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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 09 Oct 2016, 01:53

    Mi premio ya lo tengo, mi querido amigo. Estar aquí ya lo es, y sí, cuando reciba la Antología por supuesto te lo haré saber.

    Muchas gracias, y si internet me deja, continuo con nuestro Elvio.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 09 Oct 2016, 01:59

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)




    Esos dos meses en Orihuela fueron de completa paralización creadora. Se limitó a acumular una fe que pudiera servirle para el trance siguiente. En un encuentro –ya a punto de tomar un tren que lo llevaría a otro presidio– le cupo una alegría enorme: tener en brazos a su hijo, alegría que le hizo escribir recordando ese momento: "No sabes la alegría que me ha dejado nuestro hijo viéndolo tan hermoso y tan vivo, que no puede pararse un momento... Dentro de unos meses andará por primera vez en su vida... Tengo que hacer de mi Manolillo el hombre más decidido del mundo y el más alegre y el mejor..."

    Una crepuscular tiniebla ronda su vida y la de los suyos: el hambre. La deplorable situación económica de su hogar no puede salvarse ni con la ayuda de Vergara Donoso, cónsul de Chile, que le envía algún dinero por expreso pedido de Neruda quien, desde París, no abandona al amigo amado. La salud de su espíritu no siempre puede sobreponerse a su precariedad física; des-nutrido y con los nervios deshechos, como dijimos, no oculta su penoso estado, aunque hace lo posible por no desesperarse. Resiste al apocamiento y férreamente proclama su decisión de resistir, firmemente, lo adverso que se está apoderando de sus días. Alguna carta clandestina –torturados garabatos– puede hacer llegar a Josefina y, aunque haciendo esfuerzos por ocultar su miseria inverosímil, deja correr a veces su impaciencia furiosa: "Me siento aquí mucho peor que en Madrid. Allí nadie, ni los que no recibían nada, pasaban esta hambre que se pasa aquí y no se veían, por tanto, las caras y las cosas y las enfermedades que en este edificio. A nuestros paisanos les interesa mucho hacerme notar el mal corazón que tienen, y lo estoy experimentando desde que caí en manos de ellos". Su propia miseria parece pequeña comparada con la que deben soportar su mujer y su niño; esto es lo que desquicia por completo al infortunado. Tiene violentas reacciones. No sabe ya si dar primacía a la tranquilidad consoladora o a la imprecación en sus esquelas. Ensaya toda clase de posturas para comprobar su firmeza y no siempre lo consigue, no siempre, como cuando, en rapto de furiosa precipitación, suelta este patético alarido: "Come tú, comed mientras haya qué. Vende, empeña, si es preciso, el niño. Pero será mejor que te metas antes en la cárcel conmigo, y nos moriremos jun-tos, como hace tiempo hemos acordado". ¡Tremenda cosa! Está en plena vivisección de su espanto y su desconcierto. "Estoy pasando más hambre que el perro de un ciego..." ¡Cómo debió sufrir para que dijera todo esto, él, que estaba dispuesto a sobreponerse, a elevar su himno de exultación a la vida por encima de cualquier desmoronamiento! Es como si ya no pudiese oponer una valla al oleaje de su pasión averiada, o, traicionado por su desborde rugiente, tendiese la mano pálida sin poder sujetar las bridas sueltas. Si todo no fuese tan terrible, habría evitado vociferar de este modo. A esa turbulencia seguirá luego un registro sosegado de los acontecimientos. Antes de que esto suceda, le esperan todavía tumbos sucesivos en donde ha de templar o aniquilar sus fuerzas.

    Con el traslado a Madrid, en diciembre de 1939, se inicia el ciclo de su abismal peregrinaje por las cárceles franquistas, peregrinaje cruel y trágico, de bárbaro ensañamiento con su persona. Todo lo que le fue negado conocer lo aprenderá en poco tiempo y el irrespirable escalofrío de las cámaras en que yazga serán su escuela de conocimientos. Madrid es la primera parada. Cae en la prisión del conde de Toreno, y el poco alimento que recibe de afuera, siempre por diligencia de Vergara Donoso, le restituye algo del color perdido, pues había llegado muy desnutrido y muy pálido. Pero si él encuentra paliativos para su hambre, los suyos no. Por eso toda su correspondencia de ese tiempo gira sobre el mismo tema, como si no se pudieran apartar las alas de murciélago de su presencia obsediante. "Come mucha fruta: que comer fruta produce alegría y verás cómo te pasas el día riéndote". ¡Hermosa intención! Pronto ve que no debe desfallecer y sí acumular entusiasmos para no ser derrotado por lo que se avecina, por lo desolador e interminable que avanza como riada.

