Aires de Libertad

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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 21 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep 2024, 14:47

    ***


    XX



    A 47º 24´ DE LATITUD Y 17º 28´ DE LONGITUD



    La tempestad nos empujó hacia el este. Se desvanecía toda esperanza de huir en
    los muelles de Nueva York o de San Lorenzo. El pobre Ned, desesperado, se aisló
    como el capitán Nemo. Conseil y yo no nos separábamos.
    Dije que el Nautilus se desvió al este, pero habría sido más exacto decir al
    nordeste. Durante algunos días, erró tanto por encima como por debajo de la
    superficie, en medio de esas brumas tan temidas por los navegantes. Éstas se deben
    principalmente al deshielo de los icebergs, que mantiene una extrema humedad en
    la atmósfera. ¡Cuántos barcos han zozobrado en estos parajes cuando intentaban
    reconocer las inciertas luces de la costa! ¡Cuántos accidentes debidos a esas
    nieblas opacas! ¡Cuántos choques con los escollos cuya resaca es acallada por el
    ruido del viento! ¡Cuántas colisiones entre los barcos, pese a sus fuegos de
    posición y a las advertencias de sus sirenas y sus campanas de alarma!
    Por eso el fondo de aquellos mares ofrecía el aspecto de un campo de batalla
    en el que aún yacían todos los vencidos del océano: unos, viejos e hinchados;
    otros, jóvenes, cuyos herrajes y carenas de cobre resplandecían bajo la luz de
    nuestro fanal. Entre ellos, ¡cuántos barcos naufragados con sus bienes, sus
    tripulaciones y su legión de inmigrantes, en los puntos peligrosos señalados en las
    estadísticas: el cabo Race, la isla San Pablo, el estrecho de Belle Isle, el estuario
    de San Lorenzo! Y de unos pocos años a esta parte, ¡cuántas víctimas aportadas a
    estos funestos anales por las líneas de Royal Mail, de Inmann, de Montreal, el
    Solway, el Isis, el Paramatta, el Hungarian, el Canadian, el Anglosaxon, el
    Humboldt, el United States, todos ellos naufragados, el Artic, el Lyonnais,
    hundidos tras un abordaje, el Président, el Pacific, el City of Glasgow,
    desaparecidos por causas desconocidas, restos sombríos entre los que navegaba el
    Nautilus, como si pasara revista a los muertos!
    El 15 de mayo nos hallábamos en el extremo meridional del banco de
    Terranova. Este banco es un producto de los aluviones marinos, un enorme amasijo
    de los detritus orgánicos arrastrados, bien desde el ecuador por la corriente del
    Gulf Stream, bien desde el polo boreal por la contracorriente de agua fría que
    bordea la costa americana. Allí también se amontonan los bloques errantes
    acarreados por el deshielo de los témpanos. En el banco se ha formado un vasto
    osario de peces, moluscos y zoófitos que mueren en él a millares.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep 2024, 14:48

    ***


    El mar no es muy profundo en el banco de Terranova, a lo sumo de unos
    centenares de brazas, pero hacia el sur se abre de repente una depresión profunda,
    un agujero de tres mil metros. Allí se ensancha el Gulf Stream, expandiendo sus
    aguas. Pierde velocidad y temperatura, pero se convierte en un mar.
    Entre los peces que el Nautilus rozó a su paso, citaré al ciclóptero, de un metro
    de largo, dorso negruzco y vientre naranja, que da a sus congéneres un ejemplo
    poco imitado de fidelidad conyugal; un unernack de gran tamaño, especie de
    morena esmeralda de un sabor excelente; karraks de ojos grandes, cuya cabeza
    guarda cierto parecido con la de un perro; babosas, ovovíparas como las
    serpientes; lorchas o gobios negros de dos decímetros de largo; macruros de larga
    cola y brillo plateado, veloces peces que se habían aventurado lejos de los mares
    hiperbóreos.
    Las redes capturaron también un pez intrépido, vigoroso y musculado, armado
    de púas en la cabeza y de aguijones en las aletas, verdadero escorpión de dos a
    tres metros, enemigo encarnizado de los blenios, las fanecas y los salmones. Era el
    coto de los mares septentrionales, de cuerpo tuberculoso, color marrón y aletas
    rojas. Los pescadores del Nautilus tuvieron alguna dificultad en capturar a este
    animal, que, gracias a la conformación de sus opérculos, preserva sus órganos
    respiratorios del contacto desecante de la atmósfera y puede vivir durante algún
    tiempo fuera del agua.
    Cito de memoria a los bosquianos, pequeños peces que acompañan a los
    barcos en los mares boreales; alburnos oxirrincos, propios del Atlántico
    septentrional; rascasios y, por último, las fanecas, principalmente de la especie del
    bacalao, que sorprendí en sus aguas predilectas, en el inagotable banco de
    Terranova.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 10:11

    ***

    Se puede decir que los bacalaos son pescados de montaña, puesto que
    Terranova no es más que una montaña submarina. Cuando el Nautilus se abrió
    camino a través de sus estrechas falanges, Conseil no pudo reprimir una
    observación:
    —¡Miren, bacalaos! Yo creía que eran planos como los gallos o los lenguados.
    —¡Ingenuo! —dije—. Los bacalaos sólo son planos en la pescadería, donde
    los muestran abiertos y extendidos, pero en el agua son peces fusiformes como los
    sargos y perfectamente conformados para la marcha.
    —Habrá que creer al señor. ¡Qué nube, qué enjambre!
    —Ay, amigo mío, habría muchos más de no ser por sus enemigos, los rascasios
    y los hombres. ¿Sabes cuántos huevos se han llegado a contar en una sola hembra?
    —Seamos generosos. Quinientos mil.
    —Once millones.
    —Once millones… Eso es algo que nunca admitiré, a menos que los cuente yo
    mismo.
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    —Cuéntalos, Conseil, pero tardarás menos si me crees. Además, los franceses,
    ingleses, americanos, daneses y noruegos pescan el bacalao por millares. Se
    consume en cantidades prodigiosas y, de no ser por la asombrosa fecundidad de
    estos peces, pronto desaparecerían de los mares. Así, solamente en Inglaterra y en
    Estados Unidos, cinco mil barcos con setenta y cinco mil marineros a bordo se
    dedican a la pesca del bacalao. Cada barco captura un promedio de cuarenta mil,
    lo que arroja un total de veintinco millones. Lo mismo ocurre en las costas de
    Noruega.
    —De acuerdo, me fiaré del señor y no los contaré.
    —¿Que no contarás qué?
    —Los once millones de huevos. Pero le haré una observación.
    —¿Cuál?
    —Que si naciesen todas las crías, bastarían cuatro bacalaos para alimentar a
    Inglaterra, América y Noruega.
    Mientras pasábamos rozando los fondos del banco de Terranova vi
    perfectamente las largas líneas armadas con doscientos anzuelos que cada barco
    tiende por docenas. Cada línea, arrastrada por un extremo mediante un pequeño
    rezón, quedaba retenida en la superficie por un orinque fijado a una boya de
    corcho. El Nautilus tuvo que maniobrar con destreza en medio de esa red
    submarina. Por otra parte, no permaneció mucho tiempo en aquellos parajes
    frecuentados. Subió hasta los 42º de latitud, a la altura de San Juan de Terranova y
    de Heart’s Content, en el extremo del cable transatlántico



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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 10:12

