Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:55

    ***


    IV. En casa de las Jojlakova


    No tardó en llegar a casa de las Jojlakova, una hermosa casa independiente, de dos
    plantas, construida en piedra: una de las mejores de la ciudad. Aunque la señora
    Jojlakova pasaba la mayor parte del año en otra provincia, donde poseía una hacienda,
    o en Moscú, donde también tenía casa propia, había conservado igualmente su
    residencia en nuestra ciudad, herencia de sus padres y abuelos. Además, la hacienda
    que tenía en nuestro distrito era la mayor de sus tres propiedades, a pesar de lo cual
    en el pasado había visitado nuestra provincia en contadas ocasiones.
    La señora Jojlakova salió precipitadamente al vestíbulo a recibir a Aliosha.
    —¿Ha recibido la carta donde le hablo del nuevo milagro? ¿La ha recibido? —dijo a
    toda prisa, nerviosa.
    —Sí, la he recibido.
    —¿La ha dado a conocer? ¿Se la ha enseñado a todo el mundo? ¡Le ha devuelto el
    hijo a esa madre!
    —Va a morir hoy mismo —dijo Aliosha.
    —Sí, ya lo sé, me lo han dicho. ¡Oh, qué ganas tengo de hablar con usted! Con
    usted o con quien sea, de todo esto. ¡No, no, con usted, con usted! Y ¡qué pena me da
    no poder ir a verlo! Toda la ciudad está conmovida, todos están expectantes. Pero
    ahora… ¿sabe que está aquí en casa Katerina Ivánovna?
    —¡Ah, qué suerte! —exclamó Aliosha—. Así voy a poder verla aquí, en esta casa;
    ayer me pidió que fuera hoy a visitarla sin falta.
    —Ya lo sé, ya lo sé. Me han contado con todo detalle lo que pasó ayer en casa de
    Katerina Ivánovna… todas esas cosas horribles con esa… tarasca. C’est tragique; yo, si
    fuera ella… ¡yo no sé lo que haría! Y luego, ese hermano suyo, Dmitri Fiódorovich,
    menudo está hecho, ¡ay, Dios! Alekséi Fiódorovich, me estoy haciendo un lío, figúrese:
    está aquí ahora su hermano, o sea, no el que hizo ayer esas cosas horribles, sino el
    otro, Iván Fiódorovich; está hablando con ella: tienen una conversación muy seria… Ni
    se imagina usted lo que les pasa ahora: es algo espantoso, déjeme que le diga que es
    como un desgarro; parece más bien una historia de terror, y resulta increíble: se están
    arruinando la vida, a saber por qué; los dos son conscientes de eso, y disfrutan
    actuando así. ¡Estaba esperándole! ¡Estaba esperándole! ¡Yo, la verdad, soy incapaz de
    soportarlo! Ahora mismo se lo cuento todo, pero antes tengo que preguntarle una
    cosa, aún más importante… ¡Si hasta se me olvidaba que eso es lo más importante!
    Dígame: ¿a qué se debe el ataque de histeria de Lise? ¡En cuanto se ha enterado de
    que usted estaba a punto de llegar, se ha puesto histérica


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:56

    ***

    —Maman, la que está histérica es usted, no yo —se oyó la vocecita de Lise,
    gorjeando a través de la rendija de una puerta que daba a una habitación vecina. Era
    una rendija minúscula, y la voz llegaba entrecortada, igual que cuando uno tiene
    muchas ganas de reír y se esfuerza al máximo en sofocar la risa. Aliosha se fijó
    enseguida en la rendija: Lise, seguramente, estaría mirándolo desde su sillón, pero él
    no podía verla.
    —No sería raro, Lise, no sería raro… Con todos esos caprichos tuyos, me va a dar
    un ataque… Lo cierto, Alekséi Fiódorovich, es que está bastante mal; ha pasado la
    noche fatal, con fiebre, quejándose sin parar… ¡Qué ganas tenía de que amaneciese,
    para que viniese Herzenstube! Dice el doctor que no entiende nada y que hace falta
    esperar. Este Herzenstube, cada vez que viene, dice lo mismo: que no entiende nada.
    En cuanto ha llegado usted, Lise ha soltado un grito y ha sufrido un ataque, y ha
    mandado que la trajéramos aquí, a su antigua habitación…
    —Mamá, yo no tenía ni idea de que iba a venir, y no ha sido por él, ni mucho
    menos, por lo que quería venirme a este cuarto.
    —Eso no es verdad, Lise. Yulia ha ido corriendo a decirte que ya estaba llegando
    Alekséi Fiódorovich; tú la habías puesto a vigilar.
    —Ay, mami querida, eso no ha tenido ninguna gracia. Pero, si desea rectificar y
    decir ahora algo más ingenioso, puede decirle, mi querida mamá, al muy respetable
    señor Alekséi Fiódorovich, recién venido, que lo único que ha demostrado viniendo a
    vernos hoy, después de lo de ayer, y teniendo en cuenta que todo el mundo se ríe de
    él, es que no destaca por su agudeza.
    —Lise, te tomas demasiadas libertades, y te aseguro que al final voy a tener que
    recurrir a medidas más drásticas. ¿Quién se ríe de él? Yo estoy encantada de que haya
    venido, lo necesito, me hace mucha falta. ¡Ay, Alekséi Fiódorovich, soy tan
    desgraciada!
    —Pero ¿qué es lo que le pasa, mami?
    —Ay, estos caprichos tuyos, Lise, tu inconstancia, tu enfermedad, esta horrible
    noche de fiebre, ese horrible y eterno Herzenstube, ¡eterno, sobre todo, eterno,
    eterno! Y, en definitiva, todo, todo… En definitiva, ¡hasta ese milagro! ¡Cómo me ha
    impresionado ese milagro, mi buen Alekséi Fiódorovich, cómo me ha conmovido! Y
    ahora esa tragedia, ahí en la sala; no puedo soportarla, se lo digo de antemano: no
    puedo soportarla. Puede que sea una comedia, y no una tragedia. Dígame, ¿el stárets
    Zosima vivirá hasta mañana? ¿Vivirá? ¡Oh, Dios mío! ¿Qué es lo que me pasa? Cada
    dos por tres cierro los ojos y veo que todo eso es absurdo, es absurdo.
    —Quisiera pedirle —la interrumpió de pronto Aliosha— que me dejara un trapito
    limpio para vendarme el dedo. Me he hecho una herida, y ahora me duele mucho.
    Aliosha se destapó el dedo mordido. El pañuelo estaba empapado en sangre. La
    señora Jojlakova soltó un grito y entrecerró los ojos.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:56

    ***


    —¡Dios mío, vaya herida! ¡Es horrible!
    Pero Lise, nada más ver por la rendija el dedo de Aliosha, abrió de par en par la
    puerta de un empujón.
    —Venga aquí, venga aquí —gritó con insistencia, en tono imperioso—. ¡Y déjese ya
    de tonterías! ¡Oh, Señor! ¿Cómo ha aguantado tanto tiempo sin decir nada? ¡Podía
    haberse desangrado, mamá! ¿Dónde se lo ha hecho, dónde? ¡Agua, eso es lo primero!
    ¡Agua! Hay que lavar bien la herida, y meter el dedo en agua fría, para que se le pase
    el dolor, y aguantar, aguantar un buen rato… Rápido, mamá, hay que llenar de agua el
    lavamanos. Venga, rápido —añadió nerviosa. Estaba muy asustada; la herida de
    Aliosha la había impresionado mucho.
    —¿No deberíamos llamar a Herzenstube? —propuso la señora Jojlakova.
    —Mamá, usted acaba conmigo. ¡Su Herzenstube vendrá y dirá que no entiende
    nada! ¡Agua, agua! Mamá, por el amor de Dios, vaya usted y métale prisa a Yulia: no sé
    qué andará haciendo por ahí; nunca tiene prisa. Deprisa, mamá, que me da algo…
    —¡Si no es nada! —exclamó Aliosha, a quien le estaban contagiando el pánico.
    Yulia llegó corriendo con el agua. Aliosha sumergió el dedo en el agua.
    —Mamá, por Dios, traiga unas hilas; unas hilas y esa agua turbia cáustica, para los
    cortes… ¿cómo se llamaba? Tenemos en casa, tenemos, tenemos… Mamá, usted sabe
    dónde está el frasco; en su dormitorio, en el armarito a mano derecha, allí hay un
    frasco grande y unas hilas…
    —Ahora mismo traigo todo, Lise, pero deja de gritar y no te pongas nerviosa. Ya
    ves con qué entereza aguanta Alekséi Fiódorovich su desgracia. Pero ¿dónde se ha
    lastimado usted de un modo tan espantoso, Alekséi Fiódorovich?
    La señora Jojlakova salió precipitadamente. Era lo que estaba esperando Lise.
    —Primero, respóndame a una pregunta —se dirigió sin demora a Aliosha—,
    ¿dónde se ha hecho usted eso? Después tengo que hablarle de otro asunto muy
    distinto. ¡Cuente!
    Aliosha, intuyendo que el tiempo disponible hasta la vuelta de la madre era
    precioso para ella, le contó a toda prisa, omitiendo y resumiendo muchas cosas,
    aunque con precisión y claridad, su enigmático encuentro con los escolares. Después
    de escucharle, Lise juntó las manos, en señal de sorpresa:
    —Pero ¡cómo es posible! ¡Cómo es posible! ¡Enredarse con esos chiquillos, y para
    colmo con esa vestidura! —exclamó enojada, como si tuviera algún derecho sobre él—
    . Ya se ve que es usted un chiquillo, ¡es usted más crío que cualquiera de ellos! Eso sí,
    tiene usted que enterarse sin falta de lo que pasa con ese demonio de niño y
    contármelo todo, porque aquí hay gato encerrado. Y ahora lo otro, pero antes dígame:
    ¿está usted en condiciones, Alekséi Fiódorovich, a pesar del dolor, de hablar de las
    mayores nimiedades, pero de hacerlo con toda seriedad?
    —Claro que sí; además, tampoco me duele tanto.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:57

    ***


    —Eso es porque tiene el dedo en agua. Hay que cambiarla enseguida, porque se
    calienta en un abrir y cerrar de ojos. Yulia, trae corriendo un poco de hielo de la
    bodega y otro lavamanos con agua… Bueno, ahora que ya ha salido, iré al grano: haga
    el favor de devolverme de inmediato, mi querido Alekséi Fiódorovich, la carta que le
    mandé ayer; de inmediato, porque mamá puede volver en cualquier momento, y no
    quiero que…
    —No tengo aquí la carta.
    —No es verdad, sí que la tiene. Estaba segura de que iba a decirme eso. La lleva
    en ese bolsillo. Me he arrepentido tanto, toda la noche, de esa estúpida broma.
    Devuélvame esa carta ahora mismo, ¡devuélvamela!
    —Allí se ha quedado.
    —No quiero que me considere usted una niña pequeña, una auténtica cría, por
    culpa de esa carta mía con una broma tan estúpida. Le pido perdón por mi estupidez,
    pero tiene que traerme la carta, pase lo que pase, suponiendo que sea verdad que no
    la lleva encima; ¡tráigamela hoy mismo sin falta! ¡Sin falta!
    —Hoy me resulta imposible, porque me voy al monasterio y no volveré por aquí en
    dos o tres días, acaso cuatro, pues el stárets Zosima…
    —¡Cuatro días! ¡Qué disparate! Dígame: ¿se ha reído usted mucho de mí?
    —No me he reído ni pizca.
    —¿Por qué no?
    —Porque me lo he creído todo.
    —¡Me está ofendiendo!
    —De ningún modo. Nada más leerla, he pensado que todo va a ser así, porque, en
    cuanto muera el stárets Zosima, tengo que abandonar enseguida el monasterio.
    Después continuaré mis estudios, haré mis exámenes y, cuando se cumpla el plazo que
    fija la ley, nos casaremos. Y la amaré. Aunque no he tenido tiempo de pensarlo
    detenidamente, he llegado a la conclusión de que mejor mujer que usted no la voy a
    encontrar, y ya que el stárets me manda casarme…
    —Pero si soy un monstruo, ¡me tienen que llevar en silla de ruedas! —dijo Liza
    entre risas, con las mejillas encendidas por el rubor.
    —Yo personalmente la llevaré en la silla, pero estoy convencido de que para
    entonces ya se habrá curado.
    —Está usted mal de la cabeza —dijo Liza, nerviosa—. ¡A partir de una broma como
    ésa, llegar a un disparate semejante!… Ah, aquí está mamá, y muy oportunamente,
    creo yo. ¡Hay que ver lo que se retrasa siempre, mamá! ¡Cómo ha podido tardar tanto!
    ¡Y ahí llega Yulia con el hielo!
    —Ay, Lise, no grites, ¡sobre todo no grites! Estoy ya de estos gritos… ¿Qué querías
    que hiciera, si resulta que habías guardado las hilas en otro sitio?… He estado
    buscando, buscando… Sospecho que lo has hecho aposta.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:58