    Porque cosas terribles van a ocurrirle. Cuando parece que su vida tiende a sosegarse, a serenarse al conjuro de su inacabable fervor, una noticia terrible le precipita en el vacío. ¡Ha sido condenado a muerte! Queda inmóvil, paralizado. No atina a comprender el porqué de tamaña injusticia. Condenado a muerte, sólo le resta esperar el desenlace. Ahora sí puede hacer un vertiginoso reexamen de su conducta, pesarse los latidos, desvanecerse en hondas meditaciones. Todas las sensaciones se apretujan en ese ardiente minuto en que recibe el impacto, como si ante la certeza de la proximidad de la muerte se encontrase desnudo y frente a su propia sombra. Pasado el instante del anonadamiento, vino la calma, Y esperó con ejemplar tranquilidad el cumplimiento de la sentencia.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 09 Oct 2016, 03:09

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)



    Los amigos vuelven a moverse. Cossío gestiona la revisión del proceso. Y ocurre algo que ha de mostrarnos todavía el calibre de su temple indomable. Un grupo de intelectuales falangistas le visita, prometiéndole la libertad a condición de que ingresara al movimiento. Rechaza el ofrecimiento con una sonrisa de befa y de desprecio. ¡Qué mal le conocían! Ni el temor a la muerte podía hacerle renunciar a sus convicciones. Nunca como en ese día debió haber sentido la aprobación de su conciencia. Su decisión le infunde un optimismo formidable. Durante los seis meses que siguen, en que su vida pende de un hilo, esperando cada mañana al pelotón de fusilamientos, se dedica al cultivo de su espíritu. Aprende el francés en las Cartas de Madame de Sevigné y está contento por recuperar parte de la salud perdida.

    Le conmutan la pena y es condenado a treinta años de prisión. ¡A treinta años! Mas él está ya libre de temores. Sonríe optimista y su entereza le enorgullece. Opone a cualquier ruina que pudiera advenir el febricitante dique de su juventud maravillosa. En esto reside su plenitud triunfante, en que su entusiasmo le libra de las opresoras cadenas de la inmovilidad y la rutina carcelarias.

    Sus verdugos se deciden a no darle respiro. De Madrid lo trasladan a la Prisión Provincial de Palencia. Allí no ha de quedar por mucho tiempo, aunque de allí, de Palencia, sale con el organismo quebrado, "enfermo y con una hemorragia muy grande", como comunicó al poeta Carlos Rodríguez Spiteri. Eran los primeros avisos de que algo en él se estaba minando, si bien no se llena todavía de impresiones sobre lo que de abierto comienza a ¡levar adentro. Lo que entonces se le soltó fue algo así como lo primero que le comunicaba con el lado roto que arrastraría apremiándole hasta lo último. Y como para poder zarandearlo de nuevo, de Palencia lo retornan a Madrid, en el mes de noviembre, esta vez a la Prisión de Yeserías, sección de transeúntes. De transeúntes, porque unos días después será enviado al Penal de Ocaña, en donde las cosas van a ponerse negras. "Sigo haciendo turismo", escribe a su mujer amargamente.

    Ya en Ocaña, como si quisieran hacerle sentir desde el comienzo lo que le espera, cumple una incomunicación de 25 días, en la que a fuerza de silencio todo se le desdibuja.

    Acabado el aislamiento, recibe un homenaje de sus compañeros de cárcel. Tiene noticias de sus amigos, especialmente de Vicente Aleixandre, que sigue ocupándose de Josefina, enviándole ayuda periódica. Miguel Hernández está sintiendo que el transcurso de las semanas tiene un peso cruel y difícil de conllevar. El 16 de marzo escribe a Spiteri: "El tiempo pasa, amigo Carlos, dejando su huella en todo, y más o menos profunda, según la calidad de los seres y las cosas. El tiempo en la cárcel es para mí una buena lección de vida y de todo lo contrario, y un provechoso curso de humanidades".

    Sigue interesándose por la actividad de sus amigos. No quiere que nadie se esfuerce demasiado por él y nuevamente empieza a confiar en su próxima libertad. ¡Ah, Miguel, Miguel! "Si logro conservar la salud, saldré de aquí como un ser de piel nueva; y falta nos hace conservar esta vieja piel de sol".

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 10 Oct 2016, 00:16

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)



    ¡Otra vez está soñando! ¿No ve acaso que todo se confabula para perderle? Y si lo ve, ¿por qué se engaña?

    Se sucede la atonía brumosa de los días, llena de torpores, en la que todo parece conspirar para deteriorarle la esperanza sin conseguirlo. Entre otros desgraciados, infligidos también por la penumbra, como animales heridos en una madriguera, respirando miasmas, entre quienes "para volverse del otro lado hay que pedir permiso a los vecinos", sigue resistiendo con ejemplar templanza, sin abdicar ni desfallecer.

    Lo terrible es que crea poco, casi nada. Ya van para meses que su palabra rebota inútilmente contra los muros y la quietud enorme le desarticula la inspiración; ya van para meses que le fatiga el hábito de esperar y que la melancolía excesiva le retrasa el avance; ya van para meses que se arrojó al pozo de sí mismo, anonadándose al paso de las aguas graves que le desgastan la piel por dentro. Acostumbrado al diálogo con lo vertiginoso, el continuo diálogo en la obscuridad le debilita el pulso. Prefiere escribir cartas y las escribe en abundancia, tanto como se lo permiten. "Vivo –dice–, me limito a vivir una vida de preso con todas sus consecuencias". Pendiente de las noticias de los suyos, suplica a los amigos por una línea. "Es una satisfacción de hombre en esta soledad animal de selva en que vine a parar". Y en otro párrafo: "Yo, como todos cuantos están en mi situación, vivo, en cambio, pendiente de las cartas, que son el gran acontecimiento de mis días de hoy".

