POESÍA SOCIAL. PUERTO RICO
HJALMAR FLAX
OBRA BREVE
PRÓLOGO A OBRABREVE 1969-POEMARIOS-2007
“LIBERTAD BAJO PALABRA: LA POESÍA DE HJALMAR FLAX”
por Mercedes López-Baralt *
Puertorriqueño aunque su nombre parezca desdecirlo, Hjalmar Flax tiene una trayectoria poética contundente, con una oferta de ya nueve libros: 44 poemas (1969), Los pequeños laberintos (1978), Tiempo adverso (1982), Confines peligrosos (1987), Razones de envergadura (1995), Cuestión de oficio (1998), Poemas de la Bestia (1999), Abrazos partidos y otros poemas (2003), primer premio de poesía del Instituto de Literatura Puertorriqueña) y Contraocaso (premio de poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña para el año 2007). También ha publicado sus versos en revistas puertorriqueñas, hispanoamericanas, españolas y norteamericanas, y ha participado en antologías tan prestigiosas como la niuyorquina Inventing a Word. An Anthology of Twentieth Century Puerto Rican Poetry (1980), editada por Julio Marzán; An Anthology of Contemporary Latin American Literature 1960-1984 (1986)editada por Barry J. Luby y Wayne H. Finke; Literatura Puertorriqueña del Siglo XX, Antología (2004); editada por Mercedes López-Baralt; y Puerto Rican Poetry, An Anthology from Aboriginal to Contemporary Times (2007) editada y traducida por Roberto Márquez, entre otras. Con sus merecidos premios y la aclamación crítica, este originalísimo e innovador poeta urbano contemporáneo recién ingresa al canon literario puertorriqueño, como lo atestigua la publicación de su ObraBreve (hasta ahora, su obra completa) por La Editorial de la Universidad de Puerto Rico, edición que mantendrá su vigencia para la posteridad.
Vale sopesar algunas de las consideraciones de la crítica en torno a la poesía de Hjalmar Flax. El laureado poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega celebra en este poeta “complicadamente sencillo”, su “paciente antirretórica” y la melancolía de su humorismo. Nuestro cronista mayor, el novelista Edgardo Rodríguez Juliá, afirma que “Hjalmar Flax inaugura senderos por bosques ya explorados; ¿qué más se le puede pedir a la buena literatura?”. También dice: “Si el neorromanticismo de Neruda concibió la poesía como mural, este intimismo de Hjalmar Flax concibe la poesía como miniatura que nos revela la infinita extrañeza del mundo”. Para el ensayista Julio Marzán, en sus versos escuchamos “la voz del Macho Camacho ya cansado de tocar su guaracha y luego de varias sesiones de sicoterapia”. En su presentación de Razones de envergadura, el poeta José Luis Vega señala:
“En el centro de la escritura irónica de Hjalmar Flax se instala la sospecha, la imposibilidad de creer, sin más, en las fábulas del mundo… Así, sin ilusiones y sin consolaciones mayores, el poeta urde su respuesta ética ante la opacidad de un mundo que no tiene otra esperanza que la que pueda nacer de la propia imperfección… Ante tal desligamiento, Hjalmar hace del lenguaje su patria fundamental. Allí se instala y ampara. En sus versos hallamos el más agudo conceptismo de la poesía puertorriqueña”.
Para Pío Serrano las fuentes literarias de Flax van desde Neruda, Nicanor Parra, Cardenal, Roque Dalton, Palés, Quevedo y Dylan Thomas, hasta Auden, Pound, Eliot, Ungaretti y Pessoa. Pero añade, apuntando a la autenticidad que lo hace tan original: “en todas partes el poeta fue consigo mismo”. Refiriéndose a Poemas de la Bestia, poemario que reconoció como uno de nuestros mejores libros de 1999, la crítica y ensayista Carmen Dolores Hernández afirma que:
“Hay un momento – no llega siempre, no les llega a todos – en que un escritor, un artista, un poeta alcanza una cumbre en su talento… Lúcido, lúdico, Hjalmar Flax ha llegado aquí a una cima que alcanzan tan sólo unos pocos poetas: los que se han entregado de lleno a tan exigente oficio”.
Por mi parte, puedo decir que llevo conversando, por más de cuatro décadas y desde antes de la publicación de su primer libro, con los versos de Hjalmar Flax. He celebrado la aparición sucesiva de sus nueve volúmenes, y he visto nacer, uno a uno, los poemas que configuran sus últimos tres libros. Dos ensayos escritos en torno a sus dos poemarios más recientes sintetizan mi intensa admiración por la obra de nuestro poeta: “Libertad bajo palabra: la poesía de Hjalmar Flax”, leído como presentación de Abrazos partidos y otros poemas en el Ateneo Puertorriqueño el 28 de octubre del 2003, y cuyo título he querido mantener en mis palabras liminares para su Obra breve por razones que se harán evidentes a lo largo de estas páginas, y “Escribir de la muerte pensando en la vida: El Contraocaso de Hjalmar Flax como crónica en verso de una muerte anunciada”, que fue la presentación del mencionado libro en el Colegio de Abogados el 16 de enero del 2008. Ambos ensayos son un referente obligado de mis palabras, pues si el primero asedia el perfil del poeta, el segundo se ocupa de las aportaciones más novedosas y recientes de esta poesía de hondura palpitante.
Poeta con mayúsculas, Hjalmar Flax se ha dedicado como pocos a la locura de la poesía, con escasas interrupciones, para ejercer con desgano la carrera legal o para emprender viajes interminables por Europa, donde tampoco la abandonaba. Con él he continuado el diálogo que comenzara hace años con nuestro mutuo amigo, el inolvidable Edwin Reyes, sobre el consuelo de la belleza. Belleza con la que nos deslumbró Hjalmar a mi hermana Luce y a mí, en aquellas tertulias de nuestros años universitarios en la calle Alhambra de Hato Rey, tanto desde el teclado (había compuesto una melodía misteriosa, incantatoria) como desde la palabra, con un conmovedor poema de ecos darianos, que comenzaba: "He aquí lo fatal". Para nuestra desgracia, la melodía y el poema ya sueñan en el pozo del olvido. Pero sirvieron como heraldos de lo que vendría poco después.
