El secretario se acercó a él rápidamente. Aliosha se puso en pie de un salto y
empezó a gritar: «Está enfermo, no le crean, ¡sufre un delírium trémens!». Katerina
Ivánovna se levantó precipitadamente e, inmóvil por el espanto, miraba a Iván
Fiódorovich. Mitia se estiró y con una sonrisa torcida y salvaje miraba y escuchaba
ansioso a su hermano.
—¡Tranquilícense! No estoy loco, ¡solo soy un asesino! —Iván volvió a empezar—.
No hay que pedirle elocuencia a un asesino… —añadió a saber por qué y se echó a
reír descompuesto.
El fiscal se inclinó sobre el presidente visiblemente confuso. Los miembros del
tribunal cuchicheaban agitados. Fetiukóvich era todo oídos. La sala aguardaba
pasmada. El presidente se recobró.
—Testigo, sus palabras son ininteligibles e inadmisibles aquí. Tranquilícese si
puede y cuéntenos… si de verdad tiene algo que contarnos. ¿Cómo puede corroborar
esa confesión?… Si es que no está delirando.
—Ése es el caso, que no tengo testigos. El perro de Smerdiakov no os va a enviar
una declaración desde el otro mundo… en un sobre. Les gustaría tener más sobres,
pero con uno es suficiente. No tengo testigos… Excepto puede que uno —sonrió
pensativo.
—¿Quién es su testigo?
—Tiene rabo, señoría, ¡no será adecuado! Le diable n’existe point! No le hagáis
caso, es un diablo malillo, insignificante —añadió, dejando de reír y en tono
semiconfidencial—, seguro que está por aquí, ahí debajo de la mesa con las pruebas
materiales, ¿qué mejor sitio para él? ¿Lo ven? Escúchenme, yo le dije: no quiero
callarme, pero él decía algo de un cataclismo geológico… ¡tonterías! En fin, liberad al
monstruo… Ha entonado un himno, ha sido porque se siente bien. Es igual que el
borracho canalla desentonando «Vanka se ha ido a Píter» y por dos segundos de
alegría habría dado un cuatrillón de cuatrillones. ¡Ustedes no me conocen! ¡Qué
absurdo es todo esto que tienen aquí! ¡Llevadme a mí en su lugar! Para algo he
venido, ¿no? ¿Por qué, por qué todo, sea lo que sea, es tan absurdo?…
Y de nuevo empezó a contemplar la sala lentamente, como si estuviera
reflexionando. Pero ya todo el mundo estaba alterado. Aliosha se disponía a correr
hacia él, pero el secretario judicial ya estaba sujetando a Iván Fiódorovich del brazo.
—¿Qué es todo esto? —gritó contemplando fijamente la cara del secretario y, de
pronto, tras agarrarle por los hombros, le tiró con rabia al suelo. La guardia llegó a
tiempo, le sujetaron y él soltó un lamento frenético. Y, mientras se lo llevaban, se
lamentaba y gritaba cosas incoherentes.
Hubo un gran alboroto. No lo iré recordando por orden, pues yo mismo estaba
alterado y no pude seguirlo todo. Solo sé que después, cuando ya regresó la calma y
todos comprendimos qué había ocurrido, al secretario judicial le cayó una reprimenda,
aunque éste argumentó a la autoridad que el testigo había estado bien todo el rato,
que le había visto un médico una hora antes, cuando le dio un ligero mareo, pero que
antes de entrar en la sala hablaba con coherencia, así que había sido imposible
predecir nada, y que él, además, había insistido en que quería testificar. Y antes de
llegar siquiera a tranquilizarnos un poco y a recuperarnos de esta escena, se
desencadenó otra: Katerina Ivánovna se volvió histérica. Se echó a llorar entre aullidos,
pero no quería irse, se soltaba, suplicaba que no se la llevaran y, de pronto, le gritó al
presidente:
—Tengo que prestar un nuevo testimonio, inmediatamente… ¡inmediatamente! Ahí
tiene ese papel, una carta… ¡tenga! ¡Léala deprisa, deprisa! Es una carta de ese
monstruo, ¡de ése, de ése! —Señalaba a Mitia—. Él mató a su padre, ya lo verá,
¡escribe cómo iba a matar a su padre! Y el otro está enfermo, enfermo, ¡sufre un
delírium trémens! Lleva así tres días.
Gritaba fuera de sí. El secretario cogió el papel que ella le tendía al presidente.
Katerina Ivánovna se derrumbó en la silla y en silencio, convulsivamente, empezó a
sollozar temblando y ahogando el más mínimo gemido por temor a que la echaran de
la sala. El papel que había entregado era la carta de Mitia desde la taberna Ciudad
Capital, que Iván Fiódorovich había calificado de documento de importancia
«matemática». ¡Ay!, precisamente la aceptaron con exactitud matemática y de no
haber sido por esa carta quizá Mitia no habría caído o, al menos, no con tanto horror.
