SONETOS
SIGLO XX
Bogus P.O
España. Siglo XX Poeta hallado en Internet.
Y bien, había dicho anteriormente que no encontré ninguna reseña biográfica del autor.
He aquí un documento autobiográfico en verso, cuyo hallazgo pertenece a Pascual Lopez Sanchez.
Gracias, amigo y poeta y aquí lo dejo.
Durante más de cinco lustros, P. O. Bogus vagó
con una guitarra al hombro por todos los países latinoamericanos y
España desafiando a los juglares que encontraba en el camino a
interminables contrapuntos. Alimentóse con migajas y vivió de
limosnas. Pocos recuerdos quedaron de aquellas aventuras. Sábese,
sin embargo, que jamás consiguió vencer una payada, en parte porque la
extrema inanición en que siempre se hallaba lo llevaba a terminar
sus cánticos en la cocina, de donde lo echaban a guitarrazos. Las décimas
que aquí se recogen provienen de la tradición oral. Claramente,
algunas pertenecen a Bogus, y otras quién sabe a quién.
P.O. Bogus se presenta
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Tengo una esposa magiar,
un hijo me nació aquí
y el otro que concebí
nació cerca de un glaciar.
Por fin, para completar,
por más raro que se vea,
nací en Cangas del Narcea
junto a minas de carbón;
por eso en la discusión
me enciendo como una tea.
He crecido en el suburbio,
en un barrio de almacenes,
de mosquitos y jejenes,
con el desagüe bien turbio.
En el medio del disturbio
me rajé para otras playas,
que en mi tierra los canallas
el poder habían tomado,
y pal terror implantado
no alcanzaban las agallas.
Entre Videla y Massera,
Viola y otros generales
en aquellos andurriales
se me hizo dura la espera.
Una vez, quién lo dijera!
paseando en Copacabana
me encontraba, una mañana,
con mi amigo el Marinero,
bailarín y milonguero,
comiéndose una banana.
Luego pasaron los años,
se me fue blanqueando el pelo,
de los hijos el consuelo
supera los desengaños.
Pero entre amigos y extraños,
entre destierro y partida,
se abre y se cierra una herida,
y el cuore un salto se lleva:
El Marinero y la Eva
reaparecen en mi vida.
Es así que de la Muerte
canto ahora al que se escapa,
fue sin espada ni capa:
duelo en que talló la suerte.
En la madrugada inerte,
en ómnibus solitarios
dormía ella su calvario
- y su retoño esperaba -
mientras afuera atisbaba
de la Parca, el vil sicario.
Eva a la muerte escapaba,
junto con su compañero
(al que llamé el Marinero)
el tiempo que les contaba.
A los dos por muertos daba,
cuando por el puro acaso
nos encontramos, y el trazo
de nuestra gran amistad
se estrecho en la libertad
que nos brindó el puro acaso.
En el Brasil, refugiados,
pasaron años sin suerte
pero lejos de la muerte
y, del terror, abrigados.
Fueron a Suecia exiliados
y ahí los perdí de vista
hasta ayer, pues Altavista
(tal vez Google) consultaban
y hete aqui que me encontraban
en internética lista.
La muerte no fue a mi casa,
parcero, mas la partida,
la terrible despedida
de tiempo en tiempo me abrasa.
Y haciendo la cuenta rasa,
dos veces me desterraron
pues mis padres escaparon
de la España del caudillo;
no era yo sino un chiquillo
cuando en Vigo se embarcaron.
Es muy grande el desafío
de contar la propia historia
que, más o menos sin gloria,
comienza en viejo navío.
Tierno inmigrante que el Río
de la Plata recibía;
Buenos Aires me ofrecía
la paz, los libros y el pan,
el buen fútbol y el gotán,
la amargura y la alegría.
Mi padre, que militante
de viejas brigadas rojas;
leía en gastadas hojas
un Bécquer emocionante.
De noche y día, constante,
las Rimas me recitaba
y entre ellas yo rasguñaba
unos versos lamentables
que él, con palabras amables,
condescendiente, escuchaba.
Crecí en la ciudad que amo,
altiva, ardiente, feroz,
la amé y la odié como a Dios,
por ella clamo y reclamo.
Buenos Aires, sos un ramo
de odio, pasión y ternura
Buenos Aires, tu aventura,
tus cafés nobles y viejos;
Buenos Aires, estás lejos,
compensáme esta amargura.
Y cuando esto escribo, lloro,
lloro sí, como un boludo,
fingiéndome duro y rudo,
que pretensión! en el foro.
A Buenos Aires, que adoro,
vuelvo a veces y la encuentro
gimiendo siempre por dentro,
de dientes bien apretados,
los porteños amargados
desde el suburbio hasta el centro.
Mis décimas, las primeras,
fueron aquí mismo escritas,
corregidas y refritas,
tambaleantes o certeras.
Las reglas fueron severas
por lo menos al principio,
me lastimaba en el ripio
y en consejos punitivos:
evitar infinitivos
el gerundio y participio.
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