    Así es que cada amanecer planea cómo atravesar el día. Para evitar que la cabeza se le turbe del todo, estudia, estudia idiomas, aprende el francés, traduce con el poco inglés que sabe algunos cuentos que destinará a su hijo. ¡Ficticia distracción para quien iba borracho de opulencia! Difícil le resulta sostener el peso abacial de las horas vacías. Aprende a fumar, ¡pobre poeta!, como para ovillar el mirar triste al ovillo del humo. Sólo por tedio podía llegar a eso.

    Hacíase urgente que las sombras no le quebrasen demasiado y que las horas no se desperdiciaran hasta el completo volteamiento de la actividad creadora. Era muy importante activar en algún menester carcelario, aunque este menester amenazase desconcertarle el alma. Entonces –¡él también!– ensaya esas artesanías menores en las que lo diminuto se concentra y apacigua la impaciencia para que no estalle. También dibuja. Sus cartas se llenan de esos dibujos. Hace juguetes para su hijo. Y sigue estudiando.

    Pronto parecerá un hombre caminando al lado de su propia sombra. Sólo la voluntad y el entusiasmo –los eternos ejes impulsivos de su temperamento– le sostienen. Su rostro se habrá demudado y una fatiga glacial irá empalideciéndole por fuera. Comienza a tener esas impaciencias ofuscadoras que acarrea la tensión nerviosa. La soledad se le vuelve más espesa; la nostalgia le pone fuera de sí, le tiñe la correspondencia de un tono amargo, de músculo quebrado sosteniendo un peso mayor de lo soportable. Pero más que dolerse de sí mismo, le abruma la miseria espantable, atroz, que ha caído sobre los suyos.

    En mayo una fuerte bronquitis le postra por completo. La cabeza –como siempre– se le desmantela en las jaquecas. Así abriga ahora el sueño de un traslado a Alicante que le aproxime a sus seres queridos, aunque sabe que eso les acarreará esfuerzos inauditos para atenderle. Confía, como siempre, en lo que Vergara Donoso pudiera conseguir. No piensa en otra cosa sino en Alicante. Ni un momento se da tregua en ése anhelo. En el fondo adivina que la afirmación, como la más alta prueba, tendrá que venirle de sí mismo, a fuerza de apoyarse en sus propias reconditeces, ya que, desheredado del mundo externo, los días solitarios no le darán tregua ni indulgencia.

    Por otro lado, es preciso consignarlo, nuevos acontecimientos gravitan sobre su destino, y el recuerdo de su persona cautiva ingresa en esa zona temblorosa de agitación que sacude los ánimos en una de las más difíciles coyunturas de la historia. Un gran vértigo envolvió a los hombres con la gran guerra europea, y la figura de Miguel Hernández se fue perdiendo en una borrosa lejanía, relegada en la espera y la incertidumbre, ya que el inmenso temporal de pólvora distrajo la atención de todos.

    En efecto, al concluir la guerra civil, el corazón del continente comenzó a henchirse de nubarrones, manchados sus horizontes, inflamada la atmósfera con anuncios de tempestades de infamia.

    La obscura ebullición que entretejió sobre España su codicia y sus traiciones, una voluntad de destrucción como nunca conoció la especie, el fascismo, fraguaba sobre el mundo una hecatombe todavía mayor, una carga volcánica de barbarie inenarrable. Todavía el llanto por España no se secaba de los ojos, todavía la agudeza del dolor no desaparecía de los rostros, cuando un relámpago cruel abría un foso donde la alegría humana comenzó a despedazarse toda. Los nervios se jugaban en el tapete verde de una tensión impaciente. Y cuando la tempestad desatada sobre Europa acabó de ceñir el postrer resplandor de esperanza, Miguel Hernández, en España, en una perdida prisión de Ocaña, quedó solo con su congoja y sus preguntas.

    ¡Y tan solo como estaba allá, con su trágica suerte a cuestas, suplicando por un traslado que pudiera mitigarle la abrumante pena, que le diera un soplo de dicha en medio de la noche total que lo envolvía! Cuando en junio de 1941 llega la orden de traslado, se muestra dichoso, dichoso y confiante. ¿Sabía acaso lo que le esperaba?

    Y ese mismo día en que lo mueven rumbo a la prisión última de su vida, comienza el papel de esa prodigiosa muchacha –novia, madre, esposa– a quien nunca acabará de agradecerse la abnegación para con el poeta en su hora de inmensa desventura.


    Concluye aquí el capítulo XVIII


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 11 Oct 2016, 00:06

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)



    Capítulo XIX


    CANCIONERO Y ROMANCERO
    DE AUSENCIAS


    Ausencia en todo siento. Ausencia.
    Ausencia. Ausencia.

    Miguel Hernández, cuya voz potente y enérgica había preferido el molde expandido, trascendente, de las formas mayores, sabía también que la fuerza mínima o grande de los sentimientos determina el cauce en que corresponde volcarse. Desbordado casi siempre, los versos de arte menor no podían contener su aliento. Tenía inclinación por lo ilimitado, por la palpitación sin atenuaciones, palpitación dotada de porosidades en trance de aventar la copa que labraba, por el destello sobresaliente que arriesga el equilibrio, por el temblor poderoso. Lo dijo en un artículo sobre Resistencia en la tierra, de Pablo Neruda: "Me emociona la confusión desordenada y caótica de la Biblia, donde veo espectáculos grandes, cataclismos, desventuras, mundos revueltos, y oigo alaridos y derrumbamientos de sangre". Esto denuncia el estado de ánimo del poeta por esas fechas, enero de 1936, ánimo de furor y enardecimiento. Y agregaba también: "La poesía no es cuestión de consonantes, es cuestión de corazón".

