***
Sus ideas no habían cambiado. Continuó viendo claramente su deber, escrito en letras luminosas que
resplandecían ante sus ojos, y se desplazaban con su mirada: «¡Anda! ¡Da tu nombre! ¡Denúnciate!»
Veía también, como si se moviesen delante de él con formas sensibles, las dos ideas que hasta
entonces habían sido la doble regla de su vida: esconder su nombre, santificar su alma. Por vez primera,
se le aparecían absolutamente distintas y veía las diferencias que las separaban. Reconocía que una de
estas ideas era necesariamente buena, mientras que la otra podía convertirse en mala; que aquélla era el
sacrificio, y ésta era la personalidad; que una decía: el prójimo, y la otra decía: yo; que una procedía de
la luz y la otra de las tinieblas.
Ambas luchaban entre sí, él las veía luchar. A medida que reflexionaba, iban creciendo ante los ojos
de su espíritu; tenían ya colosales dimensiones; y le parecía que veía luchar dentro de sí, en aquel infinito
del que hablábamos antes, en medio de oscuridades y resplandores, una diosa y una gigante.
Estaba lleno de espanto, pero le parecía que la buena idea triunfaría.
Comprendía que había llegado al otro momento decisivo de su conciencia y de su destino; que el
obispo había señalado la primera fase de su nueva vida, y que aquel Champmathieu le señalaba la
segunda. Tras la gran crisis, la gran prueba.
Entretanto, la fiebre, apaciguada un instante, le volvía a invadir poco a poco. Mil pensamientos le
asaltaban; pero le fortificaban aún más en su resolución.
En cierto momento se dijo que tomaba el asunto con demasiado calor; que, después de todo,
Champmathieu no era nada importante, que en resumidas cuentas había cometido un robo.
Se respondió: Si este hombre ha robado, en efecto, unas cuantas manzanas, tiene un mes de cárcel; lo
cual dista mucho de las galeras. ¿Y quién sabe? ¿Ha robado? ¿Ha sido probado? El nombre de Jean
Valjean le oprime y parece dispensarle de pruebas. ¿No obran así, habitualmente, los procuradores del
rey? Se le cree ladrón porque se le sabe presidiario.
En otro momento pensó que si se denunciaba a sí mismo, tal vez se consideraría el heroísmo de su
acción; se tendrían en cuenta sus siete años de honradez y lo que había hecho por el país, y se le
concedería gracia.
Pero esta suposición se desvaneció bien pronto, y sonrió amargamente, recordando que el robo de los
cuarenta sueldos al pequeño Gervais le hacía reincidente; que este crimen reaparecería y, según los
términos precisos de la ley, sería condenado a trabajos forzados a perpetuidad.
Se desprendió de toda ilusión, se desligó más y más de la tierra y buscó el consuelo y la fuerza en
otra parte. Se dijo que era preciso cumplir con su deber; que tal vez no sería más desgraciado después de
cumplirlo que después de haberlo eludido; y si «dejaba correr los acontecimientos», si se quedaba en
Montreuil-sur-Mer, su consideración, su buen nombre, sus buenas obras, la deferencia y la veneración
públicas, su caridad, su riqueza, su popularidad, su virtud, estarían sazonadas con un crimen; y ¡qué sabor
tendrían todas las cosas santas, mezcladas con esta cosa horrible!, mientras que, si realizaba su
sacrificio, al presidio, al potro, a la cadena, al gorro verde, al trabajo sin descanso, a la vergüenza sin
piedad, se mezclaría siempre una imagen celestial.
Finalmente, díjose que aquello era necesario, que su destino era ése, que no era dueño de torcer lo
que viene dispuesto desde las alturas, que, en cualquier caso, era preciso escoger: o la virtud por fuera y
la abominación por dentro, o la santidad por dentro y la infamia por fuera.
Su valor no desfallecía ante la lucha de tan lúgubres ideas, pero su cerebro se fatigaba. A pesar suyo,
empezaba a pensar en otras cosas, en cosas sin importancia.
Sus arterias latían fuertemente en sus sienes. Seguía paseando. Dieron las doce en el reloj de la
parroquia y luego en el Ayuntamiento. Contó las campanadas en los dos relojes y comparó el sonido de
las dos campanas. En aquel momento, recordó que algunos días antes había visto a la venta, en un
almacén de chatarra, una vieja campana que tenía grabado este nombre: «Antoine Albin de Romainville».
Tenía frío. Encendió un poco de lumbre. No se le ocurrió cerrar la ventana.
No obstante, había caído de nuevo en el estupor. Le fue preciso hacer un gran esfuerzo para recordar
en qué estaba pensando cuando había sonado la medianoche. Por fin lo logró.
«¡Ah, sí! —se dijo—. Había tomado la resolución de denunciarme».
Entonces, de repente, recordó a Fantine.
—¡Ay! —exclamó—. ¿Y esa pobre mujer?
