Victoriano Crémer: “La poesía es necesaria, pero ignoramos todavía para qué” (A modo de introducción a su obra La resistencia de la espiga, 1997)
La Poesía es necesaria, pero ignoramos todavía para qué. Se supone que para salvarse de uno mismo. De modo que todo libro de poesía es una mano tendida hacia el naufragio que se hunde en lo irremediable, en palabras terminantes de Sandburg, es “el Diario de un animal marino que vive en tierra y quiere lanzarse a los aires”.
Ante un libro de Poesía inevitablemente el lector no habitual se siente desconcertado y si se quiere como perdido en sus laberintos, pensando que ha equivocado la ruta o que algo o alguien le ha empujado hacia metas imposibles. En realidad, si atendiéramos son serenidad al repertorio que justifica el trance poético, observaríamos que en realidad solamente se trata del manejo de unos medios de expresión sencillos, ordenados, de comunicación.
Cada poeta hace uso de aquellos que, dentro del cuadro natural de sus limitaciones, le sirven para traducir sus propias vivencias. Por otra parte no se trata de ensayar definiciones que sirvan para excusar vacíos. La Poesía, aceptando la doctrina, es Vida, aunque incompleta si el Poeta no alcanza el grado de comunicación con el lector imprescindible para entrar en comunicación consigo mismo.
“Lo que el poeta experimenta – aclara T.S.Eliot – no es siquiera el rondel de la poesía, sino el material poético; escribir un poema es una experiencia original, mas la lectura del poema es cosa distinta, aunque complementaria.” Porque el lector es necesario en cuanto “el poeta ignora el contenido lírico del poema hasta que el poema existe. Del mismo modo, en la lectura, el poema adquiere del lector su total contenido lírico, a partir de un esfuerzo de colaboración que vierte sobre él sus vivencias y el matiz de su propio mundo lingüístico”, según anotación experimental de Carlos Barral.
Accedemos, pues, en cuanto lectores, a la consideración máxima. Ya sabemos que sin nosotros, sin nuestra colaboración, sin nuestra incorporación al mundo lírico, el poema no es. Pero nos retrae la formulación sospechosa de nuestra propia ignorancia. Pensamos que al faltarnos el mecanismo crítico, la experiencia, la prueba nos resultará además de fatigosa, absolutamente estéril. Error éste de fatales consecuencias. Porque es equivocación de grave signo considerar el juicio del lector ingenuamente apasionado, pero desprovisto de química crítica, como espectador simple incapaz de traducir sus asombros en una definición articulada y confundirlo con un juicio provisional y degradado. Contrariamente, el lector llano de un libro de poemas en el cual se absorbe por completo el espíritu ferviente de una vida en vela y en vilo, es un intérprete más auténtico del libro propuesto que el mismo crítico, pendiente más que nada de los preceptivos fundamentos de la obra, y que para alcanzar sus recónditos dobleces la desmenuza, tratándola expeditivamente como un mero producto intelectual, o como una disertación destinada a públicos muy restringidos y definitorios.
A tales conclusiones llega Juan Ferraté, y a conclusiones paralelas queremos alcanzar nosotros ofreciendo la lectura de éste y de otros libros que cubrirán los gloriosos espacios de la colección “Barrio de Maravillas", ya dispuesta a cumplir navegaciones de abanderadas rutas.
“Si hago poesía, si la intento, si la persigo – diría el autor de éste y de los demás libros que se anuncian -, es naturalmente para lograrla, para alcanzarla, para dominarla.” La Poesía no es, no debe ser nunca una disculpa, un instrumento, una táctica diversiva ni para eludir vientos ni para ocupar posiciones ventajosas. Si en el azar glorioso de la aventura poética quedaran prendidas luces o sombras sociales, religiosas, sentimentales, etc. Esto se da por añadidura o como testimonio de un comportamiento, de una manera de identificarse ante los demás hombres. Pero la Poesía es la pieza perseguida.
La Poesía, los libros de Poesía, nacen como resultado del amor, y también del desamor. Y nacen imperfectos, magníficamente imperfectos, impetuosos, alterados, como es el hombre, como es la condición humana.
Cada uno de los libros a los cuales estamos llamados tiene su aventura, su biografía y también, por supuesto, su desventura; el condicionamiento a la circunstancia que les hizo posibles, que les nutrió de sustancia. Sangre y sustancia que es la que el autor se saca de los adentros o la que éste vivió dramáticamente.
Lo que no es biografía, dice el poeta tendido sobre sí mismo, no es nada. Canto y cuento lo que sé, lo que soy. Me reinvento. Me aprieto el corazón y sangro recuerdos.
Reconstruye el poeta el mundo en el cual fue impulso infinito hacia lo alto, en el que es definitivo, ya sin posible enmienda y su única profecía es la esperanza.
Por todo ello es obligado subrayar que el libro de versos es, con mayor tensión y profundidad que ningún otro de género distinto, la Crónica apasionada de la vida del poeta, Es, pues, pura biografía. Y como el ser humano, pese a su aparente complejidad y diversidad no es, en resumen, sino un producto, una consecuencia derivada de unos pocos motivos o ritos fundamentales – Amor, Dios, Patria y Muerte – que se repiten de continuo, a lo largo y a lo alto de su andadura poética surgirán inevitablemente siempre los mismos tremendos avisos, atenidos, desde luego, a los estados de ánimo, a la tensión de los pulsos del poeta.
Pero nadie se salva del naufragio agarrándose a los restos de sí mismo. Cada cual se salva o se condena por sus propios méritos. Y para aviso de caminantes, hay que establecer el principio de que cualquier forma de peripecia humana, por mucha carga agiográfica que transporte, por muy transcendente que nos parezca, no es disculpa bastante para amparar una aventura poética. Es la poesía, injerta en el tronco de la aventura, la que da a ésta razón de vida y le otorga vigor. Es el poeta el que transfiere a la mera vivencia su penetrante vibración y, por tanto, ayuda muy poco o nada una vida rica en aventuras para su conversión inapelable en objetivo poético. Pero si en la Poesía en marcha brota del alterado manantial de la vida el deslumbramiento milagroso y cegador, ha de aceptarse el prodigio con gratitud, por que él permite elevar a categoría la desazón creadora del poeta.
En el fondo de todo quehacer poético se desprende una valiosa e inevitable carga vital, un fajo de experiencias y de recuerdos que construyen no solamente el manantío de la poesía sino la fragua, el fuego en el que se templa el lenguaje.
Eso es casi todo.
Victoriano Crémer.
LEER POESÍA DE VICTORIANO CRÉMER: https://www.airesdelibertad.com/t13675-victoriano-cremer?highlight=Victoriano+Cr%C3%A9mer
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