Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 8 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 27 Mar 2021, 07:20

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    399. -¡Eurípilo! Ya no puedo seguir aquí, aunque
    me necesites, porque se ha trabado una gran
    batalla. Te cuidará el escudero, y yo volveré
    presuroso a la tienda de Aquiles para incitarle a
    pelear. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún
    dios conmoveré su ánimo? Gran fuerza tiene la
    exhortación de un compañero.

    405. Dijo, y salió. Los aqueos sostenían firmemente
    la acometida de los troyanos, pero, aunque
    éstos eran menos, no podían rechazarlos de
    las naves; y tampoco los troyanos lograban
    romper las falanges de los dánaos y entrar en
    sus tiendas y bajeles. Como la plomada nivela
    el mástil de un navío en manos del hábil constructor
    que conoce bien su arte por habérselo
    enseñado Atenea, de la misma manera andaba
    igual el combate y la pelea, y unos luchaban en
    torno de unas naves y otros alrededor de otras.

    415. Héctor fue a encontrar al glorioso Ayante;
    y, luchando los dos por una nave, ni aquél conseguía
    arredrar a éste y pegar fuego a los bajeles,
    ni éste lograba rechazar a aquél, a quien un
    dios había acercado al campamento. Entonces
    el esclarecido Ayante dio una lanzada en el
    pecho a Calétor, hijo de Clito, que iba a echar
    fuego en un barco: el troyano cayó con estrépito,
    y la tea desprendióse de su mano. Y Héctor,
    como viera con sus ojos que su primo caía en el
    polvo delante de la negra nave, exhortó a troyanos
    y licios, diciendo a grandes voces:

    425. -¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo a
    cuerpo peleáis! No dejéis de combatir en esta
    angostura; defended el cuerpo del hijo de Clito,
    que cayó en la pelea junto a las naves, para que
    los aqueos no lo despojen de las armas.

    429. Dichas estas palabras, arrojó a Ayante la
    luciente pica y erró el tiro; pero, en cambio,
    hirió a Licofrón de Citera, hijo de Mástor y escudero
    de Ayante, en cuyo palacio vivía desde
    que en aquella ciudad mató a un hombre: el
    agudo bronce penetró en la cabeza por encima
    de una oreja; y el guerrero, que se hallaba junto
    a Ayante, cayó de espaldas desde la nave al
    polvo de la tierra, y sus miembros quedaron sin
    vigor. Estremecióse Ayante, y dijo a su hermano:

    437. -¡Querido Teucro! Nos han muerto al
    Mastórida, el compañero fiel a quien honrábamos
    en el palacio como a nuestros padres, desde
    que vino de Citera. El magnánimo Héctor le
    quitó la vida. Pero ¿dónde tienes las mortíferas
    flechas y el arco que te dio Febo Apolo?

    442. Así dijo. Oyóle Teucro y acudió corriendo,
    con el flexible arco y el carcaj lleno de flechas; y
    una vez a su lado, comenzó a disparar saetas
    contra los troyanos. E hirió a Clito, preclaro hijo
    de Pisénor y compañero del ilustre Polidamante
    Pantoida, que con las riendas en la mano
    dirigía los corceles adonde más falanges en
    montón confuso se agitaban, para congraciarse
    con Héctor y los troyanos; pero pronto ocurrióle
    la desgracia, de que nadie, por más que lo
    deseara, pudo librarle: la dolorosa flecha se le
    clavó en el cuello por detrás; el guerrero cayó
    del carro, y los corceles retrocedieron arrastrando
    con estrépito el carro vacío. Al notarlo
    Polidamante, su dueño, se adelantó y los detuvo;
    entrególos a Astínoo, hijo de Protiaón, con
    el encargo de que los tuviera cerca, y se mezcló
    de nuevo con los combatientes delanteros.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 8 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 27 Mar 2021, 07:27

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    458. Teucro sacó otra flecha para tirarla a
    Héctor, armado de bronce; y, si hubiese conseguido
    herirlo y quitarle la vida mientras peleaba
    valerosamente, con ello diera final al combate
    que junto a las naves aqueas se sostenía.
    Mas no dejó de advertirlo en su mente el
    próvido Zeus, y salvó la vida a Héctor, a la vez
    que privaba de gloria a Teucro Telamonio,
    rompiéndole a éste la cuerda del magnífico arco
    cuando lo tendía: la flecha, que el bronce hacía
    ponderosa, torció su camino, y el arco cayó de
    las manos del guerrero. Estremecióse Teucro, y
    dijo a su hermano:

    467. -¡Oh dioses! Alguna deidad que quiere
    frustrar nuestros medios de combate me quitó
    el arco de la mano y rompió la cuerda recién
    torcida, que até esta mañana para que pudiera
    despedir, sin romperse, multitud de flechas.

    471. Respondióle el gran Ayante Telamonio:

    472. -¡Oh amigo! Deja quieto el arco con las
    abundantes flechas, ya que un dios lo inutilizó
    por odio a los dánaos; toma una larga pica y un
    escudo que cubra tus hombros, pelea contra los
    troyanos y anima a la tropa. Que aun siendo
    vencedores, no tomen sin trabajo las naves de
    muchos bancos. Sólo en combatir pensemos.

    478. Así dijo. Teucro dejó el arco en la tienda,
    colgó de sus hombros un escudo formado por
    cuatro pieles, cubrió la robusta cabeza con un
    labrado casco, cuyo penacho de crines de caballo
    ondeaba terriblemente en la cimera, asió una
    fuerte lanza de aguzada broncínea punta, salió
    y volvió corriendo al lado de Ayante.

    484. Héctor, al ver que las saetas de Teucro quedaban
    inútiles, exhortó a los troyanos y a los
    licios, gritando recio:

    486. -¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo a
    cuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mostrad
    vuestro impetuoso valor junto a las cóncavas
    naves; pues acabo de ver con mis ojos que
    Zeus ha dejado inútiles las flechas de un eximio
    guerrero. El influjo de Zeus lo reconocen fácilmente
    así los que del dios reciben excelsa gloria,
    como aquéllos a quienes abate y no quiere
    socorrer: ahora debilita el valor de los argivos y
    nos favorece a nosotros. Combatid juntos cerca
    de los bajeles; y quien sea herido mortalmente,
    de cerca o de lejos, cumpliéndose su destino,
    muera; que será honroso para él morir combatiendo
    por la patria, y su esposa a hijos se verán
    salvos, y su casa y hacienda no padecerán menoscabo,
    si los aqueos regresan en las naves a
    su patria tierra.

    500. Así diciendo les excitó a todos el valor y la
    fuerza. Ayante, a su vez, exhortó asimismo a
    sus compañeros:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Mar 2021, 02:01

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    502. -¡Qué vergüenza, argivos! Ya llegó el momento
    de morir o de salvarse rechazando de las
    naves a los troyanos. ¿Esperáis acaso volver a
    pie a la patria tierra, si Héctor, el de tremolante
    casco, toma los bajeles? ¿No oís cómo anima a
    todos los suyos y desea quemar las naves? No
    les manda que vayan a un baile, sino que peleen.
    No hay mejor pensamiento o consejo para
    nosotros que éste: combatir cuerpo a cuerpo y
    valerosamente con el enemigo. Es preferible
    morir de una vez o asegurar la vida, a dejarse
    matar paulatina a infructuosamente en la terrible
    contienda, junto a las naves, por guerreros
    que nos son inferiores.

    514. Con estas palabras les excitó a todos el valor
    y la fuerza. Entonces Héctor mató a Esquedio,
    hijo de Perimedes y caudillo de los focios;
    Ayante quitó la vida a Laodamante, hijo ilustre
    de Anténor, que mandaba los peones, y Polidamante
    acabó con Oto de Cilene, compañero
    del Filida y jefe de los magnánimos epeos. Meges,
    al verlo, arremetió con la lanza a Polidamante;
    pero éste hurtó el cuerpo -Apolo no
    quiso que el hijo de Pántoo sucumbiera entre
    los combatientes delanteros-, y aquél hirió en
    medio del pecho a Cresmo, que cayó con estrépito,
    y el aqueo le despojó de la armadura que
    cubría sus hombros. En tanto, Dólope Lampétida,
    hábil en manejar la lanza (Lampo Laomedontíada
    había engendrado este hijo bonísimo,
    que estuvo dotado de impetuoso valor), se
    lanzó contra el Filida y, acometiéndole de cerca,
    diole un bote en el centro del escudo; pero el
    Filida se salvó, gracias a una fuerte coraza que
    protegía su cuerpo, la cual había sido regalada
    en otro tiempo a Fileo en Éfira, a orillas del río
    Seleente, por su huésped el rey Eufetes, para
    que en la guerra le defendiera de los enemigos,
    y entonces libró de la muerte a su hijo Meges.
    Éste, a su vez, dio una lanzada a Dólope en la
    parte inferior de la cimera del broncíneo casco,
    adornado con crines de caballo, rompióla y
    derribó en el polvo el penacho recién teñido de
    vistosa púrpura. Y mientras Dólope seguía
    combatiendo con la esperanza de vencer, el belicoso
    Menelao fue a ayudar a Meges; y, poniéndose
    a su lado sin ser visto, clavó la lanza
    en la espalda de aquél: la punta impetuosa salió
    por el pecho, y el guerrero cayó de cara. Ambos
    caudillos corrieron a quitarle la broncínea armadura
    de los hombros; y Héctor exhortaba a
    todos sus deudos a increpaba especialmente al
    esforzado Melanipo Hicetaónida; el cual, antes
    de presentarse los enemigos, apacentaba flexipedes
    bueyes en Percote, y, cuando llegaron los
    dánaos en las encorvadas naves, fuese a llio,
    sobresalió entre los troyanos y habitó el palacio
    de Príamo, que le honraba como a sus hijos. A
    Melanipo, pues, le reprendía Héctor, diciendo:

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 8 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Mar 2021, 02:11

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    553. ¿Seremos tan indolentes, Melanipo? ¿No te
    conmueve el corazón la muerte del primo? ¿No
    ves cómo tratan de llevarse las armas de Dólope?
    Sígueme; que ya es necesario combatir de
    cerca con los argivos, hasta que los destruyamos
    o arruinen ellos la excelsa Ilio desde su
    cumbre y maten a los ciudadanos.

    559. Habiendo hablado así, echó a andar, y siguióle
    el varón, que parecía un dios. A su vez,
    el gran Ayante Telamonio exhortó a los argivos:

    561. -¡Oh amigos! ¡Sed hombres, mostrad que
    tenéis un corazón pundonoroso, y avergonzaos
    de parecer cobardes en el duro combate! De los
    que sienten este temor, son más los que se salvan
    que los que mueren; los que huyen no alcanzan
    gloria ni socorro alguno.

    565. Así dijo; y ellos, que ya antes deseaban derrotar
    al enemigo, pusieron en su corazón aquellas
    palabras y cercaron las naves con un muro
    de bronce. Zeus incitaba a los troyanos contra
    los aqueos. Y Menelao, valiente en la pelea, exhortó
    a Antíloco:

    569. -¡Antíloco! Ningún aqueo de los presentes
    es más joven que tú, ni más ligero de pies, ni
    tan fuerte en el combate. Si arremetieses a los
    troyanos a hirieras a alguno...