Entonces se declaró una nueva crisis.
Fantine, al aparecer bruscamente en su meditación, fue como un rayo de una luz inesperada. Le
pareció que todo cambiaba de aspecto a su alrededor, y exclamó:
—¡Ah! ¡Hasta ahora, sólo me he tenido en cuenta a mí mismo! ¡No he mirado más que mi
conveniencia! Me conviene callarme, o denunciarme; esconder mi persona, o salvar mi alma; ser un
magistrado despreciable y respetado, o un presidiario infame y venerable; ¡no he salido de mí, yo y sólo
yo! ¡Pero, Dios mío, todo esto no es más que egoísmo! ¡Son formas distintas del egoísmo, pero es
egoísmo! ¿Y si pensara un poco en los demás? La primera santidad es pensar en el prójimo. Veamos,
examinemos. Exceptuado yo, borrado yo, olvidado yo, ¿qué sucederá? Si me denuncio, me prenden,
sueltan a Champmathieu y me envían a las galeras. ¿Y luego? ¿Qué sucede aquí? ¡Ah, aquí hay una
comarca, una ciudad, fábricas, una industria, obreros, hombres, mujeres, ancianos, niños, desvalidos! Yo
he creado todo esto, yo hago vivir todo esto; donde quiera que haya una chimenea que humee, soy yo
quien ha puesto el leño en el fuego, y la carne en la marmita; yo he creado el bienestar, la circulación, el
crédito; antes de mí no había nada; yo he levantado, vivificado, animado, fecundado, estimulado,
enriquecido toda la comarca. Si yo desaparezco, todo muere. ¡Y esa mujer que ha sufrido tanto, que tiene
tantos méritos en su caída, a la cual he causado, sin querer, toda la desdicha! ¡Y esa niña, que yo quería ir
a buscar, que lo he prometido a su madre! ¿Es que no debo también algo a esa mujer, en reparación del
daño que le he causado? Si yo desaparezco, ¿qué sucederá? La madre morirá. La niña sabe Dios qué será
de ella. Esto es lo que sucederá si yo me denuncio. ¿Y si no me denuncio? ¿Qué sucederá si no me
denuncio?
Después de haberse hecho esta pregunta, se detuvo; durante un momento, le invadió una sensación de
duda y de temblor; pero aquel momento duró poco, y se respondió con calma:
—Pues bien, ese hombre irá a presidio, es cierto; pero ¡qué diablos! ¡Ha robado! Por más que yo me
diga que no ha robado, ¡ha robado! Yo, yo me quedo aquí, continúo. Dentro de diez años, habré ganado
diez millones, los repartiré en el país, no tendré nada mío, ¿qué me importa? ¡No es para mí lo que yo
hago! La prosperidad de todos irá aumentando, las industrias se despiertan, las manufacturas y las
fábricas se multiplican, las familias, ¡cien familias!, ¡mil familias!, son felices; la región se puebla; nacen
pueblos donde sólo había granjas, nacen granjas donde no había nada; la miseria desaparece, y con la
miseria desaparece el escándalo, la prostitución, el robo, el asesinato, todos los vicios, ¡todos los
crímenes! ¡Y esa pobre madre educa a su hijo! ¡Todo un país rico y honrado! ¡Ah, estaba loco! ¿Qué es lo
que pensaba cuando hablaba de denunciarme? Es preciso meditarlo bien, y no precipitarme. ¡Qué!
¿Porque me habría complacido ser grande y generoso? ¡Eso es melodrama, después de todo! ¡Porque no
habré pensado más que en mí, sólo en mí; por salvar de un castigo quizás un poco exagerado, pero justo
en el fondo, a no se sabe quién, a un ladrón, a un malhechor indudablemente, ha de perecer un país entero!
¡Ha de morir esa mujer en el hospital! ¡Ha de quedar su hija abandonada en la calle! ¡Como si fueran
perros! ¡Ah, esto sería abominable!
Sus arterias latían fuertemente en sus sienes. Seguía paseando. Dieron las doce en el reloj de la
parroquia y luego en el Ayuntamiento. Contó las campanadas en los dos relojes y comparó el sonido de
las dos campanas. En aquel momento, recordó que algunos días antes había visto a la venta, en un
almacén de chatarra, una vieja campana que tenía grabado este nombre: «Antoine Albin de Romainville».
Tenía frío. Encendió un poco de lumbre. No se le ocurrió cerrar la ventana.
No obstante, había caído de nuevo en el estupor. Le fue preciso hacer un gran esfuerzo para recordar
en qué estaba pensando cuando había sonado la medianoche. Por fin lo logró.
«¡Ah, sí! —se dijo—. Había tomado la resolución de denunciarme».
Entonces, de repente, recordó a Fantine.
—¡Ay! —exclamó—. ¿Y esa pobre mujer?
Entonces se declaró una nueva crisis.