Supe desde entonces que era poeta, y de los buenos. Lo que confirmé años más tarde con la más temible de las pruebas de fuego a la que lo pueda someter el oficio, más allá de emprender un soneto: ceder a la tentación de escribirle a la madre. Prueba que pasó con altísimas calificaciones, al eludir, en un hermoso poema de 1978, titulado Metafísica, el melodrama siempre acechante del tópico materno:
Si algo me anima, si mi alma
fuese inmortal, sería por simpatía,
porque no estás en Puerto Rico
en ninguna parte de este mundo.
Porque no es cosa de ir a visitarte.
Porque no es cosa de coger el automóvil,
o el avión, o la nave espacial
y llegar en veinte minutos a la Calle Luhn,
o en tres horas a París.
Es algo mucho más complejo, mucho más difícil,
más inconcebible que llegar a Saturno.
No te imaginas que soy aviador.
Tu recuerdo no puede imaginarse lo que he hecho
después de aquel abrazo,
ni lo que he pensado,
ni lo que he sentido.
Tu recuerdo sabe muchas cosas pero no sabe eso.
Se ha quedado detenido, como las estatuas,
como el final de una película.
Si algo me anima, mi alma sería
por toda la simpatía que te tengo,
inmortal.
Este poema de Los pequeños laberintos es el primero de una larga serie de entrañables cantos de nostalgia por la ausencia de la madre: Crónica de septiembre 17, Wonders never cease, La hora del té, Espejismo, Josefina cantaba, Ráfagas, Treno de otoño, In memoriam, Apuntes para un poema y Lo que se pierde.
He comenzado mi asedio a la poesía de Hjalmar Flax haciendo referencia al poema Metafísica, porque la muerte es visitante tan asidua de sus versos, que hace que el poeta confiese en el libro citado que le ha "cogido cariño a la Funeraria Ehret". Pero también porque la orfandad es un tema persistente en su poesía: "Yo nací para huérfano.../...Porque ser huérfano es un estilo, una actitud/vital, existencial: saberse solo,/irremediablemente desligado, es/tener al mundo al frente, atrás, encima,/debajo, alrededor, pero jamás/estar dentro del mundo". Así lo proclama en Confines peligrosos. Y es que la orfandad es una forma primaria de la soledad, el gran núcleo de su obra poética. Desde su primer libro, 44 poemas, el poeta se autodefine como solitario: “Yo vivo solo/no me importa/escucho/todos los ruidos/camino/con la tarde ciega/los insectos/la brisa/las palomas flacas/picoteando/las orillas de la calle/sólo los edificios/parecen comprenderse/no me importa/no me identifico/no comunico/qué más da/yo vivo solo/como todo el mundo”.
Coherente como pocos, Hjalmar me envió por email hace unos años su poema favorito de un poeta compartido por ambos, Edgar Allan Poe. Titulado Alone, allí el autor de "The Fall of the House of Usher", tras confesar, From childhood’s hour I have not been / as others were..., propone la soledad como eje de su vida, como la única llave que puede entreabrir la puerta del misterio. Llave que encarna, cómo dudarlo, en la poesía. La soledad de la que habla Poe es la que Hjalmar Flax lleva tatuada en la piel, y que, aunque en su caso podría leerse como una manifestación nihilista de su escepticismo vital (recordemos otras: en su primer poema publicado, el haikú Comienzo, dice: “Tiene la nada/el atractivo de la sencillez”; Los pequeños laberintostermina con otro haikú parecido, esta vez sin título: “A pesar de todo/nada quedará”), el poeta la iza ufano como estandarte de libertad en el primer poema de Abrazos partidos y otros poemas , y ya: "Yo traté, créanme, más que los otros,/varias veces, de abandonarme lejos/y regresar a ser sólo un buen hombre,/con mujer, hijos, casa, obligaciones,/deudas, planillas y quizás un perro,/y agradecerle a Dios cada domingo/pequeñas bendiciones, tibios besos.//Pero caía la noche, ese mar infinito...//Yo traté, créanme, pero no pude". He citado un fragmento.
Desde el primer volumen de sus memorias, Ernesto Cardenal llamó a su existencia célibe y pobre Vida perdida, citando a San Lucas, quien propusiera que el sacrificio de los placeres mundanos trocaban la pérdida en ganancia de Dios. Hjalmar no ha renunciado a ninguno, pero ciertamente sí dejó de lado la complacencia de la vida burguesa por convertirse en monje contemplativo de la belleza. No sin conciencia de la pérdida, otra de las pulsiones que lo llevan a escribir. No puedo menos que recordar al cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa, cuando en "Milonga del desdichado", y con versos de Washington Benavides, pone en boca de un viejo gaucho solitario, que contempla por el camino a un hombre con su chiquilín en una carreta, el siguiente lamento: "Y se dice convencido/yo podría andar así/porque sólo es desdichado/el que supo presentir/que otra vida lo esperaba/y la perdió por ahí...".
