Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 18 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 27 Mayo 2021, 14:11

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XIX

    LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A
    ODISEO. CONT.

    Y la respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Mujer venerada de Odiseo Laertíada, ya no
    desfigures más tu hermoso cuerpo ni consumas
    tu espíritu lamentando a tu esposo. Aunque en
    nada te he de reprender, pues cualquier mujer
    se lamenta de haber perdido a su legítimo esposo
    con quien ha engendrado hijos uniéndose
    en amor, aunque sea distinto de Odiseo, de
    quien dicen que era semejante a los dioses. Pero
    deja de gemir y atiende a mi palabra, pues te
    voy a hablar sinceramente y no lo voy a ocultar
    que ya he oído acerca del regreso de Odiseo,
    que está cerca y vivo en el rico pueblo de los
    tesprotos. También trae muchos y maravillosos
    bienes que ha mendigado por el pueblo, pero
    ha perdido a sus leales compañeros y la cóncava
    nave en el ponto, rojo como el vino, cuando
    venía de la isla de Trinaquía, pues estaban airados
    contra él Zeus y Helios, porque sus compañeros
    había matado las vacas de éste. Así que
    todos ellos perecieron en el alborotado ponto,
    pero a él lo empujó el oleaje sobre la quilla de
    su nave hacia tierra firme, hacia la tierra de los
    feacios, que han nacido cercanos a los dioses.
    Éstos le honraron de corazón como a un dios y
    le dieron muchas cosas, y querían llevarlo ellos
    mismos a su patria sano y salvo. Podría estar
    aquí Odiseo hace mucho tiempo, pero a su
    ánimo le pareció más ventajoso marchar por
    tierra para reunir mucha riqueza. Así es como
    sobresale Odiseo por su mucha astucia entre los
    mortales hombres y ningún otro mortal podría
    rivalizar con él. Así me lo decía Fidón, el rey de
    los tesprotos, y juró delante de mí mientras
    hacía libación en su casa, que había echado su
    nave al mar y estaban dispuestos los compañeros
    que iban a llevarlo a su tierra patria, pero a
    mí me envió antes, pues marchaba casualmente
    una nave de Tesprotos a Duliquio, rica en trigo.
    Y me mostró cuantas riquezas había reunido
    Odiseo; podrían alimentar a otro hombre hasta
    la décima generación: ¡tantos tesoros tenía depositados
    en el palacio del rey! También me
    dijo que Odiseo había marchado a Dodona para
    escuchar la voluntad de Zeus, el que habla desde
    la divina encina de elevada copa, para enterarse
    si debía volver a las claras u ocultamente
    a su tierra patria, después de tantos años de
    ausencia. Así pues, él está a salvo y vendrá
    muy pronto, no permaneciendo ya largo tiempo
    lejos de los suyos y de su tierra patria.
    «Sin embargo, te haré un juramento: sea testigo
    Zeus antes que nadie, el más excelso y poderoso
    de los dioses, y el Hogar del irreprochable
    Odiseo, al que he llegado, que todo esto se
    cumplirá como yo digo; durante este mismo
    año vendrá Odiseo, cuando se haya acabado
    este mes y comenzado el siguiente.»


    Y se dirigió a él la prudente Penélope:

    «Forastero, ¡ojalá llegara a cumplirse esa palabra!
    Rápidamente conocerías mi amistad y muchos
    regalos de mi parte, hasta el punto de que
    cualquiera que contigo topara te llamaría dichoso.
    Pero mis presentimientos son -y así sucederá
    precisamente- que ni Odiseo volverá ya
    a casa ni tú lograrás conseguir una escolta,
    puesto que no hay en la casa jefes como era
    Odiseo entre los hombres -si es que alguna vez
    existió-para dar escolta y recibir a sus venerables
    huéspedes. Vamos, siervas, lavadlo y ponedle
    un lecho, mantas y sábanas resplandecientes,
    y así, bien caliente, le llegue Eos de trono
    de oro. Al amanecer lavadle y ungidle y que
    se ocupe de comer sentado en la sala junto a
    Telémaco. Será doloroso para aquel de los pretendientes
    que, por envidia, llegara a molestarlo.
    Ninguna otra acción llevará a cabo aquí dentro,
    aunque se irrite terriblemente. ¿Cómo
    podrías saber, forastero, que aventajo a las demás
    mujeres en inteligencia y consejo si comieras
    en el palacio sucio, vestido miserablemente?
    Los hombres son de corta vida; para quien es
    cruel y tiene sentimientos crueles piden todos
    los mortales tristezas en el futuro mientras viva,
    y una vez que está muerto todos le insultan.
    En cambio, el que es irreprochable y tiene sentimientos
    irreprochables... la fama de éste la
    llevan sus huéspedes a todos los hombres. Y
    muchos lo llaman noble.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 27 Mayo 2021, 14:20

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XIX

    LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A
    ODISEO. CONT.


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Mujer venerable de Odiseo Laertíada, las mantas
    y las resplandecientes sábanas me disgustan
    desde el día en que dejé los nevados montes de
    Creta marchando sobre la nave de largos remos.
    Me voy a acostar como antes, cuando
    dormía noches insomnes, pues ya he descansado
    muchas noches en lecho miserable aguardando
    a Eos, de hermoso trono. Tampoco son
    agradables a mi ánimo los baños de pies; ninguna
    mujer tocará mi pie de las que te son servidoras
    en el palacio, si no hay alguna muy
    anciana y de sentimientos fieles que haya soportado
    en su ánimo tantas cosas como yo. A
    ésa no le impediría tocar mis pies.»


    Y se dirigió a él la prudente Penélope:

    «Huésped, amigo, pues jamás ha llegado a mi
    casa ningún hombre tan sensato de entre los
    huéspedes de lejanas tierras; con qué sabiduría
    dices todo, con qué discreción. Tengo una anciana
    que alberga en su mente decisiones discretas,
    la que alimentó y crió a aquel desdichado
    recibiéndolo en sus brazos cuando lo parió
    su madre. Ésta te lavará los pies, aunque está
    muy débil. Conque, vamos, levántate enseguida,
    prudente Euriclea, y lava al compañero en
    edad de tu soberano. También estarán así los
    pies y manos de Odiseo, pues los mortales envejecen
    enseguida en medio de la desgracia.»


    Así dijo; la anciana se ocultaba con las manos el
    rostro y derramaba calientes lágrimas, y dijo
    lastimera palabra:

    «¡Ay, hijo mío, que no tenga yo remedios para
    ti...! Con tener el ánimo temeroso de los dioses,
    Zeus te ha odiado más que a los demás hombres,
    que jamás mortal alguno quemó tantos
    pingües muslos para Zeus, el que se alegra con
    el rayo, ni excelentes hecatombes como tú le
    has ofrecido con la súplica de poder llegar a
    una ancianidad feliz y poder alimentar a un
    hijo ilustre. En cambio sólo a ti te ha privado
    del brillante día del regreso. Tal vez se burlen
    también así de aquél las esclavas de hospedadores
    de lejanas tierras cuando llegue al magnífico
    palacio de alguno, como se burlan de ti
    todas estas perras a las que no permites que te
    laven para evitar el escarnio y numerosos
    oprobios. A mí, sin embargo, me lo ordena la
    hija de Icario, la prudente Penélope, aunque no
    contra mi voluntad. Por esto te lavaré los pies,
    por la propia Penélope y a la vez por ti mismo,
    pues se me conmueve dentro el ánimo con tus
    penas. Pero, vamos, atiende ahora a una palabra
    que te voy a decir: muchos forasteros infortunados
    han venido aquí, pero creo que jamás
    he visto a ninguno tan parecido a Odiseo en el
    cuerpo, voz y pies, como tú.»


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Anciana, así dicen cuantos nos han visto con
    sus ojos, que somos parecidos el uno al otro,
    como tú misma dices dándote cuenta.»


    Así dijo; la anciana tomó un caldero reluciente
    y le lavaba los pies; echó mucha agua fría y
    sobre ella derramó caliente. Entonces Odiseo se
    sentó junto al hogar y se volvió rápidamente
    hacia la oscuridad, pues sospechó enseguida
    que ésta, al cogerlo, podría reconocer la cicatriz
    y sus planes se harían manifiestos. La anciana
    se acercó a su soberano y lo lavaba. Y enseguida
    reconoció la cicatriz que en otro tiempo le
    hiciera un jabalí con su blanco colmillo cuando
    fue al Parnaso en compañía de Autólico y sus
    hijos, el padre ilustre de su madre, que sobresalía
    entre los hombres por el hurto y el juramento.
    Se lo había concedido el dios Hermes,
    pues en su honor quemaba muslos de corderos
    y cabritos en agradecimiento y éste le asistía
    benévolo. Cuando Autólico fue a la opulenta
    población de Itaca, se encontró a un hijo recién
    nacido de su hija. Euriclea lo puso sobre sus
    rodillas cuando había terminado de cenar y le
    habló y llamó por su nombre:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 27 Mayo 2021, 23:30

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XIX

    LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A
    ODISEO. CONT.


    «Autólico busca tú mismo un nombre para el
    hijo de tu hija, pues muy deseado es para ti.»


    Y a su vez respondió Autólico y dijo:

    «Yerno e hija mía, ponedle el nombre que voy a
    decir. Ya que he llegado hasta aquí enfadado
    con muchos hombres y mujeres a través de la
    fértil tierra, que su nombre epónimo sea Odiseo.
    Y cuando en la plenitud de la juventud
    llegue a la gran casa materna, al Parnaso donde
    tengo las riquezas, yo le daré de ellas y lo despediré
    contento.»


    Por esto había marchado Odiseo, para que le
    diera espléndidos regalos. Autólico y los hijos
    de Autólico le acogieron cariñosamente con las
    manos y con dulces palabras. Y la madre de su
    madre, Anfitea, abrazó a Odiseo y le besó la
    cabeza y hermosos ojos. Autólico ordenó a sus
    gloriosos hijos que dispusieran la comida y
    éstos escucharon al que se lo mandaba. Enseguida
    llevaron un toro de cinco años, lo desollaron,
    prepararon y dividieron todo; lo partieron
    habilidosamente, lo clavaron en asadores y
    después de asarlo cuidadosamente distribuyeron
    los panes. Así que comieron durante
    todo el día, hasta que se puso el sol, y nadie
    carecía de un bien distribuido alimento. Y
    cuando el sol se puso y cayó la noche, se acostaron
    y recibieron el don del sueño.

    Tan pronto como se mostró Eos, la hija de la
    mañana, la de dedos de rosa; salieron de cacería
    los perros y los mismos hijos de Autólico, y
    entre ellos iba el divino Odiseo. Ascendieron al
    elevado monte Parnaso, vestido de selva, y enseguida
    llegaron a los ventosos valles. El sol
    caía sobre los campos cultivados recién salido
    de las plácidas y profundas corrientes de Océano,
    cuando llegaron los cazadores a un valle.
    Delante de ellos iban los perros buscando las
    huellas y detrás los hijos de Autólico, y entre
    ellos marchaba el divino Odiseo blandiendo,
    cerca de los perros, su lanza de larga sombra.
    Un enorme jabalí estaba tumbado en una densa
    espesura a la que no atravesaba el húmedo soplo
    de los vientos al agitarse ni golpeaba con
    sus rayos el resplandeciente Helios ni penetraba
    la lluvia por completo -¡tan densa era!-, y
    una gran alfombra de hojas la cubría. Llegó al
    jabalí el ruido de los pies de hombres y perros
    cuando marchaban cazando y desde la espesura,
    erizada la crin y brillando fuego sus ojos, se
    detuvo frente a ellos. Odiseo fue el primero en
    acometerlo, levantando la lanza de larga sombra
    con su robusta mano deseando herirlo. El
    jabalí se le adélantó y le atacó sobre la rodilla y,
    lanzándose oblicuamente, desgarró con el colmillo
    mucha carne, pero no llegó al hueso del
    mortal. En cambio Odiseo le hirió alcanzándole
    en la paletilla derecha y la punta de la resplandeciente
    lanza lo atravesó de parte a parte y
    cayó en el polvo dando chillidos, y escapó volando
    su ánimo. Enseguida le rodearon los hijos
    de Autólico, vendaron sabiamente la herida del
    irreprochable Odiseo semejante a un dios y con
    un conjuro retuvieron la negra sangre.
    Pronto llegaron a casa de su padre y Autólico y
    los hijos de Autólico lo curaron bien, le dieron
    espléndidos regalos y, alegres, lo enviaron contento
    a su patria Itaca.

    Su padre y venerable madre se alegraron al
    verlo volver y le preguntaban detalladamente
    por la cicatriz, qué le había pasado. Y él les
    contó con detalle cómo mientras cazaba, le había
    herido un jabalí con su blanco colmillo al
    marchar al Parnaso con los hijos de Autólico.
    La anciana tomó entre las palmas de sus manos
    esta cicatriz y la reconoció después de examinarla.
    Soltó el pie para que se le cayera y la
    pierna cayó en el caldero. Resonó el bronce, inclinóse
    él hacia atrás, hacia el lado opuesto, y el
    agua se derramó por el suelo. El gozo y el dolor
    invadieron al mismo tiempo el corazón de la
    anciana y sus dos ojos se llenaron de lágrimas,
    y su floreciente voz se le pegaba. Asió de la
    barba a Odiseo y dijo:

    «Sin duda eres Odiseo, hijo mío: no te había
    reconocido antes de ahora, hasta tocar a todo
    mi señor.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 27 Mayo 2021, 23:40

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XIX

    LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A
    ODISEO. CONT.


