ANTONIO ARNAO (1828-1889)

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




XLVII

SU NOMBRE.

¿Veis el nardo y la azucena?
¿Veis la cándida paloma?
¿Veis el alba cuando asoma?
¿Veis la mar dormir serena?

¿Oís el laúd divino?
¿Oís la voz del ambiente?
¿Oís el son de la fuente?
¿Oís del pájaro el trino?

Toda beldad y armonía
Se vuelve sombra y agravio
Cuando las compara el labio
Con el nombre de María.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



XLVIII

EL ARTISTA Y TÚ.

Cuando contemplo á solas
Alguna ingente mole
De ese mármol precioso
Que en los palacios amontona el hombre,
Me siento avasallado
Por mil meditaciones,
Soñando en las bellezas
Que su seno glacial avaro esconde.
Allí están los sublimes
Contornos multiformes
De estatuas peregrinas,
Ángeles, santos, náyades y dioses.
Con ávida mirada
La mente quiere entonces
Verlos en forma viva,
Sin que su ardiente anhelo nunca logre.
Y es que allí muertas yacen
Tan bellas creaciones,
Aguardando que el genio
Con su cincel del fondo las evoque.
Así en el pecho mío,
Sin ser mármol ni bronce,
Tu amor fecundo ansiando,
El germen yace de ínclitas acciones.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



XLIX

SU APARICIÓN.

En densa noche de horror y espanto,
Siguiendo a solas oculto imán,
Los senos cruzo del Campo Santo
Do caras prendas durmiendo están.

De pronto un alba la sombra enciende
De aquella oscura, fatal mansión;
Y de un sepulcro, cual sueño, asciende
Fantasma ledo, gentil visión.

Parece virgen de aspecto humano:
Su frente irradia fulgor de paz:
Ostenta un lirio su blanca mano:
Circunda un velo su pura faz.

Y así prorrumpe con blando acento:
«Cañé la palma del santo amor:
Ignotos astros me dan asiento,
Y al pecho infunden celeste ardor.

Tan tierno arcano sondar no sabe
La débil mente del que es mortal:
Luego que al mundo tu vida acabe
Verás el reino cerrado al mal.»

Así en la triste nocturna calma
Me dice aquella que fue mi bien:
Su voz piadosa conoce el alma:
Su rostro bello los ojos ven.

Después la santa despliega el vuelo,
Nacárea estela dejando en pos:
La noche torna, se cierra el cielo,
Y yo me postro rogando á Dios.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS





L
-
EN LA IGLESIA.

De hinojos sobre una silla,
Y en su respaldo apoyada,
Con artística postura
Llena de estudio y de gracia,
Te vi devota en la iglesia,
Más esbelta que una estatua;
Y como el labio movías
Parecióme que rezabas.
Juzgué la silla en su punto,
Pues, aunque estorba y no agrada,
Sobre ser muy duro el mármol,
Por algo se estila en Francia.
Pero pensando sin duda
Que no es ñoñez y antigualla
Arrodillarse en el suelo, .
Si la devoción no es falsa;
Y olvidando que la seda
Que en limpias calles arrastras
No debe rozar del templo
Las losas desaseadas;
Timorato hubo que dijo
(Porque en tierra él se postraba)
Que era pujo de buen tono,
Que era moda simple y vana,
Que era afán de distinguirse;
Y por último, en sustancia,
Que no era estar recogida,
Ni siquiera arrodillada.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LI

LECCION.


Gloria y poder ansió tu fantasía,
Y en vez de lauros encontróse abrojos:
Perdiste ya la paz y la alegría;
Y, al mirarte burlado,
Sólo sirven tus ojos
Para llorar tu engañó noche y día.
Cuando así te contemplo,
ícaro no soñado
Que hoy ante mí la realidad ofrece,
Pongo freno á mis ansias, y tu ejemplo
Muda lección del cielo me parece.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LII

LA MUERTE DEL PAJARILLO.

«Calló su trino ledo y sonoro:
Su vista inmóvil sin luz está:
Ya no aletea con plumas de oro,
Y a mi reclamo no acude ya.

»Al que en alegre, fácil gorjeo,
Tras mí venia siempre veloz,
Hoy en su jaula rígido veo
Sin que me llame su amiga voz.