Como lo advirtiera en el citado poema de Abrazos partidos y otros poemas , que no por casualidad abre el libro, nuestro poeta resiente los límites cual barrotes de prisión. Se trata de una constante en su poesía, que aflora –como tantas otras– desde su primer libro. En un poema titulado Yo sé, de 44 poemas, el tiempo mismo, que parece inmovilizarse, se le convierte en cárcel: “Yo sé las tardes grises/como claustros trapenses./Tardes que son/sótanos inmensos. […] Tardes como zaguanes sin salida./Tardes como rincones.//Tardes ancladas, mohosas/en los muelles del cielo. […] Y he visto el tiempo/dormido en los tejados”. El poeta vuelve a la carga en Dos gotas, del mismo libro: “La tarde cierra/sus portones opacos”. Pero aquel tiempo detenido del primer libro de un poeta joven aún pronto comienza a acelerarse, y en su fugacidad volverá a aprisionarlo: en Poema sin futuro, de Tiempo adverso, dirá: “Estoy preso en los recuerdos de un pasado demasiado fugaz”; en otro poema del mismo libro, Plegaria, nombra el instante que vive como “esta hora cárcel”. Pero la libertad por la que opta también pesa; así lo confiesa en un poema de Los pequeños laberintos, Alcohol IV: "Me tomé la libertad, toda la libertad./Solo y borracho estoy/en esta cárcel cósmica/donde el espacio apesta". Son muchas las cárceles en su poesía, desde la más amplia - el cosmos - hasta las más inmediatas. En Miramar 709, del citado libro, su casa misma - un acogedor apartamiento sanjuanero - simula fronteras que lo aíslan de los demás. El intercomunicador dañado le ofrece una conveniente coartada al poeta solitario: nadie lo visita por la falta de timbre. "Coño tan chévere que está esto aquí,/y el día que está tan bonito/con la bahía y la música". Y es que, como él mismo afirma en el poema que le da título a su cuarto libro, el hombre es "prisionero de sus propios confines peligrosos". "Galerías somos/inmensas y cerradas", dirá en el poema Retrospectiva, del mismo libro. De ahí que el amor no sea posible; la pareja se reduce necesariamente a "tan sólo una mujer y un hombre,/cada uno, en su pequeña soledad, encerrado", como lee otro Testimonio de Confines peligrosos. Pero al poeta no le queda otra que vivir en la nostalgia de sus pérdidas, que también constituyen prisión: la más cruel de todas, cárcel de amor. Así lo reconoce en el Poema sin futuro de Tiempo adverso: "Yo también estoy preso en los recuerdos/de un pasado demasiado fugaz". Pasado reciente que llora en Poemas de la bestia, en el que Hjalmar se nombra a sí mismo, en un poema en inglés, como Caged beast. Es en este poemario en el que cuaja una de sus más conmovedoras imágenes carcelarias; la del corazón preso en el tórax. Me refiero a Poema en San Valentín:
Tu recuerdo me vive a su albedrío.
Hoy levanta ante mí mi propia imagen
feliz cuando contigo:
es un fantasma ilusionado, alegre,
que me sale del cuerpo
y abraza tu recuerdo, y enlazados
bailan en el espacio de la vida,
en ese espacio hueco donde habito
desde que por razones racionales
llevé a cabo los actos rigurosos
de cortar y arrancar
y echar a andar sin voltear el rostro,
para dejar atrás lo inconveniente.
Pero mi corazón, torpe animal,
sin comprender por qué se lo llevaban
como si nada grave aconteciese,
se volteó en su jaula de costillas
para ver a su amor permanecer
de pie, tras un portón,
en una calle ingrata, para siempre.
Piedra de sal no me volví, del todo.
Pero mi bruto corazón
piedra de sal se hizo en ese instante.
Por eso es que a pesar de tantos años,
boto sal por los ojos
pruebo sal en la boca
trago sal,
cuando en atardeceres soleados,
o mañanas lluviosas, o noches estrelladas,
en el espacio hueco que es mi vida
baila un fantasma alegre, ilusionado,
con tu recuerdo vivo.
Y yo los miro.
Los sufro con paciencia.
Los perdono.
En su primer libro, 44 Poemas, el poeta ya anticipaba el destino carcelario de su órgano vital, cuando en Horas oscuras afirmaba; “Pueblo mi corazón de quietas cárceles…” En ese mismo libro encontramos otra instancia del corazón preso en la jaula del tórax, desesperado por salir, en versos que preludian el Poema en San Valentín: “Ella se va, la apura la distancia./A cada instante se hace menos ella,/dejandome las manos detenidas//a mitad del dolor, palmas abiertas,/y el corazón trepándome en el pecho/como una rata ahogándose en su cueva”.
Pero, para decirlo en palabras de Miguel Hernández, "las cárceles vuelan" cuando las perfora la palabra. Si el mismo oficio poético se le figuraba a Hjalmar Flax cual prisión en el poema Desayuno, de Confines peligrosos (“y no recuerdo cómo fue el delito/que trajo tal encierro solitario”), en él está la escala de estrellas construida sílaba a sílaba para emerger del otro lado del espejo: "Prosigo/con ciego y sordo oficio carcelario,/tragando en soledad café con leche,/marcando en soledad papel en blanco". Místico de la belleza, su relación con el Dios que niega es irrenunciablemente estética: en Tiempo adverso advierte, que si fuera a pedirle alguna cosa, "le pediría/que me diga en un verso el universo". No dudó Hjalmar en retar a Dios, forzándolo a someterse El mismo al trance místico en el que todo es UNO en el amor, y gracias al cual las fronteras espaciales y temporales desaparecen. De paso lo conmina a convertirse en poeta, para contarlo.
Cuando Hjalmar me pidió que presentara Abrazos partidos y otros poemas sabía que tenía ante mí el banquete de sumergirme en su poesía, de manera muy otra a la que estaba acostumbrada: leerla a solas, o leerla al alimón con él en mi casa o en la suya. Tuve que pasar de lectora a estudiosa. No fue difícil, pues la poesía agradece la lectura lenta y más aún, la relectura, recompensándola de inmediato con claves y señales que la iluminan. Tan sólo hay que dejarla hablar, decir, sin imponerle a priori camisas de fuerza que mal disimulan la falta de olfato literario y de pasión del lector. Su poesía me habló, y fue contundente. La imaginería carcelaria de la obra de Hjalmar Flax, que va de la mano con una irrenunciable pasión libertaria, se me hizo tan evidente, que comencé a buscarle título a mi presentación de su libro. Fueron varios los finalistas, entre ellos, "Hjalmar Flax: de la cárcel de amor a la gran fuga". Pero otras frases hicieron sus pininos por ingresar en el título: desde la sanjuanina "Salí sin ser notado", la sorjuanina "Sílabas las estrellas compongan", la miguelhernandiana ya citada, "Las cárceles vuelan", hasta la cursilada de una canción que cantaba Perry Como, "Prisoner of love" o el jocoso título de una vieja ranchera, "El preso número nueve". Que por cierto, era un hombre muy cabal. Pero nada, no podía excederme de un título, y lo dejé como “Libertad bajo palabra”. Hoy reconozco cuán bien nombra la propuesta última de su quehacer poético. También ahora me doy cuenta de que al emplear la frase hecha de libertad bajo palabra, estaba tomando prestado, inadvertidamente, el título de una antología de Octavio Paz, publicado en México, en 1960, por el Fondo de Cultura Económica.