    572. Así dijo, y alejóse de nuevo. Antíloco, animado,
    saltó más allá de los combatientes delanteros;
    y, revolviendo el rostro a todas partes,
    arrojó la luciente lanza. Al verlo, huyeron los
    troyanos. No fue vano el tiro, pues hirió en el
    pecho, cerca de la tetilla, a Melanipo, animoso
    hijo de Hicetaón, que acababa de entrar en
    combate: el troyano cayó con estrépito, y la
    obscuridad cubrió sus ojos. Como el perro se
    abalanza al cervato herido por una flecha que al
    saltar de la madriguera le tira un cazador,
    dejándole sin vigor los miembros, así el belicoso
    Antíloco se arrojó sobre ti, oh Melanipo, para
    quitarte la armadura. Mas no pasó inadvertido
    para el divino Héctor; el cual, corriendo por el
    campo de batalla, fue al encuentro de Antíloco;
    y éste, aunque era luchador brioso, huyó sin
    esperarle, parecido a la fiera que causa algún
    daño, como matar a un perro o a un pastor junto
    a sus bueyes, y huye antes que se reúnan
    muchos hombres; así huyó el Nestórida; y sobre
    él, los troyanos y Héctor, promoviendo inmenso
    alboroto hacían llover dolorosos tiros. Y
    Antíloco, tan pronto como llegó a juntarse con
    sus compañeros, se detuvo y volvió la cara al
    enemigo.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Mar 2021, 02:18

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    592. Los troyanos, semejantes a carniceros leones,
    asaltaban las naves y cumplían los designios
    de Zeus, el cual les infundía continuamente
    gran valor y les excitaba a combatir, y al propio
    tiempo abatía el ánimo de los argivos,
    privándoles de la gloria del triunfo, porque
    deseaba en su corazón dar gloria a Héctor
    Priámida, a fin de que éste arrojase el abrasador
    y voraz fuego en las corvas naves, y se efectuara
    de todo en todo la funesta súplica de Tetis. El
    próvido Zeus sólo aguardaba ver con sus ojos
    el resplandor de una nave incendiada, pues
    desde aquel instante haría que los troyanos
    fuesen perseguidos desde las naves y daría gloria
    a los dánaos. Pensando en tales cosas, el
    dios incitaba a Héctor Priámida, ya de por sí
    muy enardecido, a encaminarse hacia las
    cóncavas naves. Como se enfurece Ares blandiendo
    la lanza, o se embravece el pernicioso
    fuego en la espesura de poblada selva, así se
    enfurecía Héctor: su boca estaba cubierta de espuma,
    los ojos le centelleaban debajo de las
    torvas cejas y el casco se agitaba terriblemente
    en sus sienes mientras peleaba. Y desde el éter
    Zeus protegía únicamente a Héctor, entre tantos
    hombres, y le daba honor y gloria; porque el
    héroe debía vivir poco, y ya Palas Atenea apresuraba
    la llegada del día fatal en que había de
    sucumbir a manos del Pelida. Héctor deseaba
    romper las filas de los combatientes, y probaba
    por donde veía mayor turba y mejores armas;
    mas, aunque ponía gran empeño, no pudo conseguirlo,
    porque los dánaos, dispuestos en columna
    cerrada, hicieron frente al enemigo. Cual
    un peñasco escarpado y grande, que en la ribera
    del espumoso mar resiste el ímpetu de los
    sonoros vientos y de las ingentes olas que allí
    se rompen, así los dánaos aguardaban a pie
    firme a los troyanos y no huían. Y Héctor, resplandeciente
    como el fuego, saltó al centro de la
    turba como la ola impetuosa levantada por el
    viento cae desde to alto sobre la ligera nave,
    llenándola de espuma, mientras el soplo terrible
    del huracán brama en las velas y los marineros
    tiemblan amedrentados porque se hallan
    muy cerca de la muerte, de tal modo vacilaba el
    ánimo en el pecho de los aqueos. Como dañino
    león acomete un rebaño de muchas vacas que
    pacen a orillas de extenso lago y son guardadas
    por un pastor que, no sabiendo luchar con las
    fieras para evitar la muerte de alguna vaca de
    retorcidos cuernos, va siempre con las primeras
    o con las últimas reses; y el león salta al centro,
    devora una vaca y las demás huyen espantadas,
    así los aqueos todos fueron puestos en fuga
    por Héctor y el padre Zeus, pero Héctor
    mató a uno solo, a Perifetes de Micenas, hijo de
    aquel Copreo que llevaba los mensajes del rey
    Euristeo al fornido Heracles. De este padre obscuro
    nació tal hijo, que superándole en toda
    clase de virtudes, en la carrera y en el combate,
    campeó por su talento entre los primeros ciudadanos
    de Micenas y entonces dio a Héctor
    gloria excelsa. Pues al volverse tropezó con el
    borde del escudo que le cubría de pies a cabeza
    y que llevaba para defenderse de los tiros, y,
    enredándose con él, cayó de espaldas, y el casco
    resonó de un modo horrible en torno de las
    sienes. Héctor lo advirtió en seguida, acudió
    corriendo, metió la pica en el pecho de Perifetes
    y le mató cerca de sus mismos compañeros que,
    aunque afligidos, no pudieron socorrerle, pues
    temían mucho al divino Héctor.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Mar 2021, 02:25

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    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves.
    Cont.

    653. Por fin llegaron a las naves. Defendíanse
    los argivos detrás de las que se habían sacado
    primero a la playa, y los troyanos fueron a perseguirlos:
    Aquéllos, al verse obligados a retirarse
    de las primeras naves, se colocaron apiñados
    cerca de las tiendas, sin dispersarse por el ejército
    porque la vergüenza y el temor se lo impedían,
    y mutua e incesantemente se exhortaban.
    Y especialmente Néstor, protéctor de los
    aqueos, dirigíase a todos los guerreros, y en
    nombre de sus padres así les suplicaba:

    661. -¡Oh amigos! Sed hombres y mostrad que
    tenéis un corazón pundonoroso delante de los
    demás varones. Acordaos de los hijos, de las
    esposas, de los bienes, y de los padres, vivan
    aún o hayan fallecido. En nombre de estos ausentes
    os suplico que resistáis firmemente y no
    os entreguéis a la fuga.

    667. Con estas palabras les excitó a todos el valor
    y la fuerza. Entonces Atenea les quitó de los
    ojos la densa y divina nube que los cubría, y
    apareció la luz por ambos lados, en las naves y
    en la lid sostenida por los dos ejércitos con
    igual tesón. Vieron a Héctor, valiente en la pelea,
    y a sus propios compañeros, así a cuantos
    estaban detrás de los bajeles y no combatían,
    como a los que junto a las veleras naves daban
    batalla al enemigo.

    674. No le era grato al corazón del magnánimo
    Ayante permanecer donde los demás aqueos se
    habían retirado; y el héroe, andando a paso
    largo, iba de nave en nave llevando en la mano
    una gran percha de combate naval que medía
    veintidós codos y estaba reforzada con clavos.
    Como un diestro cabalgador escoge cuatro caballos
    entre muchos, los guía desde la llanura a
    la gran ciudad por la carretera, muchos hombres
    y mujeres le admiran, y él salta continuamente
    y con seguridad del uno al otro, mientras
    los corceles vuelan; así Ayante, andando a
    paso seguido, recorría las cubiertas de muchas
    naves y su voz llegaba al éter. Sin cesar daba
    horribles gritos, para exhortar a los dánaos a
    defender naves y tiendas. Tampoco Héctor
    permanecía en la turba de los troyanos, armados
    de fuertes corazas: como el águila negra
    se echa sobre una bandada de alígeras aves
    -gansos, grullas o cisnes cuellilargos- que están
    comiendo a orillas de un río; así Héctor corría
    en derechura a una nave de negra proa, empujado
    por la mano poderosa de Zeus, y el dios
    incitaba también a la tropa para que le acompañara.

    696. De nuevo se trabó un reñido combate al pie
    de los bajeles. Hubieras dicho que, sin estar
    cansado ni fatigados, comenzaban entonces a
    pelear. ¡Con tal denuedo luchaban! He aquí
    cuáles eran sus respectivos pensamientos: los
    aqueos no creían escapar de aquel desastre,
    sino perecer; los troyanos esperaban en su corazón
    incendiar las naves y matar a los héroes
    aqueos. Y con estas ideas asaltábanse unos a
    otros.


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Mar 2021, 02:30

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XV

    Nueva ofensiva desde las naves. Cont.


    704. Héctor llegó a tocar la popa de una nave
    surcadora del ponto, bella y de curso rápido;
    aquélla en que Protesilao llegó a Troya y que
    luego no había de llevarle otra vez a la patria
    tierra. Por esta nave se mataban los aqueos y
    los troyanos: sin aguardar desde lejos los tiros
    de flechas y dardos, combatían de cerca y con
    igual ánimo, valiéndose de agudas hachas, segures,
    grandes espadas y lanzas de doble filo.
    Muchas hermosas dagas, de obscuro recazo,
    provistas de mango, cayeron al suelo, ya de las
    manos, ya de los hombros de los combatientes;
    y la negra tierra manaba sangre. Héctor, desde
    que cogió la popa, no la soltaba y, teniendo
    entre sus manos la parte superior de la misma,
    animaba a los troyanos:

    718. -¡Traed fuego, y todos apiñados, trabad la
    batalla! Zeus nos concede un día que lo compensa
    todo, pues vamos a tomar las naves que
    vinieron contra la voluntad de los dioses y nos
    han ocasionado muchas calamidades por la
    cobardía de los viejos, que no me dejaban pelear
    cerca de aquéllas y detenían al ejército. Mas,
    si entonces el largovidente Zeus ofuscaba nuestra
    razón, ahora él mismo nos impele y anima.

    726. Así dijo; y ellos acometieron con mayor
    ímpetu a los argivos. Ayante ya no resistió,
    porque estaba abrumado por los tiros: temiendo
    morir, dejó la cubierta, retrocedió hasta un
    banco de remeros que tenía siete pies, púsose a
    vigilar, y con la pica apartaba del navío a cuantos
    llevaban el voraz fuego, en tanto que exhortaba
    a los dánaos con espantosos gritos:

    733. -¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores de
    Ares! Sed hombres y mostrad vuestro impetuoso
    valor. ¿Creéis, por ventura, que hay a nuestra
    espalda otros defensores o un muro más
    sólido que libre a los hombres de la muerte?
    Cerca de aquí no existe ciudad alguna defendida
    con torres, en la que hallemos refugio y cuyo
    pueblo nos dé auxilio para alcanzar ulterior
    victoria; sino que nos hallamos en la llanura de
    los troyanos, de fuertes corazas, a orillas del
    mar y lejos de la patria tierra. La salvación, por
    consiguiente, está en los puños; no en ser flojos
    en la pelea.

    742. Dijo, y acometió furioso con la aguda lanza.
    Y cuantos troyanos, movidos por las excitaciones
    de Héctor, quisieron llevar ardiente fuego a
    las cóncavas naves, a todos los hirió Ayante con
    su larga pica. Doce fueron los que hirió de cerca,
    delante de los bajeles.

    FIN DEL CANTO XV


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:08

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI (*)

    Patroclea

    (*)
    Al advertirlo, Patroclo suplica a Aquiles que
    rechace al enemigo; y, no consiguiéndolo, le
    ruega que, por lo menos, le preste sus armas y
    le permita ponerse al frente de los mirmídones
    para ahuyentar a los troyanos. Accede Aquiles,
    y le recomienda que se vuelva atrás cuando los
    haya echado de las naves, pues el destino no le
    tiene reservada la gloria de apoderarse de Troya.
    Mas Patroclo, enardecido por sus hazañas,
    entre ellas la de dar muerte a Sarpedón, hijo de
    Zeus, persigue a los troyanos por la llanura
    hasta que Apolo le desata la coraza. Euforbo lo
    hiere y Héctor lo mata.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:14

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea


    1. Así peleaban por la nave de muchos bancos.
    Patroclo se presentó a Aquiles, pastor de hombres,
    derramando ardientes lágrimas como
    fuente profunda que vierte sus aguas sombrías
    por escarpada roca. Tan pronto como le vio el
    divino Aquiles, el de los pies ligeros, compadecióse
    de él y le dijo estas aladas palabras:

    7. -¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña que
    va con su madre y deseando que la tome en
    brazos, la tira del vestido, la detiene a pesar de
    que lleva prisa, y la mira con ojos llorosos para
    que la levante del suelo? Como ella, oh Patrocio,
    derramas tiernas lágrimas. ¿Vienes a participarnos
    algo a los mirmidones o a mí mismo?
    ¿Supiste tú solo alguna noticia de Ftía? Dicen
    que Menecio, hijo de Áctor, existe aún; vive
    también Peleo Eácida entre los mirmidones, y
    es la muerte dé aquél o de éste lo que más nos
    podría afligir. ¿O lloras quizás porque los argivos
    perecen, cerca de las cóncavas naves, por la
    injusticia que cometieron? Habla, no me ocultes
    lo que piensas, para que ambos lo sepamos.

