[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo][Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Llevo tanta amargura dentro del alma,
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que de mí en vano esperas consuelo y calma;
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y, aunque a llorar contigo tu cuita vengo,
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mal puedo darte, Carlos, lo que no tengo.
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Cuando de luto un pecho la muerte llena,
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lo que dura la vida dura la pena.
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Recibe resignado la que hoy te aflige:
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los hombres la merecen; Dios las elige,
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por más que nos amarguen, todas son buenas:
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¡a ser de nuestro gusto, no fueran penas!
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Yo, que llevo la mía muda en mi pecho,
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todo consuelo humano de mí desecho.
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Aceptándola humilde sin resistencia,
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las horas le consagro de mi existencia;
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y no diera este amargo dolor profundo
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por todos los placeres que ofrece el mundo.
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Cuando vierte la tarde sombra y misterio,
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penetro en el recinto del cementerio.
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Allí, donde perpetua reina la calma
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silenciosos y tristes hablan al alma
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el sauce, cuyas hojas besan el suelo,
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y el ciprés, cuya punta señala el cielo.
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Allí, con mudas voces a su manera,
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el uno dice: -"¡llora! y el otro: -"¡espera!"
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Dice el sauce: -"este suelo duro y helado
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para siempre te roba lo que has amado.
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Aquel ser dulce y bueno que tu alma llora,
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de polvo fue formado; polvo es ahora.
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Ya no enreda sus manos en tu cabello
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ni sus brazos amantes ciñe a tu cuello;
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ya, en tus horas de angustia, con beso ardiente
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no se posan sus labios sobre tu frente;
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ya de aquella mirada dulce y tranquila,
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no se filtran los rayos en tu pupila:
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ya son sus bellas manos yertos despojos;
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¡mudos están sus labios, ciegos sus ojos!
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De polvo fue formado, polvo es ahora,
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sueño fueron tus dichas. ¡Ay! ¡Llora! ¡Llora!"
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Dice el ciprés: -"No inclines la vista al suelo:
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¡los ojos y la mente levanta al cielo!
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Lo que esa tierra cubre fue vil escoria:
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hoy, libre de ella, el alma vive en la gloria.
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Vive: y, de tus acciones mudo testigo,
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en tus noches de insomnio vela contigo.
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Si en ruines pensamientos tu alma se anega,
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ella, ante Dios postrada, por ti le ruega;
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y, cuando el bien al cabo triunfa en tu pecho,
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sus dos alas extiende sobre tu lecho.
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Velando en torno tuyo constante gira,
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y el mal de tu alma ahuyenta y el bien te inspira
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y, ciñendo a tus sienes letal beleño,
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con el dedo en el labio te guarda el sueño.
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Hombre, eleva los ojos a la alta esfera;
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allá van los que vencen. ¡Espera! ¡Espera!"
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Así, cuando la tarde desciende en calma,
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silenciosos y tristes hablan al alma
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el sauce, cuyas hojas besan el suelo,
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y el ciprés, cuya punta señala el cielo.
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Así, con mudas voces, a su manera,
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el uno dice: -"¡Llora!" y el otro: -"¡Espera!"
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Y yo, que los designios de Dios venero,
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resignado y humilde, lloro y espero.
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