»Lacias, del hierro penden colgadas
Con muda pena, su muerte al ver,
Las verdes hojas, al valle hurtadas,
Que le brindaron sustento ayer.

»En vaso limpio vertió mi mano
Agua de un fresco, claro raudal;
Y el agua espera, y espera en vano,
Bañar sus alas con su cristal.

» Aunque en oriente raye la aurora
Y el sol derrame vivo fulgor,
No les saluda su voz canora
Con melodiosos píos de amor.

»Aunque mi diestra su cárcel abra,
Y aunque le excite libre a volar,
Ni ya se cuida de mi palabra,
Ni ya en mis hombros viene a posar.

»¡Oh pajarillo! ¡ Cuán honda pena
Me oprime al verte yaciendo así!
¡ Que desconsuelo mi vida llena
Desde el instante que te perdí!

»Crudos dolores sufrió mi pecho;
La muerte he visto sin aflicción;
Mas con angustia y a mi despecho
Hoy débil llora mi corazón.

»Y es que en ti, acaso, yo no veía,
Sólo de un ave la realidad,
Sino el amigo, la compañía
Que consolaba mi soledad.»

Dijo así un rudo, viejo soldado,
Que en cien batallas sangre vertió
Y por su rostro, ya demacrado,
Lágrima acerba lenta rodó.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LIII

EL RIZO.

Cuando aquel rizo le diste,
Prenda de fidelidad,
El se imaginó que nunca
Le serias desleal.
Lo miraba estremecido,
Lo besaba sin cesar,
Ya al pecho se lo ponía,
O lo acariciaba ya.
Pero pasaron los tiempos
Para no volver jamás,
Y con ellos tu constancia
También hubo de pasar.
Hoy el pobre desdichado
Comprende en su soledad
Cómo puede un blondo rizo
Servir de negro dogal.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LIV

UNO DE MUCHOS.

Es procaz y atrevido,
Idolatra en la ciencia,
En más de un club perora,
Revoltoso en las Cortes cabildea.
Duda, como buen sabio,
De vulgares creencias;
Y de Hegel y Krausse,
Sin entenderlos, el saber pondera.
En moral y costumbres
Es observante a medias,
Pues lo que más le gusta
Es la moral universal que sueña.
Cultamente sensible,
Del error se lamenta;
Y, el fanatismo odiando,
Habla mal de los curas y la Iglesia.
En fin, es un modelo
De ilustración completa,
Que sólo verdad juzga
La eterna evolución de la materia.
Y así no se descubre
Si el Viatico encuentra,
Mas lo hace muy atento
Con ricos .. y mujeres sin vergüenza..

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LV

OTRO DE POCOS.


Es inocente y simple,
Habla siempre con miedo,
Y a vedadas regiones
Nunca levanta audaz el pensamiento.
Trabaja el muy menguado
Por echarla de recto,
Y si bien da lo suyo,
Hace escrúpulo, en todo, de lo ajeno.
Contra la suerte adversa
Muestra valor y aliento,
Mas dice que es salvaje
El matar, o morir, en noble duelo.
Y aunque en artes y ciencias
Brilla a veces su ingenio,
Tímido y apocado
De religión nos habla y de misterios.
En fin, es todo un tipo
De oscuro retroceso,
Que piensa que Dios justo
Castiga al malo y recompensa al bueno.
Y así no hace fortuna;
Y al propio tiempo el necio,
Dando la mano al pobre,
Huye, cual de un ladrón,... del usurero.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LVI

LA SOMBRA.

Cuando el pálido albor de la luna
Melancólico brilla en el Duero,
Tierno canto, de amor mensajero,
Lleva el aura con blando rumor;
Y en los aires, cual ser misterioso,
Blanca sombra flotante se mece
Que llamar a su seno parece
Al amante, nocturno cantor.

Donde el brillo del astro riela,
Leve toca la linfa azulada,
Y brindándole ignota morada
Se entreabre el dormido cristal:
«Ven (al bardo la pérfida dice),
Un palacio te espera, bien mió»;
Y del agua en el fondo sombrío
Desparece cual sueño ideal.

