Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 5 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 15:17

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX (*)

    Embajada a Aquiles- Súplicas

    (*)
    Agamenón, arrepentido y lamentando su disputa
    con Aquiles, por consejo de su anciano
    asesor Néstor, despacha a Ulises, Ayante y al
    viejo Fénix como embajadores ante Aquiles,
    para solicitar su ayuda, con plenos poderes
    para prometerle la devolución de Briseide y
    abundantes regalos que compensen la afrenta
    sufrida. Pero Aquiles se mantiene obstinado a
    inflexible.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 5 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 15:23

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas


    1. Así los troyanos guardaban el campo. De los
    aqueos habíase enseñoreado la ingente fuga,
    compañera del glacial terror, y los más valientes
    estaban agobiados por insufrible pesar.
    Como conmueven el ponto, en peces abundante,
    los vientos Bóreas y Céfiro, soplando de improviso
    desde la Tracia, y las negruzcas olas se
    levantan y arrojan a la orilla multitud de algas;
    de igual modo les palpitaba a los aqueos el corazón
    en el pecho.

    9. El Atrida, en gran dolor sumido el corazón,
    iba de un lado para otro y mandaba a los heraldos
    de voz sonora que convocaran al ágora,
    nominalmente y en voz baja, a todos los capitanes,
    y también él los iba llamando y trabajaba
    como los más diligentes. Los guerreros acudieron
    afligidos. Levantóse Agamenón, llorando,
    como fuente profunda que desde altísimo peñasco
    deja caer sus aguas sombrías; y, despidiendo
    hondos suspiros, habló de esta suerte a
    los argivos:

    17. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! En grave infortunio envolvióme Zeus
    Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no
    me iría sin destruir la bien murada Ilio y todo
    ha sido funesto engaño; pues ahora me manda
    regresar a Argos, sin gloria, después de haber
    perdido tantos hombres. Así debe de ser grato
    al prepotente Zeus, que ha destruido las fortalezas
    de muchas ciudades y aún destruirá otras,
    porque su poder es inmenso. Ea, obremos todos
    como voy a decir: Huyamos en las naves a
    nuestra patria tierra, pues ya no tomaremos a
    Troya, la de anchas calles.

    29. Así dijo. Enmudecieron todos y permanecieron
    callados. Largo tiempo duró el silencio de
    los afligidos aqueos, mas al fin Diomedes, valiente
    en el combate, dijo:

    32. -¡Atrida! Empezaré combatiéndote por tu
    imprudencia, como es permitido hacerlo, oh
    rey, en el ágora, pero no te irrites. Poco ha menospreciaste
    mi valor ante los dánaos, diciendo
    que soy cobarde y débil, lo saben los argivos
    todos, jóvenes y viejos. Mas a ti el hijo del artero
    Crono de dos cosas te ha dado una: te concedió
    que fueras honrado como nadie por el
    cetro, y te negó la fortaleza, que es el mayor de
    los poderes. ¡Desgraciado! ¿Crees que los aqueos
    son tan cobardes y débiles como dices? Si tu
    corazón te incita a regresar, parte: delante tienes
    el camino y cerca del mar gran copia de
    naves que desde Micenas lo siguieron; pero los
    demás melenudos aqueos se quedarán hasta
    que destruyamos la ciudad de Troya. Y, si también
    éstos quieren irse, huyan en los bajeles a
    su patria; y nosotros dos, yo y Esténelo, seguiremos
    peleando hasta que a Ilio le llegue su fin;
    pues vinimos debajo del amparo de los dioses.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 04 Mar 2021, 02:29

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    50. Así habló; y todos los aqueos aplaudieron,
    admirados del discurso de Diomedes, domador
    de caballos. Y el caballero Néstor se levantó y
    dijo:

    53. -¡Tidida! Luchas con valor en el combate y
    superas en el consejo a los de tu edad; ningún
    aqueo osará vituperar ni contradecir tu discurso,
    pero no has llegado hasta el fin. Eres aún
    joven -por tus años podrías ser mi hijo menor y,
    no obstante, dices cosas discretas a los reyes
    argivos y has hablado como se debe. Pero yo,
    que me vanaglorio de ser más viejo que tú, lo
    manifestaré y expondré todo; y nadie despreciará
    mis palabras, ni siquiera el rey Agamenón.
    Sin familia, sin ley y sin hogar debe de
    vivir quien apetece las horrendas luchas intestinas.
    Ahora obedezcamos a la negra noche:
    preparemos la cena y los guardias vigilen a
    orillas del cavado foso que corre delante del
    muro. A los jóvenes se lo encargo; y tú, oh
    Atrida, mándalo, pues eres el rey supremo.
    Ofrece después un banquete a los caudillos,
    que esto es lo que te conviene y lo digno de ti.
    Tus tiendas están llenas de vino, que las naves
    aqueas traen continuamente de Tracia por el
    anchuroso ponto; dispones de cuanto se requiere
    para recibir a aquéllos, a imperas sobre muchos
    hombres. Una vez congregados, seguirás
    el parecer de quien te dé mejor consejo; pues de
    uno bueno y prudente tienen necesidad los
    aqueos, ahora que el enemigo enciende tal
    número de hogueras junto a las naves. ¿Quién
    lo verá con alegría? Esta noche se decidirá la
    ruina o la salvación del ejército.

    79. Así dijo, y ellos lo escucharon atentamente y
    lo obedecieron. Al punto se apresuraron a salir
    con armas, para encargarse de la guardia, Trasimedes
    Nestórida, pastor de hombres; Ascálafo
    y Yálmeno, hijos de Ares; Meriones, Afareo,
    Deípiro y el divino Licomedes, hijo de Creonte.
    Siete eran los capitanes de los centinelas, y cada
    uno mandaba cien mozos provistos de luengas
    picas. Situáronse entre el foso y la muralla, encendieron
    fuego, y todos sacaron su respectiva
    cena.

    89. El Atrida llevó a su tienda a los príncipes
    aqueos, así que se hubieron reunido, y les dio
    un espléndido banquete. Ellos metieron mano
    en los manjares que tenían delante, y, cuando
    hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer,
    el anciano Néstor, cuya opinión era considerada
    siempre como la mejor, empezó a aconsejarles;
    y. arengándolos con benevolencia, les
    dijo:

    96. -¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres,
    Agamenón! Por ti acabaré y por ti comenzaré
    también, ya que reinas sobre muchos hombres
    y Zeus te ha dado cetro y leyes para que mires
    por los súbditos. Por esto debes exponer tu opinión
    y oír la de los demás y aun llevarla a cumplimiento
    cuando cualquiera, siguiendo los
    impulsos de su ánimo, proponga algo bueno;
    que es atribución tuya ejecutar lo que se acuerde.
    Te diré lo que considero más conveniente y
    nadie concebirá una idea mejor que la que tuve
    y sigo teniendo, oh vástago de Zeus, desde que,
    contra mi parecer, te llevaste la joven Briseide
    arrebatándola de la tienda del enojado Aquiles.
    Gran empeño puse en disuadirte, pero venció
    tu ánimo fogoso y menospreciaste a un fortísimo
    varón honrado por los dioses, arrebatándole
    la recompensa que todavía retienes. Mas
    veamos todavía si podremos aplacarlo con
    agradables presentes y dulces palabras.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 5 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 04 Mar 2021, 02:37

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    114. Respondióle el rey de hombres, Agamenón:

    115. -No has mentido, anciano, al enumerar mis
    faltas. Procedí mal, no lo niego; vale por muchos
    el varón a quien Zeus ama cordialmente; y
    ahora el dios, queriendo honrar a ése, ha causado
    la derrota de los aqueos. Mas, ya que le
    falté, dejándome llevar por la funesta pasión,
    quiero aplacarlo y le ofrezco la muchedumbre
    de espléndidos presentes que voy a enumerar:
    Siete trípodes no puestos aún al fuego, diez
    talentos de oro, veinte calderas relucientes y
    doce corceles robustos, premiados, que en la
    carrera alcanzaron la victoria. No sería pobre ni
    carecería de precioso oro quien tuviera los
    premios que estos solípedos caballos lograron.
    Le daré también siete mujeres lesbias, hábiles
    en hacer primorosas labores, que yo mismo
    escogí cuando tomó la bien construida Lesbos y
    que en hermosura a las demás aventajaban.
    Con ellas le entregaré la hija de Briseo, que entonces
    le quité, y juraré solemnemente que
    jamás subí a su lecho ni me uní con ella, como
    es costumbre entre hombres y mujeres. Todo
    esto se le presentará en seguida; mas, si los dioses
    nos permiten destruir la gran ciudad de
    Príamo, entre en ella cuando los aqueos partamos
    el botín, cargue abundantemente de oro y
    de bronce su nave y elija él mismo las veinte
    troyanas que más hermosas sean después de la
    argiva Helena. Y, si conseguimos volver a los
    fértiles campos de Argos de Acaya, podrá ser
    mi yerno y tendrá tantos honores como Orestes,
    mi hijo menor, que se cría con mucho regalo.
    De las tres hijas que dejé en el alcázar bien
    construido, Crisótemis, Laódice a Ifianasa,
    llévese la que quiera, sin dotarla, a la casa de
    Peleo; que yo la dotaré tan espléndidamente,
    como nadie haya dotado jamás a su hija: ofrezco
    darle siete populosas ciudades -Cardámila,
    Enope, la herbosa Hira, la divina Feras, Antea,
    la de los hermosos prados, la linda Epea y
    Pédaso, en viñas abundante-, situadas todas
    junto al mar, en los confines de la arenosa Pilos,
    y pobladas de hombres ricos en ganado y en
    bueyes, que lo honrarán con ofrendas como a
    una deidad y pagarán, regidos por su cetro,
    crecidos tributos. Todo esto haría yo, con tal de
    que depusiera la cólera. Que se deje ablandar;
    pues, por ser implacable e inexorable, Hades es
    para los mortales el más aborrecible de todos
    los dioses; y ceda a mí, que en poder y edad de
    aventajarlo me honro.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 04 Mar 2021, 02:44

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    162. Contestó Néstor, caballero gerenio:

    163. -¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres,
    Agamenón! No son despreciables los regalos
    que ofreces al rey Aquiles. Ea, elijamos esclarecidos
    varones que cuanto antes vayan a la tienda
    del Pelida. Y, si quieres, yo mismo los designaré
    y ellos obedezcan: Fénix, caro a Zeus,
    que será el jefe, el gran Ayante y el divino Ulises,
    acompañados de los heraldos Odio y Eunbates.
    Dadnos agua a las manos a imponed
    silencio, para rogar a Zeus Cronida que se
    apiade de nosotros.

    173. Así dijo, y su discurso agradó a todos. Los
    heraldos dieron en seguida aguamanos a los
    caudillos, y los mancebos, coronando de bebida
    las crateras, distribuyéronla a todos los presentes
    después de haber ofrecido en copas las primicias.
    Luego que hicieron libaciones y cada
    cual bebió cuanto quiso, salieron de la tienda
    de Agamenón Atrida. Y Néstor, caballero gerenio,
    fijando sucesivamente los ojos en cada uno
    de los elegidos, les recomendaba mucho, y de
    un modo especial a Ulises, que procuraran persuadir
    al eximio Pelión.

    182. Fuéronse éstos por la orilla del estruendoso
    mar y dirigían muchos ruegos a Posidón, que
    ciñe y bate la tierra, para que les resultara fácil
    llevar la persuasión al altivo espíritu del Eácida.
    Cuando hubieron llegado a las tiendas y
    naves de los mirmidones, hallaron al héroe deleitándose
    con una hermosa lira labrada de
    argénteo puente, que había cogido de entre los
    despojos cuando destruyó la ciudad de Eetión;
    con ella recreaba su ánimo, cantando hazañas
    de los hombres. Patroclo, solo y callado, estaba
    sentado frente a él y esperaba que el Eácida
    acabase de cantar. Entraron aquéllos, precedidos
    por Ulises, y se detuvieron delante del
    héroe; Aquiles, atónito, se alzó del asiento sin
    dejar la lira y Patroclo al verlos se levantó también.
    Aquiles, el de los pies ligeros, tendióles la
    mano y dijo:

    197. -¡Salud, amigos que llegáis! Grande debe de
    ser la necesidad cuando venís vosotros, que
    sois para mí, aunque esté irritado, los más queridos
    de los aqueos todos.