    ***


    El Nautilus, en vez de continuar su marcha hacia el norte, puso rumbo al este,
    como si quisiera seguir la meseta telegráfica sobre la que reposa el cable y cuyo
    relieve ha sido revelado con extrema exactitud por los múltiples sondeos
    realizados.
    El 17 de mayo, a unas quinientas millas de Heart’s Content y a dos mil
    ochocientos metros de profundidad, vi el cable agitándose en el suelo. Conseil, al
    que no había avisado, lo tomó en un primer momento por una gigantesca serpiente
    de mar y se dispuso a clasificarlo según su método habitual. Pero desengañé al
    buen muchacho y, para consolarle de su decepción, le expliqué diversas
    particularidades de la instalación del cable.
    El primer cable se instaló durante los años 1857 y 1858, pero dejó de
    funcionar tras haber transmitido unos cuatrocientos telegramas. En 1863 los
    ingenieros construyeron un nuevo cable, que medía tres mil cuatrocientos
    kilómetros y pesaba cuatro mil quinientas toneladas y que fue embarcado en el
    Great Eastern. Esta tentativa también fracasó.
    Pues bien, el 25 de mayo, el Nautilus, sumergido a tres mil ochocientos treinta
    metros de profundidad, se hallaba en el mismo lugar donde se produjo la rotura que
    arruinó a la empresa, a seiscientas treinta y ocho millas de la costa de Irlanda. A
    las dos de la tarde se percataron de que acababan de interrumpirse las
    comunicaciones con Europa. Los electricistas de a bordo decidieron cortar el
    cable antes de repescarlo y a las once de la noche habían rescatado la parte
    averiada. Hicieron una junta y un empalme y el cable se sumergió de nuevo. Pero
    unos días más tarde se rompió sin que pudiera rescatarse de las profundidades del
    océano.
    Los americanos no se dieron por vencidos. El intrépido Cyrus Field, el
    promotor de la empresa que había arriesgado en él toda su fortuna, abrió una nueva
    suscripción, que fue inmediatamente cubierta. Se instaló otro cable en mejores
    condiciones. El haz de hilos conductores, aislados en una envoltura de gutapercha,
    iba protegido por una almohadilla de materias textiles contenida en una armadura
    metálica. El Great Eastern se hizo de nuevo a la mar el 13 de julio de 1866.
    La operación fue bien, pero ocurrió un incidente. En varias ocasiones, al
    desenrollar el cable, los electricistas observaron que tenía varios clavos clavados
    recientemente con la intención de deteriorar su alma. El capitán Anderson, sus
    oficiales y sus ingenieros se reunieron y anunciaron que si se descubría al culpable
    se le arrojaría al mar sin tan siquiera juzgarlo, después de lo cual no se repitió la
    tentativa criminal.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 10:12

    ***


    El 23 de julio, el Great Eastern se hallaba a tan sólo ochocientos kilómetros
    de Terranova cuando se le telegrafió desde Irlanda la noticia del armisticio
    firmado entre Prusia y Austria después de Sadowa. El 27 avistó entre las brumas el
    puerto de Heart’s Content. La empresa había culminado felizmente y, en su primer
    mensaje, la joven América dirigía a la vieja Europa estas sabias palabras tan
    pocas veces comprendidas: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los
    hombres de buena voluntad».
    Yo no esperaba encontrar el cable eléctrico en su estado primitivo, tal como
    estaba al salir de los talleres de fabricación. La larga serpiente, cubierta de restos
    de conchas, plagada de foraminíferas, se hallaba incrustada en una masa pétrea que
    la protegía de los moluscos perforantes. Yacía tranquilamente, resguardada de los
    movimientos del mar y bajo una presión favorable a la transmisión del chispazo
    eléctrico que pasa de América a Europa en treinta y dos centésimas de segundo. La
    duración del cable será sin duda infinita, pues se ha observado que la envoltura de
    gutapercha mejora en contacto con el agua del mar. Además, en esa meseta tan bien
    escogida, el cable nunca se sumerge a tanta profundidad como para que pueda
    romperse.
    El Nautilus lo siguió hasta su fondo más profundo, situado a cuatro mil
    cuatrocientos treinta y un metros, y allí reposaba todavía sin ningún esfuerzo de
    tracción. Luego nos acercamos al lugar donde se produjo el accidente de 1863.
    [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] - Página 367
    El fondo oceánico formaba un valle de ciento veinte kilómetros de ancho en el
    que se habría podido plantar el Mont Blanc sin que su cumbre emergiera de la
    superficie del mar. El valle está cerrado al este por una muralla escarpada de dos
    mil metros. Llegamos allí el 28 de mayo y el Nautilus se hallaba a tan sólo ciento
    cincuenta kilómetros de Irlanda.
    ¿Acaso el capitán Nemo iba a subir hasta las Islas Británicas? No.
    Sorprendentemente, bajó nuevamente al sur y regresó a los mares europeos. Al
    bordear la isla Esmeralda, vi por un instante el cabo Clear y el faro de Fastenet,
    que ilumina a los miles de barcos que salen de Glasgow o de Liverpool.
    Una importante cuestión se me planteaba. ¿El Nautilus osaría adentrarse en el
    canal de la Mancha? Ned Land, que había vuelto a aparecer desde que
    bordeábamos la costa, no cesaba de preguntarme. ¿Qué podía responderle? El
    capitán Nemo seguía sin dejarse ver. Tras haber dejado entrever al canadiense las
    orillas de América, ¿me iba a mostrar las costas de Francia?
    El Nautilus seguía bajando hacia el sur. El 30 de mayo pasaba frente a Land’s
    End, situado entre la última punta de Inglaterra y las Sorlingas, y la dejó a estribor.
    Si el capitán quería entrar en el canal de la Mancha tendría que poner rumbo al
    este, pero no lo hizo.

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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:57

    ***

    Si el capitán quería entrar en el canal de la Mancha tendría que poner rumbo al
    este, pero no lo hizo.
    Durante toda la jornada del 31 de mayo el Nautilus describió una serie de
    círculos en el mar que me intrigaron vivamente. Parecía buscar un lugar que le
    estaba costando encontrar. A mediodía el capitán Nemo vino a fijar él mismo la
    posición. No me dirigió la palabra y me pareció más sombrío que nunca. ¿Qué
    podía entristecerle así? ¿La cercanía de las costas europeas? ¿Algún recuerdo de
    su país? ¿Qué sentía? ¿Remordimientos o pesares? Estos pensamientos ocuparon
    mi mente durante un buen rato y tuve como un presentimiento de que el azar
    desvelaría en breve los planes del capitán.
    Al día siguiente, 1 de junio, el Nautilus mantuvo el mismo rumbo. Era evidente
    que trataba de reconocer un punto preciso del océano. El capitán Nemo vino a
    tomar la altura del sol, tal como hiciera la víspera. El mar estaba espléndido y el
    cielo azul. A ocho millas al este, un gran buque se perfilaba en la línea del
    horizonte. No llevaba ninguna bandera en su cangreja y no pude reconocer su
    nacionalidad.
    Minutos antes de que el sol pasara por el meridiano, el capitán Nemo cogió el
    sextante y se puso a observar con una precisión extrema. La calma absoluta de las
    aguas facilitaba su operación. El Nautilus, inmóvil, no se balanceaba ni
    cabeceaba.
    En ese momento yo estaba en la plataforma. Terminada su medición, el capitán
    Nemo pronunció estas únicas palabras: «¡Es aquí!», y a continuación bajó por la
    escotilla. ¿Había visto el barco que modificaba su rumbo y parecía acercarse a
    nosotros? No podría asegurarlo.














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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:58

    ***
    Regresé al salón. Se cerró la escotilla y oí el borboteo del agua en los
    depósitos. El Nautilus comenzó a hundirse en vertical, pues su hélice trabada ya no
    le comunicaba ningún movimiento. Al cabo de unos minutos se detuvo a una
    profundidad de ochocientos treinta metros y se posó en el fondo. Entonces se apagó
    el techo luminoso del salón, se abrieron los paneles y a través de los cristales vi el
    mar intensamente iluminado por los rayos del fanal en un radio de media milla.
    Miré a babor y sólo vi la inmensidad de las aguas tranquilas. Al fondo, a estribor,
    se divisaba un pronunciado montículo que atrajo mi atención. Parecían ruinas
    sepultadas bajo una aglomeración de conchas blancuzcas como un manto de nieve.
    Al examinar atentamente aquella masa creí reconocer las formas hinchadas de un
    navío sin mástiles que debía de haberse hundido por la proa. El accidente databa
    sin duda de una época remota. Para haberse incrustado así en las calizas, esos
    restos debían de llevar muchos años en el fondo del océano.
    ¿Qué barco era ese? ¿Por qué el Nautilus iba a visitar su tumba? ¿Acaso no era
    un naufragio lo que lo había arrastrado al fondo del mar?
    Me planteaba estas preguntas cuando, cerca de mí, oí que el capitán decía
    lentamente:
    —En otro tiempo ese barco se llamó el Marsellés. Llevaba setenta y cuatro
    cañones y fue botado en 1762. El 13 de agosto de 1778, comandado por La PoypeVertrieux, combatió valerosamente contra el Preston. El 4 de julio de 1779
    participó con la escuadra del almirante D’Estaing en la toma de Granada. El 5 de
    septiembre intervino en el combate del conde de Grasse, en la bahía de Chesapeak.
    En 1794 la República francesa le cambió el nombre. El 16 de abril de ese mismo
    año, se unió en Brest a la escuadra de Villaret-Joyeuse, encargada de escoltar un
    convoy de trigo que venía de América bajo el mando del almirante Van Stabel.
    El 11 y el 12 de pradial, año II, la escuadra se encontró con los barcos ingleses.
    Señor Aronnax, hoy es 11 de pradial, 1 de junio de 1868. Hace setenta y cuatro
    años, tal día como hoy, en este mismo lugar, a 47º 24´ de latitud y 17º 28´ de
    longitud, ese barco, tras un combate heroico, rotos sus tres mástiles, con las
    bodegas inundadas y un tercio de su tripulación fuera de combate, prefirió hundirse
    con sus trescientos cincuenta y seis marineros antes que rendirse y, fijando su
    pabellón a la popa, desapareció bajo las aguas al grito de «¡Viva la República!».
    —¡El Vengador! —exclamé.
    —Sí, señor, el Vengador. Hermoso nombre —murmuró el capitán Nemo,
    cruzando los brazos.





