Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:31

    ***



    Tres hurras acogieron la orden. Había sonado la hora del combate. Unos instantes después,
    la dos chimeneas de la fra-gata vomitaban torrentes de humo negro y el puente se mo-vía
    con la trepidación de las calderas.
    Impelido hacia adelante por su potente hélice, el Abraham Lincoln se dirigió frontalmente
    hacia el animal. Éste le dejó aproximarse, indiferente, hasta medio cable de distancia, tras
    lo cual se alejó sin prisa, limitándose a mantener su dis-tancia sin tomarse la molestia de
    sumergirse.
    La persecución se prolongó así durante tres cuartos de hora, aproximadamente, sin que la
    fragata consiguiera ga-narle al cetáceo más de dos toesas. Era evidente que con esa marcha
    la fragata no le alcanzaría nunca.
    El comandante Farragut se mesaba con rabia su frondosa perilla.
    ¡Ned Land! gritó.
    Acudió a la orden el canadiense.
    ¿Me aconseja todavía que eche mis botes al mar?
    -No, señor respondió Ned Land-, pues esa bestia no se dejará atrapar si no quiere.
    ¿Qué hacer entonces?
    Forzar las máquinas si es posible. Si usted me lo permite, yo voy a instalarme en los
    barbiquejos del bauprés y si con-seguimos acercarnos a tiro de arpón, lo arponearé.
    De acuerdo, Ned, hágalo respondió el comandante Fa-rragut-. ¡Ingeniero gritó,
    aumente la presión!
    Ned Land se dirigió a su puesto. Se forzaron las máquinas. La hélice comenzó a girar a
    cuarenta y tres revoluciones por minuto. El vapor se escapaba por las válvulas. Lanzada la
    co-rredera, se comprobó que el Abraham Líncoln había alcan-zado una velocidad de
    dieciocho millas y cinco décimas por hora.
    Pero el maldito animal corría también a dieciocho millas y cinco décimas por hora.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:32

    ***


    Durante una hora aún, la fragata se mantuvo a esa veloci-dad, sin conseguir ganarle una
    toesa al animal, lo que era particularmente humillante para uno de los más rápidos na-víos
    de la marina norteamericana. Una ira sorda embargó a la tripulación, que injuriaba al
    monstruo, sin que éste se dig-nara responder. El comandante Farragut no se retorcía ya la
    perilla, se la comía.
    El ingeniero se vio convocado de nuevo.
    ¿Ha llegado usted al máximo de presión? le preguntó el comandante.
    Sí, señor respondió el ingeniero.
    ¿Y están cargadas las válvulas?
    A seis atmósferas y media.
    Pues cárguelas a diez atmósferas.
    Una orden bien norteamericana, ciertamente. No se hu-biera llegado más allá en el
    Mississippi en las competiciones de velocidad a que se entregan los vapores fluviales.
    Conseil dije a mi buen sirviente, que se hallaba a mi lado, ¿te das cuenta de que muy
    probablemente vamos a saltar por los aires?
    Como el señor guste respondió Conseil.
    Pues bien, debo confesar que, en mi excitación, no me im-portaba correr ese riesgo.
    Se cargaron las válvulas, se reforzó la alimentación de car-bón y se activó el
    funcionamiento de los ventiladores sobre el fuego. Aumentó la velocidad del Abraham
    Lincoln hasta el punto de hacer temblar a los mástiles sobre sus carlingas. Las chimeneas
    eran demasiado estrechas para dar salida a las espesas columnas de humo. Se echó
    nuevamente la corre-dera.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:37

    ***

    ¿Y bien, timonel? preguntó el comandante Farragut.
    Diecinueve millas y tres décimas, señor.
    ¡Forzad los fuegos!
    El ingeniero obedeció. El manómetro marcó diez atmós-feras.
    Pero el cetáceo acompasó nuevamente su velocidad a la del barco, a la de diecinueve millas
    y tres décimas.
    ¡Qué persecución! No, imposible me es describir la emo-ción que hacía vibrar todo mi ser.
    Ned Land se mantenía en su puesto, preparado para lan-zar su arpón.
    En varias ocasiones, el animal se dejó aproximar.
    ¡Le ganamos terreno! gritó el canadiense. ,
    Pero en el momento en que se disponía al lanzamiento de su arpón, el cetáceo se alejaba,
    con una rapidez que no puedo por menos de estimar en unas treinta millas por hora. Y en
    alguna ocasión se permitió incluso ridiculizar a la fra-gata, impulsada al máximo de
    velocidad por sus máquinas, dando alguna que otra vuelta en torno suyo, lo que arrancó un
    grito de furor de todos nosotros.
    A mediodía nos hallábamos, pues, en la misma situación que a las ocho de la mañana.
    El comandante Farragut se decidió entonces por el recur-so a métodos más directos.
    ¡Ah! exclamó. Ese animal es más rápido que el Abra-ham Lincoln. Pues bien, vamos
    a ver si es más rápido tarn-bién que nuestros obuses. ¡Contramaestre, artilleros a la ba-tería
    de proa!
    Inmediatamente se procedió a cargar y a apuntar el cañón de proa. Efectuado el primer
    disparo, el obús pasó a algunos pies por encima del cetáceo, que se mantenía a media milla
    de distancia.
    ¡Otro con mejor puntería! gritó el comandante. ¡Quinientos dólares a quien sea capaz
    de atravesar a esa bestia in-fern




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:38

    ***

    Un viejo artillero de barba canosa me parece estar viéndolo ahora con una expresión fría
    y tranquila en su semblante se acercó a la pieza, la situó en posición y la apuntó durante
    largo tiempo. La fuerte detonación fue se-guida casi inmediatamente de los hurras de la
    tripulación. El obús había dado en el blanco, pero no normalmente, pues tras golpear al
    animal se había deslizado por su super-ficie redondeada y se había perdido en el mar a unas
    dos millas.
    ¡Ah!, ¡no es posible! exclamó, rabioso, el viejo artille-ro. ¡Ese maldito está blindado
    con planchas de seis pulga-das!
    ¡Maldición! exclamó el comandante Farragut.
    La persecución recomenzó, y el comandante Farragut, cerniéndose sobre mí, me dijo
    ¡Voy a perseguir a ese animal hasta que estalle mi fra-gata!
    Sí respondí, tiene usted razón.
    Podía esperarse que el animal se agotara, que no fuera in-diferente a la fatiga como una
    máquina de vapor. Pero no fue así. Transcurrieron horas y horas sin que diera ninguna
    se-ñal de fatiga.
    Hay que decir en honor del Abraham Lincoln que luchó con una infatigable tenacidad. No
    estimo en menos de qui-nientos kilómetros la distancia que recorrió nuestro barco durante
    aquella desventurada jornada del 6 de noviembre, hasta la llegada de la noche que sepultó
    en sus sombras las agitadas aguas del océano.
    En aquel momento creí llegado el fin de nuestra expedi-ción, al pensar que nunca más
    habríamos de ver al fantástico animal. Pero me equivocaba.
    A las diez horas y cincuenta minutos de la noche, reapare-ció la claridad eléctrica a unas
    tres millas a barlovento de la fragata, con la misma pureza e intensidad que en la noche
    anterior. El narval parecía inmóvil. ¿Tal vez, vencido por la fatiga, dormía, entregado a la
    ondulación de las olas? El co-mandante Farragut resolvió aprovechar la oportunidad que
    creyó ver en esa actitud del animal, y dio las órdenes en con-secuencia. El Abraham
    Lincoln se acercó a él despacio, pru-dentemente, para no sobresaltar a su adversario.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:39

