su última pareja). Además, la policía allanó el domicilio de Chela Murúa, exesposa de Paco, que vivía en el barrio de Colegiales, y la llevaron detenida, a pesar de que no participaba en política y estaba separada de Paco desde 1959.
En diciembre de 1976, la dictadura militar secuestró, torturó y asesinó a su hija, Claudia Urondo, y al esposo de esta, Mario «Jote» Koncuart.
Muerte
El 17 de junio de 1976 un militante de montoneros resultó detenido, de él se extrajeron documentos que daban cuenta de un copamiento a realizarse el día siguiente del que participaría Urondo, quien fue abatido junto a otros militantes montoneros luego de no acatar la orden de detenerse. El hecho sucedió en Mendoza el 18 de junio de 1976.
En 2011, varios policías fueron condenados por el fallecimiento de Urondo y el de otras 23 personas. La pena máxima recayó sobre el ex comisario inspector Juan Agustín Oyarzábal, el ex oficial inspector Eduardo Smahá Borzuk, el ex subcomisario Alberto Rodríguez Vázquez y el exsargento Celustiano Lucero. El exteniente Dardo Migno recibió 12 años de cárcel.
Durante el juicio se pudo determinar que Uroldo no se suicidó tragando una pastilla de cianuro, sino que seguramente le mintió a su pareja para quedarse en el automóvil como blanco fácil de los policías, e incitarla a escapar con su hija de dos años. Urondo falleció por estallido de cráneo provocado por un culatazo de fusil que le propinó el policía Celustiano Lucero.
Legado
En su homenaje una plazoleta de Puerto Madero recibió el nombre de Plazoleta Francisco Paco Urondo. Un centro cultural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires lleva su nombre. Desde 2013 el Centro Cultural Provincial santafesino pasó a denominarse "Centro Cultural Provincial Francisco 'Paco' Urondo".
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Algunos poemas de Francisco Urondo:
De Historia Antigua (1950-1957):
EL OCASO DE LOS DIOSES
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra música, del único amor incoherente; soberanos de esa calle donde los tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo nombre y tu gesto son una forma nocturna que en esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación —"ha estado bien"—, o en un bostezo, o en otro lugar donde es menester el coraje.
OJOS GRANDES, SERENOS
Andando, el barro nos llega a las caderas. Calmando algunas inquietudes, han nacido otras. Rodamos sobre nuevos remansos.
Nadie vuelve; es ahora el momento del amor. El deseo es una ola suave; aquí en la orilla, con la mano firme, detrás de los juncos, frente al sol.
Volarán los pájaros silvestres, las islas vencerán a las palabras: el silencio sagrado sobre el mundo.
Iremos a la hoguera con los grandes herejes.
De Lugares (1956-1957):
BREVES
a Noé Jirik
II.6
¿qué podrá
decir hoy
de la rosa?
¿de la consunción
del aire
y del color?
¿del manto
de sueño
sin identidad
ni memoria
que cae
con el baile
del último
pétalo?
qué puede decir
si no alcanza a ver
la luz que le pasa de largo
si no se le ha animado
al silencio más fácil
De Nombres (1956-1958)
COMO BOLA SIN MANIJA
puedo ir para un lado
puedo ir para otro lado
encontrar estuarios pálidos cisnes quietos
buques mansos que como a las nubes
me llevan de un lado para otro lado
puedo dar con lugares apacibles
o sombras excitantes
la primera piel de una mujer
el aroma de una mujer el sonido de una fiesta
puedo beber de cierto cuidado y enfermarme levemente
y sentir en las sábanas el olor del sol
puedo llegar a tener suerte en el juego y en la vida
puedo cambiar de vida y de nombre
puedo peinarme de otra manera
y vestir como nunca lo hice
puedo sorprender
ser irascible o piadoso
comprensivo con las mujeres
o despiadado con sus increíbles sentimientos
puedo como antaño volver a enamorarme
puedo padecer por un vago recuerdo
o tirar todo por la borda
o no soportar la memoria
–hoy te he recordado vagamente–
puedo reír y cantar
divertir a la gente
y esperar a que todos estén completamente locos
y ya no parezca tan divertido
puedo envejecer y enmudecer para siempre
y decir palabras sin mayor fundamento
puedo gozar de placeres fáciles y complicados
–eras alta antes de conocerte
y hoy no he recordado tu nombre
y pienso que otro día podré humillarlo–
puedo tener rasgos bondadosos
arranques de conmovedora caridad
puedo echarme a perder
o tener más hijos como si ofreciera
el más estupendo y bonito de los mundos posibles
puedo ambicionar una amplia fortuna
hasta puedo trabajar o pensar en el as de oro
o seducir a una adolescente frágil-como-un-pétalo-de-agosto
puedo hacer viajes exóticos morder la espesura de un follaje
jugar mi vida por unos diamantes impuros
o por lánguidos ojos saturados de sabiduría
puedo emborracharme aquí o en el extranjero
y caer exhausto en la turgencia de un muslo
o en el filo de una dudosa alcantarilla
puedo investigar o escribir luminosos párrafos