    Desde entonces han sucedido cosas, cosas grandes y pequeñas, situaciones que trascendieron lo personal y otras que hicieron gemir lo más íntimo; un extravío de chispa y de tiniebla sobrecogió en su origen a cuanto se tocaba; nadie escapó al cambio de sitio de los elementos, se sufrió el efecto de los ásperos vientos que soplaban. Voces que ayer resonaban con ira, en competencia ardida de entusiasmo, se replegaban en un consuelo melancólico; los mejores artistas de España, aquellos que se midieron sobre el acero al rojo, echando una última mirada sobre su tierra, abrevaban su angustia con acíbar extranjero. Cada uno de esos destinos, unidos en el deber y el alto sacrificio, se esparcirá en la dramática búsqueda de un nuevo rumbo misericordioso. Perdida la voz, tendrían todos que reencontrarla. Cada cual a su modo, al tamaño de lo que le tocaba en suerte.

    ... Cosas grandes y pequeñas. Algo se había quebrado en cada hombre, en cada piedra, en cada hogar. La quiebra de ese algo querido alcanzó a todos. Nadie escapó al empellón que estimuló el desquiciamiento. De una u otra forma, todos recibieron su cuota de sombra.

    En el fondo del hombre,
    agua removida......

    ¡Qué lejanos, para Miguel Hernández también, los sueños engalanados de paz! ¡Qué distante el anhelo de un hogar seguro, con cimientos de azahares y halo de creación y laboreo! Distante el gesto de cantar sin jadeos, distante el lecho del amor sin pesadillas. Una franja de espuma obscura se interpuso en su ruta.

    El cambio de tantas cosas en su vida cambiará el tono de su himno. Su preferencia por los "alaridos y derrumbamientos de sangre" dará lugar a un ritmo breve, de ceñida trasposición, casi elíptica, de su armonía interior. No le arrastrará ya la catarata que todo lo avasalla. El poeta se ha vuelto más hondo; la combustión se ha arremansado al requiebro de una inmersión más serena y más severa en el misterio cotidiano.

    Paralelamente a la gestación de El hombre acecha, comenzó Miguel Hernández su Cancionero y romancero de ausencias, que concluiría en el clarobscuro de sus prisiones. Entre uno y otro libro median algunas circunstancias de situación y tiempo, que les diferencia el tono, aunque ya problemas espirituales idénticos se ovillaban en su pecho. En ambos –más en el segundo que en el primero– la estridencia dio lugar a la digresión pausada que supone un estado emocional parecido, flotan ya temas en los que ahondará hasta el fin de sus días creadores: la angustia de la Ausencia y la Muerte. Lo que en el primero es airado tanteo, en el segundo es carne tangible, manifiesta materia que se toca, pues su perceptibilidad del creciente dolor corporizó en logros impares su grandioso buceamiento visionario en su desvelo y su tristeza.


    (CONT.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 12 Oct 2016, 00:13

    Gracias, mi querida amiga, por tu tesón. No estás sola en esto. Te lo prometo que paso día a día, y no para ejercer ningún tipo de supervisión; sino para disfrutar con Elvio Romero y Miguel Hernández. Y claro, contigo : mi admiración hacia ti es constante.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 12 Oct 2016, 02:42

    Lo sé, así que...Tranquilo y seguimos disfrutando ambos. La verdad es que es un gustazo.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 12 Oct 2016, 02:47

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)


    Su obra ha sufrido la transformación que conmocionó su vida. La guerra civil ha concluido. Ha desaparecido lo que fue motivación cardinal de su grito agudo. La brava inspiración ante el espectáculo del pueblo en armas había dado ya sus frutos. Su vida ahora se endereza de otro modo y los resultados del ver y de sentir renovados, como consecuencia, tienen inéditas sorpresas.


    Se ha alzado a la zona de lo más humano. Nunca, como aquí, depositó su siembra sobre el tuétano y la sangre con tanta tranquila grandeza. Y para eso prescindió de las anteriores protuberancias de su estilo, para que en rodajas henchidas de carga profunda propendiese a mayor consistencia.

    El Cancionero y romancero de ausencias, su libro de la retorcedura final, es el saldo de cuando se encaró con su propio ser en su hora hambrienta de luz y excitaciones. Es el testimonio denso y apretado del poeta prisionero. La cárcel engendró sus retumbos ciegos, lo que de raíz quebrada se escucha en sus ámbitos. Cuando Miguel Hernández fue enviado a Madrid, luego de conocer cárceles y cárceles, traía acumulado el material doliente que dejaría listo en poco tiempo, con la delirante prisa que le caracterizaba. El largo registro que practicaron sus ojos en la penumbra, el prolijo examen de la tiniebla penitenciaria, del sórdido precipicio en que había caído, lo apartó de la epidérmica visión de las cosas para habituarle, en cambio, a la excavación del trasfondo de cuanto le rodeaba y de su propio pecho. Semilla de una cruel y tremenda experiencia, el libro impresiona por lo que tiene de contenido respiro paladeando el vértigo de un barranco.