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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 21 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:42

    ***
    XXI



    UNA HECATOMBE



    Su forma de hablar, lo imprevisto de la escena, la historia del heroico navío, en
    primer lugar, y también la emoción con que el extraño personaje había pronunciado
    sus últimas palabras, el nombre de Vengador, cuya significación no se me
    escapaba, todo ello se combinaba para impresionar profundamente mi alma. No
    apartaba los ojos del capitán, que, con las manos extendidas hacia el mar,
    contemplaba con fervor los restos gloriosos. Quizá yo nunca llegara a saber quién
    era ese hombre, de dónde venía o adónde iba, pero veía cada vez más al hombre
    liberarse del sabio. No era una misantropía común lo que había recluido en el
    Nautilus al capitán Nemo y a sus compañeros, sino un odio monstruoso o sublime
    que el tiempo no podía debilitar.
    ¿Ese odio aún buscaba venganza? El futuro pronto me daría la respuesta.
    El Nautilus empezaba a subir lentamente a la superficie y poco a poco vi
    desaparecer las formas difusas del Vengador. Pronto un ligero balanceo me indicó
    que flotábamos al aire libre.
    En ese momento se oyó una detonación sorda. Miré al capitán, que permanecía
    inmóvil.
    —¡Capitán!
    No respondió.
    Lo dejé y subí a la plataforma. Conseil y el canadiense se me habían
    adelantado.
    —¿De dónde viene esa detonación? —pregunté.
    —Un cañonazo —respondió Ned Land.
    Miré en dirección al barco que había visto anteriormente. Se había acercado al
    Nautilus y se veía que forzaba las máquinas. Seis millas lo separaban de nosotros.
    —¿Qué barco es ese, Ned?
    —Por su aparejo y por la altura de sus mástiles, juraría que es un buque de
    guerra. ¡Ojalá pueda acercarse y hundir si es necesario a este condenado Nautilus!
    —Ned, ¿qué daño puede hacerle al Nautilus? —respondió Conseil—. ¿Acaso
    va a atacarlo bajo el agua o cañonearlo en el fondo del mar?
    —Dígame, Ned —le pregunté—, ¿puede reconocer la nacionalidad de ese
    barco?
    El canadiense frunció las cejas, bajó los párpados, entornó los ojos y los fijó
    durante unos instantes en el navío con toda la potencia de su mirada.






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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 21 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:43

    ***

    dera. Pero puedo afirmar que es un buque de guerra, porque en lo alto de su
    palo mayor ondea un largo gallardete.
    Durante un cuarto de hora seguimos observando el barco, que se dirigía hacia
    nosotros. Sin embargo, yo no podía admitir que hubiera reconocido al Nautilus a
    tanta distancia, y menos aún que supiera lo que era este ingenio submarino.
    El canadiense no tardó en anunciarme que se trataba de un acorazado con
    espolón y dos puentes. Una espesa humareda negra se escapaba de sus dos
    chimeneas. Sus velas plegadas se confundían con la línea de las vergas, su cangreja
    no portaba ninguna bandera y la distancia todavía no permitía distinguir los colores
    de su gallardete, que flotaba como una delgada cinta. Avanzaba rápidamente. Si el
    capitán Nemo le dejaba acercarse, tendríamos una oportunidad de salvarnos.
    —Señor —me dijo Ned Land—, como pase a una milla de nosotros me tiro al
    mar, y le animo a que haga como yo.
    No respondí a la propuesta del canadiense y seguí mirando al navío, que
    aumentaba de tamaño conforme se acercaba. Ya fuera inglés, francés, americano o
    ruso, no había duda de que nos acogería si pudiéramos alcanzarlo.
    —El señor hará bien en recordar que tenemos alguna experiencia en la natación
    —dijo Conseil—. Puede confiar en mí para que le remolque hasta ese barco si
    decide seguir al amigo Ned.
    Iba a responderle cuando un vapor blanco salió de la proa del buque de guerra
    y, segundos más tarde, las aguas, agitadas por la caída de un cuerpo pesado,
    salpicaron la popa del Nautilus. Poco después, una detonación retumbó en mis
    oídos.
    —¡Nos disparan! —exclamé.
    —¡Buena gente! —murmuró el canadiense.
    —Así que no nos toman por náufragos agarrados a una tabla…
    —Con permiso… ¡Diantre! —dijo Conseil, sacudiéndose el agua con que una
    nueva bala le había salpicado—. Con permiso del señor, han reconocido al narval
    y lo están cañoneando.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:44

    ***
    —Pero deben de comprender que se enfrentan a hombres —exclamé.
    —Quizá sea por eso —respondió Ned Land, mirándome.
    Una súbita revelación iluminó mi mente. Probablemente por entonces ya se
    sabía a qué atenerse sobre la existencia del supuesto monstruo. Probablemente, en
    su choque con el Abraham Lincoln, cuando el canadiense lo golpeó con su arpón,
    el comandante Farragut había visto que el narval era un barco submarino más
    peligroso que un cetáceo sobrenatural. Sí, eso debía de ser, y probablemente en
    todos los mares se andaba persiguiendo a esa terrible máquina de destrucción.
    Terrible, en efecto, si, como cabía suponer, el capitán Nemo utilizaba el Nautilus
    en un acto de venganza. ¿No habría atacado a algún barco aquella noche cuando
    nos encerró en la celda, en medio del océano Pacífico? Aquel hombre enterrado en
    el cementerio de coral, ¿no habría sido víctima del choque provocado por el
    Nautilus? Sí, eso debía de ser. Se desvelaba una parte de la misteriosa vida del
    capitán Nemo. Y aunque no se conociera su identidad, al menos las naciones
    aliadas contra él ya no perseguían una criatura quimérica, sino a un hombre que les
    profesaba un odio implacable. Este pasado formidable apareció ante mis ojos. En
    vez de encontrar amigos en el barco que se aproximaba, sólo hallaríamos enemigos
    despiadados.
    Las balas se multiplicaban a nuestro alrededor. Algunas, al impactar sobre la
    superficie líquida, rebotaban hasta perderse a distancia considerable, pero ninguna
    alcanzó al Nautilus.
    El acorazado no estaba a más de tres millas. Pese al violento cañoneo, el
    capitán Nemo no apareció en la plataforma. Y sin embargo, una de esas bolas
    cónicas habría sido letal para el Nautilus de haber impactado en su casco.
    Entonces el canadiense me dijo:
    —Debemos intentar lo que sea para salir de este apuro. Hagámosles señales.
    ¡Por todos los diablos, tal vez comprendan que somos hombres de bien!




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 25 Sep 2024, 01:43

    QUIERO REGLAS PARA QUE HAYA EQUILIBRIO. ESTO ES DE TODOS.