Esa "libertad bajo palabra" en la que vive nuestro poeta figura contundente en el segundo poema de Abrazos partidos y otros poemas . Se trata de un soneto, metáfora carcelaria por excelencia en el campo de la métrica, que obliga al poeta a disciplinarse, a constreñir su dolor en el corsé de los límites rítmicos, como lo ha visto la crítica de Miguel Hernández en el caso de El rayo que no cesa. Titulado Imperfecto, comienza aludiendo a aquel corazón enjaulado de Poemas de la bestia, ahora preso en una armadura confitada: "Fruta es su corazón, amarga y huera,/por una costra dulce abrillantado,/ armadura vidriosa que agujera/el diente memorioso del pasado". El poeta, solitario en su cárcel de amor, apunta a la poesía como única llave capaz de abrirle una salida: "creyendo que sus juegos cotidianos/con las palabras que aprendió de niño/recompensan la falta de cariño". El tercer poema del libro, y uno de los más poderosos, regresa a la imagen del corazón preso en la jaula de costillas del Poema en San Valentín, en una originalísima reflexión sobre el envejecer. Se titula Plegaria del poeta viejo, y dice así:
Dios, envejezco, y a nadie le importa.
Sentado aquí conmigo solamente,
hoy ni consigo ser mi propio público.
Hoy contra mí se han agolpado todas
mis pérdidas presentes y pasadas.
De todos los caminos no escogidos,
hoy me salen al paso los umbrales.
Y es demasiado el precio que he pagado
por haber sido y ser cómo soy y quien soy.
Hoy se vuelven preguntas mis consuelos probados.
Y parece que todo
estaba de antemano ya dispuesto,
que mi albedrío siempre fue el de una bestia lúcida
obligada a vivir en su jaula de pérdidas,
y escribir testimonios de su dura condena.
Hoy no sé dónde estoy ni cómo llegué aquí.
Sólo sé que envejezco, Dios, y a nadie le importa.
Ni a Ti.
Reitero tres versos: “que mi albedrío siempre fue el de una bestia lúcida/obligada a vivir en su jaula de pérdidas,/y escribir testimonios de su dura condena", para subrayar la correlación, de causa y efecto, entre esta cárcel de amor y la libertad cifrada en la palabra escrita.
A partir de Poemas de la bestia, el poeta añade otras razones para alimentar la melancolía, más allá de la orfandad, la soledad y el amor perdido. En Abrazos partidos y otros poemas , estas otras razones serán el deterioro físico del propio cuerpo (ya anticipado en el poema Confines peligrosos, del libro del mismo título; en Turismo interno, de Razones de envergadura; y en Y que cumplas muchos más, de Poemas de la Bestia), la vejez como heraldo de la muerte, la muerte presentida del padre, la de amigos idos a destiempo y la amistad vivida desde la ausencia. Y como en toda su obra, persistirá la conciencia del oficio poético como problema esencial.
Exitoso atentado contra la solemnidad, la poesía de Hjalmar Flax ha oscilado, desde sus comienzos, entre polarizaciones y contrastes: la ternura y la ironía, el desafío y la vulnerabilidad, el desamparo y la autosuficiencia, el lirismo y el humor. Y, en muy pocos casos, el inglés y el español (aunque hay que advertir que, aunque incluya en uno de sus libros poemas como Dawn, Dusk, Cupid’s Quarry y Caged Beast, su poesía nace en el vernáculo, la lengua de la madre y, sin duda alguna, la del poeta). El humor, antídoto por excelencia de la melancolía, preside muchos de sus poemas, que coexisten cómodamente con tantos otros dedicados a las despedidas. Abrazos partidos y otros poemas ofrece un magnífico muestrario de la diversidad de la poesía de Hjalmar Flax. Su sección central incluye hermosas elegías a la muerte de cuatro amigos: Carlos Varona, Marcos Irizarry, Nemesio Vargas Acevedo y Edwin Reyes, muerte que partió en dos la posibilidad de "cómodos caber en un abrazo"; también poemas sobre la nostalgia de la amistad, como el dedicado a Ángela. Y cómo no, un hermoso soneto al amor perdido, que el poeta titula Plaisir d'amour y que dedica a la Bella de los Poemas de la Bestia:
Su aún llega su belleza y su dulzura
desde el pasado hasta mi pensamiento,
si aún evoco su olor, su movimiento,
y de su voz la clara tesitura;
si a pesar de la vida, de la cura
que el tiempo presupone, aún la siento,
y el corazón transita, tiento a tiento
ciego de ausencias, sordo de amargura;
¿valdrá la euforia del amor, la inmensa
pena de amor cuando el amor termina
y ese otro amor, el desamor, comienza?
Responderé mañana. Hoy preciso
volver a recordar el paraíso
perdido en el desierto de su ruina.
Sin embargo, en este mismo libro, la pérdida del amor se toma en broma, en el estupendo haikú titulado Pequeño ballet doméstico: "Nos movemos en silencio por la casa,/sin hablarnos, sin mirarnos,/sin tropezar el uno con el otro.//¡Qué salga el coreógrafo!". Vale advertir que la risa es una constante en la poesía de Hjalmar Flax, desde sus primeros libros. En 44 poemas están escritos en clave de humor Aguaceros dispersos y Mal tiempo; en Los pequeños laberintos el procaz Harry, textualmente y la ingeniosa a Elegía plena, dedicada a Maelo, nuestro sonero mayor, y que comienza: “Me cago en la madre de los policías/que arrestaron a Ismael/y en la madre del fiscal que llevó el caso./Sordos tenían que ser”.