    Así dijo e hizo señas a Penélope con los ojos
    queriendo indicar que su esposo estaba dentro.
    Pero ésta no pudo verla, aunque estaba enfrente,
    ni comprenderla, pues Atenea le había distraído
    la atención. Entonces Odiseo acercó sus
    manos, la asió de la garganta con la derecha y
    con la otra la atrajo hacia sí diciendo:

    «Nodriza, ¿por qué quieres perderme? Tú
    misma me criaste sobre tus pechos. Ya he llegado
    a la tierra patria tras sufrir muchas penalidades,
    a los veinte años. Pero ya que te has
    dado cuenta y un dios lo ha puesto en tu interior,
    calla, no vaya a ser que se dé cuenta algún
    otro en el palacio; porque te voy a decir esto y
    ciertamente se va a cumplir: si con la ayuda de
    un dios hiciese sucumbir a los ilustres pretendientes,
    no te perdonaré ni a ti, con ser mi nodriza,
    cuando mate a las otras esclavas en mi
    palacio.»


    Y le contestó la prudente Euriclea:

    «Hijo mío, ¡qué palabra ha escapado del cerco
    de tus dientes! Sabes que mi ánimo es firme y
    no domable; me mantendré como una sólida
    piedra o como el hierro. Te voy a decir otra
    cosa que has de poner en tu interior: si por tu
    causa un dios hace sucumbir a los ilustres pretendientes,
    entonces te hablaré minuciosamente
    respecto a las mujeres del palacio, quiénes te
    deshonran y quiénes son inocentes.»


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Nodriza, ¿por qué me las vas a señalar tú? Yo
    mismo las observaré y conoceré a cada una,
    pero mantén en silencio tus palabras y confía
    en los dioses.»


    Así dijo, y la anciana marchó a través del mégaron
    para traer agua de lavar los pies, pues la
    primera se había derramado toda. Y después
    que lo lavó y ungió con espeso aceite, de nuevo
    arrastró Odiseo la silla cerca del fuego para
    calentarse, y ocultó la cicatriz con los andrajos.
    Y la prudente Penélope comenzó a hablar entre
    ellos:

    «Forastero, sólo esto te voy a preguntar, poco
    más, que va a ser pronto la hora de dormir para
    aquel de quien el sueño se apodere dulcemente,
    aun estando afligido. A mí me ha dado un dios
    una pena inmensa, pues durante el día, aunque
    me lamente y gima, me complace atender a mis
    labores y las de las esclavas en el palacio, pero
    luego que llega la noche y el sueño las invade a
    todas, yazco en el lecho mientras agudas angustias
    inquietan sin cesar mi agitado corazón.
    Como cuando la hija de Pandáreo, el amarillo
    Aedón, canta hermosamente recién entrada la
    primavera sobre el tupido follaje de los árboles
    -cambia a menudo de tono y vierte su voz de
    múltiples ecos llorando a su hijo Itilo, hijo del
    rey Zeto, a quien en otro tiempo mató con el
    bronce sin darse cuenta-, así también mi ánimo
    vacila entre permanecer junto a mi hijo y guardar
    todo intacto, mis bienes y esclavas y la casa
    grande de elevada techumbre, por vergüenza al
    lecho conyugal y a las habladurías del pueblo,
    o seguir a aquel de los aqueos que sea el mejor
    y me pretenda en el palacio entregándome innumerables
    presentes de boda. Porque mientras
    mi hijo era todavía pequeño e irreflexivo
    no me permitía casarme y abandonar la casa de
    mi esposo, pero ahora que es mayor y ha llegado
    al límite de la edad juvenil, incluso desea
    que me marche del palacio, indignado por los
    bienes que le comen los aqueos.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 27 Mayo 2021, 23:54

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XIX

    LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE A
    ODISEO. CONT.


    «Conque, vamos, interprétame este sueño, escucha:
    veinte gansos comían en mi casa trigo
    remojado con agua y yo me alegraba contemplándolos,
    pero vino desde el monte una
    gran águila de corvo pico y a todos les rompió
    el cuello y los mató, y ellos quedaron esparcidos
    por el palacio, todos juntos, mientras el
    águila ascendía hacia el divino éter. Yo lloraba
    a gritos, aunque era un sueño, y se reunieron en
    torno a mí las aqueas de lindas trenzas, mientras
    me lamentaba quejumbrosamente de que el
    águila me hubiera matado a los gansos. Entonces
    volvió ésta y se posó sobre la parte superior
    del palacio y, llamando con voz humana, dijo:
    "Cobra ánimos, hija del muy celebrado Icario,
    que no es un sueño, sino visión real y feliz que
    habrá de cumplirse. Los gansos son los pretendientes
    y yo antes era el águila, pero ahora he
    regresado como esposo tuyo, yo que voy a dar
    a todos los pretendientes un destino ignominioso."


    Así dijo y luego me abandonó el dulce
    sueño. Cuando miré en derredor vi a los gansos
    en el palacio comiendo trigo junto a la gamella
    en el mismo sitio de costumbre.»


    Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Mujer, no es posible en modo alguno interpretar
    el sueño dándole otra intención, después
    que el mismo Odiseo te ha manifestado cómo
    lo va a llevar a cabo. Clara parece la muerte
    para los pretendientes, para todos en verdad;
    ninguno escapará a la muerte y a las Keres.»


    Y le contestó la prudente Penélope:

    «Forastero, sin duda se producen sueños inescrutables
    y de oscuro lenguaje y no todos se
    cumplen para los hombres. Porque dos son las
    puertas de los débiles sueños: una construida
    con cuerno, la otra con marfil. De éstos, unos
    llegan a través del bruñido marfil, los que engañan
    portando palabras irrealizables; otros
    llegan a través de la puerta de pulimentados
    cuernos, los que anuncian cosas verdaderas
    cuando llega a verlos uno de los mortales. Y
    creo que a mí no me ha llegado de aquí el terrible
    sueño, por grato que fuera para mí y para
    mi hijo.
    «Te voy a decir otra cosa que has de poner en
    tu interior: esta aurora llegará infausta, pues
    me va a alejar de la casa de Odiseo. Voy a establecer
    un certamen, las hachas de combate que
    aquél colocaba en línea recta como si fueran
    escoras, doce en total. Él se colocaba muy lejos
    y hacía pasar el dardo una y otra vez a través
    de ellas. Ahora voy a establecer este certamen
    para los pretendientes y el que más fácilmente
    tienda el arco entre sus manos y haga pasar una
    flecha por todas las doce hachas, a ése seguiré
    inmediatamente dejando esta casa legítima,
    muy hermosa, llena de riquezas. Creo que
    algún día me acordaré de ella incluso en sueños.»


    Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Mujer venerable de Odiseo Laertíada, no difieras
    por más tiempo ese certamen en tu casa,
    pues el muy astuto Odiseo llegará antes de que
    ellos toquen ese pulido arco, tiendan la cuerda
    y atraviesen el hierro con la flecha.»


    Y le dijo a su vez la prudente Penélope:

    «Si quisieras deleitarme, forastero, sentado junto
    a mí en la sala, no se me vertería el sueño
    sobre los párpados, pero no es posible que los
    hombres estén siempre sin dormir, que los inmortales
    han establecido una porción para cada
    uno de los mortales sobre la fértil tierra. Así
    que subiré al piso de arriba y me acostaré en el
    funesto lecho, siempre regado por mis lágrimas
    desde que Odiseo marchó a la maldita Ilión que
    no hay que nombrar. Allí me acostaré; tú acuéstate
    en esta estancia extendiendo algo por el
    suelo, o que te pongan una cama.»


    Así diciendo, subió al resplandeciente piso superior;
    mas no sola, que con ella marchaban
    también las otras esclavas.
    Y cuando hubo subido al piso superior con las
    esclavas, se puso a llorar a Odiseo, su esposo,
    hasta que la de ojos brillantes le infundió sueño
    sobre los párpados, Atenea.

    FIN DEL CANTO XIX


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:17

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES


    Entonces el divino Odiseo comenzó a acostarse
    en el vestíbulo; extendió la piel no curtida de
    un buey y sobre ella muchas pieles de ovejas
    que habían sacrificado los aqueos, y Eurínome
    echó sobre él un manto cuando se hubo acostado.
    Y mientras Odiseo yacía allí desvelado, meditando
    males en su interior contra los pretendientes,
    salieron del palacio riendo y chanceando
    unas con otras las mujeres que solían
    acostarse con éstos. El ánimo de Odiseo se
    conmovía dentro del pecho y lo meditaba en su
    mente y en su corazón si se lanzaría detrás y
    causaría la muerte a cada una, o si todavía las
    iba a dejar unirse por última y postrera vez con
    los orgullosos pretendientes. Y su corazón le
    ladraba dentro. Como la perra que camina alrededor
    de sus tiernos cachorrillos ladra a un
    hombre y se lanza a luchar con él si no lo conoce,
    así también le ladraba dentro el corazón
    indignado por las malas acciones. Y se golpeó
    el pecho y reprendió a su corazón con estas
    razones:

    «¡Aguanta, corazón!, que ya en otra ocasión
    tuviste que soportar algo más desvergonzado,
    el día en que el Cíclope de furia incontenible
    comía a mis valerosos compañeros. Tú lo soportaste
    hasta que, cuandó creías morir, la astucia
    te sacó de la cueva.»


    Así dijo increpando a su corazón y éste se mantuvo
    sufridor, pero él se revolvía aquí y allá.
    Como cuando un hombre revuelve sobre
    abundante fuego un vientre lleno de grasa y
    sangre, pues desea que se ase deprisa, así se
    revolvía él a uno y otro lado, meditando cómo
    pondría las manos sobre los desvergonzados
    pretendientes, siendo él solo contra muchos.
    Entonces Atenea bajó del cielo y se llegó a su
    lado -semejante en su cuerpo a una mujer- y
    colocándose sobre su cabeza le dijo esta palabra:

    «¿Por qué estás desvelado todavía, desdichado,
    más que ningún mortal? Esta es tu casa y tu
    mujer está en ella y tu hijo es como cualquiera
    desearía que fuese su hijo.»


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «Sí, diosa, todo eso lo dices con razón, pero lo
    que medita mi espíritu dentro del pecho es
    cómo pondría mis manos sobre los desvergonzados
    pretendientes solo como estoy, mientras
    que ellos están siempre dentro en grupo. También
    medito esto dentro del pecho, lo más importante:
    si lograra matarlos por la voluntad de
    Zeus y de ti misma, ¿a dónde podría refugiarme?
    Esto es lo que te invito a considerar.»


    Y a su vez le dijo la diosa de ojos brillantes,
    Atenea:

    «Desdichado, cualquiera suele seguir el consejo
    de un compañero peor, aunque éste sea mortal
    y no conciba muchas ideas, pero yo soy una
    diosa, la que constantemente te protege en tus
    dificultades. Te voy a hablar claramente: aunque
    nos rodearan cincuenta compañías de
    hombres de voz articulada, deseosos de matar
    por causa de Ares, incluso a éstos podrías arrebatarles
    los bueyes y las pingües ovejas. Conque
    procura coger el sueño; es locura mantenerse
    en vela y vigilar durante toda la noche
    cuando ya vas a salir de tus desgracias.»



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:25

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT.


    Así diciendo, le vertió sueño sobre los párpados
    y se volvió al Olimpo la divina entre las diosas.
    Cuando ya comenzaba a vencerlo el sueño, el
    que desata las preocupaciones del espíritu y
    afloja los miembros, despertó su fiel esposa y
    rompió a llorar sentada en el blando lecho. Y
    luego que se hubo saciado de llorar la divina
    entre las mujeres, suplicó en primer lugar a
    Artemis:

    «Artemis, diosa soberana hija de Zeus, ¡ojalá
    me quitaras la vida ahora mismo arrojando a
    mi pecho una flecha, o que me arrebatara un
    huracán y me llevara sobre los brumosos caminos
    arrojándome en la desembocadura del refluente
    Océano -como cuando los huracanes se
    llevaron a las hijas de Pandáreo!. Los dioses
    aniquilaron a sus padres y ellas quedaron huérfanas
    en el palacio, pero la divina Afrodita las
    alimentó con queso y dulce miel y con delicioso
    vino; Hera les otorgó una belleza y prudencia
    superior a todas las mujeres; la casta Artemis
    les concedió gran estatura, y Atenea les enseñó
    a realizar labores brillantes. Un día que Afrodita
    había subido al elevado Olimpo a fin de pedir
    para ellas el cumplimiento de un floreciente
    matrimonio a Zeus, que goza con el rayo (pues
    éste conoce todo, tanto la suerte como el infortunio
    de los mortales hombres), las Harpías
    arrebataron a las doncellas y se las entregaron a
    las odiosas Erinias para que fueran sus criadas.
    ¡Así me mataran los que poseen mansiones en
    el Olimpo, o me alcanzara con sus flechas Artemis,
    de lindas trenzas, para hundirme en la
    odiosa tierra y ver a Odiseo y no tener que satisfacer
    los designios de un hombre inferior a
    él! Que la desgracia es soportable cuando uno
    pasa los días llorando, acongojado en su corazón,
    si por la noche se apodera de él el sueño
    (pues éste hace olvidar lo bueno y lo malo
    cuando cubre los párpados), pero a mí la divinidad
    incluso me envía malos sueños, pues esta
    noche ha vuelto a dormir a mi lado un hombre
    igual a como era Odiseo cuando marchó con el
    ejército. Con que mi corazón se llenó de alegría,
    pues no creía que era un sueño, sino realidad.»