    ***


    —¿Cómo iba a saber yo que se iba a presentar con una mordedura en el dedo? Si
    hubiera sido así, todavía podía haberlo hecho aposta. Mamá, ángel mío, empieza
    usted a decir unas cosas de lo más ocurrentes.
    —Serán ocurrentes, pero ¡qué sentimientos los tuyos, Lise, a propósito del dedo de
    Alekséi Fiódorovich y de todo lo sucedido! ¡Oh, mi buen Alekséi Fiódorovich! Lo que
    me mata no son los pormenores, no es un caso como el de Herzenstube, sino el
    conjunto, la suma de tantas cosas; ¡eso es lo que no puedo soportar!
    —Ya basta, mamá, ya basta de hablar de Herzenstube. —Liza se rió alegremente—.
    Deme pronto esas hilas, mamá, y el agua. Esto no es más que una disolución de
    acetato de plomo, Alekséi Fiódorovich, ahora no recuerdo cómo se llama, pero es una
    disolución excelente. Figúrese, mamá, que al venir hacia aquí se ha peleado en la calle
    con unos niños, y uno de ellos le ha dado un mordisco; ¿no le parece que también él
    es un niño, un auténtico niño? Y, después de eso, ¿cómo se va a casar? Porque ahora
    resulta que se quiere casar. Imagíneselo casado, mamá. ¿No le entra la risa? ¿No le
    parece inconcebible?
    Y Lise no paraba de reírse con su fina risita nerviosa, mientras miraba pícaramente a
    Alekséi.
    —Vaya, cómo va a casarse, Lise, y a cuento de qué viene ahora eso, y además no
    es asunto tuyo… Y además ese niño puede que tenga la rabia.
    —¡Ay, mamá! Como si hubiera niños con rabia…
    —¿Por qué no iba a haberlos? No creo que haya dicho ninguna tontería, Lise. A ese
    chico puede haberlo mordido un perro rabioso, y él a su vez va y coge la rabia y
    muerde al primero que tenga a mano. Qué bien le ha vendado Lise, Alekséi
    Fiódorovich; yo no habría sabido en la vida. ¿Le duele ahora?
    —Ahora muy poco.
    —¿No tendrá usted miedo del agua? —preguntó Lise.
    —Bueno, ya está bien, Lise; a lo mejor me he precipitado al hablar del chico
    rabioso, pero tú ahora estás yendo demasiado lejos. Katerina Ivánovna acaba de
    enterarse de su llegada, Alekséi Fiódorovich, y ha venido corriendo a decirme que le
    espera, que le espera ansiosa.
    —¡Ay, mamá! Vaya usted sola, él no puede ir en este momento, le duele mucho.
    —No me duele nada, claro que puedo ir —dijo Aliosha.
    —¡Cómo! ¿Así que se va? ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?
    —¿Y qué? Cuando termine allí, puedo volver, y seguiremos hablando todo el
    tiempo que quiera. Pero desearía ver enseguida a Katerina Ivánovna, porque, en
    cualquier caso, hoy me gustaría regresar lo antes posible al monasterio.
    —Lléveselo, mamá; lléveselo cuanto antes. Alekséi Fiódorovich, no se moleste en
    venir a verme cuando termine con Katerina Ivánovna; váyase derecho al monasterio,
    ¡ése es su sitio! Yo quiero dormir, no he pegado ojo en toda la noche.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep 2024, 09:59

    ***


    —Ay, Lise, tú siempre con tus bromas; ¡ojalá te durmieras de verdad! —exclamó la
    señora Jojlakova.
    —Yo no sé cómo… Me quedaré dos o tres minutos más; hasta cinco, si así lo desea
    —balbuceó Aliosha.
    —¡Hasta cinco! Pero lléveselo de una vez, mamá, ¡es un monstre!
    —Lise, has perdido el juicio. Vámonos, Alekséi Fiódorovich; hoy está demasiado
    caprichosa, tengo miedo de que se altere. ¡Nada peor que una mujer nerviosa, Alekséi
    Fiódorovich! Y hasta es posible que, en su presencia, le hayan venido ganas de dormir.
    ¡Ha conseguido usted que le entrara sueño muy pronto! ¡Qué suerte!
    —Oh, mamá, ahora le ha dado por decir unas cosas muy bonitas; le doy un beso,
    mami.
    —Igualmente, Lise. Escuche, Alekséi Fiódorovich —dijo gravemente, con aire
    misterioso, hablando en un rápido susurro, la señora Jojlakova, mientras salía con
    Aliosha—, no quiero condicionarle en ningún sentido, ni pretendo levantar el velo,
    pero, en cuanto entre, usted mismo verá lo que sucede; es algo espantoso, es una
    comedia fantástica: ella está enamorada de su hermano Iván Fiódorovich, pero intenta
    convencerse a toda costa de que a quien ama es a Dmitri Fiódorovich. ¡Es espantoso!
    Entraré con usted y, si nadie me echa, esperaré hasta el final.




    V. Desgarro en la sala



    Pero en la sala la conversación ya estaba a punto de concluir; Katerina Ivánovna era
    presa de una gran excitación, aunque se la veía decidida. Justo cuando entraban
    Aliosha y la señora Jojlakova, Iván Fiódorovich se levantaba para irse. Tenía la cara
    algo pálida, y Aliosha lo miró con preocupación. En ese momento, a Aliosha se le
    aclaró una duda, un inquietante enigma que lo atormentaba desde hacía algún
    tiempo. Hacía cosa de un mes, distintas personas, en diversas ocasiones, le habían
    insinuado que su hermano Iván amaba a Katerina Ivánovna y, sobre todo, que tenía el
    firme propósito de «quitársela» a Mitia. A Aliosha, hasta hacía muy poco, semejante
    idea le había parecido aberrante, sin dejar de producirle un gran desasosiego. Él
    quería a sus dos hermanos y le aterraba que existiera entre ellos esa rivalidad. Sin
    embargo, el día anterior el propio Dmitri Fiódorovich le había manifestado claramente
    que hasta le alegraba que Iván fuera su rival y que para él, para Dmitri, eso
    representaba incluso una estimable ayuda. Una ayuda ¿en qué sentido? ¿Tal vez
    porque así podría casarse con Grúshenka? Pero, en opinión de Aliosha, ésa sería una
    solución desesperada y extrema. Aparte de eso, hasta la misma víspera había creído,
    sin sombra de duda, que Katerina Ivánovna amaba apasionada y obstinadamente a su
    hermano Dmitri; pero solo lo había creído hasta la víspera.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:48

    ***



    Para colmo, tenía la vaga
    sensación de que ella no podía amar a alguien como Iván y amaba, en cambio, a su
    hermano Dmitri, pero lo amaba tal y como era, pese a lo aberrante de semejante
    amor. El día anterior, sin embargo, durante la escena con Grúshenka, Aliosha había
    cambiado repentinamente de parecer. La palabra «desgarro», pronunciada hacía un
    rato por la señora Jojlakova, casi lo había hecho estremecerse, porque precisamente
    aquella noche, en el duermevela del alba, él también había exclamado
    repentinamente, acaso en respuesta a algo visto en sueños: «¡Desgarro, desgarro!». Y
    es que se había pasado toda la noche soñando con la escena vivida en casa de
    Katerina Ivánovna. Ahora, de pronto, la declaración, rotunda y firme, de la señora
    Jojlakova, según la cual Katerina Ivánovna amaba a Iván y se engañaba a sí misma
    deliberadamente, solo en virtud de alguna clase de juego, de un «desgarro», y se
    torturaba con su fingido amor a Dmitri, debido a una especie de presunta gratitud,
    había impresionado a Aliosha: «¡Sí, es muy posible que toda la verdad resida, en
    efecto, en esas palabras!». Pero, en tal caso, ¿en qué situación quedaba su hermano
    Iván? Aliosha sentía, de manera instintiva, que una mujer con el carácter de Katerina
    Ivánovna necesitaba a toda costa ejercer su autoridad, pero ella podía dominar
    únicamente a alguien como Dmitri, jamás a un hombre como Iván. Pues solo Dmitri
    (aunque a largo plazo, admitámoslo) podría someterse a ella finalmente, «por su propia
    dicha» (cosa que Aliosha hasta habría deseado), pero Iván no, Iván sería incapaz de
    someterse, aparte de que semejante sumisión a él nunca le daría la felicidad. Tal era la
    idea que Aliosha, sin saber ni cómo, se había hecho de Iván. Y todas esas dudas y
    conjeturas le vinieron a la cabeza en el momento preciso en que entró en la sala. Y otra
    idea cruzó su pensamiento, una idea súbita e irreprimible: «¿Y si ella no quiere a
    ninguno, ni al uno ni al otro?». Conviene destacar que Aliosha se sentía como
    avergonzado de tales ideas y que en el último mes se las había reprochado cada vez
    que se le habían pasado por la cabeza.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:48