    Poemas escritos al sello de un solo aliento, se los siente agarrados por una conmoción ininterrupta, alerta en la captura del fragor que tiene al poeta en estado de levitación casi mágica. Los primeros sorbos de la cicuta carcelaria le motivaron el trance. Todas las sensaciones de la prisión le asaltan en tropel, y él los arroja como venablos en el caldero. La mayor parte de los poemas ha sido escrita en el lapso que media de mayo a septiembre, en la primera época de su captura. Aunque con esperanzas todavía, su detención llevaba trazas de prolongarse. Escritos, casi todos, en la Prisión Celular de Torrijos, en donde ingresó el 18 de mayo de 1939, enviado desde Sevilla, estaban acabados en ocasión de esa breve libertad de que disfrutó, ocasión en que los dejó en poder de Josefina. Ostentan, pues, la marca de los primeros muros.

    La cárcel es la tercera gran experiencia de su vida, la lección conmovente que se le impone, peldaño de padecimientos, para que se complete. El amor y la guerra fueron las otras. No es la cárcel, como pudiera parecer, inmovilidad, detenimiento. Rica es de emociones para una sensibilidad alerta como la suya; cada día, allí también, viene alhajado de acontecimientos. El poeta, aguda antena, recoge cuanto vibra y circula, y todas las cosas repercuten fuertemente sobre él. Algunos podrán caer en un abandono moral o físico; Hernández acomoda su vigor para la observación atenta y, sobre todo, pulsador excelente, para troquelar en música lo que se precipita sobre su alma. En poesía vierte la sensación de ausencia; en poesía los presentimientos todos que le asaltan; con poesía vence los esporádicos desfallecimientos; es la poesía, en fin, la puerta de salvación y de conquista en las horas de ciegas trituraciones.

    (cont.)



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 12 Oct 2016, 23:41

    "Con poesía vence los esporádicos desfallecimientos..."

    ¿Qué le parece a usted...? Porque constata un hecho que muchas personas , a través de la historia - comentaristas, críticos, lectores- pudieron percibir sin saber definir o explicar. Elvio lo dice con sencillez y grandeza : la sencillez de otro poeta - también castigado por el exilio- y la grandeza de otro poeta que sabe que la palabra más elemental es un compromiso...

    "Llegó con tres heridas:
    la del amor,
    la de la muerte,
    la de la vida..."

    ( La próxima vez que estemos juntos te cantaré esta canción.)

    Besos. Sigue, por favor. No decaigas.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 12 Oct 2016, 23:48

    Elvio lo dice con sencillez y grandeza : la sencillez de otro poeta - también castigado por el exilio- y la grandeza de otro poeta que sabe que la palabra más elemental es un compromiso...

    Creo que, precisamente en la sencillez reside el leer, escuchar sin llegar jamás a cansar, es todo lo contrario. Se quiere seguir y seguir. Son grandes, si señor.

    Te tomo la palabra y me tendrás que cantar la próxima vez que nos veamos, que espero sea más pronto que tarde.

    Sigo y, besos agradecidos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 12 Oct 2016, 23:54

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)

    Como en toda ocasión anterior, el fenómeno poético se opera en él con impactos directos. La realidad no espera segregarse, como frecuentemente ocurre con otros, en una transfiguración distanciada para escanciar sus riquezas; instantáneamente se purifica en él y la correspondencia se produce abarcando apenas el tiempo efímero en que pasa de la experiencia a la metamorfosis creadora. Su sensibilidad registra la acción de los acontecimientos, personales o colectivos, con premura y densidad sorprendentes; absorbe con traslúcida mirada las impresiones circundantes y todo queda fijado en una condensación animada. Las circunstancias, en él, dejaban frutos majestuosos, y tal como en otros necesitan cobrar cierta perspectiva en distancia y tiempo, para ser recreadas, en Hernández dejan sus raíces, penetradas hasta su fondo por el ojo atento de su ser impaciente, aprehendidas en música. Su fascinante poder de situarse en el eje de los sucesos le permite meter la mano en el centro mismo de la marejada y recibir las aguas profundas como un surtidor inagotable. El más leve estímulo le bastó siempre para ser arrebatado. Ninguna limitación, por tanto. Le desenfrenó el relámpago del amor; el paisaje de la muerte le desasosegaba; una hora de amistad era suficiente para arremolinarle en la ternura; la presencia del hijo le hizo querer tocar el origen de la vida; la guerra le quitó de sí mismo, la cárcel le devolvió a la zona de su temblor interior riquísimo, y así interminablemente.

    Poeta de circunstancias esenciales, derramó su efervescencia con acelerado impulso. Llevando la música a flor de piel, todo lo que frente a sus ojos transcurre recibe el bautismo de su acechanza atenta. Así es como en su obra está el hilo de su itinerario.

    Para sus adentros envía el material que encuentra; desde sus adentros lo devuelve en emanación transfigurada. En sus calderos se quemaban materiales cotidianos. Las palabras se doblegan, contorsionadas, al requerimiento de la urgencia que le mueve; impelidas a acudir bajo su conjuro, se aliñan a veces libres de exigencia, impulsadas todas por el hierro de pasión que las agavilla. La melodía se asienta sobre el fragor de su inquietante impaciencia.