    Así dijo, y enseguida llegó Eos, de trono de oro.
    Mientras aquélla lloraba, escuchó su voz el divino
    Odiseo y, meditando después, se le hacía
    que ella ya le había reconocido y puesto a su
    cabecera. Así que recogió el manto y las pieles
    en que se había acostado y las puso sobre una
    silla dentro del mégaron, pero la piel de buey
    se la llevó afuera. Y suplicó a Zeus, levantando
    sus manos:

    «Zeus padre, si por vuestra voluntad me habéis
    traído a mi patria sobre lo seco y lo húmedo,
    después de llenarme de males en exceso, que
    cualquiera de los hombres que se despiertan
    dentro muestre un presagio, y que fuera se
    muestre otro prodigio de Zeus.»


    Así dijo suplicando y le escuchó Zeus, el que ve
    a lo ancho. Al punto tronó desde el resplandeciente
    Olimpo, desde lo alto de las nubes, y se
    alegró el divino Odiseo. El presagio lo envió
    una molinera desde la casa, cerca de donde el
    pastor de su pueblo tenía las muelas en las que
    se afanaban doce mujeres en total, fabricando
    harina de cebada y trigo, médula de los hombres.
    Las demás mujeres dormían ya, una vez
    que hubieron molido su trigo pero esta, que era
    la más débil, todavía no había terminado. Entonces
    se puso en pie y dijo su palabra, señal
    para su amo:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:33

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT


    «Zeus padre, que reinas sobre dioses y hombres,
    has tronado fuertemente desde el cielo
    estrellado -y en ninguna parte hay nubes-. Como
    señal, sin duda, se lo muestras a alguien.
    Cúmpleme ahora también a mí, desdichada, la
    palabra que voy a decirte: que los pretendientes
    tomen su agradable comida hoy por última y
    postrera vez en el palacio de Odiseo. Ellos son
    quienes con el cansado trabajo han hecho flaquear
    mis rodillas mientras fabricaba harina;
    que cenen ahora por última vez.»


    Así dijo, y se alegró con el presagio el divino
    Odiseo y con el trueno de Zeus, pues pensaba
    que castigaría a los culpables.

    Entonces se congregaron las esclavas en el
    hermoso palacio de Odiseo y encendían en el
    hogar el infatigable fuego. Telémaco se levantó
    del lecho, mortal igual a un dios, después de
    vestir sus vestidos, se echó a los hombros la
    aguda espada, ató a sus relucientes pies hermosas
    sandalias y, asiendo la fuerte lanza de punta
    de bronce, se puso sobre el umbral y dijo a
    Euriclea:

    «Tata, ¿habéis honrado al huésped con lecho y
    comida, o yace descuidado?; pues así es mi
    madre, aun siendo prudente: honra inconsideradamente
    al peor de los hombres de voz articulada
    y, en cambio, al mejor lo despide sin
    haberlo honrado.»


    Y a su vez le dijo la prudente Euriclea:

    «Hijo, no vayas ahora a culpar a la inocente,
    pues mientras él quiso bebió vino y de comida
    aseguró que ya no le apetecía más, que ella se
    lo preguntaba. Cuando, finalmente, se acordó
    del lecho y del sueño, tu madre ordenó a las
    esclavas preparárselo, pero él no quiso dormir
    en lecho y colchas, sino en el vestíbulo sobre
    una piel no curtida de buey y pieles de ovejas,
    como alguien completamente mísero y desventurado.
    Y nosotras le cubrimos con un manto.»


    Así dijo; Telémaco salió del mégaron sosteniendo
    la lanza -a su lado marchaban dos veloces
    lebreles-, y echó a caminar hacia el ágora
    junto a los aqueos de hermosas grebas.
    Entonces la divina entre las mujeres, Euriclea,
    hija de Ope Pisenórida, comenzó a dar órdenes
    a las mujeres:

    «Vamos, unas barred diligentes y regad el palacio,
    y colocad en las labradas sillas tapetes
    purpúreos; otras fregad con esponjas todas las
    mesas y limpiad las cráteras y las labradas copas
    de doble asa; y otras marchad por agua a la
    fuente y volved enseguida con ella, pues los
    pretendientes no estarán mucho tiempo lejos
    del palacio, sino que volverán temprano, que
    hoy es para todos día de fiesta».


    Así dijo, y ellas la escucharon y obedecieron.
    Unas veinte marcharon hacia la fuente de aguas
    profundas y otras trabajaban habilidosamente
    allí mismo, en la casa.
    En esto entraron los nobles sirvientes, quienes
    luego cortaron leña bien y con habilidad. Las
    mujeres volvieron de la fuente y detrás llegó el
    porquero conduciendo tres cerdos -los mejores
    entre todos-; los dejó paciendo en el hermoso
    cercado y se dirigió a Odiseo con dulces palabras:

    «Forastero ¿te ven mejor los aqueos ahora, o te
    siguen ultrajando en el palacio, como antes?»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:41

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

    «¡Ojalá, Eumeo, castigaran ya los dioses el ultraje
    que éstos infieren con insolencia ejecutando
    acciones inicuas en casa extraña y sin tener
    ni parte de vergüenza!»


    Esto es lo que se decían uno a otro cuando se
    les acertó Melantio, el cabrero, conduciendo
    junto con dos pastores las cabras que sobresalían
    entre todo el rebaño para festín de los pretendientes;
    las ató bajo el sonoro pórtico y se
    dirigió a Odiseo con mordaces palabras:

    «Forastero, ¿vas a seguir importunando en el
    palacio pidiendo limosna a los hombres?; ¿es
    que no vas a salir fuera? Creo que no nos vamos
    a separar sin que pruebes mis brazos, pues
    tú no pides como se debe. También hay otros
    convites entre los aqueos.»


    Así dijo, pero a éste no le contestó el muy astuto
    Odiseo, sino que movió la cabeza en silencio,
    meditando males. Después de éstos llegó tercero
    Filetio el caudillo de hombres, llevando una
    vaca no paridera y pingues cabras para los pretendientes
    (los habían pasado los barqueros,
    quienes también transportan a los demás hombres,
    a cualquiera que les llegue): las ató bajo el
    sonoro pórtico e interrogaba al porquero poniéndose
    a su lado:

    «Porquero, ¿quién es este forastero recién llegado
    a nuestra casa?, ¿de qué hombres se precia
    de ser?, ¿dónde están su familia y su tierra
    patria? ¡Infeliz!, desde luego parece por su
    cuerpo un rey soberano. En verdad los dioses
    abruman con desgracia a los hombres que vagan
    mucho, cuando incluso a los reyes otorgan
    infortunio.»


    Así dijo y poniéndose a su lado le saludó con la
    diestra y, hablándole, dijo aladas palabras:

    «Bienvenido, padre huésped, ¡ojalá tengas felicidad
    en el futuro, que lo que es ahora estás
    sujeto por numerosos males! Padre Zeus,
    ningún otro de los dioses es más cruel que tú;
    una vez que crea a los hombres no los compadece
    de que caigan en el infortunio y los tristes
    dolores. ¡Cosa singular!, según lo vi los ojos me
    lloraban, pues me acordé de Odiseo; que también
    aquél, creo yo, vaga entre los hombres con
    tales andrajos, si es que de alguna manera vive
    aún y ve la luz del sol. Porque si ya está muerto
    y en las mansiones de Hades... ¡ay de mí, irreprochable
    Odiseo, el que me puso al frente de
    las vacas, siendo niño aún en el país de los cefalenios!
    Ahora éstas son innumerables; de ninguna
    manera le podría crecer más a un hombre
    la raza de vacunos de anchas frentes. Pero otros
    me ordenan traerlas para comérselas ellos y no
    se cuidan de su hijo en el palacio ni temen la
    venganza de los dioses, pues desean ya repartirse
    las posesiones del señor, largo tiempo ausente.
    Y mi corazón revuelve esto dentro del
    pecho: es cosa mala marchar mientras vive su
    hijo al pueblo de otros, emigrando con estas
    vacas hacia hombres de un país extraño, pero
    todavía lo es más quedarme aquí guardando
    las vacas para otros y soportar tristezas. Hace
    tiempo me habría marchado huyendo junto a
    otros reyes poderosos, pues esto ya es insoportable,
    pero aún espero que ese desdichado
    vuelva de algún sitio y haga dispersarse a los
    pretendientes en el palacio.»


    Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:50

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT


    «Boyero, puesto que no pareces cobarde ni insensato
    -sé bien que la prudencia te ha llegado
    a la mente-, te diré y juraré un gran juramento:
    ¡sea testigo Zeus antes que los demás dioses y
    la hospítalaria mesa y el Hogar de Odiseo al
    que he llegado!; mientras estés tú mismo aquí
    dentro, vendrá a casa Odiseo y con tus ojos
    podrás ver muertos, si quieres, a los pretendientes
    que aquí mandan.»


    Y el boyero le dijo:

    «Forastero, ¡ojalá el Cronida cumpliera de verdad
    esta tu palabra! Conocerías entonces cuál
    es mi fuerza y qué brazos me acompañan.»


    También Eumeo suplicaba a todos los dioses
    que el prudente Odiseo volviera a casa. Y esto
    es lo que se decían uno al otro.

    Entre tanto los pretendientes preparaban la
    muerte contra Telémaco. Se les acercó por el
    lado izquierdo un pájaro, el águila que vuela
    alto, reteniendo a una temblorosa paloma, y
    Anfínomo comenzó a hablar entre ellos y dijo:

    «Amigos, no nos saldrá bien la decisión de dar
    muerte a Telémaco, conque pensemos en la
    comida.»


    Así dijo Anfínomo y a ellos les agradó su palabra.
    Entraron en el palacio del divino Odiseo,
    pusieron sus mantos sobre sillas y sillones y
    comenzaron a sacrificar grandes ovejas y pingües
    cabras, así como gordos cerdos y una vaca
    del rebaño. Luego asaron las entrañas, las repartieron,
    mezclaron el vino en las cráteras y el
    porquero distribuía las copas; Filetio, caudiIlo
    de hombres, les distribuía el pan en hermosos
    canastos y Melantio vertía el vino. Y ellos echaron
    mano de los alimentos que tenían delante.
    Telémaco, pensando astutamente, hizo sentar a
    Odiseo dentro del bien construido palacio, junto
    al umbral de piedra, le puso una pobre silla y
    una mesa pequeña y le colocaba parte de las
    asaduras y le vertía vino en copa de oro. Y le
    dijo estas palabras:

    «Siéntate aquí con los hombres y bebe vino; yo
    mismo te libraré de las injurias y de las manos
    de todos los pretendientes, pues esta casa no es
    del pueblo, sino de Odiseo, y la adquirió para
    mí. En cuanto a vosotros, pretendientes, contened
    vuestras manos para que nadie suscite disputa
    ni altercado.»


    Así habló; todos ellos clavaron los dientes en
    sus labios y admiraban a Telémaco, porque
    había hablado audazmente. Y entre ellos habló
    Antínoo, hijo de Eupites:

    «Por más dura que sea, aceptemos, aqueos, la
    palabra de Telémaco quien mucho nos ha amenazado.
    No lo quiso Zeus Cronida, si no ya le
    habríamos parado los pies en el palacio, aunque
    sea sonoro hablador.»


    Así dijo Anfínomo, pero Telémaco no hizo caso
    de sus palabras.

    Los heraldos iban conduciendo a través de la
    ciudad la sagrada hecatombe de los dioses,
    mientras los melenudos aqueos se congregaban
    bajo el sombrío bosque de Apolo, el que hiere
    de lejos. Y después que hubieron asado la carne
    de las partes externas, las retiraron, repartieron
    y celebraban un gran banquete. Y los que servían
    pusieron junto a Odiseo una porción igual a
    las que había tocado en suerte a ellos; así lo
    había ordenado Telémaco, el hijo del divino
    Odiseo.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 00:59

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT


    Y Atenea no dejaba que los arrogantes pretendientes
    contuvieran del todo los escarnios que
    laceran el corazón, para que el dolor se hundiera
    todavía más en el ánimo de Odiseo Laertíada.

    Había entre los pretendientes un hombre
    de pensamientos impíos. Ctesipo era su nombre
    y en Same habitaba su casa. Éste pretendía
    a la esposa de Odiseo, largo tiempo ausente,
    confiado en sus muchas posesiones. Y decía
    entonces a los soberbios pretendientes:

    «Escuchadme, ilustres pretendientes, lo que
    voy a deciros. El forastero tiene una parte igual,
    como es razonable, pues no es decoroso ni justo
    privar del festín a los huéspedes de Telémaco,
    cualquiera que llegue a este palacio. Pero también
    yo voy a darle un regalo de hospitalidad
    para que él mismo se lo entregue al bañero o a
    otro de los esclavos que habitan el palacio del
    divino Odiseo.»


    Así diciendo, cogió de una bandeja una pata de
    buey y se la arrojó con robusta mano. Odiseo
    inclinó la cabeza ligeramente, la esquivó y sonrió
    en su ánimo con sonrisa sardónica. La pata
    dio en el bien construido muro y Telémaco reprendió
    a Ctesipo con su palabra:

    «Ctesipo, lo mejor para tu vida ha sido no alcanzar
    al forastero, pues él ha evitado el golpe;
    en caso contrario, yo te habría alcanzado de
    lleno con la agúda lanza, y en vez de boda, tu
    padre se habría cuidado de tu funeral. Por esto,
    que ninguno muestre sus insolencias en mi
    casa, pues ya comprendo y sé cada cosa, las
    buenas y las malas. Hace poco aún era niño y
    toleraba, aun viéndolo, el degüello de ovejas así
    como el vino que se bebía y la comida, pues es
    difícil que uno solo contenga a muchos. Conque,
    vamos, no me causéis ya más daños como
    si fuerais enemigos, aunque si me queréis matar
    con el bronce, sería mejor morir que ver
    continuamente estas obras inicuas: a los huéspedes
    maltratados y a las esclavas indignamente
    forzadas en mi hermoso palacio.»