    20. Dando profundos suspiros, respondiste así,
    caballero Patroclo:

    21. -¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente
    de los aqueos! No te irrites, porque es muy
    grande el pesar que los abruma. Los que antes
    eran los más fuertes, heridos unos de cerca y
    otros de lejos, yacen en las naves -con arma
    arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes
    Tidida; con la pica Ulises, famoso por su lanza,
    y Agamenón; a Eurípilo flecháronle en el muslo-,
    y los médicos, que conocen muchas drogas,
    ocúpanse en curarles las heridas. Tú, Aquiles,
    eres implacable. jamás se apodere de mí rencor
    como el que guardas! ¡Oh tú, que tan mal empleas
    el valor! ¿A quién podrás ser útil más
    tarde, si ahora no salvas a los argivos de muerte
    indigna? ¡Despiadado! No fue tu padre el jinete
    Peleo, ni Tetis tu madre; el glauco mar o las
    escarpadas rocas debieron de engendrarte,
    porque tu espíritu es cruel. Si te abstienes de
    combatir por algún vaticinio que tu veneranda
    madre, enterada por Zeus, te haya revelado,
    envíame a mí con los demás mirmidones, por si
    llego a ser la aurora de la salvación de los
    dánaos; y permite que cubra mis hombros con
    tu armadura para que los troyanos me confundan
    contigo y cesen de pelear, los belicosos
    dánaos que tan abatidos están se reanimen y la
    batalla tenga su tregua, aunque sea por breve
    tiempo. Nosotros, que no nos hallamos extenuados
    de fatiga, rechazaríamos fácilmente de
    las naves y de las tiendas hacia la ciudad a esos
    hombres que de pelear están cansados.

    46. Así le suplicó el muy insensato; y con ello
    llamaba a la terrible muerte y a la parca. Aquiles,
    el de los pies ligeros, le contestó muy indignado:


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:20

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    49. -¡Ay de mí, Patroclo, del linaje de Zeus, qué
    dijiste! No me abstengo por ningún vaticinio
    que sepa y tampoco la veneranda madre me
    dijo nada de parte de Zeus, sino que se me
    oprime el corazón y el alma cuando un hombre,
    porque tiene más poder, quiere privar a su
    igual de lo que le corresponde y le quita la recompensa.
    Tal es el gran pesar que tengo, a
    causa de las contrariedades que mi ánimo ha
    padecido. La joven que los aqueos me adjudicaron
    como recompensa y que había conquistado
    con mi lanza, al tomar una bien murada ciudad,
    el rey Agamenón Atrida me la quitó como
    si yo fuera un miserable advenedizo. Mas dejemos
    lo pasado, no es posible guardar siempre
    la ira en el corazón, aunque había resuelto no
    deponer la cólera hasta que la gritería y el combate
    llegaran a mis bajeles. Cubre tus hombros
    con mi magnífica armadura, ponte al frente de
    los belicosos mirmidones y llévalos a la pelea;
    pues negra nube de troyanos cerca ya las naves
    con gran ímpetu, y los argivos, acorralados en
    la orilla del mar, sólo disponen de un corto espacio.
    Toda la ciudad de los troyanos ha comparecido
    confiadamente, porque no ven mi
    reluciente casco. Pronto huirían llenando de
    muertos los fosos, si el rey Agamenón fuera
    justo conmigo; mientras que ahora combaten
    alrededor de nuestro ejército. Ya la mano de
    Diomedes Tidida no blande furiosamente la
    lanza para librar a los dánaos de la muerte, ni
    he oído un solo grito que viniera de la odiosa
    cabeza del Atrida: sólo resuena la voz de
    Héctor, matador de hombres, animando a los
    troyanos, que con vocerío ocupan toda la llanura
    y vencen en la batalla a los aqueos. Pero tú,
    Patroclo, échate impetuosamente sobre ellos y
    aparta de las naves esa peste; no sea que, pegando
    ardiente fuego a los bajeles, nos priven
    de la deseada vuelta. Haz cuanto te voy a decir,
    para que me procures mucha honra y gloria
    ante todos los dánaos, y éstos me devuelvan la
    muy hermosa joven y me hagan además
    espléndidos regalos. Tan luego como los alejes
    de las naves, vuelve atrás; y, aunque el tonante
    esposo de Hera te dé gloria, no quieras luchar
    sin mí contra los belicosos troyanos, pues contribuirías
    a mi deshonra. Y tampoco, estimulado
    por el combate y la pelea, te encamines, matando
    enemigos, a Ilio; no sea que alguno de los
    sempiternos dioses baje del Olimpo, pues a los
    troyanos los quiere mucho Apolo, el que hiere
    de lejos. Retrocede tan pronto como hayas
    hecho brillar la luz de la salvación en las naves,
    y deja que se siga peleando en la llanura. Ojalá,
    ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, ninguno de los
    troyanos ni de los argivos escape de la muerte,
    y nos libremos de ella nosotros dos, para que
    podamos derribar las almenas sagradas de
    Troya.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:28

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    101. Así éstos conversaban. Ayante ya no resistía:
    vencíanle el poder de Zeus y los animosos
    troyanos que le arrojaban dardos; su refulgente
    casco resonaba de un modo horrible en torno
    de las sienes, golpeado continuamente en las
    hermosas abolladuras; y el héroe tenía cansado
    el hombro derecho de sostener con firmeza el
    versátil escudo, pero no lograban hacerle mover
    de su sitio por más tiros que le enderezaban.
    Ayante estaba abrumado por continuo y
    fatigoso jadeo, abundante sudor manaba de
    todos sus miembros y apenas podía respirar:
    por todas partes a una desgracia sucedía otra.

    112. Decidme, Musas, que poseéis olímpicos
    palacios, cómo por vez primera cayó el fuego
    en las naves aqueas.

    114. Héctor, que se hallaba cerca de Ayante, le
    dio con la gran espada un golpe en la pica de
    fresno y se la quebró por la juntura del asta con
    el hierro. Quiso Ayante blandir la truncada
    pica, y la broncínea punta cayó a lo lejos con
    gran ruido. Entonces el eximio Ayante reconoció
    en su espíritu irreprensible la intervención
    de los dioses, estremecióse porque Zeus altisonante
    les frustraba todos los medios de combate
    y quería dar la victoria a los troyanos, y se
    puso fuera del alcance de los tiros. Los troyanos
    arrojaron voraz fuego a la velera nave, y pronto
    se extendió por la misma una llama inextinguible.
    Así que el fuego rodeó la popa, Aquiles,
    golpeándose el muslo, dijo a Patroclo:

    126. -¡Ves, Patroclo, del linaje de Zeus, hábil
    jinete! Ya veo en las naves la impetuosa llama
    del fuego destructor: no sea que se apoderen de
    ellas, y ni medios para huir tengamos. Apresúrate
    a vestir las armas, y yo entre tanto reuniré
    la gente.

    130. Así dijo, y Patroclo vistió la armadura de
    luciente bronce: púsose en las piernas elegantes
    grebas, ajustadas con broches de plata; protegió
    su pecho con la coraza labrada, refulgente, del
    Eácida, de pies ligeros; colgó al hombro una
    espada de bronce, guarnecida de argénteos
    clavos; embrazó el grande y fuerte escudo; cubrió
    la fuerte cabeza con un hermoso casco,
    cuyo penacho, de crines de caballo, ondeaba
    terriblemente en la cimera, y asió dos lanzas
    fuertes que su mano pudiera blandir. Solamente
    dejó la lanza pesada, grande y fornida del
    eximio Eácida, porque Aquiles era el único
    aqueo capaz de manejarla: había sido cortada
    de un fresno de la cumbre del Pelio y regalada
    por Quirón al padre de Aquiles, para que con
    ella matara héroes. Luego, Patroclo mandó a
    Automedonte -el amigo a quien más honraba
    después de Aquiles, destructor de hombres. y
    el más fiel en resistir a su lado la acometida del
    enemigo en las batallas- que enganchara en
    seguida los caballos. Automedonte unció debajo
    del yugo a Janto y Balio, corceles ligeros que
    volaban como el viento y tenían por madre a la
    harpía Podarga, la cual, paciendo en una pradera
    junto a la corriente del Océano, los concibió
    del Céfiro. Y con ellos puso al excelente
    Pédaso, que Aquiles se llevó de la ciudad de
    Eetión cuando la tomó; corcel que, no obstante
    su condición de mortal, seguía a los caballos
    inmortales.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:34

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    155. Aquiles, recorriendo las tiendas, hacía tomar
    las armas a todos los mirmidones. Como
    carniceros lobos dotados de una fuerza inmensa
    despedazan en el monte un grande cornígero
    ciervo que han matado y sus mandíbulas aparecen
    rojas de sangre, luego van en tropel a
    lamer con las tenues lenguas el agua de un profundo
    manantial, eructando por la sangre que
    han bebido, y su vientre se dilata, pero el ánimo
    permanece intrépido en el pecho, de igual manera
    los jefes y príncipes de los mirmidones se
    reunían presurosos alrededor del valiente servidor
    del Eácida, de pies ligeros. Y en medio de
    todos el belicoso Aquiles animaba así a los que
    combatían en carros, como a los peones armados
    de escudos.

    168. Cincuenta fueron las veleras naves en que
    Aquiles, caro a Zeus, condujo a Ilio sus tropas;
    en cada una embarcáronse cincuenta hombres;
    y el héroe nombró cinco jefes para que los rigieran,
    reservándose el mando supremo. Del primer
    cuerpo era caudillo Menestio, el de labrada
    coraza, hijo del río Esperqueo, que las celestiales
    lluvias alimentan: habíale dado a luz la bella
    Polidora, hija de Peleo, que siendo mujer se
    acostó con una deidad, con el infatigable Esperqueo;
    aunque se creyera que lo había tenido
    de Boro, hijo de Perieres, el cual se desposó
    públicamente con ella y le constituyó una gran
    dote.- Mandaba la segunda sección el belicoso
    Eudoro, nacido de una soltera, de la hermosa
    Polimela, hija de Filante; de la cual enamoróse
    el poderoso Argicida al verla con sus ojos entre
    las que danzaban al son del canto en un coro de
    Artemis, la diosa que lleva arco de oro y ama el
    bullicio de la caza; el benéfico Hermes subió en
    seguida al aposento de la joven, uniéronse
    clandestinamente y ella le dio un hijo ilustre,
    Eudoro, ligero en el correr y belicoso. Cuando
    Ilitía, que preside los partos, sacó a luz al infante
    y éste vio los rayos del sol, el fuerte Equecles
    Actórida la tomó por esposa, constituyéndole
    una gran dote, y el anciano Filante crió y educó
    al niño con tanto amor como si hubiera sido
    hijo suyo.- Estaba al frente de la tercera división
    el belicoso Pisandro Memálida, que, después
    del compañero del Pelión, era entre todos los
    mirmidones quien descollaba más en combatir
    con la lanza.- La cuarta línea estaba a las órdenes
    de Fénix, aguijador de caballos; y la quinta
    tenía por jefe al eximio Alcimedonte, hijo de
    Laerces. Cuando Aquiles los hubo puesto a
    todos en orden de batalla con sus respectivos
    capitanes, les dijo con voz pujante:


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:41

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    200. -¡Mirmidones! Ninguno de vosotros olvide
    las amenazas que en las veleras naves dirigíais
    a los troyanos mientras duró mi cólera, ni las
    acusaciones con que todos me acriminabais:
    «¡Inflexible hijo de Peleo! Sin duda tu madre te
    nutrió con hiel. ¡Despiadado, pues retienes a
    tus compañeros en las naves contra su voluntad!
    Embarquémonos en las naves surcadoras
    del ponto y volvamos a la patria, ya que la cólera
    funesta anidó de tal suerte en tu corazón.»
    Así acostumbrabais hablarme cuando os reuníais.
    Pues a la vista tenéis la gran empresa del
    combate que tanto habéis anhelado. Y ahora
    cada uno pelee con valeroso corazón contra los
    troyanos.