«¡Tú respiras y amándome vives!
» Clama el bardo con hondo lamento;
Y acallando del arpa el concento
Ciego quiere su huella seguir.
Hado infausto le arrastra consigo:
Se abre el agua y le acoge serena,
Y en las ondas, sin duelo ni pena,
Casta vuelve la luna a lucir.

Ya no más en la noche apacible
Resonó su cantar amoroso:
Mudo el valle tornó a su reposo:
Sólo al viento se oyó suspirar.
Y a la luz que la aurora risueña
Por el éter azul derramaba,
La corriente un cadáver llevaba
Para darle sepulcro en la mar.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LVII

LO QUE ESPERA EL ALMA.

Ya de tu juventud el astro asoma:
Ya claro resplandece:
Abre tu casto pecho de paloma
Al vago bien que su esplendor te ofrece.

En ese fuego celestial que ostenta
Ve la mente adormida
La misteriosa llama que le alienta
Para cruzar el campo de la vida.

Sigue la tuya en paz, de sus fulgores
Al rayo purpurino;
Mas teme cauta las fragantes flores
Que el linde bordarán de tu camino.

Placeres son de seductor encanto
Por que el mortal delira;
Y pérfidos aveces cuestan llanto,
Y a veces dejan sombras y mentira.

Quizá sólo hallarás espinas rudas
Que tu planta destrocen,
Áridas rocas de verdor desnudas,
Lágrimas que los míseros conocen.

Tal vez dirás al verte subyugada
Por el dolor profundo:
«¿Qué espero ya, qué espero infortunada,
Presa en los hierros del ingrato mundo?»

«¡Triunfar!» yo te respondo. El alma pura .
No se rinde en la tierra:
Sobre la nube del dolor oscura
Brilla la patria donde el bien se encierra.

Alza tus ojos. ¿Ves? Tras de ese cielo
La virtud goza en calma:
Para el mártir que pena en este suelo
Tiene allí Dios inmarcesible palma.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS





LVIII

LEJOS DE ELLA.

Ya veo cruzar por los aires
La negra veloz golondrina:
¿Por qué, al reparar que se ausenta,
Mi mente delira?
Ya veo la palma a lo lejos
Mecer su penacho abatida:
¿Por qué al contemplarla tan sola,
Mi pecho palpita?
Ya veo la humilde violeta
Yacer en la yerba escondida:
¿Por qué, al recibir su perfume,
Mi alma suspira?
Tú, ingrata, que nunca supiste
Calmar mis tristezas benigna,
Tú sabes que siempre te adoro,
Mas fiera lo olvidas. Y olvidas
que yo, como el ave,
Volar a tu lado querría;
Que sólo quedé, como el árbol,
Viviendo sin vida;
Que guardo, cual flor, en el alma
Esencia de amor peregrina.
¡Y en tierra lejana entre tanto
De mí no te cuidas!

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LIX

PARTIR PARA NO VOLVER.

Tú que triste y solitario
Viertes lágrimas de duelo,
¿ Por qué no elevas al cielo
Mirada tierna de amor?
¿Quién en tu seno lía vertido
Copa de inmensa amargura?
¿Quién de tu esperanza pura
Nublar pudo el resplandor?

¿Piensas que en la senda estéril
De esta fatigosa vida
No halla el alma dolorida
Quien la pueda consolar?
Rechaza tan fiera duda,
Si acaso abrigo le diste;
Pues hay premios para el triste
Que sólo el triste ha de hallar.

Ya en tu mirada lo leo:
Tu corazón afligido
Sublime prenda ha perdido,
Prenda de inmenso valer;
Y en la infinita tristeza
Que dolorosa lo embarga,
Prorrumpes con voz amarga:
¡Partir para no volver!

Así pasa todo, hermano;
Todo el tiempo lo devora:
Verás las hojas que ahora
Mueven deleitable son,
Allá en el cansado otoño
Ser loca presa del viento,
Y su raudo movimiento
Te oprimirá el corazón.

Entonces tu fiel memoria
Donde está la imagen triste
Del amigo que perdiste,
Y que ya no ha de tornar,
Verá en tu pecho su nombre
Grabado en signos ardientes:
¡Qué lágrimas tan dolientes
Te hará entonces derramar!