    Así dijo y todos ellos enmudecieron en el silencio.
    Y más tarde dijo Agelao Damastórida:

    «Amigos. ninguno vaya a irritarse contestando
    con razones contrarias a lo dicho con justicia.
    No maltratéis al forastero ni a ningún otro de
    los esclavos que hay en la casa de Odiseo, aunque
    yo diría una palabra dulce a Telémaco y a
    su madre, si ésta fuera agradable a su corazón:
    mientras vuestro ánimo confiaba en que regresaría
    a casa el prudente Odiseo, no os indignabais
    porque permanecieran los pretendientes
    ni por retenerlos en la casa; incluso
    habría sido lo mejor si Odiseo hubiese regresado
    a casa. Pero ya es evidente que no ha de
    volver de ningún modo; conque, vamos, siéntate
    junto a tu madre y dile que case con quien
    sea el mejor y le entregue más cosas, para que
    tú sigas poseyendo con alegría todo lo de tu
    padre, comiendo y bebiendo, y ella cuide la
    casa de otro.»


    Y le contestó Telémaco discretamente:

    «¡No, por Zeus, Agelao, y por las tristezas de
    mi padre quien puede que haya muerto o ande
    errante lejos de Itaca! De ninguna manera trato
    de retrasar el casamiento de mi madre; por el
    contrario, la exhorto a casarse con el que quiera
    e incluso le doy regalos innumerables. Pero me
    avergüenzo de arrojarla del palacio contra su
    voluntad, con palabra forzosa. ¡No permita la
    divinidad que esto suceda!»


    Así dijo Telémaco, y Palas Atenea levantó una
    risa inextinguible entre los pretendientes y les
    trastornó la razón. Reían con mandíbulas ajenas
    y comían carne sanguinolenta; sus ojos se llenaban
    de lágrimas y su ánimo presagiaba el
    llanto. Entonces les habló Teoclímeno, semejante
    a un dios:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 28 Mayo 2021, 01:08

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XX

    LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES. CONT


    «¡Ah, desdichados!, ¿qué mal es éste que padecéis?
    En noche están envueltas vuestras cabezas
    y rostros y de vuestras rodillas abajo. Se
    enciende el gemido y vuestras mejillas están
    llenas de lágrimas. Con sangre están rociados
    los muros y los hermosos intercolumnios y de
    fantasmas lleno el vestíbulo y lleno está el patio
    de los que marchan a Erebo bajo la oscuridad.
    El sol ha desaparecido del cielo y se ha extendido
    funesta niebla.»


    Así dijo, y todos se rieron de él dulcemente. Y
    Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablar
    entre ellos:

    «Está loco el forastero recién llegado de tierra
    extraña. Vamos, jóvenes, llevadlo rápidamente
    fuera de la casa; que marche al ágora, ya que
    piensa que aquí es de noche.»


    Y le contestó Teoclímeno, semejante a un dios:

    «Eurímaco, no te he pedido que me des acompañamiento,
    que tengo ojos, oídos y ambos pies
    y una razón bien construida en mi pecho, en
    absoluto incongruente. Con éstos me voy afuera,
    pues veo claro que la destrucción se os acerca,
    de la que no va a poder huir ninguno de los
    pretendientes, los que en la casa de Odiseo,
    semejante a un dios, insultáis a los hombres y
    ejecutáis acciones inicuas.»


    Así diciendo salió del palacio, agradable vivienda,
    y marchó a casa de Pireo, quien lo recibió
    benévolo. Y los pretendientes se miraban
    unos a otros e irritaban a Telémaco, burlándose
    de sus huéspedes. Así decía uno de los arrogantes
    jóvenes:

    «Telémaco, nadie es más desafortunado con los
    huéspedes que tú. Tienes uno como ese mendigo
    vagabundo necesitado de comida y vino, en
    absoluto conocedor de hazañas ni de vigor,
    sino un peso muerto de la tierra, y ese otro que
    se levantó a vaticinar; si me hicieras caso, lo
    mejor sería que metiéramos a los forasteros en
    una nave de muchos bancos y los enviáramos a
    Sicilia, donde te darían un precio conveniente.»


    Así dijeron los pretendientes, pero Telémaco no
    hacía caso de sus palabras, sino que miraba a su
    padre en silencio, aguardando siempre cuándo
    pondría las manos sobre los desvergonzados
    pretendientes.

    Y la hermosa hija de Icario, la prudente Penélope,
    poniendo su sillón enfrente escuchaba las
    palabras de cada uno de los hombres en el palacio.
    Así es como se prepararon, entre risas, un
    almuerzo dulce y agradable, pues habían sacrificado
    en abundancia. Pero ninguna otra cena
    podría ser más desgraciada como la que iban a
    prepararles más tarde la diosa y el fuerte hombre,
    pues ellos fueron los primeros en ejecutar
    acciones indignas

    FIN DEL CANTO XX.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 29 Mayo 2021, 00:45

    Lenta, pero te sigo siguiendo, jeje.

    Es fácil perderse entre los cantos, entre la Odisea y Homero, es decir, es un disfrute.
    Gracias y besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 06:29

    La Odisea es una maravilla.

    Gracias, Lluvia.

    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 06:38

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO


    Entonces Atenea, la diosa de ojos brillantes,
    inspiró en la mente de la hija de Icario, la prudente
    Penélope, que dispusiera el arco y el ceniciento
    hierro en el palacio de Odiseo para los
    pretendientes, como competición y para comienzo
    de la matanza. Subió a la alta escalera
    de su casa y tomando en su vigorosa mano una
    bien curvada llave, hermosa, de bronce y con
    mango de marfil, echó a andar con sus esclavas
    hacia la última habitación donde se hallaban los
    objetos preciosos del señor -bronce, oro y labrado
    hierro. Allí estaba también el flexible
    arco y el carcaj de las flechas con muchos y dolorosos
    dardos que le había dado como regalo
    un huésped, Ifito Eurítida, semejante a los inmortales,
    cuando lo encontró en Lacedemonia.

    Se encontraron los dos en Mesenia, en casa del
    prudente Ortíloco. Odiseo había ido por una
    deuda que le debía todo el pueblo: en efecto,
    unos mesenios se le habían llevado de Itaca
    trescientas ovejas, con sus pastores, en naves de
    muchos bancos. A causa de éstas, Odiseo caminó
    mucho camino seguido, aunque era joven,
    pues le habían mandado su padre y otros
    ancianos. Ifito, por su parte, buscaba unos animales
    que le habían desaparecido, doce yeguas
    y mulos pacientes en el trabajo. Éstas serían
    después muérte y destrucción para él, cuando
    llegó junto al hijo de Zeus de ánimo esforzado,
    junto al mortal Heracles concebidor de grandes
    empresas, quien, aun siendo su huésped, lo
    mató en su casa. ¡Desdichado!, no temió la venganza
    de los dioses ni respetó la mesa que le
    había puesto; y, después de matarlo, retuvo a
    las yeguas de fuertes pezuñas en el palacio.
    Cuando buscaba a éstas, se encontró con Odiseo
    y le dio el arco que usaba el gran Eurito y
    que había legado a su hijo al morir en su elevado
    palacio.

    Odiseo, por su parte, le entregó aguda espada y
    fuerte lanza como inicio de una afectuosa amistad,
    pero no llegaron a sentarse uno a la mesa
    del otro, pues antes el hijo de Zeus mató a Ifito
    Eurítida, semejante a los inmortales, quien había
    dado el arco a Odiseo. Éste lo llevaba en su
    patria, pero no lo tornó al marchar al combate
    sobre las negras naves, sino que estaba en el
    palacio como recuerdo de su huésped.

    Cuando hubo llegado a la habitación la divina
    entre las mujeres y puso el pie sobre el umbral
    de roble (en otro tiempo lo había pulido sabiamente
    el artífice, había enderezado con la plomada
    y levantado las jambas colocando sobre
    ella las resplandecientes puertas) desató la correa
    del tirador, introdujo la llave apuntando
    de frente y corrió los cerrojos de las puertas.
    Éstas resonaron como el toro que pace en la
    pradera -¡tanto resonó la hermosa puerta empujada
    por la llave!- y se le abrieron inmediatamente.
    Luego ascendió a la hermosa tarima
    donde estaban las arcas en que yacían los perfumados
    vestidos. Extendió el brazo, tomó del
    clavo el arco con su misma funda, el cual resplandecía,
    y sentada con él sobre sus rodillas,
    rompió a llorar ruidosamente sin soltar el arco
    del rey. Luego que se hubo saciado del gemido
    de muchas lágrimas, echó a andar hacia el
    mégaron en busca de los ilustres pretendientes
    con el flexible arco entre sus manos y la aljaba
    portadora de dardos con muchas y dolorosas
    saetas; y junto a ella las siervas llevaban un
    arcón en que había mucho hierro y bronce, ¡los
    trofeos de un soberano como él!

    Cuando llegó a los pretendientes, se detuvo
    junto a una columna del techo, sólidamente
    construido, sosteniendo un grueso velo ante
    sus mejillas; y a uno y a otro lado de ella estaba
    en pie una fiel doncella.

    Al punto se dirigió a los pretendientes y dijo:

    «Escuchadme, ilustres pretendientes que hacéis
    uso de esta casa para comer y beber sin cesar
    un instante, la de un hombre que lleva ausente
    largo tiempo. Ningún otro pretexto podéis poner
    sino que estáis deseosos de casaros conmigo
    y tomarme por mujer. Conque, vamos, pretendientes,
    esto es lo que se os muestra como
    certamen: colocaré el gran arco del divino Odiseo
    y aquel que lo tense más fácilmente y haga
    pasar el dardo por las doce hachas, a éste seguiré
    inmediatamente abandonando esta casa
    querida, muy hermosa, llena de riqueza, de la
    que un día, creo, me acordaré incluso en sueños.»

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 06:48

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO. CONT.


    Así dijo y ordenó a Eumeo, el divino porquero,
    que ofreciera a los pretendientes el arco y el
    ceniciento hierro. Eumeo lo recibió llorando y
    lo puso en tierra; y al otro lado lloraba el boyero
    cuando vio el arco del soberano. Y Antínoo
    les increpó, les habló y llamó por su nombre:

    «Necios campesinos, que sólo pensáis en las
    cosas del día; cobardes, ¿por qué derramáis
    lágrimas y conmovéis el ánimo de esta mujer?
    Dolorida está ya por otras razones, desde que
    perdió a su esposo. Conque, vamos, sentaos a
    comer en silencio o marchaos afuera a llorar y
    dejad ahí mismo el arco, certamen inofensivo
    para los pretendientes. No creo que se tense
    fácilmente este bien pulido arco, pues no hay
    entre todos éstos un hombre como era Odiseo.
    Le vi -me acuerdo- siendo yo niño pequeño.»


    Así dijo, y es que en su interior esperaba tensar
    el arco y hacer pasar la flecha por el hierro. Pero
    en verdad el irreprochable Odiseo, a quien
    entonces deshonraba en el palacio incitaba a
    sus compañeros-, iba a darle a probar, antes
    que a nadie, el dardo despedido de sus manos.
    Y entre ellos habló la sagrada fuerza de Telémaco:

    «No, no me ha hecho muy prudente Zeus, el
    hijo de Crono; mi madre, prudente como es, me
    dice que va a seguir a otro dejando esta casa y
    yo me río y alegro con ánimo insensato. Conque
    apresuraos, pretendientes, que esta competición
    os la gane una mujer cual no hay ya en la
    tierra aquea ni en la sagrada Pilos ni en Argos
    ni en Micenas ni en la misma Itaca ni en el oscuro
    continente. Pero también vosotros lo sabéis,
    ¿qué necesidad tengo de alabar a mi madre?
    Así que, vamos, no lo retraséis con pretextos
    ni esperéis más tiempo a tender el arco para
    que os veamos. También yo probaré este arco y,
    si logro tenderlo y traspasar el hierro con la
    flecha, no dejaría, para dolor mío, esta casa mi
    venerable madre por seguir a otro, ni me quedaría
    yo atrás cuando soy capaz de llevarme el
    hermoso trofeo de mi padre.»


    Así dijo, y quitándose el manto purpúreo de los
    hombros, se puso en pie y descolgó de su hombro
    la aguda espada. En primer lugar colocó las
    hachas abriendo para todas un largo surco, las
    alineó a cuerda y puso tierra alrededor.
    El asombro se apoderó de todos los que veían
    cuán ordenadamente las había colocado -nunca
    antes lo habían visto. Entonces fue a ponerse
    sobre el umbral y probar el arco. Tres veces lo
    movió deseando tenderlo y tres veces desistió
    de su ímpetu esperando en su interior tender la
    cuerda y atravesar el hierro con una flecha. Y
    quizá lo habría tendido, tirando con fuerza por
    cuarta vez, pero Odiseo le hizo señas de que no,
    aunque mucho lo deseaba. Y habló de nuevo
    entre ellos la sagrada fuerza de Telémaco:

    «¡Ay, ay, creo que voy a ser en adelante cobarde
    y débil!, o quizá es que soy demasiado joven
    y no puedo confiar en mis brazos para rechazar
    a un hombre cuando alguien me ataca primero.
    Pero, vamos; vosotros que sois superiores a mi
    en fuerzas, probad el arco y acabemos el certamen.»