    199. En diciendo esto, el divino Aquiles les hizo
    sentar en sillas provistas de purpúreos tapetes,
    y en seguida dijo a Patroclo, que estaba cerca
    de él:

    202. -¡Hijo de Menecio! Saca la cratera mayor,
    llénala del vino más añejo y distribuye copas;
    pues están debajo de mi techo los hombres que
    me son más caros.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 04 Mar 2021, 02:52

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    205. Así dijo, y Patroclo obedeció al compañero
    amado. En un tajón que acercó a la lumbre puso
    los lomos de una oveja y de una pingüe cabra
    y la grasa espalda de un suculento jabalí.
    Automedonte sujetaba la carne; Aquiles, después
    de cortarla y dividirla, la espetaba en asadores;
    y el Menecíada, varón igual a un dios,
    encendía un gran fuego; y luego, quemada la
    leña y muerta la llama, extendió las brasas, colocó
    encima los asadores asegurándolos con
    piedras y sazonó la carne con la divina sal.
    Cuando aquélla estuvo asada y servida en la
    mesa, Patrocio repartió pan en hermosas canastillas;
    y Aquiles distribuyó la carne, sentóse
    frente al divino Ulises, de espaldas a la pared, y
    ordenó a Patroclo, su amigo, que hiciera la
    ofrenda a los dioses. Patroclo echó las primicias
    al fuego. Metieron mano a los manjares que
    tenían delante, y, cuando hubieron satisfecho el
    deseo de beber y de comer, Ayante hizo una
    seña a Fénix; y Ulises, al advertirlo, llenó de
    vino la copa y brindó a Aquiles:

    223. -¡Salve, Aquiles! De igual festín hemos disfrutado
    en la tienda del Atrida Agamenón que
    ahora aquí, donde podríamos comer muchos y
    agradables manjares; pero los placeres del delicioso
    banquete no nos halagan porque tememos,
    oh alumno de Zeus, que nos suceda una
    gran desgracia: dudamos si nos será dado salvar
    o perder las naves de muchos bancos, si tú
    no lo revistes de valor. Los orgullosos troyanos
    y sus auxiliares, venidos de lejas tierras, acampan
    junto a las naves y al muro y han encendido
    una porción de hogueras; y dicen que, como
    no podremos resistirlos, asaltarán las negras
    naves; Zeus Cronida relampaguea haciéndoles
    favorables señales, y Héctor, envanecido por su
    bravura y confiando en Zeus, se muestra estupendamente
    furioso, no respeta a hombres ni a
    dioses, está poseído de cruel rabia, y pide que
    aparezca pronto la divina Aurora, asegurando
    que ha de cortar nuestras elevadas popas,
    quemar las naves con ardiente fuego y matar
    cerca de ellas a los aqueos aturdidos por el
    humo. Mucho teme mi alma que los dioses
    cumplan sus amenazas y el destino haya dispuesto
    que muramos en Troya, lejos de Argos,
    criadora de caballos. Ea, levántate si deseas,
    aunque tarde, salvar a los aqueos, que están
    acosados por los troyanos. A ti mismo te ha de
    pesar si no lo haces, y no puede repararse el
    mal una vez causado; piensa, pues, cómo librarás
    a los dánaos de tan funesto día. Amigo,
    tu padre Peleo te daba estos consejos el día en
    que desde Ftía lo envió a Agamenón: «¡Hijo
    mío! La fortaleza, Atenea y Hera te la darán si
    quieren; tú refrena en el pecho el natural fogoso-
    la benevolencia es preferible -y abstente de
    perniciosas disputas para que seas más honrado
    por los argivos jóvenes y ancianos.» Así te
    amonestaba el anciano y tú lo olvidas. Cede ya
    y depón la funesta cólera; pues Agamenón te
    ofrece dignos presentes si renuncias a ella. Y si
    quieres, oye y te referiré cuanto Agamenón dijo
    en su tienda que te daría: Siete trípodes no
    puestos aún al fuego, diez talentos de oro, veinte
    calderas relucientes y doce corceles robustos,
    premiados, que alcanzaron la victoria en la carrera.
    No sería pobre ni carecería de precioso
    oro quien tuviera los premios que estos caballos
    de Agamenón con sus pies lograron. Te dará
    también siete mujeres lesbias, hábiles en hacer
    primorosas labores, que él mismo escogió
    cuando tomaste la bien construida Lesbos y que
    en hermosura a las demás aventajaban. Con
    ellas te entregará la hija de Briseo, que te ha
    quitado, y jurará solemnemente que jamás subió
    a su lecho ni se unió con la misma, como es
    costumbre, oh rey, entre hombres y mujeres.
    Todo esto se te presentará en seguida; mas, si
    los dioses nos permiten destruir la gran ciudad
    de Príamo, entra en ella cuando los aqueos partamos
    el botín, carga abundantemente de oro y
    de bronce tu nave y elige tú mismo las veinte
    troyanas que más hermosas sean después de la
    argiva Helena. Y, si conseguimos volver a los
    fértiles campos de Argos de Acaya, podrás ser
    su yerno y tendrás tantos honores como Orestes,
    su hijo menor, que se cría con mucho regalo.
    De las tres hijas que dejó en el palacio bien
    construido, Crisótemis, Laódice a Ifianasa,
    llévate la que quieras, sin dotarla, a la casa de
    Peleo, que él la dotará espléndidamente como
    nadie haya dotado jamás a su hija: ofrece darte
    siete populosas ciudades -Cardámila, Énope, la
    herbosa Hira, la divina Feras, Antea, la de los
    amenos prados, la linda Epea y Pédaso, en viñas
    abundante-, situadas todas junto al mar, en
    los confines de la arenosa Pilos, y pobladas de
    hombres ricos en ganado y en bueyes, que te
    honrarán con ofrendas como a un dios y pagarán,
    regidos por tu cetro, crecidos tributos.
    Todo esto haría, con tal de que depusieras la
    cólera. Y, si el Atrida y sus regalos te son odiosos,
    apiádate de los aqueos todos, que, atribulados
    como están en el ejército, te venerarán
    como a un dios y conseguirás entre ellos inmensa
    gloria. Ahora podrías matar a Héctor,
    que llevado de su funesta rabia se acercará mucho
    a ti, pues dice que ninguno de los dánaos
    que trajeron las naves lo iguala en valor.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 05 Mar 2021, 05:50

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    307. Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

    308.-¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo
    en ardides! Preciso es que os manifieste
    lo que pienso hacer para que dejéis de importunarme
    unos por un lado y otros por el opuesto.
    Me es tan odioso como las puertas de Hades
    quien piensa una cosa y manifiesta otra. Diré,
    pues, lo que me parece mejor. Creo que ni el
    Atrida Agamenón ni los dánaos lograrán convencerme,
    ya que para nada se agradece el
    combatir siempre y sin descanso contra hombres
    enemigos. La misma recompensa obtiene
    el que se queda en su tienda, que el que pelea
    con bizarría; en igual consideración son tenidos
    el cobarde y el valiente; y así muere el holgazán
    como el laborioso. Ninguna ventaja me ha procurado
    sufrir tantos pesares y exponer mi vida
    en el combate. Como el ave lleva a los implumes
    hijuelos la comida que coge, privándose de
    ella, así yo pasé largas noches sin dormir y días
    enteros entregado a la cruenta lucha con hombres
    que combatían por sus esposas. Conquisté
    doce ciudades por mar y once por tierra en la
    fértil región troyana; de todas saqué abundantes
    y preciosos despojos que di al Atrida, y éste,
    que se quedaba en las veleras naves, recibiólos,
    repartió unos pocos y se guardó los restantes.
    Mas las recompensas que Agamenón concedió
    a los reyes y caudillos siguen en poder de éstos;
    y a mí, solo entre los aqueos, me quitó la dulce
    esposa y la retiene aún: que goce durmiendo
    con ella. ¿Por qué los argivos han tenido que
    mover guerra a los troyanos? ¿Por qué el Atrida
    ha juntado y traído el ejército? ¿No es por
    Helena, la de hermosa cabellera? Pues ¿acaso
    son los Atridas los únicos hombres, de voz articulada,
    que aman a sus esposas? Todo hombre
    bueno y sensato quiere y cuida a la suya, y yo
    apreciaba cordialmente a la mía, aunque la había
    adquirido por medio de la lanza. Ya que me
    defraudó, arrebatándome de las manos la recompensa,
    no me tiente; lo conozco y no me
    persuadirá. Delibere contigo, Ulises, y con los
    demás reyes cómo podrá librar a las naves del
    fuego enemigo. Muchas cosas ha hecho ya sin
    mi ayuda, pues construyó un muro, abriendo a
    su pie ancho y profundo foso que defiende una
    empalizada; mas ni con esto puede contener el
    arrojo de Héctor, matador de hombres. Mientras
    combatí por los aqueos, jamás quiso Héctor
    que la pelea se trabara lejos de la muralla; sólo
    llegaba a las puertas Esceas y a la encina; y, una
    vez que allí me aguardó, costóle trabajo salvarse
    de mi acometida. Y puesto que ya no deseo
    guerrear contra el divino Héctor mañana, después
    de ofrecer sacrificios a Zeus y a los demás
    dioses, echaré al mar los cargados bajeles, y
    verás, si quieres y te interesa, mis naves surcando
    el Helesponto, en peces abundoso, y en
    ellas hombres que remarán gustosos; y, si el
    glorioso agitador de la tierra me concede una
    navegación feliz, al tercer día llegará a la fértil
    Ftía. En ella dejé muchas cosas cuando en mal
    hora vine y de aquí me llevaré oro, rojizo bronce,
    mujeres de hermosa cintura y luciente hierro,
    que por suerte me tocaron; ya que el rey
    Agamenón Atrida, insultándome, me ha quitado
    la recompensa que él mismo me diera.
    Decídselo públicamente, os lo encargo, para
    que los demás aqueos se indignen, si con su
    habitual impudencia pretendiese engañar a
    algún otro dánao. No se atrevería, por desvergonzado
    que sea, a mirarme cara a cara, con él
    no deliberaré ni haré cosa alguna, y, si me engañó
    y ofendió, ya no me embaucará más con
    sus palabras; séale esto bastante y corra tranquilo
    a su perdición, puesto que el próvido
    Zeus le ha quitado el juicio. Sus presentes me
    son odiosos, y hago tanto caso de él como de un
    cabello. Aunque me diera diez o veinte veces
    más de lo que posee o de lo que a poseer llegare,
    o cuanto entra en Orcómeno, o en la egipcia
    Teba, cuyas casas guardan muchas riquezas
    -cien puertas dan ingreso a la ciudad y por cada
    una pasan diariamente doscientos hombres con
    caballos y carros-, o tanto, cuantas son las arenas
    o los granos de polvo, ni aun así aplacaría
    Agamenón mi enojo, si antes no me pagaba la
    dolorosa afrenta. No me casaré con la hija de
    Agamenón Atrida, aunque en hermosura rivalice
    con la dorada Afrodita y en las labores
    compita con Atenea, la de ojos de lechuza; ni
    siendo así me desposaré con ella; elija aquel
    otro aqueo que le convenga y sea rey más poderoso.
    Si, salvándome los dioses, vuelvo a mi
    casa, el mismo Peleo me buscará consorte. Gran
    número de aqueas hay en la Hélade y en Ftía,
    hijas de príncipes que gobiernan las ciudades;
    la que yo quiera será mi mujer. Mucho me
    aconseja mi corazón varonil que tome legítima
    esposa, digna cónyuge mía, y goce allá de las
    riquezas adquiridas por el anciano Peleo; pues
    no creo que valga lo que la vida ni cuanto dicen
    que se encerraba en la populosa ciudad de Ilio
    en tiempo de paz, antes que vinieran los aqueos,
    ni cuanto contiene el lapídeo templo de
    Apolo, que hiere de lejos, en la rocosa Pito. Se
    pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas,
    se pueden adquirir los trípodes y los tostados
    alazanes; pero no es posible prender ni coger el
    alma humana para que vuelva, una vez ha salvado
    la barrera que forman los dientes. Mi madre,
    la diosa Tetis, de argentados pies, dice que
    las parcas pueden llevarme al fin de la muerte
    de una de estas dos maneras: Si me quedo aquí
    a combatir en torno de la ciudad troyana, no
    volveré a la patria tierra, pero mi gloria será
    inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama,
    pero mi vida será larga, pues la muerte no me
    sorprenderá tan pronto. Yo os aconsejo que os
    embarquéis y volváis a vuestros hogares, porque
    ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilio:
    el largovidente Zeus extendió el brazo sobre
    ella y sus hombres están llenos de confianza.
    Vosotros llevad la respuesta a los príncipes
    aqueos -que ésta es la misión de los legados-, a
    fin de que busquen otro medio de salvar las
    cóncavas naves y a los aqueos que hay a su
    alrededor, pues aquél en que pensaron no puede
    emplearse mientras subsista mi enojo. Y
    Fénix quédese con nosotros, acuéstese y mañana
    volverá conmigo a la patria tierra, si así lo
    desea, que no he de llevarlo a viva fuerza.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 05 Mar 2021, 06:00