    ¡Pero qué difícil resulta ahondar en el movimiento allí donde no ocurre nada, es decir, donde aparentemente no ocurre nada, para el que no sabe ver que ocurre algo, que la vida no se detiene en la sombría quietud del encierro inmisericorde! Mas el poeta tiene ojos que porfían. Su sonda cala más hondo que la del común de los mortales. Y es así como se lo vuelve a encontrar, respirando en la población del silencio, vertido sobre los patéticos rincones, como una sombra entre la negrura, pero esparciendo claridades.

    Sentimientos embrionarios ayer, que eran apenas premoniciones, toman cuerpo de realidad viviente en la vida de Miguel Hernández. Las tres heridas enormes de que habla han florecido cruelmente, "la de la vida, / la de la muerte, / la del amor". Sobre ellas girará su esencia. En la cárcel toma una grave afición por los sentimientos íntimos, y el amor por su mujer y por su hijo mutilan su tristeza y le dan la raya del sol que necesita. No cede en su vocación creadora. Y para que en esas ocasiones y en esos momentos de letargo, en donde todas las entrañas se conmueven, siga irradiando la llama votiva, es preciso que sea enorme el material combustible. Sus fuentes escondidas la siguen dando borbotones preciosos en su cautiverio. Es que demasiado pronto había ya recorrido una órbita vital riquísima, conocido ya des-medidas sobreexcitaciones, escalones de experiencia tan altos desde donde podía abarcar, con una sola mirada, lo que otros necesitarían años de visionario desgaste.

    Dura prueba es para Miguel Hernández la separación de los suyos, tan dura como contemplar el trance de lágrimas de su pueblo. Un golpe de fatalidad derribó sus sueños de amor con Josefina. El encierro ha vuelto ingente su deseo. Ausencia es la palabra clave de los poemas graves que le van saliendo Sensación de distanciamiento con sospechas de reencuentros, de un viaje con
    posibilidad de retorno, de oquedad que se llenará mañana de rumores, de desierto que podría repoblarse. Ausencia, palabra clave y grave de este nuevo ciclo arrebatado. En un substancial sentimiento de ausencia lo que impulsa esta circulación penosa de su aliento, alcanzando obsesiva profundidad al no poder acallar los malos presentimientos, lleno como está de suficiente nostalgia, suficiente pavor y suficiente misterio como para pulsar a fondo la tensión sobrecogedora. Lo que de distorsión y exceso podía tener El rayo que no cesa, en donde la pena tenía demasiada salud como para estremecernos plenamente, aquí desaparece, porque ahora es el diálogo vivo con el eco que responde. Va a tener culminación lo que de consumido lleva, pues verdaderamente se le anubla la luz del día y se enfrenta con el retorcimiento que le revela el riesgo de dar un paso más en su trecho de sombra.

    Ausencia en todo veo:
    tus ojos la reflejan.
    ................
    Ausencia en todo toco:
    tu cuerpo se despuebla.
    .................
    Ausencia en todo siento:
    Ausencia. Ausencia. Ausencia.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 14 Oct 2016, 00:17

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)


    Le asaltan duramente las memorias de lo de ayer, esas resurrecciones tardías de cuanto en otro tiempo significó alegría, regocijo, dicha. Los años han puesto en las cosas su pálida zozobra, y la imagen de la fronda sepultada al paso de esos mismos años repercute en el ruedo íntimo con todo el peso de su ascua melancólica. El hijo ausente se interpone y adquiere cercanía en la emoción de la remembranza. Irreductiblemente permanece al cobijo del amor paterno. Pero su muerte ha dejado aridez en todo. Mas permaneciendo en su centro, en el centro de todo. El ser pequeño que "era un hoyo no muy hondo / casi en la flor de la sombra", adquiere tamaño de tibia encarnadura en la memoria. Acosado por el arrullo de la evocación, tiene presencia latente y misteriosa:

    Pero la casa no es,
    no puede ser, otra cosa

    que en ataúd con ventanas,
    con puertas hacia la aurora,
    golondrinas fuera, y dentro
    arcos que se desmoronan.

    El poeta, desde el banco ermitaño en que se sienta, dialoga así con sus vivos y sus muertos, cosa terrible cuando lo hace quien se siente solo y abandonado.

    Es incuestionable que se le han vuelto constantes, como lunas grandes y fijas, las ideas que tuvieron engendro en el silencio. Ahora sabe con certitud que todo cuanto acontezca tenderá a separarle de su mujer, cuya imagen le obsesiona. Esa posesión de una verdad triste y amarga aflora con limpieza incontrastable en su poesía. Destaca por eso sus aprensiones con un impulso que desnuda su largo monólogo. Formula las preguntas y él mismo las responde, y a veces deja suelta su interrogación litigante como para que no sea demasiado visible su preferencia por una contestación equivalente a sus deseos. Se ha cerciorado de que hay sombras tajantes que quieren separarlos.

    ¿Qué sigue queriendo el viento
    cada vez más enconado?
    Separarnos.