    Así diciendo, dejó el arco en él suelo, lejos de sí,
    lo apoyó contra las bien ajustadas, bien pulidas
    puertas y colgó la aguda flecha de una hermosa
    anilla y volvió a sentarse en la silla de donde se
    había levantado. Y entre ellos habló Antínoo,
    hijo de Eupites:

    «Compañeros, levantaos todos, uno tras otro,
    comenzando por la derecha del lugar donde se
    escancia el vino.»


    Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra.
    Levantóse el primero Leodes, hijo de Enopo, el
    cual era su arúspice y se sentaba junto a una
    hermosa crátera, siempre en el rincón más escondido;
    sólo a él eran odiosas las iniquidades
    y estaba indignado contra todos los pretendientes.
    Entonces fue el primero en tomar el arco y
    el agudo dardo y marchó a ponerse sobre el
    umbral. Probó el arco y no pudo tenderlo, pues
    antes se cansó de tirar hacia atrás con sus blandas,
    no encallecidas manos. Y dijo entre los
    pretendientes:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 06:57

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO.
    CONT.

    «Amigos, yo no puedo tenderlo, que lo coja
    otro. Este arco privará de la vida y del alma a
    muchos nobles. Aunque es preferible morir que
    no conseguir aquello por lo que estamos reunidos
    siempre aquí, esperando todos los días.
    Ahora cualquiera espera y desea en su ánimo
    casarse con Penélope, la esposa de Odiseo, pero
    una vez que pruebe el arco y lo vea, que pretenda,
    buscando con regalos de boda, a alguna
    otra de las aqueas de hermoso peplo, y aquélla
    rápidamente se casará con quien más cosas le
    regale y le venga designado por el destino.»

    Así diciendo, dejó el arco en el suelo, lejos de sí,
    lo apoyó contra las bien ajustadas, bien pulidas
    puertas y colgó la aguda flecha de una hermosa
    anilla, y volvió a sentarse en la silla de donde se
    había levantado.

    Entonces le increpó Antínoo, le habló y le llamó
    por su nombre:

    «Leodes, ¡qué palabra terrible e inaguantable
    -me he irritado al escucharla- ha escapado del
    cerco de tus dientes!; que este arco privará a los
    pretendientes de la vida y el alma porque tú no
    puedes tenderlo. No, sólo a ti no te parió tu
    venerable madre para ser tirador de arco y flechas,
    pero otros ilustres pretendientes lo tenderán
    enseguida.»


    Así dijo y ordenó a Melantio el cabrero:

    «Apresúrate a encender fuego en el palacio,
    Melantio, y coloca al lado un sillón grande con
    pieles encima; y trae un gran pan de sebo que
    hay dentro para que calentemos el arco, lo untemos
    con grasa y lo probemos, para terminar
    de una vez el certamen.»


    Así dijo; Melantio encendió enseguida un fuego
    infatigable, acercóle un sillón, con pieles encima
    y llevó un gran pan de sebo que había dentro.
    Los jóvenes calentaron el arco y trataron
    de tenderlo, pero no podian., pues estaban muy
    faltos de fuerzas. Pero todavía Antínoo estaba a
    la expectativa y Eurímaco semejante a un diós,
    jefes de los pretendientes y señaladamente los
    mejores por su valor. Habían salido del palacio,
    en mutua compañía, el boyero y el porquero
    del divino Odiseo. Y les siguió él mismo, el
    divino Odiseo, desde la casa; y cuando ya estaban
    fuera de las puertas y del patio les habló
    con suaves palabras:

    «Boyero y tú, porquero, Les diré alguna palabra
    o mejor la mantendré oculta? El ánimo me ordena
    decirla. ¿Como seríais para defender a
    Odiseo si llegara de alguna parte, así de repente,
    y alguna divinidad lo enviara? ¿Defenderíais
    a los pretendientes o a Odiseo? Contestad como
    el corazón y el ánimo os lo ordenen.»


    Y el boyero dijo:

    «Zeus padre, ¡ojalá cumplieras este deseo mío
    de que llegue aquel hombre conducido por
    alguna divinidad! Conocerías cuál es mi fuerza
    y qué brazos me acompañan.»


    Eumeo suplicaba a todos los dioses de la misma
    manera que regresara a casa el prudente Odiseo.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:06

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO.
    CONT.

    Y una vez que éste conoció su verdadero pensamiento,
    de nuevo les contestó con sus palabras
    y dijo:

    «Ya está él dentro; soy yo mismo, que después
    de pasar muchas calamidades he llegado a los
    veinte años a la tierra patria. También me doy
    cuenta que sólo vosotros dos entre los esclavos
    deseabais mi llegada, que de los otros, a ninguno
    he oído que suplicara para que yo regresara
    a casa. Así que a vosotros dos os diré la verdad
    de lo que va a suceder: si por mi mano la divinidad
    hace sucumbir a los ilustres pretendientes,
    os daré a ambos esposa y posesiones, y casas
    edificadas cerca de la mía; y seréis, además,
    compañeros y hermanos de mi Telémaco.
    Vamos, os voy a mostrar otra señal manifiesta
    para que me reconozcáis bien y confiéis en
    vuestro ánimo, la cicatriz que en otro tiempo
    me infirió un jabalí con su blanco colmillo,
    cuando marché al Parnaso con los hijos de
    Autólico.»


    Así diciendo, apartó los andrajos de la gran
    cicatriz y luego que éstos la vieron y examinaron
    bien cada parte rompieron en llanto, echaron
    los brazos alrededor del prudente Odiseo y
    le besaban y acariciaban la cabeza y los hombros.
    También él besaba sus cabezas y manos y
    se les habría puesto la luz del sol mientras lloraban,
    si no los hubieran calmado y hablado
    Odiseo mismo:

    «Contened el llanto y el gemido, no sea que
    alguien os vea si sale del pálacio y vaya adentro
    a decirlo. Entrad uno tras otro, no juntos; primero
    yo y después vosotros. La señal será la siguiente:
    todos los demás, cuantos son ilustres
    pretendientes no dejarán que me sean entregados
    el arco y el carcaj, pero tú, divino Eumeo,
    llévalo a través de la habitación para ponerlo en
    mi mano y di a las mujeres que cierren las
    puertas del palacio ajustándolas fuertemente.
    En el caso de que alguna oiga gemido o golpe
    de hombres entre nuestras paredes que no acuda
    a la puerta, que se quede en silenció junto a
    su labor. En cuanto a ti, divino Filetio, te encargo
    cerrar con llave las puertas del patio y poner
    enseguida una cadena.»


    Así diciendo, entró en la bien construida casa y
    se fue a sentar en la silla de donde se había levantado;
    y después entraron los dos siervos del
    divino Odiseo.

    Eurímaco ya estaba moviendo el arco con las
    manos hacia uno y otro lado, calentándolo con
    el brillo del fuego, pero ni aun así podía tenderlo
    y se afligía grandemente en su noble corazón.
    Así que suspiró, dijo su palabra, habló y
    llamó por su nombre:

    «¡Ay, ay, en verdad siento pesar por mí mismo
    y por todos! Y no es que me lamente tanto por
    la boda, aunque me duela -pues hay muchas
    otras aqueas, unas en la misma Itaca rodeada
    de mar y otras en las restantes ciudades-, como
    porque seamos tan débiles de fuerza comparados
    con el divino Odiseo, que no podemos tender
    el arco. ¡Será una vergüenza que se enteren
    los venideros!»


    Y Antínoo, hijo de Eupites, se dirigió luego a él:

    «Eurímaco, nó será así -y lo sabes también tú-.
    Ahora se celebra en el pueblo- la sagrada fiesta
    del dios. ¿Quién podría tender el arco? Dejadle
    tranquilamente en el suelo y las hachas de
    dóble filo dejémoslas ahí puestas, pues no creo
    que se las lleve nadie que venga al palacio de
    Odiséo Laertíada. Con que vamos, que el cópero
    haga una primera ofrenda, por orden, en las
    copas para que una vez realizada dejemos el
    curvado arco. Ordenad a Melantió que traiga
    cabras al amanecer, las que sobresalgan entre
    todas, para que probemos el arco y terminemos
    el certamen de una vez, después de ofrecer
    muslos a Apolo, famoso por su arco.»


    Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra. Así
    que los heraldos vertieron agua sobre sus manos
    y unos jóvenes coronaban con vino las
    cráteras y lo distribuyeron entre todos haciendo
    una primera ofrenda en las copas. Y después
    que hubieron hecho libación y bebido cuanto
    quiso su apetito, les dijo meditando engaños el
    muy astuto Odiseo:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:13

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO.
    CONT.

    «Escuchadme, pretendientes de la ilustre reina,
    mientras os digo lo que el corazón me ordena
    dentro del pecho. Me dirijo principalmente a
    Eurímaco y Antínoo, semejante a un dios, puesto
    que él ha dicho oportunamente qué dejéis
    ahora el arco y os volváis a los dioses, que al
    amanecer la divinidad dará fuerzas al que quisiere.
    Vamos, dadme el pulimentado arco para
    que pueda probar con vosotros mi fuerza y mis
    brazos, para ver si tengo todavía el vigor cual
    antes tenía en mis flexibles miembros, o ya me
    lo han destruido la vida errante y la falta de
    cuidados.»


    Así dijo, y todos ellos se indignaron sobremanera
    temiendo que lograse tender el pulido
    arco.
    Entonces Antínoo le increpó y llamó por su
    nombre:

    «¡Ah, miserable entre los forasteros, no tienes ni
    el más mínimo seso! ¿No te contentas con participar
    tranquilamente del festín con nosotros,
    los poderosos, y que no se te prive de nada del
    banquete, e incluso escuchar nuestras palabras
    y conversación? Ningún otro forastero ni mendigo
    escucha nuestras palabras. Te trastorna el
    vino, dulce como la miel, el que daña a quien lo
    arrebata con avidez y no lo bebe comedidamente.
    El vino perdió también al ilustre centauro
    Euritión en el palacio del muy noble Pirítoo
    cuando marchó al país de los Lapitas. Cuando
    había dañado su mente con el vino, cometió
    enloquecido acciones indignas en la casa de
    Pirítoo, pero la indignación se apoderó de los
    héroes y se arrojaron sobre él, lo arrastraron
    afuera a través del vestíbulo y le cortaron orejas
    y nariz con cruel bronce. Y él, dañado en su
    mente, se marchó soportando su desgracia con
    ánimo demente. Por esto se produjo la contienda
    entre hombres y Centauros, y aquél fue el
    primero que encontró el mal para sí mismo por
    haberse cargado de vino.
    «También a ti te anuncio una gran desgracia si
    tiendes el arco, pues no encontrarás afabilidad
    en nuestro pueblo y te enviaremos en negra
    nave al rey Equeto, azote de todos los mortales,
    y de allí no podrás escapar a salvo. Así que
    bebe tranquito y no trates de rivalizar con
    hombres más jóvenes»


    Y la prudente Penélope se dirigió luego a él:

    «Antínoo, no es decoroso ni justo ultrajar a los
    huéspedes de Telémaco, cualquiera que llegue
    a este palacio. ¿Crees que si el huésped lograra
    tender el arco, confiado en sus manos y fuerza,
    me llevaría a casa y haría su esposa? Ni siquiera
    él mismo alberga en su pecho tal esperanza.
    Que ninguno de vosotros coma con corazón
    acongojado por causa de éste, pues no parece
    cosa en modo alguno razonable.»


    Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó:

    «Hija de Icario, prudente Penélope, no creemos
    que éste te vaya a llevar, ni parece razonable,
    pero nos llenan de vergüenza las murmuraciones
    de hombres y mujeres, no sea que alguna
    vez el peor de los aqueos pueda decir: "En
    vérdad son hombres muy inferiores los que
    pretenden a la esposa de un hombre irreprochable,
    pues no son capaces de tender el pulido
    arco; en cambio un mendigo cualquiera que
    llegó errante tendió fácilmente el arco y atravesó
    el hierro."
    «Así dirá y tales reproches serán para nosotros.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:20

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO.
    CONT.

    Y la prudente Penélope se dirigió a él:

    «Eurímaco, no es posible en modo alguno que
    tengan buena fama en el pueblo quienes deshonran
    la casa de un varón principal y se la
    comen. ¿Por qué os hacéis merecedores de tales
    oprobios? Este forastero es muy alto y vigoroso
    y afirma ser hijo de un padre de noble linaje.
    Vamos, dadle el pulimentado arco, para que
    veamos. Os diré algo que se va a cumplir: si lograra
    tenderlo y Apolo le diera gloria, le vestiré
    de manto y túnica, hermosos vestidos, y le daré
    un agudo venablo para protección contra perros
    y hombres y una espada de doble filo;
    también le daré sandalias para sus pies y le
    enviaré a donde su corazón le empuje.»