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    430. Así dijo, y todos enmudecieron, asombrados
    de oírlo; pues fue mucha la vehemencia con
    que se negó. Y el anciano jinete Fénix, que sentía
    gran temor por las naves aqueas, dijo después
    de un buen rato y saltándole las lágrimas:

    434. -Si piensas en el regreso, preclaro Aquiles,
    y te niegas en absoluto a defender del voraz
    fuego las veleras naves, porque la ira penetró
    en tu corazón, ¿cómo podría quedarme solo y
    sin ti, hijo querido? El anciano jinete Peleo quiso
    que yo te acompañase el día en que te envió
    desde Ftía a Agamenón, todavía niño y sin experiencia
    de la funesta guerra ni del ágora,
    donde los varones se hacen ilustres; y me
    mandó que te enseñara a hablar bien y a realizar
    grandes hechos. Por esto, hijo querido, no
    querría verme abandonado de ti, aunque un
    dios en persona me prometiera rasparme la
    vejez y dejarme tan joven como cuando salí de
    la Hélade, de lindas mujeres, huyendo de las
    imprecaciones de Amíntor Orménida, mi padre,
    que se irritó conmigo por una concubina
    de hermosa cabellera, a quien amaba con ofensa
    de su esposa y madre mía. Ésta me suplicaba
    continuamente, abrazando mis rodillas, que me
    juntara con la concubina para que aborreciese
    al anciano. Quise obedecerla y lo hice; mi padre,
    que no tardó en conocerlo, me maldijo repetidas
    veces pidió a las horrendas Erinias que
    jamás pudiera sentarse en sus rodillas un hijo
    mío, y los dioses -el Zeus subterráneo y la terrible
    Perséfone -ratificaron sus imprecaciones.
    [Pensé matar a mi padre con el agudo bronce;
    mas alguno de los inmortales calmó mi cólera,
    haciendo que a mi corazón se representara la
    fama que tendría yo entre los hombres y los
    muchos baldones que de ellos recibiría, a fin de
    que no fuese llamado parricida entre los aqueos.]
    Desde entonces no tuve ánimo para vivir
    en el palacio con mi padre enojado. Amigos y
    deudos querían retenerme allí y me dirigían
    insistentes súplicas: degollaron gran copia de
    pingües ovejas y flexípedes bueyes de retorcidos
    cuernos; pusieron a asar muchos puercos
    grasos sobre la llama de Hefesto; bebióse buena
    parte del vino que las tinajas del anciano contenían;
    y nueve noches seguidas durmieron
    aquéllos a mi lado, vigilándome por turno y
    teniendo encendidas dos hogueras, una en el
    pórtico del bien cercado patio y otra en el vestíbulo
    ante la puerta de la habitación. Al llegar
    por décima vez la tenebrosa noche, salí del
    aposento rompiendo las tablas fuertemente
    unidas de la puerta; salté con facilidad el muro
    del patio, sin que mis guardianes ni las sirvientas
    lo advirtieran, y, huyendo por la espaciosa
    Hélade, llegué a la fértil Ftía, madre de ovejas, a
    la casa del rey Peleo. Este me acogió benévolo;
    me amó como debe de amar un padre al hijo
    unigénito que haya tenido en la vejez, viviendo
    en la opulencia; enriquecióme y púsome al
    frente de numeroso pueblo, y desde entonces
    viví en un confín de la Ftía, reinando sobre los
    dólopes. Y te crié hasta hacerte cual eres, oh
    Aquiles semejante a los dioses, con cordial cariño;
    y tú ni querías ir con otro al banquete, ni
    comer en el palacio, hasta que, sentándote en
    mis rodillas, te saciaba de carne cortada en pedacitos
    y te acercaba el vino. ¡Cuántas veces
    durante la molesta infancia me manchaste la
    túnica en el pecho con el vino que devolvías!
    Mucho padecí y trabajé por tu causa, y, considerando
    que los dioses no me habían dado descendencia,
    te adopté por hijo, oh Aquiles semejante
    a los dioses, para que un día me librases
    del cruel infortunio. Pero, Aquiles, refrena tu
    ánimo fogoso; no conviene que tengas un corazón
    despiadado, cuando los dioses mismos se
    dejan aplacar, no obstante su mayor virtud,
    dignidad y poder. Con sacrificios, votos agradables,
    libaciones y vapor de grasa quemada
    los desenojan cuantos infringieron su ley y pecaron.
    Pues las Súplicas son hijas del gran Zeus,
    y aunque cojas, arrugadas y bizcas, cuidan de ir
    tras de Ofuscación: ésta es robusta, de pies ligeros,
    y por lo mismo se adelanta, y, recorriendo
    la tierra, ofende a los hombres: y aquéllas reparan
    luego el daño causado. Quien acata a las
    hijas de Zeus cuando se le presentan, consigue
    gran provecho y es por ellas atendido si alguna
    vez tiene que invocarlas. Mas si alguien las
    desatiende y se obstina en rechazarlas, se dirigen
    a Zeus Cronida y le piden que Ofuscación
    acompañe siempre a aquél para que con el daño
    sufra la pena. Concede tú también a las hijas
    de Zeus, oh Aquiles, la debida consideración,
    por la cual el espíritu de otros valientes se
    aplacó. Si el Atrida no te brindara esos presentes,
    ni te hiciera otros ofrecimientos para lo futuro,
    y conservara pertinazmente su cólera, no
    te exhortaría a que, deponiendo la ira, socorrieras
    a los argivos, aunque es grande la necesidad
    en que se hallan. Pero te da muchas cosas, te
    promete más y te envía, para que por él rueguen,
    varones excelentes, escogiendo en el ejército
    aqueo los argivos que te son más caros. No
    desprecies las palabras de éstos, ni dejes sin
    efecto su venida, ya que no se te puede reprender
    que antes estuvieras irritado. Todos hemos
    oído contar hazañas de los héroes de antaño, y
    sabemos que, cuando estaban poseídos de feroz
    cólera, eran placables con dones y exorables a
    los ruegos. Recuerdo lo que pasó en cierto caso,
    no reciente, sino antiguo, y os lo voy a referir a
    vosotros, que sois todos amigos míos. Curetes y
    bravos etolios combatían en torno de Calidón y
    unos a otros se mataban, defendiendo los etolios
    su hermosa ciudad y deseando los curetes
    asolarla por medio de Ares. Había promovido
    esta contienda Ártemis, la de áureo trono, enojada
    porque Eneo no le dedicó los sacrificios de
    la siega en el fértil campo: los otros dioses regaláronse
    con las hecatombes, y sólo a la hija
    del gran Zeus dejó aquél de ofrecerlas, por olvido
    o por inadvertencia, cometiendo una gran
    falta. Airada la deidad que se complace en tirar
    flechas, hizo aparecer un jabalí, de albos dientes,
    que causó gran destrozo en el campo de
    Eneo, desarraigando altísimos árboles y echándolos
    por tierra cuando ya con la llor prometían
    el fruto. Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo,
    ayudado por cazadores y perros de muchas
    ciudades -pues no era posible vencerlo con poca
    gente, ¡tan corpulento era!, y ya a muchos los
    había hecho subir a la triste pira-, y la diosa
    suscitó entonces una clamorosa contienda entre
    los curetes y los magnánimos etolios por la cabeza
    y la hirsuta piel del jabalí. Mientras Meleagro,
    caro a Ares, combatió, les fue mal a los
    curetes, que no podían, a pesar de ser tantos,
    acercarse a los muros. Pero el héroe, irritado
    con su madre Altea, se dejó dominar por la
    cólera que perturba la mente de los más cuerdos
    y se quedó en el palacio con su linda esposa
    Cleopatra, hija de Marpesa Evenina, la de
    hermosos tobillos, y de Idas, el más fuerte de
    los hombres que entonces poblaban la tierra.
    (Atrevióse Idas a armar el arco contra el soberano
    Febo Apolo, a causa de la joven de hermosos
    tobillos, y desde entonces pusiéronle a
    Cleopatra su padre y su veneranda madre el
    sobrenombre de Alcíone, porque la madre, sufriendo
    la suerte del sufridísimo alción, deshacíase
    en lágrimas mientras Febo Apolo, que hiere
    de lejos, se la Ilevaba.) Retirado, pues, con su
    esposa, devoraba Meleagro la acerba cólera que
    le causaron las imprecaciones de su madre; la
    cual, acongojada por la muerte violenta de un
    hermano, oraba mucho a los dioses, y, puesta
    de rodillas y con el seno bañado en lágrimas,
    golpeaba mucho el fértil suelo invocando a
    Hades y a la terrible Perséfone para que dieran
    muerte a su hijo. Erinias, que vaga en las tinieblas
    y tiene un corazón inexorable, la oyó desde
    el Érebo, y en seguida creció el tumulto y la
    gritería ante las puertas de la ciudad, las torres
    fueron atacadas y los etolios ancianos enviaron
    a los eximios sacerdotes de los dioses para que
    suplicaran a Meleagro que saliera a defenderlos,
    ofreciéndole un rico presente: donde el suelo
    de la amena Calidón fuera más fértil, escogería
    él mismo un hermoso campo de cincuenta
    yugadas, mitad viña y mitad tierra labrantía.
    Presentóse también en el umbral del alto aposento
    el anciano jinete Eneo; y, llamando a la
    puerta, dirigió a su hijo muchas súplicas. Rogáronle
    asimismo muchas veces sus hermanas
    y su venerable madre. Pero él se negaba cada
    vez más. Acudieron sus mejores y más caros
    amigos, y tampoco consiguieron mover su corazón,
    ni persuadirlo a que no aguardara, para
    salir del cuarto, a que llegaran hasta él los enemigos.
    Y los curetes escalaron las torres y empezaron
    a pegar fuego a la gran ciudad. Entonces
    la esposa, de bella cintura, instó a Meleagro
    llorando y refiriéndole las desgracias que padecen
    los hombres, cuya ciudad sucumbe: Matan
    a los varones, le decía; el fuego destruye la ciudad,
    y son reducidos a la esclavitud los niños y
    las mujeres de estrecha cintura. Meleagro, al oír
    estos males, sintió que se le conmovía el corazón;
    y, dejándose llevar por su ánimo, vistió
    las lucientes armas y libró del funesto día a los
    etolios; pero ya no le dieron los muchos y hermosos
    presentes, a pesar de haberlos salvado
    de la ruina. Y ahora tú, amigo, no pienses de
    igual manera, ni un dios te induzca a obrar así;
    será peor que difieras el socorro para cuando
    las naves sean incendiadas; ve, pues, por los
    regalos, y los aqueos te venerarán como a un
    dios, porque, si intervinieres en la homicida
    guerra cuando ya no te ofrezcan dones, no alcanzarás
    tanta honra aunque rechaces a los
    enemigos.

    Cont.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 06 Mar 2021, 02:36

    Llego de la "Roma clásica" y me paseo por esta maravilla de la "Grecia clásica".
    Estos viajes por la literatura son los que se disfrutan y además llenan el intelecto. Nada más fructífero para un sábado.
    Gracias, amigo mío y sabes que te sigo.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 5 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 02:40

    ESTA OBRA INMENSA... LA ESTOY DISFRUTANDO QUE NO VEAS - LO QUE ME LLEVA A ESTAR ATRASADO EN OTRAS COSAS-.

    SIGO.