Abrazos partidos y otros poemas contiene uno de los poemas más geniales de Hjalmar Flax, de un humor no por tierno menos punzante. La risa casi enmascara el hecho de que estamos ante una reflexión sobre la tristeza de la soledad, que al asumirse desde el desafío gozoso de la gula, mueve tanto a compasión como a risa. En su Homenaje a Teresita, el poeta, voyeur que también come de fonda en soledad, mira desde su mesa cómo otra comensal, esta vez pantagruélica, despacha el cocido de garbanzos, los macarrones con queso, el plato de ternera con patatas (obviamente estamos en Madrid) y una botella de vino, para concluir con una discreta natilla, fino mentís del hartazgo anterior.
La sección final del poemario abunda en haikús, siempre humorísticos. En Tempus fugit el poeta se burla de su decadencia: "Yo tomaba café,/hoy tomo té: manzanilla./Ya usted ve". En Ella me dijo, el rechazo de la propuesta amorosa asume la máscara frívola del antojo: "No sé lo que es el amor./Pero me comería/una barquilla de chocolate". El último parece un manifiesto anti-ecologista. Titulado Pensamiento en la Plaza de Armas, tiene un solo verso: "Me cago en las palomas".
El penúltimo poema, Exposición de las palabras, retoma, en clave irónica, la propuesta del soneto Imperfecto, de que los juegos cotidianos con las palabras que el poeta aprendió de niño son la estrategia compensatoria de la cárcel inexorable que supone el vivir. Dicha estrategia se hace explícita en Los pequeños laberintos, cuya dedicatoria lee: "a las ineludibles A B C Ch D E F G H I J K L Ll M N Ñ O P Q R S T U V W X Y y Z, sin quienes no hubiese podido ser". Las letras crean las palabras y éstas, a su vez, van conformando una escala que le permite al poeta emprender la huida de su prisión existencial. Aunque para él se trata de una cuestión de vida o muerte, o precisamente por ello, decide trivializar el asunto en el citado poema de Abrazos partidos y otros poemas, tratando lúdicamente a las palabras como putas caras que le juegan malas pasadas:
A veces, desde lejos, las observo en silencio
con una leve mueca petulante,
como si conociera una verdad oculta,
un secreto, un truco para someterlas.
Se dan cuenta enseguida que blofeo.
Se suben el escote y se bajan la falda,
me miran de reojo, me sacan la lengua,
y se ocultan en el diccionario.
Y es que, en la poesía siempre oscilante de Hjalmar Flax, hay otros hilos conductores, más allá del afán libertario motivado por los “confines peligrosos” de su orfandad existencial. Hilos que, como el de Ariadna, no nos dejan perdernos en sus “pequeños laberintos”. En este momento me refiero al que se infiere de los últimos pasajes citados, la autorreferencialidad. Son muchos los poemas que expresan una obsesión identitaria que en nuestras letras resulta novedosa, ya que no es patriótica, sino lírica. Abrazos partidos y otros poemas contiene un magnífico ejemplo de la construcción de las señas de identidad de Hjalmar Flax como poeta. Me refiero al
Poema para celebrar sesenta:
He sobrevivido
los impulsos de la juventud,
mantenido en jaque
las buenas intenciones,
rehusado pagar cuotas,
defendido mi persona,
patrullando los límites, atento.
He dicho siempre mi verdad
y soportado las consecuencias.
He llegado
solo hasta mi edad,
hasta mi soledad,
poeta.
Esta obsesión por el oficio aflora desde su primer libro, en un hermoso poema titulado Bajo la luz, que dice así: “Bajo la luz de fluorescencia fría/sobre este espacio en blanco/con esta tinta negra/escribo de la noche que está afuera/y no se atreve a entrar por la ventana”.
Pero hay más que decir sobre la singularidad de la poesía de Hjalmar Flax: sus oscilaciones son tan sólo una manifestación, entre otras, de su amplio registro. Pues en ella conviven el poeta huérfano que añora el amor materno; el poeta amoroso; el poeta solitario, misántropo; el poeta voyeur, que asedia con su mirada a cuanta buena hembra cruza su camino; el poeta crítico de la historia, tanto colonial como global; el poeta autorreferencial, que piensa en verso su oficio; el poeta que le canta con ironía –tantas veces melancólica, otras, jocosa– al proceso de envejecer; y el místico de la belleza. Sonetista, versolibrista, autor de haikús, lírico, conversacional, exquisito y procaz, Hjalmar Flax es un poeta múltiple. Multiplicidad que se proyecta en su sorprendente, autoparódico y multifacetado sujeto lírico: huérfano, solitario, melancólico, culto, reflexivo, rebelde, poeta, voyeur, depredador, blasfemo, sensual, misántropo, cínico, gruñón, descarado, zafio y a la vez delicadísimo. El poeta, escatimando alardes, resume en un soneto de Abrazos partidos y otros poemas el milagro de su poesía: “Pizca de inspiración, tonel de oficio”.
Hablemos de su libro más reciente, Contraocaso. De entrada hay que reconocer que su título ya se anticipa en unos versos del poema Consejo médico, de Tiempo adverso, en los que el poeta advierte que “cada rosado contraocaso” trae una nueva pérdida. Sobre este libro de madurez, Carmen Dolores Hernández publicó en El Nuevo Día, el 16 de diciembre del 2007, una magnífica reseña titulada “Rabiar contra la noche”, a la que debo aludir antes de proponer mi lectura del poemario. Para la distinguida crítica, el título contraocaso “implica lucha; un último intento de vencer la oscuridad que se aproxima. La palabra encierra lo que los versos de Dylan Thomas expresan: Do not go gentle into that good night,/Old age should burn and rave at close of day;/Rage, rage against the dying of the light…”. Según Hernández, los poemas que marcan el alpha y el omega del libro –Codicilio y Mañana– constituyen un preámbulo de implicaciones legales e índole testamentaria que apunta a la decadencia del viejo abrigo y por proyección ineludible, de la propia persona, y un epílogo tímidamente esperanzado, que ve en la poesía la única tabla de salvación contra el ocaso. “Dos tópicos de larga prosapia –continúa Hernández– presiden sobre el poemario: la noción de tempus fugit y la de lo que pudo haber sido y no fue”.