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    GRANDES ESCRITORES ES DE TODOS LOS FORISTAS. PARTICIPA, POR FAVOR.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:12

    ***
    Por todos los diablos, tal vez comprendan que somos hombres de bien!
    Ned Land cogió su pañuelo para agitarlo en el aire, pero apenas lo había
    desplegado cuando, abatido por una mano de hierro, cayó sobre el puente.
    —¡Miserable! —exclamó el capitán—. ¿Quieres que te clave al espolón del
    Nautilus antes de que se lance contra ese barco?
    Era terrible oír al capitán Nemo, pero más terrible aún era verlo. Su rostro
    estaba más pálido por los espasmos de su corazón, que había debido de dejar de
    latir por un instante. Sus pupilas se habían contraído espantosamente. Ya no
    hablaba, rugía. Con el cuerpo inclinado hacia delante, sus manos retorcían los
    hombros del canadiense.
    Luego, soltándolo y volviéndose hacia el barco de guerra cuyas balas llovían a
    su alrededor, exclamó con voz poderosa:
    —¡Ah, sabes quién soy, barco de una nación maldita! No me hacen falta tus
    colores para reconocerte. ¡Mira! ¡Voy a mostrarte los míos!
    El capitán Nemo desplegó en la proa de la plataforma una bandera negra,
    parecida a la que había plantado en el Polo Sur.
    En ese momento una bala impactó oblicuamente en el casco del Nautilus, sin
    resquebrajarlo, y pasó rebotando cerca del capitán hasta perderse en el mar.
    El capitán Nemo se encogió de hombros y me dijo con tono brusco:
    —Baje con sus compañeros.
    —Señor, ¿va a atacar a ese barco?
    —Voy a hundirlo.
    —¡No lo hará!
    —Sí lo haré —respondió fríamente el capitán Nemo—. No se atreva a
    juzgarme. La fatalidad le muestra lo que no debía ver. Me han atacado, y la
    respuesta será terrible. Vuelva dentro.






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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:13

    ***
    —¿Qué barco es ese?
    —¿No lo sabe? Mejor así. Al menos su nacionalidad seguirá siendo un secreto
    para usted. Y ahora, bajen.
    El canadiense, Conseil y yo no tuvimos más remedio que obedecer. Quince
    marineros del Nautilus rodeaban al capitán y miraban con odio implacable al
    barco que avanzaba hacia ellos. Se notaba que el mismo espíritu de venganza
    animaba a todas aquellas almas.
    Bajé justo cuando otro proyectil volvía a rozar el casco del Nautilus y oí gritar
    al capitán:
    —¡Dispara, barco insensato! ¡Malgasta tus inútiles balas! ¡No escaparás al
    espolón del Nautilus! Pero no es aquí donde has de naufragar. No quiero que tus
    restos se confundan con los del Vengador.
    Regresé a mi camarote. El capitán y su segundo se habían quedado en la
    plataforma. La hélice se puso en movimiento y el Nautilus se alejó velozmente
    hasta ponerse fuera del alcance de las balas. Pero la persecución continuó y el
    capitán Nemo se limitó a mantener la distancia.
    Hacia las cuatro de la tarde, incapaz de contener la impaciencia y la inquietud
    que me consumían, volví a la escalera central. La escotilla estaba abierta y subí a
    la plataforma. El capitán seguía paseándose agitadamente por ella. Miraba el barco
    que tenía a cinco o seis millas a sotavento, lo rodeaba como una fiera y,
    atrayéndolo hacia el este, se dejaba perseguir, pero sin atacar. ¿Quizá aún dudaba?
    Traté de intervenir por última vez, pero apenas había interpelado al capitán
    Nemo cuando éste me mandó callar:
    —¡Yo soy el derecho, yo soy la justicia! —me dijo—. ¡Yo soy el oprimido y él
    el opresor! ¡Él es la causa por la que he visto morir todo cuanto quise, amé y
    veneré: patria, mujer, hijos, padre y madre! ¡Todo lo que odio está allí, así que
    cállese!
    Lancé una última mirada al buque de guerra, que forzaba las máquinas, y a
    continuación me reuní con Ned y Conseil.
    —¡Huiremos! —exclamé.
    —Bien —dijo Ned—. ¿Qué barco es ese?
    —Lo ignoro, pero, sea cual sea, lo hundirán antes de que anochezca. En
    cualquier caso, más vale morir con él que convertirse en los cómplices de
    represalias cuya justicia no se puede medir.
    —Eso creo yo —respondió fríamente Ned Land—. Esperemos a la noche.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:14

    ***


    Y llegó la noche. Un profundo silencio reinaba a bordo. La brújula indicaba
    que el Nautilus no había modificado su rumbo y se oía el batir de su hélice, que
    golpeaba las olas con rápida regularidad. Se mantenía en la superficie y un ligero
    balanceo lo inclinaba sobre un costado u otro.
    Mis compañeros y yo habíamos decidido huir cuando el barco estuviera lo
    bastante cerca para hacernos ver u oír al resplandor de la luna, pues faltaban tres
    días para el plenilunio. Una vez a bordo del barco, si no podíamos evitar el golpe
    que lo amenazaba, al menos intentaríamos todo lo que nos dejaran las
    circunstancias. Varias veces creí que el Nautilus se disponía a atacar, pero se
    contentaba con dejar acercarse a su adversario para a continuación huir
    rápidamente.
    Buena parte de la noche transcurrió sin incidentes. Buscábamos la ocasión de
    actuar, sin hablar apenas, dominados por la excitación. Ned Land quería tirarse al
    mar, pero le obligué a esperar. Creí que el Nautilus atacaría al acorazado en la
    superficie y entonces no sólo sería posible sino fácil escapar.
    A las tres de la mañana, inquieto, subí a la plataforma. El capitán Nemo no la
    había abandonado. Estaba de pie, a proa, junto a su bandera, que una ligera brisa
    hacía ondear sobre su cabeza. No apartaba la vista del barco. Su mirada, de una
    extraordinaria intensidad, parecía atraerlo, fascinarlo, arrastrarlo con más
    seguridad que si lo remolcara.
    La luna pasaba por el meridiano y Júpiter se elevaba al este. En medio de esa
    apacible naturaleza, el cielo y el océano rivalizaban en tranquilidad y el mar
    ofrecía al astro nocturno el espejo más hermoso que nunca hubiera reflejado su
    imagen.
    Cuando pensaba en la calma profunda de los elementos, comparada con las
    furias que se preparaban en los costados del imperceptible Nautilus, sentía
    estremecerse todo mi ser.

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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:15

    ***
    El barco se mantenía a dos millas de nosotros. Se había acercado, sin dejar de
    avanzar hacia el resplandor fosforescente que señalaba la presencia del Nautilus.
    Vi sus luces de posición, verde y roja, y su fanal blanco suspendido en el estay de
    mesana. Una vaga reverberación iluminaba su aparejo e indicaba que las calderas
    funcionaban al límite de su capacidad. Haces de chispas y escorias de carbón
    inflamadas escapaban de sus chimeneas y constelaban la atmósfera.
    Permanecí así hasta las seis de la mañana, sin que el capitán Nemo pareciera
    reparar en mí. El barco se hallaba a una milla y media, y con los primeros fulgores
    del alba reanudó su cañoneo. No podía estar lejos el momento en que, cuando el
    Nautilus atacara a su adversario, mis compañeros y yo dejáramos para siempre a
    aquel hombre al que no me atrevía a juzgar.
    Me disponía a bajar para avisarles cuando el segundo subió a la plataforma,
    acompañado de varios marineros. El capitán Nemo no los vio o no quiso verlos.
    Se tomaron ciertas disposiciones que podrían llamarse el «zafarrancho de
    combate» del Nautilus. Eran muy sencillas: se bajó la hilada que hacía de
    barandilla alrededor de la plataforma y se encajaron las cabinas del fanal y del
    timonel en el casco para que apenas sobresalieran. La superficie del largo cigarro
    metálico no ofrecía ya ningún saliente que pudiera estorbar sus maniobras.
    Regresé al salón. El Nautilus seguía en la superficie. Los resplandores del alba
    se infiltraban en el agua y, con ciertas ondulaciones de las olas, los cristales se
    animaban con los tonos rojizos del sol de levante. Amanecía aquel terrible 2 de
    junio.
    A las cinco la corredera me indicó que el Nautilus había moderado su
    velocidad. Comprendí que dejaba acercarse al barco, cuyas detonaciones, por otra
    parte, se oían cada vez con más fuerza. Las balas acribillaban el agua circundante y
    se hundían en ella con un silbido singular.
    —Amigos —dije—, ha llegado el momento. Démonos la mano, y que Dios nos
    proteja.
    Ned Land estaba decidido, Conseil tranquilo y yo nervioso e incapaz de
    contenerme.
    Pasamos a la biblioteca y, cuando empujaba la puerta que daba al hueco de la
    escalera central, oí el ruido de la escotilla superior al cerrarse bruscamente. El
    canadiense se lanzó hacia los peldaños, pero lo detuve. Un silbido familiar me
    indicó que el agua penetraba en los depósitos de a bordo. En efecto, en apenas
    unos instantes el Nautilus se sumergió a algunos metros de la superficie.
    Comprendí su maniobra. Era demasiado tarde para actuar. El Nautilus no
    pensaba golpear al barco en su impenetrable coraza, sino bajo su línea de
    flotación, donde el caparazón metálico ya no protege al armazón.




