Recuerdos de Lady Day

I

Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser él mismo que cantaste
mientras yo te miraba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por el agua y el viento.

II

Me dejo la fe en cada palabra, en cada equivocación, pero me apuntan con las tijeras.
(31 de mayo de 2019)



Solo puedo acercarme a ti para volver al silencio
y decirte
que eres el itinerario que perdieron las flores de la esperanza,
que tus velas se despliegan indefensas ante cualquier sonrisa,
que no quieres volver
a la frialdad de un requiebro innortado
hundido en la humedad de una almohada,
que tu maleta encalló en el armario de los rieles del olvido,
y tu carmín se deshace en las fuentes ahogadas
de otra mustia melodía
cuando fluyen la penumbra y el pesar de los escombros.

Ahora eres un poema cubierto por las hojas,
una resistencia amortajada
que vaga en los andenes de los pasajes oscuros
con un llanto desesperado
porque has perdido la llama oscura de los puertos
donde aún tiemblan las llagas escondidas
cuando cae tu voz en los dominios
descontrolados y perversos de la nieve de la noche.

Aún sostengo tu acento brotando en la cadencia
profunda y transparente
del fraseo que hierve en cada quiebro afligido,
aún espero que vuelvas desde ningún lugar
con un verso en la boca y una gardenia en el pelo.

He buscado tus zapatos en el techo de los parques,
en el rincón de los rastrojos
que juntos recorrimos con el alma estremecida,
con el vestido que aún vibra en la palabra que muere
tierna entre tus labios, el bolso y la linterna.

Gracias, Cecilia, valoro mucho tu esfuerzo, la sensación que transmites es que el comentario no es para ti un mero trámite, singularizas con evidente acierto lo de positivo que encierra cada poema.

Es el segundo poema que le he escrito a Billie Holiday. Representa mucho para mí. Me he quebrado la cabeza para que todo en el poema tuviera sabor a ella. Supongo, conociendo su fragilidad emocional y su proverbial generosidad, muy cercana a la de otro mito, Carmen Amaya, creo que, sin tener en cuenta la calidad del poema, hubiera tenido que secarse más de una lágrima porque alguien se acordara de ella. Intérprete excepcional, autora incluso de alguno de sus éxitos mayores, no tuvo suerte con la vida ni con los hombres, su debilidad más pronunciada.

Muchas gracias, un abrazo.

Creo, Pedro, que siempre esperamos aunque sea sin esperanza. No conozco bien, ni mucho menos, la biografía de Billie Holiday, pero me impresionó la amargura de su muerte, custodiada por policías a causa de su drogadicción. Se ha avanzado, y mucho, pero un fenómeno como ella nunca pudo dejar atrás los inconvenientes resultantes del color de su piel, ni siquiera la dejaron saborear su muerte como la valiente que era.

Muchas gracias, Pedro. Un abrazo.

Estoy repasando poemas para registrarlos, Pedro, y me sorprendo de haber dejado escapar algo que me dijiste; "Y el poema, como la voz aterciopelada de Billie Holiday nos arrastra hacia el pasado, que es donde se halla el único cielo que existe." Quizás ella no pudo disfrutar de su música de la manera que ha hecho que tantos nos llenemos de ella en el recuerdo, aparece con la cabeza ladeada digiriendo una herida, con la gardenia en el pelo y un fraseo interminable. Yo no sé, Pedro, si el pasado es el único cielo que existe, pero tengo por seguro de que es el único que podemos describir aunque nunca haya existido.

Un abrazo.