Aires de Libertad

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    Sara de Ibáñez (1910-1971)

    Pedro Casas Serra
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    Sara de Ibáñez (1910-1971) Empty Sara de Ibáñez (1910-1971)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 06 Dic 2018, 15:16

    .


    Sara de Ibáñez


    Poeta uruguaya nacida en Chamberlain, Tacuarembó en 1910.
    Desde niña empezó a escribir piezas menores, pero sólo hasta los treinta años publicó su primer libro de poemas, «Canto», seguido por varios poemarios premiados por la municipalidad de Montevideo.
    Su poesía se situó a medio camino entre el preciosismo y el hermetismo, logrando una deliberada solidez de sus ideas, tanto en su obsesión por la muerte como en la expresión viva del canto amoroso o patriótico.
    Obtuvo el Premio de la Academia Nacional de Letras y el Premio Nacional de Literatura en el año de 1972.
    «Canto a Montevideo» en 1941, «Hora Ciega» en 1943, «Pastoral» en 1948, «Artigas» en 1951, «Las estaciones y otros poemas» en 1957, «La batalla» en 1967, «Apocalipsis 20» en 1970 y «Canto póstumo» en 1972, completan su obra poética.
    Falleció en Montevideo en 1971.


    Algunos poemas de Sara de Ibáñez:


    ATALAYA
    (La batalla)

    Sobre este muro frío me han dejado
    con la sombra ceñida a la garganta
    donde oprime sus brotes de tormenta
    un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
    Yo aquí mientras el sueño los despoja
    y en sueños comen su mentida baya
    para erguirse en las venas de la aurora
    pábulo gris de su sonrisa vana;
    yo aquí mientras los sabios inocentes
    y los tranquilos de crujiente casa
    durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
    de sus angostos mármoles descansan;
    yo aquí volteado por el viento negro
    que el olor de la noche desampara,
    los cabellos fundidos en raíces
    que van abriendo turbulentas lamas;
    yo solo entre planetas condenados
    que en busca de sus huesos se desmandan
    -la edad del mundo en esta pobre sangre
    que entre las quiebras de su historia clama-
    yo aquí turbado por la paz bravía
    que con sagaces témpanos me aplaca,
    sintiendo entre las médulas ausentes
    el duro frenesí de las espadas;
    yo aquí velando, los desiertos ojos
    quemado por el soplo de la nada,
    las negras naves y los negros campos
    vacíos de sus oros y sus lacras.
    Yo aquí temblando en la vigilia ciega
    rodeado por un sueño de cien alas,
    vestido por mi llanto me arrodillo
    mientras vuela mi sangre en nieve airada.

    Sobre este muro frío me recobran. 
    Oigo el rumor de los medidos pasos.
    Canta la noche en fuga por mi muerte,
    y el alma sale de mi rostro blanco. 

    (De La batalla)



    COMBATE IMPOSIBLE

    Con astuta cabeza de zafiro, 
    bloque de piedra fría y transparente,
    inmóvil, la mandíbula sellada,
    linda con la tiniebla el monstruo leve.

    Mientras el polvo en que se duele el mundo
    curva su flor, su lágrima troquela,
    y entre los tersos cánticos del día
    sordas espadas con su vuelo templa.

    Ah, nunca, nunca, la terrible escama
    su fuego amargo torcerá en la lucha,
    ni se abrirá para tragar mi cuerpo
    la boca acrisolada por la espuma.

    Aquí jadeo hasta acabar la sangre
    clavada en la canción mi lanza triste,
    hasta que el fruto de su viejo vientre
    lance al estrago la materna esfinge. 



    ISLA EN LA LUZ

    Se abrasó la paloma en su blancura.
    Murió la corza entre la hierba fría.
    Murió la flor sin nombre todavía
    y el fino lobo de inocencia oscura.

    Murió el ojo del pez en la onda dura.
    Murió el agua acosada por el día.
    Murió la perla en su lujosa umbría.
    Cayó el olivo y la manzana pura.

    De azúcares de ala y blancas piedras
    suben los arrecifes cegadores
    en invasión de lujuriosas hiedras.

    Cementerio de angélicos desiertos:
    guarda entre tus dormidos pobladores
    sitio también para mis ojos muertos.



    ISLA EN LA TIERRA

    Al norte el frío y su jazmín quebrado.
    Al este un ruiseñor lleno de espinas.
    Al sur la rosa en sus aéreas minas,
    y al oeste un camino ensimismado.