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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 5 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 02:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    606. Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

    607. -¡Fénix, anciano padre, alumno de Zeus!
    Para nada necesito tal honor; y espero que, si
    Zeus quiere, seré honrado en las cóncavas naves
    mientras la respiración no falte a mi pecho
    y mis rodillas se muevan. Otra cosa voy a decirte,
    que grabarás en tu memoria: No me conturbes
    el ánimo con llanto y gemidos por complacer
    al héroe Atrida, a quien no debes querer si
    deseas que el afecto que te profeso no se convierta
    en odio; mejor es que aflijas conmigo a
    quien me aflige. Ejerce el mando conmigo y
    comparte mis honores. Ésos llevarán la respuesta,
    tú quédate y acuéstate en blanda cama,
    y al despuntar la aurora determinaremos si nos
    conviene regresar a nuestros hogares o quedarnos
    aquí todavía.

    620. Dijo, y ordenó a Patroclo, haciéndole con
    las cejas silenciosa señal, que dispusiera una
    mullida cama para Fénix, a fin de que los demás
    pensaran en salir cuanto antes de la tienda.
    Y Ayante Telamoníada, igual a un dios, habló
    diciendo:

    624. -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo
    en ardides! ¡Vámonos! No espero lograr
    nuestro propósito por este camino, y hemos de
    anunciar la respuesta, aunque sea desfavorable,
    a los dánaos que están aguardando. Aquiles
    tiene en su pecho un corazón feroz y soberbio.
    ¡Cruel! En nada aprecia la amistad de sus compañeros,
    con la cual lo honrábamos en el campamento
    más que a otro alguno. ¡Despiadado!
    Por la muerte del hermano o del hijo se recibe
    una compensación; y, una vez pagada la importante
    cantidad, el matador se queda en el pueblo,
    y el corazón y el ánimo airado del ofendido
    se apaciguan con la compensación recibida, y a
    ti los dioses te han llenado el pecho de implacable
    y funesto rencor por una sola joven. Siete
    excelentes te ofrecemos hoy y otras muchas
    cosas; séanos tu corazón propicio y respeta tu
    morada, pues estamos debajo de tu techo, enviados
    por el ejército dánao, y anhelamos ser
    para ti los más apreciados y los más amigos de
    los aqueos todos.

    643. Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

    644. -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,
    príncipe de hombres! Creo que has dicho lo que
    sientes, pero mi corazón se enciende en ira
    cuando me acuerdo de aquéllos y del menosprecio
    con que el Atrida me trató en presencia
    de los argivos, cual si yo fuera un miserable
    advenedizo. Id y publicad mi respuesta: No me
    ocuparé en la cruenta guerra hasta que el hijo
    del aguerrido Príamo, Héctor divino, llegue
    matando argivos a las tiendas y naves de los
    mirmidones y las incendie. Creo que Héctor,
    aunque esté enardecido, se abstendrá de combatir
    tan pronto como se acerque a mi tienda y
    a mi negra nave.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 02:56

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.
    Cont.

    656. Así dijo. Cada uno tomó una copa de doble
    asa; y, hecha la libación, los enviados, con Ulises
    a su frente, regresaron a las naves. Patroclo
    ordenó a sus compañeros y a las esclavas que
    aderezaran al momento una mullida cama para
    Fénix; y ellas, obedeciendo el mandato, hiciéronla
    con pieles de oveja una colcha y finísima
    cubierta del mejor lino. Allí descansó el viejo,
    aguardando la divina Aurora. Aquiles durmió
    en lo más retirado de la sólida tienda con una
    mujer que se había llevado de Lesbos: con
    Diomede, hija de Forbante, la de hermosas mejillas.
    Y Patroclo se acostó junto a la pared
    opuesta, teniendo a su lado a Ifis, la de bella
    cintura, que le había regalado Aquiles al tomar
    la excelsa Esciro, ciudad de Enieo.

    669. Cuando los enviados llegaron a la tienda
    del Atrida, los aqueos, puestos en pie, les presentaban
    áureas copas y les hacían preguntas. Y
    el rey de hombres, Agamenón, los interrogó
    diciendo:

    673. -¡Ea! Dime, célebre Ulises, gloria insigne de
    los aqueos. ¿Quiere librar a las naves del fuego
    enemigo, o se niega porque su corazón soberbio
    se halla aún dominado por la cólera?

    676. Contestó el paciente divino Ulises:

    677. -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,
    Agamenón! No quiere aquél deponer la cólera,
    sino que se enciende aún más su ira y te desprecia
    a ti y tus dones. Manda que deliberes
    con los argivos cómo podrás salvar las naves y
    al pueblo aqueo, dice en son de amenaza que
    echará al mar sus corvos bajeles, de muchos
    bancos, al descubrirse la nueva aurora, y aconseja
    que los demás se embarquen y vuelvan a
    sus hogares, porque ya no conseguiréis arruinar
    la excelsa Ilio: el largovidente Zeus extendió
    el brazo sobre ella, y sus hombres están
    llenos de confianza. Así dijo, como pueden referirlo
    éstos que fueron conmigo: Ayante y los
    dos heraldos, que ambos son prudentes. El anciano
    Fénix se acostó allí por orden de aquél,
    para que mañana vuelva a la patria tierra, si así
    lo desea, porque no ha de llevarle a viva fuerza.

    693. Así habló, y todos callaron, asombrados de
    sus palabras, pues era muy grave lo que acababa
    de decir. Largo rato duró el silencio de los
    afligidos aqueos; mas al fin exclamó Diomedes,
    valiente en el combate:

    697. -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,
    Agamenón! No debiste rogar al eximio Pelión,
    ni ofrecerle innumerables regalos; ya era altivo,
    y ahora has dado pábulo a su soberbia. Pero
    dejémoslo, ya se vaya, ya se quede: volverá a
    combatir cuando el corazón que tiene en el pecho
    se lo ordene y un dios le incite. Ea, obremos
    todos como voy a decir. Acostaos después de
    satisfacer los deseos de vuestro corazón comiendo
    y bebiendo vino, pues esto da fuerza y
    vigor. Y, cuando aparezca la hermosa Aurora
    de rosáceos dedos, haz que se reúnan junto a
    las naves los hombres y los carros, exhorta al
    pueblo y pelea en primera fila.

    710. Tales fueron sus palabras, que todos los
    reyes aplaudieron, admirados del discurso de
    Diomedes, domador de caballos. Y hechas las
    libaciones, volvieron a sus respectivas tiendas,
    acostáronse y el don del sueño recibieron.

    FIN DEL CANTO IX

    Embajada a Aquiles- Súplicas.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 09:00

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO X (*)

    Dolonia


    (*) Aqueos y troyanos espían los movimientos
    del contrario. Ulises y Diomedes apresan a
    Dolón, del que consiguen información del
    campamento troyano.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 09:07

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO X

    Dolonia


    1. Los príncipes aqueos durmieron toda la noche
    vencidos por plácido sueño; mas no probó
    sus dulzuras el Atrida Agamenón, pastor de
    hombres, porque en su mente revolvía muchas
    cosas. Como el esposo de Hera, la de hermosa
    cabellera, relampaguea cuando prepara una
    lluvia torrencial, el granizo o una nevada que
    cubra los campos, o quiere abrir en alguna parte
    la boca inmensa de la amarga guerra; así, tan
    frecuentemente, se escapaban del pecho de
    Agamenón los suspiros, que salían de lo más
    hondo de su corazón, e interiormente le temblaban
    las entrañas. Cuando fijaba la vista en el
    campo troyano, pasmábanle las muchas hogueras
    que ardían delante de Ilio, los sones de las
    flautas y zampoñas y el bullicio de la gente;
    mas, cuando a las naves y al ejército aqueo la
    volvía, arrancábase furioso los cabellos, alzando
    los ojos a Zeus, que mora en lo alto, y su
    generoso corazón lanzaba grandes gemidos. Al
    fin, creyendo que la mejor resolución sería acudir
    primeramente a Néstor Nelida, el más ilustre
    de los hombres, por si entrambos hallaban
    un excelente medio que librara de la desgracia
    a todos los dánaos, levantóse, vistió la túnica,
    calzó los nítidos pies con hermosas sandalias,
    echóse una rojiza piel de corpulento y fogoso
    león, que le llegaba hasta los pies, y asió la lanza.

    25. También Menelao estaba poseído de terror y
    no conseguía que se posara el sueño en sus
    párpados, temiendo que les ocurriese algún
    percance a los argivos que por él habían llegado
    a Troya, atravesando el vasto mar, y promoviendo
    tan audaz guerra. Cubrió sus anchas
    espaldas con la manchada piel de un leopardo;
    púsose luego el casco de bronce, y, tomando en
    la robusta mano una lanza, fue a despertar a su
    hermano, que imperaba poderosamente sobre
    los argivos todos y era venerado por el pueblo
    como un dios. Hallólo junto a la popa de su
    nave, vistiendo la magnífica armadura. Grata le
    fue a éste su venida. Y Menelao, valiente en el
    combate, habló el primero diciendo:

    37. -¿Por qué, hermano querido, tomas las armas?
    ¿Acaso deseas persuadir a algún compañero
    para que vaya como explorador al campo
    de los troyanos? Mucho temo que nadie se
    ofrezca a prestarte este servicio de ir solo durante
    la divina noche a espiar al enemigo, porque
    para ello se requiere un corazón muy osado.

    42. Respondióle el rey Agamenón:

    43. Tanto yo como tú, oh Menelao, alumno de
    Zeus, tenemos necesidad de un prudente consejo
    para defender y salvar a los argivos y las
    naves, pues la mente de Zeus ha cambiado, y
    en la actualidad le son más aceptos los sacrificios
    de Héctor. Jamás he visto ni oído decir que
    un hombre ejecutara en solo un día tantas
    proezas como ha hecho Héctor, caro a Zeus,
    contra los aqueos, sin ser hijo de un dios ni de
    una diosa. Digo que de sus hazañas se acordarán
    los argivos mucho y largo tiempo. ¡Tanto
    daño ha causado a los aqueos! Ahora, anda,
    encamínate corriendo a las naves y llama a
    Ayante y a Idomeneo; mientras voy en busca
    del divino Néstor y le pido que se levante por si
    quiere ir al sagrado cuerpo de los guardias y
    darles órdenes. Obedeceránlo a él más que a
    nadie, puesto que los manda su hijo junto con
    Meriones, servidor de Idomeneo. A entrambos
    les hemos confiado de un modo especial esta
    tarea.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 09:15

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    60. Dijo entonces Menelao, valiente en el combate:

    61. -¿Cómo me encargas y ordenas que lo haga?
    ¿Me quedaré con ellos y te aguardaré allí, o he
    de volver corriendo cuando les haya participado
    tu mandato?

    64. Contestó el rey de hombres, Agamenón:

    65 -Quédate allí, no sea que luego no podamos
    encontrarnos, porque son muchas las sendas
    que hay por entre el ejército. Levanta la voz por
    donde pasares y recomienda la vigilancia, llamando
    a cada uno por su nombre paterno y ensalzándolos
    a todos. No te muestres soberbio.
    Trabajemos también nosotros, ya que, cuando
    nacimos, Zeus nos condenó a padecer tamaños
    infortunios.

    72. Esto dicho, despidió al hermano bien instruido
    ya, y fue en busca de Néstor, pastor de
    hombres. Hallólo en su tienda, junto a la negra
    nave, acostado en blanda cama. A un lado veíanse
    diferentes armas -el escudo, dos lanzas, el
    luciente yelmo-, y el labrado bálteo con que se
    ceñía el anciano siempre que, como caudillo de
    su gente, se armaba para ir al homicida combate,
    pues aún no se rendía a la triste vejez. Incorporóse
    Néstor, apoyándose en el codo, alzó la
    cabeza, y dirigiéndose al Atrida lo interrogó
    con estas palabras:

    82. -¿Quién eres tú que vas solo por el ejército y
    las naves, durante la tenebrosa noche, cuando
    duermen los demás mortales? ¿Buscas acaso a
    algún centinela o compañero? Habla. No te
    acerques sin responder. ¿Qué deseas?