Concurro gozosamente con Carmen Dolores Hernández. Pero como cada poema, cada libro, se reinventa con cada nueva lectura, voy a ofrecer una síntesis de la mía, deteniéndome en dos aspectos medulares de la feroz originalidad de Contraocaso. El primero apunta a la nueva máscara que asume el sujeto lírico siempre cambiante de nuestro poeta. La voz lírica predominante en el poemario, luctuosa, se va trocando en fúnebre: espera la muerte como película de estreno que le ofrezca alguna novedad, contempla con ilusión dos pastillas de cianuro, se convierte en francotirador para acechar al prójimo desde su casa convertida en bunker. Y en varios poemas llega a lo macabro, al asumir la máscara del patólogo forense (el tema se tantea en Poema patológico, de Los pequeños laberintos; en Serie necrofílica, de Confines peligrosos, cuando el poeta dice: “La miro muerta en mí”; en Determinaciones, de Tiempo adverso; y en unos versos del poema Invitación, de Poemas de la Bestia, en los que el poeta advierte: “Lo que te espera/es el recuerdo de tu amor en ruinas”). He dicho patólogo forense, porque estoy hablando de la autopsia tras un homicidio. Me explico. En su bellísimo Poema en San Valentín, ya citado, que resulta un homenaje oblicuo a La búsqueda asesina de Palés, Hjalmar cuenta cómo mató a su amor:
llevé a cabo los actos rigurosos
de cortar y arrancar
y echar a andar sin voltear el rostro,
para dejar atrás lo inconveniente.
En Contraocaso, el poema La Bestia necrofílica le da un giro insospechado a esta desgarradora historia de la pérdida del gran amor. El poeta, queriendo desenterrar el recuerdo descompuesto de la amada, que guarda en formol en el viejo gabinete del Dr. Caligari en que ha convertido su casa, se trueca en patólogo forense. Y, “con la nariz untada de mentol”, examina pormenorizadamente el cadáver amado, como un Petrarca enloquecido.
Pero también como patólogo forense examina el propio cuerpo que ya anticipa su cadáver, en esta crónica en verso de una muerte anunciada que siente como delito que la vida comete contra él. Los heraldos negros de la muerte envían señales inequívocas: pellejos arrugados, venas brotadas, calvicie incipiente, artritis invasiva, y la alucinación terrible de la descomposición, cuando yendo al baño de noche, se da cuenta de que se le cayeron los testículos: “siente que algo le rueda pierna abajo y cae (plop) al piso. […] Efectivamente,/le ha llegado el día del descojonamiento”. Los versos citados nos advierten que no estamos ante un libro trágico. Su obra, tan melancólica, tampoco lo es; el humor y la autoparodia lo impiden. Recordemos nomás aquellos versos del poema La vida, ésa sí, de Confines peligrosos, que dicen: “Admítelo/te gusta la soledad”, u otros del poema Figuraciones, de Poemas de la Bestia, en que el poeta reconoce estar casado con la misma dama, la soledad. Hay una nota de humor negro en la pormenorización casi gozosa, clínica, de los achaques que anuncian la vejez en la poesía de Hjalmar, cuya impronta científica nos remite al hecho de que el poeta es hijo de dos médicos muy distinguidos en nuestro país. Lo que me recuerda la alegría con la que el famoso antropólogo Sir Edmund Leach hablaba en Cornell, hacia fines de los setenta, sobre el proceso de envejecimiento, whose intriguing symptoms I am thrilled to anticipate, decía. How British, diría yo.
El segundo aspecto de Contraocaso que me resulta impactante tiene que ver con una de las claves de la escritura de nuestro poeta, sugerida aquí por la primera palabra del título del libro: contra. Ya hemos hablado de los contrastes que le otorgan una tensión poderosa a sus versos (Octavio Paz lo diría de otra manera: la fusión de los contrarios funda la poesía). Lo primero que hay que advertir es que la obra de Hjalmar Flax –como la poesía de Shakespeare, la de Machado, la de Vallejo, la de Pepe Hierro, la de Palés, por sólo mencionar un puñado de grandes poetas– marca un contraste entre la referencialidad y la autorreferencialidad. Los versos de nuestro poeta son referenciales, casi autobiográficos, y dan noticia oblicua de nuestra historia colonial. Pero a la vez son autorreferenciales, en tanto expresan la conciencia del oficio. Los temas eternos de la poesía, ligados a la vida (la temporalidad, el amor, el misterio, la soledad y la muerte) dialogan con una preocupación literaria, aquella que según Michel Foucault inaugura la modernidad en el barroco: la conciencia de la ficcionalidad, con su obsesión de mirar el tapiz por el revés, revelando los artificios del arte, sus estrategias para inventar mundos alternos.
Contraocaso no es una excepción. En él, nuestro poeta reflexiona sobre los temas ya mencionados, con especial énfasis a las precariedades del envejecer; pero también, sobre su condición de poeta. Los poemas que enmarcan el libro son evidencia rotunda de que la poesía misma es uno de sus dos grandes temas; el otro es el de la temporalidad que todo lo destruye. He aquí el segundo contraste: creación versus destrucción. Aquel abrigo al que alude el poema Codicilio puede –y debe– leerse de varias maneras: en primer lugar, de manera referencial, como alusión al famoso jacket de nuestro poeta, quien sin querer queriendo ha creado un estilazo de moda que hace del sport un epítome del flair, con boina y todo. Pero desde la perspectiva de la dicotomía occidental, cristiana, que opone la materia al espíritu, el cuerpo al alma, el abrigo podría ser el cuerpo que, como en la elegía a Alfonso Silva de Vallejo, protege y oculta el alma. Ahora bien, si retomamos las citadas palabras de José Luis Vega: “Hjalmar hace del lenguaje su patria fundamental. Allí se instala y ampara”, podemos hacer otra lectura, esta vez autorreferencial, del abrigo, que entonces resulta el consuelo supremo de la poesía. De ahí la coherencia que este preámbulo guarda en relación al epílogo titulado Mañana, en el que la única salvación posible está en la palabra.