    Al norte un ángel yace amordazado.
    Al este el llanto ordena sus neblinas.
    Al sur mi tierno haz de palmas finas,
    y al oeste mi puerta y mi cuidado.

    Pudo un vuelo de nube o de suspiro
    trazar esta finísima frontera
    que defiende sin mengua mi retiro.

    Un lejano castigo de ola estalla
    y muerde tus olvidos de extranjera,
    mi isla seca en mitad de la batalla.



    ISOTERMIA

    Te supe un condenado otoño
    al ras de las cortezas
    en el sinuoso curso de meandros

    Choque brutal de pupilas perplejas
    vorágine apretando estupro con el cielo
    acunándonos el vértigo Iniciados babilonios

    te supe a media voz Con un deseo mágico
    rozándonos tobillos los secretos más
    profundos del pecado

    Sabía que existías
    que te extendías grave en severos firmamentos
    que conjugabas hechizos y serpientes

    Que mecías tu cuerpo entre sombras ajenas y neblina
    que tu gula era salvaje
    que te enviaba Belili el infernal

    Me convenció tu juego irreverente
    tu descarnada afrenta Tu azul arcano
    tu ser de sorpresiva ráfaga encantador heraldo

    Y pregunté mil cosas esa noche
    Era otoño Contestabas de perfil
    repasando obrajes de tu lengua por mis labios

    Desbaratamos trágicas hipótesis empanadas ordalías
    amable triunfó la rosa de los vientos
    y mi mano fue a tu mano

    Sentimos nos unía la línea el tiempo el color
    Robando el paraíso lo trepamos entre estelas jeroglíficas
    colmamos tabernáculos de Ishtar con corderos y un buey blanco

    Ondulando recíprocos por una ciencia infusa
    por una rara geometría acortando distancias de mortales
    ufanos entre sables curvos propicia luna vino en cráteras

    Tu calor era regresando del exilio
    Incontenidas pasiones estallaban las arterias
    Isotérmicos derruimos prologales muros del temor o la vergüenza

    Aquella noche la primera Era otoño
    Estación para gente de «savoir vivre» de «savoir faire»
    Nosotros

    Aquella vez se perdieron tus ojos en los míos
    y yo sin detener el alma
    logré despedazar a tu tristeza



    LA MUERTE

    Sol amargo, agua amarga, amargo viento
    y amarga sangre para siempre amarga.
    Vencido y solo en carne y pensamiento,
    y el sueño antiguo por tesoro y carga.
    Quiso callado y solo y sin lamento
    sorbo a sorbo agotar su fuente larga.
    Miserable señor de su destino,
    de espaldas a la aurora abrió el camino.

    De espaldas a su Oriente y a su gloria,
    y hueso adentro una centella vaga,
    mordió el seco laurel de su victoria
    y nunca fue curado de su llaga.
    Terco aguijón de luto su memoria,
    en toda miel ejercitó su plaga.
    Y entre las brumas del silencio agrario
    fue una lenta sonrisa su calvario.

    Pero entre sus espigas y sus flores,
    cuando la muerte le entreabrió las puertas
    el guerrero de blancos y resplandores
    dianas oyó por las borradas huertas.
    ¡Mi caballo!, gritó: y en los alcores
    resonaron angélicos alertas.
    ¡Mi caballo! Montó el corcel sombrío,
    y tendió su galope sobre el frío.



    LA PÁGINA VACÍA

    A Stéphane Mallarmé

    Como atrever esta impura
    cerrazón de sangre y fuego,
    esta urgencia de astro ciego
    contra tu feroz blancura.
    Ausencia de la criatura
    que su nacimiento espera,
    de tu nieve prisionera
    y de mis venas deudora,
    en el revés de la aurora
    y el no de la primavera.

    (De Las estaciones y otros poemas)



    LA PALABRA

    De pronto el viento que movía
    las vestiduras y las almas
    borra en un sueño de ala inmóvil
    su rumorosa torre de alas.

    Cada mujer y cada hombre
    sólo en su sola huella marcha,
    y se ignoran secretamente
    en el desnudo de la plaza.

    Todos esperan, convocados
    por un silencio de campanas;
    todos esperan, sombra a sombra,
    que por sus ojos hable el alba.

    En cada gota de la sangre
    preludia un mar de lenta escama,
    y el peso antiguo de la nieve
    las vigilantes lenguas cuaja.

    Todos tiemblan y nada saben:
    algo se triza, algo se alza.
    Todos escuchan ateridos,
    un rumor de médulas blancas.