    86. Respondióle el rey de hombres, Agamenón:

    87. -¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos!
    Reconoce al Atrida Agamenón, a quien Zeus
    envía y seguirá enviando sin cesar más trabajos
    que a nadie, mientras la respiración no le falte a
    mi pecho y mis rodillas se muevan. Vagando
    voy; pues, preocupado por la guerra y las calamidades
    que padecen los aqueos, no consigo
    que el dulce sueño se pose en mis ojos. Mucho
    temo por los dánaos; mi ánimo no está tranquilo,
    sino sumamente inquieto; el corazón se
    me arranca del pecho y tiemblan mis robustos
    miembros. Pero si quieres ocuparte en algo, ya
    que tampoco conciliaste el sueño, bajemos a ver
    los centinelas; no sea que, vencidos del trabajo
    y del sueño, se hayan dormido, dejando la
    guardia abandonada. Los enemigos se hallan
    cerca, y no sabemos si habrán decidido acometernos
    esta noche.

    102. Contestó Néstor, caballero gerenio:

    103. -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,
    Agamenón! A Héctor no le cumplirá el próvido
    Zeus todos sus deseos, como él espera; y creo
    que mayores trabajos habrá de padecer aún, si
    Aquiles depone de su corazón el enojo funesto.
    Iré contigo y despertaremos a los demás: al
    Tidida, famoso por su lanza, a Ulises, al veloz
    Ayante y al esforzado hijo de Fileo. Alguien
    podría ir a llamar al deiforme Ayante y al rey
    Idomeneo, pues sus naves no están cerca, sino
    muy lejos. Y reprenderé a Menelao por amigo y
    respetable que sea y aunque te me enojes, y no
    callaré que duerme y te ha dejado a ti el trabajo.
    Debía ocuparse en suplicar a los príncipes todos,
    pues la necesidad que se nos presenta no
    es llevadera.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 09:26

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    19. Dijo el rey de hombres, Agamenón:

    120. -¡Oh anciano! Otras veces te exhorté a que
    le riñeras, pues a menudo es indolente y no
    quiere trabajar; no por pereza o escasez de talento,
    sino porque, volviendo los ojos hacia mí,
    aguarda mi impulso. Mas hoy se levantó mucho
    antes que yo mismo, presentóseme y te
    envié a llamar a aquéllos que acabas de nombrar.
    Vayamos y los hallaremos delante de las
    puertas con la guardia; pues allí es donde les
    dije que se reunieran.

    128. Respondió Néstor, caballero gerenio:

    129. -De esta manera ninguno de los argivos se
    irritará contra él, ni lo desobedecerá, cuando los
    exhorte o les ordene algo.

    131. Apenas hubo dicho estas palabras, abrigó el
    pecho con la túnica, calzó los nítidos pies con
    hermosas sandalias, y abrochóse un manto
    purpúreo, doble, amplio, adornado con lanosa
    felpa. Asió la fuerte lanza, cuya aguzada punta
    era de bronce, y se encaminó a las naves de los
    aqueos, de broncíneas corazas. El primero a
    quien despertó Néstor, caballero gerenio, fue a
    Ulises, que en prudencia igualaba a Zeus. Llamólo
    gritando, y Ulises, al llegarle la voz a los
    oídos, salió de la tienda y dijo:

    141. -¿Por qué andáis vagando así, por las naves
    y el ejército, solos, durante la noche inmortal?
    ¿Qué urgente necesidad se ha presentado?

    143. Respondió Néstor, caballero gerenio:

    144 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo
    en ardides! No te enojes, porque es muy
    grande el pesar que abruma a los aqueos.
    Síguenos y llamaremos a quien convenga, para
    tomar acuerdo sobre si es preciso huir o luchar
    todavia.

    148. Así dijo. El ingenioso Ulises, entrando en la
    tienda, colgó de sus hombros el labrado escudo
    y se juntó con ellos. Fueron en busca de Diomedes
    Tidida, y lo hallaron delante de su pabellón
    con la armadura puesta, Sus compañeros
    dormían alrededor de él, con las cabezas apoyadas
    en los escudos y las lanzas clavadas por
    el regatón en tierra; el bronce de las puntas lucía
    a lo lejos como un relámpago del padre Zeus.
    El héroe descansaba sobre una piel de toro
    montaraz, teniendo debajo de la cabeza un
    espléndido tapete. Néstor, caballero gerenio, se
    detuvo a su lado lo movió con el pie para que
    despertara, y le daba prisa, increpándolo de
    esta manera:

    159. -¡Levántate, hijo de Tideo! ¿Cómo duermes
    a sueño suelto toda la noche? ¿No sabes que los
    troyanos acampan en una eminencia de la llanura,
    cerca de las naves, y que solamente un
    corto espacio los separa de nosotros?

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 06 Mar 2021, 09:35

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    162. Así dijo. Y Diomedes, recordando en seguida
    del sueño, profirió estas aladas palabras:

    164. - Eres infatigable, anciano, y nunca dejas de
    trabajar. ¿Por ventura no hay otros aqueos más
    jóvenes, que vayan por el campo y despierten a
    los reyes? ¡No se puede contigo, anciano!

    168. Respondióle Néstor, caballero gerenio:

    169. -Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir.
    Tengo hijos excelentes y muchos hombres
    que podrían ir a llamarlos, pero es muy grande
    el peligro en que se hallan los aqueos: en el filo
    de una navaja están ahora una muy triste muerte
    y la salvación de todos. Ve y haz levantar al
    veloz Ayante y al hijo de Fileo, ya que eres más
    joven y de mí te compadeces.

    177. Así dijo. Diomedes cubrió sus hombros con
    una piel talar de corpulento y fogoso león,
    tomó la lanza, fue a despertar a aquéllos y se
    los llevó consigo.

    180. Cuando llegaron adonde se hallaban los
    guardias reunidos, no encontraron a sus jefes
    durmiendo, pues todos estaban alerta y sobre
    las armas. Como los canes que guardan las ovejas
    de un establo y sienten venir del monte, por
    entre la selva, una terrible fiera con gran clamoreo
    de hombres y perros, se ponen inquietos y
    ya no pueden dormir; así el dulce sueño huía
    de los párpados de los que hacían guardia en
    tan mala noche, pues miraban siempre hacia la
    llanura y acechaban si los troyanos iban a atacarlos.
    El anciano violos, alegróse, y para animarlos
    profirió estas aladas palabras:

    192. -¡Vigilad así, hijos míos! No sea que alguno
    se deje vencer del sueño y demos ocasión para
    que el enemigo se regocije.

    194 Habiendo hablado así, atravesó el foso.
    Siguiéronlo los reyes argivos que habían sido
    llamados al consejo, y además Meriones y el
    preclaro hijo de Néstor, porque aquéllos los invitaron
    a deliberar. Pasado el foso, sentáronse
    en un lugar limpio donde el suelo no aparecía
    cubierto de cadáveres: allí habíase vuelto el
    impetuoso Héctor, después de causar gran estrago
    a los argivos, cuando la noche los cubrió
    con su manto. Acomodados en aquel sitio, conversaban;
    y Néstor, caballero gerenio, comenzó
    a hablar diciendo:

    204. -¡Oh amigos! ¿No sabrá nadie que, confiando
    en su ánimo audaz, vaya al campamento de
    los troyanos de ánimo altivo? Quizá hiciera
    prisionero a algún enemigo que ande rezagado,
    o averiguara, oyendo algún rumor, lo que los
    tróyanos han decidido: si desean quedarse
    aquí, cerca de las naves y lejos de la ciudad, o
    volverán a ella cuando hayan vencido a los
    aqueos. Si se enterara de esto y regresara incólume,
    sería grande su gloria debajo del cielo y
    entre los hombres todos, y tendría una hermosa
    recompensa: cada jefe de los que mandan en las
    naves le daría una oveja con su corderito
    -presente sin igual- y se le admitiría además en
    todos los banquetes y festines

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 00:49

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    218. Así habló. Enmudecieron todos y quedaron
    silenciosos, hasta que Diomedes, valiente en la
    pelea, les dijo:

    220. -¡Néstor! Mi corazón y ánimo valeroso me
    incitan a penetrar en el campo de los enemigos
    que tenemos cerca, de los troyanos; pero, si
    alguien me acompañase, mi confianza y mi
    osadía serían mayores. Cuando van dos, uno se
    anticipa al otro en advertir lo que conviene;
    cuando se está solo, aunque se piense, la inteligencia
    es más tarda y la resolución más difícil.

    227. Así dijo, y muchos quisieron acompañar a
    Diomedes. Deseáronlo los dos Ayantes, servidores
    de Ares; quísolo Meriones; lo anhelaba el
    hijo de Néstor; deseólo el Atrida Menelao, famoso
    por su lanza; y por fin, también el sufrido
    Ulises quiso penetrar en el ejército troyano,
    porque el corazón que tenía en el pecho aspiraba
    siempre a ejecutar audaces hazañas. Y el rey
    de hombres, Agamenón, dijo entonces:

    234. -¡Tidida Diomedes, carísimo a mi corazón!
    Escoge por compañero al que quieras, al mejor
    de los presentes; pues son muchos los que se
    ofrecen. No dejes al mejor y elijas a otro peor,
    por respeto alguno que sientas en tu alma, ni
    por consideración al linaje, ni por atender a que
    sea un rey más poderoso.

    240. Habló en estos términos, porque temía por
    el rubio Menelao. Y Diomedes, valiente en la
    pelea, replicó:

    242. -Si me mandáis que yo mismo designe al
    compañero, ¿cómo no pensaré en el divino Ulises,
    cuyo corazón y ánimo valeroso son tan
    dispuestos para toda suerte de trabajos, y a
    quien tanto ama Palas Atenea? Con él volveríamos
    acá aunque nos rodearan abrasadoras
    llamas, porque su omnipresencia es grande.

    248. Respondióle el paciente divino Ulises:

    249. -¡Tidida! No me alabes en demasía ni me
    vituperes, puesto que hablas a los argivos de
    cosas que les son conocidas. Pero, vámonos,
    que la noche está muy adelantada y la aurora se
    acerca; los astros han andado mucho, y la noche
    va ya en las dos partes de su jornada y sólo
    un tercio nos resta.

    254. En diciendo esto, vistieron entrambos las
    terribles armas. El intrépido Trasimedes dio al
    Tidida una espada de dos filos -la de éste había
    quedado en la nave-y un escudo; y le puso un
    morrión de piel de toro sin penacho ni cimera,
    que se llama catétyx y lo usan los mancebos que
    se hallan en la flor de la juventud para proteger
    la cabeza. Meriones procuró a Ulises arco, carcaj
    y espada, y le cubrió la cabeza con un casco
    de piel que por dentro se sujetaba con muchas
    y fuertes correas y por fuera presentaba los
    blancos dientes de un jabalí, ingeniosamente
    repartidos, y tenía un mechón de lana colocado
    en el centro. Este casco era el que Autólico había
    robado en Eleón a Amíntor Orménida,
    horadando la pared de su casa, y que luego dio
    en Escandia a Anfidamante de Citera; Anfidamante
    lo regaló, como presente de hospitalidad,
    a Molo; éste lo cedió a su hijo Meriones para
    que lo llevara, y entonces hubo de cubrir la
    cabeza de Ulises.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 00:56

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    272. Una vez revestidos de las terribles armas,
    partieron y alejaron allí a todos los príncipes.
    Palas Atenea envióles una garza, y, si bien no
    pudieron verla con sus ojos, porque la noche
    era obscura, oyéronla graznar a la derecha del
    camino. Ulises se holgó del presagio y oró a
    Atenea:

    278. -¡Oyeme, hija de Zeus, que lleva la égida!
    Tú que me asistes en todos los trabajos y conoces
    mis pasos, séme ahora propicia más que
    nunca, Atenea, y concede que volvamos a las
    naves cubiertos de gloria por haber realizado
    una gran hazaña que preocupe a los troyanos.

    283. Diomedes, valiente en la pelea, oró luego
    diciendo:

    284.-¡Ahora óyeme también a mí, hija de Zeus!
    ¡Indómita! Acompáñame como acompañaste a
    mi padre, el divino Tideo, cuando fue a Teba en
    representación de los aqueos. Dejando a los
    aqueos, de broncíneas corazas, a orillas del
    Asopo, llevó un agradable mensaje a los cadmeos;
    y a la vuelta ejecutó admirables proezas
    con tu ayuda, excelente diosa, porque benévola
    lo socorrías. Ahora, socórreme a mí y préstame
    tu amparo. E inmolaré en tu honor una ternera
    de un año, de frente espaciosa, indómita y no
    sujeta aún al yugo, después de derramar oro
    sobre sus cuernos.