    ***

    No es raro encontrar en pleno océano a las ballenas sumi-das en un profundo sueño,
    ocasión que es aprovechada con éxito por sus cazadores. Ned Land había arponeado a más
    de una en tal circunstancia.
    El canadiense volvió a instalarse en los barbiquejos del bauprés.
    La fragata se acercó silenciosamente, paró sus máquinas a unos dos cables del animal y
    continuó avanzando por su fuerza de inercia. Todo el mundo a bordo contenía la
    respi-ración. El silencio más profundo reinaba sobre el puente. Estábamos ya tan sólo a
    unos cien pies del foco ardiente, cuyo resplandor aumentaba deslumbrantemente.
    Inclinado sobre la batayola de proa veía yo por debajo de mí a Ned Land, quien, asido de
    una mano al moco del bau-prés, blandía con la otra su terrible arpón. Apenas veinte pies le
    separaban ya del animal inmóvil.
    De repente, Ned Land desplegó violentamente el brazo y lanzó el arpón. Oí el choque
    sonoro del arma, que parecía haber golpeado un cuerpo duro.
    La claridad eléctrica se apagó súbitamente. Dos enormes trombas de agua se abatieron
    sobre el puente de la fragata y corrieron como un torrente de la proa a la popa, derribando a
    los hombres y rompiendo las trincas del maderamen. Se produjo un choque espantoso y,
    lanzado por encima de la batayola, sin tiempo para agarrarme, fui precipitado al mar.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:40

    ***

    7. Una ballena de especie desconocida

    La sorpresa causada por tan inesperada caída no me privó de la muy clara impresión de mis
    sensaciones.
    La caída me sumergió a una profundidad de unos veinte pies. Sin pretender igualarme a
    Byron y a Edgar Poe, que son maestros de natación, creo poder decir que soy buen
    nada-dor. Por ello la zambullida no me hizo perder la cabeza, y dos vigorosos taconazos me
    devolvieron a la superficie del mar. Mi primer cuidado fue buscar con los ojos la fragata.
    ¿Se habría dado cuenta la tripulación de mi desaparición? ¿Habría virado de bordo el
    Abraham Lincoln? ¿Habría bota-do el comandante Farragut una embarcación en mi
    búsque-da? ¿Podía esperar mi salvación?
    Profundas eran las tinieblas. Entreví una masa negra que desaparecía hacia el Este y cuyas
    luces de posición iban desapareciendo en la lejanía. Era la fragata. Me sentí perdido.
    ¡Socorro! ¡Socorro! grité, mientras nadaba desespera-damente hacia el Abraham
    Lincoln, embarazado por mis ro-pas que, pegadas a mi cuerpo por el agua, paralizaban mis
    movimientos. Me iba abajo... Me ahogaba.
    ¡Socorro!
    Fue el último grito que exhalé. Mi boca se llenó de agua. Me debatía, succionado por el
    abismo.
    De pronto me sentí asido por una mano vigorosa que me devolvió violentamente a la
    superficie, y oí, sí, oí estas pala-bras pronunciadas a mi oído:
    Si el señor fuera tan amable de apoyarse en mi hombro, nadaría con más facilidad.
    Mi mano se asió del brazo de mi fiel Conseil.
    ¡Tú! ¡Eres tú!
    Yo mismo respondió, a las órdenes del señor.
    ¿Te precipitó el choque al mar al mismo tiempo que a mí?
    No. Pero como estoy al servicio del señor, seguí al señor.
    El buen muchacho encontraba eso natural.
    ¿Y la fragata?
    ¡La fragata! respondió Conseil, volviéndose de espal-das. Creo que el señor hará bien
    en no contar con ella.
    ¿Cómo dices?




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:41

    ***

    Digo que en el momento en que me arrojé al mar, oí que los timoneles gritaban: «¡Se han
    roto la hélice y el timón!».
    ¿Rotos?
    Sí; destrozados por el diente del monstruo. Es la única avería, creo yo, que ha sufrido el
    Abraham Lincoln. Pero des-graciadamente para nosotros es una avería que le impide
    go-bernarse.
    Entonces estamos perdidos.
    Posiblemente respondió Conseil, con la mayor tran-quilidad. Pero aún tenemos unas
    cuantas horas por delan-te, y en unas horas pueden pasar muchas cosas.
    La imperturbable sangre fría de Conseil me dio ánimos. Nadé con más vigor, pero,
    incomodado por mis ropas que me oprimían como los cellos de un barril, tenía grandes
    difi-cultades para sostenerme a flote. Conseil se dio cuenta.
    Permítame el señor hacerle una incisión.
    Y con una navaja desgarró mis ropas de arriba abajo en un rápido movimiento. Luego me
    liberó de mis ropas con gran habilidad, mientras yo nadaba por los dos. A mi vez procedí a
    prestar idéntico servicio a Conseil, y continuamos «navegando» uno junto al otro.
    Nuestra situación era terrible. Tal vez no se hubiera dado cuenta nadie de nuestra
    desaparición, y aunque no hubiera pasado inadvertida, la fragata, privada de gobierno, no
    po-dría venir en busca nuestra. únicamente podíamos contar con sus botes.
    Partiendo de esta hipótesis, Conseil razonó fríamente e hizo un plan consecuente. ¡Qué
    extraordinaria naturaleza la de este flemático muchacho, que se sentía allí como en su casa!




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Jul 2024, 09:42

    ***
    Dado que nuestra única posibilidad de salvación era la de ser recogidos por los botes del
    Abraham Lincoln, se decidió que debíamos organizarnos de suerte que pudiéramos
    espe-rarlos el mayor tiempo posible. Yo resolví entonces que divi-diéramos nuestras
    fuerzas a fin de no agotarlas simultánea-mente, y así convinimos que uno de nosotros se
    mantendría inmóvil, tendido de espaldas, con los brazos cruzados y las piernas extendidas,
    mientras el otro nadaría impulsándolo hacia adelante. Esta tarea de remolcador no debía
    prolon-garse más de diez minutos, y relevándonos así podríamos nadar durante varias horas
    y mantenernos incluso hasta el alba.
    Débil posibilidad, pero ¡la esperanza está tan fuertemente enraizada en el corazón del
    hombre! Además, éramos dos. Y, por último, puedo afirmar, por improbable que esto
    parez-ca, que aunque tratara de destruir en mí toda ilusión, aun-que me esforzara por
    desesperar, no podía conseguirlo.
    La colisión de la fragata y del cetáceo se había producido hacia las once de la noche.
    Calculé, pues, que debíamos na-dar durante unas ocho horas hasta la salida del sol.
    Opera-ción rigurosamente practicable con nuestro sistema de rele-vos. El mar, bastante
    bonancible, nos fatigaba poco. A veces trataba yo de penetrar con la mirada las espesas
    tinieblas que tan sólo rompía la fosforescencia provocada por nues-tros movimientos.
    Miraba esas ondas luminosas que se des-hacían en mis manos y cuya capa espejeante
    formaba como una película de tonalidades lívidas. Se hubiera dicho que es-tábamos
    sumergidos en un baño de mercurio.
    Hacia la una de la mañana me sentía ya totalmente exte-nuado, con los miembros rígidos
    por el efecto de unos vio-lentos calambres. Conseil tuvo que sostenerme, y a partir de ese
    momento nuestra conservación pesó exclusivamente so-bre él. Pronto oí jadear al pobre
    muchacho. Su respiración se tornó corta y rápida, y eso me hizo comprender que no po-dría
    resistir ya mucho más tiempo.
    ¡Déjame! ¡Déjame! le dije.
    ¡Abandonar al señor! ¡Nunca! Antes me ahogaré yo. Me ahogaré antes que él.
    La luna apareció en aquel momento, entre los bordes de una espesa nube que el viento
    impelía hacia el Este. La su-perficie del mar rieló bajo sus rayos. La bienhechora luz
    rea-nimó nuestras fuerzas. Pude levantar la cabeza y escrutar el horizonte. Vi la fragata, a
    unas cinco millas de nosotros, como una masa oscura, apenas reconocible. Pero no había ni
    un bote a la vista.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 16 Jul 2024, 10:40

