JOSÉ MARÍA HEREDIA Y HEREDIA
D / POESÍAS PATRIÓTICAS Y REVOLUCIONARIAS
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EPÍSTOLA AL C. ANDRÉS QUINTANA ROO
¿Por qué despiertas, caro Andrés, ahora
la voz del canto en mi afligido pecho?
Huyeron. ¡Ay!, a no volver los días
en que benigna la celeste musa
férvida inspiración me prodigaba
para cantar amores inocentes
o del saber y Libertad las glorias.
En los campos bellísimos de Cuba,
entre sus cocoteros y sus palmas,
yace muda tal vez la ebúrnea lira
que allí pulsó mi juventud fogosa
mas tú lo quieres; y aunque torpe, frío,
mi labio cantará, que en lazo puro
ligónos amistad inalterable:
cuando la usurpación tronaba fiera,
apoyada en el hierro y los delitos,
los dos entonces combatirla osamos,
con fuerza desigual; y por tu acento
noble, inspirado, resonó en mi lira
himno de honor a tu proscripta gloria.
En tanto decenviros inhumanos,
apóstoles de error y tiranía
viles fundaban infernal imperio
de calumnia, traición y asesinato,
de reinar instrumentos; ya los vimos
adquirir en contrato ignominioso
la cabeza de un héroe; y sus verdugos
a lentos tribunales bárbaro a las leyes.
Corrió la sangre; desplegó sedienta
la dilación sus ominosas alas,
y provocó, para notar traidora
de las víctimas, tristes el despecho.
Las querellas, el llanto, los suspiros.
Colmóse aqueste cáliz, y del crimen
vengador, aunque lento, inevitable,
tronó por fin el indignado cielo.
El hijo de Mavorte y la fortuna,
que en la margen del Panuco (1) gloriosa
al ibero invasor ha poco hacía
morder, muriendo, la salobre arena,
de libertad el estandarte sacro
a los aires desplega; ya vencido
ya vencedor, combate doce lunas
del pueblo capitán: sangre a torrentes
riega de Anáhuac los feraces campos,
hasta que por su base desquiciada,
la colosal usurpación impía
con fragoroso estrépito desciende.
Entonces nuestras almas abatidas
iluminó benéfica esperanza,
como entre nubes en Oriente ríe,
precusora del sol, candida estrella.
¿Lo recuerdas, Andrés? Tú me excitabas
al celebrar el venturoso día,
y aun el mismo adalid en tus hogares,
de admiración universal objeto,
para apurar el cáliz de fortuna
pidió a mi lira de victoria el canto.
Yo, yo también, alucinado entonces,
quise cantar, mas la rebelde musa,
présaga fiel de males venideros,
prestar no quiso inspiración al labio.
Por todas partes proclamar se oía
de la razón el adorable imperio...
¡Fútil, vana esperanza! El despotismo,
aunque menos feroz y sanguinario,
volvió a tender su abominable cetro,
confundiendo a culpados e inocentes
en ostracismo bárbaro; furiosa
tronó do quier la pérfida venganza;
organizóse destructor sistema
de explotación y de rapiña infame
y holláronse del hombre los derechos.
Empero el mismo jefe, cuyo brazo
de los tiranos desarmó la furia,
impuso dique al popular torrente,
prometiéndonos régimen estable
de paz, concordia, libertad y leyes.
Mas luego audaz en dictador se erige,
cuando falaz, impúdica lisonja
de Washington glorioso, le apropiaba
la pura, noble celestial grandeza.
Perturbador eterno de su patria,
ciego campeón, de la virtud o el crimen,
por ansia de mandar, feliz soldado,
sin genio ni virtud, nunca su mente
del patriotismo iluminó la llama:
imprudente, ligero, voluptuoso,
de insaciable codicia devorado,
adorador no más de la fortuna,
pérfido, ingrato, débil, sostenido
en la ardua cumbre del poder supremo
por odio universal que menosprecia,
en enigma profundo, pavoroso.