    295. Así dijeron rogando, y los oyó Palas Atenea.
    Y después de rogar a la hija del gran Zeus,
    anduvieron en la obscuridad de la noche, como
    dos leones, por el campo pues tanta carnicería
    se había hecho, pisando cadáveres, armas y
    denegrida sangre.

    299. Tampoco Héctor dejaba dormir a los valientes
    troyanos pues convocó a todos los
    próceres, a cuantos eran caudillos y príncipes
    de los troyanos, y una vez reunidos les expuso
    una prudente idea:

    303. -¿Quién, por un gran premio, se ofrecerá a
    llevar a cabo la empresa que voy a decir? La
    recompensa será proporcionada. Daré un carro
    y dos corceles de erguido cuello, los mejores
    que haya en las veleras naves aqueas, al que
    tenga la osadía de acercarse a las naves de ligero
    andar -con ello al mismo tiempo ganará gloria-
    y averigüe si éstas son guardadas todavía,
    o los aqueos, vencidos por nuestras manos,
    piensan en la huida y no quieren velar durante
    la noche porque el cansancio abrumador los
    rinde.

    313. Así dijo. Enmudecieron todos y quedaron
    silenciosos. Había entre los troyanos un cierto
    Dolón, hijo del divino heraldo Eumedes, rico en
    oro y en bronce; era de feo aspecto, pero de pies
    ágiles, y el único hijo varón de su familia con
    cinco hermanas. Éste dijo entonces a los troyanos
    y a Héctor:

    319. -¡Héctor! Mi corazón y mi ánimo valeroso
    me incitan a acercarme a las naves, de ligero
    andar, para saberlo. Ea, alza el cetro y jura que
    me darás los corceles y el carro con adornos de
    bronce que conducen al eximio Pelión. No te
    será inútil mi espionaje, ni tus esperanzas se
    verán defraudadas; pues atravesaré todo el
    ejército hasta llegar a la nave de Agamenón,
    que es donde deben de haberse reunido los
    caudillos para deliberar si huirán o seguirán
    combatiendo.

    328. Así dijo. Y Héctor, tomando en la mano el
    cetro, prestó el juramento:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 01:03

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    329.-Sea testigo el mismo Zeus tonante, esposo
    de Hera. Ningún otro troyano será llevado por
    estos corceles, y tú disfrutarás perpetuamente
    de ellos.

    332. Con tales palabras, jurando lo que no había
    de cumplirse, animó a Dolón. Éste, sin perder
    momento, colgó del hombro el corvo arco, vistió
    una pelicana piel de lobo, cubrió la cabeza
    con un morrión de piel de comadreja, tomó un
    puntiagudo dardo, y, saliendo del ejército, se
    encaminó a las naves, de donde no había de
    volver para darle a Héctor la noticia. Pues ya
    había dejado atrás la multitud de carros y
    hombres, y andaba animoso por el camino,
    cuando Ulises, del linaje de Zeus, advirtiendo
    que se acercaba a ellos, habló así a Diomedes:

    341. -Ese hombre, Diomedes, viene del ejército;
    pero ignoro si va como espía a nuestras naves o
    intenta despojar algún cadáver de los que murieron.
    Dejemos que se adelante un poco más
    por la llanura, y echándonos sobre él lo cogeremos
    fácilmente; y si en correr nos aventajase,
    apártalo del ejército, acometiéndolo con la lanza,
    y persíguelo siempre hacia las naves, para
    que no se guarezca en la ciudad.

    349. Dichas estas palabras, tendiéronse entre los
    muertos, fuera del camino. El incauto Dolón
    pasó con pie ligero. Mas, cuando estuvo a la
    distancia a que se extienden los surcos de las
    mulas -éstas son mejores que los bueyes para
    tirar de un sólido arado en tierra noval-, Ulises
    y Diomedes corrieron a su alcance. Dolón oyó
    ruido y se detuvo, creyendo que algunos de sus
    amigos venían del ejército troyano a llamarlo
    por encargo de Héctor. Pero así que aquéllos se
    hallaron a tiro de lanza o más cerca aún, conoció
    que eran enemigos y puso su diligencia en
    los pies huyendo, mientras ellos se lanzaban a
    perseguirlo. Como dos perros de agudos dientes,
    adiestrados para cazar, acosan en una selva
    a un cervato o a una liebre que huye chillando
    delante de ellos, del mismo modo el Tidida y
    Ulises, asolador de ciudades, perseguían constantemente
    a Dolón después que lograron apartarlo
    del ejército. Ya en su fuga hacia las naves
    iba el troyano a topar con los guardias, cuando
    Atenea dio fuerzas al Tidida para que ninguno
    de los aqueos, de broncíneas corazas, se le adelantara
    y pudiera jactarse de haber sido el primero
    en herirlo y él llegase después. El fuerte
    Diomedes arremetió a Dolón, con la lanza, y le
    gritó:

    370. Tente, o te alcanzará mi lanza; y no creo
    que puedas evitar mucho tiempo que mi mano
    te dé una muerte terrible.

    372. Dijo, y arrojó la lanza; mas de intento erró
    el tiro, y ésta se clavó en el suelo después de
    volar por cima del hombro derecho de Dolón.
    Paróse el troyano dentellando -los dientes crujíanle
    en la boca-, tembloroso y pálido de miedo;
    Ulises y Diomedes se le acercaron, jadeantes, y
    le asieron de las manos, mientras aquél lloraba
    y les decia:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 01:09

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    378. -Hacedme prisionero y yo me redimiré.
    Hay en casa bronce, oro y hierro labrado: con
    ellos os pagaría mi padre inmenso rescate, si
    supiera que estoy vivo en las naves aqueas.

    382. Respondióle el ingenioso Ulises:

    383. -Tranquilízate y no pienses en la muerte.
    Ea, habla y dime con sinceridad: ¿Adónde ibas
    solo, separado de tu ejército y derechamente
    hacia las naves, en esta noche obscura, mientras
    duermen los demás mortales? ¿Acaso a despojar
    a algún cadáver? ¿Por ventura Héctor te
    envió como espía a las cóncavas naves? ¿O te
    dejaste llevar por los impulsos de tu corazón?

    390. Contestó Dolón, a quien le temblaban las
    carnes:

    391. -Héctor me hizo salir fuera de juicio con
    muchas y perniciosas promesas: accedió a darme
    los solípedos corceles y el carro con adornos
    de bronce del eximio Pelión, para que, acercándome
    durante la rápida y obscura noche a los
    enemigos, averiguase si las veleras naves son
    guardadas todavía, o los aqueos, vencidos por
    nuestras manos, piensan en la fuga y no quieren
    velar porque el cansancio abrumador los
    rinde.

    400. Díjole sonriendo el ingenioso Ulises:

    401. -Grande es el presente que tu corazón anhelaba.
    ¡Los corceles del aguerrido Eácida! Difícil
    es que ninguno de los mortales los sujete y
    sea por ellos llevado, fuera de Aquiles, que tiene
    una madre inmortal. Pero, ea, habla y dime
    con sinceridad: ¿Dónde, al venir, has dejado a
    Héctor, pastor de hombres? ¿En qué lugar tiene
    las marciales armas y los caballos? ¿Cómo se
    hacen las guardias y de qué modo están dispuestas
    las tiendas de los troyanos? Cuenta
    también lo que están deliberando: si desean
    quedarse aquí cerca de las naves y lejos de la
    ciudad, o volverán a ella cuando hayan vencido
    a los aqueos.

    412. Contestó Dolón, hijo de Eumedes:

    413. -De todo voy a informarte con exactitud.
    Héctor y sus consejeros deliberan lejos del bullicio,
    junto a la tumba del divino Ilo; en cuanto
    a las guardias por que me preguntas, oh héroe,
    ninguna ha sido designada, para que vele por
    el ejército ni para que vigile. En torno de cada
    hoguera los troyanos, apremiados por la necesidad,
    velan y se exhortan mutuamente a la
    vigilancia. Pero los auxiliares, venidos de lejas
    tierras, duermen y dejan a los troyanos el cuidado
    de la guardia, porque no tienen aquí a sus
    hijos y mujeres.

    423. Volvió a preguntarle el ingenioso Ulises:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 01:17

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia. Cont.
    Cont.

    424. -¿Éstos duermen mezclados con los troyanos
    o separadamente? Dímelo para que lo sepa.

    426. Contestó Dolón, hijo de Eumedes:

    427. -De todo voy a informarte con exactitud.
    Hacia el mar están los carios, los peonios, armados
    de corvos arcos, y los léleges, caucones y
    divinos pelasgos. El lado de Timbra lo obtuvieron
    por suerte los licios, los arrogantes misios,
    los frigios, que combaten en carros, y los meonios,
    que armados de casco combaten en carros.
    Mas ¿por qué me hacéis esas preguntas? Si deseáis
    entraros por el ejército troyano, los tracios
    recién venidos están ahí, en ese extremo, con su
    rey Reso, hijo de Eyoneo. He visto sus corceles
    que son bellísimos, de gran altura, más blancos
    que la nieve y tan ligeros como el viento. Su
    carro tiene lindos adornos de oro y plata, y sus
    armas son de oro, magníficas, encanto de la
    vista, y más propias de los inmortales dioses
    que de hombres mortales. Pero llevadme ya a
    las naves de ligero andar, o dejadme aquí, atado
    con recios lazos, para que vayáis y comprobéis
    si os hablé como debía.

    446. Mirándolo con torva faz, le replicó el fuerte
    Diomedes:

    447. -No esperes escapar de ésta, Dolón, aunque
    tus noticias son importantes, pues has caído en
    nuestras manos. Si te dejásemos libre o consintiéramos
    en el rescate, vendrías de nuevo a las
    veleras naves de los aqueos a espiar o a combatir
    contra nosotros; y, si por mi mano pierdes
    la vida, no serás en adelante una plaga para los
    argivos.

    454. Dijo; y Dolón iba, como suplicante, a tocarle
    la barba con su robusta mano, cuando Diomedes,
    de un tajo en medio del cuello, le rompió
    ambos tendones; y la cabeza cayó en el polvo,
    mientras el troyano hablaba todavía. Quitáronle
    el morrión de piel de comadreja, la piel de
    lobo, el flexible arco y la ingente lanza; y el divino
    Ulises, cogiéndolo todo con la mano, levantólo
    para ofrecerlo a Atenea, que preside los
    saqueos, y oró diciendo:

    462. -Huélgate de esta ofrenda, ¡oh diosa! Serás
    tú la primera a quien invocaremos entre las
    deidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia los
    corceles y las tiendas de los tracios.

    465. Dichas estas palabras, apartó de sí los despojos
    y los colgó de un tamarisco, cubriéndolos
    con cañas y frondosas ramas del árbol, que fueran
    una señal visible para que no les pasaran
    inadvertidos, al regresar durante la rápida y
    obscura noche. Luego pasaron delante por encima
    de las armas y de la negra sangre, y llegaron
    al grupo de los tracios que, rendidos de
    fatiga, dormían con las hermosas armas en el
    suelo, dispuestos ordenadamente en tres filas, y
    un par de caballos junto a cada guerrero. Reso
    descansaba en el centro, y tenía los ligeros corceles
    atados con correas a un extremo del carro.
    Ulises violo el primero y lo mostró a Diomedes:
    477. -Éste es el hombre, Diomedes, y éstos los
    corceles de que nos habló Dolón, a quien matamos.
    Ea, muestra tu impetuoso valor y no
    tengas ociosas las armas. Desata los caballos, o
    bien mata hombres y yo me encargaré de aquéllos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 01:23

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    482. Así dijo, y Atenea, la de ojos de lechuza,
    infundió valor a Diomedes, que comenzó a matar
    a diestro y a siniestro: sucedíanse los horribles
    gemidos de los que daban la vida a los
    golpes de la espada, y su sangre enrojecía la
    tierra. Como un mal intencionado león acomete
    al rebaño de cabras o de ovejas, cuyo pastor
    está ausente, así el hijo de Tideo se abalanzaba
    a los tracios, hasta que mató a doce. A cuántos
    aquél hería con la espada, el ingenioso Ulises,
    asiéndolos por un pie, los apartaba del camino,
    para que luego los corceles de hermosas crines
    pudieran pasar fácilmente y no se asustasen de
    pisar cadáveres, a lo cual no estaban acostumbrados.
    Llegó el hijo de Tideo adonde yacía el
    rey, y fue éste el decimotercio a quien privó de
    la dulce vida, mientras daba un suspiro; pues
    en aquella noche el nieto de Eneo aparecíase en
    desagradable ensueño a Reso, por orden de
    Atenea. Dúrante este tiempo el paciente Ulises
    desató los solípedos caballos, los ligó con las
    riendas y los sacó del ejército aguijándolos con
    el arco, porque se le olvidó tomar el magnífico
    látigo que había en el labrado carro. Y en seguida
    silbó, haciendo seña al divino Diomedes.