    ***
    Quise gritar. ¡Para qué, a tal distancia! Mis labios hincha-dos no dejaron pasar ningún
    sonido. Conseil pudo articular algunas palabras, y gritar repetidas veces:
    ¡Socorro! ¡Socorro!
    Suspendidos por un instante nuestros movimientos, es-cuchamos. Y quizá fuera uno de
    esos zumbidos que en el oído produce la sangre congestionada, pero me pareció que un
    grito había respondido al de Conseil.
    ¿Has oído? murmuré.
    -¡Sí! ¡Sí!
    Y Conseil lanzó al espacio otra llamada desesperada.
    Ya no había error posible. ¡Una voz humana estaba respondiendo a la nuestra! ¿Era la voz
    de algún infortunado abandonado en medio del océano, la de otra víctima del choque
    sufrido por el navío? ¿O provenía esa voz de un bote de la fragata, llamándonos en la
    oscuridad?
    Conseil hizo un supremo esfuerzo y, apoyándose en mi hombro, mientras yo extraía fuerzas
    de una última convul-sión, irguió medio cuerpo fuera del agua sobre la que cayó en
    seguida, agotado.
    ¿Has visto algo?
    He visto... murmuró, he visto .... pero no hablemos..., conservemos todas nuestras
    fuerzas ...
    ¿Qué podía haber visto? Entonces, no sé cómo ni por qué, me asaltó por vez primera el
    recuerdo del monstruo. Pero ¿y esa voz ... ? En estos tiempos los Jonás no se refugian ya en
    el vientre de las ballenas.
    Conseil comenzó a remolcarme. De vez en cuando levan-taba la cabeza, miraba ante sí y
    profería un grito de reconoci-miento al que respondía la voz, cada vez más cercana. Yo
    ape-nas podía oírla, llegado ya al límite de mis fuerzas. Notaba cómo se me iban separando
    los dedos; mis manos no me obe-decían ya y me negaban un punto de apoyo; la boca,
    abierta convulsivamente, se llenaba de agua; el frío me invadía hasta los huesos. Levanté la
    cabeza por última vez y me hundí... En ese instante, choqué con un cuerpo duro, y me
    agarré a él. Sentí cómo me retiraban y me sacaban a la superficie. Mis pulmones se
    descongestionaron, y me desvanecí...
    Pronto volví en mí, gracias a unas vigorosas fricciones que recorrieron mi cuerpo. Entreabrí
    los ojos.
    ¡Conseil! murmuré.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 6 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Mar 16 Jul 2024, 10:41

    ***


    ¿Llamaba el señor? dijo Conseil.
    A la débil luz de la luna que descendía por el horizonte vi una figura que no era la de
    Conseil y que reconocí en seguida.
    ¡Ned! exclamé.
    En persona, señor, el mismo, que va corriendo tras de la prima ganada respondió el
    canadiense.
    ¿También le precipitó al mar el choque de la fragata?
    Sí, señor profesor, pero más afortunado que usted, pude tomar pie casi inmediatamente
    sobre un islote flotante.
    ¿Un islote?
    O, por decirlo con más propiedad, sobre su narval gi-gantesco.
    Explíquese, Ned.
    Sólo que pronto pude comprender por qué mi arpón no le hirió y se melló en su piel.
    ¿Porqué, Ned, porqué?
    Porque esta bestia, señor profesor, está hecha de acero.
    Debo aquí hacer acopio de mis impresiones, revivificar mis recuerdos y controlar mis
    propias aserciones.
    Las últimas palabras del canadiense habían dado un vuel-co a mi cerebro. Rápidamente me
    icé hasta la cima del ser o del objeto semisumergido que nos servía de refugio y la gol-peé
    con el pie. Era evidentemente un cuerpo duro, impene-trable, y no la sustancia blanda que
    forma la masa de los grandes mamíferos marinos. Pero ese cuerpo duro podía ser un
    caparazón óseo semejante al de los animales antediluvia-nos, que me permitiría clasificar al
    monstruo entre los repti-les anfibios, tales como las tortugas y los aligátores.
    Pues bien, no. El lomo negruzco que me soportaba era liso, bruñido, sin imbricaciones.
    Respondía a los golpes con una sonoridad metálica, y, por increíble que fuera, parecía estar
    hecho, qué digo, estaba hecho con planchas atornilla-das.
    La duda ya no era posible. El animal, el monstruo, el fenó-meno natural que había intrigado
    al mundo científico de todo el orbe y excitado y extraviado la imaginación de los marinos
    de ambos hemisferios era, había que reconocerlo, un fenómeno aún más asombroso, un
    fenómeno creado por la mano del hombre.









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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 6 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Mar 16 Jul 2024, 10:41

    ***
    El descubrimiento de la existencia del ser más fabuloso, del ser más mitológico, no habría
    podido sorprender tanto y entan alto grado a mi razón como el que acababa de hacer. Que
    lo prodigioso provenga del Creador, parece sencillo. Pero ha-llar de repente bajo los ojos lo
    imposible, misteriosa y huma-namente realizado, es algo que hace naufragar a la razón.
    Y no había vacilación posible. Nos hallábamos, efectiva-mente, tendidos sobre la superficie
    de una especie de barco submarino cuya forma, hasta donde podía juzgar por lo que de ella
    veía, era la de un enorme pez de acero. Ned Land te-nía ya formada su opinión al respecto,
    y Conseil y yo hubi-mos de compartirla con él.
    Pero, puesto que es así dije, este aparato contiene un mecanismo de locomoción y una
    tripulación para manio-brarlo.
    Evidentemente respondió el arponero, y sin embargo hace ya tres horas que habito
    esta isla flotante sin que su tri-pulación haya dado todavía señales de vida.
    ¿Ha permanecido inmóvil durante todo este tiempo?
    Así es, señor Aronnax. Se deja mecer por las olas, sin ningún otro movimiento.
    Sin embargo, nosotros sabemos, sin la menor duda, que está dotado de una gran
    velocidad. Ahora bien, para produ-cir esa velocidad hace falta una máquina y para hacer
    fun-cionar ésta un maquinista. De todo ello infiero que... ¡esta-mos salvados!
    ¡Hum! exclamó Ned Land, en tono de duda.
    En aquel mismo momento, y como corroboración de mi argumento, se oyó un ruido
    procedente de la extremidad posterior del extraño aparato, cuyo propulsor era
    evidente-mente una hélice, y se puso en movimiento. Apenas si tuvi-mos tiempo para
    aferrarnos a su parte superior que emergía de las aguas en unos ochenta centímetros.
    Afortunadamen-te, su velocidad no era excesiva.
    -Mientras navegue horizontalmente murmuró Ned Land nada tengo que objetar, pero
    como le dé por sumer-girse, no doy dos dólares por mi pellejo.
    Y aún hubiera podido dar menos. Se hacía, pues, urgente comunicar con los seres
    encerrados en el interior de la má-quina. Busqué en la superficie de la misma una abertura,
    una escotilla, un «agujero de hombre», por emplear la ex-presión técnica. Pero las líneas de
    tornillos, sólidamente fi-jados en las junturas de las planchas, eran continuas y uniformes.
    La luna desapareció en ese momento y nos sumió en una profunda oscuridad. Necesario era
    esperar la llegada del día para considerar los medios de penetración en el interior del barco
    submarino.
    Así, pues, nuestra salvación dependía únicamente del ca-pricho de los misteriosos
    tripulantes que dirigían el aparato. Si decidían sumergirse, estaríamos perdidos. Exceptuado
    este caso, no dudaba yo de la posibilidad de entrar en rela-ción con ellos. Pues, en efecto,
    de no producir por sí mismos el aire, ne¿esario era que ascendiesen de vez en cuando a la
    superficie del océano para renovar su provisión de molécu-las respirables. De ahí la
    necesidad de que existiera una abertura que pusiera en comunicación el interior del barco
    con la atmósfera.