    210. Así diciendo, les excitó a todos el valor y la
    fuerza; y ellos, al oír a su rey, cerraron más las
    filas. Como el obrero junta grandes piedras al
    construir la pared de una elevada casa, para
    que resista el ímpetu de los vientos, así, tan
    unidos, estaban los cascos y los abollonados
    escudos: la rodela se apoyaba en la rodela, el
    yelmo en el yelmo, cada hombre en su vecino, y
    los penachos de crines de caballo y los lucientes
    conos de los cascos se juntaban cuando alguien
    inclinaba la cabeza. ¡Tan apretadas eran las
    filas! Delante de todos se pusieron dos hombres
    armados, Patroclo y Automedonte; los cuales
    tenían igual ánimo y deseaban combatir al frente
    de los mirmidones. Aquiles entró en su tienda
    y alzó la tapa de un arca hermosa y labrada
    que Tetis, la de argentados pies, había puesto
    en la nave del héroe después de llenarla de
    túnicas y mantos, que le abrigasen contra el
    viento, y de afelpados cobertores. Allí tenía
    una copa de primorosa labor que no usaba nadie
    para beber el negro vino ni para ofrecer
    libaciones a otro dios que al padre Zeus. Sacóla
    del arca, y, purificándola primero con azufre, la
    limpió con agua cristalina; acto continuo lavóse
    las manos, llenó la copa, y, puesto en medio del
    recinto con los ojos levantados al cielo, libó el
    negro vino y oró a Zeus, que se complace en
    lanzar rayos, sin que al dios le pasara inadvertido:

    233. -¡Zeus soberano, Dodoneo, Pelásgico, que
    vives lejos y reinas en Dodona, de frío invierno,
    donde moran los selos, tus intérpretes, que no
    se lavan los pies y duermen en el suelo! Escuchaste
    mis palabras cuando te invoqué, y para
    honrarme oprimiste duramente al pueblo
    aqueo. Pues también ahora cúmpleme este voto:
    Yo me quedo donde están reunidas las naves
    y mando al combate a mi compañero con
    muchos mirmidones: haz que le siga la victoria,
    largovidente Zeus, a infúndele valor en el corazón
    para que Héctor vea si mi escudero sabe
    pelear solo, o si sus manos invictas únicamente
    se mueven con furia cuando va conmigo a la
    contienda de Ares. Y cuando haya apartado de
    los bajeles la gritería y la pelea, vuelva incólume
    con todas las armas y con los compañeros
    que de cerca combaten.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Mar 2021, 01:48

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    249. Así dijo rogando. El próvido Zeus le oyó; y
    de las dos cosas el padre le otorgó una: concedióle
    que apartase de las naves el combate y la
    pelea, y nególe que volviera ileso de la batalla.
    Hecha la libación y la rogativa al padre Zeus,
    entró Aquiles en la tienda, dejó la copa en el
    arca y apareció otra vez delante de la tienda,
    porque deseaba en su corazón presenciar la
    terrible lucha de troyanos y aqueos.

    257. Los mirmidones seguían con armas y en
    buen orden al magnánimo Patroclo, hasta que
    alcanzaron a los troyanos y les arremetieron
    con grandes bríos, esparciéndose como las
    avispas que moran en el camino, cuando los
    muchachos, siguiendo su costumbre de molestarlas,
    las irritan y consiguen con su imprudencia
    que dañen a buen número de personas,
    pues, si algún caminante pasa por allí y sin
    querer las mueve, vuelan y defienden con ánimo
    valeroso a sus hijuelos; con un corazón y
    ánimo semejantes, se esparcieron los mirmidones
    desde las naves, y levantóse una gritería inmensa.
    Y Patroclo exhortaba a sus compañeros,
    diciendo con voz recia:

    269. -¡Mirmidones compañeros del Pelida Aquiles!
    Sed hombres, amigos, y mostrad vuestro
    impetuoso valor para que honremos al Pelida,
    que es el más valiente de cuantos argivos hay
    en las naves, como lo son también sus guerreros,
    que de cerca combaten; y conozca el poderoso
    Atrida Agamenón la falta que cometió no
    honrando al mejor de los aqueos.

    273. Con estas palabras les excitó a todos el valor
    y la fuerza. Los mirmidones cayeron apiñados
    sobre los troyanos y en las naves resonaron
    de un modo horrible los gritos de los aqueos.

    278. Cuando los troyanos vieron al esforzado
    hijo de Menecio y a su escudero, ambos con
    lucientes armaduras, a todos se les conturbó el
    ánimo y sus falanges se agitaron. Figurábanse
    que, junto a las naves, el Pelida, ligero de pies,
    había renunciado a su cólera y había preferido
    volver a la amistad. Y cada uno miraba adónde
    podría huir para librarse de una muerte terrible.

    284. Patroclo fue el primero que tiró la reluciente
    lanza en medio de la pelea, allí donde más
    hombres se agitaban en confuso montón, junto
    a la nave del magnánimo Protesilao; e hirió a
    Pirecmes, que había conducido desde Amidón,
    sita en la ribera del Axio de ancha corriente, a
    los peonios, que combatían en carros: la lanza
    se clavó en el hombro derecho; el guerrero,
    dando un gemido, cayó de espaldas en el polvo,
    y los peonios compañeros suyos huyeron,
    porque Patroclo les infundió pavor ál matar a
    su jefe, que tanto sobresalía en el combate. De
    este modo Patroclo los echó de los bajeles y
    apagó el ardiente fuego. La nave quedó allí
    medio quemada, los troyanos huyeron con gran
    alboroto, los dánaos se dispersaron por las
    cóncavas naves, y se produjo un gran tumulto.
    Como cuando Zeus fulminador quita una espesa
    nube de la elevada cumbre de una gran
    montaña y aparecen todos los promontorios y
    las cimas y valles, porque en el cielo se ha
    abierto la vasta región etérea; así los dánaos
    respiraron un poco después de librar a las naves
    del fuego destructor; pero no por eso hubo
    tregua en el combate. Pues los troyanos no
    huían a carrera abierta desde las negras naves,
    perseguidos por los belicosos aqueos; sino que
    aún resistían, y sólo cediendo a la necesidad se
    retiraban de las naves.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:09

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    306. Entonces, ya extendida la batalla, cada jefe
    mató a un hombre. El esforzado hijo de Menecio,
    el primero, hirió con la aguda lanza a Areílico,
    que había vuelto la espalda para huir: el
    bronce atravesó el muslo y rompió el hueso, y
    el troyano dio de ojos en el suelo. El belicoso
    Menelao hirió a Toante en el pecho, donde éste
    quedaba sin defensa al lado del escudo, y dejó
    sin vigor sus miembros. El Filida, observando
    que Anficlo iba a acometerlo, se le adelantó y
    logró envasarle la pica en la parte superior de
    la pierna, donde más grueso es el músculo: la
    punta desgarró los nervios, y la obscuridad
    cubrió los ojos del guerrero. De los Nestóridas,
    Antíloco traspasó con la broncínea lanza a
    Atimnio, clavándosela en el ijar, y el troyano
    cayó a sus pies; el hermano de Atimnio, Maris,
    irritado por tal muerte, se puso delante del
    cadáver y arremetió con la lanza a Antíloco; y
    entonces el otro Nestórida, Trasimedes, igual a
    un dios, le previno y antes que Maris pudiera
    herir a Antíloco le acertó él en la espalda: la
    punta desgarró el tendón de la parte superior
    del brazo y rompió el hueso; el guerrero cayó
    con estrépito, y la obscuridad cubrió sus ojos.
    De tal suerte, estos dos esforzados compañeros
    de Sarpedón, hábiles tiradores, a hijos de Amisodaro,
    el que alimentó a la indomable Quimera,
    causa de males para muchos hombres, fueron
    vencidos por los dos hermanos y descendieron
    al Érebo.- Ayante Oilíada acometió y
    cogió vivo a Cleobulo, atropellado por la turba,
    y le quitó la vida, hiriéndole en el cuello con la
    espada provista de empuñadura: la hoja entera
    se calentó con la sangre, y la purpúrea muerte y
    la parca cruel velaron los ojos del guerrero.-
    Penéleo y Licaón fueron a encontrarse, y,
    habiendo arrojado sus lanzas en vano, pues
    ambos erraron el tiro, se acometieron con las espadas:
    Licaón dio a su enemigo un tajo en la
    cimera del casco, que adornaban crines de caballo;
    pero la espada se le rompió junto a la empuñadura;
    Penéleo hundió la suya en el cuello
    de Licaón, debajo de la oreja, y se lo cortó por
    entero: la cabeza cayó a un lado, sostenida tan
    sólo por la piel, y los miembros perdieron su
    vigor.- Meriones dio alcance con sus ligeros
    pies a Acamante, cuando subía al carro, y le
    hirió en el hombro derecho: el troyano cayó en
    tierra, y las tinieblas cubrieron sus ojos.- A Erimante
    metióle Idomeneo el cruel bronce por la
    boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del
    cerebro, rompió los blancos huesos y conmovió
    los dientes; los ojos llenáronse con la sangre
    que fluía de las narices y de la boca abierta, y la
    muerte, cual si fuese obscura nube, envolvió al
    guerrero.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:15

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    351. Cada uno de estos caudillos dánaos mató,
    pues, a un hombre. Como los voraces lobos
    acometen a corderos o cabritos, arrebatándolos
    de un hato que se dispersa en el monte por la
    impericia del pastor, pues así que aquéllos los
    ven se los llevan y despedazan por tener los
    últimos un corazón tímido; así los dánaos cargaban
    sobre los troyanos, y éstos, pensando en
    la fuga horrísona, olvidábanse de su impetuoso
    valor.

    358. El gran Ayante deseaba constantemente
    arrojar su lanza a Héctor, armado de bronce;
    pero el héroe, que era muy experto en la guerra,
    cubriendo sus anchos hombros con un escudo
    de pieles de toro, estaba atento al silbo de
    las flechas y al ruido de los dardos. Bien conocía
    que la victoria se inclinaba del lado de los
    enemigos, pero resistía aún y procuraba salvar
    a sus compañeros queridos.

