por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2020, 01:53
ÁNGEL MARÍA DACARRETE
Poesías amorosas
La boda
(Traducción de la poesía de Enrique Heine, del mismo título.)
¿Qué es lo que agita mi sangre?
¿qué es lo que enciende este ardor
furioso en el pecho mío?
¡Mi sangre hierve, y feroz
mi sien golpea; devora
la rabia mi corazón!
Mi sangre hierve, porque
un sueño tuve... ¡qué horror!
de la noche el hijo aciago
en sus brazos me llevó...
¡En sus brazos, jadeante,
prensándome el corazón!
Me llevó a una casa. En ella
de la música el rumor
zumbaba, y de mil antorchas
la luz brillaba. Oprimió
mi pecho al entrar el gozo
que miré en mi alrededor.
Llegué a la sala: en la mesa
miré la alegre reunión
de convidados; la novia
buscaron mis ojos... ¡Oh,
desgraciado! ¡Era mi amante,
el bien de mi corazón!
¡Era ella! Blancas flores
ceñían su frente: el rubor
coloraba sus mejillas!...
En pie, detrás del sillón
que ocupaba, quedé fijo.
Su esposo me pareció
un extranjero: otra vez
volvió el alegre rumor
de la música, y la sangre
se agolpó a mi corazón.
Yo estaba tranquilo; pero
la alegría un peso atroz
echaba sobre mi alma.
Miré a la novia, el fulgor
de la dicha vi en sus ojos,
y él la mano le estrechó.
El desposado una copa
llenaba; el vino tocó
con sus labios, y, risueño,
lo pasa luego a su amor...
¡El vino es rojo! ¡es mi sangre!
¡Y ella la copa apuró!!
Sonriendo, una manzana
la desposada ofreció
al desposado. ¡Él le clava
un cuchillo! ¡Qué dolor
sentí! ¡ay! ¡que aquel cuchillo
traspasó mi corazón!
¡Con ojos lánguidos, dulces,
se miraban, y el temor
venciendo ella al fin, le abraza
y besa su cara!... ¡Ay, Dios!
¡La fría muerte a mí entonces
también un beso me dio!
¡Entorpecida mi lengua
como una masa quedó
de plomo en mi boca...! Vuelve
de la música el rumor,
comienza el baile, y alegre
a él la pareja corrió.
¡Y mientras que inmóvil, mudo,
yo estaba allí, en mi redor
valsando, se atropellaban
riendo! Al oído habló
de la desposada el novio:
vi las rosas del pudor
en su frente; pero enojo
su cara no reveló.
Furtivamente la turba
evitan, y del salón
los vi huir. Seguirlos quise...
¡mi deseo me engañó!
¡Eran de mármol mis pies!
¡Me hizo de piedra el dolor!
Sí, el dolor me hizo de piedra;
mas, sangriento el corazón,
hasta alcoba nupcial
me arrastré, y allí... ¡qué horror!
¡acurrucadas dos viejas
miré sobre su escalón!
Las conocí. Eran la muerte
y la locura. Las dos
sobre sus bocas sin labios
posaban ¡me heló el terror!
sus dedos sin carne. Ahogado
prorrumpí en un estertor
agonioso... ¡lloré mucho;
reíme al fin! Y la atroz
carcajada, destrozando
mi pecho, me despertó!
FIN
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