    ***

    «Como si yo supiera algo del amor o de las
    mujeres para poder llegar a semejantes conclusiones», se recriminaba después de
    cada una de sus reflexiones o suposiciones. Sin embargo, no podía dejar de pensar. Su
    instinto le decía, por ejemplo, que para el destino de sus dos hermanos aquella
    rivalidad había adquirido una gran trascendencia, y muchas otras cosas dependían de
    ella. «Un reptil devorará a otro reptil», había sentenciado la víspera su hermano Iván,
    irritado, refiriéndose a su padre y a su hermano Dmitri. Así pues, ¿Dmitri era a sus ojos
    un reptil, y tal vez ya lo era hacía tiempo? ¿No lo sería desde que su hermano Iván
    había conocido a Katerina Ivánovna? Aquellas palabras, naturalmente, se le habían
    escapado sin querer a Iván el día anterior, pero por eso mismo resultaban aún más
    importantes. En tal caso, ¿qué paz podía haber entre ellos? ¿No eran aquéllos, por el
    contrario, nuevos motivos para el odio y la enemistad en su familia? Y, lo que es más
    importante, él, Aliosha, ¿de quién tenía que compadecerse? Los quería a los dos, pero
    ¿qué debería desearle a cada uno en medio de tan tremendas contradicciones? Entre
    tanta confusión era fácil perderse, pero el corazón de Aliosha no podía soportar la
    incertidumbre, porque su amor siempre había tenido un carácter activo. No podía
    amar pasivamente: en cuanto sentía amor, inmediatamente se mostraba dispuesto a
    ayudar. Pero para eso tenía que fijarse una meta, tenía que saber con certeza qué era
    lo que le convenía a cada uno, cuáles eran sus necesidades; de ese modo, como es
    natural, una vez establecido con precisión el objetivo, podría ayudar a los dos. Pero
    allí, en lugar de un objetivo preciso, lo único que había era enredo y confusión. ¡Se
    había hablado de «desgarro»! ¿Cómo podía aclararse siquiera en medio de tanto
    desgarro? ¡No entendía ni media palabra de todo aquel embrollo!
    Al ver a Aliosha, Katerina Ivánovna, muy animada, le dijo enseguida a Iván
    Fiódorovich, que ya se había levantado, dispuesto a marcharse:
    —¡Un momento! ¡Quédese un poco más! Me gustaría oír la opinión de esta
    persona, en quien confío ciegamente. Katerina Ósipovna, quédese usted también —
    añadió, dirigiéndose a la señora Jojlakova; le ofreció asiento a Aliosha al lado suyo,
    mientras Jojlakova se sentaba enfrente, cerca de Iván Fiódorovich—. Ustedes, queridos
    míos, son los únicos amigos que tengo en el mundo —empezó a decir
    vehementemente, con una voz en la que temblaban sinceras lágrimas de pesar, y de
    pronto el corazón de Aliosha se volvió nuevamente hacia ella—. Usted, Alekséi
    Fiódorovich, fue ayer testigo de aquel… horror y vio en qué estado me encontraba.
    Usted no lo vio, Iván Fiódorovich; él sí lo vio. No sé lo que pensaría ayer de mí… lo
    único que sé es que si hoy, si ahora se repitiera la situación, yo expresaría los mismos
    sentimientos que expresé ayer: los mismos sentimientos, las mismas palabras, los
    mismos gestos. Recuerde mis gestos, Alekséi Fiódorovich, usted mismo me contuvo en
    cierto momento… —Al decir esto, se ruborizó y le brillaron los ojos—. Le anuncio,
    Alekséi Fiódorovich, que no estoy dispuesta a conformarme con nada. Escuche,
    Alekséi Fiódorovich, ni siquiera sé si ahora mismo lo amo a él. Me da pena, y ésa es
    mala señal para el amor. Si lo amara, si todavía lo amara, seguramente no me daría
    pena; al contrario, en estos momentos debería odiarlo…



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:49

    ***
    La voz se le quebró y unas lagrimitas le brillaron en las pestañas. Aliosha se
    estremeció por dentro: «Esta muchacha es justa y es sincera —pensó—, y… ¡y ya no
    quiere a Dmitri!».
    —¡Es verdad! ¡Es verdad! —exclamó la señora Jojlakova.
    —Espere, mi querida Katerina Ósipovna, no he dicho lo más importante, no he
    dicho qué decisión final he tomado esta pasada noche. Tengo la impresión de que mi
    decisión puede ser terrible para mí, pero presiento que ya no voy a cambiarla bajo
    ningún concepto, y que voy a mantenerla toda la vida. Mi querido, mi buen consejero,
    siempre fiel y generoso, que conoce profundamente mi corazón, el único amigo
    verdadero que tengo en este mundo, Iván Fiódorovich, me da su aprobación en todo y
    aplaude mi decisión… Él ya la conoce.
    —Sí, la aplaudo —asintió Iván Fiódorovich, en voz baja, aunque firme.
    —Pero me gustaría que también Aliosha… Oh, Alekséi Fiódorovich, perdone que le
    haya llamado simplemente Aliosha… Me gustaría que también Alekséi Fiódorovich me
    dijera ahora, en presencia de estos dos amigos míos, si tengo o no tengo razón. Mi
    instinto me dice que usted, Aliosha, mi hermano querido, porque es usted un hermano
    querido —volvió a decir con arrebato, cogiendo en su mano ardiente la mano helada
    de Aliosha—, mi instinto me dice que su decisión, que su aprobación, a pesar de todos
    mis tormentos, me traerá el sosiego, pues después de oír sus palabras me calmaré y
    me conformaré… ¡lo presiento!
    —No sé lo que me va a preguntar —dijo Aliosha, ruborizándose—; lo único que sé
    es que la quiero y le deseo en este momento más felicidad que a mí mismo… Pero yo
    no entiendo de estos asuntos… —se apresuró a añadir, por la razón que fuera.
    —En estos asuntos, Alekséi Fiódorovich, en estos asuntos lo principal ahora es el
    honor y el deber, y algo que no sé lo que es, pero que puede ser más elevado, incluso,
    que el propio deber. El corazón me habla de ese sentimiento irresistible que me
    arrastra irresistiblemente. En todo caso, solo necesito dos palabras, yo ya estoy
    la que nunca, nunca podré perdonar, ¡yo a él no pienso abandonarlo en ningún caso!
    En lo sucesivo, ¡ya nunca, nunca lo voy a abandonar! —proclamó con cierto desgarro,
    reflejo de un pálido y forzado entusiasmo—. No estoy diciendo que vaya a arrastrarme
    detrás de él, que tenga intención de estar continuamente a su lado, de martirizarlo…
    ¡oh, no!, me iré a otra ciudad, a donde quieran, pero toda la vida, toda la vida voy a
    velar por él sin descanso. Cuando sea infeliz con esa otra, y eso es algo que va a
    ocurrir sin falta, y muy pronto además, que acuda a mí, y encontrará a una amiga, a
    una hermana… Nada más que a una hermana, desde luego, y así será para siempre,
    pero podrá convencerse, finalmente, de que esa hermana es una verdadera hermana,
    que lo ama y ha consagrado a él su vida entera. ¡Tengo que conseguir, y pondré en
    ello todo mi empeño, que llegue por fin a conocerme y me lo confiese todo sin
    avergonzarse! —exclamó, en un tono exaltado—. Seré su dios, un dios al que podrá
    rezar; eso es lo menos que me debe en pago por su traición y por todo lo que ayer me
    hizo pasar. Y que vea durante toda su vida que yo siempre voy a serle fiel, a él y a la
    palabra que una vez le di, a pesar de que él me haya sido infiel y me haya engañado.
    Yo voy a ser… Me convertiré solo en un medio para su felicidad o, cómo decirlo, en un
    mero instrumento, una máquina para su felicidad, y así toda la vida, toda la vida, ¡y que
    él lo tenga presente hasta el fin






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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:50

    ***

    Yo voy a ser… Me convertiré solo en un medio para su felicidad o, cómo decirlo, en un
    mero instrumento, una máquina para su felicidad, y así toda la vida, toda la vida, ¡y que
    él lo tenga presente hasta el fin de sus días! ¡Eso es lo que he decidido! Iván
    Fiódorovich me apoya sin reservas.
    Se sofocaba. Probablemente habría querido expresar sus ideas de un modo
    bastante más digno, más certero y natural, pero lo había hecho con excesiva
    precipitación y crudeza. En gran medida, aquello obedecía a su arrebato juvenil, pero
    en parte era un simple reflejo de la irritación de la víspera, de su necesidad de
    mostrarse orgullosa; ella misma era consciente. Su rostro, de pronto, se ensombreció,
    la expresión de sus ojos se volvió maligna. Aliosha lo advirtió enseguida y su corazón
    se llenó de compasión. En ese preciso momento intervino su hermano Iván.
    —Yo me he limitado a expresar mi parecer —dijo—. En cualquier otra mujer, todo
    esto habría resultado forzado, poco natural, pero no en usted. Otra no habría tenido
    razón, usted sí la tiene. No sé cómo explicarlo, pero veo que es usted completamente
    sincera, de ahí que tenga usted razón…
    —Pero eso solo es ahora… ¿Y a qué obedece? Únicamente a la ofensa de ayer, ¡a
    eso obedece lo de ahora! —soltó de buenas a primeras, sin poder contenerse, la
    señora Jojlakova; se notaba que no tenía intención de intervenir, pero no había sido
    capaz de reprimirse y había manifestado repentinamente aquella idea, tan justa.
    —Cierto, cierto —la cortó Iván, un tanto alterado y visiblemente irritado por la
    interrupción—, así es; pero, en otra, este momento de ahora no pasaría de ser la huella
    de lo ocurrido ayer, y solo sería un momento; en cambio, dado el carácter de Katerina
    Ivánovna, este momento durará toda su vida. Lo que para otras sería una mera
    promesa, para ella constituye un deber, un deber eterno, duro, tal vez sombrío, pero
    200
    inalterable. ¡Y el sentimiento del deber cumplido le servirá de sustento! Su vida,
    Katerina Ivánovna, transcurrirá a partir de ahora en la dolorosa contemplación de sus
    propios sentimientos, de su propio sacrificio y de su propia amargura, pero más
    adelante ese sufrimiento se mitigará, y su vida se transformará en la dulce
    contemplación del cumplimiento definitivo de un propósito tenaz y orgulloso,
    orgulloso como pocos en su género, desesperado en todo caso, pero alcanzado por
    usted; y esa conciencia le proporcionará al fin la más completa satisfacción y la
    reconciliará con todo lo demás…
    Dijo todo eso en un tono decidido y con algún rencor que parecía deliberado; tal
    vez no desease siquiera disimular sus intenciones, es decir, puede que hablara,
    deliberadamente, en son de burla.
    —¡Dios mío, cuánta falsedad! —exclamó otra vez la señora Jojlakova.
    —¡Alekséi Fiódorovich, hable usted! ¡Necesito oír sin dilación lo que tenga que
    decirme! —exclamó Katerina Ivánovna, y de repente se deshizo en llanto.
    Aliosha se levantó del diván.
    —¡No es nada, no es nada! —siguió diciendo, entre lágrimas, Katerina Ivánovna—.
    Estoy un tanto alterada, es por lo de anoche, pero al lado de dos buenos amigos como
    usted y su hermano aún me siento con fuerzas… porque sé… que ustedes dos nunca
    me van a abandonar…
    —Por desgracia, quizá mañana mismo deba partir para Moscú y renunciar a su
    compañía por una larga temporada…




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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:52

    ***

    Por desgracia, quizá mañana mismo deba partir para Moscú y renunciar a su
    compañía por una larga temporada… Y eso, por desgracia, no tiene remedio… —
    anunció inopinadamente Iván Fiódorovich.
    —¡Mañana! ¡A Moscú! —A Katerina Ivánovna la cara se le crispó de repente—.
    Pero… pero, Dios mío, ¡qué suerte! —exclamó, alterando súbitamente el tono de voz y
    dejando de llorar, de modo que muy pronto no quedó ni rastro de sus lágrimas. En un
    instante se produjo en Katerina Ivánovna una transformación asombrosa que dejó a
    Aliosha perplejo: en lugar de la pobre muchacha ofendida que había estado llorando
    hasta entonces, reflejando el desgarro de su alma, apareció de improviso una mujer
    que hacía gala de un perfecto dominio de sí misma y se mostraba incluso visiblemente
    satisfecha, como si, de pronto, se hubiese llevado una enorme alegría—. Oh, no es
    que sea una suerte tener que alejarme de usted, desde luego que no —dijo, como
    queriendo retractarse, con una agradable sonrisa mundana—, un amigo como usted
    no debería pensar tal cosa; al contrario, me siento muy desdichada viéndome privada
    de su compañía. —De pronto, se acercó a toda prisa a Iván Fiódorovich y, cogiéndole
    ambas manos, se las estrechó con fervor—. Lo que sí es una suerte es que usted,
    personalmente, tenga la ocasión de explicar en Moscú, a mi tía y a Agasha, cuál es mi
    situación, todo el horror que estoy viviendo; de explicárselo a Agafia con toda
    franqueza y con delicadeza a mi querida tía, como mejor sepa usted. Ni se imagina
    usted lo desdichada que me sentía ayer y esta misma mañana, sin saber muy bien
    201
    cómo escribir esa horrible carta… porque no hay forma de dar cuenta de lo ocurrido
    por carta… Ahora ya me será más fácil escribirla, porque usted va a estar presente y
    podrá explicárselo todo de viva voz. ¡Oh, qué contenta estoy! Pero solo estoy contenta
    por eso, créame. Para mí, usted es insustituible, por supuesto… Ahora mismo iré
    corriendo a escribir esa carta —concluyó bruscamente, e incluso dio un paso, decidida
    a salir de la habitación.
    —¿Y Aliosha? ¿Qué pasa con la opinión de Alekséi Fiódorovich, que tantas ganas
    tenía usted de escuchar? —exclamó la señora Jojlakova. Una nota airada y mordaz
    resonaba en sus palabras.
    —No me he olvidado. —Katerina Ivánovna se detuvo de repente—. Y ¿por qué se
    muestra tan hostil ahora conmigo, Katerina Ósipovna? —preguntó en un tono de vivo
    y amargo reproche—. Me reafirmo en lo dicho. Necesito conocer su opinión, es más:
    ¡necesito conocer su decisión! Lo que él diga se hará… Ya ve hasta qué punto anhelo
    conocer sus palabras, Alekséi Fiódorovich… Pero ¿qué le ocurre?
    —Nunca lo habría pensado, ¡para mí, es algo inconcebible! —exclamó de pronto
    Aliosha, con amargura.
    —¿Qué, qué?
    —Él se va a Moscú, y usted dice que se alegra; ¡lo ha dicho con toda intención!
    Pero justo después empieza a aclarar que no está contenta por eso; al contrario, dice
    que lo siente… que pierde a un amigo… Pero eso también ha sido a propósito…
    ¡como si estuviera actuando en un teatro!