    364. Como se va extendiendo una nube desde el
    Olimpo al cielo, después de un día sereno,
    cuando Zeus prepara una tempestad, así los
    troyanos huyeron de las naves, dando gritos, y
    ya no fue con orden como repasaron el foso. A
    Héctor le sacaron de allí, con sus armas, los
    corceles de ligeros pies; y el héroe desamparó la
    turba de los troyanos, a quienes detenía, mal de
    su grado, el profundo foso. Muchos veloces
    corceles, rompiendo los carros de los caudillos
    por el extremo del timón, allí los dejaron.- Patroclo
    iba adelante, exhortando vehementemente
    a los dánaos y pensando en causar daño a los
    troyanos; los cuales, una vez puestos en desorden,
    llenaban todos los caminos huyendo con
    gran clamoreo; la polvareda llegaba a lo alto
    debajo de las nubes, y los solípedos caballos
    volvían a la ciudad desde las naves y las tiendas.
    Patroclo, donde veía más gente del pueblo
    desordenada, allí se encaminaba vociferando;
    los guerreros caían de cara debajo de los ejes de
    sus carros, y éstos volcaban con gran estruendo.
    Al llegar al foso, los caballos inmortales
    que los dioses habían regalado a Peleo como
    espléndido presente lo salvaron de un salto,
    deseosos de seguir adelante; y, cuando a Patroclo
    el ánimo le impulsó a ir hacia Héctor para
    herirlo, ya los veloces corceles de éste se lo habían
    llevado. Como en el otoño descarga una
    tempestad sobre la negra tierra, cuando Zeus
    envía violenta lluvia, irritado contra los hombres
    que en el foro dan sentencias inicuas y
    echan a la justicia, no temiendo la venganza de
    los dioses; y todos los ríos salen de madre y los
    torrentes cortan muchas colinas, braman al correr
    desde lo alto de las montañas al mar
    purpúreo y destruyen las labores del campo; de
    semejante modo corrían las yeguas troyanas,
    dando lastimeros relinchos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:23

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    394. Patroclo, cuando hubo separado de los demás
    enemigos a los que formaban las últimas
    falanges, les obligó a volver hacia los bajeles, en
    vez de permitirles que subiesen a la ciudad; y,
    acometiéndoles entre las naves, el río y el alto
    muro, los mataba para vengar a muchos de los
    suyos. Entonces envasóle a Prónoo la brillante
    lanza en el pecho, donde éste quedaba sin defensa
    al lado del escudo, y le dejó sin vigor los
    miembros: el troyano cayó con estrépito. Luego
    acometió a Téstor, hijo de Enope, que se hallaba
    encogido en el lustroso asiento y en su turbación
    había dejado que las riendas se le fuesen
    de la mano: clavóle desde cerca la lanza en la
    mejilla derecha, se la hizo pasar por los dientes
    y lo levantó por cima del barandal. Como el
    pescador sentado en una roca prominente saca
    del mar un pez enorme, valiéndose de la cuerda
    y del reluciente bronce, así Patroclo, alzando
    la brillante lanza, sacó del carro a Téstor con la
    boca abierta y le arrojó de cara al suelo; el troyano,
    al caer, perdió la vida.- Después hirió de
    una pedrada en medio de la cabeza a Erilao,
    que a acometerle venía, y se la partió en dos
    dentro del fuerte casco: el troyano dio de manos
    en el suelo, y le envolvió la destructora
    muerte.- Y sucesivamente fue derribando en la
    fértil tierra a Erimante, Anfótero, Epaltes,
    Tlepólemo Damastórida, Equio, Piris, Ifeo, Evipo
    y Polimelo Argéada.

    419. Sarpedón, al ver que sus compañeros, de
    corazas sin cintura, sucumbían a manos de Patroclo
    Menecíada, increpó a los deiformes licios:

    422. -¡Qué vergüenza, oh licios! ¿Adónde huís?
    Sed esforzados. Yo saldré al encuentro de ese
    hombre, para saber quién es el que así vence y
    tantos males causa a los troyanos, pues ya a
    muchos valientes les ha quebrado las rodillas.

    426. Dijo; y saltó del carro al suelo sin dejar las
    armas. A su vez Patroclo, al verlo, se apeó del
    suyo. Como dos buitres de enormes uñas y combado
    pico riñen, dando chillidos, sobre elevada
    roca; así aquéllos se acometieron vociferando.
    Violos el hijo del artero Crono; y, compadecido,
    dijo a Hera, su hermana y esposa:

    433. -¡Ay de mí! La parca dispone que Sarpedón,
    a quien amo sobre todos los hombres,
    sea muerto por Patroclo Menecíada. Entre dos
    propósitos vacila en mi pecho el corazón: ¿lo
    arrebataré vivo de la luctuosa batalla, para llevarlo
    al opulento pueblo de la Licia, o dejaré
    que sucumba a manos del Menecíada?

    439. Respondióle Hera veneranda, la de ojos de
    novilla:

    440. -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste!
    ¿Una vez más quieres librar de la muerte
    horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo
    ha que el hado condenó a morir? Hazlo, pero
    no todos los dioses te lo aprobaremos. Otra
    cosa voy a decirte, que fijarás en la memoria:
    Piensa que, si a Sarpedón le mandas vivo a su
    palacio, algún otro dios querrá sacar a su hijo
    del duro combate, pues muchos hijos de los
    inmortales pelean en torno de la gran ciudad de
    Príamo, y harás que sus padres se enciendan en
    terrible ira. Pero, si Sarpedón te es caro y tu
    corazón le compadece, deja que muera a manos
    de Patroclo Menecíada en reñido combate; y
    cuando el alma y la vida le abandonen, ordena
    a la Muerte y al dulce Sueño que lo lleven a la
    vasta Licia, para que sus hermanos y amigos le
    hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo,
    que tales son los honores debidos a los muertos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:29

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    458. Así dijo. El padre de los hombres y de los
    dioses no desobedeció, a hizo caer sobre la tierra
    sanguinolentas gotas para honrar al hijo
    amado, a quien Patroclo había de matar en la
    fértil Troya, lejos de su patria.

    462. Cuando ambos héroes se hallaron frente a
    frente, Patrocio arrojó la lanza, y, acertando a
    dar en el empeine del ilustre Trasimelo, escudero
    valeroso del rey Sarpedón, dejóle sin vigor
    los miembros. Sarpedón acometió a su vez; y,
    despidiendo la reluciente lanza, erró el tiro;
    pero hirió en el hombro derecho al corcel Pédaso,
    que relinchó mientras perdía el vital aliento.
    El caballo cayó en el polvo, y el ánimo voló de
    su cuerpo. Forcejearon los otros dos corceles
    por separarse, crujió el yugo y enredáronse las
    riendas a causa de que el caballo lateral yacía
    en el polvo. Pero Automedonte, famoso por su
    lanza, halló el remedio: desenvainando la espada
    de larga punta, que llevaba junto al fornido
    muslo, cortó apresuradamente los tirantes
    del caballo lateral, y los otros dos se enderezaron
    y obedecieron a las riendas. Y los héroes
    volvieron a acometerse con roedor encono.

    477. Entonces Sarpedón arrojó otra reluciente
    lanza y erró el tiro, pues aquélla pasó por cima
    del hombro izquierdo de Patroclo sin herirlo.
    Patroclo despidió la suya y no en balde; ya que
    acertó a Sarpedón y le hirió en el tejido que al
    denso corazón envuelve. Cayó el héroe como la
    encina, el álamo o el elevado pino que en el
    monte cortan con afiladas hachas los artífices
    para hacer un mástil de navío; así yacía aquél,
    tendido delante de los corceles y del carro, rechinándole
    los dientes y cogiendo con las manos
    el polvo ensangrentado. Como el rojizo y
    animoso toro, a quien devora un león que se ha
    presentado entre los fexípedes bueyes, brama al
    morir entre las mandíbulas del león, así el caudillo
    de los licios escudados, herido de muerte
    por Patrocio, se enfurecía; y, llamando al compañero,
    le hablaba de este modo:

    491.-¡Caro Glauco, guerrero afamado entre los
    hombres! Ahora debes portarte como fuerte y
    audaz luchador; ahora te ha de causar placer la
    batalla funesta, si eres valiente. Ve por todas
    partes, exhorta a los capitanes licios a que combatan
    en torno de Sarpedón y defiéndeme tú
    mismo con el bronce. Constantemente, todos
    los días, seré para ti motivo de vergüenza y
    oprobio, si, sucumbiendo en el recinto de las
    naves, los aqueos me despojan de la armadura.
    ¡Pelea, pues, denodadamente y anima a todo el
    ejército!

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:36

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    502. Así dijo; y el velo de la muerte le cubrió los
    ojos y las narices. Patroclo, sujetándole el pecho
    con el pie, le arrancó el asta, con ella siguió el
    d¡afragma, y salieron a la vez la punta de la
    lanza y el alma del guerrero. Y los mirmidones
    detuvieron los corceles de Sarpedón, los cuales
    anhelaban y querían huir desde que quedó vacío
    el carro de sus dueños.

    509. Glauco sintió hondo pesar al oír la voz de
    Sarpedón y se le turbó el ánimo porque no podía
    socorrerlo. Apretóse con la mano el brazo,
    pues le abrumaba una herida que Teucro le
    había causado disparándole una llecha cuando
    él asaltaba el alto muro y el aqueo defendía a
    los suyos; y oró de esta suerte a Apolo, el que
    hiere de lejos:

    514 -Oyeme, oh soberano, ya te halles en el
    opulento pueblo de Licia, ya te encuentres en
    Troya; pues desde cualquier lugar puedes
    atender al que está afligido, como lo estoy ahora.
    Tengo esta grave herida, padezco agudos
    dolores en el brazo y la sangre no se seca; el
    hombro se entorpece, y me es imposible manejar
    firmemente la lanza y pelear con los enemigos.
    Ha muerto un hombre fortísimo, Sarpedón,
    hijo de Zeus, el cual ya ni a su prole
    defiende. Cúrame, oh soberano, la grave herida,
    adormece mis dolores y dame fortaleza para
    que mi voz anime a los licios a combatir y yo
    mismo luche en defensa del cadáver.

    527. Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo y en
    seguida calmó los dolores, secó la negra sangre
    de la grave herida e infundió valor en el ánimo
    del troyano. Glauco, al notarlo, se holgó de que
    el gran dios hubiese escuchado su ruego. En
    seguida fue por todas partes y exhortó a los
    capitanes licios para que combatieran en torno
    de Sarpedón. Después, encaminóse a paso largo
    hacia los troyanos; buscó a Polidamante Pantoida,
    al divino Agenor, a Eneas y a Héctor armado
    de broncé; y, deteniéndose cerca de los
    mismos, dijo estas aladas palabras:

    538. -¡Héctor! Te olvidas del todo de los aliados
    que por ti pierden la vida lejos de los amigos y
    de la patria tierra, y ni socorrerles quieres. Yace
    en tierra Sarpedón, el rey de los licios escudados,
    que con su justicia y su valor gobernaba a
    Licia. El broncíneo Ares lo ha matado con la
    lanza de Patroclo. Oh amigos, venid a indignaos
    en vuestro corazón: no sea que los mirmidones
    le quiten la armadura a insulten el cadáver,
    irritados por la muerte de los dánaos, a quienes
    dieron muerte nuestras picas junto a las veleras
    naves.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 8 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:49

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    548. Así dijo. Los troyanos sintieron grande a
    inconsolable pena, porque Sarpedón, aunque
    forastero, era un baluarte para la ciudad; había
    llevado a ella a muchos hombres y en la pelea
    los superaba a todos. Con grandes bríos dirigiéronse
    aquéllos contra los dánaos, y a su frente
    marchaba Héctor, irritado por la muerte de
    Sarpedón. Y Patroclo Menecíada, de corazón
    valiente, animó a los aqueos; y dijo a los Ayantes,
    que ya de combatir estaban deseosos:

    556. -¡Ayantes! Poned empeño en rechazar al
    enemigo y mostraos tan valientes como habéis
    sido hasta aquí o más aún. Yace en tierra Sarpedón,
    el que primero asaltó nuestra muralla.
    ¡Ah, si apoderándonos del cadáver pudiésemos
    ultrajarlo, quitarle la armadura de los hombros
    y matar con el cruel bronce a alguno de los
    compañeros que lo defienden!...

    562. Así dijo, aunque ellos ya deseaban rechazar
    al enemigo. Y troyanos y licios por una parte, y
    mirmidones y aqueos por otra, cerraron las
    falanges, vinieron a las manos y empezaron a
    pelear con horrenda gritería en torno del cadáver.
    Crujían las armaduras de los guerreros,
    y Zeus cubrió con una dañosa obscuridad la
    reñida contienda, para que produjese mayor
    estrago el combate que por el cuerpo de su hijo
    se empeñaba.