    503. Mas éste, quedándose aún, pensaba qué
    podría hacer que fuese muy arriesgado: si se
    llevaría el carro con las labradas armas, ya tirando
    del timón, ya levantándolo en alto; o
    quitaría la vida a más tracios. En tanto que revolvía
    tales pensamientos en su espíritu, presentóse
    Atenea y habló así al divino Diomedes:

    509.-Piensa ya en volver a las cóncavas naves,
    hijo del magnánimo Tideo. No sea que hayas
    de llegar huyendo, si algún otro dios despierta
    a los troyanos.

    512. Así habló. Diomedes, conociendo la voz de
    la diosa, montó sin dilación a caballo, y también
    Ulises, que los aguijó con el arco; y volaron
    hacia las veleras naves aqueas.

    515. Apolo, que lleva arco de plata, estaba en
    acecho desde que advirtió que Atenea acompañaba
    al hijo de Tideo; e, indignado contra ella,
    entróse por el ejército de los troyanos y despertó
    a Hipocoonte, valeroso caudillo tracio y
    sobrino de Reso. Como Hipocoonte, recordando
    del sueño, viera vacío el lugar que ocupaban
    los caballos y a los hombres horriblemente
    heridos y palpitantes todavía, comenzó a lamentarse
    y a llamar por su nombre al querido
    compañero. Y pronto se promovió gran clamoreo
    a inmenso tumulto entre los troyanos, que
    acudían en tropel y admiraban la peligrosa
    aventura a que unos hombres habían dado cima,
    regresando luego a las cóncavas naves.

    526. Cuando ambos héroes llegaron al sitio en
    que habían dado muerte al espía de Héctor,
    Ulises, caro a Zeus, detuvo los veloces caballos;
    y el Tidida, apeándose, tomó los cruentos despojos
    que puso en las manos de Ulises, volvió a
    montar y picó a los corceles. Éstos volaron gozosos
    hacia las cóncavas naves, pues a ellas
    deseaban llegar. Néstor fue el primero que oyó
    las pisadas de los caballos, y dijo:

    Cont.




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 01:31

    HOMERO

    LA ILIADA


    CANTO X

    Dolonia.
    Cont.

    533. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! ¿Me engañaré o será verdad lo que voy
    a decir? El corazón me ordena hablar. Oigo
    pisadas de caballos de pies ligeros. Ojalá Ulises
    y el fuerte Diomedes trajeran del campo troyano
    solípedos corceles; pero mucho temo que a
    los más valientes argivos les haya ocurrido
    algún percance en el ejército troyano.

    540. Aún no había acabado de pronunciar estas
    palabras, cuando aquéllos llegaron y echaron
    pie a tierra. Todos los saludaban alegremente
    con la diestra y con afectuosas palabras. Y
    Néstor, caballero gerenio, les preguntó el primero:

    544. -¡Ea, dime, célebre Ulises, gloria insigne de
    los aqueos! ¿Cómo hubisteis estos caballos: penetrando
    en el ejército troyano, o recibiéndolos
    de un dios que os salió al camino? Muy semejantes
    son a los rayos del sol. Siempre entro por
    las filas de los troyanos; pues, aunque anciano,
    no me quedo en las naves, y jamás he visto ni
    advertido tales corceles. Supongo que los habréis
    recibido de algún dios que os salió al encuentro,
    pues a entrambos os aman Zeus, que
    amontona las nubes, y su hija Atenea, la de ojos
    de lechuza.

    554. Respondióle el ingenioso Ulises:

    555. -¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos!
    Fácil le sería a un dios, si quisiera, dar caballos
    mejores aún que éstos, pues su poder es
    muy grande. Los corceles por los que preguntas,
    anciano, llegaron recientemente y son tracios:
    el valiente Diomedes mató al dueño y a
    doce de sus compañeros, todos aventajados. Y
    cerca de las naves dimos muerte al decimotercio,
    que era un espía enviado por Héctor y
    otros troyanos ilustres a explorar este campamento.

    564. De este modo habló; y muy ufano, hizo que
    los solípedos caballos pasaran el foso, y los demás
    aqueos siguiéronlo alborozados. Cuando
    estuvieron en la hermosa tienda del Tidida,
    ataron los corceles con bien cortadas correas al
    pesebre, donde los caballos de Diomedes comían
    el trigo dulce como la miel. Ulises dejó en
    la popa de su nave los cruentos despojos de
    Dolón, para guardarlos hasta que ofrecieran un
    sacrificio a Atenea. Ambos entraron en el mar y
    se lavaron el abundante sudor de sus piernas,
    cuello y muslos. Cuando las olas les hubieron
    limpiado el abundante sudor del cuerpo y recreado
    el corazón, metiéronse en pulimentadas
    pilas y se bañaron. Lavados ya y ungidos con
    craso aceite, sentáronse a la mesa, y, sacando de
    una rebosante cratera vino dulce como la miel,
    en honor de Atenea lo libaron.

    FIN DE CANTO X. DOLONIA.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 14:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI (*)

    Principalía de Agamenón

    (*)
    En la batalla entre aqueos y troyanos, aquéllos
    llevan la peor parte: Agamenón, Diomedes y
    Ulises resultan heridos. Ante la clara ventaja de
    los troyanos, Aquiles envía a Patroclo junto a
    Néstor.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 14:23

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón


    1. La Aurora se levantaba del lecho, dejando al
    ilustre Titono, para llevar la luz a los dioses y a
    los hombres, cuando, enviada por Zeus, se presentó
    en las veleras naves aqueas la cruel Discordia
    con la señal del combate en la mano.
    Subió la diosa a la ingente nave negra de Ulises,
    que estaba en medio de todas, para que lo oyeran
    por ambos lados hasta las tiendas de Ayante
    Telamonio y de Aquiles; los cuales habían
    puesto sus bajeles en los extremos, porque confiaban
    en su valor y en la fuerza de sus brazos.
    Desde allí daba aquélla grandes, agudos y
    horrendos gritos, y ponía mucha fortaleza en el
    corazón de todos los aqueos, a fin de que pelearan
    y combatieran sin descanso. Y pronto les
    fue más agradable batallar que volver a la patria
    tierra en las cóncavas naves.

    15. El Atrida alzó la voz mandando que los argivos
    se apercibiesen, y él mismo vistió la armadura
    de luciente bronce. Púsose en torno de
    las piernas hermosas grebas sujetas con broches
    de pláta, y cubrió su pecho con la coraza que
    Ciniras le había dado por presente de hospitalidad.
    Porque hasta Chipre habíá llegado la
    noticia de que los aqueos se embarcaban para
    Troya, y Ciniras, deseoso de complacer al rey,
    le dio esta córaza que tenía diez filetes de pavonado
    acero, doce de oro y veinte de estaño, y
    a cada lado tres cerúleos dragones erguidos
    hacia el cuello y semejantes al iris que el Cronión
    fija en las nubes como señal para los hombres
    dotados de palabra. Luego, el rey colgó del
    hombro la espada, en la que relucían áureos
    clavos, con su vaina de plata sujeta por tirantes
    de oro. Embrazó después el labrado escudo,
    fuerte y hermoso, de la altura de un hombre,
    que presentaba diez círculos de bronce en el
    contorno, tenía veinte bollos de blanco estaño y
    en el centro uno de negruzco acero, y lo coronaba
    Gorgona, de ojos horrendos y torva vista,
    con el Terror y la Fuga a los lados. Su correa era
    argentada, y sobre la misma enroscábase cerúleo
    dragón de tres cabezas entrelazadas, que
    nacían de un solo cuello. Cubrió en seguida su
    cabeza con un casco de doble cimera, cuatro
    abolladuras y penacho de crines de caballo, que
    al ondear en lo alto causaba pavor; y asió dos
    fornidas lanzas de aguzada broncínea punta,
    cuyo brillo llegaba hasta el cielo. Y Atenea y
    Hera tronaron en las alturas para honrar al rey
    de Micenas, rica en oro.

    47. Cada cual mandó entonces a su auriga que
    tuviera dispuestos el carro y los corceles junto
    al foso; salieron todos a pie y armados, y levantóse
    inmenso viento antes que la aurora
    despuntara. Delante del foso ordenáronse los
    infantes, y a éstos siguieron de cerca los que
    combatían en carros. Y el Cronida promovió
    entre ellos funesto tumulto y dejó caer desde el
    éter sanguinoso rocío porque había de precipitar
    al Hades a muchas y valerosas almas.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 14:31

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont.

    56. Los troyanos pusiéronse también en orden
    de batalla en una eminencia de la llanura, alrededor
    del gran Héctor, del eximio Polidamante,
    de Eneas, honrado como un dios por el pueblo
    troyano, y de los tres Antenóridas: Pólibo, el
    divino Agenor y el joven Acamante, que parecía
    un inmortal. Héctor, armado de un escudo
    liso, llegó con los primeros combatientes. Cual
    astro funesto, que unas veces brilla en el cielo y
    otras se oculta detrás de las pardas nubes; así
    Héctor, ya aparecía entre los delanteros, ya se
    mostraba entre los últimos, siempre dando
    órdenes y brillando por la armadura de bronce
    como el relámpago del padre Zeus, que lleva la
    égida.

    67. Como los segadores caminan en direcciones
    opuestas por los surcos de un campo de trigo o
    de cebada de un hombre opulento, y los manojos
    de espigas caen espesos, de la misma manera,
    troyanos y aqueos se acometían y mataban,
    sin pensar en la perniciosa fuga. Igual andaba
    la pelea, y como lobos se embestían. Gozábase
    en verlos la luctuosa Discordia, única deidad
    que se hallaba entre los combatientes; pues los
    demás dioses permanecían quietos en los hermosos
    palacios que se les había construido en
    los valles del Olimpo y todos acusaban al Cronida,
    el dios de las sombrías nubes, porque
    queria conceder la victoria a los troyanos. Mas
    el padre no se cuidaba de ellos; y, sentado aparte,
    ufano de su gloria, contemplaba la ciudad
    troyana, las naves aqueas, el brillo del bronce, a
    los que mataban y a los que la muerte recibían.

    84. Al amanecer y mientras iba aumentando la
    luz del sagrado día, los tiros alcanzaban por
    igual a unos y a otros y los hombres caían.
    Cuando llegó la hora en que el leñador prepara
    el almuerzo en la espesura del monte, porque
    tiene los brazos cansados de cortar grandes
    árboles, siente fatiga en su corazón y el dulce
    deseo de la comida le ha llegado al alma, los
    dánaos, exhortándose mutuamente por las filas
    y peleando con bravura, rompieron las falanges
    teucras. Agamenón, que fue el primero en arrojarse
    a ellas, mató primeramente a Biánor, pastor
    de hombres, y después a su compañero Oileo,
    hábil jinete. Éste se había apeado del carro
    para sostener el encuentro, pero el Atrida le
    hundió en la frente la aguzada pica, que no fue
    detenida por el casco del duro bronce, sino que
    pasó a través del mismo y del hueso, conmovióle
    el cerebro y postró al guerrero cuando
    contra aquél arremetía. Después de quitarles a
    entrambos la coraza, Agamenón, rey de hombres,
    dejólos allí, con el pecho al aire, y fue a
    dar muerte a Iso y a Antifo, hijos bastardo y
    legítimo, respectivamente, de Príamo, que iban
    en el mismo carro. El bastardo guiaba y el ilustre
    Antifo combatía. En otro tiempo Aquiles,
    habiéndolos sorprendido en un bosque del Ida,
    mientras apacentaban ovejas, atólos con tiernos
    mimbres; y luego, pagado el rescate, los puso
    en libertad. Mas entonces el poderoso Agamenón
    Atrida le envainó a Iso la lanza en el
    pecho, sobre la tetilla, y a Antifo lo hirió con la
    espada en la oreja y lo derribó del carro. Y, al ir
    presuroso a quitarles las magníficas armaduras,
    los reconoció; pues los había visto en las veleras
    naves cuando Aquiles, el de los pies ligeros, se
    los llevó del Ida. Bien así corno un león penetra
    en la guarida de una ágil cierva, se echa sobre
    los hijuelos y despedazándolos con los fuertes
    dientes les quita la tierna vida, y la madre no
    puede socorrerlos, aunque esté cerca, porque le
    da un gran temblor, y atraviesa, azorada y sudorosa,
    selvas y espesos encinares, huyendo de
    la acometida de la terrible fiera; tampoco los
    troyanos pudieron librar a aquéllos de la muerte,
    porque a su vez huían delante de los argivos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 08 Mar 2021, 14:41

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont.