    Pero como profiere su elegía desde un sitio de circulaciones penumbrosas, lo hace con sugerencias, se vale de símbolos y clarobscuros. Quiere llegar a la esencia sorteando el camino recto, sin expresarlo todo al parecer, aunque para eso no se vale de rodeos verbales, sino de matices en reverso, de ligeros estremecimientos, es decir, de misterio. Y nunca, sin embargo, fue tan claro su mensaje, tan resplandeciente su verdad, tan a flor de piel su angustia. Nunca tan claro su ardimiento y su ira también.
    Las machacaduras son tales, tales los movimientos náufragos que agitan los rincones, tales las casi inhumanas añoranzas vedándole el sosiego que, como un reguero de luz profiriendo un desafío, exclama de repente:

    ¿Qué hice para que pusieran
    en mi vida tanta cárcel?



    ¿Qué ha hecho? ¿Qué ha hecho para merecer ese anillamiento que le sofoca, partiéndole en dos? ¿Ha hecho algo más que amar, más que servir de ejemplo como un astro dorado, más que recibir en los pliegues del alma las terribles, las pavorosas quemazones?

    Ah, ésta es su gran tentativa por averiguar, con sentir profundo, en los enigmas que le quemaban los ojos. Mira para adentro, hacia donde se suscitan los conflictos de su ser, y esa su mirada amorosa hacia lo que tiembla en sus entrañas, modera su exaltación y le regula las pulsaciones de modo tal que pueda posarse, con presión perpleja, sobre los originales misterios a los que se enfrenta. Su jabalina se dirige al mismo origen de cuanto late y activa; se remonta al punto germinal del suspiro, del vientre de la mujer amada. Habla desde abajo, desde la tierra, desde el arrullo primigenio, desde donde asciende lo demás, todo, tanto la vida como la muerte. ¡Tamaña empresa ésa de inquirir y cantar las imágenes vivas como esperando el reflejo desde detrás de los cristales!

    Todo se anima de acuerdo a la visión que de las cosas tiene. O, mejor dicho, que tienen él y ella. Josefina también ve a través de sus ojos, en unidad hermosa. Él sabe ahora que el mundo delira porque ambos lo ven con los sentidos delirantes. "El mundo de los demás no es el nuestro: no es el mismo", dice. Sus sentidos dan proporción y apogeo a lo que tocan.

    (cont.)



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 14 Oct 2016, 00:37

    Dice mi nieto Pablo que en clase de literatura están estudiando a Bécquer y a Miguel H. Le he dicho que pase por aquí en silencio y aprenda con Elvio. también me he ofrecido, claro, a ayudarle a que aprenda a recitar.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 15 Oct 2016, 03:00

    Pues vaya suerte que ha tenido tu nieto Pablo, y anda que el abuelo no vá a disfrutar ¿eh?. Para sobresaliente, ¡Fijo!.

    Un beso, y sigo por este lado.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 15 Oct 2016, 03:11

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)


    Entretanto, en su vasto abrazo de lo profundo, sabe que todo continúa. Y busca un símbolo que resuma ese soplo de luz que prosigue sin término, asiento de la vida. Símbolo esencial y trascendente, como han sido todos los suyos. ¿Por qué no buscarlo allí donde el hombre mismo se gesta y amanece? Sea. Todo es alumbrado entonces por el cuenco genitor, por el vientre (ése es el hallazgo), procreador y fértil, por el vientre que guarda aliento de creación y encierra fuegos de aleteo, trabajo y crecimiento. Todo adquiere presencia y seguridad por su sola existencia. El vientre es el mediodía y la medianoche del mundo, el hambre y la saciedad, el término y el punto de partida. Allí espera el arrullo, la simiente de prolongación de los que acaban. Y la primigenia probabilidad de creación. Allí la continuación y la herencia. Hasta la libertad –¡hasta la libertad!– allí cobra sentido.

    La libertad es algo
    que sólo en tus entrañas
    bate como el relámpago.

    El mundo, el mundo que le rodea, el mundo español sobre todo, de suplicio y de cerilla que ya no soporta el soplo, ha sido cogido en la trampa de la ceniza, de la tiniebla pasmante y delirante.

    Pero él ve más allá de la noche, en una liturgia de porvenir, escuchando lo que hay de rumor benigno entre la bisagra afónica que desvencija la celda.

    Menos tu vientre
    todo es confuso.
    Menos tu vientre
    todo es futuro
    fugaz, pasado
    baldío, turbio.
    Menos tu vientre
    todo es oculto,
    menos tu vientre
    todo inseguro,
    todo postrero,
    polvo sin mundo.
    Menos tu vientre
    todo es obscuro,
    menos tu vientre
    claro y profundo.

    Evidentemente, Hernández acomoda su vuelo sobre vórtices de brisa perdurable. Recibe las visitaciones de una inspiración altísima. Es su mejor época del dominio de los secretos ingentes del existir. Identifica su canto al de la procreación y el relámpago fornido, al tiempo que ingresa en su hora de arroparse ante el codazo implacable.

    Al fin y al cabo no es definitiva la derrota. Podrán encerrarle y enterrarle en el báratro carcelario, podrán suprimirle para prevenirse del efecto de su poesía con remos de futuro, podrán desamparar por un tiempo al pueblo de los beneficios de la justicia, podrán poblar la tierra de tumbas y traiciones, podrán querer mudar su juventud en ancianía a fuerza de machacarle en el agujero, pero siempre estará el germen de la hermosura que todo lo vindica. Estará el vientre apresurando las semillas, estableciendo un orden de nueva esencia en cuanto existe. El vientre es el símbolo del amor y del alba.

