POESÍA SOCIAL II (En la primera página de Poesía Social I hay un índice de autores)

Continuaremos con los sonetos :

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XIII

EL DIAMANTE ( A Piedad, a su voz)

¿Nunca has oído a una escondida fuente,
a un ruiseñor o al rey del bosque umbrío,
cantar al alba o al caer la huyente
gacela de la tarde sobre el río?

Así tu voz profunda y transparente
que oí sonar en el cristal vacío
de una oquedad confusa y estridente
donde es fuego la nieve, el fuego frío.

Hallé un diamante sin pulir, un puro
sueño de luz en el pesado estío
que quería salir del suelo oscuro.

El orfebre del sueño pulió tanto
la veta original, que ésta fue un río
y el río espejo vivo de tu canto.

XIV

ALEGORÍA

Hay en las dunas una flor ignota
que de arena y olvido se alimenta,
allá donde voltea la gaviota
perdida, y el petrel, en la tormenta.

Sólo en el Sur la vi. Zarzal y mota
de lana gris; blanqueaba una osamenta
y un curvo signo la herradura rota
dibujaba en la huella polvorienta.

Quise arrancar su seca mascarilla
de polvo y sed, salobre como gota
de turquesa del mar, y -¡oh maravilla!-

en su corola mustia y amarilla
vi titilar, extática y remota,
una estrella o lágrima o semilla.


Cont.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES





ESPLENDOR DE LAS NIÑAS

Las niñas que en el sur de mi país he visto,
como rosadas lámparas del atardecer,
circular por las calles iluminando el aire
ensimismado que la soledad
ha dejado en los rostros, radiantes, rumorosas,
como espadas o espigas de fulgor confundido
con ese halo final que en los crepúsculos
enciende sus cabellos, viajeras vesperales
saben la hora cálida, el momento
fugaz y crepitante de los trenes
cuando en las estaciones de oscurísimos nombres,
de luces expirantes a cuyo alrededor
las mariposas de septiembre tejen
efímeras guirnaldas,
una ráfaga súbita como el deslumbramiento
las arrebata en ardorosas ondas
donde flotan sus almas, las eleva
sobre un agua de adioses, coronada
de espuma dolorosa.

Ellas saben, extrañamente plenas
de graves melodías igual que las guitarras,
los distintos matices de un recóndito canto,
el vaho inaprensible de los días que pasan
con fulgurantes ruedas hacia la lejanía,
y con ardientes ojos pensativos
ven navegar las nubes de rebordes sangrientos
como alas del desierto que la sed
arroja sobre el mar, las alamedas
tan bellas en la noche, los esteros
que espejean al sol,
el relámpago alegre de los pájaros,
y a través de los tules que el viento hace temblar
ven agolparse el polvo detrás de las ventanas,
el polvo con sus armas seniles y funestas
invadiendo el espacio que adornan con sus manos,
lleno de imperceptibles hendiduras
donde duermen las hojas de los tilos,
las abejas que, lejos del solsticio,
se cubre todavía con un manto de flores.

Absortas, siempre en sus hondos jardines
saben secretamente cultivar la esperanza
como un árbol que nunca da frutos limitados
sino flores azules cuyo aroma se esparce
entre sus corazones, agitándolos
con un gran frenesí. Y así las veo,
gloriosas o abatidas, pero llenas
de amor y de nostalgia; sí, las veo
esplende en la tarde como antiguas estatuas
o sonoras campanas que en la memoria dejan
un eco melodioso cuyo son sobrevive
en esa llama carnal, a esa órbita oscura
en donde los deseos más hermosos y crueles
se consumen, se olvidan.




SOLO AQUELLA MORADA


Cuando el hollín de la ciudad me tiñe
la garganta, la piel, la flor que dentro
de mí busca la luz de una ventana
para exhalar su aroma; cuando el odio,
como una lama turbia, se refugia en los pliegues
de ciertas almas y la oscuridad
que hay en ellas arroja sus espectros
sobre mi corazón, yo, silencioso,
vuelvo al Sur, a una costa del Atlántico,
a una altiva morada que conozco
desde hace mucho tiempo.

Es una orilla sola,
brillante y rumorosa como una cabellera,
una escalera azul
por donde el agua trepa con impetuosas lianas
y la espuma repite sus adornos
en las molduras de las rocas; una
región antigua donde
los petreles de cola blanca salen
por el atardecer
a recoger los huevos que algunos peces dejan
oscilando en el nido más alto de las olas.

Allá –lejos del moho frío de la ciudad,
de quienes los custodian como a propio baluarte–
suelo emigrar a veces con el alma
errante y anhelosa como una golondrina
en pos de otra estación: allá no llega
el horror ni la sombra de ruidosos anillos
que repta con temblores de sierpe mutilada.
Una palma de sal, el fulgor del océano,
las bandadas marinas que coronan
los cantiles de piedra, me llaman, me convocan
a un éxodo apacible y ardoroso a la vez,
y no quiero ya nada sino aquélla morada
solitaria y eterna.

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XV

EL AMOR Y LA RUINA

Pueblo de arena, de sopor, de olvido,
casi lunar de tan desamparado,
sin color, sin perfume, sin sonido,
como el cuenco de un cántaro quebrado.

Un matorral, un riacho consumido
(dolor y sed agrietan su costado);
la torre del vencejo con su nido
y un ojo azul, inmenso, alucinado.

Sólo viviendo de alma, de cernido
silencio, de ternura, de alarido,
se puede amar y eternizar lo amado:

Levantar de la ruina lo perdido,
pero aun así, después de haber vivido,
no es suficiente haberlo recobrado.

XVI

PARÁBOLA DEL RÍO

¿Dónde empezaba el río? No sabía
dónde, pero a lo lejos vislumbraba
un manantial secreto que fluía
como un venado que se desangraba.

¿En qué desértico arenal se hundía
la vena que en la tierra dibujaba
su brizna de temblor, su clara estría?
¿En qué selva o erial desembocaba?

Entre un confín y el otro había un vano
que la luz zodiacal iluminaba
como a las nervaduras de una mano.

¿Dónde nacía, dónde terminaba?
Cada vez más incierto, más lejano
el río, aguas abajo, resonaba...

Muy interesante, Pascual, Lluvia, la verdad que no es conocido en Argentina para los lectores comunes, salvo creo para algunos muy preparados y lectores ávidos, yo me estoy enterando de el. Gracias a ustedes, aquí hay un enlace que no se si lo habrán visto>
http://www.letrasargentinas.com.ar/Poemas.asp?autor=4243

Gracias, Walter. Sí conocíamos el enlace. De hecho los poemas LAGARTO y EL BELLO DIOS están obtenidos de ese enlace. También del mismo se obtendrán otros poemas como LA CASA EN LA COLINA y alguno más.