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    Mensaje por Maria Lua Mar 16 Jul 2024, 10:43

    ***


    Había que descartar ya completamente toda esperanza de ser salvados por el comandante
    Farragut, pues íbamos hacia el Oeste y a una velocidad que, aunque relativamente
    moderada, yo estimaba no inferior a unas doce millas por hora. La hélice batía el agua con
    una regularidad matemáti-ca, y a veces emergía lanzando una espuma fosforescente a gran
    altura.
    Hacia las cuatro de la mañana aumentó la velocidad. Nos era muy difícil resistir a tan
    vertiginosa marcha, sobre todo cuando las olas nos azotaban de plano. Afortunadamente,
    Ned halló una argolla fijada a la superficie del aparato, a la que pudimos asirnos con
    seguridad.
    Al fin acabó la espantosa noche, de la que mi memoria no ha podido conservar todas sus
    impresiones. Tan sólo un detalle quedó impreso en ella. Durante algunos momentos de
    calma del mar y del viento creí oír en varias ocasiones unos vagos sonidos, una especie de
    armonía fugaz producida por lejanos acordes. ¿Cuál era, pues, el misterio de esa
    navega-ción submarina cuya explicación buscaba en vano el mundo entero? ¿Qué seres
    vivían en ese extraño barco? ¿Qué agente mecánico le permitía desplazarse con tan
    prodigiosa veloci-dad?
    Se hizo de día. Las brumas matinales nos envolvían, pero no tardaron en desgarrarse. Me
    disponía a examinar atenta-mente la superficie del aparato, que en su parte superior
    pre-sentaba una especie de plataforma horizontal, cuando me di cuenta de que el barco
    iniciaba un movimiento de inmer-sión.
    ¡Eh! ¡Por todos los diablos! gritó Ned Land, al tiempo que golpeaba con el pie la
    plancha sonora. ¡Ábrannos, na-vegantes inhospitalarios!
    Pero era difícil hacerse oír en medio del ensordecedor zumbido de la hélice.
    Afortunadamente, cesó el movimiento de inmersión.
    De repente, se produjo en el interior del barco un ruido de herrajes, que precedió a la
    apertura de una plancha por la que apareció un hombre que profirió un extraño grito antes
    de desaparecer en seguida.
    Algunos instantes después, ocho hombres muy fornidos, con el rostro velado, aparecieron
    por la abertura y, silencio-samente, nos introdujeron en su formidable máquina.




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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Jul 2024, 09:58

    ***

    8. «Mobilis in mobile»

    Ese rapto tan brutalmente ejecutado se había realizado con la rapidez del relámpago, sin
    darnos tiempo ni a mis compañeros ni a mí de poder efectuar observación alguna. Ignoro lo
    que ellos pudieron sentir al ser introducidos en aquella prisión flotante, pero a mí me
    recorrió la epidermis un helado escalofrío. ¿Con quién tendríamos que habérnos-las? Sin
    duda con piratas de una nueva especie que explota-ban el mar a su manera.
    Nada más cerrarse la estrecha escotilla me envolvió una profunda oscuridad. Mis ojos, aún
    llenos de la luz exterior, no pudieron distinguir cosa alguna. Sentí el contacto de mis pies
    descalzos con los peldaños de una escalera de hierro. Ned Land y Conseil, vigorosamente
    atrapados, me seguían. Al pie de la escalera se abrió una puerta que se cerró
    inme-diatamente tras nosotros con estrépito.
    Estábamos solos. ¿Dónde? No podía decirlo, ni apenas imaginarlo. Todo estaba oscuro. Era
    tan absoluta la os-curidad que, tras algunos minutos, mis ojos no habían podido percibir ni
    una de esas mínimas e indetermi-nadas claridades que dejan filtrarse las noches más
    cerra-das.
    Furioso ante tal forma de proceder, Ned Land daba rienda suelta a su indignación.
    -¡Por mil diablos! exclamaba. He aquí una gente que podría dar lecciones de
    hospitalidad a los caledonianos. No les falta más que ser antropófagos, y no me
    sorprendería que lo fueran. Pero declaro que no dejaré sin protestar que me coman.
    Tranqudícese, amigo Ned, cálmese dijo plácidamente Conseil. No se sulfure antes de
    tiempo. Todavía no estamos en la parrilla.
    En la parrdla, no replicó el canadiense-, pero sí en el horno, eso es seguro. Esto está
    bastante negro. Afortunada-mente, conservo mi cuchillo y veo lo suficiente como para
    servirme de él. Al primero de estos bandidos que me ponga la mano encima...
    No se irrite usted, Ned le dije, y no nos comprometa con violencias inútiles. ¡Quién
    sabe si nos estarán escuchan-do! Tratemos más bien de saber dónde estamos.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Jul 2024, 09:58

    ***


    Caminé a tientas y a los cinco pasos me topé con un muro de hierro, hecho con planchas
    atornilladas. Al volverme, choqué con una mesa de madera, cerca de la cual había unas
    cuantas banquetas. El piso de aquel calabozo estaba tapiza-do con una espesa estera de
    cáñamo que amortiguaba el rui-do de los pasos. Los muros desnudos no ofrecían indicios
    de puertas o ventanas. Conseil, que había dado la vuelta en sen-tido opuesto, se unió a mí y
    volvimos al centro de la cabina, que debía tener unos veinte pies de largo por diez de
    ancho. En cuanto a su altura, Ned Land no pudo medirla pese a su elevada estatura.
    Había transcurrido ya casi media hora sin modificación alguna de la situación cuando
    nuestros ojos pasaron súbita-mente de la más extremada oscuridad a la luz más violenta.
    Nuestro calabozo se iluminó repentinamente, es decir, se lle-nó de una materia luminosa
    tan viva que no pude resistir al pronto su resplandor. En su blancura y en su intensidad
    reconocí la iluminación eléctrica que producía en torno del barco submarino un magnífico
    fenómeno de fosforescencia. Reabrí los ojos que había cerrado involuntariamente yvi que el
    agente luminoso emanaba de un globo deslustrado, enca-jado en el techo de la cabina.
    ¡Por fin se ve! exclamó Ned Land, quien, cuchillo en mano, mostraba una actitud
    defensiva.
    Sí respondí, arriesgando una antítesis, pero la situa-ción no es por ello menos oscura.
    Tenga paciencia el señor dijo el impasible Conseil.
    La súbita iluminación de la cabina me permitió examinar sus menores detalles. No había
    más mobiliario que la mesa y cinco banquetas. La puerta invisible debía estar
    herméti-camente cerrada. No llegaba a nosotros el menor ruido. Todo parecía muerto en el
    interior del barco. ¿Se movía, se mantenía en la superficie o estaba sumergido en las
    profun-didades del océano? No podía saberlo.
    Pero la iluminación de la cabina debía tener alguna razón, y ello me hizo esperar que no
    tardarían en manifestarse los hombres de la tripulación. Cuando se olvida a los cautivos no
    se ilumina su calabozo.




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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Jul 2024, 09:59

    ***


    No me equivocaba. Pronto se oyó un ruido de cerrojos, la puerta se abrió y aparecieron dos
    hombres.
    Uno de ellos era de pequeña estatura y de músculos vigo-rosos, ancho de hombros y
    robusto de complexión, con una gruesa cabeza con cabellos negros y abundantes; tenía un
    frondoso bigote y una mirada viva y penetrante, y toda su persona mostraba ese sello de
    vivacidad meridional que ca-racteriza en Francia a los provenzales. Diderot pretendía, con
    razón, que los gestos humanos son metafóricos, y aquel hombre constituía ciertamente la
    viva demostración de tal aserto. Al verlo se intuía que en su lenguaje habitual debía
    prodigar las prosopopeyas, las metonimias y las hipálages, pero nunca pude comprobarlo,
    pues siempre empleó ante mí un singular idioma, absolutamente incomprensible.
    El otro desconocido merece una descripción más detalla-da. Un discípulo de Gratiolet o de
    Engel hubiera podido leer en su fisonomía como en un libro abierto. Reconocí sin
    va-cilación sus cualidades dominantes: la confianza en sí mis-mo, manifestada en la noble
    elevación de su cabeza sobre el arco formado por la línea de sus hombros y en la mirada
    lle-na de fría seguridad que emitían sus ojos negros; la sereni-dad, pues la palidez de su piel
    denunciaba la tranquilidad de su sangre; la energía, demostrada por la rápida contracción de
    sus músculos superciliares, y, por último, el valor, que ca-bía deducir de su poderosa
    respiración como signo de una gran expansión vital. Debo añadir que era un hombre
    orgu-lloso, que su mirada firme y tranquila parecía reflejar una gran elevación de
    pensamientos, y que de todo ese conjunto de rasgos y de la homogeneidad expresiva de sus
    gestos cor-porales y faciales cabía diagnosticar, según la observación de los fisonomistas,
    una indiscutible franqueza.
    Me sentí «involuntariamente» tranquilizado en su pre-sencia y optimista en cuanto al
    resultado de la conversación.
    Imposible me hubiera sido precisar si el personaje tenía treinta y cinco o cincuenta años.
    Era de elevada estatura; su frente era ancha; recta la nariz; la boca, netamente dibujada; la
    dentadura, magnífica, y sus manos eran finas y alargadas, eminentemente «psíquicas», por
    emplear la expresión de la quirognomonía con que se caracteriza unas manos dignas de
    servir a un alma elevada y apasionada. Aquel hombre constituía ciertamente el tipo más
    admirable que me había encontrado en toda mi vida. Detalle particular: sus ojos, un tanto
    excesivamente separados entre sí, podían abarcar si-multáneamente casi la cuarta parte del
    horizonte. Esa facul-tad que pude verificar más tarde- se acompañaba de la de un poder
    visual superior incluso al de Ned Land. Cuando aquel desconocido fijaba sus ojos en un
    objeto, la línea de sus cejas se fruncía, sus anchos párpados se plegaban cir-cunscribiendo
    las pupilas y, estrechando así la extensión del campo visual, miraba. ¡Qué mirada la suya!
    ¡Cómo aumen-taba el tamaño de los objetos disminuidos por la distancia! ¡Cómo le
    penetraba a uno hasta el alma, al igual que lo hacía con las capas líquidas, tan opacas para
    nuestros ojos, y como leía en lo más profundo de la mar!