Tú dirás: «¡ Amarga suerte
La de los seres que penan
Viendo que los encadenan
Lazos que no han de romper!
¡ Mísero el que todavía
Llora en la prisión atado!
¡Venturoso el que ha logrado
Partir para no volver'.


Verás cuál las aves huyen,
Alzando tiernos cantares,
Para cruzar de los mares
La dilatada extensión;
Para buscar diligentes,
En lejano suelo, abrigo
Contra el invierno enemigo
Contra el helado aquilón.

Entonces el alma tuya,
Sintiendo ferviente anhelo,
Querrá desplegar su vuelo
Y a otra morada subir.
Al verse, cual siempre, atada,
Padecerá pena impía:
Aguarda: ya vendrá el día
En que ceses de gemir.

Vendrá, sí. Del desvalido
Dios mitiga los dolores,
Dejándole los fulgores
De eterna esperanza ver.
Hermano, sigue tu ruta;
Firme en su palabra espera,
Y Él te otorgue cuando quiera
Partir para no volver.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LX

TUS OJOS.

Bellos, muy bellos son tus labios rojos
Pero no tanto cual tus grandes ojos
Cuyas negras pupilas,
Plácidas y tranquilas
Más que las noches de Estambul sin luna,
Parecen hondo abismo
Que, en insondable centro,
De mi destino esconde la fortuna:
Mi imagen tienen donde estoy yo mismo;
Y debo estar tan dentro
Que, si me busco fuera, no me encuentro.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LXI

EL PUENTE ETÉREO.

Mientras bramaba tormenta umbría,
Mi aciago sino me daba espanto:
Lluvia a torrentes ella vertía,
Y él en mi pecho brotar hacia
Raudal de llanto.

Oré, pidiendo que Dios me oyera,
Mas mi plegaria, desde este suelo,
Puente no hallaba, ruta certera,
Por donde fácil pasar pudiera
De tierra a cielo;

Cuando, invisible, mano clemente,
Socorro a darme próvida vino;
Y con el iris bello y riente
Trazando el arco de inmenso puente,
Le abrió camino.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXII

TROVA DE TROVAS.

Entre risa y flores vienes
A este mundo seductor,
En cuyas puertas te aguardan
La esperanza y la ilusión.
Deten un punto tus pasos,
Y oye la solemne voz
Que sale'de un pecho docto
En la ciencia del dolor:


AL NIÑO.

«Niño, la grata hermosura
Que tanto al mortal ufana,
Flor de efímera frescura,
Muere con la noche oscura,
Aunque nace en la mañana.
»¡ Ay de ti si en la belleza
Tu bien cifras anhelante!
Marchitando su pureza,
La vejez, que pronto empieza,
Surcos hará en tu semblante.
»¿Qué dirá tu fe perdida
Cuando en su cristal la fuente
Te haga ver estremecida
Faltos tus ojos de vida,
Las canas sobre tu frente?»


AL JOVEN.

«Joven, la terrena gloria
No es de otra gloria trasunto:
Es una dicha ilusoria;
Es del mundo en la memoria
Luz que brilla y muere al punto.
»¡ Triste el que en afán deshecho
Por ceñir sus lauros lidia!
Aquel acoge en su pecho
Un áspid que está en acecho:
El áspid se llama Envidia.
»¿Qué pensarás de esa llama
Que el pecho en volcán convierte
Cuando sus fulgores ama,
Si encuentra muerte tu fama
Antes que llegue tu muerte ?»


AL VIEJO

«Viejo, la altiva opulencia,
Por mas que al mortal deslumbre
Con su nítida apariencia,
Lleva consigo la herencia
De villana servidumbre.
»¡Ay, si a celado tesoro
Tu ánimo rindes al cabo,
De su nobleza en desdoro!
Tendrá la cadena de oro,
Pero al fin será su esclavo.
»¿Qué servirá que amontones
Con vil codicia oro y plata.
Ciego en locas ambiciones,
Si la suerte en sus traiciones
Una vez te lo arrebata?»

Triste llamarás mi trova:
No la llames triste, no,
Que hay para estos desengaños
Bálsamo consolador.
Hay algo que nunca muere,
Y es el alma, hija de Dios:
Ella goza en otro mundo
De bienes que eternos son.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXIII

TRES AMANTES.