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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:16

    ***

    De nuevo estábamos presos, testigos forzosos del siniestro drama que se
    avecinaba. Apenas tuvimos tiempo de reflexionar. Refugiados en mi camarote, nos
    mirábamos sin hablar. Un profundo estupor se había apoderado de mi mente y me
    impedía pensar. Me hallaba en ese penoso estado que precede a la espera de una
    espantosa detonación. Esperaba, escuchaba, con todos los sentidos puestos en mis
    oídos.
    La velocidad del Nautilus aumentó sensiblemente. Era ese impulso lo que lo
    sacudía y hacía vibrar su casco.
    De pronto se me escapó un grito. Se produjo un choque que, aunque
    relativamente débil, me hizo sentir la fuerza penetrante del espolón de acero. Oí
    arañazos y chirridos. El Nautilus, llevado por la potencia de su propulsión,
    atravesó la masa del barco igual que una aguja atraviesa la tela.
    No pude contenerme. Frenético, enloquecido, salí corriendo del camarote y me
    precipité al salón. Allí estaba el capitán Nemo. Mudo, sombrío e implacable,
    miraba por el panel de babor.
    Una masa enorme se hundía bajo las aguas y, para no perderse un ápice de su
    agonía, el Nautilus descendía con ella al abismo. A diez metros de mí vi el casco
    entreabierto, por donde el agua se colaba estruendosamente, la doble línea de
    cañones y las bordas. El puente estaba lleno de sombras negras que se agitaban.
    El agua subía y los desdichados se lanzaban a los obenques, se agarraban a los
    mástiles y se retorcían bajo el agua. Era un hormiguero humano sorprendido por la
    invasión del mar.
    Paralizado, atenazado por la angustia, con los pelos de punta, los ojos abiertos
    desmesuradamente, la respiración entrecortada, sin aliento ni voz, yo también
    miraba. Una atracción irresistible me mantenía pegado al cristal.
    El enorme buque se hundía lentamente, mientras el Nautilus lo seguía, espiando
    todos sus movimientos. De pronto se produjo una explosión. El aire comprimido
    hizo volar los puentes del barco como si el fuego hubiera prendido en las bodegas
    y el empuje del agua fue tal que desvió al Nautilus.
    El infortunado barco se hundió con más rapidez. Primero aparecieron sus
    cofas, cargadas de víctimas, a continuación sus barras, dobladas por el peso de
    racimos de hombres, y, por último, la punta de su palo mayor. Luego la masa
    oscura desapareció, y con ella su tripulación de cadáveres arrastrados por un
    formidable remolino.
    Me volví hacia el capitán Nemo. Aquel terrible justiciero, auténtico arcángel
    del odio, seguía mirando. Cuando todo hubo terminado, se dirigió a la puerta de su
    camarote, la abrió y entró, mientras yo le seguía con la mirada. En el panel del
    fondo, bajo los retratos de su héroes, vi el de una mujer todavía joven con dos
    niños pequeños. El capitán Nemo los miró durante unos instantes, tendió los brazos
    hacia ellos y, arrodillándose, se echó a llorar.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:17

    ***



    XXII



    LAS ÚLTIMAS PALABRAS DEL CAPITÁN NEMO



    Durante esa espantosa visión se habían cerrado los paneles, pero no se había
    iluminado el salón. En el interior del Nautilus reinaban las tinieblas y el silencio,
    mientras éste abandonaba aquel lugar de desolación a cien pies de profundidad y
    con una rapidez prodigiosa. ¿Adónde iba? ¿Al norte o al sur? ¿Adónde huía aquel
    hombre tras su horrible venganza?
    Volví a mi camarote, donde Ned y Conseil permanecían en silencio. Sentí un
    horror invencible por el capitán Nemo. Por mucho que hubiera sufrido a causa de
    los hombres no tenía derecho a un castigo así. Me había hecho, si no complice, al
    menos testigo de su venganza. Era demasiado.
    A las once volvió la luz eléctrica. Pasé al salón, que estaba vacío. Consulté los
    diversos instrumentos y vi que el Nautilus huía hacia el norte a una velocidad de
    veinticinco millas por hora, unas veces en la superficie y otras a treinta pies de
    profundidad. Una vez señalada nuestra posición en la carta, vi que pasábamos por
    el canal de la Mancha y que nuestro rumbo nos llevaba hacia los mares boreales a
    una velocidad insuperable.
    Apenas pude reconocer a su paso unos escualos de nariz alargada, los
    tiburones martillo; lijas que frecuentan esas aguas; grandes águilas de mar; nubes
    de hipocampos, semejantes a los caballos del juego del ajedrez; anguilas que se
    agitaban como las culebrinas de los fuegos artificiales; ejércitos de cangrejos que
    huían oblicuamente cruzando sus pinzas sobre su caparazón; y, por último, manadas
    de marsopas que competían en rapidez con el Nautilus. Pero ya no era cuestión de
    observar, estudiar o clasificar.
    Por la tarde habíamos recorrido doscientas leguas del Atlántico. Se hizo de
    noche y las tinieblas invadieron el mar hasta que salió la luna.
    Regresé a mi camarote. Me asaltaron pesadillas que no me dejaron dormir. La
    horrible escena de destrucción se repetía en mi mente.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:40

    ***


    Desde ese día, ¿quién podía decir hasta dónde nos llevaría el Nautilus por las
    aguas del Atlántico Norte? Siempre a una velocidad vertiginosa en medio de las
    brumas hiperbóreas. ¿Bordeó las puntas del Spitzberg y los acantilados de Nueva
    Zembla? ¿Recorrió mares ignotos, el mar Blanco, el de Kara, el golfo de Obi, el
    archipiélago de Liarrov y las orillas desconocidas de la costa asiática? No sabría
    decirlo, ni podría calcular el tiempo transcurrido. Los relojes de a bordo se habían
    detenido. Se diría que la noche y el día, como en las regiones polares, no seguían
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    su curso regular. Me sentía arrastrado a ese ámbito de lo extraño donde la
    imaginación sobreexcitada de Edgar Allan Poe se movía a sus anchas. A cada
    instante esperaba ver, como el fabuloso Gordon Pym, «esa figura humana velada,
    de proporciones mucho mayores que las de ningún habitante de la tierra,
    atravesado en la catarata que defiende las inmediaciones del Polo».
    Calculo —pero puede que me equivoque— que el audaz avance del Nautilus
    se prolongó durante quince o veinte días, y no sé lo que habría durado si una
    catástrofe no hubiera puesto fin a nuestro viaje. El capitán Nemo no dio señales de
    vida, su segundo tampoco y ningún miembro de la tripulación se dejó ver ni un
    instante. El Nautilus navegaba casi siempre sumergido. No se registraba la
    posición en el planisferio y yo no sabía dónde estábamos.
    He de decir que el canadiense, al límite de sus fuerzas y de su paciencia,
    tampoco se dejaba ver. Conseil no logró sacarle ni una palabra al respecto y temía
    que se matara en un arrebato causado por su terrible nostalgia. Lo vigilaba, pues,
    abnegadamente y en todo momento.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:41