    ¿Quién se detiene y es cruzado
    por mil heridas destelladas?
    ¿Quién ha medido ya su muerte
    sobre las losas de la plaza?

    Bajo las piedras cristalinas
    bellos demonios verdes braman,
    y entre los árboles de humo
    gemas agónicas estallan.

    Las soledades se han quebrado:
    Se llena el aire de ventanas.
    Rechinan dientes en lo oscuro.
    La miel de llanto se dispara.

    Corren venenos amarillos
    por las venas de los fantasmas.
    Fuentes suicidas se clausuran,
    y desiertos su arena mascan.

    Se arrodillan vivos y muertos 
    en sus túnicas solidarias,
    porque hay uno, entre todos uno,
    que fue mordido de la llama.

    Los dulces pies del alcanzado
    lumbre en la tierra azul derraman.
    La ciudad hunde sus raíces
    en la tersa furia del alba.

    Hasta esa boca mensajera
    sube una flor desesperada.
    Todo el jardín de Dios se encoge
    tironeado por las entrañas.

    Porque hay uno, entre todos uno, 
    glorioso pasto de la llaga.
    Rey sin ventura. El inocente:
    el que ha traído la palabra.



    LIRAS

    V

    Voy a llorar sin prisa.
    voy a llorar hasta olvidar el llanto
    y lograr la sonrisa
    sin cerrazón de espanto
    que traspase mis huesos y mi canto.
    Por el árbol inerme
    que un corazón de pájaro calienta
    y sin gemido duerme,
    yal gran silencio enfrenta
    sin esta altiva lengua cenicienta.
    Por el cordero leve
    de la pezuña tierna y belfo rosa;
    por su vibrante nieve
    que la tiniebla acosa
    y al final de un relámpago reposa.
    Por la hormiga azorada
    que un bosque de cien hojas aprisiona;
    por su pequeña nada
    que al misterio no encona
    y que la enorme muerte no perdona.
    Por la nube que alcanza
    los umbrales de un lirio sin semilla.
    Lengua de la mudanza
    sin éxtasis ni orilla,
    que no sabe morirse de rodillas.
    Por la hierba y el astro.
    ¿C6mo miden tus ojos, Dios oscuro?
    Por el más leve rastro
    de sombra contra el muro,
    mi llanto ha abierto su cristal maduro.



    NO PUEDO CERRAR MIS PUERTAS...

    No puedo cerrar mis puertas
    ni clausurar mis ventanas:
    he de salir al camino
    donde el mundo gira y clama,
    he de salir al camino
    a ver la muerte que pasa.

    He de salir a mirar
    cómo crece y se derrama
    sobre el planeta encogido
    la desatinada raza
    que quiebra su fuente y luego
    llora la ausencia del agua.

    He de salir a esperar
    el turbión de las palabras
    que sobre la tierra cruza
    y en flor los cantos arrasa,
    he de salir a escuchar
    el fuego entre nieve y zarza.

    No puedo cerrar las puertas
    ni clausurar las ventanas,
    el laúd en las rodillas
    y de esfinges rodeada,
    puliendo azules respuestas
    a sus preguntas en llamas.

    Mucha sangre está corriendo
    de las heridas cerradas,
    mucha sangre está corriendo
    por el ayer y el mañana,
    y un gran ruido de torrente
    viene a golpear en el alba.

    Salgo al camino y escucho,
    salgo a ver la luz turbada;
    un cruel resuello de ahogado
    sobre las bocas estalla,
    y contra el cielo impasible
    se pierde en nubes de escarcha.

    Ni en el fondo de la noche
    se detiene la ola amarga,
    llena de niños que suben
    con la sonrisa cortada,
    ni en el fondo de la noche
    queda una paloma en calma.

    No puedo cerrar mis puertas
    ni clausurar mis ventanas.
    A mi diestra mano el sueño
    mueve una iracunda espada
    y echa rodando a mis pies
    una rosa mutilada.

    Tengo los brazos caídos
    convicta de sombra y nada;
    un olvidado perfume
    muerde mis manos extrañas,
    pero no puedo cerrar
    las puertas y las ventanas,
    y he de salir al camino
    a ver la muerte que pasa.



    PASIÓN Y MUERTE DE LA LUZ

    VIII

    Mi entraña mereció, panal mestizo,
    la incorruptible ley de tu voluta.
    En cada nervio de clavel o fruta
    un embozado arroyo de granizo.

    La abeja por mi sangre se deshizo.
    Vi las raíces de tu isla enjuta,
    y el atisbo tenaz de la cicuta
    mezcló a tu piel su aroma fronterizo.