    122. Alcanzó luego el rey Agamenón a Pisandro
    y al intrépido Hipóloco, hijos del aguerrido
    Antímaco (éste, ganado por el oro y los espléndidos
    regalos de Alejandro, se oponía a que
    Helena fuese devuelta al rubio Menelao): ambos
    iban en un carro, y desde su sitio procuraban
    guiar los veloces corceles, pues habían dejado
    caer las lustrosas riendas y estaban aturdidos.
    Cuando el Atrida arremetió contra ellos,
    cual si fuese un león, arrodilláronse en el carro
    y así le suplicaron:

    131. -Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y recibirás
    digno rescate. Muchas cosas de valor tiene
    en su casa Antímaco: bronce, oro, hierro labrado;
    con ellas nuestro padre lo pagaría inmenso
    rescate, si supiera que estamos vivos en las naves
    aqueas.

    136. Con tan dulces palabras y llorando hablaban
    al rey, pero fue amarga la respuesta que
    escucharon:

    138. -Pues si sois hijos del aguerrido Antímaco
    que aconsejaba en el ágora de los troyanos matar
    a Menelao y no dejarle volver a los aqueos,
    cuando vino a título de embajador con el deiforme
    Ulises, ahora pagaréis la insolente injuria
    que nos infirió vuestro padre.

    143. Dijo, y derribó del carro a Pisandro: diole
    una lanzada en el pecho y lo tumbó de espaldas.
    De un salto apeóse Hipóloco, y ya en tierra,
    Agamenón le cercenó con la espada los
    brazos y la cabeza, que tiró, haciendola rodar
    como un montero, por entre las filas. El Atrida
    dejó a éstos, y seguido de otros aqueos, de
    hermosas grebas, fuese derecho al sitio donde
    más falanges, mezclándose en montón confuso,
    combatían. Los infantes mataban a los infantes,
    que se veían obligados a huir; los que combatían
    desde el carro daban muerte con el bronce a
    los enemigos que así peleaban, y a todos los
    envolvía la polvareda que en la llanura levantaban
    con sus sonoras pisadas los caballos. Y el
    rey Agamenón iba siempre adelante, matando
    troyanos y animando a los argivos. Como al
    estallar voraz incendio en un boscaje, el viento
    hace oscilar las llamas y lo propaga por todas
    partes, y los arbustos ceden a la violencia del
    fuego y caen con sus mismas raíces, de igual
    manera caían las cabezas de los troyanos puestos
    en fuga por Agamenón Atrida, y muchos
    caballos de erguido cuello arrastraban con
    estrépito por el campo los carros vacíos y echaban
    de menos a los eximios conductores; pero
    éstos, tendidos en tierra, eran ya más gratos a
    los buitres que a sus propias esposas.

    163. A Héctor, Zeus le sustrajo de los tiros, el
    polvo, la matanza, la sangre y el tumulto; y el
    Atrida iba adelante, exhortando vehementemente
    a los dánaos. Los troyanos corrían por la
    llanura, deseosos de refugiarse en la ciudad, y
    ya habían dejado a su espalda el sepulcro del
    antiguo Ilo Dardánida y el cabrahígo; y el Atrida
    les seguía al alcance, vociferando, con las
    invictas manos llenas de polvo y sangre. Los
    que primero llegaron a las puertas Esceas y a la
    encina detuviéronse para aguardar a sus compañeros,
    los cuales huían por la llanura como
    vacas aterrorizadas por un león que, presentándose
    en la obscuridad de la noche, da
    cruel muerte a una de ellas, rompiendo su cerviz
    con los fuertes dientes y tragando su sangre
    y sus entrañas; del mismo modo el rey Agamenón
    Atrida perseguía a los troyanos, matando
    al que se rezagaba, y ellos huían espantados.
    El Atrida, manejando la lanza con gran furia,
    derribó a muchos, ya de pechos, ya de espaldas,
    de sus respectivos carros. Mas cuando le
    faltaba poco para llegar al alto muro de la ciudad,
    el padre de los hombres y de los dioses
    bajó del cielo con el relámpago en la mano, se
    sentó en una de las cumbres del Ida, abundante
    en manantiales, y llamó a Iris, la de doradas
    alas, para que le sirviese de mensajera:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 09 Mar 2021, 08:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    186. -¡Anda, ve, rápida Iris! Dile a Héctor estas
    palabras: Mientras vea que Agamenón, pastor
    de hombres, se agita entre los combatientes
    delanteros y destroza filas de hombres, retírese
    y ordene al pueblo que combata con los enemigos
    en la encarnizada batalla. Mas así que
    aquél, herido de lanza o de flecha, suba al carro,
    le daré fuerzas para matar enemigos hasta
    que llegue a las naves de muchos bancos, se
    ponga el sol y comience la sagrada noche.

    195. Así dijo; y la veloz Iris, de pies ligeros como
    el viento, no dejó de obedecerlo. Descendió de
    los montes ideos a la sagrada Ilio, y, hallando al
    divino Héctor, hijo del belicoso Príamo, de pie
    en el sólido carro, se detuvo a su lado, y le
    habló de esta manera:

    200. -¡Héctor, hijo de Príamo, que en prudencia
    igualas a Zeus! El padre Zeus me manda para
    que te diga lo siguiente: Mientras veas que
    Agamenón, pastor de hombres, se agita entre
    los combatientes delanteros y destroza sus filas,
    retírate de la lucha y ordena al pueblo que
    combata con los enemigos en la encarnizada
    batalla. Mas así que aquél, herido de lanza o de
    flecha, suba al carro, te dará fuerzas para matar
    enemigos hasta que llegues a las naves de muchos
    bancos, se ponga el sol y comience la sagrada
    noche.

    210. Cuando Iris, la de los pies ligeros, hubo
    dicho esto, se fue. Héctor saltó del carro al suelo
    sin dejar las armas; y, blandiendo afiladas
    picas, recorrió el ejército, animóle a luchar y
    promovió una terrible pelea. Los troyanos volvieron
    la cara a los aqueos para embestirlos; los
    argivos, por su parte, cerraron las filas de las
    falanges; reanudóse el combate, y Agamenón
    acometió el primero, porque deseaba adelantarse
    a todos en la batalla.

    218. Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpicos
    palacios, cuál fue el primer troyano o aliado
    ilustre que a Agamenón se opuso.

    221. Fue Ifidamante Antenórida, valiente y alto
    de cuerpo, que se había criado en la fértil Tracia,
    madre de ovejas. Era todavía niño cuando
    su abuelo materno Ciseo, padre de Teano, la de
    hermosas mejillas, lo acogió en su casa; y así
    que hubo llegado a la gloriosa edad juvenil, lo
    conservó a su lado, dándole a su hija en matrimonio.
    Apenas casado, Ifidamante tuvo que
    dejar el tálamo para ir a guerrear contra los
    aqueos: llegó por mar hasta Percote, dejó allí las
    doce corvas naves que mandaba y se encaminó
    por tierra a Ilio. Tal era quien salió al encuentro
    de Agamenón Atrida. Cuando ambos se hallaron
    frente a frente, acometiéronse, y el Atrida
    erró el tiro, porque la lanza se le desvió; Ifidamante
    dio con la pica un bote en la cintura de
    Agamenón, más abajo de la coraza, y, aunque
    empujó el astil con toda la fuerza de su brazo,
    no logró atravesar el labrado tahalí, pues la
    punta al chocar con la lámina de plata se torció
    como plomo. Entonces el poderoso Agamenón
    asió de la pica, y tirando de ella con la furia de
    un león, la arrancó de las manos de Ifidamante,
    a quien hirió en el cuello con la espada, dejándole
    sin vigor los miembros. De este modo cayó
    el desventurado para dormir el sueño de bronce,
    mientras auxiliaba a los troyanos, lejos de su
    joven y legítima esposa, cuya gratitud no llegó
    a conocer después que tanto le había dado: habíale
    regalado cien bueyes y prometido cien mil
    cabras y mil ovejas de las innumerables que sus
    pastores apacentaban. El Atrida Agamenón le
    quitó la magnífica armadura y se la llevó,
    abriéndose paso por entre los aqueos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 09 Mar 2021, 08:29

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XI

    Principalía de Agamenón.
    Cont

    248. Advirtiólo Coón, varón preclaro a hijo primogénito
    de Anténor, y densa nube de pesar
    cubrió sus ojos por la muerte del hermano.
    Púsose al lado de Agamenón sin que éste lo
    notara, diole una lanzada en medio del brazo,
    en el codo, y se lo atravesó con la punta de la
    reluciente pica. Estremecióse el rey de hombres,
    Agamenón, mas no por esto dejó de luchar ni
    de combatir; sino que arremetió con la impetuosa
    lanza a Coón, el cual se apresuraba a retirar,
    asiéndolo por el pie, el cadáver de Ifidamante,
    su hermano de padre, y a voces pedía
    auxilio a los más valientes. Mientras arrastraba
    el cadáver por entre la turba, cubriéndolo con el
    abollonado escudo, Agamenón le envasó la
    broncínea lanza; dejó sin vigor sus miembros, y
    le cortó la cabeza sobre el mismo Ifidamante. Y
    ambos hijos de Anténor, cumpliéndose su destino,
    acabaron la vida a manos del rey Atrida y
    descendieron a la morada de Hades.

    264. Entróse luego Agamenón por las filas de
    otros guerreros, y combatió con la lanza, la espada
    y grandes piedras mientras la sangre caliente
    brotaba de la herida; mas así que ésta se
    secó y la sangre dejó de correr, agudos dolores
    debilitaron sus fuerzas. Como los dolores agudos
    y acerbos que a la parturienta envían las
    Ilitias, hijas de Hera, las cuales presiden los
    alumbramientos y disponen de los terribles
    dolores del parto; tales eran los agudos dolores
    que debilitaron las fuerzas del Atrida. De un
    salto subió al carro; con el corazón afligido
    mandó al auriga que le llevase a las cóncavas
    naves, y gritando fuerte dijo a los dánaos:

    276. -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los
    argivos! Apartad vosotros de las naves surcadoras
    del ponto el funesto combate; pues a mí
    el próvido Zeus no me permite combatir todo el
    día con los troyanos.

    280. Así dijo. El auriga picó con el látigo a los
    caballos de hermosas crines, dirigiéndolos a las
    cóncavas naves; ellos volaron gozosos, con el
    pecho cubierto de espuma, y envueltos en una
    nube de polvo sacaron del campo de la batalla
    al fatigado rey.

    284. Héctor, al notar que Agamenón se ausentaba,
    con penetrantes gritos animó a los troyanos
    y a los licios:

    286 -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo a
    cuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mostrad
    vuestro impetuoso valor. El guerrero más
    valiente se ha ido, y Zeus Cronida me concede
    una gran victoria. Pero dirigid los solípedos
    caballos hacia los fuertes dánaos y la gloria que
    alcanzaréis será mayor.

    291. Con estas palabras les excitó a todos el valor
    y la fuerza. Como un cazador azuza a los
    perros de blancos dientes contra un montaraz
    jabalí o contra un león, así Héctor Priámida,
    igual a Ares, funesto a los mortales, incitaba a
    los magnánimos troyanos contra los aqueos.
    Muy alentado, abrióse paso por los combatientes
    delanteros, y cayó en la batalla como tempestad
    que viene de lo alto y alborota el violáceo
    ponto.

    299. ¿Cuál fue el primero, cuál el último de los
    que entonces mató Héctor Priámida cuando
    Zeus le dio gloria?

    Cont.


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