que abrirían por sí el futuro
puedo ser un intelectual responsable o desaprensivo
firmar o no firmar traicionar o jugar a la lealtad
puedo ser adorado
puedo ser odiado
tener amantes
distintas en su belleza singulares en sus caprichos
o no tener a nadie
y no guardar un solo recuerdo
puedo rechazar la ternura
o mendigarla como hace unas horas
puedo vivir alternativas viejas o recientes
fáciles y peligrosas
puedo elegir mi destino
aunque no sepa darle forma adecuada
ni por dónde empezar
puedo imaginar el tiempo que desconozco
luchar por esa o por otra dulce aspiración
puedo olvidar
–hoy no he podido recordar tu nombre–
de la memoria puedo imaginar las interminables apuestas
y sus mañas de vieja tramposa
puedo no pensar en que distribuye los signos
de ese futuro tangible y ajeno
De Del otro lado (1960-1965):
PARQUES Y JARDINES
Como aquellas ciruelas tan orientales, en un farol
se balancea el ahorcado. Nadie
puede olvidarlo
como nadie olvida el sabor de los frutos exóticos.
Se desconocen los hechos
que liquidaron su tal vez limitada sabiduría, pero
todos comparten una certidumbre grotesca:
al sacar la lengua no tuvo tiempo de sonreír.
Un momento antes pudo hacerlo; estaba
entre amigos, lejos
de preocupaciones, y tenía entre sus cartas un envido real.
Sabemos qué consecuencias afrontan
los afortunados en el juego,
pero da lástima que con esas barajas
haya tenido este desgraciado fin.
Quienes representan al orden, no juegan.
Es eficiente la Policía Federal; sus
oficiales están bien educados, estudian
diversas tomas, saltan,
aprenden algunas técnica de la astucia y del contragolpe.
Es un cuerpo eficiente, pero inoportuno.
Llegó después que el pobre ahorcado sacara la lengua.
Tarde llegó.
Tarde has piado.
Una pareja alcanzó a verlo con vida; su
cuerpo temblaba,
como en la pubertad se estremecía, y
la pareja huyó: ella
había olvidado algunas prendas
y comenzaba a sentir frío.
No conviene que el frío entre por allí;
Dios ha destinado ese lugar para otros visitantes,
por más ahorcados con los que uno tropiece en su vida.
Él también tendrá frío en todas partes.
También allí tendrá frío para siempre: el eterno
silencio, el eterno frío
de la muerte, se ha hecho cargo de su virilidad.
Si no hubieran llegado tarde; de
no estar ahorcado, él arrasaría
el corazón de una fugitiva
y ella lo hubiese amado con tierna delicadeza.
Pero es demasiado tarde.
Tarde llegó la patrulla, demasiado tarde
con el oficial que ha seguido estudios,
que tiene la valentía de no usar prendas femeninas;
de no llegar tarde;
de no sacar la lengua.
¡Ah el césped, el blando césped del Parque Chacabuco!
¡Cuántas prendas interiores,
cuántas virginidades,
cuántos ahorcados ha visto desaparecer!
La lengua crece;
está erecta, por poseer la noche resbaladiza del parque;
las horas pegajosas de este mundo.
El viento mece y revela las formas olvidadas; balancea
el cuerpo del ahorcado y
estremece el de una pobre muchacha.
Ella va errando por el parque;
porfía en encontrar su prenda olvidada.
Anda entre las sombras sangrientas
y no puede evitar que el frío se le vaya escurriendo
por la comisura más honda de los muslos.
Ya no hay ahorcados ni policías. Tampoco
de esas violaciones que tanta curiosidad despiertan.
Se han llevado los objetos perdidos,
los cuerpos sin dueño y sin temblores;
la burla de los muertos.
Todo está en orden con la salida del sol;
los niños juegan,
los pajaritos cantan.
De Del otro lado. 'Los descuidos’
AMARLA ES DIFÍCIL
Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.
Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.
Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no se qué hacer con ella,
con este destino luminoso.
FIN Y PRINCIPIOS
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
DEL OTRO LADO
Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.
No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.
Ocurre lo de siempre.
Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.
Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez, siempre aquella vez, apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.
Nos apretamos las manos en la sala impenetrable; temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.
Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.
Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostos despavoridos.
Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias
de los muertos que no aceptan su desdichada condición,
no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.
Hubo muchas anécdotas como ésta. ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien la contó.
Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.
Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar y nada más.
Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable. ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?
Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.