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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:53

    ***

    ¿En un teatro? ¿Cómo?… ¿A qué se refiere? —replicó Katerina Ivánovna,
    profundamente desconcertada, poniéndose toda colorada y frunciendo el ceño.
    —Por más que intente hacerle creer que va a echar de menos al amigo, insiste
    usted en que es una suerte que se marche, y se lo dice a la cara… —dijo Aliosha, cada
    vez más sofocado. Seguía de pie junto a la mesa, y no se decidía a sentarse.
    —No entiendo adónde quiere ir a parar…
    —Ni yo mismo lo sé… Ha sido como una iluminación repentina… Sé que no
    debería, pero voy a decirlo de todos modos —continuó Aliosha, con la misma voz
    temblorosa y entrecortada—. Lo que me ha venido a la cabeza es que a lo mejor usted
    no ama en absoluto a mi hermano Dmitri… y ha sido así desde el primer día… Y que a
    lo mejor Dmitri tampoco la ama a usted… desde el primer día… que únicamente la
    respeta… Yo, la verdad, no sé cómo me atrevo a decir todo esto ahora, pero alguien
    tiene que decir la verdad… porque aquí nadie quiere decir la verdad…
    —¿Qué verdad? —preguntó Katerina Ivánovna, y una nota de histerismo resonó en
    su voz.
    —Pues ésta —balbuceó Aliosha, que parecía haberse caído de un tejado—: haga
    venir ahora mismo a Dmitri… ya lo buscaría yo; que venga aquí y que la coja a usted
    de la mano, que coja luego de la mano a mi hermano Iván y que una las manos de los
    202
    dos. Y es que, si usted tortura a Iván, es solamente porque lo ama… y, para torturarlo,
    se empeña en amar a Dmitri… ese amor no es verdadero… Se ha convencido a sí
    misma de que lo quiere… —Aliosha se interrumpió bruscamente y se quedó callado.
    —Usted… usted… es usted un pequeño yuródivy, ¡eso es lo que es! —intervino de
    pronto Katerina Ivánovna, con el rostro ya pálido y los labios contraídos por la rabia.
    Iván Fiódorovich se echó a reír y se puso de pie. Tenía el sombrero en la mano.
    —Te equivocas, mi buen Aliosha —dijo, con una expresión en la cara que Aliosha
    jamás le había visto: reflejaba sinceridad juvenil y un sentimiento intenso, de una
    franqueza irresistible—. ¡Katerina Ivánovna nunca me ha amado! Ella ha sabido en todo
    momento que yo la amaba, aunque nunca le he dicho una palabra de mi amor; lo
    sabía, pero no me correspondía. Tampoco he sido amigo suyo ni una sola vez, ni un
    solo día: es una mujer orgullosa y no tenía necesidad de mi amistad. Me mantenía a su
    lado para ejercer una venganza ininterrumpida. En mí vengaba todas las ofensas que
    Dmitri le ha ido infligiendo, de manera incesante, día a día, en todo este tiempo,
    desde su primer encuentro… Porque ya el primer encuentro que tuvieron se le quedó
    grabado en el corazón como una humillación. ¡Así tiene ella el corazón! En todo este
    tiempo no he hecho otra cosa que oírle hablar de su amor por él. Ahora me marcho,
    pero debe saber, Katerina Ivánovna, que a quien usted quiere realmente es a él. Y,
    cuanto más la humilla, más y más lo quiere usted. De ahí su desgarro. Usted lo quiere
    tal cual es: lo quiere en la medida en que la humilla. Si él se enmendara, usted lo
    abandonaría de inmediato y dejaría de quererlo. Pero usted lo necesita para recrearse
    en su abnegada fidelidad y para reprocharle a él su infidelidad. Y todo por orgullo. Oh,
    hay en esto mucho de abatimiento y de humillación, pero todo obedece a su orgullo…



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:54

    ***
    Yo soy demasiado joven y la he amado con demasiada intensidad. Sé que no debería
    decirle esto, que sería más digno por mi parte apartarme sencillamente de usted; no le
    resultaría tan insultante. Pero lo cierto es que me marcho lejos y no voy a regresar
    nunca más. Es algo definitivo… No quiero sufrir este desgarro… La verdad es que no
    sé qué decir, ya está todo dicho… Adiós, Katerina Ivánovna, no tiene usted por qué
    enfadarse conmigo, porque yo he sufrido un castigo cien veces mayor que el suyo: ya
    es suficiente castigo no volver a verla nunca más. Adiós. No necesito su mano. Me ha
    torturado usted tan a conciencia que en este momento no puedo perdonarla. Más
    adelante la perdonaré, pero ahora su mano está de más. Den Dank, Dame, begehr ich
    nicht —añadió con una sonrisa forzada, demostrando, de paso, de forma
    sorprendente, que también él era capaz de leer a Schiller y hasta de aprendérselo de
    memoria, cosa que nunca habría creído Aliosha.
    Salió de la estancia sin despedirse siquiera de la anfitriona, la señora Jojlakova.
    Aliosha juntó las manos, asombrado.
    —¡Iván! —gritó desconcertado, mientras su hermano se alejaba—. ¡Vuelve, Iván!
    ¡No, no, ahora no va a volver por nada del mundo! —exclamó otra vez, en un rapto de
    amarga lucidez—. Pero ¡la culpa es mía, mía! ¡Yo he empezado! Iván ha hablado con
    rencor, de forma improcedente. Ha sido injusto y rencoroso… —exclamaba Aliosha,
    medio enloquecido.
    Katerina Ivánovna se marchó de pronto a otra habitación.
    —Usted no ha hecho nada malo, ha obrado divinamente, como un ángel —le dijo
    al afligido Aliosha la señora Jojlakova, hablando en un rápido y entusiástico susurro—.
    Haré cuanto esté en mi mano para que Iván Fiódorovich no se vaya…
    Su cara resplandecía de gozo, con gran pesar de Aliosha; pero de pronto regresó
    Katerina Ivánovna. Traía en la mano dos irisados billetes de cien rublos.


    202


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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:17

    ***

    —Tengo que pedirle un inmenso favor, Alekséi Fiódorovich —empezó a decir,
    dirigiéndose a Aliosha con una voz aparentemente tranquila y firme, como si no
    hubiera pasado nada—. Hace una semana… sí, creo que fue hace cosa de una
    semana, Dmitri Fiódorovich cometió un acto tan impulsivo como injusto, realmente
    abominable. Hay aquí una taberna de muy mala fama. En ella encontró a ese oficial
    retirado, un capitán asistente a quien su padre solía utilizar en algunos de sus asuntos.
    Furioso, por la razón que fuera, con ese capitán, Dmitri Fiódorovich lo agarró de la
    barba y, delante de todo el mundo, lo sacó de ese modo tan humillante a la calle, y
    una vez en la calle todavía siguió tirando de él un buen rato; dicen que el hijo de ese
    capitán, que no es más que un niño que aún va a la escuela, al ver lo que pasaba,
    acudió corriendo al lado de su padre, llorando a gritos y suplicando por él, al tiempo
    que pedía a la gente que lo defendiera, pero todo el mundo se reía. Disculpe, Alekséi
    Fiódorovich, no puedo recordar sin indignarme ese acto vergonzoso, tan propio de
    él… uno de esos actos que solo Dmitri Fiódorovich es capaz de cometer, movido por
    su ira… ¡o por sus pasiones! Ni siquiera soy capaz de contarlo, me faltan las fuerzas…
    Pierdo el hilo. Me he interesado por la persona que sufrió esa humillación y he
    averiguado que es un hombre muy pobre. Se apellida Sneguiriov. Cometió alguna falta
    en el servicio, por lo que fue apartado de él, no sabría darle más detalles; ahora, con
    su familia, una desdichada familia formada por unas criaturas enfermas y una mujer
    que, por lo visto, está trastornada, se ha hundido en la miseria más atroz. Lleva ya
    mucho tiempo en esta ciudad, trabajando en alguna cosa, creo que estaba de
    escribiente por ahí, pero de buenas a primeras han dejado de pagarle. Yo había
    puesto los ojos en usted… es decir, había pensado… no sé ni lo que digo, me estoy
    haciendo un lío… verá, yo quería pedirle un favor, Alekséi Fiódorovich, mi buen
    Alekséi Fiódorovich: quería que se pasara usted por su casa, que buscara un pretexto
    para visitarlo, para visitar a ese capitán asistente, me refiero… ¡ay, Dios!, cómo me
    estoy liando… y con delicadeza, con mucho tacto, como solo usted sabe hacerlo —
    Aliosha se puso repentinamente colorado—, le entregara esta ayuda, vea, estos
    doscientos rublos. Probablemente los aceptará… es decir, usted podrá convencerlo de
    que los acepte… O no, ¿cómo explicarlo? Verá, no se trata de pagarle para obtener su
    204
    conformidad, para que se abstenga de presentar una denuncia, porque, según parece,
    quería denunciar lo ocurrido… Sencillamente, es una muestra de simpatía, del deseo
    de ayudar, en mi nombre, en nombre de la novia de Dmitri Fiódorovich, no en nombre
    de él… En una palabra, usted ya verá cómo… Iría yo en persona, pero usted sabrá
    hacerlo mucho mejor que yo. Vive en la calle del Lago, en casa de Kalmykova, una
    menestrala… Por el amor de Dios, Alekséi Fiódorovich, haga eso por mí; y ahora…
    ahora estoy un poco… cansada. Hasta la vista.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:17

    ***


    Se volvió de repente y desapareció detrás de la antepuerta, tan deprisa que a
    Aliosha no le dio tiempo a decir ni palabra, pese a que habría querido hablar. Deseaba
    pedir perdón, admitir su culpa… en fin, decir cualquier cosa, porque el corazón se le
    desbordaba, y no quería, de ninguna manera, salir de la habitación sin haberse
    desahogado antes. Pero la señora Jojlakova lo tomó de la mano y ella misma lo sacó
    de allí. En el vestíbulo volvió a detenerlo, como había hecho hacía un rato.
    —Es una mujer orgullosa, que lucha consigo misma, pero ¡es buena, encantadora,
    generosa! —exclamó en un susurro la señora Jojlakova—. ¡Oh, cuánto la quiero,
    especialmente en ciertas ocasiones! Y ¡qué contenta me siento con todo otra vez! Hay
    una cosa que usted no sabe, mi buen Alekséi Fiódorovich, y es que todos nosotros,
    todos, sus dos tías, yo misma, en fin, todos, hasta Lise, hace ya un mes que solo
    deseamos y rogamos una cosa: que ella rompa con su hermano predilecto, que rompa
    con Dmitri Fiódorovich, quien no quiere saber nada de ella y no la ama ni un tanto así,
    y se case con Iván Fiódorovich, que es un joven magnífico, instruido, que la quiere más
    que a nada en el mundo. Hemos tramado una verdadera conspiración con ese objetivo
    y, si no me voy de aquí, será justamente por ese motivo…
    —Pero ella ha llorado, ¡nuevamente se ha sentido humillada! —exclamó Aliosha.
    —No crea en las lágrimas de una mujer, Alekséi Fiódorovich; en estos casos, yo
    siempre estoy en contra de las mujeres y a favor de los hombres.
    —Mamá, está estropeándolo, echándolo a perder —se oyó, al otro lado de la
    puerta, la fina vocecita de Lise.
    —No, yo soy el responsable de todo, ¡soy espantosamente culpable! —repetía
    Aliosha, desolado, en un arranque de dolorosa vergüenza por su salida de tono,
    cubriéndose incluso el rostro con las manos.
    —Al contrario, ha actuado usted como un ángel, y estoy dispuesta a repetirlo un
    millón de veces.
    —Mamá, ¿por qué dice que ha actuado como un ángel? —volvió a oírse la vocecita
    de Lise.
    —Así, de repente, viendo todo aquello, he supuesto por alguna razón —continuó
    Aliosha, como si no hubiera oído a Liza— que ella ama a Iván; por eso he dicho esa
    estupidez… ¿Qué va a pasar ahora?