    569. En un principio, los troyanos rechazaron a
    los aqueos, de ojos vivos, porque fue herido un
    varón que no era ciertamente el más cobarde de
    los mirmidones: el divino Epigeo, hijo de Agacles
    magnánimo; el cual reinó en otro tiempo en
    la populosa Budeo; luego, por haber dado
    muerte a su valiente primo, se presentó como
    suplicante a Peleo y a Tetis, la de argénteos
    pies, y ellos le enviaron a Ilio, abundante en
    hermosos corceles, con Aquiles, destructor de
    las filas de guerreros, para que combatiera contra
    los troyanos. Epigeo echaba mano al cadáver
    cuando el esclarecido Héctor le dio una
    pedrada en la cabeza y se la partió en dos dentro
    del fuerte casco: el guerrero cayó boca abajo
    sobre el cuerpo de Sarpedón, y a su alrededor
    esparcióse la destructora muerte. Apesadumbróse
    Patroclo por la pérdida del compañero
    y atravesó al instante las primeras filas,
    como el veloz gavilán persigue a unos grajos o
    estorninos: de la misma manera acometiste, oh
    hábil jinete Patroclo, a los licios y troyanos, airado
    en tu corazón por la muerte del amigo. Y
    cogiendo una piedra, hirió en el cuello a Estenelao,
    hijo querido de Itémenes, y le rompió los
    tendones. Retrocedieron los combatientes delanteros
    y el esclarecido Héctor. Cuanto espacio
    recorre el luengo venablo que lanza un hombre,
    ya en el juego para ejercitarse, ya en la guerra
    contra los enemigos que la vida quitan, otro
    tanto se retiraron los troyanos, cediendo al empuje
    de los aqueos. Glauco, capitán de los escudados
    licios, fue el primero que volvió la cara y
    mató al magnánimo Baticles, hijo amado de
    Calcón, que tenía su casa en la Hélade y se señalaba
    entre los mirmidones por sus bienes y
    riquezas: escapábase Glauco, y Baticles iba a
    darle alcance, cuando aquél se volvió repentinamente
    y le hundió la pica en medio del pecho.
    Baticles cayó con estrépito, los aqueos sintieron
    hondo pesar por la muerte del valiente
    guerrero, y los troyanos, muy alegres, rodearon
    en tropel el cadáver; pero los aqueos no se olvidaron
    de su impetuoso valor y arremetieron
    denodadamente al enemigo. Entonces Meriones
    mató a un combatiente troyano, a Laógono,
    esforzado hijo de Onétor y sacerdote de Zeus
    Ideo, a quien el pueblo veneraba como a un
    dios: hirióle debajo de la quijada y de la oreja,
    la vida huyó de los miembros del guerrero, y la
    obscuridad horrible le envolvió. Eneas arrojó la
    broncínea lanza, con el intento de herir a Meriones,
    que se adelantaba protegido por el escudo.
    Pero Meriones la vio venir y evitó el golpe
    inclinándose hacia adelante: la ingente lanza
    se clavó en el suelo detrás de él y el regatón
    temblaba; pero pronto la impetuosa arma perdió
    su fuerza. Penetró, pues, la vibrante punta
    en la tierra, y la lanza fue echada en vano por el
    robusto brazo. Eneas, con el corazón irritado,
    dijo:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 07:57

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    617. -¡Meriones! Aunque eres ágil saltador, mi
    lanza te habría apartado para siempre del combate,
    si te hubiese herido.

    619. Respondióle Meriones, célebre por su lanza:

    620. -¡Eneas! Difícil lo será, aunque seas valiente,
    aniquilar la fuerza de cuantos hombres salgan a
    pelear contigo. También tú eres mortal. Si lograra
    herirte en medio del cuerpo con el agudo
    bronce, en seguida, a pesar de tu vigor y de la
    confianza que tienes en tu brazo, me darías
    gloria, y a Hades, el de los famosos corceles, el
    alma.

    626. Así dijo; y el valeroso hijo de Menecio le
    reprendió, diciendo:

    627. -¡Meriones! ¿Por qué, siendo valiente, te
    entretienes en hablar así? ¡Oh amigo! Con palabras
    injuriosas no lograremos que los troyanos
    dejen el cadáver; preciso será que algúno de
    ellos baje antes al seno de la tierra. Las batallas
    se ganan con los puños, y las palabras sirven en
    el consejo. Conviene, pues, no hablar, sino
    combatir.

    632. En diciendo esto, echó a andar y siguióle
    Meriones, varón igual a un dios. Como el estruendo
    que producen los leñadores en la espesura
    de un monte y que se deja oír a lo lejos, tal
    era el estrépito que se elevaba de la tierra espaciosa
    al ser golpeados el bronce, el cuero y los
    bien construidos escudos de pieles de buey por
    las espadas y las lanzas de doble filo. Y ya ni un
    hombre perspicaz hubiera conocido al divino
    Sarpedón, pues los dardos, la sangre y el polvo
    lo cubrían completamente de pies a cabeza.
    Agitábanse todos alrededor del cadáver como
    en la primavera zumban las moscas en el establo
    por cima de las escudillas llenas de leche,
    cuando ésta hace rebosar los tarros: de igual
    manera bullían aquéllos en torno del muerto.
    Zeus no apartaba los refulgentes ojos de la dura
    contienda; y, contemplando a los guerreros,
    revolvía en su ánimo muchas cosas acerca de la
    muerte de Patroclo: vacilaba entre si en la encarnizada
    contienda el esclarecido Héctor debería
    matar con el bronce a Patroclo sobre Sarpedón,
    igual a un dios, y quitarle la armadura
    de los hombros, o convendría extender la terrible
    pelea. Y considerando como lo más conveniente
    que el bravo escudero del Pelida
    Aquiles hiciera arredrar a los troyanos y a
    Héctor, armado de bronce, hacia la ciudad y
    quitara la vida a muchos guerreros, comenzó
    infundiendo timidez primeramente a Héctor, el
    cual subió al carro, se puso en fuga y exhortó a
    los demás troyanos a que huyeran, porque había
    conocido hacia qué lado se inclinaba la balanza
    sagrada de Zeus. Tampoco los fuertes
    licios osaron resistir, y huyeron todos al ver a
    su rey herido en el corazón y echado en un
    montón de cadáveres; pues cayeron muchos
    hombres a su alrededor cuando el Cronión
    avivó el duro combate. Los aqueos quitáronle a
    Sarpedón la reluciente armadura de bronce y el
    esforzado hijo de Menecio la entregó a sus
    compañeros para que la llevaran a las cóncavas
    naves. Y entonces Zeus, que amontona las nubes,
    dijo a Apolo:

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 8 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 13:05

    HOMERO

    LA ILIADA

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    667. -¡Ea, querido Febo! Ve y después de sacar a
    Sarpedón de entre los dardos, límpiale la negra
    sangre, condúcele a un sitio lejano y lávale en la
    corriente de un río, úngele con ambrosía, ponle
    vestiduras divinas y entrégalo a los veloces
    conductores y hermanos gemelos: el Sueño y la
    Muerte. Y éstos, transportándolo con presteza,
    lo dejarán en el rico pueblo de la vasta Licia.
    Allí sus hermanos y amigos le harán exequias y
    le erigirán un túmulo y un cipo, que tales son
    los honores debidos a los muertos.

    676. Así dijo, y Apolo no desobedeció a su padre.
    Descendió de los montes ideos a la terrible
    batalla, y en seguida levantó al divino Sarpedón
    de entre los dardos, y, conduciéndole a
    un sitio lejano, lo lavó en la corriente de un río;
    ungiólo con ambrosía, púsole vestiduras divinas
    y entrególo a los veloces conductores y
    hermanos gemelos: el Sueño y la Muerte. Y
    éstos, transportándolo con presteza, lo dejaron
    en el rico pueblo de la vasta Licia.

    684. Patroclo animaba a los corceles y a Automedonte
    y perseguía a los troyanos y licios, y
    con ello se atrajo un gran infortunio. ¡Insensato!
    Si se hubiese atenido a la orden del Pelida, se
    hubiera visto libre de la funesta parca, de la
    negra muerte. Pero siempre el pensamiento de
    Zeus es más eficaz que el de los hombres (aquel
    dios pone en fuga al varón esforzado y le quita
    fácilmente la victoria, aunque él mismo le haya
    incitado a combatir), y entonces alentó el ánimo
    en el pecho de Patroclo.

    692. ¿Cuál fue el primero y cuál el último que
    mataste, oh Patroclo, cuando los dioses te llamaron
    a la muerte?

    694. Fueron primeramente Adrasto, Autónoo,
    Equeclo, Périmo Mégada, Epístor y Melanipo; y
    después, Élaso, Mulio y Pilartes. Mató a éstos, y
    los demás se dieron a la fuga.

    698. Entonces los aqueos habrían tomado Troya,
    la de altas puertas, por las manos de Patroclo,
    que manejaba con gran furia la lanza, si Febo
    Apolo no se hubiese colocado en la bien construida
    torre para dañar a aquél y ayudar a los
    troyanos. Tres veces encaminóse Patroclo a un
    ángulo de la elevada muralla; tres veces rechazóle
    Apolo, agitando con sus manos inmortales
    el refulgence escudo. Y cuando, semejante
    a un dios, atacaba por cuarta vez, increpóle la
    deidad terriblemente con estas aladas palabras:

    707. -¡Retírate, Patroclo del linaje de Zeus! El
    hado no ha dispuesto que la ciudad de los altivos
    troyanos sea destruida por tu lanza, ni por
    Aquiles, que tanto te aventaja.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 13:11

    HOMERO

    LA ILIADA

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    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    710.Así dijo, y Patroclo retrocedió un gran trecho,
    para no atraerse la cólera de Apolo, el que
    hiere de lejos.

    712. Héctor se hallaba con el carro y los solípedos
    corceles en las puertas Esceas, y estaba indeciso
    entre guiarlos de nuevo hacia la turba y
    volver a combatir, o mandar a voces que las
    tropas se refugiasen en el muro. Mientras reflexionaba
    sobre esto, presentósele Febo Apolo,
    que tomó la figura del valiente joven Asio, el
    cual era tío materno de Héctor, domador de
    caballos, hermano carnal de Hécuba a hijo de
    Dimante, y habitaba en la Frigia, junto a la corriente
    del Sangario. Así transfigurado, exclamó
    Apolo, hijo de Zeus:

    721. -¡Héctor! ¿Por qué te abstienes de combatir?
    No debes hacerlo. Ojalá te superara tanto en
    bravura, cuanto te soy inferior: entonces te sería
    funesto el retirarte de la batalla. Mas, ea, guía
    los corceles de duros cascos hacia Patroclo, por
    si puedes matarlo y Apolo te da gloria.

    726. En diciendo esto, el dios volvió a la batalla.
    El esclarecido Héctor mandó a Cebríones que
    picara a los corceles y los dirigiese a la pelea; y
    Apolo, entrándose por la turba, suscitó entre
    los argivos funesto tumulto y dio gloria a
    Héctor y a los troyanos. Héctor dejó entonces a
    los demás dánaos, sin que fuera a matarlos, y
    enderezó a Patroclo los caballos de duros cascos.
    Patroclo, a su vez, saltó del carro a tierra
    con la lanza en la izquierda; cogió con la diestra
    una piedra Blanca y erizada de puntas que llenaba
    la mano; y, estribando en el suelo, la
    arrojó, hiriendo en seguida a un combatiente,
    pues el tiro no salió vano: dio la aguda piedra
    en la frente de Cebríones, auriga de Héctor, que
    era hijo bastardo del ilustre Príamo, y entonces
    gobernaba las riendas de los caballos. La piedra
    se llevó ambas cejas; el hueso tampoco resistió;
    los ojos cayeron en el polvo a los pies de Cebríones;
    y éste, cual si fuera un buzo, cayó del
    asiento bien construido, porque la vida huyó de
    sus miembros. Y burlándose de él, oh caballero
    Patroclo, exclamaste:

    743. -¡Oh dioses! ¡Muy ágil es el hombre! ¡Cuán
    fácilmente salta a lo buzo! Si se hallara en el
    ponto, en peces abundance, ese hombre saltaría
    de la nave, aunque el mar estuviera tempestuoso,
    y podría saciar a muchas personas con las
    ostras que pescara. ¡Con tanta facilidad ha dado
    la voltereta del carro a la llanura! Es indudable
    que también los troyanos tienen buzos.