Fantine, al aparecer bruscamente en su meditación, fue como un rayo de una luz inesperada. Le
pareció que todo cambiaba de aspecto a su alrededor, y exclamó:
—¡Ah! ¡Hasta ahora, sólo me he tenido en cuenta a mí mismo! ¡No he mirado más que mi
conveniencia! Me conviene callarme, o denunciarme; esconder mi persona, o salvar mi alma; ser un
magistrado despreciable y respetado, o un presidiario infame y venerable; ¡no he salido de mí, yo y sólo
yo! ¡Pero, Dios mío, todo esto no es más que egoísmo! ¡Son formas distintas del egoísmo, pero es
egoísmo! ¿Y si pensara un poco en los demás? La primera santidad es pensar en el prójimo. Veamos,
examinemos. Exceptuado yo, borrado yo, olvidado yo, ¿qué sucederá? Si me denuncio, me prenden,
sueltan a Champmathieu y me envían a las galeras. ¿Y luego? ¿Qué sucede aquí? ¡Ah, aquí hay una
comarca, una ciudad, fábricas, una industria, obreros, hombres, mujeres, ancianos, niños, desvalidos! Yo
he creado todo esto, yo hago vivir todo esto; donde quiera que haya una chimenea que humee, soy yo
quien ha puesto el leño en el fuego, y la carne en la marmita; yo he creado el bienestar, la circulación, el
crédito; antes de mí no había nada; yo he levantado, vivificado, animado, fecundado, estimulado,
enriquecido toda la comarca. Si yo desaparezco, todo muere. ¡Y esa mujer que ha sufrido tanto, que tiene
tantos méritos en su caída, a la cual he causado, sin querer, toda la desdicha! ¡Y esa niña, que yo quería ir
a buscar, que lo he prometido a su madre! ¿Es que no debo también algo a esa mujer, en reparación del
daño que le he causado? Si yo desaparezco, ¿qué sucederá? La madre morirá. La niña sabe Dios qué será
de ella. Esto es lo que sucederá si yo me denuncio. ¿Y si no me denuncio? ¿Qué sucederá si no me
denuncio?
Después de haberse hecho esta pregunta, se detuvo; durante un momento, le invadió una sensación de
duda y de temblor; pero aquel momento duró poco, y se respondió con calma:
—Pues bien, ese hombre irá a presidio, es cierto; pero ¡qué diablos! ¡Ha robado! Por más que yo me
diga que no ha robado, ¡ha robado! Yo, yo me quedo aquí, continúo. Dentro de diez años, habré ganado
diez millones, los repartiré en el país, no tendré nada mío, ¿qué me importa? ¡No es para mí lo que yo
hago! La prosperidad de todos irá aumentando, las industrias se despiertan, las manufacturas y las
fábricas se multiplican, las familias, ¡cien familias!, ¡mil familias!, son felices; la región se puebla; nacen
pueblos donde sólo había granjas, nacen granjas donde no había nada; la miseria desaparece, y con la
miseria desaparece el escándalo, la prostitución, el robo, el asesinato, todos los vicios, ¡todos los
crímenes! ¡Y esa pobre madre educa a su hijo! ¡Todo un país rico y honrado! ¡Ah, estaba loco! ¿Qué es lo
que pensaba cuando hablaba de denunciarme? Es preciso meditarlo bien, y no precipitarme. ¡Qué!
¿Porque me habría complacido ser grande y generoso? ¡Eso es melodrama, después de todo! ¡Porque no
habré pensado más que en mí, sólo en mí; por salvar de un castigo quizás un poco exagerado, pero justo
en el fondo, a no se sabe quién, a un ladrón, a un malhechor indudablemente, ha de perecer un país entero!
¡Ha de morir esa mujer en el hospital! ¡Ha de quedar su hija abandonada en la calle! ¡Como si fueran
perros! ¡Ah, esto sería abominable!
cont.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Hoy a las 09:53 por Maria Lua
» Julio Cortazar (1914-1984)
Hoy a las 08:57 por Pedro Casas Serra
» LEÓN FELIPE (1884-1968)
Hoy a las 08:49 por Pedro Casas Serra
» CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Hoy a las 08:30 por Maria Lua
» Salvador Novo (1904-1974)
Hoy a las 08:29 por Pedro Casas Serra
» CECILIA MEIRELES ( POETA BRASILEÑA)
Hoy a las 08:26 por Maria Lua
» MARIO QUINTANA ( Brasil: 30/07/1906 -05/05/1994)
Hoy a las 08:22 por Maria Lua
» Luís Vaz de Camões (c.1524-1580)
Hoy a las 08:19 por Maria Lua
» FERNANDO PESSOA II (13/ 06/1888- 30/11/1935) )
Hoy a las 08:16 por Maria Lua
» Rabindranath Tagore (1861-1941)
Hoy a las 08:11 por Maria Lua