El tercer contraste de Contraocaso reside en el salto intempestivo de la melancolía a la irreverencia. Tras el lirismo (siempre en tono menor, conversacional) que abre el poemario con la referencia a la propia muerte del poeta, a su cuerpo dormido en la matriz arquetípica de “una tumba húmeda muy cerca de la mar” (nótese la intención de otorgarle al mar, con el artículo femenino – la – un abolengo antiguo con sabor a romancero y a Jorge Manrique), aparece, descarado, un poema jocoso en el que el sujeto lírico emerge cual loser misógino que deshoja la margarita de si hubiera asistido o no a una fiesta a la que a fin de cuentas nunca lo invitaron. Se trata de un poema que mueve literalmente a la carcajada; consideremos tan sólo unos versos: “Tengo entendido que la invitación /incluye acompañante./¿A quién invitaría yo a ese evento?/¿A Maritere? No, está muy vieja,/mejor a una más joven, más bonita./¿A Luz Idalia? No, viste muy charra,/habla demasiado, puede meter la pata./¿A Iris? Hace tiempo que no hablamos,/es probable que aun esté molesta./¡Uy, no! ¿A quién? Mejor voy solo”. Pues bien, hemos saltado, sin paracaídas, del desaliento nostálgico ante la fugacidad de la vida de un sujeto solitario, pensativo y culto a la jaquetonería de un macharrán también solo, pero en denial (así imagino que lo diría el personaje) de los motivos que se agazapan tras su soledad.
El cuarto contraste se puede sintetizar en dos versos del poema Lo nuevo: “Helo aquí, un viejo que escribe de la muerte/pero piensa en la vida”. Los poemas luctuosos del libro son muchos (Codicilio, Naufragios, Plegaria para un depredador, Apuntes para un poema, Soneto simiótico, El pescador de perlas, Lo que se pierde, Tango, Acción de gracias en la autopista, Gone with the Wind, Un colega llamado poeta, Camino al barco, Matinal), pero se ven interrumpidos por estallidos de vitalidad en guisa de lujuria cachonda. Para muestra dos sonetos de raigambre palesiana: Mar Caribe, que evoca a la Tembandumba de la Quimbamba, y lo último en la avenida en el terreno de la zafiería, Belleza pide soneto, cuyo arranque es atrevidamente estupendo, en tanto desacraliza quevedescamente a la Galatea garcilasiana: “Mamisonga, más dura que el concreto” (no digo nada del final, más cafre aún, para no arruinarle el deleite de la sorpresa al lector).
Este contraste entre la vida y la muerte, el ser y el no ser, desencadena un quinto contraste, que tiene que ver con las consecuencias de la libertad. Hablo del contraste entre la vida vivida y la otra vida posible, aquella a la que se renunció. Dos expresiones en inglés resumen de manera patética la encrucijada de caminos que marca toda vida: la terrible palabra if, y la frase it could have been. El poema Fragmento de un sueño recurrente (primo hermano del primer poema de Abrazos partidos y otros poemas, Y ya), trata con ironía melancólica este dilema, al sopesar la vida convencional, burguesa, que desdeñó el poeta, para abrazar la soledad libertaria de su oficio: “la mujer y los hijos y la casa con patio/donde caga algún perro, merodea algún gato,/la crianza, la escuela, el bíblico trabajo,/la playa dominguera, la limpieza del carro,/los deportes, la tele, las reuniones de amigos,/la familia, la iglesia, el partido político,/la cuentita de ahorros, la pensión y los años…”
Ponderemos un último contraste, esta vez entre la violencia y la reverencia, que cuaja admirable en el poema más poderoso del libro. Me refiero a la Plegaria para un depredador, reflexión tremenda sobre el destino darwiniano del hombre, cuyo cerebro, desarrollado a fuerza de proteínas carniceras, es fruto de crímenes incontables que se remontan a nuestros ancestros los primates y que alcanzan su paroxismo en las guerras que hasta hoy inundan de sangre los caminos transitados por la humanidad. En versos que evocan resonancias de uno de los poemas surrealistas de Miguel Hernández, Sino sangriento, Hjalmar Flax nos conmina a aceptar la cruel verdad desnuda de la violencia como motor de la evolución humana: “No te detengas ante el dolor. No escuches/los gritos a través de los milenios,/el estruendo de gritos que sumados/arroparían el planeta como huracanes de sangre,/como jauría de aullidos sanguinarios/azotando las ventanas de un frágil refugio”. El poema se da la mano con otro, titulado Este animal, cuyo tono blasfemo deja a Dios muy mal parado: “Este animal que somos,/depredador dotado de tanta inteligencia,/es el mayor fracaso del científico loco/al que llamamos Dios”. Pero la Plegaria para un depredador, cuyo título mismo apunta al contraste, cierra con el broche de oro de una sorpresa rotunda, que nos lleva a la reverencia ante lo sagrado. “Yo, depredador carnívoro,/descendiente del mono más inteligente,/con el estómago lleno de sangre/y el cuerpo peludo cubierto de tela,/soy capaz de componer/La Pasión según San Mateo, la Novena Sinfonía,/soy capaz de escribir La Ilíada y la Egloga Primera,/de pintar el Guernica y Las Meninas,/de esculpir el Laoconte y la Pietá,/de cantar como Björling y Tebaldi,/de bailar como Fontaine y Nureyev,/ de amar y de llorar,/pero soy incapaz de comprender por qué”. Queda claro que lo sagrado aquí no tiene que ver con religión alguna, sino – como nos lo ha enseñado Mircea Eliade - con la capacidad humana, innata, de sentir reverencia ante el misterio. Misterio de las maravillas insospechadas que puede producir el depredador sangriento, y que inspiran, más que reverencia, el culto a la belleza. He aquí otro de los hilos conductores - quizá el más importante - no sólo de Contraocaso, sino de la poesía toda de Hjalmar Flax.