Excelente trabajo lluvia y Pascual!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Los sigo con interés!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Besitosssssssssssssss para ambos a repartir

Gracias, Walter, Ceci por acompañarnos en este rinconcito, donde ésta que escribe nunca deja de aprender, además de disfrutar. Todo esto gracias a tí, querido Pascual.
Dicho lo dicho, continuo.



EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


III

CIMIENTO


Algo hay que dura aquí más que las hojas
que destruyen las olas nacidas en la arena,
más que las vagas, azarosas huellas
de esas emigraciones que la sed precipita
hacia un agua quimérica,
más que los mismos huesos
que a menudo aparecen bajo el sol imprevistos,
flotando como escamas de un remoto naufragio.

Algo hay que dura y vive
aquí, más que esas cosas sin memoria,
aniquiladas; algo semejante
a un mineral de corazón ardiente
que palpita escondido entre el confuso
temblor de las raíces, entre venas
de aliento inextinguible y cuyo soplo
clamoroso se eleva sobre los cementerios.

Es un astro, un planeta
más tenaz que la sangre, que el sonido
del viento en la llanura un elemento
ancestral y perenne, una guirnalda
de las constelaciones hundidas, lo que late
debajo de las ruinas transitorias
con secreto fulgor y determina
su voluntad de ser perdurable cimiento.

Yo siento, como el himno de un glorioso verano,
fluir de lo nocturno de la densa materia
su luz, su sinfonía de metal entrañable
derribando los límites del tiempo, ese río
de rodar imperioso que consume la llama
tan fugaz de los cuerpos; lo que al fin sobrevive
con lento resplandor a la caída oscura
de un alud, a los sordos estragos de la muerte.


UNIDAD


Durante largo tiempo
he vivido muy solo, junto a las frías dunas
del Sur; allá he podido
comprender que la vida es tan sagrada
como la muerte y llena como ésta
de un adorable espanto.
Y he sabido asimismo que .no obstante
asemejarse a la de un dios de pura,
altiva y solitaria. la vida de una planta,
de un perdido animal, de un campesino,
suele frecuentemente pasar inadvertida
y apagarse sin brillo, sin estruendo.

Alguien, con voz remota y vacilante,
su miedo elemental me ha susurrado:
si el mar se desbordara,
si un huracán de súbito esparciera la cólera
del Simún por los campos, si la arena
como un árido enjambre volara sepultando
los ganados, las mieses,
todos los moradores de una vasta comarca
verían el retorno de oscuros cataclismos,
como antaño las gentes bajo sombrías bóvedas
pálidamente quietas en círculos de azufre,
con amarillas hachas crepitando
cerca de sus cabellos.

Pero en aquellas noches de relentes marinos
cuando las altas naves del firmamento ardían
movidas por un soplo gigantesco
y la luna, brillando como un aro
entre las hendiduras de las nubes,
con su rosa inmortal descendía hasta el fondo
de olvidados sepulcros, desde lejos
una marea unánime afluía alrededor
de mi ser y lo henchía
de su rumor, y dentro del anillo
brillante y desolado que orlaba los objetos
quedaban las palabras, los pliegues del silencio,
las horas consumidas en la sonora llama
del tiempo, compartiendo melancólicamente
la vida de esos frágiles seres de la noche
que agitaban sus alas candorosas al borde
de un subyugante espacio.

Bueno, Cecilia. Siempre es grato verte por aquí. CÉSAR ROSALES, ya te lo había dicho, nos era un autor totalmente desconocido. Yo venía de Perú: recién aterrizado como quien dice. Y con unas enorme ganas de hablar de un autor - CÉSAR VALLEJO- que siempre me sugestionó. Habíamos vivido además una experiencia fabulosa con los talleres literarios ingeniados por nuestra querida MARI CRUZ DÍAZ en la CASA MUSEO DE CÉSAR VALLEJO en SANTIAGO DE CHUCO. Experiencias difíciles de narrar por su intensidad emocional... Pero, efectivamente, en GRANDES AUTORES, María Lua ya ha tratado , y muy bien, a César Vallejo. Podríamos hablar de nuestra propia experiencia, pero su poética ya ha sido tratada. En fin, desistimos de ello, para centrarnos en autores cuya poesía tenga una connotación social o testimonialista. Así surge este autor: vuestro; de vuestra querida patria; sanluqueño y desde luego con una notable preparación y una poesía , como estamos viendo, bellisima... Seguimos pues con él... Y luego dejaremos de lado a los Pablo Neruda; Nicolás Guillén; Ernesto Cardenal; Mario Benedetti... que también han sido tratados para centrarnos en autores cuyos nombres siquiera conocemos. Investigaremos pues. Y aunque nos cueste trabajo lo haremos dichosamente por este FORO, y las personas que como tú, nos siguen.
Besos.

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XVII

DESPUÉS DE TANTA LUZ

Infinitos los ríos, infinito
el horizonte, la pradera, el velo
cambiante de las nubes y el revuelo
de las garzas y el eco de sus gritos.

Sumergidos en hondo desconsuelo,
mis ojos, destronados aerolitos,
ven hoy oscuros y pequeños ritos
después de tanta luz y tanto cielo.

vengo de la llanura, desde lejos,
con el alma bruñida de reflejos,
de arreboles, de ráfagas, de mitos.

Encuentra aquí el horror: sombra de viejos
crímenes, grietas, más caras, trebejos,
y vuelvo a los espacios infinitos.

XVIII

COMO EL VILANO (" Sólo un verano me otorgáis, / vosotras las poderosas" - "Las Parcas". Hölderlin)

Como el vilano, sí, como el vilano
vaga ebria el alma por el aire puro
hasta dar con el límite más duro
que pone fin a su delirio humano.

Mecida por la brisa del verano
otro verano sueña y el maduro
zumo enciende su sed y ya un futuro
racimo quiere asir de oro lejano.

Vellón de azar en llamas de secano.
Pero la diosa de perfil oscuro
el hilo corta con siniestra mano.

Son de caña en el viento, soplo vano,
destello que se apaga tras el muro,
como el vilano, sí, como el vilano.