Repito que fue difícil seguir los detalles. Todavía ahora se me aparece como un
tumulto. Probablemente el presidente informó del nuevo documento al tribunal, al
fiscal, al abogado defensor y al jurado. Solo recuerdo que empezaron a preguntar a la
testigo. A la pregunta de si se había tranquilizado, que le dirigió suavemente el
presidente, Katerina Ivánovna respondió precipitadamente:
—¡Estoy lista, estoy lista! Estoy en condiciones de responderles —añadió después,
por lo visto seguía temiendo que no la escucharan. Le pidieron que explicara más
detalladamente qué carta era ésa y en qué condiciones la había recibido—. La recibí la
víspera del crimen y él la había escrito un día antes en la taberna, por lo tanto dos días
antes del crimen, fíjense, ¡está escrita en una cuenta! —gritó quedándose sin
respiración—. Por entonces él me odiaba porque se había comportado como un
canalla y se había ido tras esa mala criatura… y porque además me debía esos tres
mil… Sí, se sentía agraviado por esos tres mil y por su propia mezquindad. Esto es lo
que ocurrió con los tres mil rublos, les pido, les suplico que me escuchen: tres semanas
antes de matar a su padre, vino a verme una mañana. Sabía que necesitaba dinero y
sabía para qué, sí, precisamente para seducir a esa mujerzuela y llevársela con él. Sabía
que me había traicionado y que quería dejarme, y yo, yo misma le di entonces el
dinero, yo misma se lo ofrecí como si fuera para que se lo enviara a mi hermana a
Moscú. Mientras se lo entregaba, le miré a la cara y le dije que podía enviarlo cuando
quisiera, «incluso dentro de un mes». Pero ¿cómo, cómo no pudo comprender lo que
le estaba diciendo a la cara? «Necesitas el dinero para traicionarme con esa
mujerzuela, bien, aquí tienes el dinero, yo misma te lo doy, ¡cógelo si es que eres tan
mezquino como para cogerlo!…» Quería ponerlo a prueba y ¿qué pasó? Que lo cogió,
sí, lo cogió y se fue y se lo gastó allí con esa mujerzuela, en una sola noche… Pero lo
comprendió, comprendió que yo lo sabía, les aseguro que entonces comprendió
también que, al darle el dinero, solo le estaba poniendo a prueba: ¿sería tan mezquino
como para coger mi dinero? Yo le miraba a los ojos, y él a mí, y lo comprendió, lo
comprendió y lo cogió, lo cogió ¡y se fue con mi dinero!
—¡Es verdad, Katia! —Mitia empezó a vociferar—. Te miré a los ojos y comprendí
que me estabas denigrando pero, aun así, ¡cogí tu dinero! ¡Despreciad a este canalla,
despreciadle todos! ¡Se lo merece!
—Acusado —exclamó el presidente—, una palabra más y haré que le expulsen.
—Ese dinero le atormentaba —continuó Katia con prisa convulsiva—, él quería
devolvérmelo, es verdad que quería, pero también necesitaba dinero para ésa. Y
entonces mató a su padre, pero aun así no me devolvió el dinero y se fue con ella a
esa aldea donde le atraparon. De nuevo a despilfarrar el dinero que le había robado a
su padre, asesinado. Y un día antes de matar a su padre me escribió esa carta, la
escribió borracho, ya me di cuenta entonces, la escribió por maldad y sabiendo,
seguro que lo sabía, que yo nunca se la enseñaría a nadie, incluso si él mataba. O no la
habría escrito. ¡Sabía que yo no iba a querer vengarme ni destruirle! Pero léanla, léanla
atentamente. Con más atención, por favor. Y verán que en ella lo describe todo antes
de tiempo: cómo va a matar a su padre y donde tiene éste el dinero. Miren esa frase;
no se la pierdan, por favor: «Lo mataré en cuanto Iván se vaya». Es decir, que había
estado dándole vueltas a cómo hacerlo —le sugirió Katerina Ivánovna al tribunal con
malévola alegría, venenosa. Estaba claro que había leído la fatídica carta al detalle y
que había estudiado cada letra—. Si no hubiera estado borracho, no me habría escrito,
pero miren, ahí está todo escrito de antemano, punto por punto, y así mató después a
su padre, ¡es todo un plan!
Hablaba fuera de sí y, claro está, desafiando todas las consecuencias, aunque
naturalmente las había previsto puede que un mes antes, porque ya entonces había
soñado temblando de rabia: «¿No debería leer un juez esta carta?». Y ahora parecía
volar montaña abajo. Creo recordar que la carta fue leída en voz alta por el secretario y
que causó una impresión abrumadora. Le preguntaron a Mitia:
—¿Reconoce esta carta?
—¡Es mía, mía! —exclamó Mitia—. ¡No la habría escrito de no haber estado
borracho!… Nos hemos odiado por muchas cosas, Katia, pero te juro, te juro que te
quería cuando te odiaba, y ¡tú a mí no!
Se desplomó retorciéndose los brazos desesperado. El fiscal y el abogado
empezaron a pisarse las preguntas siempre en este sentido: «¿Qué le ha llevado a
ocultar este documento hace un momento y a declarar en un tono y espíritu tan
distinto?»