CARTA ABIERTA (fragmento)
Querida mía, esto que debió ser una conversación
serena o quieta, un reencuentro en un bar, como hacen
los amantes ya desavenidos; un lugar cualquiera bajo el sol,
cobijando del relámpago y el viento, un sitio
en el mundo para recibir una carta o conversar de algo
que, sin duda, siempre quise decirte
secretamente, sin testigos y que ahora se convierte
en una pública confesión, sin ninguna
intimidad. Una oda o una elegía, no
lo sé bien; palabras
con significados ciertos
o melancólicos, que representen nuestro destino
y hablen por nosotros y tiemblen antes de desaparecer.
Trepidaremos ligeramente frente a la sola fachada
del recuerdo, junto a los graznidos
inocentes, los graznidos impensados, los lindos
graznidos, los ásperos y filosos de la realidad.
Quería hablar a solas y solamente de nosotros. Admitir,
abrir la bondad; olvidar
por un momento que el orgullo bate
la mayoría de nuestros ademanes, incluidos
los miserables o los insignificantes. Ah, mi viejo amor, hablar
de estas cosas es abrir una mano que hasta ese momento
era un puño; la mano se abre y los pájaros cubren
el cielo y el horizonte; una pluma
cae muy cerca nuestro y con alguna tristeza vemos
que algo se aleja, algo que guardábamos
en la mano cerrada, un pájaro que vuela y cubre
el espacio. Ya no hay razones para crisparse. Se quiere quejar
la mano vacía, quiere oír
y solamente la soledad la arrastra y la conmueve.
Quería poner las cosas en su lugar; hay un espacio
para cada cosa, una palabra para cada temblor, una disculpa
desencadenando toda arbitrariedad: el temor
ha proferido; ha dado aliento a la traición, pábulo
a la maravilla: tristeza
y rencor por un sueño, un gesto cálido y perdido.
...
Querida mía: soy un hombre que te pierde.
Así, esta carta puede ser muy bien una despedida
o una invitación para que abras ese calor que he conocido
a tu lado; esa promesa; ese amago. Es hora de tomar
decisiones; es una hora sin seducción: estamos a punto de viajar; será
una partida en la que -a lo mejor- uno se despide del otro; un viaje
en el que nos despediremos de muchas cosas; empezaremos
de nuevo juntos o alejados: el mar, el cielo
bajo, la condescendencia, el horror y los pozos
del aire y otros peligros
del amor húmedo y sin aire que nos secunda; este horizonte
todavía sin vida, que sólo nos espera
para vivir; esta tormenta
de verano que -por suerte- terminará por perdernos.
HOY UN JURAMENTO
Cuando esta casa,
en la que vivo hace años,
tenga
una salida, yo cerraré
la puerta para guardar su calor;
yo la abriré
para que los vientos
de todas partes, vengan
a lavarle la cara;
a remontarla,
de esa manera con que vuelan
las intenciones,
los aparecidos, los recuerdos por venir,
y lo que a uno le asusta
aunque todavía no haya ocurrido.
OTRA COSA
Queridos hijitos, su papá poco sabe de ustedes
y sufre por esto. Quiere ofrecer un destino
luminoso y alegre, pero no es todo
y ustedes saben:
las sombras,
las sombras,
las sombras,
las sombras,
me molestan y no las puedo tolerar.
Hijitos míos, no hay que ponerse tristes
por cada triste despedida:
todas lo son, es sabido,
porque hay otra partida, otra cosa,
digamos,
donde nada,
nada
está resuelto.
LA PURA VERDAD
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.
De Son memorias (1965-1967):
A UNA SOBREVIVIENTE
Para ella que, como nadie, estaba hecha por los barros
más representativos
del sufrimiento; ella que tanto tropezó
ensuciándose en las orillas
de la alegría. Ella tan mujer, tan hija
del deber y de las propiedades
de los cuerpos; tan enterrada, tan madre, tan
seductora. Ella, dueña de esta
y otras memorias, sepultada
a lo mejor por los muros
de Caracas o de Calabria, a su alma ahora
santificada por los grandes terremotos
que escupirán el futuro, que borrarán
las últimas huellas
de tu sonrisa, de su piel de gritas y placeres.
MI TIERRA QUERIDA
Ya es hora de perder
la inocencia, ese
estupor de las criaturas que todavía
no pudieron hacerse cargo
de la memoria
del mundo al que recién nacieron.
Pero nosotros, hombres
grandes ya, podemos olvidar, sabemos
perfectamente qué tendríamos
que hacer para dañar
el presente, para romperlo.
Aquí nadie
tiene derecho a distraerse,
a estar asustado, a rozar
la indignación, a exclamar su sorpresa.