CÉSAR ROSALES

LA CASA EN LA COLINA

Este poema que expondremos a continuación y en días sucesivos está obtenido  de un estudio antológico de la FUNDACIÓN ARGENTINA PARA LA POESÍA.  Es un poema extenso - e iremos alternándolo con los sonetos de EL CRISTAL Y LA ESENCIA-. Y, al final del mismo, viene el nombre de "Vieja Casa Natal, cerca del río, al pie de la colina..." Ignoramos si viene recogido en algún libro o es alguno de esos poemas que quedan sueltos y que, por sí solos, constituyen un diccionario poético mezcla de sensibilidad, nostalgia y buen hacer.
Insisto, lo dividiré en varias partes, por cuestión de tiempo.

1.- ( Esta numeración es aleatoria, no existe en el poema original)


¡Oro de la niña en las colinas!...
alcor, techo de pámpanos y nubes,
residencia de fuegos venerables,
casa natal, isla perdida.
Dosel, cielo de viejo carromato de cañas y vigas amarillas,
friso de madreselvas y piedra cenicienta de los antepasados,
mascarilla de cal resquebrajada,
profunda galería con arcos laterales y sólidos pilares
que abrazaba la verde enredadera,
patios de una epidermis ancestral, planetaria,
barridos por escobas y efluvios matinales,
cornisa de los vientos,
alero de las lluvias y los pájaros
donde rojas avispas y abejorros
suspendían pequeños, primorosos panales que luego
abandonaban,
secas esponjas de ojos solitarios que temblaban vacíos,
carcomidos,
puertas de insomne párpados claveteadas de grillos,
batientes de la luz abierta siempre
al horizonte, al infinito, puertas
que sólo las ventiscas del invierno entornaban.

Qué dulce era, qué dulce en el verano,
llegar al mediodía
cuando el sol desplomado en tórrida avalancha rajaba las
piedras
por cuyas hendiduras asomaban veloces
verdes y esmeriladas lagartijas
y entrar en los tranquilos y umbrosos aposentos
como en el fondo vegetal de una isla rodeada de fuego,
beber el agua diamantina y fresca
del manantial , dormida en la tinaja,
y luego recostarse en la estera de juncos. ( Cont.)

Gracias por la aclaración que has dejado.


EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


DESLUMBRAMIENTO


El largo desaliento,
la sombra de la duda donde el ser se diluye,
el terror de lo que sin cesar nos acecha,
como un ojo obstinado, desde imperceptibles rincones;
todo es sobrepujado alguna vez
por la dicha inefable de vivir un instante
contemplando las cosas, las criaturas de Dios,
pletóricas de un ritmo secular, aspirando
la gracia inmarcesible que de ellas se desprende
como un soplo adorable.

Es hermoso vivir, si desde su pesada
y oscura servidumbre nuestra sangre se eleva
hasta ser en las nubes
o en los remotos astros
la más tenue guirnalda que teje el sentimiento,
esa hiedra inmortal. Entonces todo el ser
se asemeja a una fuente que murmura, que mana
impetuosa y bullente del centro de la tierra
y el agua que desborda de su círculo,
más pacífica y lenta, se extiende por la hierba
hasta tocar las hojas caídas en los bosques,
las piedras del arroyo, el minúsculo insecto.

Os quisiera decir,
con la lengua de un ángel resonante y espléndida,
el color y la música de las constelaciones,
de la oculta semilla que en la noche germina,
de esa imagen que apenas es un leve temblor;
pero mi voz no alcanza sino ciertos matices,
ciertos tonos opacos.
Ah!, por eso la aureola del misterio fulgura
en un reino inasible cuyo azar me subyuga
y me llena de espanto,
como un rostro de ardiente plenitud, entrevisto
en la niebla de un sueño.


CÁNTICO

Si por sólo un instante
alguna vez quisierais escuchar el lenguaje
de los maravilloso, si quisierais
destruir los pedestales
que un polvo ensordecido ha levantado
sobre tanto dolor, si no fuerais
esa pálida herrumbre que dejan las edades
y pudierais abriros como flores
al cielo de la aurora, a una existencia
de sereno esplendor; os iríais allá
donde entre pedernales apagados
brilla un ojo del mar, un gran espejo
de resonante luna que se nimba
con las fulguraciones de un pueblo sempiterno,
y en el ámbito vivo que despliega, en su círculo
halla el eco la hermosura: las nubes, los jacintos
de la tarde, las aves.

Cuando aquellas criaturas,
rumorosas como hojas del verano,
levantaban la espuma vivaz como un relámpago
de nieve en sus cabellos o teñían los juncos
que eran verdes laúdes en sus manos
delirantes, remoto, yo quería
respirar en el aire del olvido
entre pinares y doncellas, ser
el oscuro alejado
de una ruidosa muchedumbre, sólo
para beber, nostálgico y absorto,
esa luz infinita desprendida del cielo
cuyas rojas guirnaldas flotaban sobre el agua
crepuscular, la herían largamente
hasta hundirse disueltas, confundidas
con errantes escamas y con ésa
inmóvil ya que habita en los espejos
de las urnas marinas.

Oh, si en esta memoria tan leve de otro tiempo
puedo asir fugazmente lo que vive
difundido en mi ser como un fulgor perenne,
como un vasto rumor,
es porque quiero que vivas una hora
de amor inmarcesible, la que torna
grávido el corazón como el ramaje
que los frutos inclinan, como el agua
que desata el estío. Solamente
de tal modo podríais escuchar
el soplo melodioso que nos llega
desde la eternidad,
su resonar que pasa como un río
agitando celajes, estrellas, ruiseñores,
ciclámenes del bosque;
escalar su columna que entre el humo
de los fantasmas, de ídolos postreros,
veréis resplandecer.

Viene del anterior...

CÉSAR ROSALES

LA CASA EN LA COLINA

2. (Insistimos en que la numeración es aleatoria, establecida por nosotros y ausente, por tanto en el original.)

¡Vieja casa natal, cerca del río, al pie de la colina!
Allí estaba la madre tutelar como un hada
del amor, cobijando con transparentes alas
la dicha de vivir, que era en la bella y pristina edad de oro
una clara y sencilla ceremonia
de vendimias y cánticos solares.
Allí
el padre, como el grave y robusto sembrador
cuyo ademán levanta sobre el surco una blanca y
temblorosa estela
de gaviotas, había
redoblado los panes y los peces
y después de apartar la cizaña del grano,
de cosechar la mies como espuma dorada,
de trillar en el ruedo de las eras las crujientes, relucientes
panojas,
y de cribar el polvo en el cedazo,
había hecho también, una y mil veces, pastorear el ganado,
y desde su insular cabalgadura,
cuando la sombra fatídica y sangrante de las siete
jadeantes vacas flacas
azotaban los años borrascosos de epidemia y sequía,
libraba con sus hombros (?) de lazo en el apero y cuchillo en el cinto,
denodadas, pacíficas batallas contra las pestes y las plagas.
Sus actos y palabras eran claros, discernidos, coherentes,
pero indescifrables para quienes no estábamos compelidos
aún
para las tribulaciones de la angustia, el dolor y la muerte;
y es verdad que en la víspera y el límite de este último y
desolado páramo lo vieron
cierta vez allá lejos
oteando sus agrestes y abruptos dominios. (Cont.)