—Sí, sí, antes he mentido, era todo mentira, en contra de mi honor y mi conciencia,
pero antes quería salvarlo por odiarme y despreciarme así —decía Katia como loca—.
Oh, me ha despreciado muchísimo, siempre me ha despreciado y, ¿saben?, me ha
despreciado desde el momento en que me postré a sus pies por ese dinero. Pude
verlo… Ya entonces lo supe pero no quise creerlo. Cuántas veces habré leído en sus
ojos: «Tú sola viniste a mí». Ay, él no lo comprendió, no comprendió para nada por
qué fui a verle entonces, ¡únicamente es capaz de sospechar bajezas! Me midió según
su rasero, piensa que todos son como él —dijo, le rechinaban los dientes con furia,
estaba completamente exaltada—. Y solo quería casarse conmigo por mi herencia,
¡solo por eso! ¡Siempre he sospechado que era por eso! ¡Oh, ese animal! Siempre ha
creído que iba a temblar toda la vida de vergüenza porque entonces fui a verle, y que
podía despreciarme eternamente por ello y tener poder sobre mí, ¡por eso quería
casarse conmigo! ¡Así es, así es! Intenté vencerle con mi amor, con mi amor sin fin,
incluso resolví soportar su traición pero él no comprendió nada, ¡nada! Pero ¿acaso es
capaz de comprender algo? ¡Es un monstruo! Recibí la carta solo al día siguiente por la
tarde, me la trajeron de la taberna. Y todavía esa misma mañana quería perdonárselo
todo, incluso su traición.
El presidente y el fiscal la tranquilizaron. Estoy seguro de que les incomodaba
aprovecharse de su estado de nervios y escuchar tales confesiones. Oí que le dijeron:
«Comprendemos lo difícil que es para usted, créanos, somos capaces de entenderlo» y
otras cosas similares, pero, aun así le sacaron la declaración a un mujer enloquecida e
histérica. Por fin Katerina Ivánovna describió con la excepcional claridad que a
menudo, aunque sea por un instante, surge en momentos tan tensos, que Iván
Fiódorovich casi se había vuelto loco en estos dos últimos meses por intentar salvar «a
ese monstruo y asesino», a su hermano.
—Se ha estado torturando —exclamó—, solo quería atenuar su culpa
confesándome que él tampoco quería a su padre y que puede que hubiera deseado su
muerte. ¡Ay, esa conciencia profunda, profunda! La conciencia le torturaba. Me lo
contó todo, todo, venía a verme todos los días y hablaba conmigo como su único
amigo. ¡Tengo el honor de ser su único amigo! —exclamó, desafiante de repente y con
mirada centelleante—. Fue dos veces a ver a Smerdiakov. En una ocasión vino a verme
y dijo: «Si no lo ha matado mi hermano, sino Smerdiakov (porque todos rumoreaban
que lo había matado Smerdiakov), entonces puede que yo también sea culpable:
Smerdiakov sabía que no quería a mi padre y quizá haya pensado que yo deseaba esa
muerte». Entonces yo saqué la carta y se la enseñé y terminó de convencerse de que
había sido su hermano, algo que le destrozó. ¡No podía aceptar que su hermano fuera
un parricida! Y no hace ni una semana que le vi caer enfermo. Los últimos días, en mi
casa, deliraba. Veía cómo estaba perdiendo la cabeza. Caminaba y deliraba, le han
visto por la calle. El médico que vino a petición mía le examinó anteayer y me dijo que
está cerca de la fiebre cerebral, ¡todo por él, por ese monstruo! Y ayer se enteró de
que Smerdiakov había muerto… Se quedó tan afectado que se volvió loco… y todo
por culpa de ese monstruo, ¡todo por salvar a ese monstruo!
715
cont
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Hoy a las 14:20 por Pascual Lopez Sanchez
» H.D. (Hilda Doolittle) (1886-1961)
Hoy a las 14:15 por Pedro Casas Serra
» ELINOR WYLIE (1885 -1928)
Hoy a las 14:05 por Pedro Casas Serra
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 14:00 por Pascual Lopez Sanchez
» AMY LOWEL (1874 - 1925)
Hoy a las 13:55 por Pedro Casas Serra
» EMILY DICKINSON (1830-1886)
Hoy a las 13:46 por Pedro Casas Serra
» Poetas ucranianos muertos
Hoy a las 13:33 por Pedro Casas Serra
» Metáfora. Poemas de poetas vivos. 2059, de Raquel Lanseros
Hoy a las 13:09 por Pedro Casas Serra
» ANTOLOGÍA DE GRANDES POETAS HISPANOAMÉRICANAS
Hoy a las 12:45 por cecilia gargantini
» MAIAKOVSKY Y OTROS POETAS RUSOS Y SOVIÉTICOS, 4 POETAS CONTEMPORÁNEOS DE RUSIA Y LA FEDERACIÓN RUSA. CONT. 7
Hoy a las 12:43 por cecilia gargantini