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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Jul 2024, 10:00

    ***
    Los dos desconocidos, tocados con boinas de piel de nu-tria marina y calzados con botas de
    piel de foca, vestían unos trajes de un tejido muy particular que dejaban al cuerpo una gran
    libertad de movimientos.
    El más alto de los dos evidentemente el jefe a bordo nos examinaba con una extremada
    atención, sin pronunciar pa-labra. Luego se volvió hacia su companero y habló con él en un
    lenguaje que no pude reconocer. Era un idioma sonoro, armonioso, flexible, cuyas vocales
    parecían sometidas a una muy variada acentuación.
    El otro respondió con un movimiento de cabeza y añadió dos o tres palabras absolutamente
    incomprensibles para no-sotros. De nuevo los ojos del jefe se posaron en mí y su mira-da
    parecía interrogarme directamente.
    Respondí, en buen francés, que no entendía su idioma, pero él pareció no comprenderme a
    su vez y pronto la situa-ción se tornó bastante embarazosa.
    Cuéntele el señor nuestra historia, de todos modos me dijo Conseil. Es probable que
    estos señores puedan com-prender algunas palabras.
    Comencé el relato de nuestras aventuras, cuidando de ar-ticular claramente las sflabas y sin
    omitir un solo detalle. De-cliné nuestros nombres y profesiones, haciéndoles una
    pre-sentación en regla del profesor Aronnax, de su doméstico Conseil y de Ned Land, el
    arponero.
    El hombre de ojos dulces y serenos me escuchó tranquila-mente, cortésmente incluso, y con
    una notable atención. Pero nada en su rostro indicaba que hubiera comprendido mi historia.
    Cuando la hube terminado, no pronunció una sola palabra.
    Quedaba el recurso de hablar inglés. Tal vez pudiéramos hacernos comprender en esa
    lengua que es prácticamente uni-versal. Yo la conocía, así como la lengua alemana, de
    forma su-ficiente para leerla sin dificultad, pero no para hablarla correc-tamente. Y lo que
    importaba era que nos comprendieran.
    ¡Vamos, señor Land! le dije al arponero, saque de sí el mejor inglés que haya hablado
    nunca un anglosajón, a ver si es más afortunado que yo.
    Ned no se hizo rogar y recomenzó mi relato, que pude comprender casi totalmente. Fue el
    mismo relato en el fon-do, pero diferente en la forma. El canadiense, llevado de su carácter,
    le dio una gran animación. Se quejó con acritud de haber sido aprisionado con desprecio del
    derecho de gentes, pidió que se le dijera en virtud de qué ley se le retenía así, in-vocó el
    habeas corpus, amenazó con querellarse contra los que le habían secuestrado
    indebidamente, se agitó, gesticu-ló, gritó, y, finalmente, dio a entender con expresivos
    gestos que nos moríamos de hambre.
    Lo que era totalmente cierto, aunque casi lo hubiéramos olvidado.
    Con gran asombro por su parte, el arponero pudo darse cuenta de que no había sido más
    inteligible que yo. Nuestros visitantes permanecían totalmente impasibles. Era evidente que
    no comprendían ni la lengua de Arago ni la de Faraday



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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Jul 2024, 10:01

    ***

    Tras haber agotado en vano nuestros recursos fdológicos, me hallaba yo muy turbado y sin
    saber qué partido tomar, cuando me dijo Conseil:
    Puedo contárselo en alemán, si el señor me lo permite.
    ¡Cómo! ¿Tú hablas alemán?
    Como un flamenco, mal que le pese al señor.
    Al contrario, eso me agrada. Adelante, muchacho.
    Y Conseil, con su voz pausada, contó por tercera vez las diversas peripecias de nuestra
    historia. Pero, pese a los ele-gantes giros y la buena prosodia del narrador, la lengua
    ale-mana no conoció mayor éxito que las anteriores.
    Exasperado ya, decidí por último reunir los restos de mis primeros estudios y narrar
    nuestras aventuras en latín. Cice-rón se habría tapado los oídos y me hubiera enviado a la
    co-cina, pero a trancas y barrancas seguí mi propósito. Con el mismo resultado negativo.
    Abortada definitivamente esta última tentativa, los dos desconocidos cambiaron entre sí
    algunas palabras en su len-gua incomprensible y se retiraron sin tan siquiera habernos
    dirigido uno de esos gestos tranquilizadores que tienen cur-so en todos los países del
    mundo. La puerta se cerró tras ellos.
    ¡Esto es una infamia! exclamó Ned Land, estallando de indignación por vigésima vez.
    ¡Cómo! ¡Se les habla a estos bandidos en francés, en inglés, en alemán y en latín, y no
    tie-nen la cortesía de responder!
    Cálmese, Ned dije al fogoso arponero, la cólera no conduce a nada.
    Pero ¿se da usted cuenta, señor profesor replicó nues-tro irascible compañero, de que
    podemos morir de hambre en esta jaula de hierro?
    ¡Bah! Con un poco de filosofía, podemos resistir aún bastante tiempo dijo Conseil.
    Amigos míos dije-, no hay que desesperar. Nos hemos hallado en peores situaciones.
    Hacedme el favor de esperar para formarnos una opinión sobre el comandante y la
    tripu-lación de este barco.
    Mi opinión ya está hecha replicó Ned Land. Son unos bandidos.
    Bien, pero... ¿de qué país?
    Del país de los bandidos.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:26

    ***
    Mi buen Ned, ese país no está aún indicado en el mapa-mundi. Confieso que la
    nacionalidad de estos dos descono-cidos es difícil de identificar. Ni ingleses, ni franceses,
    ni ale-manes, es todo lo que podemos afirmar. Sin embargo, yo diría que el comandante y
    su segundo han nacido en bajas latitudes. Hay algo en ellos de meridional. Pero ¿son
    españo-les, turcos, árabes o hindúes? Eso es algo que sus tipos físicos no me permiten
    decidir. En cuanto a su lengua, es absoluta-mente incomprensible.
    Éste es el inconveniente de no conocer todas las lenguas, o la desventaja de que no exista
    una sola -respondió Conseil.
    -Lo que no serviría de nada -replicó Ned Land. ¿No ven ustedes que esta gente tiene un
    lenguaje para ellos, un len-guaje inventado para desesperar a la buena gente que pide de
    comer? Abrir la boca, mover la mandíbula, los dientes y los labios ¿no es algo que se
    comprende en todos los países del mundo? ¿Es que eso no quiere decir tanto en Quebec
    como en Pomotu, tanto en París como en los antípodas, que tengo hambre, que me den de
    comer?
    ¡Oh!, usted sabe, hay naturalezas tan poco inteligentes.
    No había acabado Conseil de decir esto, cuando se abrió la puerta y entró un steward. Nos
    traía ropas, chaquetas y pantalones, hechas con un tejido cuya naturaleza no pude
    reconocer. Me apresuré a ponerme esas prendas y mis com-pañeros me imitaron.
    Mientras tanto, el steward mudo, sordo quizá había dis-puesto la mesa, sobre la que
    había colocado tres cubiertos.
    ¡Vaya! Esto parece serio y se anuncia bien dijo Conseil.
    ¡Bah! respondió el rencoroso arponero, ¿qué diablos quiere usted que se coma aquí?
    Hígado de tortuga, fidete de tiburón o carne de perro marino...
    Ya veremos -dijo Conseil.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:27