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XIX

Como un fanal azul el cardo gira
en olas del azar hacia el olvido,
y otro fanal azul, remoto, mira
la soledad del cardo desvalido.

manojo de intemperie florecido
en corimbos de luz, el cuello estira
hacia el imán del cielo, y su gemido
recoge el viento y en el viento expira.

Solitario fulgor de la llanura
creciendo en desamparo y hermosura,
en silencio crispado y en sonido.

Zarpa y vellón, pupila de la agrura
que el sueño diviniza y transfigura,
cardo del alma, lámpara de olvido.

XX

FURIAS Y PENAS ("Hay en mi corazón furias y penas." Quevedo.)

Si las furias, amor, fuesen arenas,
qué desiertos, qué páramos, qué dunas
la sangre cegarían, y qué lunas,
en este alcor de furias y de penas.

Si las penas, amor, fuesen cadenas,
qué prisiones, qué herrumbres, qué negruras
el alma oprimirían, y que duras,
en este hondón de furias y de penas.

Si las altivas furias sólo fueran
fulgurantes arenas y no hubieran
sino cadenas lóbregas de penas,

flores serían éstas de mis lares,
pero está -¡mira!- desbordando a mares
mi corazón de furias y de penas.

Cont.

Ahí estamos los dos, erre que erre, y creo que cada vez más sorprendidos de la belleza de lo que desconocíamos...

"la sombra de la duda donde el ser se diluye..."

¡Qué categoría poética, amiga mía!

CÉSAR ROSALES

LA CASA EN LA COLINA.

3. (Cont.)

Allí estaban los fieles custodios,
los entrañables seres de mi sangre y los otros,
a quienes yo veía
sosteniendo un anillo de luminosa y permanente aureola
alrededor, y allí también los mudos, familiares testigos :
las camas acolchadas y mullidas
invitando al reposo nocturno,
el biselado espejo con marco de caoba y alta luna velada
bajo un tul vaporoso,
la jofaina en su esbelto pedestal como una circular rosa de
nieve
o bien como la taza blanca y resplandeciente de las
abluciones
matinales, los peines de carey encajados
en esos ondulantes peineteros de cerda, blondos o
marfileños,
a menudo teñidos de color carmesí o añil de cielo estriado
de tormenta,
que pendían entonces como largas y espesas cabelleras
murales
adosadas al liso panel de la pared, junto al espejo,
perpetuamente fijos en un esplendor ingenuo de
enjalbegadas lunas,
de colas adornadas y peinados trofeos,
la mesa de algarrobo tallada por un viejo y anónimo
artesano,
las sillas como troncos patriarcales
convocando presencias impalpables, inaudibles coloquios,
o a la espera del dios propietario de la vendimia de oro
en la consagración del pan y el vino,
de algún fortuito huésped transitorio
o de aquel que de pronto o anunciado
como el ángel de Patmos , llega un día
y al soplar su trompeta fatídica en el aire perplejo,
el puro, el inocente que hay en él todavía - pues hablo
aquí de un niño dormido en un vergel-
despierta  de su sueño de crisálida, rasga
el velo, abre los ojos a la revelación, comprende al fin y ve
que allí donde alguien fue, donde uno estuvo - un ser
amado, un huésped pasajero-
sólo queda una máscara de espanto y la desierta forma sin
calor del vacío;
las petacas de cuero,
los cofres de madera embalsamada con aroma de espliego y
de membrillo,
la jarra de sonora escarcha azul sobre la mesa y unas flores
que había siempre allí, recién cortadas,
el blanco hule lustroso propagando en el ámbito doméstico
un olor especial que se mezclaba
con el olor del pan y de la leche con burbujas de la mañana
y se desvanecía con el mantel de espuma de lino bordado
cuando el tintineo de las copas y el claro sonido de la loza
exornada con flores
y espigas de una escena bucólica y arcaica
traía el vaho cálido y humeante, el sabor aureo,
el tufillo especioso y adulador de otros manjares.

Cont.

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XXI

EL RETOÑO ( A Horacio Eduardo)

Mira la vid en llamas del otoño
y el zarcillo de luz que la decora:
lámpara de oro, cándido de retoño,
rosicler y frescura de la aurora.

Junto a la vid un ramo de madroño
su fragancia bucólica atesora
en el huerto, y el vástago bisoño
entre mieles y pámpanos se dora.

Cogollo de la sangre, gajo tierno
que ornas mi surco y ciñes en mi esteva
un muérdago de amor, un lazo eterno.

En ti la roja savia se renueva
y vierte al sol, a espaldas del invierno,
su prístino sabor la vida nueva.

XXII

SORTILEGIO DEL GRILLO ( "Música porque sí, música vana" Conrado Nalé Roxlo)

El olvidado grillo de la infancia
vuelve a tañer su flauta campesina
y el son agreste horada la distancia
como una gota de agua cristalina.

Hoy como ayer aspiro la fragancia
del matojo silvestre en la colina,
un zumo de ámbar el viñedo escancia
y el cántaro de greda se ilumina.

Niñez perdida, música, fragancia,
néctar dorado, cántaro colina:
todo tiene una oculta resonancia;

porque al conjuro de su flauta fina
vuelven a ser las noches de la infancia
cuenco sonoro, gota cristalina.

Cont,

Y por suerte así es.

Hay belleza e intensidad. ¡Todo un regalo!


EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES



AL FIN SOBREVIVEN

Entre las cosas que avasalla el olvido,
como el color de una hoja al declinar
entre la multitud, como la estría vacilante
que el cardo migrador deja en la arena
estelar de las dunas,
hay sucesos de un matiz singular
cuyo eco persiste con vivísimo ardor:
y tan pronto es el vaho de un perfume que pasa
agitando una estela sobre la piel, la llama
de un cardenal errante por el bosque,
esa voz casi humana que el viento arranca a veces
del ramaje nocturno de los pinos,
el quebrarse de un tallo
con un cálido y tenue sonido
con una extenuación apenas perceptible
o el instante de un día,
sólo un instante a orillas del crepúsculo
que vibra y se difunde en la calma interior
como el arpegio de un laúd.