De Poemas póstumos (1970-1972)
MILONGA DEL MARGINADO PARANOICO
Parece mentira
que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y
parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando: quisiera saltar
como Juan L. Ortiz, vociferar
como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron
de mano; segundo, no me sale bien y aquí
empieza todo nuevamente: otro sufrimiento
igual a diapasones y recursos
que conozco perfectamente y que no vale la pena
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque tendré que ir
reconociendo que no he sabido
hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque
que nos traga la lengua; pido entonces disculpas
por la mala impresión, por las exageraciones.
ADIOSES
A cierta edad, los allegados se alejan, empiezan
a morir. Murió Oliverio y todo el continente
también murió entre los cóndores diez meses después para poder
erguir sus cerbatanas, murieron lugartenientes, gladiadores
anónimos. Se ha muerto últimamemente
de mala manera y así se seguirá muriendo, como
estaba previsto: Emilio (al que le toque) de espaldas en el suelo,
tratando de sacar, o no sacar el arma; murió el petiso
aquel, corrector de diario, también entre las grandes
aves de rapiña. Murió mi eternidad,
pero nadie se ha dispuesto a velarla; a lo mejor
muere Beatriz con quien jugamos siempre
como si fuéramos criaturas predestinadas, secretamente,
para no romper el sortilegio y perder blasones y ganar
realidades. Murió el bravo capoerista frente a la obra
en construcción, entre un agitar de sotanas
enfiladas sobre rumbos inciertos. En fin, murieron
algunas personas de mi amistad, otras que conozco
de vista seguramente han muerto. Celia murió, pero hace
muchos años, aunque a veces sueño con ella desnuda
y viva como los arcángeles con toda su música. Murió Moisés
Lebensohn y no podía ocurrir otra cosa
con ciertas ideas: hubo muchos infartos.
y cirrosis -oh gran rey- en la boca
de mis pulmones que recuerdan
a presión, que olvidan
a sabiendas. Mis hijos viven, pero ya ni se acuerdan
de quién era la tía Teodolinda
que también murió. Compañeros del colegio han muerto, apóstoles
y simples camaraas de armas y deportes. Hasta enemigos
y también hombres, a quiénes me ligaban simpatías enfermas -me
refiero a algunos comerciantes fallecidos-, pero justas, inevitables
como la muerte. Puedo estar contento
de estar vivo: abro los ojos, salto
de la cama, me visto, salgo a esperar otros años, como ahora
que cierro la puerta, miro hacia atrás la primera mitad
del camino y busco los lugares para emboscarme
a cara descubierta, a golpes. Alegrías pesarosas, funerales.
Del excusado al lavatorio salta
mi corazón como si fuera
un jabón. Puede tener el mundo
en mis manos, dijo Beethoven y también
lo podría decir yo, si no fuera
por este jabón que resbala
de las manos y nadie
lo quiere por eso, a pesar
de que haya lavado más de una cara,
arrastrado alguna mugre, hojas
en el otoño; subestiman
su espuma dejándolo gastar
de aquí para allá, del excusado
al lavatorio, diluido
en el agua caliente que ahogará
las risas de los arrepentidos
NO PUEDO QUEJARME
Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. Las usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo -salud
y suerte-, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.
Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mi; después
de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que se abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo.
MENSAJE CIFRADO
Sólo te pido que dejemos este parque, que abandonemos
sus municiones, sus reproches para irnos por ahí, como cascaritas
divertidas de pálidos carnavaales; hielo y materia de olvido. Porque
entre tirones y sufrimientos, la cosa se ha puesto
tan fácil, tan fácil, que nadie
puede resolver sus entusiasmos, ordenar sus festejos.
De Cuentos de batalla (1973-1976):
POR SOLEDADES
Un hombre es perseguido, una
familia entera, una organización, un pueblo. La
responsable de esta situación no es la codicia, sino un
comerciante con sus precios, con la imposición
de las reglas del juego. Los empresarios, la policía
con la imposición de las reglas del juego. Por eso
ese hombre, ese pueblo, esa familia, esa organización, se
siente perseguida. Es más, comienzan
a perseguirse entre ellos, a delatarse,
a difamarse, y juntos, a su vez, se lanzan a perseguir
quimeras, a olvidarse de las legítimas,
de las costosas pero realizables aspiraciones;
marginan la penosa esperanza.
Entonces toda la familia, todo el pueblo, entra
en el nivel más alto de la persecución: la paranoia, esa
refinada búsqueda de los perseguidos históricos y culturales.
Y ésta
es la triste historia de los pueblos
derrotados, de las familias envilecidas,
de las organizaciones inútiles, de los hombres solitarios, la
llama que se consume sin el viento, los aires
que soplan sin amor, los amores que se marchitan
sobre la memoria del amor o sus fatuas presunciones.
FRANCISCO URONDO, Poemas, Visor, 2003
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