    Y Telémaco le habló discretamente:

    «Madre mía, ninguno de los aqueos tiene más
    poder que yo para dar el arco o negárselo a
    quien yo quiera, ni cuantos gobiernan sobre la
    áspera Itaca ni cuantos en las islas de junto a la
    Elide, criadora de caballos. Ninguno de éstos
    me forzaría contra mi voluntad si yo quisiera
    de una vez dar este arco al extranjero para
    llevárselo. Conque, vamos, marcha a tu habitación
    y ocúpate de las labores que te son propias,
    el telar y la rueca, y ordena a tus esclavas
    que se apliquen a las suyas. El arco será cuestión
    de los hombres y principalmente de mi, de
    quien es el poder en este palacio»"


    Y ella volvió asombrada a su habitación poniendo
    en su pecho la prudente palabra de su
    hijo. Y luego que hubo subido al piso superior
    con sus siervas, rompió a llorar por Odiseo, su
    esposo, hasta que Atenea, de ojos brillantes, le
    echó dulce sueño sobre los párpados.

    Entonces el divino porquero tomó el curvado
    arco y se disponía a llevarlo, cuando los pretendientes
    todos empezaron a amenazarlo en el
    palacio; y uno de los jóvenes arrogantes decía
    así:

    «¿Adónde llevas el curvado arco, miserable
    porquero, insensato? Creo que bien pronto te
    van a comer lejos de aquí los perros, junto a las
    marranas que tú cuidabas, si Apolo y los demás
    dioses nos son propicios.»


    Así dijeron, y éste dejó el arco en el mismo sitio
    atemorizado porque todos, le amenazaban en el
    palacio. Pero Telémaco le dijo entre amenazas
    desde el otro lado:

    «Abuelo, sigue adelante con el arco -no creo
    que hagas bien en obedecer a todos-, no sea que
    yo, con ser más joven, te persiga hasta el campo
    arrojándote piedras, pues soy más fuerte. ¡Ojalá
    fuera tan superior en manos y vigor a cuantos
    pretendientes están en mi casa! Pronto despediría
    de mi palacio a alguno para que se marchara
    vergonzosamente, pues maquinan maldades.»


    Así dijo y todos los pretendientes se rieron dulcemente
    de él y abandonaron su terrible cólera
    contra Telémaco. El porquero llevó el arco por
    la habitación y poniéndose junto al prudente
    Odiseo se lo entregó. Luego llamó a la nodriza
    Euriclea y le dijo:

    «Prudente Euriclea, Telémaco ordena que cierres
    bien las puertas del mégaron y que, si alguna
    de las siervas oye gemidos o golpes de
    hombres dentro de nuestras paredes, que no
    acuda a la puerta, que se quede en silencio junto
    a su labor.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:29

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXI

    EL CERTAMEN DEL ARCO.
    CONT.

    Así dijo; a Euriclea se le quedaron sin alas las
    palabras y cerró enseguida las puertas del
    mégaron, agradable para habitar.

    Filetio salió sigilosamente y cerró enseguida las
    puertas del bien cercado patio. Había bajo el
    pórtico el cable de papiro de una curvada nave;
    con éste sujetó las puertas, entró y fue a sentarse
    en la silla de la que se, había levantado mirando
    directamente a Odiseo.

    Éste ya estaba manejando el arco, dándole vueltas
    probándolo por uno y otro lado no fuera
    que la carcoma hubiera roído el cuerno mientras
    su dueño estaba ausente.
    Y uno de los pretendientes decía así, mirando al
    que tenía cerca:

    «Desde luego es un hombre conocedor y entendido
    en arcos. Quizá también él tiene de
    éstos en casa o siente impulsos de construirlos,
    según lo mueve entre sus manos aquí y allá este
    vagabundo conocedor de desgracias.»


    Y otro de los jóvenes arrogantes decía así:

    «íOjalá consiguiera tanto provecho como va a
    conseguir tender el arco!»


    Así decían los pretendientes. Entretanto el muy
    astuto Odiseo, luego que hubo palpado y examinado
    por todas partes el gran arco... Como
    cuando un hombre entendido en liras y canto
    consigue fácilmente tender la cuerda con una
    clavija nueva, atando a uno y otro lado la bien
    retorcida tripa de una oveja, así tendió Odiseo
    sin esfuerzo el gran arco. Luego lo tomó con su
    mano derecha, palpó la cuerda y ésta resonó
    semejante al hermoso trino de una golondrina.

    Entonces les entró gran pesar a los pretendientes
    y se les tornó el color. Zeus retumbó con
    fuerza mostrando una señal y se llenó de alegría
    el sufridor, el divino Odiseo porque el hijo de
    Crono, de torcidos pensamientos, le había enviado
    un prodigio. Y tomó un agudo dardo que
    tenía suelto sobre la mesa, pues los otros estaban
    dentro del cóncavo carcaj, los que iban a
    probar pronto los aqueos. Lo acomodó en la
    encorvadura, tiró del nervio y de las barbas allí
    sentado, desde su misma silla, disparó el dardo
    apuntando de frente y no marró ninguna de las
    hachas desde el primer agujero, pues la flecha
    de pesado bronce salió atravesándolas.
    Entonces dijo a Telémaco:

    «Telémaco, este huésped que tienes sentado en
    tu palacio no lo cubre de vergüenza, que no he
    errado el blanco ni me he fatigado tratando de
    tender el arco. Todavía me queda vigor, no como
    me echan en cara los pretendientes por
    deshonrarme. Pero ya es hora de que los aqueos
    preparen su cena mientras haya luz y que
    luego se solacen con el canto y la lira, pues éstos
    son complemento de un banquete.»


    Así dijo, e hizo una señal con las cejas. Telémaco
    se ciñó la aguda espada, el hijo del divino
    Odiseo; puso su mano sobre la lanza y se quedó
    en pie junto a su mismo sillón, armado de reluciente
    bronce.

    FIN DEL CANTO XXI


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:42

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA


    Entonces el muy astuto Odiseo se despojó de
    sus andrajos, saltó al gran umbral con el arco y
    el carcaj lleno de flechas y las derramó ante sus
    pies diciendo a los pretendientes:

    «Ya terminó este inofensivo certamen; ahora
    veré si acierto a otro blanco que no ha alcanzado
    ningún hombre y Apolo me concede gloria.»


    Así dijo, y apuntó la amarga saeta contra Antínoo.
    Levantaba éste una hermosa copa de oro
    de doble asa y la tenía en sus manos para beber
    el vino. La muerte no se le había venido a las
    mientes, pues ¿quién creería que, entre tantos
    convidados, uno, por valiente que fuera, iba a
    causarle funesta muerte y negro destino? Pero
    Odiseo le acertó en la garganta y le clavó una
    flecha; la punta le atravesó en línea recta el delicado
    cuello, se desplomó hacia atrás, la copa
    se le cayó de la mano al ser alcanzado y al punto
    un grueso chorro de humana sangre brotó de
    su nariz. Rápidamente golpeó con el pie y
    apartó de sí la mesa, la comida cayó al suelo y
    se mancharon el pan y la carne asada.

    Los pretendientes levantaron gran tumulto en
    el palacio al verlo caer, se levantaron de sus
    asientos lanzándose por la sala y miraban por
    todas las bien construidas paredes, pero no había
    en ellas escudo ni poderosa lanza que poder
    coger. E increparon a Odiseo con coléricas palabras:

    «Forastero, haces mal en disparar el arco contra
    los hombres; ya no tendrás que afrontar más
    certámenes, pues te espera terrible muerte. Has
    matado a uno que era el más excelente de. los
    jóvenes de Itaca; te van a comer los buitres aquí
    mismo.»


    Así lo imaginaban todos, porque en verdad
    creían que lo había matado involuntariamente;
    los necios no se daban cuenta de que también
    sobre ellos pendía el extremo de la muerte. Y
    mirándolos torvamente les dijo el muy astuto
    Odiseo:

    «Perros, no esperabais que volviera del pueblo
    troyano cuando devastabais mi casa, forzabais
    a las esclavas y, estando yo vivo tratabais de
    seducir a mi esposa sin temer a los dioses que
    habitan el ancho cielo ni venganza alguna de
    los hombres. Ahora pende sobre vosotros todos
    el extremo de la muerte.»


    Así habló y se apoderó de todos el pálido terror
    y buscaba cada uno por dónde escapar a la escabrosa
    muerte. Eurímaco fue el único que le
    contestó diciendo:

    «Si de verdad eres Odiseo de Itaca que ha llegado,
    tienes razón en hablar así de las atrocidades
    que han cometido los aqueos en el palacio
    y en el campo. Pero ya ha caído el causante
    de todo, Antínoo; fue él quien tomó la iniciativa,
    no tanto por intentar el matrimonio como
    por concebir otros proyectos que el Cronida no
    llevó a cabo: reinar sobre el pueblo de la bien
    construida Itaca tratando de matar a tu hijo con
    asechanzas. Ya ha muerto éste por su destino,
    perdona tú a tus conciudadanos, que nosotros,
    para aplacarte públicamente, te compensaremos
    de lo que se ha comido y bebido en
    el palacio estimándolo en veinte bueyes cada
    uno por separado, y te devolveremos bronce y
    oro hasta que tu corazón se satisfaga; antes de
    ello no se te puede reprochar que estés irritado.»


    Y mirándole torvamente le dijo el muy astuto
    Odiseo:

    «Eurímaco, aunque me dierais todos los bienes
    familiares y añadierais otros, ni aun así contendría
    mis manos de matar hasta que los pretendientes
    paguéis toda vuestra insolencia.
    Ahora sólo os queda luchar conmigo o huir, si
    es que alguno puede evitar la muerte y las Keres,
    pero creo que nadie escapará a la escabrosa
    muerte.


    CONT.[/b]


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 07:50

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA
    . CONT

    Así habló y las rodillas y el corazón de todos
    desfallecieron allí mismo. Eurímaco habló otra
    vez entre ellos y dijo:

    «Amigos, no contendrá este hombre sus irresistibles
    manos, sino que una vez que ha cogido el
    pulido arco y el carcaj lo disparará desde el
    pulido umbral hasta matarnos a todos. Pensemos
    en luchar; sacad las espadas, defendeos
    con las mesas de los dardos que causan rápida
    muerte. Unámonos todos contra él por si logramos
    arrojarlo del umbral y las puertas, vayamos
    por la ciudad y que se promueva gran
    alboroto: sería la última vez que manejara el
    arco.»


    Así habló, y sacando la aguda espada de bronce,
    de doble filo, se lanzó contra él con horribles
    gritos. Al mismo tiempo le disparó una saeta el
    divino Odiseo, y acertándole en el pecho, junto
    a la tetilla, le clavó la veloz flecha en el hígado.
    Se le cayó de la mano al suelo la espada y
    doblándose se desplomó sobre la mesa y derribó
    por tierra los manjares y la copa de doble
    asa. Golpeó el suelo con su frente, con espíritu
    conturbado, y sacudió la silla con ambos pies, y
    una niebla se esparció por sus ojos.

    Anfínomo se fue derecho contra el ilustre Odiseo
    y sacó la aguda espada por si podía arrojarlo
    de la puerta, pero se le adelantó Telémaco y
    le clavó por detrás la lanza de bronce entre los
    hombros y le atravesó el pecho. Cayó con
    estrépito y dio de bruces en el suelo. Telémaco
    se retiró dejando su lanza de larga sombra allí,
    en Anfínomo, por temor a que alguno de los
    aqueos le clavara la espada mientras él arrancaba
    la lanza de larga sombra o le hiriera al
    estar agachado. Echó a correr y llegó enseguida
    adonde estaba su padre y, poniéndose a su lado,
    le dirigió aladas palabras: «Padre, voy a
    traerte un escudo y dos lanzas y un casco todo
    de bronce que se ajuste a tu cabeza. De paso me
    pondré yo las armas y daré otras al porquero y
    al boyero, que es mejor estar armados.»


    Y le respondió el muy astuto Odiseo:

    «Tráelas corriendo mientras tengo flechas para
    defenderme, no sea que me arrojen de la puerta
    al estar solo.»


    Así habló, y Telémaco obedeció a su padre. Fue
    a la estancia donde estaban sus famosas armas
    y tomó cuatro escudos, ocho lanzas y cuatro
    cascos de bronce con crines de caballo, los llevó
    y se puso enseguida al lado de su padre. Primero
    protegió él su cuerpo con el bronce y, cuando
    los dos siervos se habían puesto hermosas
    armaduras, se colocaron todos junto al prudente
    y astuto Odiseo.

    Mientras tuvo flechas para defenderse, fue
    hiriendo sin interrupción a los pretendientes en
    su propia casa apuntando bien. Y caían uno
    tras otro. Pero cuando se le acabaron las flechas
    al soberano, una vez que las hubo disparado,
    apoyó el arco contra una columna del bien
    construido aposento, junto al muro reluciente,
    y se cubrió los hombros con un escudo de cuatro
    pieles; en la robusta cabeza se colocó un
    labrado casco -el penacho de crines de caballo
    ondeaba terrible en lo alto-, y tomó dos poderosas
    lanzas guarnecidas con bronce.

    Había en la bien construida pared un postigo y
    en el umbral extremo de la sólida estancia había
    una salida hacia un corredor y estaba cerrado
    por batientes bien ajustados. Mandó Odiseo
    que lo custodiara el divino porquero manteniéndose
    firme en él, pues era la única. salida.

    Entonces Agelao les habló a todos con estas
    palabras:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 08:02

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA.
    CONT

    «Amigos, ¿no habrá nadie que ascienda por el
    postigo, se lo diga a la gente y se produzca al
    punto un tumulto? Sería la última vez que éste
    manejara el arco.»


    Y le respondió el cabrero Melantio:

    «No es posible, Agelao de linaje divino; está
    muy cerca la hermosa puerta del patio y es difícil
    la salida al corredor; un solo hombre, que
    sea valiente, nos contendría a todos. Pero, vamos,
    os traeré armas de la despensa, pues creo
    que allí, y no en otro sitio, las colocaron Odiseo
    y su ilustre Hijo.»