    ***



    Se comprende que en tales condiciones la situación ya no fuese sostenible.
    Una mañana —no sabría precisar la fecha— me adormecí en las primeras
    horas del alba, adormecimiento penoso y enfermizo. Cuando desperté, vi a Ned
    Land agachándose sobre mí y diciéndome en voz baja:
    —Vamos a fugarnos.
    Me levanté.
    —¿Cuándo?
    —Esta noche. Parece haber desaparecido toda vigilancia del Nautilus. Se diría
    que reina el estupor a bordo. ¿Estará listo?
    —Sí. ¿Dónde estamos?
    —Frente a unas tierras que acabo de divisar esta mañana entre las brumas, a
    veinte millas al este.
    —¿Qué tierras son esas?
    —Lo desconozco, pero, sean cuales sean, nos refugiaremos en ellas.
    —¡Sí, Ned! Huiremos esta noche, aunque el mar nos engulla.
    —Hace mala mar y hay mucho viento, pero no me asusta hacer veinte millas en
    el bote del Nautilus. Puedo cargar en él algunos víveres y unas botellas de agua sin
    que se entere la tripulación.
    —Le seguiré.
    —Además, si me descubren, me defenderé hasta la muerte.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:42

    ***
    —Moriremos juntos, amigo Ned —añadí, decidido a todo.
    El canadiense se marchó y yo volví a la plataforma, donde a duras penas podía
    mantenerme por el choque de las olas. El cielo era amenazador, pero, puesto que
    entre esas espesas brumas se hallaba la tierra, había que huir. No había ni un día ni
    una hora que perder.
    Regresé al salón, temiendo y deseando al mismo tiempo encontrar al capitán
    Nemo, queriendo y no queriendo verle. ¿Qué le habría dicho? ¿Podía ocultarle el
    involuntario horror que me inspiraba? ¡No! Mejor no encontrarme cara a cara con
    él. Mejor olvidarlo. Y sin embargo…
    ¡Qué largo fue aquel día, el último que pasaría a bordo del Nautilus! Estaba
    solo. Ned y Conseil evitaban hablarme por miedo a delatarse.
    Cené a las seis. No tenía hambre, pero vencí mi repugnancia y me obligué a
    comer para no debilitarme.
    A las seis y media Ned Land entró en mi camarote y dijo:
    —No volveremos a vernos antes de nuestra fuga. A las diez aún no habrá
    salido la luna. Aprovecharemos la oscuridad. Vaya al bote. Conseil y yo le
    esperaremos allí.
    Y el canadiense salió sin darme tiempo de responder.
    Volví al salón para comprobar la dirección del Nautilus. Marchábamos rumbo
    al norte-noroeste, a una velocidad vertiginosa y a cincuenta metros de profundidad.
    Lancé una última mirada a todas esas maravillas de la naturaleza, a los tesoros
    acumulados en aquel museo, a esa colección sin igual destinada a desaparecer
    algún día en el fondo del mar junto a quien la formó. Intenté fijarla en mi mente por
    última vez. Permanecí una hora así, bañándome en los efluvios del techo iluminado
    y pasando revista a aquellos tesoros que resplandecían en sus vitrinas. Luego volví
    a mi camarote.
    Allí me puse las sólidas vestimentas marinas. Reuní mis notas y las guardé
    cuidadosamente. El corazón me latía con fuerza y me era imposible controlar sus
    pulsaciones. Mi azoramiento y turbación me habrían traicionado sin duda en
    presencia del capitán Nemo

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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:43

    ***


    ¿Qué hacía él en esos momentos? Me puse a escuchar junto a la puerta de su
    habitación. Oí ruido de pasos. El capitán estaba allí. Todavía no se había acostado.
    A cada movimiento me parecía que iba a presentarse y a preguntarme por qué
    quería huir. Sentía una alarma incesante, agrandada por mi imaginación. Esa
    sensación se hizo tan punzante que me pregunté si no sería mejor entrar en el
    camarote del capitán, mirarle cara a cara y desafiarle con el gesto y la mirada.
    Era el impulso de un loco. Afortunadamente me contuve y me eché en la cama
    para aplacar mi agitación. Mis nervios se calmaron un poco, pero mi cerebro
    sobreexcitado hizo que por mi mente pasara toda mi existencia a bordo del
    Nautilus, los incidentes felices o desgraciados que la habían jalonado desde que
    desaparecí del Abraham Lincoln, las cacerías submarinas, el estrecho de Torres,
    los salvajes de la Papuasia, la encalladura, el cementerio de coral, el canal de
    Suez, la isla de Santorin, el buceador cretense, la bahía de Vigo, la Atlántida, la
    banquisa, el Polo Sur, el aprisionamiento en los hielos, el combate contra los
    pulpos, la tempestad del Gulf Stream, el Vengador y la terrible escena del barco
    hundido con su tripulación… Todos estos acontecimientos desfilaron ante mis ojos,
    como el telón de fondo que cae sobre un escenario. La figura del capitán Nemo
    crecía desmesuradamente en ese medio extraño. Su figura se acentuaba y tomaba
    proporciones sobrehumanas. No era ya mi semejante, sino el hombre de las aguas,
    el genio de los mares.
    Eran las nueve y media y me apreté la cabeza con las manos para impedir que
    estallara. No quería pensar más. ¡Aún faltaba media hora! Media hora de una
    pesadilla que podía enloquecerme.
    Entonces oí los vagos acordes del órgano, una triste armonía acompañada de un
    canto indefinible, verdaderos lamentos de un alma que quiere romper sus lazos
    terrestres. Escuché con todos mis sentidos, sin apenas respirar, sumido como el
    capitán Nemo en esos éxtasis musicales que lo llevaban fuera de los límites de este
    mundo.
    Luego una súbita idea me aterrorizó: el capitán Nemo había salido de su
    camarote y estaba en el salón que yo debía atravesar para huir. Allí lo encontraría
    por última vez. Me vería, tal vez me hablaría. Un gesto suyo podía aniquilarme,
    una sola palabra encadenarme a su barco



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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:44

    ***
    Iban a dar las diez. Había llegado el momento de dejar mi camarote y reunirme
    con mis compañeros.
    No había lugar para vacilaciones, aunque el capitán Nemo se me plantara
    delante. Abrí la puerta con cuidado y, sin embargo, me pareció que al girar sobre
    sus goznes hacía un ruido espantoso. Puede que ese ruido sólo existiese en mi
    imaginación.
    Avancé reptando por las oscuras crujías del Nautilus, deteniéndome a cada
    paso para contener los latidos de mi corazón. Llegué a la puerta angular del salón y
    la abrí lentamente. El salón se hallaba sumido en una profunda oscuridad. Los
    acordes del órgano resonaban débilmente. El capitán Nemo estaba allí, pero no me
    veía. Incluso creo que a plena luz no me habría reconocido, tal era el éxtasis que lo
    absorbía.
    Me arrastré por la alfombra, evitando el menor choque, que hubiera podido
    delatar mi presencia. Necesité cinco minutos para llegar a la puerta del fondo que
    daba a la biblioteca. Iba a abrirla cuando un suspiro del capitán Nemo me dejó
    clavado en el sitio. Comprendí que se levantaba, e incluso lo entreví, pues algunos
    rayos de la biblioteca iluminada se filtraban hasta el salón. Vino hacia mí con los
    brazos cruzados, silencioso, deslizándose más que caminando, como un espectro.
    Los sollozos hinchaban su pecho oprimido y le oí murmurar estas palabras, las
    últimas que restallaron en mis oídos:
    —¡Dios Todopoderoso! ¡Basta! ¡Basta!
    ¿Era la confesión de un remordimiento lo que se escapaba de la conciencia de
    aquel hombre?
    Enloquecido, corrí a la biblioteca, subí la escalera central y siguiendo la crujía
    superior llegué al bote, en el que me introduje por la abertura por la que ya habían
    entrado mis dos compañeros.
    —¡Vámonos! —grité.
    —¡Al instante! —respondió el canadiense.
    El orificio abierto en la placa del Nautilus fue previamente cerrado y
    empernado con una llave inglesa que Ned Land se había agenciado. Se cerró
    también la abertura del bote y el canadiense comenzó a desenroscar las tuercas que
    aún nos retenían al barco submarino.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:45

    ***

    De pronto se oyó un ruido en el interior. Nos llegaron voces que se respondían
    aceleradamente. ¿Qué ocurría? ¿Habían descubierto nuestra fuga? Noté que Ned
    Land me deslizaba un puñal en la mano.
    —Sí —murmuré—, sabremos morir.
    El canadiense se había detenido en su labor. Una palabra veinte veces repetida,
    una palabra terrible, me reveló la causa de la agitación que se propagaba a bordo
    del Nautilus. No era a nosotros a quien se refería su tripulación:
    —¡El Maelström! ¡El Maelström!
    ¡El Maelström! ¿Podía resonar en nuestros oídos un nombre más espantoso en
    una situación tan terrible? ¿Nos hallábamos, pues, en los peligrosos parajes de la
    costa noruega? ¿El Nautilus se veía arrastrado a ese abismo justo cuando íbamos a
    soltar el bote?
    Es sabido que en el momento del flujo las aguas comprimidas entre las islas
    Feroe y Loffoden se precipitan con fuerza irresistible hasta formar un torbellino del
    que ningún barco ha podido escapar jamás. De todos los puntos del horizonte
    llegan olas monstruosas que forman el abismo llamado con toda justicia «el
    ombligo del océano», cuyo poder de atracción se extiende hasta una distancia de
    quince kilómetros. Allí son aspirados no sólo los barcos, sino también las ballenas
    y los osos blancos de las regiones boreales.