    ***



    Los platos, cubiertos por una tapa de plata, habían sido colocados simétricamente sobre el
    mantel. Nos sentamos a la mesa. Decididamente, teníamos que vérnoslas con gente
    civilizada, y de no ser por la luz eléctrica que nos inundaba, hubiera podido creerme en el
    comedor del hotel Adelhi, en Liverpool, o del Gran Hotel, en París. Sin embargo, debo
    de-cir que faltaban por completo al pan y el vino. El agua era fresca y límpida, pero era
    agua, lo que no fue del gusto de Ned Land. Entre los platos que nos sirvieron reconocí
    diver-sos pescados delicadamente cocinados, pero hubo otros so-bre los que no pude
    pronunciarme, aunque eran excelentes, hasta el punto de que hubiera sido incapaz de
    afirmar si su contenido pertenecía al reino vegetal o al animal. En cuanto al servicio de
    mesa, era elegante y de un gusto perfecto. Cada utensilio, cuchara, tenedor, cuchillo y plato,
    llevaba una le-tra rodeada de una divisa, cuyo facsímil exacto helo aquí:



    MOBILIS N IN MOBILE



    ¡Móvil en el elemento móvil! Esta divisa se aplicaba con exactitud a este aparato
    submarino, a condición de traducir la preposición in por en y no por sobre. La letra N era
    sin duda la inicial del nombre del enigmático personaje al man-do del submarino.
    Ned y Conseil no hacían tantas reflexiones, devoraban, y yo no tardé en imitarles. Estaba ya
    tranquilizado sobre nues-tra suerte, y me parecía evidente que nuestros huéspedes no
    querían dejarnos morir de inanición.
    Todo tiene un fin en este bajo mundo, hasta el hambre de quienes han permanecido sin
    comer durante quince horas. Satisfecho nuestro apetito, se dejó sentir imperiosamente la
    necesidad de dormir. Reacción muy natural tras la intermi-nable noche que habíamos
    pasado luchando contra la muerte.
    Me parece que no me vendría mal un sueñecito dijo Conseil.
    Yo ya estoy durmiendo respondió Ned.








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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:28

    ***



    Mis compañeros se tumbaron en el suelo y no tardaron en sumirse en un profundo sueño.
    Por mi parte, cedí con me-nos facilidad a la imperiosa necesidad de dormir. Demasia-dos
    pensamientos se acumulaban en mi Cerebro, acosado por numerosas cuestiones insolubles,
    y un tropel de imáge-nes mantenía mis párpados entreabiertos. ¿Dónde estába-mos? ¿Qué
    extraño poder nos gobernaba? Sentía, o más bien creía sentir, que el aparato se hundía en
    las capas más pro-fundas del mar, y me asaltaban violentas pesadillas. Entre-veía en esos
    misteriosos asilos todo un mundo de descono-cidos animales, de los que el barco
    submarino era un congé-nere, como ellos vivo, moviente y formidable... Mi cerebro se fue
    calmando, mi imaginación se fundió en una vaga somnolencia, y pronto caí en un triste
    sueño.


    9. Los arrebatos de Ned Land

    Ignoro cuál pudo ser la duración del sueño, pero debió ser larga, pues nos libró
    completamente del cansancio acumu-lado. Yo me desperté el primero. Mis compañeros no
    se ha-bían movido todavía y permanecían tendidos en su rincón como masas inertes.
    Apenas me hube levantado de aquel duro «lecho», me sentí con el cerebro despejado y las
    ideas claras, y reexaminé atentamente nuestra celda.
    Nada había cambiado en su disposición interior. La pri-sión seguía siéndolo y los
    prisioneros también. Sin embargo, el steward había aprovechado nuestro sueño para retirar
    el servicio de mesa. Nada indicaba, pues, un próximo cambio de nuestra situación, y me
    pregunté seriamente si nuestro destino sería el de vivir indefinidamente en ese calabozo.
    Esa perspectiva me pareció tanto más penosa cuanto que, si bien mi cerebro se veía libre de
    las obsesiones de la víspera, sentía una singular opresión en el pecho. Respiraba con
    di-ficultad, al no bastar el aire, muy pesado, al funcionamiento de mis pulmones. Aunque la
    cabina fuese bastante amplia, era evidente que habíamos consumido en gran parte el
    oxí-geno que contenía. En efecto, cada hombre consume en una hora el oxígeno contenido
    en cien litros de aire, y el aire, car-gado entonces de una cantidad casi igual de ácido
    carbóni-co, se hace irrespirable.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:29

    ***


    Era, pues, urgente renovar la atmósfera de nuestra cárcel, y también, sin duda, la del barco
    submarino. Esto me llevó a preguntarme cómo procedería para ello el comandante de
    aquella vivienda flotante. ¿Obtendría el aire por procedi-mientos químicos, mediante la
    liberación por el calor del oxígeno contenido en el clorato de potasa y la absorción del
    ácido carbónico por la potasa cáustica? En ese caso, de-bía haber conservado alguna
    relación con los continentes para poder procurarse las materias necesarias a tal opera-ción.
    ¿O se limitaría únicamente a almacenar en depósitos el aire bajo altas presiones para luego
    distribuirlo según las ne-cesidades de su tripulación? Tal vez. Quedaba también el
    procedimiento, más cómodo y económico, y por tanto más probable, de emerger a la
    superficie de las aguas para respi-rar, como un cetáceo, y renovar así su provisión de
    atmósfe-ra para un período de veinticuatro horas. Fuera cual fuese el método adoptado, me
    parecía prudente que se empleara sin más tardanza.
    En efecto, mis pulmones se sentían ya obligados a multi-plicar sus inspiraciones para
    extraer de la celda el escaso oxí-geno que contenía. De repente, me sentí refrescado por una
    corriente de aire puro y perfumado de emanaciones salinas. Era la brisa del mar, vivificante
    y cargada de yodo. Abrí am-pliamente la boca y mis pulmones se saturaron de frescas
    moléculas. Al mismo tiempo, sentí un movimiento de ba-lanceo, de escasa intensidad, pero
    perfectamente determi-nable. El barco, el monstruo de acero, acababa evidente-mente de
    subir a la superficie del océano para respirar, al modo de las ballenas. La forma de
    ventilación del barco que-daba, pues, perfectamente identificada.
    Tras absorber a pleno pulmón el aire puro busqué el con-ducto, el aerífero que canalizaba
    hasta nosotros el bienhechor efluvio y no tardé en encontrarlo. Por encima de la puerta se
    abría un agujero de aireación que dejaba pasar una fresca columna de aire para la
    renovación de la atmósfera de la cabina.










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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:29

    ***


    Me hallaba concentrado en esa observación cuando Ned y Conseil se despertaron casi al
    mismo tiempo, bajo la in-fluencia de la revivificante aeración. Ambos se restregaron los
    ojos, desperezaron los brazos y se pusieron en pie en un instante.
    ¿Ha dormido bien el señor? preguntó Conseil con su cortesía consuetudinaria.
    Magníficamente respondí. ¿Y usted, Ned?
    Profundamente, señor profesor. Pero, si no me engano, me parece que estoy respirando la
    brisa marina.
    Un marino no podía engañarse. Conté al canadiense lo que había ocurrido durante su sueño.
    Bien dijo. Eso explica perfectamente los mugidos que oímos cuando el supuesto
    narval se halló en presencia del Abraham Lincoln.
    Así es, señor Land, era su respiración.
    No tengo la menor idea de qué hora pueda ser, señor Aronnax. ¿No será la hora de la
    cena?
    ¿La hora de la cena? Debería decir la hora del almuerzo, pues con toda seguridad nuestra
    última comida data de ayer.
    Lo que demuestra -dijo Conseil que hemos dormido por lo menos veinticuatro horas.
    -Ésa es mi opinión -respondí.
    No voy a contradecirle manifestó Ned Land, pero cena o almuerzo, el steward sería
    bienvenido, ya trajera una u otro.
    Una y otro corrigió Conseil.