    Tiendo la mano para recogerla
    y el lento cáliz de una llaga fría
    estanca el iris de tu simple perla.

    Me ciño a su enlutada melodía
    quemándome sin fin por retenerla
    en el doble rumor de mi agonía.

    X

    El verano se agota en el racimo.
    Ni avena, ni cigarra, ni amapola.
    Ni el alga haciendo venas en la ola,
    ni las tímidas ranas en el limo.

    Ni la corteza que hasta el llanto oprimo
    entre la tierna muchedumbre, sola,
    hecha de sangre y labios la aureola
    donde me corroboro y me lastimo.

    Ni la centella que la liebre rubia
    mueve entre los primores del rocío,
    ni la humilde fragancia de la alubia.

    Ni el caballo de sal que adiestra el río;
    ni la múltiple espada de la lluvia,
    dirán tu arisca huella, idioma frío.



    SOLILOQUIOS DEL SOLDADO

    II

    Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,
    en aquel distraído verano de mi boca.
    Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,
    lenta rueda comida por agrias amapolas.

    Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
    Río de mariposas naciendo en mi cintura.
    Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,
    y el viento que venía con máscara de uvas.

    Yo no quise borrarme cuando no te miraba
    pero me sostenías, fresca mano de olivo.
    Estrella navegante no pude ver tu borda
    pero me atravesaste como a un mar distraído.

    Ahora te descubro, tan herido extranjero,
    paraíso cortado, esfera de mi sangre.
    Una hierba de hierro me atraviesa la cara...
    Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

    Ahora que no puedo derruir tu frontera
    debajo de mi frente, detrás de mis palabras.
    Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,
    mi ciego corazón perdido en la manzana.

    Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos
    pisados por el humo, agujereando arañas,
    duros estratos de algas con muertos veladores
    que sin cesar devoran sus raicillas heladas.

    Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,
    remolino de espadas, vómito de la muerte.
    Voy asido a las crines de un caballo espinoso
    que vuela con ciudades quemadas en el vientre.

    Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,
    con un río de pólvora cuajado en el aliento,
    ahora que estoy solo y enemigo del aire,
    seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.

    (De Hora ciega)



    TRINO Y UNO

    II

    Después de tantos mares donde se deshojaron
    en otoños de espuma los leves rostros muertos
    y fueron como sombras de incendiados marfiles
    a plegarse en el fondo de dormidos espejos,
    aquel sol de violetas y oro decapitado
    que invadió sordamente la raíz de tu pecho
    y trepó hasta tus ojos con moradas espinas,
    y hasta tu voz con ácidos aguijones de hielo.

    Y aquel canto bruñido por las lluvias del polen
    se llenó de nocturnas mariposas sin sueño,
    y el viento que jugaba por los altos vitrales
    y entre los mirtos tuvo su casa de gorjeos,
    resquebrajó el crestado recinto de tu audacia
    y fue huracán golpeando tus árboles desiertos.

    Mientras se despeñaban los altivos jardines
    en un rescoldo amargo de melodiosos ecos,
    en las duras florestas las tórtolas morían
    ahogadas por un aire de serafines negros,
    y cerraban sus párpados los olorosos claves
    sellados para siempre por ruiseñores ciegos,
    a orillas de la fiesta en que el centauro abría
    como un rosario vivo su galope en tu verso,
    entre escorias de cisnes y escrituras del frío,
    sobre las tenebrosas arenas del desvelo
    tú solo, tú en la isla, con las manos desnudas,
    sitiada por la noche tu garganta de fuego.



    TÚ, ESPERANDO MI SOMBRA

    Ahora que oyes tu sangre
    me has oído.
    Ahora que te has quedado dueño del universo,
    la más desamparada criatura del tiempo.

    Ahora que te has quedado
    solo y solo.
    En este instante puro para mirar la muerte
    puede mi sombra amiga reconquistar tu frente.

    ¿Has buscado en el agua
    mi sonrisa?
    ¿Te has inclinado a veces para tocar la tierra
    donde el musgo defiende las flores más pequeñas?

    ¿Has mirado la nube
    sin descanso ?
    ¿Has tomado del viento las semillas secretas?
    ¿Has tocado las locas manos de la tormenta?

    ¿No me has reconocido?
    Óyeme ahora:
    mira en tu soledad una abeja dormida,
    que elabora en el sueño su miel sin alegría.



    TÚ, HAS VUELTO

    Dame la mano ángel
    sin heridas.
    Piedra, dame tu esquivo corazón sin arrugas.
    Nube, dame tu rostro de repentina fruta.