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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:18

    ***
    —Pero ¿con quién, con quién? —exclamó Lise—. Mamá, está visto que usted
    quiere acabar conmigo. Yo no hago más que preguntar, y usted no me responde.
    En ese instante entró corriendo la doncella.
    —Algo malo le pasa a Katerina Ivánovna… Está llorando… Parece un ataque de
    histeria, no para de temblar…
    —¿Qué pasa? —gritó Lise, con voz preocupada—. Mamá, ¡a mí sí que me va a dar
    un ataque, más que a ella!
    —Lise, por el amor de Dios, no grites, no me hagas la vida imposible. A tu edad, no
    tienes por qué saber todo lo que saben los mayores; enseguida vuelvo, y te cuento
    todo lo que te pueda contar. ¡Ay, Dios mío! Ya voy, ya voy… Un ataque de histeria es
    una buena señal, Alekséi Fiódorovich, está muy bien que sufra un ataque. Es justo lo
    que hace falta. En estos casos, yo siempre estoy en contra de las mujeres, en contra de
    todos esos histerismos y lágrimas de mujer. Yulia, corre y dile que voy volando. Y, si
    Iván Fiódorovich se ha ido así, la culpa es de ella. Pero no se va a marchar. ¡Lise, no
    chilles, por el amor de Dios! Ah, vale, que tú no chillas, que soy yo; perdona a tu
    madre, pero es que estoy encantada, ¡estoy encantada, encantada! Se habrá fijado
    usted, Alekséi Fiódorovich, en lo joven que parecía Iván Fiódorovich hace un
    momento, al salir. ¡Ha dicho lo que tenía que decir y se ha marchado! Y yo que creía
    que era todo un sabio, un académico, y de repente se pone a hablar con ese
    entusiasmo, con la franqueza de un joven, con la inexperiencia de un joven, y todo tan
    bien dicho, tan bien dicho, igual que usted… Y hasta ha soltado ese verso en alemán;
    en fin, ¡igual que usted! Bueno, voy corriendo, voy corriendo. Alekséi Fiódorovich, vaya
    enseguida a hacer ese encargo y vuelva cuanto antes. Lise, ¿no necesitas nada? Por
    Dios, no entretengas ni un minuto a Alekséi Fiódorovich, enseguida está de vuelta…
    La señora Jojlakova, por fin, se fue corriendo. Aliosha, antes de marcharse, quiso
    abrir la puerta que daba al cuarto de Lise.
    —¡Ni se le ocurra! —gritó Lise—. ¡Ahora ya ni se le ocurra! Hable a través de la
    puerta. ¿Por qué dicen que es usted un ángel? Eso es lo único que me gustaría saber.
    —¡Por una auténtica tontería, Lise! Adiós.
    —¡No se atreverá a marcharse así! —exclamó Lise.
    —Lise, ¡tengo una pena enorme! Vuelvo enseguida, pero tengo una pena enorme,
    ¡enorme!
    Y salió a toda prisa de la sala.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:19

    ***

    VI. Desgarro entre cuatro paredes
    Sentía, en verdad, una pena muy honda, como pocas veces había sentido antes. Se
    había lanzado a hablar y había «hecho el ridículo», ¡y para colmo en cuestiones
    amorosas! «¿Qué sabré yo de eso? ¿Cómo voy a entender de esos asuntos? —se
    repitió por centésima vez, ruborizándose—. Bah, la vergüenza es lo de menos, la
    vergüenza no es más que el castigo que me tengo merecido; lo malo es que ahora voy
    a ser, sin duda alguna, el origen de nuevas desgracias… El stárets me ha enviado a
    reconciliar y unir. ¿Así es como se une a los que están enfrentados?» Volvió a recordar
    cómo había «unido sus manos», y creyó que se moría de vergüenza. «Aunque haya
    actuado con toda sinceridad, en lo sucesivo tendré que obrar con más cautela»,
    concluyó, y ni siquiera esa conclusión le arrancó una sonrisa.
    El encargo de Katerina Ivánovna lo obligaba a ir a la calle del Lago, y precisamente
    su hermano Dmitri vivía cerca de allí, en una calleja próxima. Aliosha decidió pasarse
    por su casa antes de visitar al capitán asistente, aunque tenía el presentimiento de que
    no iba a dar con su hermano. Sospechaba que, dadas las circunstancias, éste
    procuraría no acercarse a él, pero tenía que encontrarlo como fuera. Porque el tiempo
    pasaba: desde que había salido del monasterio, no había dejado de pensar ni un
    minuto, ni un segundo, en el stárets agonizante.
    En el encargo de Katerina Ivánovna había advertido un detalle que había
    despertado en él un enorme interés: cuando le contó lo de aquel chiquillo, un escolar
    aún, hijo del capitán, que corría, llorando a voz en grito, al lado de su padre, Aliosha
    enseguida pensó que muy bien podía tratarse del mismo niño que le había mordido el
    dedo cuando había ido a preguntarle si lo había ofendido. Ahora tenía pocas dudas al
    respecto, aunque aún no sabía por qué. De ese modo, ocupado en reflexiones
    accesorias, logró distraerse, así que decidió «no darle más vueltas» a la «desgracia»
    que acababa de causar, no torturarse con sus remordimientos, sino ocuparse de lo que
    tenía entre manos, y que pasara lo que tuviera que pasar. Con esta idea, acabó de
    recobrar el ánimo. En ese momento, al adentrarse en la calleja donde vivía su hermano
    Dmitri, reparó en el hambre que tenía y, sacándose del bolsillo el panecillo que había
    cogido en casa de su padre, se lo comió sobre la marcha. Eso le dio nuevas fuerzas.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:20

    ***

    Dmitri no estaba en casa. Los dueños de la casita —un viejo carpintero, su anciana
    mujer y su hijo— miraron a Aliosha con desconfianza. «Lleva ya tres noches sin venir a
    dormir, a lo mejor nos ha dejado», contestó el viejo a las insistentes preguntas de
    Aliosha. Éste se dio cuenta de que el viejo respondía siguiendo instrucciones. Al
    preguntarles si no estaría en casa de Grúshenka, o escondido, como en otras
    207
    ocasiones, donde Fomá (Aliosha no dudó en recurrir a tales indiscreciones), los de la
    casa lo miraron recelosos. «Seguro que lo aprecian, y por eso le echan una mano —
    pensó Aliosha—; eso está bien.»
    Por fin, en la calle del Lago, encontró la casa de Kalmykova, la menestrala, una
    casita ruinosa, ladeada, con solo tres ventanas a la calle, con un patio sucio, en medio
    del cual había una vaca solitaria. Por el patio se entraba en un zaguán; a la izquierda
    habitaba la vieja dueña con su hija, también vieja; las dos, al parecer, estaban sordas.
    Aliosha tuvo que preguntar varias veces por el capitán asistente, hasta que una de
    aquellas mujeres, comprendiendo finalmente que se refería a los inquilinos, le señaló
    con el dedo una puerta que estaba al otro lado del zaguán, que daba a una estancia.
    La vivienda del capitán constaba, en efecto, de una sola pieza. Aliosha ya había puesto
    la mano en el picaporte de hierro, dispuesto a abrir la puerta, cuando, de pronto, se
    quedó sorprendido por el insólito silencio que reinaba en el interior. Sabía, sin
    embargo, por las palabras de Katerina Ivánovna, que el capitán retirado tenía familia:
    «O están todos durmiendo o igual es que me han oído llegar y están esperando a que
    abra; será mejor que llame primero». Llamó. Se oyó una respuesta, aunque no fue
    inmediata, sino que transcurrieron, al menos, unos diez segundos.
    —¿Quién es? —gritó alguien con voz potente y muy irritada.
    En ese momento Aliosha abrió la puerta y atravesó el umbral. Se encontró en una
    estancia bastante espaciosa, pero extraordinariamente abarrotada, tanto de gente
    como de toda clase de bártulos. A la izquierda había una gran estufa rusa. Desde la
    estufa hasta la ventana de la izquierda, atravesando toda la habitación, habían tendido
    una soga de la que colgaban trapos y más trapos. Tanto a mano izquierda como a
    mano derecha había sendas camas arrimadas a la pared, cubiertas con colchas de
    punto. En una de ellas, la de la izquierda, se amontonaban cuatro almohadas de
    percal, cada una más chica que la anterior. En la otra cama, la de la derecha, solo se
    veía una almohada muy pequeñita. Algo más allá, en el rincón de los iconos, habían
    delimitado un pequeño espacio por medio de una cortina o una sábana, que también
    colgaba de una soga tendida transversalmente en ese rincón. Detrás de aquella cortina
    se adivinaba otra cama, que habían montado juntando un banco y una silla.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:21

    ***
    Del propio
    rincón de los iconos habían retirado una sencilla mesa cuadrada de madera, de
    aspecto rústico, para acercarla al ventanuco central. Las tres ventanas, cada una con
    cuatro cristales pequeños, verdosos, enmohecidos, apenas dejaban pasar la luz y
    estaban herméticamente cerradas, de modo que el espacio resultaba sofocante y
    sombrío. Sobre la mesa había una sartén con restos de huevos fritos, un trozo de pan
    mordisqueado y una botella de medio shtof en cuyo fondo apenas quedaban un
    residuo de los frutos de la tierra. Junto a la cama de la izquierda, sentada en una silla,
    había una mujer, que parecía una dama, con un vestido de percal. Tenía la cara muy
    delgada y amarillenta; sus mejillas, exageradamente hundidas, delataban de inmediato
    208
    su mala salud. Pero lo que más impresionó a Aliosha fue la mirada de la pobre señora,
    una mirada extraordinariamente inquisitiva y, al mismo tiempo, terriblemente altiva. Y
    hasta que ella no se sumó a la conversación, mientras Aliosha estuvo hablando con el
    señor de la casa, la señora, siempre con idéntica expresión altiva e inquisitiva, no cesó
    de dirigir sus grandes ojos castaños tan pronto a un interlocutor como al otro. Cerca
    de ella, junto a la ventana de la izquierda, había una muchacha de cara muy poco
    agraciada, con una rala cabellera pelirroja, pobre pero decorosamente vestida. Esta
    joven miró con desagrado al visitante. A la derecha, también junto a la cama, había
    otra criatura femenina. Daba verdadera lástima: era igualmente una muchacha joven,
    de unos veinte años, pero jorobada y tullida, con las piernas secas, según le explicaron
    más tarde a Aliosha. A su lado estaban las muletas, en un rincón entre la cama y la
    pared. Los ojos de la pobre chica, llamativamente bellos y bondadosos, miraron a
    Aliosha con una especie de serena humildad. A la mesa, dando buena cuenta de los
    huevos fritos, estaba sentado un señor de unos cuarenta y cinco años, más bien bajo,
    enjuto, de constitución débil, pelirrojo, de barba poco poblada y bermeja, muy
    parecida a un estropajo deshilachado (esta comparación y, en particular, la palabra
    «estropajo», se le ocurrieron a Aliosha nada más verlo, como recordaría más tarde).
    Tenía que haber sido él quien había contestado a la llamada de Aliosha, pues era el
    único hombre en la habitación. En todo caso, al entrar Aliosha, se levantó
    precipitadamente del banco en que estaba sentado y, limpiándose a toda prisa con
    una servilleta agujereada, salió corriendo a recibirlo.
    —Un monje que pide para el monasterio, ¡a buen sitio ha venido a llamar! —dijo
    entretanto en voz alta la muchacha que estaba en el rincón de la izquierda.
    Pero el señor, mientras iba rápidamente al encuentro de Aliosha, se giró un instante
    sobre sus talones y, volviéndose hacia ella, le respondió con voz inquieta y un tanto
    entrecortada:
    —No, Varvara Nikoláievna, no es eso, ¡no ha acertado! Permítame que le pregunte,
    por mi parte, señor —se volvió nuevamente hacia Aliosha—, ¿qué le ha movido a
    visitar esta… covacha, señor?