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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:30

    ***

    Justo replicó el canadiense, pues tenemos derecho a dos comidas, y por mi parte haría
    honor a ambas.
    Pues bien, Ned, esperemos respondí. Es evidente que estos desconocidos no tienen la
    intención de dejarnos morir de hambre, ya que si así fuera no tendría sentido la comida de
    ayer.
    A menos que ese sentido sea el de cebarnos replicó Ned.
    ¡Protesto! respondí. No hemos caído entre canibales.
    Una golondrina no hace verano dijo con seriedad el ca-nadiense. Quién sabe si esta
    gente no estará privada desde hace mucho tiempo de carne fresca, y en ese caso, tres
    hom-bres sanos y bien constituidos como el señor profesor, su do-méstico y yo...
    Aleje de sí esas ideas, señor Land respondí al arpone-ro, y, sobre todo, no se base en
    ellas para encolerizarse con-tra nuestros huéspedes, lo que no haría más que agravar nuestra
    situación.
    En todo caso dijo el arponero, tengo un hambre en-diablada, y ya sea la cena o el
    almuerzo, no llega.
    Señor Land repliqué, hay que conformarse al regla-mento de a bordo, y supongo que
    nuestros estómagos se adelantan a la campana del cocinero.
    Pues bien, los pondremos en hora dijo con tranquili-dad Conseil.
    Sólo usted podría hablar así, amigo Conseil replicó el irascible canadiense. Se ve que
    usa usted poco su bilis y sus nervios. ¡Siempre tranquilo! Sería usted capaz de decir el Deo
    gracias antes que el benedícite y de morir de hambre antes que de quejarse.
    ¿De qué serviría? dijo Conseil.
    ¡Pues serviría para quejarse! Ya es algo. Y si estos piratas (y digo piratas por respeto y
    por no contrariar al señor pro-fesor, que prohibe llamarles canibales) se figuran que van a
    guardarme en esta jaula en la que me ahogo, sin oír las im-precaciones con que yo suelo
    sazonar mis arrebatos, se equi-vocan de medio a medio. Veamos, sefíor Aronnax, hable con
    franqueza, ¿cree usted que nos tendrán por mucho tiempo en esta jaula de hierro?








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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:31

    ***

    A decir verdad, sé tanto como usted, amigo Land.
    Pero ¿qué es lo que usted supone?
    Supongo que el azar nos ha hecho conocer un importan-te secreto. Y si la tripulación de
    este barco submarino tiene interés en mantener ese secreto, y si ese interés es más
    impor-tante que la vida de tres hombres, creo que nuestra existencia se halla gravemente
    comprometida. En el caso contrario, el monstruo que nos ha tragado nos devolverá en la
    primera ocasión al mundo habitado por nuestros semejantes.
    A menos dijo Conseil que nos enrolen en su tripula-ción y nos guarden así con ellos.
    Hasta el momento replicó Ned Land- en que alguna fragata, más rápida o más
    afortunada que el Abraham Lin-coln, se apodere de este nido de bandidos y envíe a su
    tripu-lación, y a nosotros con ella, a respirar por última vez a la ex-tremidad de su verga
    mayor.
    -Buen razonamiento, Ned dije. Pero todavía no se nos ha hecho, que yo sepa, ninguna
    proposición. Inútil, pues, discutir el partido que debamos tomar hasta que sea necesa-rio. Se
    lo repito, esperemos; tomemos consejo de las circuns-tancias y abstengámonos de toda
    acción, puesto que no hay nada que hacer.
    Al contrario, señor profesor respondió el arponero, que no quería darse por vencido,
    hay que hacer algo.
    ¿Qué, señor Land?
    Escaparnos.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:32

    ***
    Escaparse de una prisión «terrestre» es a menudo dificil, pero hacerlo de una prisión
    submarina, me parece absoluta-mente imposible.
    -¡Vamos, amigo Ned! -dijo Conseil, ¿qué va a responder ala objeción del señor? Yo no
    puedo creer que un americano se halle nunca a falta de recursos.
    El arponero, visiblemente turbado, se calló.
    Una huida, en las condiciones en que nos había puesto el azar, era absolutamente
    imposible. Pero un canadiense es un francés a medias, y Ned Land lo acreditó con su
    respuesta, tras unos momentos de vacilación y reflexión.
    Así que, señor Aronnax, ¿no adivina usted lo que deben hacer unos hombres que no
    pueden escaparse de su prisión?
    No, amigo mío.
    Pues es bien sencillo, es preciso que se las arreglen para permanecer en ella.
    ¡Diantre! exclamó Conseil, es cierto que más vale es-tar dentro que debajo o encima.
    Pero después de haber expulsado de ella a los carceleros y a los guardianes añadío Ned
    Land.
    ¿Cómo? Ned, ¿piensa usted en serio en apoderarse de este barco?
    Muy en serio, en efecto -respondió el canadiense.
    Eso es imposible.
    ¿Por qué? Puede presentarse alguna oportunidad favo-rable, y no veo lo que podría
    impedirnos aprovecharla. Si no hay más de una veintena de hombres a bordo de esta
    máqui-na, no creo que hagan retroceder a dos franceses y a un ca-nadiense, digo yo.
    Más valía admitir la proposición del arponero que discu-tirla. Por ello me limité a
    responderle así:
    -Dejemos que las circunstancias manden, señor Land, y entonces veremos. Pero hasta
    entonces, se lo ruego, contenga su impaciencia. No podemos actuar más que con astucia, y
    no es con la pérdida del control de los nervios con lo que podrá usted originar
    circunstancias favorables. Prométame, pues, que aceptará usted la situación sin dejarse
    llevar de la ira.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 6 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:32

    ***
    Se lo prometo, señor profesor respondió Ned Land, con un tono poco tranquilizador.
    Ni una palabra violenta saldrá de mi boca, ni un gesto brutal me traicionará, aunque el
    ser-vicio de la mesa no se cumpla con la regularidad deseable.
    Tengo su palabra, Ned.
    Cesamos la conversación, y cada uno de nosotros se puso a reflexionar por su cuenta.
    Confesaré que, por mi parte, y pese a la determinación del arponero, no me hacía ninguna
    ilusión. No creía yo en esas circunstancias favorables que ha bía invocado Ned Land. Tan
    segura manipulación del sub marino requería una numerosa tripulación y, consecuente
    mente, en el caso de una lucha, nuestras probabilidades de éxito serían ínfimas. Además,
    necesario era, ante todo, estar libres, y nosotros no lo estábamos. No veía ningún medio de
    salir de una celda de acero tan herméticamente cerrada. Y si como parecía probable, el
    extraño comandante de ese barco tenía un secreto que preservar, cabía abrigar pocas
    esperan zas de que nos dejara movernos libremente a bordo. La incógnita estribaba en saber
    si se libraría violentamente de nosotros o si nos lanzaría algún día a algún rincón de la tierra
    Todas estas hipótesis me parecían extremadamente plausi-bles, y había que ser un arponero
    para poder creer en la re-conquista de la libertad.
    Me di cuenta de que las ideas de Ned Land iban agriándose con las reflexiones a que se
    entregaba su celebro. Podía oír poco a poco el hervor de sus imprecaciones en el fondo de
    su garganta, y veía cómo sus gestos iban tornándose amenaza-dores. Andaba, daba vueltas
    como una fiera enjaulada y gol-peaba con pies y manos las paredes de la celda. Pasaba el
    tiempo mientras tanto y el hambre nos aguijoneaba cruel-mente, sin que nada nos anunciara
    la aparición del steward.
    Esto era ya olvidar demasiado nuestra situación de náu-fragos, si es que realmente se tenían
    buenas intenciones ha-cia nosotros.
    Atormentado por las contracciones de su robusto estó-mago, Ned Land se encolerizaba
    cada vez más, lo que me ha-cía temer, pese a su palabra, una explosión cuando se hallara en
    presencia de uno de los hombres de a bordo.