Los que habéis respirado alguna vez
bajo el arrobamiento de ese áureo resplandor
que la llanura exhala con el amanecer,
los que habéis escuchado los rumores lejanos
que la brisa propaga desde el mar,
cuando todo reposa en derredor
como en zumo de un fruto que ha madurado
y el silencio es tan vasto,
tan pletórico y límpido que puede
ser esa onda brillante que desprende la órbita
de una estrella o de un alma;
ah, vosotros sabéis cuan mezquinos y estériles
son aquellos que pasan por la hermosa estación
como huyentes espectros,
como vegetaciones de follaje marchito
o ruina que destilan un sombrío y pesado sopor.

Oh vorágine, hoguera implacable del tiempo,
oh carnal vestidura, oh torbellino
de ilusión disipada al rodar de los años;
no en vano habéis traído desaliento y pavor;
pero algo prevalece intacto aún:
el efluvio radiante y misterioso
de las cosas, las aguas del gran río de Dios,
la intuición que revela ese fluir infinito,
no están contaminados por el hálito impuro
que emana de lo efímero.
Porque desde el solar de la memoria,
desde la lejanía constelada de imágenes
se desata el reguero como una resonante
galería de espejos que de súbito enciende
los paisajes de antaño, sus más leves
y tenaces figuras,
y a su influjo las voces remotas del pasado
retornan majestuosas, sobreviven al fin.


UN LARGO DÍA EXPIRA

Un largo día expira entre los tornasoles
del crepúsculo, cae
un resonante imperio como la piel de un ídolo
dorado, desfallece
con la aureola de aquellos que habitan el orbe
radiante del estío, pero deja
su imperceptible ruina entre las hojas,
en el aire, en mi frente,
y en las flores tan tenues se acumula
su ceniza y aún vive
su extenuado temblor.

Oh ráfaga del tiempo, oh fulgor momentáneo
de un agua que corroe lentamente las piedras,
áurea espuma esparcida sobre mi corazón;
conqué son entrañable sin embargo
ha surcado el espacio donde ahora quisiera
perdurar, ser un hálito menos vacilante
que su llama fugaz, más duradero
que el rumor de su paso disuelto en los estanques,
que ese follaje que arde, ya guirnalda
vesperal, en las torres, en las nubes.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


¿RECUERDAS ESAS HIERBAS?

¿Recuerdas esas hierbas apagadas
de un color ya decrépito, esas hierbas
que recubren los bordes de un camino perdido
y agobiadas por un azar siniestro
retienen en sus pliegues una escoria de flores
desecadas, el moho acaso, el moho
que crece entre las tumbas de un viejo cementerio?
Ante ellas no despliega sus irisadas alas
el colibrí, la delicada abeja
no zumba alrededor buscando el néctar
para su miel, ni el céfiro que mece las frondas
desciende hasta sus hojas desdichadas,
visitadas tan sólo por tenaces gusanos.
También los vagabundos que exhuman los anillos
de los muertos y aquellos que se arrancan la piel
de vergüenza, han hollado por la noche
ese lecho olvidado bajo los grandes astros,
y con un haz reseco de los montes
erigieron el fuego primitivo
como un santuario a cuyo resplandor
el contorno medroso parecía alejarse
de modo que sus ojos consumidos, su voz,
el exiguo alimento que expiraba en sus bocas,
los mismos ademanes vacilantes
adquirían de pronto proporciones grandiosas.

Rememorando ahora mi vida solitaria
al pie de las colinas, cuando ávido de oír
el himno jubiloso que levanta la riente
juventud de los campos, salía a recobrar
el esplendor antiguo de la naturaleza,
en mis exploraciones por extensas comarcas
nada he podido ver más parecido
a ciertas existencias miserables
que esas hierbas astrosas, de atormentado y triste
color, predestinadas a la más dolorosa
desolación; las mismas que un día desataron
la piedad de mi ser como un efluvio
primaveral, aquéllas que un azar tenebroso
ha cubierto de un légamo estéril y sombrío,
semejante al escarnio.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES




LA MUERTE AQUÍ ES UN FRUTO


La muerte aquí es un fruto de otoño que reposa
sobre la hierba apenas hollada por el hombre,
una flor fascinada por el agua,
una hoja que temblando toca nuestra mejilla
o un insecto debajo del belfo de un caballo.

¿Quién puede por azar
caer en el terror de anudar la memoria
a una selva de ritos funerarios, a ese hálito
de polvoriento luto que la muerte
exhala en otros sitios? Oh, ¿quién puede aterrarse,
sino sonreír con infinita esperanza
al ver cuando el crepúsculo como un halo divino
transfigura el semblante de esas leves criaturas
que vuelven al silencio donde labran el surco
de una espléndida aurora?

Así quisiera caer abandonado
a la sombra que borra las formas transitorias,
que en su extensión esparce derruidas multitudes
y ofrece a los despojos sepulturas efímeras
-oh corazón durmiente, oh esqueleto sonámbulo,
oh río entre nocturnas raíces confundido,
agitando semillas y viejos pedernales,
transformando las hojas últimas del otoño
que han hundido las lluvias
en el eterno zumo que fermenta la tierra-;
aquí donde la sangre de remotos ausentes
ascienden en verdes olas, en manos vegetales.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


EL AGUA Y LOS AUSENTES

Un agua sempiterna cae, un llanto
que roe las sortijas de los enamorados,
que desgasta las piedras;
un agua de furor helado, un llanto
que refluye en el sueño, en el inmóvil
terror de los espejos,
que moja las raíces de nuestro corazón
y golpea nombrando a los ausentes.

Es un agua o un llanto,
un ramaje doliente cuyas hojas hundidas
beben los muertos; ellos que tan solos
miran caer el polvo de sus largos cabellos
y sienten desprenderse lentamente
de la orgullosa llama en que ardieron un día,
beben sin desazón ese elemento
ávido y melancólico, ese llanto
cuya sal rememoran.

Angeles desolados plañen en torno, mana
la voz del firmamento
y el brazo celestial que de repente
se ha trocado en un río de cólera sagrada,
agita los peldaños que retienen el polen,
el olor de los años.

Como un ser de la tierra, como un triste
luchador sin ballesta,
veo flotar su túnica hendida por un soplo
milenario; fluvial y tempestuosa
invade una planicie de borrosas arenas,
arrastrando las ramas secas de los venados,
campánulas silvestres donde aún parece arder
el último crepúsculo.

Oh, es imposible ahora revivir sus semblantes
borrados por el agua; ellos yacen disueltos
entre lejanas nubes de sangre destruida
o moran solitarios en tenebrosas cajas,
o bien desde los huecos que antaño sustentaron
un destello de amor, miran el musgo
que recubre sus huesos, la pálida aureola
que ciñe sus cabezas en el fondo del mar.