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    Mensaje por Maria Lua Vie 04 Oct 2024, 09:46

    Era allí donde el capitán —involuntaria o voluntariamente, quién sabe— había
    llevado su Nautilus, que describía una espiral cuyo radio iba disminuyendo cada
    vez más. Como él, el bote, amarrado aún a su costado, era arrastrado a velocidad
    vertiginosa. Yo lo sentía, sentía ese mareo que sigue a un giro demasiado
    prolongado. Estábamos en una situación aterradora, en el horror llevado al
    extremo, con la sangre congelada, los nervios aniquilados y atravesados por
    sudores fríos como los de la agonía. ¡Y qué estrépito alrededor de nuestra frágil
    canoa! ¡Qué aullidos, que el viento repetía a varias millas de distancia! ¡Qué
    estruendo el de las olas rompiendo contra las afiladas rocas del fondo, donde se
    parten los cuerpos más duros, donde los troncos de los árboles se destrozan y se
    hacen «un abrigo de pelo», como dicen en Noruega!
    ¡Qué situación aquélla! Nos veíamos espantosamente sacudidos. El Nautilus se
    defendía como un ser humano. Sus músculos de acero crujían. A veces se
    levantaba, y nosotros con él.
    —¡Hay que aguantar y apretar las tuercas! Si nos mantenemos amarrados al
    Nautilus, aún podemos salvarnos…
    No había acabado la frase cuando se produjo un chasquido. Se soltaron las
    tuercas, y el bote, arrancado de su alvéolo, salió lanzado como la piedra de una
    honda en medio del torbellino.
    Me golpeé la cabeza con una cuaderna de hierro y de resultas del fuerte choque
    perdí el conocimiento



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 16:45

    ***


    XXIII


    CONCLUSIÓN


    Así concluyó este viaje submarino. No sabría decir qué pasó aquella noche,
    cómo escapó el bote del formidable remolino del Maelström, ni cómo Ned Land,
    Conseil y yo salimos de aquel pozo sin fondo. Cuando recobré el conocimiento, me
    vi tumbado en la cabaña de un pescador de las islas Loffoden. Mis dos
    compañeros, sanos y salvos, estaban a mi lado y me apretaban las manos. Nos
    abrazamos efusivamente.
    En este momento no podemos pensar en regresar a Francia. Los medios de
    comunicación entre la Noruega septentrional y el sur son escasos, así que me veo
    forzado a esperar el barco de vapor que hace el servicio bimensual del cabo del
    norte.
    Es aquí, pues, entre estas buenas gentes que nos han recogido, donde reviso el
    relato de estas aventuras. No se ha omitido ni un solo hecho ni se ha exagerado
    detalle alguno. Es la fiel narración de esta expedición inverosímil bajo un elemento
    inaccesible para el hombre y cuyas rutas el progreso dejará libres algún día.
    ¿Me creerá alguien? No lo sé. Poco importa, después de todo. Lo que puedo
    afirmar ahora es mi derecho a hablar de los mares en los que, en menos de diez
    meses, he recorrido veinte mil leguas, de esta vuelta al mundo submarina que me ha
    revelado tantas maravillas a través del Pacífico, el océano Índico, el mar Rojo, el
    Mediterráneo, el Atlántico, los mares australes y boreales.
    ¿Qué habrá sido del Nautilus? ¿Resistió el abrazo del Maelström? ¿Sigue vivo
    el capitán Nemo? ¿Continuará bajo el océano sus terribles venganzas o se habrá
    detenido ante esta última hecatombe? ¿Traerán algún día las olas el manuscrito que
    contiene la historia de su vida? ¿Sabré al fin su nombre? ¿La nacionalidad del
    barco desaparecido nos revelará la del capitán Nemo?

    Eso espero. Espero también que su poderoso aparato haya vencido al mar en su
    abismo más terrible y que el Nautilus haya sobrevivido allí donde tantos barcos
    han naufragado. Si es así, si el capitán Nemo sigue habitando el océano, su patria
    adoptiva, que el odio se aplaque en su fiero corazón. Que la contemplación de
    tantas maravillas apague en él el espíritu de venganza. Que desaparezca el
    justiciero y el sabio continúe la apacible exploración de los mares. Si su destino es
    extraño, también es sublime. ¿No lo comprobé en persona? ¿No he vivido diez
    meses de esa vida excepcional? Por eso, a la pregunta formulada hace seis mil
    años por el Eclesiastés: «¿Quién ha podido sondear jamás las profundidades del
    abismo?», sólo dos entre todos los hombres tienen derecho a responder ahora. El
    capitán Nemo y yo.


    FIN


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 16:54

    Durante siglos, un jeroglífico ha permanecido oculto entre las hojas de un
    libro; sin embargo cuando éste caiga en manos del profesor Lidenbrock,
    un fantástico viaje hasta entonces inimaginable, se podrá llevar a cabo: un
    viaje al centro de la Tierra.


    Jules Verne

    Viaje al centro de la Tierra


    1



    El 24 de mayo de 1863, domingo, mi tío, el profesor Lidenbrock,
    volvió precipitadamente a su pequeña casa situada en el número 19 de
    Königstrasse, una de las calles más antiguas del barrio viejo de Hamburgo.
    Nuestra criada, Marthe, debió pensar que iba muy retrasada, porque la
    comida apenas había comenzado a hervir en el fogón de la cocina.
    «Bueno —me dije—, si mi tío, que es el más impaciente de los
    hombres, tiene hambre, pondrá el grito en el cielo».
    —¿Ya está aquí el señor Lidenbrock? —preguntó Marthe, estupefacta,
    entreabriendo la puerta del comedor.
    —Sí, Marthe, pero la comida tiene derecho a no estar preparada,
    porque aún no son las dos. Acaba de sonar la media en Saint-Michel.
    —Entonces, ¿por qué vuelve el señor Lidenbrock?
    —Él nos lo dirá seguramente.
    —¡Ahí está! Yo me escapo, señor Axel, hágale usted entrar en razón.
    Y Marthe volvió a su laboratorio culinario.
    Me quedé solo. Pero hacer entrar en razón al más irascible de los
    profesores era algo que mi carácter un poco indeciso no me permitía. Por
    eso, me disponía a volver prudentemente a mi cuartito del piso de arriba,
    cuando la puerta de la calle rechinó sobre sus goznes; unos enormes pies
    hicieron crujir la escalera de madera, y el dueño de la casa, cruzando el
    comedor, se precipitó inmediatamente en su gabinete de trabajo.
    Durante este rápido recorrido había tirado en un rincón su bastón de
    cabeza de cascanueces, su amplio sombrero sobre la mesa y había lanzado
    a su sobrino estas sonoras palabras:
    —¡Axel, sígueme!
    No había tenido tiempo de moverme cuando el profesor me gritó con
    tono impaciente:
    —Pero ¿todavía no estás aquí?
    Me lancé hacia el gabinete de mi temible maestro.
    Otto Lidenbrock no era un mal hombre, lo admito gustosamente; pero
    a menos que sucedan cambios improbables, siempre será un extravagante
    terrible.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 16:55