    Así diciendo, subió el cabrero Melantio por una
    tronera del mégaron a la estancia de Odiseo, de
    donde tomó doce escudos, otras tantas lanzas e
    igual número de cascos de bronce con crines de
    caballo. Fue y se lo entregó rápidamente a los
    pretendientes. Entonces sí que desfallecieron
    las rodillas y el corazón de Odiseo cuando vio
    que se ponían las arenas y blandían en sus manos
    las largas lanzas, pues ahora la empresa le
    parecía arriesgada. Y al punto dirigió a Telémaco
    aladas palabras:

    «Telémaco, alguna de las mujeres del palacio, o
    Melantio, encienden contra nosotros combate
    funesto.»


    Y le respondió Telémaco discretamente:

    «Padre, yo tuve la culpa de ello, no hay otro
    culpable, que dejé abierta la bien ajustada puerta
    de la habitación, y su espía ha sido más hábil.
    Pero vete, divino Eumeo, y cierra la puerta de
    la despensa; y entérate de si quien hace esto es
    una mujer o Melantio, el hijo de Dolio, como yo
    creo.»


    Mientras así hablaban entre sí, el cabrero Melantio
    volvió a la estancia para traer hermosas
    armas, pero se dio cuenta el divino porquero y
    al punto dijo a Odiseo, que estaba cerca:

    «Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo -rico
    en ardides, aquel hombre desconocido del que
    sospechábamos ha vuelto al aposento. Dime
    claramente si lo debo matar, en caso de vencerlo,
    o he de traértelo para que pague las muchas
    insolencias que ha cometido en tu casa.»


    Y le respondió el muy astuto Odiseo:

    «Yo y Telémaco contendremos en esta sala a los
    nobles pretendientes, a pesar de su mucho ardor.
    Vosotros ponedle atrás pies y manos y
    metedlo en la habitación, cerrad la puerta y
    echándole una soga trenzada colgadlo de las
    vigas en lo alto de una columna, para que viva
    largo tiempo sufriendo fuertes dolores.»


    Así habló, y ellos dos le escucharon y obedecieron,
    y, dirigiéndose a la estancia, le pasaron
    inadvertidos a Melantio, que estaba dentro.
    Éste buscaba armas en lo más recóndito de la
    habitación y ellos montaron guardia a uno y
    otro lado de las jambas. Cuando atravesaba el
    umbral el cabrero Melantio, llevando en una
    mano un hermoso casco y en la otra un ancho
    escudo viejo, cubierto de moho, que el héroe
    Laertes solía llevar en su juventud y ahora se
    hallaba en el suelo con las correas rotas, se le
    echaron encima y lo arrastraron adentro por los
    pelos; lo echaron al suelo angustiado en su corazón
    y, poniéndole atrás pies y manos, se las
    ataron con doloroso nudo, como había mandado
    el hijo de Laertes, el divino y sufridor Odiseo;
    echaron a las vigas, en lo alto de una columna,
    la soga trenzada y burlándote le dijiste,
    porquero Eumeo:

    «Ahora velarás toda la noche acostado en esta
    blanda cama que te mereces, y no te pasará
    inadvertida la llegada de la que nace de la mañana,
    de trono de oro, desde las corrientes de
    Océano, a la hora en que sueles traer las cabras
    a los pretendientes para preparar el almuerzo.»


    Así quedó, suspendido de funesto nudo, y ellos
    dos se pusieron las arenas, cerraron la brillante
    puerta y se dirigieron hacia el prudente y astuto
    Odiseo. Se detuvieron allí respirando ardor y
    eran cuatro los del umbral y muchos y valientes
    los de dentro. Y se les unió Atenea, la hija de
    Zeus, que tomó el aspecto y la voz de Méntor.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 08:15

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA.
    CONT

    Odiseo se alegró al verla y le dijo:

    «Méntor, aparta de nosotros el infortunio,
    acuérdate del compañero amado que solía
    hacerte bien, pues eres de mi edad.»


    Así habló, aunque sospechaba que era Atenea,
    la que empuja al combate. Y los pretendientes
    le hacían reproches en la sala, siendo Agelao
    Damastórida el primero en hablar:

    «Méntor, que no te convenza Odiseo con sus
    palabras de luchar contra los pretendientes y
    ayudarle a él, pues que se cumplirá nuestro
    intento de esta manera: una vez que hayamos
    matado a éstos, al padre y al hijo, perecerás tú
    también por lo que tramas en el palacio y pagarás
    con tu cabeza. Y cuando seguemos vuestra
    violencia con el hierro, mezclaremos a los de
    Odiseo cuantos bienes posees dentro y fuera de
    tu palacio y no permitiremos que tus hijos ni
    hijas vivan en el palacio, ni que tu fiel esposa
    ande por la ciudad de Itaca. .


    Así hablo, Atenea se encolerizó más en su corazón
    y le hizo reproches a Odiseo con airadas
    palabras:

    «Ya no hay en ti, Odiseo, aquel vigor y fuerza
    de cuando luchabas con los troyanos por Helena
    de blancos brazos, hija de ilustre padre, durante
    nueve años seguidos; diste muerte a muchos
    hombres en combate cruel y por tu consejo
    se tomó la ciudad de Príamo, de anchas calles.
    ¿Cómo es que ahora que has llegado a tu casa y
    posesiones imploras ser valiente contra los pretendientes?
    Ven aquí, amigo, ponte firme junto
    a mí y mira mis obras, para que veas cómo es
    Méntor Alcímida para devolverte los favores
    entre tus enemigos.»


    Así habló, y es que no quería concederle todavía
    del todo la indecisa victoria antes de probar
    el vigor.y la fuerza de Odiseo y su ilustre hijo.
    Conque se lanzó hacia arriba y fue a posarse en
    una viga de la sala ennegrecida por el fuego,
    semejante a una golondrina de frente.
    Animaban a los contendientes Agelao Damastórida
    Eurínomo, Anfimedonte, Demoptólemo,
    Pisandro Polictórida y el prudente Pólibo,
    pues eran los más valientes de cuantos pretendientes
    vivían y luchaban por sus vidas. A
    los demás los había derribado ya el arco y las
    numerosas flechas. A todos se dirigió Agelao
    con estas palabras:

    «Amigos, ahora contendrá este hombre sus
    manos indómitas, puesto que se ha ido Méntor
    tras decirle inútiles fanfarronadas y han quedado
    solos al pie de las puértas. Conque no
    lancéis todos a una las largas lanzas; vamos,
    disparad primero los seis, por si Zeus nos concede
    de alguna manera que Odiseo sea blanco
    de los disparos y conseguir gloria. De los otros
    no habrá cuidado una vez que éste al menos
    haya caído.»


    Así dijo, y dispararon todos como les ordenara,
    bien atentos, pero Atenea dejó sin efecto todos
    sus disparos. De éstos, uno alcanzó la columna
    del bien construido mégaron, otro la puerta
    sólidamente ajustada. De otro, la lanza de fresno,
    pesada por el bronce, fue a estrellarse contra
    el muro. Y una vez que habían esquivado
    las lanzas de los pretendientes comenzó a
    hablar entre ellos el sufridor, el divino Odiseo:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 08:29

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA. CONT

    «Amigos, también yo ahora quisiera deciros
    que disparemos contra la turba de los pretendientes,
    quienes, además de los anteriores males,
    desean matarnos.»

    Así dijo, y todos dispararon las afiladas lanzas
    apuntando de frente. A Demoptólemo lo mató
    Odiseo, a Eurfades Telémaco, a Elato el porquerizo
    y a Pisandro el que estaba al cuidado
    de los bueyes. Así que luego todos a una mordieron
    el inmenso suelo mientras los otros pretendientes
    se retiraron hacia el fondo del mégaron.

    Y ellos se lanzaron sobre los cadáveres y
    les quítaron las lanzas.

    De nuevo los pretendientes dispararon las afiladas
    lanzas, bien atentos. Pero Atenea dejó sin
    efecto todos sus disparos. De ellos, uno alcanzó
    la columna del bien construido mégaron, otro
    la puerta sólidamente ajustada. De otro la lanza
    de fresno, pesada por el bronce, fue a estrellarse
    contra el muro. Pero esta vez Anfimedonte
    hirió a Telémaco en la muñeca, levemente, y el
    bronce le dañó la superficie de la piel; Cresipo
    rasguñó el hombro de Eumeo con la larga lanza
    por encima del escudo, y ésta, sobrevolando,
    cayó a tierra.

    De nuevo los que rodeaban al prudente y astuto
    Odiseo dispararon las afiladas lanzas contra
    la turba de los pretendientes y de nuevo alcanzó
    a Euridamante, Odiseo, el destructor de
    ciudades, a Anfimedonte, Telémaco, y a Pólibo,
    el porquero, y luego alcanzó en el pecho a Ctesipo
    el que estaba al cuidado de los bueyes y
    jactándose le dijo:

    «Politérsida, amigo de insultar, no digas nunca
    nada altanero cediendo a tu insensatez, antes
    bien cede la palabra a los dioses, puesto que en
    verdad son mejores con mucho. Este será para
    ti el don de hospitalidad por la patada que diste
    a Odiseo, semejante a un dios, cuando mendigaba
    por el palacio.»


    Así dijo el que estaba al cuidado de los cuenitorcidos
    bueyes. Después Odiseo hirió de cerca
    al Damastórida con su larga lanza y Telémaco
    hirió de cerca con su lanza en medio de la ijada
    a Leócrito Evenórida, y el bronce le atravesó de
    parte a parte. Cayó de cabeza y dio de bruces en
    el suelo. Entonces Atenea levantó la égida, destructora
    para los mortales, desde lo alto del
    techo y sus corazones sintieron pánico. Así que
    los unos huían por el mégaron como vacas de
    rebaño a las que persigue el movedizo tábano,
    lanzándose sobre ellas en la estación de la primavera,
    cuando los días son largos.
    En cambio, los otros, como los buitres de retorcidas
    uñas y corvo pico bajan de los montes y
    caen sobre las aves que, asustadas por la llanura,
    tratan de remontarse hacia las nubes -éstos
    se lanzan sobre las aves y las matan, ya que no
    tienen defensa alguna ni posibilidad de huida y
    se alegran los hombres de la captura-, así golpeaban
    éstos a los pretendientes corriendo en
    círculo por la sala.

    Y eran horribles los gemidos que se levantaban
    cuando las cabezas de los pretendientes golpeaban
    el suelo -y éste humeaba todo con sangre.
    Fue entonces cuando Leodes se arrojó a las rodillas
    de Odiseo y asiéndolas le suplicaba con
    aladas palabras:

    «Te suplico asido a tus rodillas, Odiseo. Respétame
    y ten compasión de mí. Pues lo aseguro
    que nunca dije ni hice nada insensato a mujer
    alguna en el palacio. Por el contrario, solía
    hacer desistir a cualquiera de los pretendientes
    que tratara de hacerlas, pero no me obedecían
    en alejar sus manos de la maldad. Por esto y
    por sus insensateces han atraído hacia sí un
    destino indigno y yo, sin haber hecho nada,
    yaceré con ellos por ser su arúspice, que no hay
    agradecimiento futuro para los que obran
    bien.»

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 08:36

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA. CONT

    Y mirándole torvamente le dijo el muy astuto
    Odiseo:

    «Si te precias de ser el arúspice de éstos, seguro
    que a menudo estabas pronto a suplicar en el
    palacio que el fin de mi dulce regreso fuera
    lejano, para atraer hacia ti a mi querida esposa
    y que te pariera hijos. Por esto no podrías escapar
    a la muerte de largos lamentos.»


    Así diciendo, tomó con su ancha mano la espada
    que estaba en el suelo, la que Agelao había
    dejado caer al sucumbir. Con ella le atravesó el
    cuello por el centro y mientras todavía hablaba
    Leodes, su cabeza se mezcló con el polvo.
    También el aedo Femio Terpiada trataba de
    evitar la negra Ker, el que cantaba a la fuerza
    entre los pretendientes. Estaba de pie sosteniendo
    entre sus manos la sonora lira junto al
    portillo, y dudaba entre salir desapercibido del
    mégaron y sentarse junto al altar del gran Zeus,
    protector del Hogar, donde Laertes y Odiseo
    habían quemado muchos muslos de reses, o
    lanzarse a las rodillas de Odiseo y suplicarle. Y
    mientras así pensaba, le pareció más ventajoso
    asirse a las rodillas de Odiseo Laertíada. Así
    que dejó en el suelo la curvada lira, entre la
    crátera y el sillón de clavos de plata, y se arrojó
    a las rodillas de Odiseo. Y asiéndolas, le suplicaba
    con aladas palabras:

    «Te suplico asido a tus rodillas. Odiseo. Respétame
    y ten compasión de mí. Seguro que
    tendrás dolor en el futuro si matas a un aedo, a
    mí, que canto a dioses y hombres. Yo he aprendido
    por mí mismo, pero un dios ha soplado en
    mi mente toda clase de cantos. Creo que puedo
    cantar junto a ti como si fuera un dios. Por esto
    no trates de cortarme el cuello. También Telémaco,
    tu querido hijo, podría decirte que yo no
    venía a tu casa ni de buen grado ni porque lo
    precisara, para cantar junto a los pretendientes
    en sus banquetes; mas ellos me arrastraban por
    la fuerza por ser más numerosos y fuertes.»