CÉSAR ROSALES

EL CRISTAL Y LA ESENCIA

XXIII

LA PAMPA ( A la memoria de Ricardo Güiraldes)

Un pájaro, un cardal, una osamenta,
un trebolar azul, una fragancia,
un aire que del aire se alimenta,
el islote perdido de una estancia.

Un humo que enarbola la distancia,
un agua que no es agua, un espejismo,
un silencio que es pura resonancia
como cuando uno grita en un abismo.

Un vacío sin fin, una constancia
para seguir viviendo la ilusoria
realidad de esta nada que lo es todo.

Un venado de luz errante, un ansia
de fijar esa luz en la memoria,
y ser cielo, ave, nube, hierba, lodo.

XXIV

ARCO IRIS DE AMOR ( A Horacio Eduardo, en su séptimo año)

Grácil retoño de vellón dorado
bajo el maduro estío de mi vida,
creciendo en luz, en aire deslumbrado,
junto a la tierna mano que lo cuida.

Trigal en flor o pámpano irisado
por la calandria de otra luz que anida
en otro cielo vivo y constelado
como el azul: mi corazón, ¡oh vida!...

Candelabro de fiesta iluminado
con siete llamas entre la elegida
y el labrador de sueños a su lado.

Yo te labré, campánula tejida
con espuma de río y sol de prado,
arco iris de amor, arpa florida.

XXV

MI CASA ETERNA

Mi casa de estalactitas en la montaña.
Mi casa con frutos de oro a la intemperie.
Mi casa donde el viento marino mueve
roncas alas de espumas desatadas.

Mi casa fosforescente junto al río
como un cielo nocturno o una caverna.
Mi casa hija del sol y las tormentas
como una espiga o la hoja de un cuchillo.

Mi casa entre campanas y madréporas
con ruedas de fogatas y resinas.
Mi casa donde anidan las estrellas.

Piedra sonora, nube de gaviotas,
mi casa eterna, llena de semillas,
su techo azul mojado por la aurora.

( Con este soneto concluímos el libro EL CRISTAL Y LA ESENCIA, de César Rosales, ya que los dos últimos poemas del mismo fueron editados al principio. Continuaremos con el mismo autor, con la obra LA CASA EN LA COLINA. Después veremos algunos estudios críticos sobre él, pero cuando Lluvia termine con EL SUR Y LA ESPERANZA.)

CÉSAR ROSALES

LA CASA EN LA COLINA

4

Esos mudos testigos...!
Los retratos dormidos de otro tiempo
-desvaídas estampas,
adorables visiones de una Arcadia nativa, luminosa y feliz-
y aquel, oh replandor,
tantas veces mirado en la niñez, tantas veces
perdido y rescatado en la vorágine
del tiempo cruel y amargo del exilio;
¡inolvidable faz, camafeo de luz
serena y melancólica, ceñido
por una dulce ojiva cuyo marco destaca en pálida belleza
sobre el follaje de verdor oscuro del naranja natal!
Y aquel otro, aquel otro
borroso bajo el velo de una bruma lejana de impalpable
ceniza,
con los quietos abuelos sentados a la sombra del ala
solariega en el patio teñido de pátina solar,
los severos varones y una constelación de muchachas
radiantes
formando un abanico de marfil y de raso bajo el arco
estival,
y como iluminadas por una fanal de seda de luna
adolescente a cuyo resplandor
el rostro de luciente camelia de mi madre, no desposada
aún,
resplandecía lleno de interior armonía y esperanza nupcial
entre las pléyades y decorando
la deliciosa y anacrónica escena
-semblantes arrobados, atavíos, brocados, cabelleras
suntuosas-,
igual que alabarderos de un reino patinado por agrestes
prosapias
sustentando en las formas de un culto secular y casi mágico,
las humildes y fieles servidoras de antaño
sosteniendo en sus manos monumentales mates de plata.

Cont.

Pues me queda muy poquito para concluir también, así que sigo y  acabo.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES



PREGUNTA

Oh tú que has escuchado largamente
y de modo tan lento el perenne rumor
de las espigas, levemente asidas
por manos errabundas, a esa hora
en que los campos quedan despojados
de matices efímeros y esplende
en lo remoto el infinito rostro
de Dios, todo maduro, constelado
de un llanto celestial que apenas cae
temblando sobre el polvo:
¿no te has sentido alguna vez herido
por un tenaz deseo de perderte,
de quedar para siempre olvidado
como una cruz oscura o una estatua
dormida entre las hojas
-aquéllas que has mirado, solitario,
hacia el atardecer, entretejidas
con regueros de luz, resplandeciendo
con una vida inmaculada, llena
de voluntad, de amor sin pesadumbre.
y amanecer al aire de la aurora
con la frente, morada del rocío,
lo mismo que una flor desguarnecida;
así, expuesto al asombro de bestias inocentes
o quizás de algún ave que baja de improviso
a levantar el fruto caído junto a ti,
lejos de lo que el cieno decrépito envilece
en sus vastos sepulcros y asimismo
de las momias con ojos de extinguida ceniza
en cuyos huecos hilan de noche las arañas,
de esos ramos tardíos que naufragan deshechos
en el fondo de un nicho?


PLENITUD


Como una nube cuyos grandes ojos
vagan nostálgicos hasta caer,
pletóricos y graves,
sobre el raso morado de un paisaje invernal
o más bien como un árbol solitario,
rezumante de frutos,
inclinado de modo que sus ramas
tocan la tierra y en un vasto círculo
extienden por el ámbito umbrío de la hierba,
sobre el lecho de antaño su cálido rumor:
así mi corazón, grávido ya
de inmemoriales cosas, de los seres
que respiran asidos a sus hojas, de todo
lo eterno, en fin, que vive alimentando
sus antiguas raíces y de aquello
que por ser infinito sobrepasa
su duración o acaso de otro modo
más invisible mana de su oscura
copa terrestre un vino misterioso
que los exalta, llenándolo
de majestad, y esparce
su aroma melancólico en las cosas
que lo miran pasar como a un hermano,
dulcemente rendido y ávido aún no obstante
bajo el peso de tanto amor.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES

IV

EL AMANTE

Su cabeza, de un derruido esplendor,
yace al pie de la hiedra, entre los muros
seculares; debajo de su follaje hundido
fluye un agua sombría que sube hasta mis ojos
con doliente avidez; alrededor
como en torno de una extraña mansión,
vagan palomas secas, indefensas
criaturas que la herrumbre del otoño ha invadido.
Entretanto el crepúsculo, como una suave túnica
cae en húmedos pliegues de púrpura y exhala
un vaporoso lampo sobre el sueño
del musgo que corona su cabellera inmóvil.
¿Qué tardío, melancólico amante,
de piel entretejida por las lluvias, retorna
a esa ruina adorable donde tañe
la cítara olvidada?
Oh, sólo él, a la sombra que el antaño acumula
en los enterratorios de brillantes sortijas,
abre su corazón, ya constelado
de venablos azules, y su hálito conmueve
las solitarias llamas,
la tormentosa espuma que sobre ella arde aún.

