—¿Qué?
—Que no volveré nunca más a su lado y que la saludo con una reverencia.
—Pero ¿es eso posible?
—Por eso te mando a ti, en lugar de ir yo personalmente, porque es imposible.
¿Cómo iba a poder decírselo yo mismo?
—Pero ¿adónde irás?
—Al callejón.
—O sea, ¡con Grúshenka! —exclamó Aliosha con tristeza, juntando las manos—.
¿Será posible que Rakitin haya dicho realmente la verdad? Pensaba que habías ido a
verla alguna vez y nada más
.
—¿Cómo iba a ir yo, estando prometido? ¿Con una novia como ella, y a la vista de
todo el mundo? Aún me queda sentido del honor, después de todo. Desde que
empecé a verme con Grúshenka, dejé de estar comprometido y de ser hombre de
bien, lo entiendo perfectamente. ¿Qué miras? La primera vez fui a verla solo con ánimo
de golpearla. Me había enterado, y ahora lo sé de buena tinta, de que Grúshenka
había recibido de ese capitán, apoderado de nuestro padre, un pagaré a mi nombre
para que actuase contra mí, con la esperanza de que me calmara y diera el asunto por
zanjado. Querían asustarme. Yo iba, pues, a darle una paliza a Grúshenka. Ya la había
visto antes de pasada. Nada impresionante. Sabía del viejo comerciante que, ahora,
además, está enfermo, postrado en la cama, pero aun así le dejará una buena suma de
dinero. Sabía también que le gustaba hacer dinero, que se lo procuraba a base de
bien, prestándolo a usura, la muy pícara, la granuja, sin piedad alguna. Iba decidido a
zurrarla y allí me quedé. Se desencadenó una tormenta, se declaró la peste, me
contagié y sigo contagiado, sé que todo ha terminado y que nunca habrá nada más. El
ciclo del tiempo se ha consumado. Ésta es mi situación. Y de repente, como hecho a
propósito, en mi bolsillo de mendigo aparecieron tres mil rublos. Nos fuimos los dos
hasta Mókroie, a veinticinco verstas de aquí. Conseguí cíngaras, champán, emborraché
a todos los campesinos con champán, a todas las mujeres del pueblo y a las
muchachas; dilapidé los tres mil rublos. Al cabo de tres días estaba pelado, pero como
un halcón. ¿Crees que consiguió algo este halcón? Ella no me enseñó nada, ni siquiera
de lejos. Te lo digo: es sinuosa. Esa granuja de Grúshenka tiene una sinuosidad en el
cuerpo, incluso se le refleja en el pie, hasta en el dedo meñique de su pie izquierdo.
Se lo vi y lo besé, pero eso es todo, ¡lo juro! Me dijo: «Si quieres, me casaré contigo,
aunque seas pobre. Dime que no me pegarás y que me dejarás hacer lo que quiera y
entonces, quizá, me case contigo», se echó a reír. Y todavía se está riendo.
Dmitri Fiódorovich se alzó, presa de una especie de furor. De repente parecía que
estuviera borracho. Los ojos, al instante, se le inyectaron en sangre
cont
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