    Hermanos, sostenedme
    la alegría.
    Temo que la ceniza me invada de repente.
    Voy a caer sin sangre, van a volar mis sienes.

    Pasas una larga rosa
    por mis hombros.
    Un mar adolescente me riza los cabellos.
    Mis pies tocan apenas las cúpulas del viento.

    Hermanos, rodeadme
    porque temo
    que mis ojos se alejen como trompos de niebla
    o que sobre mi pecho se derrame la tierra.

    Ángel sin duelo, dame
    tu sonrisa.
    Corroboradme hermanos para que yo no encuentre
    sino andando a través de sus ojos a la muerte.



    TÚ, POR MI PENSAMIENTO

    ¿Que se estiró la tierra
    hasta el gemido?
    ¿Que fue el cielo sonando sus campanas azules
    desde el pálido sueño a la sangre que sufre?

    ¿Que se ha cruzado un río,
    llanto y llanto?
    ¿Que se han cruzado veinte galopes de cristales,
    con sus veinte misterios llenos de claridades?

    ¿Que se alzó la montaña
    poderosa?
    ¿Que alargó el alto hielo su selva inmaculada?
    ¿Que las rocas crecieron para tapar tu cara?

    ¿Que el viento se hizo espeso
    como piedra,
    como una inmensa rueda de vidrio turbulento
    girando entre tus sienes y el rumor de mis besos?

    ¿Que el espacio se burla
    de mis ojos?
    ¡Ah, no! Yo sé el camino para poder hallarte.
    La muerte me ha mirado caminar por sus valles.



    VISIONES

    XVIII

    Las madres allí están, desde allí miran
    las polvorientas, las hundidas madres,
    secas fuentes del hijo,
    los vientres desfondados,
    los arrugados muslos como perlas marchitas,
    largos lirios quemados por las lágrimas
    en un aire que gime como los moribundos,
    aire que huele a la perdida sangre
    en que los hijos nadan
    antes de entrar en el combate de oro,
    cuando estrenen su casa de temblores
    vistiendo el tenebroso
    ropaje del perfecto paraíso.
    Sollozan con un torpe sollozo de ceniza
    mirando siempre
    hacia un remoto cielo de agrias lluvias,
    hacia las sementeras del otoño
    donde los ojos de los hijos caen.
    Allí crujen y oran y se aprietan
    como gavilla de ángeles sin sueño
    de sol a sol de tiempo sumergido
    donde giran los hijos arrancados,
    sombras de sal, recónditos caolines;
    los que se hundieron bajo las violetas
    funerales del humo,
    los que tragaron el desierto en llagas,
    perdidos en los dédalos del átomo
    y en sulfúreas galaxias divididos;
    los que yacen detrás dela sonrisa
    guardada para el día del retorno.
    ellos duermen mecidos y anudados
    por la ráfaga de ojos vigilantes,
    los siemprevivos que en la sombra bullen,
    las maternas semillas del castigo,
    huevos atroces de la primavera
    final, cuevas del rayo.
    Allí están sin dormirse,
    sin derrumbarse nunca, en el aliado
    corazón de la noche, y allí esperan.
    A sus pies, con herido centelleo
    pasa bramando el río de la leche,
    aúlla la encelada torrentera,
    y corre, corre, corre,
    ahíta de cabezas de verdugos,
    por la tiniebla sorda
    buscando entre gargantas
    escarpadas los deltas del infierno.



    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Lun 30 Mayo 2022, 05:29, editado 1 vez


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    Sara de Ibáñez (1910-1971) Empty Re: Sara de Ibáñez (1910-1971)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie 07 Dic 2018, 00:47

    Hay que darte las gracias por tu trabajo constante, Pedro.
    Hoy te dejo mi huella aquí y aunque no siempre la dejo, debes saber que te sigo, como seguiré leyendo los poemas de Sara de Ibáñez, que tampoco la conocía.
    Besos, poeta.


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    Sara de Ibáñez (1910-1971) Empty Re: Sara de Ibáñez (1910-1971)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 07 Dic 2018, 10:29

    Gracias, Lluvia, por tu interés. Estoy leyendo la "Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea" de José Olivio Jiménez (Alianza Editorial, Madrid 2015) e introduciendo en el foro de Grandes Autores poetas eminentes en sus países pero menos conocidos a nivel internacional, para difundirlos y también por si alguno de sus compatriotas los encuentra y esto lo anima a participar en nuestro foro.

    Un abrazo.
    Pedro


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