EL ELEGIDO

El es quien poseído de secreto fervor,
sintiendo gravitar los transitorio,
quiere dejar algo permanente de su ser
tan limitado y requerido en medio de todo
para pulsar sin estupor lo inmensurable.
El es quien coronado por un arduo destino
al cual fue siempre fiel desde su origen,
viene a exaltar la tierra que le ve padecer,
oh, grávida de frutos, que levanta
con sus frágiles manos como un cáliz donde arde
un vino inagotable y afirma lo perenne,
él, cuyo vaso está hecho de limo tan efímero.
El es quien os ofrece los zumos sempiternos
y ama la vid, el agua, la rosa purísima
y la sal que pone en la lengua cuando nombra
con voz resplandeciente las cosas más oscuras.

¿Qué hubiera sido de él, el desvelado, el solitario,
si el amor de los dioses no le hubiese otorgado
ese instrumento fino y ardiente que ejercita
en su difícil soledad, en su vigilia?
Por ese don tan singular, tan misterioso,
va él como un antiguo profeta de la tierra
despertando a su paso las piedras y las flores,
tañendo lo sublime, lo inefable.
¿Habéis oído en lo hondo del silencio,
en la gran plenitud que llega con las tardes
o en la calma nocturna, junto a un río,
en el templo de un bosque, en la montaña,
resonar la columna de su canto
maravilloso? ¡Ah, en su inmenso canto
habita un ángel de alas espléndidas que surca
el infinito y hace llamear los horizontes!
No es sino eso que alguna vez habéis oído
y os arrebata, os hiere dulcemente.

Acogedlo; yo os puedo aseverar
que este elegido sin edad no necesita
de vosotros, como único homenaje,
nada más que una palma serena y encendida,
una hoja del follaje numeroso
y un solo oído atento sobre su corazón
no mancillado.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


EL DONADOR


Semejante a una llama que arde sin consumirse
y cuyo resplandor hiende gloriosamente
la oscuridad, henchido
de su vasto fervor, alto en el pedestal
de su grandeza, esplende
con una luz tan pura que el hipócrita arroja
sus vestiduras y el ladrón que reina
frenético en las plazas
se detiene perplejo, con las manos ornadas
de una brillante escoria.

De colina en colina
de valle en valle, sobre
las coronas del mar,
entre los pliegues de las rocas, dentro
de dormidas corolas,
como una onda de infinitos destellos
o como un arpa que el tiempo tañe, grave,
caudalosa y profunda, resuena su llamada
y el gran fulgor que esparce en la extensión
circunda de una aureola sagrada la Montaña.

¿Qué ha sucedido, entonces? Ved: de pronto
los muertos se desprenden de sus pálidas gasas,
la boca del sediento se apacigua y florece
rebosante y aquéllos
sobre los cuales una espesa ruina
ha vegetado, llenos de súbita vehemencia,
arrancan de su piel los horribles vestigios
y salen a buscar el humeante verdor
de las praderas, el sabor vetusto
de los huertos, las fuentes donde el agua
fluye perennemente
con tal diafanidad que es el reflejo
terrestre de sus dones.

CÉSAR ROSALES

LA CASA EN LA COLINA

5

Soflamas de las siestas, iguanas y avisperos en las piedras
calientes,
sopor de la maleza,
firmamento cuajado por estrellitas azules del alfalfar florido
a la vera del río
con pestañas de juncos, en la vega,
bajo un flotante tul de mariposas,
zureo de palomas en la espesura idílica y honda de los talas ,
bisbiseo , susurro de las hojas en la vieja alameda,
oh pánico estridor,
zumbel de las cigarras girando delirantes como trompos de
música,
suspendidos del hilo de miel incandescente de un canto,
lanzadas
al torbellino, al vértigo sonoro,
con ciego ardor, con trágica demencia,
hasta morir quemadas en la llama de un sortilegio cruel,
como el conjuro
de un primitivo, oscuro,
de un esotérico y simbólico rito;
áspero y seco ruido quebrado de las cañas allí afuera, y
adentro
una profundidad, un frescor de cisterna.
Y esa mosca obstinada, de color de obsidiana verde-gris,
cuyas alas,
vítreas y transparentes, emitían apenas
una débil y tenue vibración
y se tornasolaban bajo el haz repentino de un flequillo de
luz filtrada al sesgo
por la ventana roja del poniente
a través del encaje de aquella cortinilla que el céfiro cortaba
dejando vislumbrar por detrás de los claros del ramaje,
más allá de los verdes y boscosos collado,
la levantada cresta, las aristas desnudas del farallón rosado
de unas cumbres
jaspeadas, terca mosca solitaria, avarienta de luz que en la
suave penumbra
estival de la estancia volaba atolondrada y temblorosa
con un leve, monótono,
tenaz y melancólico zumbido, un zumbido
que persiste y escucho aún, a veces, lejanísimo pero
extrañamente claro,
y despierta el recuerdo de la umbría y soleada floresta de
la infancia
entredormida allá en el cuenco de un valle amueblado de
luz,
de arroyos de cristal, de abejas de oro!

( Fín del poema Vieja Casa Natal, cerca del río, al pie de la Colina...)

El siguiente y último poema que expondré de CÉSAR ROSALES es LA FLORESTA.

EL SUR Y LA ESPERANZA

CÉSAR ROSALES


V

ORBITA

El dolor, su dominio de ardorosas aristas,
el sufrimiento al fin,
me han dejado un reflejo de su sal indeleble;
han dejado en mi sangre,
en el oceánico metal de mi canto
un sabor melancólico.

.... De la tierra natal traigo el fuego sagrado,
la miel de las montañas,
la infancia como un ídolo de antaño
los pies llenos de espuma, los cabellos
coronados con grandes hojas salvajes.
.........................................................
Y el sur, donde he querido
con furor, donde he visto sobre todo
cómo era la Esperanza,
no una rama caída de los días,
sino un ala, una ráfaga eterna del tiempo
que nos hace temblar silenciosos,
adorar las estrellas.