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    siendo guardián en tu cielo
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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 6 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:33

    ***
    La ira del canadiense fue creciendo durante las dos horas siguientes. Ned Land llamaba y
    gritaba, pero en vano. Sor-das eran las paredes de acero. Yo no oía el menor ruido en el
    interior del barco, que parecía muerto. No se movía, pues de hacerlo hubiera sentido los
    estremecimientos del casco bajo la impulsión de la hélice. Sumergido sin duda en los
    abismos de las aguas, no pertenecía ya a la tierra. El silencio era es-pantoso. No me atrevía
    a estimar la duración de nuestro abandono, de nuestro aislamiento en el fondo de aquella
    cel-da. Las esperanzas que me había hecho concebir nuestra en-trevista con el comandante
    iban disipándose poco a poco. La dulzura de la mirada de aquel hombre, la expresión
    gene-rosa de su fisonomía, la nobleza de su porte, iban desapare-ciendo de mi memoria.
    Volvía a ver al enigmático personaje, sí, pero tal como debía ser, necesariamente
    implacable y cruel. Me lo imaginaba fuera de la humanidad, inaccesible a todo sentimiento
    de piedad, un implacable enemigo de sus semejantes, a los que debía profesar un odio
    imperecedero.
    Pero ¿iba ese hombre a dejarnos morir de inanición, ence-rrados en esa estrecha prisión,
    entregados a esas horribles tentaciones a las que impulsa el hambre feroz? Tan espantosa
    idea cobró en mi ánimo una terrible intensidad, que, con el re-fuerzo de la imaginación, me
    sumió en un espanto insensato.
    Conseil permanecía tranquilo, en tanto que Ned Land rugía.
    En aquel momento, oímos un ruido exterior, el de unos pasos resonando por las losas
    metálicas, al que pronto si-guió el de un corrimiento de cerrojos. Se abrió la puerta y
    apareció el steward.
    Antes de que pudiera hacer un movimiento para impedír-selo, el canadiense se precipitó
    sobre el desgraciado, le derri-bó y le mantuvo asido por la garganta. El steward se asfixiaba
    bajo las poderosas manos de Ned Land.
    Conseil estaba ya tratando de retirar de las manos del ar-ponero a su víctima medio
    asfixiada, y yo iba a unirme a sus esfuerzos, cuando, súbitamente, me clavaron al suelo
    estas palabras, pronunciadas en francés:
    Cálmese, señor Land, y usted, señor profesor, tenga la amabilidad de escucharme.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 6 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:34

    ***


    10. El hombre de las aguas




    Era el comandante de a bordo quien así había hablado.
    Al oír tales palabras, Ned Land se incorporó súbitamente. El steward, casi estrangulado,
    salió, tambaleándose, a una señal de su jefe; pero era tal el imperio del comandante que ni
    un gesto traicionó el resentimiento de que debía estar ani-mado ese hombre contra el
    canadiense.
    Conseil, vivamente interesado pese a su habitual impasi-bilidad, y yo, estupefacto,
    esperábamos en silencio el desen-lace de la escena.
    El comandante, apoyado en el ángulo de la mesa, cruzado de brazos, nos observaba con una
    profunda atención. ¿Du-daba de si debía proseguir hablando? Cabía creer que la-mentaba
    haber pronunciado aquellas palabras en francés.
    Tras unos instantes de silencio que ninguno de nosotros osó romper, dijo con una voz
    tranquila y penetrante:
    Señores, hablo lo mismo el francés que el inglés, el ale-mán que el latín. Pude, pues,
    responderles durante nuestra primera entrevista, pero quería conocerles primero y
    refle-xionar después. Su cuádruple relato, absolutamente seme-jante en el fondo, me
    confirmó sus identidades, y supe así que el azar me había puesto en presencia del señor
    Pierre Aronnax, profesor de Historia Natural en el Museo de París, encargado de una
    misión científica en el extranjero; de su doméstico, Conseil, y de Ned Land, canadiense y
    arponero a bordo de la fragata Abraham Licoln, de la marina nacional de los Estados
    Unidos de América.
    Me incliné en signo de asentimiento. No había ninguna interrogación en las palabras del
    comandante, y en conso-nancia no requerían respuesta. Se expresaba con una facili-dad
    perfecta, sin ningún acento. Sus frases eran nítidas; sus palabras, precisas; su facilidad de
    elocución, notable. Y, sin embargo, yo no podía «sentir» en él a un compatriota.









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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 09:35

    ***

    El hombre prosiguió hablando en estos términos:
    Sin duda ha debido parecerle, señor, que he tardado de-masiado en hacerles esta segunda
    visita. Lo cierto es que, una vez conocida su identidad, hube de sopesar cuidadosa-mente la
    actitud que debía adoptar con ustedes. Y lo he du-dado mucho. Las más enojosas
    circunstancias les han puesto en presencia de un hombre que ha roto sus relaciones con la
    humanidad. Han venido ustedes a perturbar mi existencia...
    Involuntariamente dije.
    ¿Involuntariamente? dijo el desconocido, elevando la voz. ¿Puede afirmarse que el
    Abraham Lincoln me persigue involuntariamente por todos los mares? ¿Tomaron ustedes
    pasaje a bordo de esa fragata involuntariamente? ¿Rebotaron involuntariamente en mi
    navío los obuses de sus cañones? ¿Fue involuntariamente como nos arponeó el señor Land?
    Había una contenida irritación en las palabras que acaba-ba de proferir. Pero a tales
    recriminaciones había una res-puesta natural, que es la que yo le di.
    Señor, sin duda ignora usted las discusiones que ha sus-citado en América y en Europa.
    Tal vez no sepa usted que di-versos accidentes, provocados por el choque de su aparato
    submarino, han emocionado a la opinión pública de ambos continentes. No le cansaré con
    el relato de las innumerables hipótesis con las que se ha tratado de hallar explicación al
    inexplicable fenómeno cuyo secreto sólo usted conocía. Pero debe saber usted que al
    perseguirle hasta los altos ma-res del Pacífico, el Abraham Lincoln creía ir en pos de un
    po-deroso monstruo marino del que había que librar al océano a toda costa.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:33

    ***


    Un esbozo de sonrisa se dibujó en los labios del coman-dante, quien añadió, en tono más
    suave:
    Señor Aronnax, ¿osaría usted afirmar que su fragata no hubiera perseguido y cañoneado a
    un barco submarino igual que a un monstruo?
    Su pregunta me dejó turbado, pues con toda certeza el co-mandante Farragut no hubiese
    dudado en hacerlo, creyendo deber suyo destruir un aparato de ese género, al mismo títu-lo
    que un narval gigantesco.
    Comprenderá usted, pues, señor, que tengo derecho a tratarles como enemigos.
    No respondí, y con razón. ¿Para qué discutir semejante proposición, cuando la fuerza puede
    destruir los mejores ar-gumentos?
    Lo he dudado mucho. Nada me obligaba a concederles mi hospitalidad. Si debía
    separarme de ustedes, no tenía ningún interés en volver a verles. Me hubiera bastado
    situar-les de nuevo en la plataforma de este navío que les sirvió de refugio, sumergirme y
    olvidar su existencia. ¿No era ése mi derecho?
    Tal vez sea ése el derecho de un salvaje respondí, pero no el de un hombre civilizado.
    -Señor profesor replicó vivamente el comandante, yo no soy lo que usted llama un
    hombre civilizado. He roto por completo con toda la sociedad, por razones que yo sólo
    ten-go el derecho de apreciar. No obedezco a sus reglas, y le con-juro a usted que no las
    invoque nunca ante mí.
    Lo había dicho en un tono enérgico y cortante. Un deste-llo de cólera y desdén se había
    encendido en los ojos del des-conocido. Entreví en ese hombre un pasado formidable. No
    sólo se había puesto al margen de las leyes humanas, sino que se había hecho
    independiente, libre en la más rigurosa acepción de la palabra, fuera del alcance de la
    sociedad. ¿Quién osaría perseguirle hasta el fondo de los mares, pues-to que en su
    superficie era capaz de sustraerse a todas las asechanzas que contra él se tendían? ¿Qué
    navío podía resis-tir al choque de su monitor submarino? ¿Qué coraza, por gruesa que
    fuese, podía soportar los golpes de su espolón? Nadie, entre los hombres, podía pedirle
    cuenta de sus actos. Dios, si es que creía en Él; su conciencia, si la tenía, eran los
    únicosjueces de los que podía depender.




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