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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:22

    ***
    Aliosha lo observaba con mucha atención, era la primera vez que veía a aquel
    individuo. Había en él algo desmañado, apremiante e irascible. Aunque era evidente
    que había bebido, no estaba borracho. En su rostro se reflejaba una actitud de
    extrema insolencia y, al mismo tiempo —por raro que fuese—, de manifiesta cobardía.
    Recordaba a esas personas que han vivido mucho tiempo sometidas, sufriendo con
    resignación, y que un buen día se rebelan y pretenden afirmar su personalidad. O,
    mejor aún, a alguien que arde en deseos de golpear a otros, pero tiene un miedo atroz
    a ser golpeado. En sus palabras y en la entonación de su voz, bastante penetrante, se
    traslucía un humor ciertamente estrafalario, tan pronto malicioso como tímido; era
    incapaz de mantener un tono uniforme, y hablaba de forma entrecortada. La pregunta
    209
    relativa a la «covacha» la había hecho casi como temblando, abriendo mucho los ojos y
    acercándose a Aliosha con tanta premura que éste, maquinalmente, dio un paso atrás.
    Llevaba puesto un abrigo oscuro, de muy mala calidad, probablemente de nanquín,
    lleno de remiendos y lamparones. Sus pantalones eran excesivamente claros, como ya
    no se llevan hace tiempo, a cuadros, de una tela muy fina; estaban arrugados en los
    bajos, con lo que se le subían hacia arriba: parecía un niño al que la ropa se le hubiera
    quedado pequeña después de dar el estirón.
    —Soy… Alekséi Karamázov… —empezó a decir Aliosha, en respuesta.
    —Me hago cargo, señor —le cortó de inmediato aquel hombre, dándole a
    entender que ya sabía quién era—. Yo, por mi parte, soy el capitán asistente
    Sneguiriov; pero me gustaría saber, señor, qué es exactamente lo que le trae…
    —Solo es un momento. En resumidas cuentas, quería decirle unas palabras en mi
    propio nombre… Si usted me lo permite…
    —En ese caso, señor, aquí tiene esta silla, sírvase tomar asiento, señor. Es lo que
    decían en las comedias antiguas: «Sírvase tomar asiento»… —Y el capitán, con un
    movimiento rápido, cogió una silla libre, una simple silla rústica, toda de madera, sin
    tapizar, y la colocó prácticamente en el centro de la estancia; a continuación, cogiendo
    otra silla idéntica, se sentó enfrente de Aliosha, tan cerca de éste que sus rodillas casi
    se rozaban—. Soy Nikolái Ilich Sneguiriov, señor, capitán asistente de infantería,
    retirado; aunque cubierto de oprobio por mis vicios, señor, sigo siendo capitán
    asistente. No obstante, más bien debería llamarme «capitán asistente Slovoiérsov», en
    vez de Sneguiriov, pues al llegar a la mitad de mi vida he empezado a hablar
    añadiendo una «ese» de respeto a mis palabras. Es de esas cosas que uno aprende
    viviendo en la humillación.
    —Así es —asintió Aliosha con una sonrisa—, pero ¿se aprende sin querer o a
    propósito?
    —Sin querer, bien lo sabe Dios. Nunca había hablado así, en mi vida había
    empleado esa clase de «eses»; de pronto caí, y ya me levanté con las «eses». Eso
    obedece a una fuerza superior. Veo que se interesa usted por los temas de actualidad.
    Pero sigo sin comprender qué puede haber despertado su curiosidad, pues vivo en
    unas condiciones que hacen imposible la hospitalidad.
    —Yo he venido… por el asunto aquel…
    —¿Por el asunto aquel? —le interrumpió, impaciente, el capitán asistente.
    —En relación con ese encuentro suyo con mi hermano Dmitri Fiódorovich —aclaró
    secamente Aliosha, sintiéndose cohibido.
    —¿De qué encuentro me habla, señor? ¿Del encuentro aquel, señor? ¿Se refiere,
    entonces, a lo del estropajo, al estropajo de baño? —dijo el capitán, echándose hacia
    delante, tanto que en esta ocasión sus rodillas chocaron de hecho con las de Aliosha.
    Apretó con fuerza los labios, que quedaron reducidos a un fino hilo.





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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:23

    ***
    —¿Cómo? ¿Qué estropajo? —balbuceó Aliosha.
    —¡Es por mí, papá! ¡Ha venido a quejarse! —gritó, desde detrás de la cortina del
    rincón, una vocecita conocida de Aliosha, la voz del chiquillo de antes—. ¡Hace un rato
    le mordí un dedo!
    Corrieron la cortina, y Aliosha vio a su rival en el rincón, bajo los iconos, en un
    camastro montado sobre un banco y una silla. El chico yacía arropado con su abriguito
    y con una vieja colcha guateada. Se notaba que estaba malo y, a juzgar por sus ojos
    brillantes, debía de tener fiebre. Miraba a Aliosha con cierta arrogancia, no como
    antes: «Aquí en casa —parecía decir—, no me vas a pillar».
    —¿Qué es eso de que le ha mordido un dedo? —El capitán dio un respingo en la
    silla—. ¿Que le ha mordido a usted un dedo, señor?
    —Sí, a mí. Hace un rato, en la calle, estaba peleándose con otros niños, estaban
    tirándose piedras; eran seis contra él. Yo me he acercado y él me ha tirado una piedra,
    y después otra a la cabeza. Le he preguntado qué le había hecho yo. De repente, se
    me ha echado encima y me ha dado un buen mordisco en el dedo, no sé por qué.
    —¡Ahora mismo le doy unos buenos azotes! ¡En este mismo instante, señor! —El
    capitán se levantó de un salto.
    —Pero si yo no me quejo, solo se lo he contado. No quiero, de ningún modo, que
    le dé usted unos azotes. Además, parece que está enfermo…
    —¿Se había creído usted que iba a darle unos azotes? ¿Que pensaba coger a
    Iliúshechka y azotarlo ahora mismo en su presencia, para su plena satisfacción? ¿Tanta
    prisa tiene usted, señor? —replicó el capitán, volviéndose repentinamente hacia
    Aliosha, con un gesto tal que parecía que fuera a abalanzarse sobre él—. Siento, señor,
    lo de su dedo, pero, si se empeña, antes que pegar a Iliúshechka, me corto ahora
    mismo, delante de usted, cuatro dedos con este cuchillo para darle una justa
    satisfacción. Supongo que cuatro dedos serán suficientes para saciar su sed de
    venganza, señor. ¿O va a exigirme el quinto, señor?
    De pronto se detuvo, como si se ahogara. Todas las líneas de su cara se movían y
    se contraían; miraba, además, con un aire extraordinariamente desafiante. Parecía
    fuera de sí.
    —Creo que ya lo he comprendido todo —respondió con calma Aliosha,
    apesadumbrado, sin levantarse de la silla—. Veo que su hijo es un buen chico, quiere a
    su padre y se ha lanzado contra mí por ser el hermano de su ofensor… Ahora lo
    entiendo —repitió pensativo—. Pero mi hermano Dmitri Fiódorovich está arrepentido
    de su acto, no tengo de eso la menor duda, y si tuviera la ocasión de venir a verle o,
    mejor aún, si pudiera volver a encontrarse con usted en ese mismo sitio, estaría
    dispuesto a pedirle disculpas delante de todo el mundo… si usted lo desea.
    —O sea, me tira de la barba y luego me pide disculpas… Asunto concluido, por así
    decir, y él tan tranquilo, ¿no es así, señor?




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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:32

    ***


    —Oh, no, al contrario; él hará cualquier cosa que usted quiera y como quiera.
    —De modo, señor, que, si yo le pidiera a su alteza serenísima que se arrodillara a
    mis pies en esa misma taberna, Ciudad Capital se llama, o en una plaza pública, ¿lo
    haría?
    —Sí, hasta se pondría de rodillas.
    —Me ha conmovido usted, señor. Me ha conmovido y va a hacerme llorar. Soy
    demasiado sensible. Pero permítame que acabe de presentarme: mi familia, mis dos
    hijas y mi hijo, toda mi descendencia, señor. Si yo me muero, ¿quién va a quererlos? Y,
    mientras viva, ¿quién va a quererme a mí, a alguien tan ruin como yo, si no me quieren
    ellos? Es una gran obra la que ha hecho el Señor con la gente de mi clase. Porque es
    preciso que a las personas como yo también nos quiera alguien…
    —¡Ah, qué gran verdad! —exclamó Aliosha.
    —Basta ya de payasadas; ¡llega el primer imbécil, y usted nos pone en evidencia!
    —exclamó inopinadamente la muchacha que estaba al lado de la ventana,
    dirigiéndose a su padre con cara de asco y desprecio.
    —Espere un poco, Varvara Nikolavna, permítame mantener el rumbo —le gritó su
    padre, en tono imperioso, aunque con una mirada de aprobación. Y añadió,
    volviéndose de nuevo hacia Aliosha—: Así es nuestro carácter, señor.
    Y en toda la naturaleza
    nada quiso él bendecir.
    »Habría que decirlo en femenino: “Nada quiso ella bendecir”. Pero permita que le
    presente a mi señora: aquí Arina Petrovna, dama tullida, de unos cuarenta y tres años;
    las piernas aún le responden, pero solo un poco. Es de origen humilde. Arina Petrovna,
    suavice esa expresión: aquí tiene a Alekséi Fiódorovich Karamázov. Levántese, Alekséi
    Fiódorovich. —Lo agarró de la mano y, con una fuerza que nadie se habría esperado
    en él, lo hizo levantar de repente—. Le están presentando a una dama, señor, hay que
    ponerse de pie. Mami, no es el mismo Karamázov que… bueno, ya sabes, sino su
    hermano, que resplandece por sus humildes virtudes. Permítame, Arina Petrovna,
    permítame, mami, permítame antes besarle la mano.
    Y, respetuosamente, con ternura incluso, le besó la mano a su mujer. La jovencita
    que estaba al lado de la ventana se volvió, disgustada, para no ver la escena; en el
    rostro de la mujer, desdeñosamente inquisitivo, se dibujó de pronto una insólita
    dulzura.
    —Mucho gusto, señor Chernomázov —dijo la mujer.
    —Karamázov, mami, Karamázov… Somos gente sencilla —repitió el hombre, en un
    susurro.