Y la vida, la vida,
lo que nos sobrepasa cuando damos la nuestra
al destino; todo eso y lo indecible
que hay en mí, me sustenta,
me destruye y me crea sin cesar, renovándome
como el rostro del mar..


*** FIN ***

Pues bien,  este es el último capitulo del libro El sur y la esperanza,  de César Rosales.
¡Maravilloso ha sido el haber conocido al autor de tales obras!

Me faltan unos pocos poemas de diferentes antologías que me gustaría poner. pero me vine a Mazarrón y no me traje los papeles correspondientes. Por tanto, y como te había comentado, querida amiga empezaré con ese estudio crítico que ya te dije. Ocurre que en el mismo, bellísimo, serio y riguroso trabajo, se hace una exégesis de varios autores ( A.E. Agüero; Polo Godoy Rojo; Berta Elena Vidal de Battini... y el mismo César Rosales que es el que nos interesa). El estudio ,"EL ESPLENDOR DE LA PALABRA" está signado por PERLA MONTIVEROS DE MOLLO, y es del año 1994. Parece ser que Perla fue ( o es, puesto que ignoro si vive todavía) una gran Crítica de Literatura. Y poeta , a su vez.  Nosotros no queremos apropiarnos intelectualmente de su trabajo. A ella y sólo a ella corresponde el mismo. Pero creemos conveniente que se empiece a conocer que esto de la poesía es bastante más que 3 0 4 autores consagrados. Afortunadamente.

Textualmente, pues :

"CARTAS DE VICENTE ALEIXANDRE A CÉSAR ROSALES

("La poesía es una sucesión de preguntas que el poeta se va haciendo. Cada poema, cada libro es una demanda, una solicitación, una interrogación, y la respuesta es tácita, pero también sucesiva y la da el lector con su lectura." Vicente Aleixandre)

A.- TRAS LAS HUELLAS DEL DESTINO LITERARIO DE CÉSAR ROSALES :

"Escribí con amor y por amor a mi pueblo, a mi país, al hombre universal", con estas palabras finalizó César Rosales su conferencia "La poesía como testimonio", dad en la Fundación Argentina por la Libertad de la Cultura (1). Todo empieza así en el amor a su pueblo, en el ejemplo de un padre labrador, en las oídas y retenidas voces comarcanas, y esta genuinidad esplenderá en el poeta a lo largo de su vida. Y en momentos importantes, las afinidades electivas serán vías para crecer y para comunicar lo de su tierra; amistades que atesoró el escritor y que no dejan de admirarme. (2)

Queda testimonio de su amistad con grandes escritores argentinos como Manuel J. Castilla, Carlos Mastronardi, E. Martínez Estrada, César Tiempo, Vicente Barbieri, Jorge L. Borges, M. Mujica Láinez , Francisco Luís Bernárdez, Bernardo Canal Feijóo, León Benarós y tantos más. Amistades americanas como la de Miguel Ángel Asturias, Cintio Vitier, Pablo Neruda, Arturo Torres Rioseco, Edmundo Urbansky y J.S.Allen. Amistades europeas, valgan entre otros grandes nombres los de Juan Ramón Jiménez, Vicente Sleixandre y henri de Lescoet.

Su sencillez, su discreción que cantó en alejandrinos otro amigo suyo, Joaquín Gómez Bas (3), mantuvo silente tanta relación valorativa y afectiva. Conociéndola y ya a más de veinte años de su muerte, destaco que César Rosales ha dejado a su pueblo aún otra herencia hermana de sus obras, tal el reconocimiento de su condición humana y de escritor dado por altos valores literarios de su tiempo. Así aprecio su relación con Vicente Aleixandre.

B.- Cont.

CÉSAR ROSALES

FLORESTA (Fragmento. Este poema creo que pertenece CANTOS DE LA EDAD DE ORO)

Umbral del Edén


Había una edad de oro,
otra bella durmiente del bosque,
mecida en el vapor de la floresta
soleada, umbría y verde de la niñez, allá
donde las claras fuentes
manaban dulcemente un temblor virginal
para todos los hombres y las bestias,
y hasta los pájaros del cielo, el picaflor y la oropéndola,
bajaban a beber en la fontana de plata,
primer espejo puro de los ángeles,
las nubes y los astros de la celeste bóveda.

Allí estaba el maná del amor - y no sé de otro-
con la leche y la miel del paraiso
fluyendo en blancas y doradas sílabas
que la boca inocente saboreaba con júbilo y unción
sacramental, y allá estaba también
el beso tierno de una luz dichosa
que al viento balanceaba en una espiga
como una trenza de oro
junto al río.

Y el cielo,
infinita promesa, divino imán, torrente
de zafiro corona,
bocanada de luz y estrellada caverna,
resonante y abierto
igual que una campana o una corola
desmesurada, el cielo que de pronto
parecía desplomarse con todos sus cristales y pájaros
sobre las tenues alas de un insecto,
y ese insecto zumbaba, revolaba, aleteaba dentro del
corazón
hasta fundirse en él, hasta ser ese atónito,
mudo y estremecido corazón.

El cielo,
narciso azul, pupila
de lo absoluto, rostro,
rostro infinitamente reflejado,
asomándose a líquidos espejos
de faz límpida y tersa o a balcones
de rizadas espumas,
resplandecía quieto o agitado
según las superficies,
las hermosas y vanas apariencias
que lo iban espejando;
abismado remanso , ciervo de ramas vagabundas,
espectacular fontana,
piel de jaspeada ondulación marina,
brazos de largas venas de turquesa.

(Entonces no existían las antípodas
y cenit y nadir, cumbre y abismo,
eje y circunferencia, alma y paisaje,
interior y contorno eran en realidad
la misma cosa, pues todo era a la vez
objeto amado, centro
de un paraíso, todo vida, ser,
tiempo y espacio.

Y en el umbral de espuma del Edén todo el cielo
era un alto fanal,
una remota lámpara
día y noche escondida sobre la tierra, siempre
derramando su fluido alucinante
descendiendo en vahadas de efluvios y destellos
por invisibles, infinitos grados,
hasta la luna negra de los escarabajos,
y era la tierra un regazo natal,
un cántaro de greda perfumada
que ascendía en resinas y vapores en fuegos y hoplanadas ,
donde el polvo hasta el alma desnuda y temblorosa,
desde el alma a los ojos profundos de la noche
¡Oh, estrellas - semillas del misterio- ascuas de oro!" (1966)

He leído algunos poemas de Rosales, realmente ha sido una muy agradable sorpresa gracias amigos