    Cont.


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    HOMERO

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    LA ILIADA

    CANTO XVI

    Patroclea.
    Cont.

    751. En diciendo esto, corrió hacia el héroe con
    la impetuosidad de un león que devasta los
    establos hasta que es herido en el pecho y su
    mismo valor lo mata; de la misma manera, oh
    Patroclo, te arrojaste enardecido sobre Cebríones.
    Héctor, por su parte, saltó del carro al suelo
    sin dejar las armas. Y entrambos luchaban en
    torno de Cebríones como dos hambrientos leones
    que en la cumbre de un monte pelean furiosos
    por el cadáver de una cierva, así los dos
    aguerridos campeones, Patroclo Menecíada y el
    esclarecido Héctor, deseaban herirse el uno al
    otro con el cruel bronce. Héctor había cogido al
    muerto por la cabeza y no lo soltaba; Patroclo
    lo asía de un pie, y los demás troyanos y dánaos
    sostenían encarnizado combate.

    765. Como el Euro y el Noto contienden en la
    espesura de un monte, agitando la poblada
    selva, y las largas ramas de los fresnos, encinas
    y cortezudos cornejos chocan entre sí con inmenso
    estrépito, y se oyen los crujidos de las
    que se rompen, de semejante modo troyanos y
    aqueos se acometían y mataban, sin acordarse
    de la perniciosa fuga. Alrededor de Cebríones
    se clavaron en tierra muchas agudas lanzas y
    aladas flechas que saltaban de los arcos; buen
    número de grandes piedras herían los escudos
    de los que combatían en torno suyo; y el héroe
    yacía en el suelo, sobre un gran espacio, envuelto
    en un torbellino de polvo y olvidado del
    arte de guiar los carros.

    777. Hasta que el sol hubo recorrido la mitad del
    cielo, los tiros alcanzaban por igual a unos y a
    otros, y los hombres caían. Cuando aquél se
    encaminó al ocaso, los aqueos eran vencedores,
    contra lo dispuesto por el destino; y, habiendo
    arrastrado el cadáver del héroe Cebríones fuera
    del alcance de los dardos y del tumulto de los
    troyanos, le quitaron la armadura de los hombros.

    783. Patroclo acometió furioso a los troyanos:
    tres veces los acometió, cual si fuera el rápido
    Ares, dando horribles voces; tres veces mató
    nueve hombres. Y cuando, semejante a un dios,
    arremetiste, oh Patroclo, por cuarta vez, viose
    claramente que ya llegabas al término de tu
    vida, pues el terrible Febo salió a tu encuentro
    en el duro combate. Mas Patroclo no vio al dios;
    el cual, cubierto por densa nube, atravesó la
    turba, se le puso detrás, y, alargando la mano,
    le dio un golpe en la espalda y en los anchos
    hombros. Al punto los ojos del héroe padecieron
    vértigos. Febo Apolo le quitó de la cabeza
    el casco con agujeros a guisa de ojos, que rodó
    con estrépito hasta los pies de los caballos; y el
    penacho se manchó de sangre y polvo. Jamás
    aquel casco, adornado con crines de caballo, se
    había manchado cayendo en el polvo, pues
    protegía la cabeza y hermosa frente del divino
    Aquiles. Entonces Zeus permitió también que
    lo llevara Héctor, porque ya la muerte se iba
    acercando a este caudillo. A Patroclo se le rompió
    en la mano la pica larga, pesada, grande,
    fornida, armada de bronce; el ancho escudo y
    su correa cayeron al suelo, y el soberano Apolo,
    hijo de Zeus, desató la coraza que aquél llevaba.
    El estupor se apoderó del espíritu del héroe,
    y sus hermosos miembros perdieron la fuerza.
    Patroclo se detuvo atónito, y entonces desde
    cerca clavóle aguda lanza en la espalda, entre
    los hombros, el dárdano Euforbo Pantoida; el
    cual aventajaba a todos los de su edad en el
    manejo de la pica, en el arte de guiar un carro y
    en la veloz carrera, y la primera vez que se presentó
    con su carro para aprender a combatir
    derribó a veinte guerreros de sus carros respectivos.
    Éste fue, oh caballero Patroclo, el primero
    que contra ti despidió su lanza, pero aún no lo
    hizo sucumbir. Euforbo arrancó la lanza de
    fresno; y, retrocediendo, se mezcló con la turba,
    sin esperar a Patroclo, aunque le viera desarmado;
    mientras éste, vencido por el golpe del
    dios y la lanzada, retrocedía al grupo de sus
    compañeros para evitar la muerte.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 31 Mar 2021, 13:28

    HOMERO

    LA ILIADA

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVI
    Patroclea.
    Cont.

    818. Cuando Héctor advirtió que el magnánimo
    Patroclo se alejaba y que lo habían herido con el
    agudo bronce, fue en su seguimiento, por entre
    las filas, y le envainó la lanza en la parte inferior
    del vientre, que el hierro pasó de parte a
    parte; y el héroe cayó con estrépito, causando
    gran aflicción al ejército aqueo. Como el león
    acosa en la lucha al indómito jabalí cuando ambos
    pelean arrogantes en la cima de un monte
    por un escaso manantial donde quieren beber,
    y el león vence con su fuerza al jabalí, que respira
    anhelante, así Héctor Priámida privó de la
    vida, hiriéndolo de cerca con la lanza, al esforzado
    hijo de Menecio, que a tantos había dado
    muerte. Y blasonando del triunfo, profirió estas
    aladas palabras:

    830. -¡Patroclo! Sin duda esperabas destruir
    nuestra ciudad, hacer cautivas a las mujeres
    troyanas y llevártelas en los bajeles a tu patria
    tierra. ¡Insensato! Los veloces caballos de Héctor
    vuelan al combate para defenderlas; y yo,
    que en manejar la pica sobresalgo entre los belicosos
    troyanos, aparto de los míos el día de la
    servidumbre, mientras que a ti te comerán los
    buitres. ¡Ah, infeliz! Ni Aquiles, con ser valiente,
    te ha socorrido. Cuando saliste de las naves,
    donde él se ha quedado, debió de hacerte muchas
    recomendaciones, y hablarte de este modo:
    «No vuelvas a las cóncavas naves, caballero
    Patroclo, antes de haber roto la coraza que envuelve
    el pecho de Héctor, matador de hombres,
    teñida de sangre». Así te dijo, sin duda; y
    tú, oh necio, te dejaste persuadir.

    843. Con lánguida voz le respondiste, caballero
    Patroclo:

    844. ¡Héctor! Jáctate ahora con altaneras palabras,
    ya que te han dado la victoria Zeus Cronida
    y Apolo; los cuales me vencieron fácilmente,
    quitándome la armadura de los hombros. Si.
    veinte guerreros como tú me hubiesen hecho
    frente, todos habrían muerto vencidos por mi
    lanza. Matáronme la parca funesta y el hijo de
    Leto, y, entre los hombres, Euforbo, y tú llegas
    el tercero, para despojarme de las armas. Otra
    cosa voy a decirte, que fijarás en la memoria.
    Tampoco tú has de vivir largo tiempo, pues la
    muerte y la parca cruel se te acercan, y sucumbirás
    a manos del eximio Aquiles Eácida.

    855. Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió
    con su manto: el alma voló de los miembros y
    descendió al Hades, llorando su suerte porque
    dejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el esclarecido
    Héctor le dijo, aunque muerto le veía:

    859. -¡Patroclo! ¿Por qué me profetizas una
    muerte terrible? ¿Quién sabe si Aquiles, hijo de
    Tetis, la de hermosa cabellera, no perderá antes
    la vida, herido por mi lanza?

    862. Dichas estas palabras, puso un pie sobre el
    cadáver, arrancó la broncínea lanza y lo tumbó
    de espaldas. Inmediatamente se encaminó, lanza
    en mano, hacia Automedonte, el deiforme
    servidor del Eácida, de pies ligeros, pues deseaba
    herirlo, pero los veloces caballos inmortales,
    que a Peleo le dieron los dioses como
    espléndido presente, ya lo sacaban de la batalla.

    FIN DEL CANTO XVI



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 02 Abr 2021, 07:23

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVII (*)

    Principalía de Menelao

    (*)
    Se entabla un encarnizado combate entre
    aqueos y troyanos para apoderarse de las arenas
    y el cadáver de Patroclo. Por fin, Menelao y
    Meriones, protegidos por los dos Ayante, cargan
    a sus espaldas con el cadáver de Patroclo y
    se lo llevan al campamento.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 02 Abr 2021, 07:31

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVII

    Principalía de Menelao


    1. No dejó de advertir el Atrida Menelao, caro a
    Ares, que Patroclo había sucumbido en la lid a
    manos de los troyanos; y, armado de luciente
    bronce, se abrió camino por los combatientes
    delanteros y empezó a moverse en torno del cadáver
    para defenderlo. Como la vaca primeriza
    da vueltas alrededor de su becerrillo mugiendo
    tiernamente, porque antes ignoraba lo que era
    el parto, de semejante manera bullía el rubio
    Menelao cerca de Patroclo. Y colocándose delante
    del muerto, enhiesta la lanza y embrazado
    el liso escudo, se aprestaba a matar a quien se le
    opusiera. Tampoco Euforbo, el hábil lancero
    hijo de Pántoo, se descuidó al ver en el suelo al
    eximio Patroclo, sino que se detuvo a su lado y
    dijo a Menelao, caro a Ares:

    12. -¡Atrida Menelao, alumno de Zeus, príncipe
    de hombres! Retírate, suelta el cadáver y desampara
    estos sangrientos despojos; pues, en la
    reñida pelea, ninguno de los troyanos ni de los
    auxiliares ilustres envasó su lanza a Patroclo
    antes que yo lo hiciera. Déjame alcanzar inmensa
    gloria entre los troyanos. No sea que, hiriéndote,
    te quite la dulce vida.

    18. Respondióle muy indignado el rubio Menelao:

    19. -¡Padre Zeus! No es bueno que nadie se vanaglorie
    con tanta soberbia. Ni la pantera, ni el
    león, ni el dañino jabalí que tienen gran ánimo
    en el pecho y están orgullosos de su fuerza se
    presentan tan osados como los hábiles lanceros
    hijos de Pántoo. Pero el fuerte Hiperenor, domador
    de caballos, no siguió gozando de su
    juventud cuando me aguardó, después de injuriarme
    diciendo que yo era el más cobarde de
    los guerreros dánaos, y no creo que haya podido
    volverse con sus pies para regocijar a su
    esposa y a sus venerandos padres. Del mismo
    modo te quitaré la vida a ti, si osas afrontarme,
    y te aconsejo que vuelvas a tu ejército y no te
    pongas delante, pues el necio sólo conoce el
    mal cuando ya está hecho.

    33. Así habló, sin persuadir a Euforbo, que contestó
    diciendo:

    34. -Menelao, alumno de Zeus, ahora pagarás la
    muerte de mi hermano, de que tanto te jactas.
    Dejaste viuda a su mujer en el reciente tálamo;
    causaste a nuestros padres llanto y dolor profundo.
    Yo conseguiría que aquellos infelices
    cesaran de llorar, si, llevándome tu cabeza y tus
    armas, las pusiera en las manos de Pántoo y de
    la divina Frontis. Pero no se diferirá mucho
    tiempo el combate, ni quedará sin decidir quién
    haya de ser el vencedor y quién el vencido.