Anoche vi que tres muertos
Llamaron a tu ventana:
¿Quizá sus blancos sudarios
Miedo te daban?
Sin duda a saber venían
Cómo de amantes te hallabas
¿Si esperarán que otro hermano
Con ellos vaya?
Cuentan que una reina hermosa
Murió en brazos de fantasmas:
¿Temes que por fin te alcance
Suerte tan mala?
Cuando te lleven en hombros
Irás bien acompañada:
Justo es que te sigan muerta
Cual viva ;oh falsa!

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXIV

LA DICHA.

Peregrino que vas a la ventura
Buscando por un valle de amargura
Consuelo celestial,
¿Ignoras que la dicha que le pides
Morar no pudo entre las fieras lides
De este vivir mortal?

Fija está en tu mirada macilenta
La postrer esperanza que te alienta
De lograr su favor;
Pero la buscas por doquier sin fruto,
Y entre tanto, con lágrimas, tributo
Pagas triste al dolor.

Ella es ángel de paz. Hija del cielo,
Tendió a nosotros apacible vuelo
Y aposentóse aquí;
Mas cuando vio la miserable tierra
Fatigada de crímenes y guerra,
Tornó al cielo. Héla allí.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXV

LA GUIRNALDA.

Sentada ayer, de la fuente
Junto al florecido borde,
Contemplabas la corriente
Que murmuraba doliente
Con el son del aura acorde.

De bellas rosas tenias
Rica porción en la falda;
Las mejores preferías
Y descuidada tejías
Airosa y gentil guirnalda.

Yo te dije: «hermosa niña,
La que con tanta destreza
Flores y flores aliña,
Permite que tu cabeza
Con esa guirnalda ciña.»

Mas tus ojos levantaste,
Y, arrojándola de intento,
Desdeñosa te alejaste.
|Ay cuán mal, cuán mal pagaste
La pasión que por ti siento!

Sin escucharme piadosa,
Tu mero desdén me mata.
¿Por qué, suerte veleidosa,
Por qué ha de nacer hermosa
La mujer que nace ingrata?

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXVI

EL SOLDADO VIEJO.

Aquel hombre endurecido
Por las iras de la guerra,
De cuyo rudo carácter
Nadie amansó la fiereza;
Aquel que jamás podía
Sufrir la menor ofensa,
Ni en el cuerpo, ni en el alma,
Ni imaginarlo siquiera;
Ese es hoy humilde esclavo,
León sin garras, ni fuerzas,
Que, agudo dolor sintiendo
Y no exhalando una queja,
Sirve de débil juguete...
A una nietecilla tierna
Que en sus rodillas montada
Su cano bigote mesa.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXVII

LA HADA DE LA NOCHE.

¿Habéis tal vez oído
Cuando vierte la luna luz de plata
Sobre el lago dormido
Que su faz melancólica retrata,

El murmullo suave
De las alas de un hada misteriosa
Que cruza en vuelo grave
Por la región del viento silenciosa?

Dale el céfiro asiento,
Su labio espira aroma de azucena,
Cual música es su acento,
Cual sueño grato su beldad serena.

¡Feliz el que sus ojos,
Llenos de luz y de clemencia mire,
Cuando al hollar abrojos
En la senda de amor, gima y delire!

Con dicha inesperada
Los abrojos verá tornarse flores,
Y la mujer amada
Le dará el galardón de sus favores.

ANTONIO ARNAO


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LXVIII

NO LO DIGAS.

No me digas que me quieres
Cállatelo por piedad,
Que mata un placer inmenso
Más que un inmenso pesar.
Tanto tiempo he deseado
Saberlo en mi ardiente afán,
Que el pensamiento de oírlo
Miedo, de gozo, me da;
Pues como el líquido hirviente
Rompe el vaso de cristal,
Así tal júbilo haría
Mi corazón estallar.
Pero... nada importa, dilo;
Repítelo más y más,
Que será muy dulce muerte
Morir de felicidad.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LXIX

AL PARTIR..