“Soy incapaz de comprender por qué”. La pregunta ¿por qué? nombra la pulsión que late tras la creación artística, y asoma con patetismo lírico en el último verso del poema, reclamando los motivos insondables de la capacidad del más violento de los primates para engendrar el arte. Pero también pone fin a un poema de humor negro que parodia la Canción festiva para ser llorada de Palés, y que el poeta titula Antillas como astillas. En estos versos, el archipiélago, fragmentado, desmiente el sueño de la unidad panantillana tan caro a Martí, a Hostos y a Betances. El poema termina en una nota nihilista: “¿Puerto Rico? Desapareció./Por ahí quedan atolondrados/que se preguntan por qué” (no hay que olvidar un antecedente de esta visión escéptica de la patria en Los pequeños laberintos, el haikú titulado Lamento borincano, que parodia a Rafael Hernández, y que lee: “Me cago en mi vida gris,/efímera e infeliz”). Ambos poemas, la Plegaria para un depredador y Antillas como astillas, tan distintos en tono y retórica (el primero, reflexión filosófica desoladamente lírica, con un aluvión de imágenes poderosamente vanguardistas; el segundo, comentario histórico juguetón, de versos cortos que parecen bailar), coinciden en un escepticismo amargamente antiutópico.
Si la evolución nos condena a la violencia, si la historia colonial nos acorrala, si el amor desaparece, si la belleza se esfuma, si el cuerpo se deteriora y la muerte acecha, si la vida es un viaje en una autopista que conduce a la barca de Caronte, si el sujeto lírico asume la máscara del patólogo forense, ¿qué queda en un libro en que el extraordinario poeta amoroso que es Hjalmar Flax hace un cameo appearance disfrazado del Quevedo procaz? Queda, paradójicamente, y más allá de sus protestas por la sinrazón del vivir, la esperanza. En primer lugar, el consuelo de la belleza con mayúsculas, de la poesía, creada a partir de jirones de sufrimiento, temores, fracasos, dichas fugaces y recuerdos. El poeta lo afirma al final de su poema Naufragios: “Ahora, ¿qué te queda? Mientras las aguas suben/ morir de cara al viento escudriñando el mar”. Queda su gratitud a la vida y sus placeres de paseante de las grandes capitales (Madrid, Buenos Aires y México); queda el azul espejeante de su ventana sanjuanera al mar. Queda el humor para alejar los pensamientos lóbregos: “Mañana espantaré las musarañas /y llevaré lloroso mis quimeras/al refugio en Cupey donde, sin duda,/harán vida de perro”. Queda el amor solidario que trasciende el erotismo, insinuado en una pincelada de un sentimentalismo poco común al poeta: “el amor es la clave para entenderlo todo”. Y queda la esperanza de futuro. Porque la escritura es enemiga del nihilismo, y publicar es un acto de fe. Que se afirma rotunda en los últimos versos del poemario. El poeta, sobreviviente, se mira las manos envejecidas que han escrito sus versos, y, sin abandonar su habitual autoparodia, cierra el poemario apostando a la palabra: “Tengo curiosidad por descubrir/ […] qué escribiré mañana”.
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* Doctorada por Cornell, Mercedes López-Baralt tiene a su haber libros sobre diversos temas de literatura colonial: El mito taíno (1977, 1985, 1999), El retorno del Inca rey: mito y profecía en el mundo andino, (1987), Icono y conquista: Guaman Poma de Ayala (1988), Guaman Poma, autor y artista (1993), y una edición anotada de los Comentarios reales y La Florida del Inca Garcilaso (2003); sobre José María Arguedas (Las cartas de Arguedas, que editó junto a John Murra en 1996) y sobre literatura puertorriqueña: La poesía de Luis Palés Matos: edición crítica (1995), El barco en la botella: la poesía de Luis Palés Matos (1997), Sobre ínsulas extrañas: el clásico de Pedreira anotado por Tomás Blanco (2001) y Literatura puertorriqueña del siglo veinte: Antología (2004), entre otros. Sobre Benito Pérez Galdós publicó en 1992 La gestación de Fortunata y Jacinta: Galdós y la novela como re-escritura. Sus libros más recientes son Para decir al Otro: literatura y antropología en nuestra América (2005), Llévame alguna vez por entre flores (2006), que rinde homenaje a la belleza en la poesía, la canción popular y el cine, y Orfeo mulato: Palés ante el umbral de lo sagrado (2009). Ha sido profesora visitante en las universidades de Cornell (Nueva York), Emory (Atlanta), Simón Bolívar (Quito), así como de la Casa de América de Madrid. Es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua y correspondiente de la de Madrid y ha sido jurado de los premios Juan Rulfo de México y José Donoso de Chile. Recibió la Medalla del Instituto de Cultura Puertorriqueña y un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Puerto Rico, donde se desempeña como catedrática y donde dirigió el Seminario Federico de Onís. Fue nombrada Humanista del Año en el 2001 por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Es miembro del Comité Científico de la revista América sin Nombre, de la Universidad de Alicante, y del Comité Editorial del Centro de Estudios Hispánicos de Amiens. Es autora de varios ensayos sobre Miguel Hernández, entre ellos uno que forma parte del catálogo de la Exposición del Centenario del poeta en la Biblioteca Nacional de Madrid (2010). Es miembro del Comité Editorial de la revista Mitología Hoy de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro del Comité Editorial de la revista Mitología Hoy de la Universidad Autónoma de Barcelona. Terminó un libro titulado El Inca Garcilaso, traductor de culturas
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