¿Será posible que en la muda noche
no turbe su descanso la presencia
de quince mil espectros, inmolados
por él a Libertad, y que le piden
cuenta espantosa de su sangre? En vano
la despreciable adulación incensa
sus yerros y delitos: en la Historia
el brillará, pero con luz sombría,
y su musa imparcial darále asiento
cual infausto, mortífero cometa;
entre Mario tal vez y Catilina.
Ante su torvo ceño se desploman
los templos de Minerva, y los reemplaza
una torpe, decrépita estructura,
deposita caduco, monumento
de diez siglos de error, en cuyas torres
vuela, insultando a la razón humana,
del goticismo bárbaro la enseña.
Legisladores sin misión, vendidos
a servidumbre dura y afrentosa,
atropellan frenéticos la santa
majestad inviolable de las leyes,
para erigir el execrado solio.
Donde al saber y libertad proscriban,
en insolente alianza coligados,
la profanada cruz y el hierro impío.
El bien común y las sagradas leyes
a la ambición sacerdotal se inmolan:
el insano, expirante fanatismo
rugiendo ante la luz, ya reanimado
vuelve a tronar: y estúpidos reprimen
la libertad del pensamiento humano
el duro potro y la voraz hoguera.
¿Y el opulento Anáhuac para siempre
será ludibrio y compasión del orbe?
Después que con esfuerzo generoso
y torrentes de lágrimas y sangre
destrozó del ibero el torpe yugo,
¿habrá de ser irremediable presa
de vil superstición y tiranía,
o anárquico furor? Desesperado
como el sublime historiador de Roma,
tal vez me inclino a blasfemar, y pienso
que cual nave sin brújula ni carta,
en turbio mar sin fondo y sin orillas,
el hombre vaga, y que inflexible, sorda,
ciega fatalidad preside al mundo.
¡Sagrada Libertad!, Augusta diosa,
del cielo primogénita, del orbe
decoro, gloria y bendición; mi pecho
te idolatró desde la simple infancia;
por ti supe luchar con los tiranos
adolescente aún, y fiel contigo
me desterré de mi oprimida patria.
Legislador en turbulentos caos
fortuna seductora me brindaba
la omnipotencia bárbara del crimen;
mas yo rehúsela: con aliento inútil
defendí tus derechos, y constante
de la silla curul bajé gozoso
por no violar tus sacrosantas leyes.
A pesar de los crímenes y males
a que, inocente, de pretexto sirves,
yo te idolatro: pasan los delitos,
y en ti mi fe subsiste inalterable.
La demagogia furibunda brama
profanando tu nombre, cual calumnian
superstición y fanatismo al cielo:
mas a tiranos viles y facciosos
devora el tiempo audaz, y tú serena
sobre sus tumbas inmortales sonríes.
Perdona, Andrés, si tétrica mi lira
en vez de afectos plácidos te envía
de nuestros tiempos el horrible cuadro.
Huyamos este suelo delicioso,
que de celeste maldición objeto,
es ¡ay! al genio, a la virtud infausto.
La industria de los hombres, la rudeza
puede vencer de inhospitales climas
no de inmortalidad y de ignorancia
el pavoroso destructor imperio.
En las rocas helvéticas y nieves,
y en el vecino Septentrión helado,
cubren, fecundan a felices pueblos
de libertad las olas protectoras.
Allá volar anhelo: las orillas
del Delaware, el Hudson y el Potómac
asilo me darán, seguro puerto,
do lejos de tiranos y facciosos,
bajo el imperio de las leyes, viva
feliz, tranquilo, ni señor ni esclavo.
(Toluca, 1 mayo 1835)
"El Heraldo", Méjico, 14 enero 1858, pág. 2. "El Renacimiento",
Méjico, 10 julio 1869, págs. 398-399. En "El Renacimiento",
apareció con la siguiente nota:
Tenemos el mayor placer en publicar esta magnífica composición
del gran poeta D. José María Heredia, que hasta ahora
permanecía inédita y que debemos a la bondad del distinguido
literato cubano, D. Juan Clemente Zenea, quien pensaba publicarla
en la edición que prepara de las obras del cantor del
Niágara. Que nos perdone si nos anticipamos a su pensamiento
en obsequio de los lectores de nuestro periódico.
(1) Río mxicano que desemboca en el Golfo de México.
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