Pues ya te aguarda por insigne suerte
La patria lid a que esforzado vas,
Donde tal vez encontrarás la muerte,
Donde insepulto acaso quedarás;

Pues noble escuchas el clarín guerrero
Y de las trompas el marcial clamor,
Dame el abrazo de amistad, postrero,
Y oye los votos del fraterno amor.

Si en el peligro del combate ardiente
Vaga tristeza despertara en ti,
Por presentarse a tu abrasada mente
Las caras prendas que dejaste aquí;

No su recuerdo, para ti angustioso,
Amengüe el brío de tu honor leal;
Y siempre al alma el entusiasmo honroso
Guie cual norte de su fe inmortal.

Si en los azares de la lucha horrenda
Fuese tu sino con valor morir,
Piensa que el bueno, como patria ofrenda,
Su vida ante el deber ha de rendir.

Sobre tu nombre lucirá la gloria,
Sobre tus hijos lucirá también;
Y cuando evoquen tu feliz memoria
Verán el héroe donde el padre ven.

Mas si por dicha de la lid volvieres
Lleno de lauros que ganaste allí,
¡Con cuánto gozo abrazarás los seres,
Las caras prendas que dejaste aquí!

ANTONIO ARNAO


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LXX

ESQUIVEZ Y CASTIGO.

Niña cuya edad temprana
Cuenta diez y seis abriles,
En ser al amor esquiva
Nunca vanagloria cifre;
Pues corazones muy duros,
Y como hierro inflexibles,
Su libertad encadenan
Cuando más ufanos ríen.

Rosa era bella: abrigaba
Un alma pura de virgen,
Mas era por su desdicha
Como el mármol insensible.
En su pecho de diamante,
Que blasonaba de libre,
Se estrellaban los suspiros
De amadores infelices.
¡ Cuántas penas y tormentos
Miraba en torno impasible,
De corazones que ardían
Por su belleza sublime!
«¿Yo amar! exclamaba Rosa:
¿Yo al hombre ingrato rendirme!
La que nació para dueño
Mal a dueño alguno sirve.»
En esto halló en su camino
Un gentil mancebo humilde
A quien no traspasó el dardo
De aquella beldad temible.
Con recóndito despecho
Sintió Rosa el alma abrirse
Y de ella por vez primera
Salieron suspiros tristes.
Lo que pasó por la hermosa
No habrá lengua que lo explique,
Pero sus azules ojos
Perdieron el puro tinte;
De sus mejillas y labios
Se apagaron los carmines;
Lloró Rosa, y todavía
Las almas amantes dicen
Que donde cayó su llanto
Brotó, en maravilla insigne,
La amorosa siempreviva
Que en él su vida recibe.

Niña cuya edad temprana
Cuenta diez y seis abriles,
En ser al amor esquiva
Nunca vanagloria cifre.
Y si en cadenas de flores
Desdeña altiva rendirse,
Tema, que acaso en su suerte
La suerte de Rosa mire.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LXXI

UN PROBLEMA.

«¡ Y esto permiten los cielos!
¿Y así pagas mis desvelos
Y por otra me has dejado?
No imagines que son celos:
No los mereces, malvado.

¡ Goza de tu nueva palma;
Goza venturoso en calma
De ese amor que es tu delicia:
Ya te arranqué de mi alma:
No hay en el mundo justicia.

»¡ Mal haya, amén, el instante
En que, escuchándote amante,
Labré yo mi propio daño,
Para que falso, inconstante,
Me dieses tal desengaño!

»Mas no pienses, alma fiera,
Que hablo así porque te quiera:
No lo pienses loco y necio,
Que aunque odiarte más quisiera,
Como te amé, te desprecio.

»Y no sueñes enmendarte
Y a mí volver con vil arte
Para engañarme otro día:
Primero que perdonarte,
Primero me moriría.»

Así, arrasados los ojos,
De llorar sin tregua rojos,
Escribe una hermosa dama.
Y yo dudo: sus enojos
¿Son por que aborrece, o ama?

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXXII

UNA PREGUNTA.

«Gloria de Dios, boca de oro,
Dulce alivio de mis males,
Serafín en quien adoro,
No hay en el mundo tesoro
Que valga lo que tú vales.

»Cuando te oigo algún suspiro
Se desgarra el alma mía;
Con tu sonrisa, deliro;
Si en calma dormir te miro
A besos te comería.