    Así dijo, y la sagrada fuerza de Telémaco le
    oyó; así que luego dijo a su padre que estaba
    cerca:

    «Detente y no hieras con el bronce a este inocente.
    También salvaremos al heraldo Medonte,
    que siempre, mientras fui niño, se cuidaba de
    mí en nuestro palacio, si es que no lo han matado
    ya Filetio o el porquero, o se ha enfrentado
    contigo cuando irrumpiste en la sala.»


    Así habló, y Medonte, conocedor de pensamientos
    discretos, le oyó. Estaba tirado bajo.un
    sillón y le cubría una piel recién cortada de
    buey, tratando de evitar la negra muerte. Enseguida
    saltó de debajo del sillón, se despojó de
    la piel de buey y se arrojó a las rodillas de
    Telémaco, y asiéndolas le suplicaba con aladas
    palabras:

    «Amigo, ése soy yo; detente y di a tu padre que
    no me dañe con el agudo bronce, poderoso como
    es, irritado con los pretendientes quienes le
    consumieron los bienes en el palacio y no te
    respetaban a ti, ¡necios!»


    Y sonriendo le dijo el muy astuto Odiseo:

    «Cobra ánimos, ya que éste te ha protegido y
    salvado, para que sepas -y se lo digas a cualquier
    otro- que es mucho mejor una buena acción
    que una acción malvada. Conque salid del
    mégaron e id al patio alejándoos de la matanza
    tú y el afamado aedo, mientras que yo llevo a
    cabo en la sala lo que es menester.

    Así dijo, y ambos salieron del mégaron y fueron
    a sentarse junto al altar del gran Zeus, mirando
    asombrados a uno y otro lado, temiendo
    siempre la muerte.

    CONT.


    _________________
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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 18 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 08:46

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA.
    CONT

    Entonces Odiseo examinó todo su palacio por si
    todavía quedaba vivo algún hombre tratando
    de evitar la negra muerte. Pero los vio a todos
    derribados entre polvo y sangre, tan numerosos
    como los peces a los que los pescadores sacan
    del canoso mar en su red de muchas mallas y
    depositan en la cóncava orilla -allí están todos
    sobre la arena añorando las olas del mar y el
    brillante Helios les arrebata la vida-; así estaban
    los pretendientes, hacinados uno sobre otro.
    Entonces se dirigió a Telémaco el muy astuto
    Odiseo:

    «Telémaco, vamos, llámame a la nodriza Euriclea
    para que le diga la palabra que tengo en mi
    interior.»


    Así dijo; Telémaco obedeció a su padre y marchando
    hacia la puerta, dijo a la nodriza Euriclea:

    «Ven acá, anciana, tú eres la vigilante de las
    esclavas en nuestro palacio; ven, te llama mi
    padre para decirte algo.»


    Así dijo, y a ella se le quedó sin alas su palabra;
    abrió las puertas del mégaron, agradable para
    habitar, y se puso en camino, y luego la condujo
    Telémaco.

    Encontró a Odiseo entre los cuerpos recién asesinados
    rociado de sangre ya coagulada, como
    un león que va de camino luego de haber engullido
    un toro salvaje --todo su pecho y su cara
    están manchados de sangre por todas partes y
    es terrible al mirarlo de frente. Así de manchado
    estaba Odiseo por sus brazos y piernas.
    Cuando la nodriza vio los cadáveres y la sangre
    a borbotones, arrancó a gritar, pues había visto
    una obra grande, pero Odiseo la contuvo y se lo
    impidió, por más que lo deseaba, y dirigiéndose
    a ella le dijo aladas palabras:

    «Alégrate, anciana, en lo interior y no grites,
    que no es santo ufanarse ante hombres muertos.
    A éstos los ha domeñado la Moira de los
    dioses y sus obras insensatas, pues no respetaban
    a ninguno de los terrenos hombres, noble o
    del pueblo, que se llegara a ellos. Por esto y por
    sus insensateces han arrastrado hacia sí un destino
    vergonzoso. Conque, vamos, dime de las
    mujeres en el palacio quiénes me deshonran y
    quiénes son inocentes.»


    Y al punto le contestó la nodriza Euriclea:

    «Desde luego, hijo mío, te diré la verdad. Tienes
    en el palacio cincuenta esclavas a quienes
    hemos enseñado a realizar labores, a cardar
    lana y a soportar su esclavitud. Doce de éstas
    han incurrido en desvergüenza y no me honran
    a mí ni a la misma Penélope. Telémaco ha crecido
    sólo hace poco y su madre no le permitía
    dar órdenes a las esclavas. Pero voy a subir al
    piso de arriba para comunicárselo a tu esposa, a
    quien un dios ha infundido sueño.»


    Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

    «No la despiertes todavía. Di a las mujeres que
    vengan aquí, a las que han realizado obras vergonzosas.»


    Así dijo, y la anciana atravesó el mégaron para
    comunicárselo a las mujeres y ordenarlas que
    vinieran.
    Entonces Odiseo, llamando hacia sí a Telémaco,
    al boyero y al porquero, les dirigió aladas palabras:

    «Comenzad ya a llevar cadáveres y dad órdenes
    a las mujeres para que luego limpien con
    agua y agujereadas esponjas los hermosos sillones
    y las mesas. Cuando hayáis puesto en
    orden todo el palacio sacad del sólido mégaron
    a las mujeres y matadlas con largas espadas
    entre la rotonda y el hermoso cerco del patio,
    hasta que las arranquéis a todas la vida, para
    que se olviden de Afrodita, a la que poseían
    debajo de los pretendientes con quienes se unían
    en secreto.»


    Así diciendo, llegaron las esclavas, todas en
    grupo, lanzando tristes lamentos y derramando
    abundantes lágrimas. Primero se llevaron los
    cadáveres y los pusieron bajo el pórtico del bien
    cercado patio, apoyándolos bien unos en otros,
    pues así lo había ordenado Odiseo que las
    apremiaba en persona. Y ellas los llevaban por
    la fuerza. Luego limpiaron con agua y agujereadas
    esponjas los hermosos sillones y las mesas.
    Entretanto, Telémaco, el boyero y el porquero
    rasparon bien con espátulas el piso de la
    bien construida vivienda y las esclavas se lo
    llevaban y lo ponían fuera. Cuando habían
    puesto en orden todo el palacio, sacaron del
    sólido mégaron a las esclavas y las encerraron
    en un lugar estrecho, entre la rotonda y el hermoso
    cerco del patio, de donde no había posibilidad
    de huir.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 14:06

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXII

    LA VENGANZA. CONT


    Entonces, Telémaco comenzó entre ellos a
    hablar discretamente:

    «No podría yo quitar la vida con muerte rápida
    a éstas que han vertido tanta deshonra sobre mi
    cabeza y la de mi padre cuando dormían con
    los pretendientes.»


    Así diciendo, ató el cable de una nave de azuloscura
    proa a una larga columna y rodeó con
    él la rotonda tensándolo hacia arriba de forma
    que ninguna llegara al suelo con los pies. Como
    cuando se precipitan los tordos de largas alas, o
    las palomas, hacia una red que está puesta en
    un matorral cuando se dirigen al nido –y en
    realidad las acoge un odioso lecho-, así las esclavas
    tenían sus cabezas en fila -y en torno a
    sus cuellos había lazos-, para que murieran de
    la forma más lamentable. Estuvieron agitando
    los pies entre convulsiones un rato, no mucho
    tiempo.

    También sacaron a Melantio al vestíbulo y al
    patio, cortáronle la nariz y las orejas con cruel
    bronce, le arrancaron las vergüenzas para que
    se las comieran crudas los perros, y le cortaron
    manos y pies con ánimo irritado.

    Luego que hubieron lavado sus manos y pies,
    volvieron al palacio junto a Odiseo, pues su
    trabajo estaba ya completo. Entonces dijo éste a
    su nodriza Euriclea:

    «Tráeme azufre, anciana, remedio contra el
    mal, y también fuego, para que rocíe con azufre
    el mégaron; y luego ordena a Penélope que
    venga aquí en compañía de sus siervas. Ordena
    a todas las esclavas del palacio que vengan.»


    Y luego le dijo su nodriza Euriclea:

    «Sí, hijo mío, todo lo has dicho como te corresponde.
    Vamos, voy a traerte ropa, una túnica y
    un manto; no sigas en pie en el palacio cubriendo
    con harapos tus anchos hombros. Sería
    indignante.»


    Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

    «Antes que nada he de tener fuego en mi palacio.»

    Así dijo, y su nodriza Euriclea no le desobedeció.
    Llevó azufre y fuego y Odiseo roció por
    completo el mégaron, la sala y el patio.
    Entonces la anciana atravesó el hermoso palacio
    de Odiseo para comunicárselo a las mujeres
    e incitarlas a que volvieran. Estas salieron de la
    estancia llevando una antorcha entre sus manos,
    rodearon y dieron la bienvenida a Odiseo
    y abrazándole besaban su cabeza y hombros
    tomándole de las manos. Y a éste le entró un
    dulce deseo de llorar y gemir, pues reconocía a
    todas en su corazón.

    FIN DEL CANTO XXII


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Sáb 29 Mayo 2021, 14:09, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 29 Mayo 2021, 14:08

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO XXIII

    PENÉLOPE RECONOCE A ODISEO


    Entonces la anciana subió gozosa al piso de
    arriba para anunciar a la señora que estaba dentro
    su esposo, y sus rodillas se llenaban de
    fuerza y sus pies se levantaban del suelo.
    Se detuvo sobre su cabeza y le dijo su palabra:

    «Despierta, Penélope, hija mía, para que veas
    con tus propios ojos lo que esperas todos los
    días. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por
    fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres
    pretendientes, a los que afligían su casa comiéndose
    los bienes y haciendo de su hijo el
    objeto de sus violencias.»


    Y se dirigió a ella la prudente Penélope:

    «Nodriza querida, te han vuelto loca los dioses,
    los que pueden volver insensato a cualquiera,
    por muy sensato que sea, y hacer entrar en
    razón al de mente estúpida. Ellos te han dañado;
    antes eras equilibrada en tu mente.
    «¿Por qué te burlas de mí, si tengo el ánimo
    quebrantado por el dolor, diciéndome estos
    extravíos y me despiertas del dulce sueño que
    me tenía encadenados los párpados? Jamás había
    dormido de tal modo desde que Odiseo
    marchó a la madita Ilión que no hay que nombrar.
    «Pero vamos, baja ya y vuelve al mégaron. Porque
    si cualquiera otra de las mujeres que están
    a mi servicio hubiera venido a anunciarme esto
    y me hubiera despertado, seguro que la habría
    hecho volver al mégaron con palabra violenta.
    A ti, en cambio, te valdrá la vejez, por lo menos
    en esto.»


    Y le contestó su nodriza Euriclea:

    «No me burlo de tí en absoluto, hija mía, que en
    verdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa como
    lo anuncio y es el forastero a quien todos
    deshonraban en el mégaron. Telémaco sabía
    hace tiempo que ya estaba dentro, pero ocultó
    con prudencia los proyectos de su padre para
    que castigara la violencia de esos hombres altivos.»


    Así dijo; invadió a Penélope la alegría y, saltando
    del lecho, abrazó a la anciana, dejó correr
    el llanto de sus párpados y hablándole dijo aladas
    palabras:

    «Vamos, nodriza querida, dime la verdad, dime
    si de verdad ha llegado a casa como anuncias;
    dime cómo ha puesto sus manos sobre los pretendientes
    desvergonzados, solo como estaba,
    mientras que ellos permanecían dentro siempre
    en grupo.»


    Y le contestó su nodriza Euriclea:

    «No lo he visto, no me lo han dicho, sólo he
    oído el ruido de los que caían muertos. Nosotras
    permanecíamos asustadas en un rincón de
    la bien construida habitación -y la cerraban
    bien ajustadas puertas- hasta que tu hijo me
    llamó desde el mégaron, Telémaco, pues su
    padre le había mandado que me llamara. Después
    encontré a Odiseo en pie, entre los cuerpos
    recién asesinados que cubrían el firme suelo,
    hacinados unos sobre otros. Habrías gozado
    en tu ánimo si lo hubieras visto rociado de sangre
    y polvo como un león. Ahora ya están todos
    amontonados en la puerta del patio mientas él
    rocía con azufre la hermosa sala, luego de encender
    un gran fuego, y me ha mandado que te
    llame. Vamos, sígueme, para que vuestros corazones
    alcancen la felicidad después de haber
    sufrido infinidad de pruebas. Ahora ya se ha
    cumplido este tu mayor anhelo: él ha llegado
    vivo y está en su hogar y te ha encontrado a ti y
    a su hijo en el palacio, y a los que le ultrajaban,
    a los pretendientes, a todos los ha hecho pagar
    en su palacio.»


    Y le respondió la prudente Penélope:

    «Nodriza querida, no eleves todavía tus súplicas
    ni te alegres en exceso. Sabes bien cuán
    bienvenido sería en el palacio para todos, y en
    especial para mí y para nuestro hijo, a quien
    engendramos, pero no es verdadera esta noticia
    que me anuncias, sino que uno de los inmortales
    ha dado muerte a los ilustres pretendientes,
    irritado por su insolencia dolorosa y sus malvadas
    acciones; pues no respetaban a ninguno
    de los hombres que pisan la tierra, ni al del
    pueblo ni al noble, cualquiera que se llegara a
    ellos. Por esto, por su maldad, han sufrido la
    desgracia, que lo que es Odiseo... éste ha perdido
    su regreso lejos de Acaya y ha perecido.»


    CONT.


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