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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:33

    ***
    —Muy bien, Karamázov, lo que sea, aunque yo siempre digo Chernomázov… Pero
    siéntese, ¿para qué le habrá hecho levantarse? Una dama tullida, dice, pero el caso es
    212
    que tengo piernas; eso sí, se me han hinchado como cubos, y yo me he secado. Antes
    estaba más gorda, pero ahora parece que me haya tragado una aguja…
    —Somos gente sencilla, señor, gente sencilla —repitió una vez más el capitán.
    —Papá, ¡ay, papá! —exclamó de pronto la muchacha jorobada, que hasta ese
    momento había estado callada en su silla, y repentinamente se tapó los ojos con un
    pañuelo.
    —¡Payaso! —soltó la doncella de la ventana.
    —Ya ve qué novedades tenemos —la madre abrió los brazos, señalando a sus
    hijas—; es como si vinieran nubes: luego las nubes pasan de largo y nosotros seguimos
    con nuestra música. Antes, cuando éramos militares, recibíamos muchas visitas como
    ésta. No, bátiushka, no pretendo hacer comparaciones. Si uno quiere a alguien, hace
    bien queriéndolo. Una vez, la mujer del diácono viene y me dice: «Aleksandr
    Aleksándrovich es un hombre de gran corazón; en cambio, Nastasia Petrovna —dice—
    es un engendro infernal». «Vaya —le digo—, allá cada cual con sus gustos; pero tú eres
    pequeña, y encima maloliente.» «Pues lo que es a ti —dice ella—, habría que meterte
    en cintura.» «Y tú, negra espada —le digo—, ¿vienes aquí a darme lecciones?» «Yo —
    me dice— dejo pasar el aire puro, y tú las miasmas.» «Pues tú pregunta —le
    respondo— a los señores oficiales cómo de puro es el aire de mi casa.» Y aquello se
    me quedó grabado en el alma, tanto que no hace mucho, estando aquí en casa, igual
    que ahora, veo entrar a un general que ya había venido aquí por Pascua, y le digo:
    «Excelencia, ¿una señora distinguida puede dejar que entre en su casa el aire de la
    calle?». «Sí —me responde—, tendría usted que abrir un ventanillo o la puerta de
    entrada, porque aquí, precisamente, el aire está muy viciado.» ¡Y dale! ¿Por qué la
    habrán tomado con mi aire? Peor huelen los muertos. «Yo —les digo— no pienso
    corromperos el aire; voy a encargarme unos zapatos y me marcho de aquí.» ¡Ay,
    queriditos míos, no echéis la culpa a vuestra madre! Nikolái Ilich, bátiushka, a lo mejor
    no he sabido complacerte; ya solo me queda una cosa: Iliúshechka, que me da su
    cariño cuando viene de clase. Ayer me trajo una manzana. Perdonad, queridos míos,
    perdonad a vuestra pobre madre; perdonadme, estoy tan sola, ¿por qué os repugna
    tanto el aire mío?







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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:34

    ***

    La pobrecilla rompió a llorar, hecha un mar de lágrimas. El capitán asistente acudió
    enseguida a su lado.
    —¡Mami, mami, ángel mío, ya está bien, ya está bien! No estás sola. ¡Todo el
    mundo te quiere, todo el mundo te adora! —Y se puso otra vez a besarle ambas
    manos y a acariciarle con ternura la cara; después cogió una servilleta y empezó a
    enjugarle las lágrimas. A Aliosha le dio la impresión de que también al capitán se le
    habían humedecido los ojos—. Bueno, ¿qué? ¿Lo ha visto, señor? ¿Lo ha oído, señor?
    —De pronto, se volvió como con rabia hacia Aliosha, señalando a la pobre enajenada.
    —Lo veo y lo oigo —balbuceó Aliosha.
    —¡Papá, papá! No me digas que tú y él… ¡Déjalo ya, papá! —gritó de pronto el
    chico, incorporándose en su camastro y dirigiendo una mirada febril a su padre.
    —Basta, ya está bien de hacer el payaso, ¡déjese de sus estúpidas extravagancias
    que no conducen a nada! —volvió a gritar desde su rincón Varvara Nikoláievna, dando
    incluso una patada.
    —En este caso tiene toda la razón del mundo acalorándose, Varvara Nikolavna,
    enseguida colmaré sus deseos. Cúbrase, Alekséi Fiódorovich, que yo cojo mi gorra, y
    nos vamos, señor. Tengo que decirle unas palabras muy serias, pero no entre estas
    cuatro paredes. Esa doncella que ve ahí sentada es mi hija Nina Nikoláievna, ya me
    olvidaba de presentársela; es un ángel de Dios encarnado… descendido entre los
    mortales… no sé si podrá usted comprenderlo…
    —Está temblando de pies a cabeza, como si fuera a sufrir un espasmo —siguió
    diciendo, indignada, Varvara Nikoláievna.
    —Esta otra, que me da de patadas y acaba de llamarme payaso, también es un
    ángel de Dios encarnado, señor, y me ha atacado con todo merecimiento. Pero
    vámonos, Alekséi Fiódorovich, hay que llegar hasta el final, señor…
    Y, tomando a Aliosha del brazo, se lo llevó a la calle.




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 25 Sep 2024, 01:45

    QUIERO REGLAS PARA QUE HAYA EQUILIBRIO. ESTO ES DE TODOS.


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    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


    GRANDES ESCRITORES ES DE TODOS LOS FORISTAS. PARTICIPA, POR FAVOR.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:31

    VII. Y al aire libre



    —El aire es tan puro, señor, mientras que en mi mansión está tan viciado, en todos los
    sentidos… Vayamos despacito, señor. Tengo mucho interés en que me preste
    atención.
    —También yo tengo algo muy importante que decirle… —le comunicó Aliosha—.
    Aunque no sé cómo empezar.
    —¿Cómo no imaginar que tiene algo que decirme, señor? De no ser así, nunca se
    habría acercado a mi casa. ¿No habrá venido únicamente a quejarse del chico, señor?
    Es muy poco probable. Pero hablando del chico, señor: en casa no podía explicárselo
    todo, pero ahora que estamos aquí voy a describirle aquella escena. Verá, hace apenas
    una semana el estropajo estaba más poblado; me refiero a mi barbita, señor, porque
    es a mi barbita a la que llaman estropajo, los colegiales sobre todo, señor. En fin, que
    su querido hermano, Dmitri Fiódorovich, me tiró en aquella ocasión de la barbita, me
    sacó de la taberna y me arrastró por la plaza justo en el momento en que los chicos
    salían del colegio, y entre ellos estaba Iliusha. Al verme en esa situación, vino
    corriendo a mí: «¡Papá! ¡Papá!», chillaba. Se agarraba a mí, me abrazaba, intentaba
    librarme de mi agresor, gritándole: «Suéltelo, suéltelo, es mi padre, es mi padre,
    perdónelo»; eso era lo que le gritaba: «Perdónelo»… También lo agarró con sus
    manitas, le cogió una mano, ni más ni menos que su mano, y se la besó, señor…
    Recuerdo la carita que tenía en ese instante, no se me ha olvidado ni se me va a
    olvidar…
    —Le juro —proclamó Aliosha— que mi hermano le expresará su arrepentimiento
    de la forma más completa, de la forma más sincera, hasta de rodillas, si hace falta, en
    esa misma plaza… Yo lo obligaré; si no, ¡dejará de ser mi hermano!
    —¡Ajá! Así que no es más que un proyecto. No ha salido de él, sino de usted, de la
    nobleza de su fogoso corazón. Haberlo dicho antes, señor. No, en tal caso, permítame
    que acabe de hablarle de la elevada caballerosidad y el noble espíritu militar que su
    hermano exhibió en aquella ocasión, señor. Cuando finalmente se cansó de tirarme del
    estropajo, me dejó libre, diciendo: «Tú eres un oficial, y yo también; si puedes
    encontrar un padrino, un hombre decente, mándamelo y te daré satisfacción, aunque
    no eres más que un miserable». Eso fue lo que me dijo, señor. ¡Todo un espíritu
    caballeresco! Entonces me llevé a mi hijo de allí, pero aquel linajudo cuadro de familia
    quedó grabado de por vida en la memoria del alma de Iliusha. En vista de lo cual,
    ¿quién iba ya a querer ser noble? Además, juzgue usted mismo: acaba de estar en mi
    mansión, ¿qué es lo que ha visto, señor? Allí hay tres damas: una tullida y con pocas
    luces, otra tullida y jorobada, y la tercera con piernas, pero demasiado inteligente, una
    estudiante que está deseando volver a San Petersburgo para buscar a orillas del Nevá
    los derechos de la mujer rusa. De Iliusha ni hablo, apenas tiene nueve años y está más
    solo que la una. Así pues, si yo muero, ¿quién iba a hacerse cargo de mi covacha? Es
    todo lo que le pregunto, señor. En esas circunstancias, imagínese que nos batimos en
    duelo y que me mata como si tal cosa; entonces, ¿qué? ¿Qué pasaría con todos los
    míos, señor? O peor aún, pongamos que no me mata, pero me deja inválido: ya no
    podría trabajar, pero boca iba a seguir teniendo, ¿y quién iba a alimentar entonces
    esta boca mía? ¿Quién iba a darles de comer a todos ellos, señor? ¿Tendría que
    mandar a Iliusha todos los días a pedir limosna en lugar de mandarlo a la escuela? Ya
    ve lo que significa para mí retar a su hermano a duelo, no es más que una palabra
    estúpida, señor






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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:32

    ***
    —Le pedirá perdón, se inclinará a sus pies en medio de la plaza —volvió a
    proclamar Aliosha, con los ojos encendidos.
    —Yo quería haberlo llevado a juicio —prosiguió el capitán asistente—, pero abra
    usted nuestro código: ¿qué clase de satisfacción podría obtener de mi ofensor por la
    afrenta personal que he sufrido? A todo esto, Agrafiona Aleksándrovna me manda
    llamar y se pone a chillarme: «¡Ni lo pienses! Como se te ocurra llevarlo ante un
    tribunal, yo haré que sepa todo el mundo que, si te ha pegado, ha sido por culpa de
    tus tejemanejes, y te va a tocar a ti ir a juicio». Pero Dios es testigo de quién fue el
    responsable de aquellos tejemanejes, señor, y qué órdenes obedecí yo, que era el que
    menos pintaba en aquel asunto. ¿O acaso no actuaba yo siguiendo instrucciones de
    esa mujer y de Fiódor Pávlovich? «Aparte de eso —añadió—, te voy a echar de mi lado
    para siempre, y en lo sucesivo no vas a ganar nada conmigo. Y, si se lo digo a mi
    mercader (así llama ella al viejo: “mi mercader”), él también te va a echar.» Y entonces,
    claro, pienso: si hasta el mercader me echa, ¿quién me va a dar trabajo? Porque yo ya
    solo cuento con esas dos personas, toda vez que su padre, Fiódor Pávlovich, no solo
    me ha retirado su confianza, por un motivo que no viene al caso, sino que incluso,
    después de haberse hecho con unos recibos míos, también quiere llevarme a juicio. En
    vista de lo cual, me quedé calladito, señor, y ya ha podido usted ver la covacha, señor.
    Y ahora permítame una pregunta: antes, cuando Iliusha le ha mordido en el dedo, ¿le
    ha hecho mucho daño? En casa, estando él delante, no me he atrevido a entrar en ese
    detalle.
    —Sí, me ha hecho mucho daño; estaba muy irritado. La afrenta sufrida por usted
    quiso vengarla en mí, por ser yo un Karamázov; ahora lo veo claro. Pero tenía que
    haberlo visto usted tirándose piedras con los compañeros… Es muy peligroso, podían
    haberlo matado; son unos niños, unos inconscientes, una de esas piedras podía
    haberle abierto la cabeza a alguno.
    216
    —Como que se ha llevado una pedrada, señor, no en la cabeza, pero sí en el
    pecho, un poco más arriba del corazón; se ha presentado en casa con un moratón,
    llorando y quejándose, y se ha puesto malo.
    —Pues sepa que él ha sido el primero en meterse con los demás; está furioso por
    lo que le pasa a usted; los otros chicos dicen que a uno de ellos, un tal Krasotkin, lo ha
    pinchado con un cortaplumas…
    —También me lo han contado, y hay que andarse con ojo, señor: Krasotkin es un
    funcionario de la localidad, a ver si vamos a tener algún problema…
    —Yo le aconsejaría —siguió diciendo Aliosha con vehemencia— que no enviara a
    su hijo a la escuela por unos días, hasta que se calme… y se le pase este acceso de
    ira…