    ***

    Era profesor en el Johannaeum, y daba una clase de mineralogía,
    durante la cual, por regla general, se encolerizaba una o dos veces. No se
    preocupaba de tener alumnos asiduos a sus lecciones, ni del grado de
    atención que le otorgaban, ni del éxito que luego podían obtener; estos
    detalles apenas le inquietaban. Daba clase «subjetivamente», según una
    expresión de la filosofía alemana, para él y no para los demás. Era un
    sabio egoísta, un pozo de ciencia cuya polea rechinaba cuando se quería
    sacar algo de él: en una palabra, un avaro.
    En Alemania hay algunos profesores de este género.
    Por desgracia, mi tío no gozaba de una extrema facilidad de palabra, al
    menos cuando hablaba en público, y ése es un defecto lamentable en un
    orador. En efecto, en sus demostraciones en el Johannaeum, a menudo el
    profesor se paraba en seco, luchaba contra una palabra recalcitrante que se
    negaba a salir de sus labios, una de esas palabras que se resisten, se
    hinchan y terminan por salir en la forma poco científica de un juramento.
    Y eso le enfurecía en grado sumo.
    Y en mineralogía hay muchas denominaciones semigriegas,
    semilatinas, difíciles de pronunciar, muchos de esos rudos sustantivos que
    despellejarían los labios de un poeta. No quiero hablar mal de esta ciencia.
    Lejos de mí semejante idea. Pero cuando uno se encuentra en presencia de
    cristalizaciones romboédricas, de resinas retinasfálticas, de gelenitas, de
    fangasitas, de molibdatos de plomo, de tungstatos de manganeso y de
    titaniatos de circonio, hasta a la lengua más diestra le está permitido
    trabarse.
    Así pues, en la ciudad se conocía este perdonable defecto de mi tío, del
    que se burlaban, y le esperaban en las coyunturas difíciles, lo cual le
    enfurecía y hacía que se rieran de él, cosa que no es de buen gusto, ni
    siquiera para alemanes. Y si siempre había gran afluencia de oyentes en
    las clases de Lidenbrock, ¡cuántos seguidores asiduos sólo lo eran para
    reírse con los accesos de cólera del profesor!


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 17:09

    ***
    Sea como fuere, debo decir ante todo que mi tío era un verdadero
    sabio. Aunque a veces rompiese sus muestras por tratarlas con demasiada
    brusquedad, unía al genio del geólogo el ojo del mineralogista. Con su
    martillo, su punzón de acero, su aguja imantada, su soplete y su frasco de
    ácido nítrico, era un experto. Por la rotura, por el aspecto, por la dureza,
    por la fusibilidad, por el sonido, por el olor, por el gusto de un mineral
    cualquiera, lo clasificaba sin vacilar entre las seiscientas especies que
    actualmente cuenta la ciencia.
    Por eso el nombre de Lidenbrock sonaba con honor en los institutos y
    asociaciones nacionales. Los señores Humphry Davy, de Humboldt, y los
    capitanes Franklin y Sabine no dejaron de visitarle a su paso por
    Hamburgo. Los señores Becquerel, Ebelmen, Brewster, Dumas, MilneEdwards, Sainte-Claire-Deville, gustaban consultarle sobre las cuestiones
    más palpitantes de la química. Esta ciencia le debía bastantes hermosos
    descubrimientos y, en 1853, había aparecido en Leipzig un Tratado de
    cristalografía trascendente, por el profesor Otto Lidenbrock, gran infolio
    con ilustraciones, que sin embargo no cubrió los gastos.
    Añádase a esto que mi tío era conservador del museo mineralógico del
    señor Struve, el embajador de Rusia: una magnífica colección de fama
    europea.
    Tal era el personaje que me interpelaba con tanta impaciencia.
    Imaginaos un hombre alto, enjuto, con una salud de hierro y de un rubio
    juvenil que le quitaba diez buenos años a los cincuenta que tenía. Sus
    grandes ojos giraban sin cesar detrás de unas gafas considerables; su nariz,
    larga y delgada, parecía una hoja afilada; los maliciosos pretendían
    incluso que estaba imantada y que atraía las limaduras de hierro. Pura
    calumnia: sólo atraía el tabaco, pero en gran abundancia, a decir verdad.







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    Mensaje por Maria Lua Lun 07 Oct 2024, 08:11

    ***


    Cuando haya añadido que mi tío daba pasos matemáticos de media
    legua y que al caminar mantenía sus puños sólidamente cerrados, señal de
    un temperamento impetuoso, se le conocerá lo bastante para no sentir
    afición por su compañía.
    Vivía en su casita de Königstrasse, morada mitad de madera, mitad de
    ladrillo, rematada en un frontispicio almenado; daba a uno de esos
    sinuosos canales que se cruzan en medio del barrio más antiguo de
    Hamburgo, que respetó afortunadamente el incendio de 1842.

    La vieja casa se inclinaba un poco, cierto, y tendía el vientre hacia los
    transeúntes; tenía inclinado su techo sobre la oreja, como la gorra de un
    estudiante de la Tugendbund y la verticalidad de sus líneas dejaba que
    desear; pero, en resumidas cuentas, se mantenía bien gracias a un viejo
    olmo vigorosamente encastrado en la fachada, que en primavera echaba
    sus brotes en flor a través de los cristales de las ventanas.
    Mi tío no dejaba de ser rico para lo que suele ser un profesor alemán.
    La casa le pertenecía por completo, continente y contenido. El contenido
    era su ahijada Graüben, joven virlandesa de diecisiete años; Marthe y yo.
    En mi doble calidad de sobrino y de huérfano, me convertí en ayudantepreparador de sus experimentos.
    Confesaré que mordí con apetito en las ciencias geológicas; tenía
    sangre de mineralogista en las venas y jamás me aburría en compañía de
    mis preciosos guijarros.
    En suma, se podía vivir feliz en aquella casita de Königstrasse, a pesar
    de las impaciencias de su propietario, porque, aun comportándose de
    forma algo brutal, no por ello me amaba menos. Pero aquel hombre no
    sabía esperar, y apremiaba incluso a la naturaleza.
    Cuando en abril plantaba esquejes de reseda o de volubilis en los
    tiestos de loza de su salón, iba regularmente todas las mañanas a tirarles
    de las hojas a fin de apresurar su crecimiento.
    Con semejante extravagante no quedaba más remedio que obedecer.
    Por eso entré corriendo en su gabinete.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 07 Oct 2024, 08:12

    ***
    2



    Aquel gabinete era un verdadero museo. Todas las muestras del reino
    mineral se hallaban allí etiquetadas en el más perfecto orden, siguiendo las
    tres grandes divisiones de los minerales: inflamables, metálicos y
    litoideos.
    ¡Qué bien conocía yo esas chucherías de la ciencia mineralógica!
    ¡Cuántas veces, en lugar de vagabundear con los chicos de mi edad, me
    había divertido quitando el polvo a aquellos grafitos, aquellas antracitas,
    aquellas hullas, aquellos lignitos, aquellas turbas! ¡Y los bitumés, las
    resinas, las sales orgánicas que había que preservar del menor átomo de
    polvo! ¡Y aquellos metales, desde el hierro hasta el oro, cuyo valor
    relativo desaparecía ante la igualdad absoluta de los especímenes
    científicos! ¡Y todas aquellas piedras que hubieran bastado para
    reconstruir la casa de Königstrasse, incluso con una hermosa habitación
    más, que tan bien me hubiera venido!
    Pero al entrar en el gabinete no pensaba siquiera en estas maravillas.
    Sólo mi tío ocupaba mi pensamiento. Estaba hundido en su amplio sillón
    guarnecido de terciopelo de Utrecht, y tenía entre las manos un libro que
    miraba con la admiración más profunda.
    —¡Qué libro, qué libro! —exclamaba.
    Esta exclamación me recordó que el profesor Lidenbrock era también
    bibliómano en sus ratos perdidos; pero un libro de lance sólo tenía valor a
    sus ojos a condición de ser inencontrable, o por lo menos ilegible.
    —Bueno —me dijo—, ¿es que no lo ves? Pues se trata de un tesoro
    inestimable que he encontrado esta mañana fisgoneando en la tienda del
    judío Hevelius.
    —¡Magnífico! —respondí con fingido entusiasmo.
    En efecto, ¿a qué tanto alboroto por un viejo en cuarto
    [1] cuyo lomo y
    cubiertas parecían hechas de vulgar becerro, un libraco amarillento del que
    colgaba una cinta descolorida?





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