    43. Dicho esto, dio un bote en el escudo liso del
    Atrida, pero no pudo romper el bronce, porque
    la punta se torció al chocar con el fuerte escudo.
    El Atrida Menelao acometió, a su vez, con la
    pica, orando al padre Zeus, y, hizo a Euforbo retroceder,
    se la clavó en la parte inferior de la
    garganta, empujó el asta con la robusta mano y
    la punta atravesó el delicado cuello. Euforbo
    cayó con estrépito, resonaron sus armas y se
    mancharon de sangre sus cabellos, semejantes a
    los de las Gracias, y los rizos, que llevaba sujetos
    con anillos de oro y plata. Cual frondoso
    olivo que, plantado por el Labrador en un lugar
    solitario donde abunda el agua, crece hermoso,
    es mecido por vientos de toda clase y se cubre
    de blancas flores; y, viniendo de repente el
    huracán, te arranca de la tierra y te tiende en el
    suelo; así el Atrida Menelao dio muerte a Euforbo,
    hijo de Pántoo y hábil lancero, y en seguida
    comenzó a quitarle la armadura.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 02 Abr 2021, 07:38

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVII

    Principalía de Menelao.
    CONT.

    61. Como un montaraz león, confiado en su
    fuerza, coge del rebaño que está paciendo la
    mejor vaca, le rompe la cerviz con Los fuertes
    dientes, y, despedazándola, traga la sangre y
    todas las entrañas; y así los perros como los
    pastores gritan mucho a su alrededor, pero de
    lejos, sin atreverse a ir contra la fiera porque el
    pálido temor los domina, de la misma manera
    ninguno tuvo bastante ánimo en su pecho para
    salir al encuentro del glorioso Menelao. Y el
    Atrida se habría llevado fácilmente las magníficas
    armas del Pantoida, si no lo hubiese impedido
    Febo Apolo; el cual, tomando la figura de
    Mentes, caudillo de los cícones, suscitó contra
    aquél a Héctor, igual al veloz Ares, con estas
    aladas palabras:

    75. -¡Héctor! Tú corres ahora tras lo que no es
    posible alcanzar: los corceles del aguerrido Eácida.
    Difícil es que ninguno ni de los hombres
    ni de los dioses los sujete y sea por ellos llevado,
    fuera de Aquiles, que tiene una madre inmortal.
    Y en tanto, Menelao, belicoso hijo de
    Atreo, que defiende el cadáver de Patroclo, ha
    muerto a uno de los más esforzados troyanos, a
    Euforbo Pantoida, acabando con el impetuoso
    valor de este caudillo.

    82. El dios, habiendo hablado así, volvió a la
    batalla. Héctor sintió profundo dolor en las
    negras entrañas, ojeó las hileras y vio en seguida
    al Atrida que despojaba de la espléndida armadura
    a Euforbo, y a éste tendido en el suelo
    y vertiendo sangre por la herida. Acto continuo,
    armado como se hallaba de luciente bronce
    y dando agudos gritos, abrióse paso por los
    combatientes delanteros cual si fuese una llama
    inextinguible encendida por Hefesto. No le
    pasó inadvertido al hijo de Atreo, que gimió al
    oír las voces, y a su magnánimo espíritu así le
    dijo:

    91. -¡Ay de mí! Si abandono estas magníficas
    armas y a Patrocio, que por vengarme yace
    aquí tendido, temo que se irritará cualquier
    dánao que lo presencie. Y si por vergüenza
    peleo con Héctor y Los troyanos, como ellos
    son muchos y yo estoy solo, quizás me cerquen;
    pues Héctor, el de tremolo casco, trae aquí a
    todos Los troyanos. Mas ¿por qué el corazón
    me hace pensar en tales cosas? Cuando, oponiéndose
    a la divinidad, el hombre lucha con
    un guerrero protegido por algún dios, pronto le
    sobreviene grave daño. Así, pues, ninguno de
    Los dánaos se irritará conmigo porque me vean
    ceder a Héctor, que combate amparado por Las
    deidades. Pero, si a mis oídos llegara la voz de
    Ayante, valiente en la pelea, volvería aquí con
    él y sólo pensaríamos en luchar, aunque fuese
    contra un dios, para ver si lográbamos arrastrar
    el cadáver y entregarlo al Pelida Aquiles. Sería
    esto lo mejor para hacer llevaderos los presentes
    males.

    106. Mientras tales pensamientos revolvía en su
    mente y en su corazón, llegaron las huestes de
    los troyanos, acaudilladas por Héctor. Menelao
    dejó el cadáver y retrocedió, volviéndose de
    cuando en cuando. Como el melenudo león, a
    quien alejan del establo los canes y los hombres
    con gritos y venablos, siente que el corazón
    audaz se le encoge y abandona de mala gana el
    redil; de la misma suerte apartábase de Patroclo
    el rubio Menelao, quien, al juntarse con sus
    amigos, se detuvo, volvió la cara a los troyanos
    y buscó con los ojos al gran Ayante, hijo de Telamón.
    Pronto le distinguió a la izquierda de la
    batalla, donde animaba a sus compañeros y les
    incitaba a pelear, pues Febo Apolo les había
    infundido un gran terror. Corrió a encontrarle;
    y, poniéndose a su lado, le dijo estas palabras:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 02 Abr 2021, 14:45

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVII

    Principalía de Menelao.
    CONT.

    120. -¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos a
    combatir por Patroclo muerto, y quizás podamos
    llevar a Aquiles el cadáver desnudo, pues
    las armas las tiene Héctor, el de tremolante casco.

    123. Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido
    Ayante, que atravesó al momento las
    primeras filas junto con el rubio Menelao.
    Héctor había despojado a Patroclo de las magníficas
    armas y se lo llevaba arrastrando, para
    separarle con el agudo bronce la cabeza de los
    hombros y entregar el cadáver a los perros de
    Troya. Pero acercósele Ayante con su escudo
    como una torre; y Héctor, retrocediendo, llegó
    al grupo de sus amigos, saltó al carro y entregó
    las magníficas armas a los troyanos para que
    las llevaran a la ciudad, donde habían de causarle
    inmensa gloria. Ayante cubrió con su gran
    escudo al Menecíada y se mantuvo firme. Como
    el león anda en torno de sus cachorros
    cuando llevándolos por el bosque le salen al
    encuentro los cazadores, y, haciendo gala de su
    fuerza, baja los párpados ocultando sus ojos, de
    aquel modo corría Ayante alrededor del héroe
    Patroclo. En la parte opuesta hallábase el Atrida
    Menelao, caro a Ares, en cuyo pecho el dolor
    iba creciendo.

    140. Glauco, hijo de Hipóloco, caudillo de los
    licios, dirigió entonces la torva faz a Héctor, y le
    increpó con estas palabras:

    142. -¡Héctor, el de más hermosa figura, muy
    falto estás del valor que la guerra demanda!
    Inmerecida es tu buena fama, cuando solamente
    sabes huir. Piensa cómo en adelante defenderás
    la ciudad y sus habitantes, solo y sin
    más auxilio que los hombres nacidos en Ilio.
    Ninguno de los licios ha de pelear ya con los
    dánaos en favor de la ciudad, puesto que para
    nada se agradece el combatir siempre y sin descanso
    contra el enemigo. ¿Cómo, oh cruel, salvarás
    en la turba a un obscuro combatiente, si
    dejas que Sarpedón, huésped y amigo tuyo,
    llegue a ser presa y botín de los argivos? Mientras
    estuvo vivo, prestó grandes servicios a la
    ciudad y a ti mismo; y ahora no te atreves a
    apartar de su cadáver a los perros. Por esto, si
    los licios me obedecieren, volveríamos a nuestra
    patria, y la ruina más espantosa amenazaría
    a Troya. Mas, si ahora tuvieran los troyanos el
    valor audaz e intrépido que suelen mostrar los
    que por la patria sostienen contiendas y luchas
    con los enemigos, pronto arrastraríamos el
    cadáver de Patroclo hasta Ilio. Y en seguida que
    el cuerpo de éste fuera retirado del campo y
    conducido a la gran ciudad del rey Príamo, los
    argivos nos entregarían, para rescatarlo, las
    hermosas armas de Sarpedón, y también podríamos
    llevar a Ilio el cadáver del héroe; pues
    Patroclo fue escudero del argivo más valiente
    que hay en las naves, como asimismo lo son sus
    tropas, que combaten cuerpo a cuerpo. Pero tú
    no osaste esperar al magnánimo Ayante, ni
    resistir su mirada en la lucha, ni combatir con
    él, porque te aventaja en fortaleza.

    169. Mirándole con torva faz, respondió Héctor,
    el de tremolante casco:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 02 Abr 2021, 14:52

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XVII

    Principalía de Menelao.
    CONT.

    170. -¡Glauco! ¿Por qué, siendo cual eres, hablas
    con tanta soberbia? ¡Oh dioses! Te consideraba
    como el hombre de más seso de cuantos viven
    en la fértil Licia, y ahora he de reprenderte por
    lo que pensaste y dijiste al asegurar que no
    puedo sostener la acometida del ingente Ayante.
    Nunca me espantó la batalla, ni el ruido de
    los caballos; pero siempre el pensamiento de
    Zeus, que lleva la égida, es más eficaz que el de
    los hombres, y el dios pone en fuga al varón
    esforzado y le quita fácilmente la victoria, aunque
    él mismo le haya incitado a combatir. Mas,
    ea, ven acá, amigo, ponte a mi lado, contempla
    mis hechos, y verás si seré cobarde en la batalla,
    como has dicho, aunque dure todo el día; o si
    haré que alguno de los dánaos, no obstante su
    ardimiento y valor, cese de defender el cadáver
    de Patroclo.

    183. Cuando así hubo hablado, exhortó a los
    troyanos, dando grandes voces:

    184.-¡Troyanos, licios, dánaos, que cuerpo a
    cuerpo peleáis! Sed hombres, amigos, y mostrad
    vuestro impetuoso valor, mientras visto las
    armas hermosas del eximio Aquiles, de que
    despojé al fuerte Patroclo después de matarlo.

    188. Dichas estas palabras, Héctor, el de tremolante
    casco, salió de la funesta lid, y, corriendo
    con ligera planta, alcanzó pronto y no muy lejos
    a sus amigos que llevaban hacia la ciudad
    las magníficas armas del hijo de Peleo. Allí,
    fuera del luctuoso combate se detuvo y cambió
    de armadura: entregó la propia a los belicosos
    troyanos, para que la dejaran en la sacra Ilio, y
    vistió las armas divinas del Pelida Aquiles, que
    los dioses celestiales dieron a Peleo, y éste, ya
    anciano, cedió a su hijo, quien no había de usarlas
    tanto tiempo que llegara a la vejez llevándolas
    todavía.

    198. Cuando Zeus, que amontona las nubes, vio
    que Héctor, apartándose, vestía las armas del
    divino Pelida, moviendo la cabeza, habló consigo
    mismo y dijo:

    201. «¡Ah, mísero! No piensas en la muerte, que
    ya se halla cerca de ti, y vistes las armas divinas
    de un hombre valentísimo a quien todos temen.
    Has muerto a su amigo, tan bueno como fuerte,
    y le has quitado ignominiosamente la armadura
    de la cabeza y de los hombros. Mas todavía
    dejaré que alcances una gran victoria como
    compensación de que Andrómaca no recibirá
    de tus manos, volviendo tú del combate, las
    magníficas armas del Pelión».

    209. Dijo el Cronión, y bajó las negras cejas en
    señal de asentimiento. La armadura de Aquiles
    le vino bien a Héctor, apoderóse de éste un terrible
    furor bélico, y sus miembros se vigorizaron
    y fortalecieron; y el héroe, dando recias voces,
    enderezó sus pasos a los aliados ilustres y
    se les presentó con las resplandecientes armas
    del magnánimo Pelión. Y acercándose a cada
    uno para animarlos con sus palabras -a Mestles,
    Glauco, Medonte, Tersíloco, Asteropeo, Disénor,
    Hipótoo, Forcis, Cromio y el augur Énnomo-,
    los instigó con estas aladas palabras:



    _________________
    "No hay  cañones que maten la esperanza."  Walter Faila


    NO EXISTEN BANDERAS ANTE EL LLANTO DE UN NIÑO. CARLOS PONCE


     ISRAEL: ¡GENOCIDA!

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