»Tú no sabes ¡oh inocente!
Cuán inmensa es la ternura
Que por ti mi pecho siente,
Y cuál mi abrasada mente
Sólo sueña en tu ventura.

»Ni sabes, hermoso dueño,
Que me subyugas y encantas;
Y que en mi amoroso empeño
El mundo juzgo pequeño
Para ponerlo a tus plantas.

»Duerme en paz, que yo a tu lado
Velo, forjando ilusiones
En tu porvenir rosado;
Pidiendo al cielo sagrado
Para ti sus bendiciones.»

Así escucho un blando acento
De inmaculada pureza,
De inefable sentimiento;
Y digo cuando lo siento:
¿Quién habla con tal terneza?

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXXIII

EL PRIMER DOLOR.

Pura como fresco lirio
Que aromatiza el ambiente,
Bella como la mañana
Que va despuntando alegre,
La gallarda Rosalía
Venturosa vive y crece,
Lenta al Edén caminando
De su edad adolescente.
Todas sus dichas más puras,
Todos sus castos placeres,
Cifra una tórtola blanca
Que en amor cautiva tiene.
Y con tanto afán la vela,
Que ni sosiega, ni duerme,
Cuidándola cual la madre
Cuida al párvulo inocente.
Y cuando salta del lecho,
Y cuando a su lecho vuelve,
Con un beso la saluda
Que paga un arrullo feble.
Y ya las plumas le alisa,
Ya le hace gentil copete,
Ya le ata listón airoso,
Como su esperanza, verde.
Pero un día ¡oh triste día!
Va a saludarla cual siempre,
Y la encuentra inmóvil, muda,
Rígida, helada, yacente.
Llámala anegada en llanto,
Ruégale que le conteste,
Mas ni abre el amante pico,
Ni sus caricias devuelve.
Lo que pasa a Rosalía,
Lo que atribulada siente,
No sabe explicarlo el labio,
Mas el alma lo comprende.
Pues al elevar al cielo
Sus claros ojos celestes,
Con rayos de luz brillando
Que entre lágrimas se pierden,
Dijérase que la triste
Piensa en silencio elocuente:
«Sé que en el mundo hay desdichas;
El primer dolor me hiere».
Y es que en su espíritu absorto
Denso velo ve romperse,
Y halla tras él la primera
Revelación de la muerte.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS



LXXIV

LA PIEDAD.

Con un pesar, la azucena
Tuvo tan hondo quebranto,
Que su rocío por llanto
Prestóle el alba con pena.
De vida y fragancia llena,
Irguióse otra vez la flor
Á su influjo bienhechor,
Mostrando que la piedad
Realza más la beldad
Y es bálsamo del dolor.

ANTONIO ARNAO


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LXXV

MUERTE Y VIDA.

Mientras cruzabas la vida,
Salió la muerte a tu encuentro;
Y, como por tierra el árbol,
Caíste herido en el lecho.
Viendo apagarse la llama
Que iluminaba tu ingenio,
Tomaron negras tristezas
En tu corazón asiento.
De pronto, como las nubes
Rompe el sol que está muriendo,
Rompió un rayo de esperanza
Las tinieblas de tu pecho.
Y en aspiración ardiente,
De fe inextinguible lleno,
Entre lágrimas humildes
Las manos alzaste al cielo.
Llamaste, y fuiste escuchado;
Lo que anhelabas te dieron;
Tornó el gozo a tu alma noble;
La salud tornó a tu cuerpo.
Rayó tu segunda vida;
Y, al volver a ella de nuevo,
Muda quedando la ciencia,
Del milagro habló el acento.
Ten gratitud, y publica
Que a quien debes tus consuelos:
Es consuelo de afligidos
Y salud de los enfermos.

ANTONIO ARNAO


TROVAS CASTELLANAS




LXXVI

LA GARZA.

Gallarda con su copete,
La tierna garza atrevida
Sube al cielo,
Mas de pronto la acomete
Fiero milano, y sin vida
Viene al suelo.

Tal, ufano de sí mismo,
Mi amor elevarse pudo
Por su daño;
Pero luego al hondo abismo
Muerto cayó por el crudo
Desengaño.