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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:33

    ***


    —¡Ira, señor! —repitió el capitán asistente—. Ni más ni menos, ira. En una criatura
    tan pequeña, una ira tan grande, señor. Aún no lo sabe todo. Permítame que le
    explique esa historia en concreto. Resulta que, después de lo ocurrido, todos los
    chicos de la escuela empezaron a meterse con él, llamándolo estropajo. Los escolares
    son muy crueles: tomados de uno en uno son unos ángeles de Dios, pero, cuando se
    juntan, sobre todo en los colegios, suelen ser muy crueles. Empezaron a burlarse de él,
    y el espíritu de la nobleza renació en Iliusha. Un chico corriente, un hijo sin carácter, se
    habría resignado, se habría avergonzado de lo ocurrido; pero él se alzó en solitario
    contra todos en defensa de su padre. En defensa de su padre y en defensa de la
    verdad, señor, de la pura verdad. Porque lo que tuvo que soportar entonces, mientras
    le besaba la mano a su hermano y le imploraba: «Perdone a mi padre, perdone a mi
    padre», eso solo lo sabemos Dios y yo, señor. Así es como nuestros hijos, no los de
    ustedes, sino los nuestros, señor, los hijos de los pobres, despreciados pero nobles,
    aprenden con nueve años a conocer la verdad en la tierra. Los ricos no: éstos no llegan
    a tales honduras en toda su vida; en cambio, mi Iliushka, en aquella plaza, señor, en el
    preciso instante en que besaba la mano de aquel hombre, en aquel mismo instante,
    descubrió toda la verdad. Penetró en él la verdad y lo abatió para siempre —dijo el
    capitán con vehemencia, una vez más fuera de sí, dándose un golpe con el puño
    derecho en la palma de la mano izquierda, como si deseara ilustrar de qué modo había
    abatido «la verdad» a su Iliusha—. Aquel día tuvo fiebre, estuvo delirando toda la
    noche. Apenas habló conmigo en todo el día, no abría la boca, aunque sí me fijé en
    que no hacía más que mirarme, mirarme desde su rincón; cada vez se arrimaba más a
    la ventana, y hacía como si estuviera estudiando, pero yo me daba cuenta de que no
    eran precisamente las lecciones lo que tenía en la cabeza. Al día siguiente, pecador
    que es uno, estaba tan triste que me dio por beber, y casi no me acuerdo de nada.
    También la mamá se puso a llorar (yo a la mamá la quiero mucho), y de la pena me
    cogí una buena curda. No me desprecie, señor; en Rusia las mejores personas son los
    borrachos. La gente más buena es también la que más se emborracha. Me pasé el día
    217
    tumbado en la cama, y apenas me acordé de Iliusha, pero fue precisamente aquel día
    cuando los otros niños la tomaron con él en el colegio, desde por la mañana, señor:
    «Estropajo —le gritaban—, a tu padre lo han sacado de la taberna tirándolo del
    estropajo, y tú ibas corriendo a su lado pidiendo perdón». Al tercer día, al volver del
    colegio, me di cuenta de que traía muy mala cara, estaba pálido. «¿Qué tienes?», le
    digo. Y él, callado. En casa más valía no hablar, porque enseguida su madre y sus
    hermanas iban a meter baza; las muchachas, además, ya estaban al corriente de todo,
    lo sabían desde el primer día. Varvara Nikolavna enseguida empezó a refunfuñar:
    «Bufones, payasos, ¿es que nunca pueden hacer nada a derechas?». «En efecto —le
    digo—, Varvara Nikolavna, ¿es que nunca podemos hacer nada a derechas?» Con eso,
    de momento, salí del paso. Al atardecer, fui con el chico a dar una vuelta, señor. Debe
    saber que, ya antes de eso, todas las tardes salía con él a pasear un rato, siguiendo
    exactamente el mismo recorrido que ahora, desde la cancela de nuestra casa hasta esa
    roca solitaria, aquella que se ve allí al borde del camino, junto al seto, justo donde
    empiezan los prados comunales: un lugar desierto, precioso, señor. T





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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:34

    ***

    Total, que íbamos
    Iliusha y yo cogidos de la mano, como de costumbre: él tiene una mano diminuta, con
    dedos muy finitos y algo fríos; está delicado del pecho. «¡Papá! —me dice—. ¡Papá!»
    «¿Qué?», le respondo; veo que le brillan los ojos. «¡Papá! ¡Lo que te hizo, papá!» «Qué
    le vamos a hacer, Iliusha», le digo. «No hagas las paces con él, papá, no hagas las
    paces. Los chicos del colegio dicen que te ha dado diez rublos por lo que ha pasado.»
    «No, Iliusha —le digo—, no pienso aceptar dinero suyo bajo ningún concepto.»
    Entonces empezó a temblarle todo el cuerpo, me cogió la mano con sus dos manitas y
    volvió a besármelas. «Papá —dice—, papá, rétalo a duelo; en el colegio se meten
    conmigo, me dicen que eres un cobarde y no te atreves a retarlo, y que vas a coger
    sus diez rublos.» «No tengo forma de retarlo, Iliusha», le respondo y le explico
    brevemente lo mismo que acabo de explicarle a usted. Me estuvo escuchando
    atentamente. «Papá, de todos modos —dice—, no hagas las paces con él: ¡me haré
    mayor, lo retaré yo mismo y lo mataré!» Los ojos le echaban fuego. En cualquier caso,
    yo soy su padre y tenía que decirle la verdad. «Matar es pecado —le digo—, aunque
    sea en un duelo.» «Papá, papá —me dice—, cuando sea mayor, ya verás cómo lo
    tumbo; le quitaré el sable con mi sable, me echaré encima de él y lo tumbaré, y
    entonces lo amenazaré con el sable, diciendo: “Podría matarte ahora mismo, pero
    prefiero perdonarte la vida, ¡para que veas!”.» Ya ve, señor, ya ve qué cosas se le
    habían pasado por la cabeza en esos dos días, no había dejado de pensar en vengarse
    con el sable, y seguro que de noche la escena aparecía en sus delirios, señor. Pero
    después empezó a regresar de la escuela con señales de que le habían zurrado; yo me
    he enterado hace dos días, y tiene usted razón, señor: no voy a volver a mandarlo a
    esa escuela. Supe que plantaba cara él solo a toda la clase, que le daba por provocar a
    los otros chicos; está muy alterado, algo le quema por dentro. Entonces me asusté por
    218
    él. Volvimos a salir de paseo. «Papá —me preguntó—, papá, ¿es verdad que los ricos
    son los más fuertes del mundo?» «Sí —le contesto—, Iliusha, no hay nadie en el mundo
    más fuerte que un rico.» «Papá —me dice—, entonces me haré rico, seré oficial y
    acabaré con todos, el zar me dará una recompensa y así, cuando vuelva, seguro que
    nadie se atreve a…» Se quedó callado un momento, y después siguió hablando con
    los labios temblorosos, igual que antes: «¡Papá —me dice—, qué ciudad más fea la
    nuestra, papá!». «Sí —digo—, Iliúshechka, la verdad es que no está muy bien nuestra
    ciudad.» «Papá, vámonos a otra ciudad, a una ciudad mejor —me dice—, donde nadie
    sepa nada de nosotros.» «Nos iremos —le digo—, nos iremos, Iliusha, pero primero
    tengo que reunir el dinero.» Me alegré de tener ocasión de distraerlo de sus negros
    pensamientos, y empezamos a soñar los dos juntos, pensando en cómo nos
    trasladaríamos a otra ciudad, para lo cual habría que comprar un caballo y una telega.
    Montaríamos en ella a la mamá y a las hermanitas, las arroparíamos, y nosotros iríamos
    caminando a su lado; de vez en cuando montaría al chico, y yo seguiría a pie, porque
    al caballo propio hay que cuidarlo, no es bueno ir todos sentados. Y así viajaríamos.
    Iliusha estaba encantado; sobre todo, lo volvía loco la idea de tener su propio caballo y
    de ir montado en él. Ya se sabe que los chicos rusos vienen al mundo con un caballo.






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     DOSTOYEVSKI - Página 27 Empty Re: DOSTOYEVSKI

    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:34

    ***

    Estuvimos charlando un buen rato; gracias a Dios, pensaba yo, se ha distraído un poco,
    se ha consolado. Eso pasó anteayer por la tarde, pero ayer fue todo muy distinto. Por
    la mañana había vuelto a ir a la escuela, y había regresado muy serio, pero que muy
    serio. Por la tarde lo cogí de la mano, me lo llevé a dar un paseo, pero él estaba
    callado, no decía nada. Se levantó un poco de viento, se cubrió el cielo, se notaba que
    estamos ya en otoño, y además empezaba a oscurecer… Los dos íbamos tristes.
    «Bueno, hijo, ¿cómo vamos a preparar ese viaje?», le digo, con ánimo de reanudar la
    conversación de la víspera. No me contesta. Me doy cuenta, eso sí, de que sus dedos
    tiemblan en mi mano. «Mala cosa —me digo—, aquí ha pasado algo.» Llegamos, igual
    que ahora, hasta esa roca de ahí, y yo me senté encima; había muchas cometas
    volando en el cielo, zumbaban y crujían, habría unas treinta. Y es que ahora es la
    temporada de las cometas. «Fíjate, Iliusha —le digo—. Podríamos volar la cometa del
    año pasado. Te la voy a arreglar. ¿Dónde la has metido?» Mi hijo seguía callado,
    apartaba la vista, casi me daba la espalda. De pronto, el viento empezó a silbar,
    arrastrando nubes de polvo… Iliusha, súbitamente, se me echó encima, me rodeó el
    cuello con los dos brazos, me estrechó con fuerza. Ya conoce usted a esos niños
    callados y orgullosos, que reprimen el llanto mientras pueden, hasta que de pronto
    rompen a llorar, porque la pena se hace incontenible, y entonces ya no es que les
    fluyan las lágrimas, señor, sino que les brotan como torrentes. Con las cálidas gotas de
    esas lágrimas me empapó en un momento toda la cara. Sollozaba convulsivamente,
    temblaba, me apretaba contra su cuerpo, sin moverme yo de la roca. «Papi —gritaba—
    , papi, papi querido, ¡cómo te ha humillado!» Entonces yo también me puse a sollozar
    219
    y, sentados en la roca, empezamos los dos a temblar, así abrazados. «¡Papi, papi!»,
    decía. «¡Iliusha! —le digo—. ¡Iliúshechka!» No nos vio nadie entonces, solo Dios: tal vez
    lo anote en mi hoja de servicios, señor. Agradézcaselo a su hermano, Alekséi
    Fiódorovich. Pero ¡no pienso azotar a mi pequeño para darle a usted satisfacción,
    señor!
    Concluyó con la misma maliciosa y extravagante salida de tono de hacía un rato.
    Aliosha sentía, sin embargo, que aquel hombre confiaba en él y que nunca se habría
    puesto a «divagar» de ese modo en presencia de otro, ni le habría hecho las
    confidencias que acababa de hacerle a él. Eso animó a Aliosha, que temblaba de
    emoción.
    —¡Ay, cómo me gustaría hacer las paces con su hijo! —exclamó—. Si usted pudiera
    arreglarlo…
    —Claro que sí, señor —balbuceó el capitán asistente






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