    Vientre: carne central de todo cuanto existe. Bóveda eternamente si azul, si roja, obscura. Noche final, en cuya profundidad se siente la voz de las raíces, el soplo de la altura.

    ¡Y todo esto escrito con ecos de tropiezo en la sombra! Miguel Hernández ha cumplido veintinueve años. Impresiona su madurez, su deslumbrante sabiduría. Sahúma la celda con sueños y recuerdos. Está sereno y sabio. Y es que trasciende la desespera-ción de su propio estado, estado miserable y triste, excursionando en los presentimientos negros sin temor a enfrentarlos. Y, sin embargo, ¡con qué claridad escucha el ignominioso aviso de su destino! Esta su primera experiencia carcelaria le fue tan penosa y trágica, como para antojársele pregusto de muerte, atragantamiento, insinuación de quiebra. Demasiado libre siempre, demasiado joven para resignarse a la atadura, cuando tuvo que invertir la dirección de la mirada hacia la borrasca que le sacudía, tuvo la adivinación de que jamás finaría su padecimiento. La soledad, con su bufanda obscura, le pesó más de lo que esperaba. Por eso mismo él, que tanto había exaltado la vida, apuró el trago agrio de su probable muerte haciéndose sonar el pecho como algo que ya caía. Es como si, pálido y sobrecogido, mirara desde las rejas los próximos cementerios, musitando en silencio el recuerdo de su jornada concluida.

    Febrilmente, en pocos meses, dejó acabado su último conmovedor mensaje. Piensa que ya no tendrá tiempo para mayores saltos.

    ¡Y cómo impresiona ver esta corrida! Acuciado por la urgencia, no se da tregua. Parece estar de regreso y temblando de nuevo en su sitio de procedencia.

    "Vuelvo a llorar desnudo, pequeño, regresado", dice, y su desbordada premura, su asalto a los valladares finales, como quien va a tomar una fortaleza desconocida, imprecisa, tiene algo de trasvasamiento dramático. Nadie le iguala en esta enloquecida disputa con las horas, a no ser ese otro contemporáneo suyo, un gran desventurado que sufría "desde abajo", que esparcía sus simientes duras con el sudario puesto y que empleaba como tinta el sudor de la agonía: el peruano Vallejo. Algo de común tienen los "Poemas humanos" y los poemas íntimos de Miguel Hernández, un anillo semejante y sombrío los enlaza. Ambos saben que la jornada está acabando, que pueden formular las últimas preguntas. Ambas obras tienen el color nocturno de lo que fue pensado a medianoche. En el peruano el tono de estrangulación es más audible o, si puede decirse, la prisa más precipitada; en el español, la juventud es más joven, por lo tanto, más dilatada la fe; en ambos el eco de lo que va a llegar es ya un instrumento terrible y vivo.

    Estaban presididos por el "sino sangriento" que los tenía vigilados, como una sombra enguizcada sobre sus cabezas. En el primero todo tiene ya un tinte de monólogo recoleto, doliente; en el segundo, los clamores le impulsan a una ascensión trémula todavía, toda su concentración aspira a una plenitud de mensaje matutino, vencedor. En éste como en aquél, lo accesorio desaparece, las esencias se desnudan y dejan lugar al primigenio temblor de la especie en su hora de agobio y patetismo.


    Fin del capítulo XIX


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 16 Oct 2016, 01:48

    Y nos vamos acercando al final.

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)


    Capítulo XX

    JOSEFINA



    Pasó el amor, la luna, entre nosotros
    y devoró los cuerpos solitarios.
    Y somos dos fantasmas que se buscan
    y se encuentran lejanos.




    Está otra vez en su tierra, definitivamente como antaño, sólo que ahora con la raíz hundida en las tinieblas. Ha conseguido, por fin, aproximarse a los suyos y, con una faja de silencio letal sobre el pecho, su corazón sobresale de las penumbras.

    Su salud ha sufrido la quebradura que empina el cuerpo hacia el tapial último y peligroso. Una violenta bronquitis instala en sus adentros los signos amenazantes, dejándole marcado con la fiebre sin pausa que le desgaja bajo la piel el pulso que le sostenía. Estará pendiente ahora de la fortaleza que le dé el ánimo de vivir, postergando su disolución todavía por obra de las diarias peticiones que formula a su entusiasmo inagotable.

    Ocupan su vida los menudos consuelos que le traen su mujer y su hijo, a quien levanta en brazos con un grito de exultación vigorosa. Entrañable alegría la de estar cerca de quienes ama, colmando su sangre con un soplo de esperanza. Pero, ¡cuan obscuras las horas, qué lento su transcurrir, con qué insoportables pausas dividen el tiempo de los encuentros y las despedidas!

    Allí está, delgada y taciturna, como quien sólo espera la clausura, con el hijo en los brazos, una mirada penosa y una voz disgregada, Josefina Manresa, con el inacabable anhelo, en su impotencia, de prodigarse toda al desdichado. También lleva ella en los ojos la huella de los años penosos, de ese haber estado en vilo, pendiente siempre de las alternativas del destino, y a fuerza de concentrar su pasión en el instante crepuscular de la caída. Ejemplar conducta que no sufrió desmayos en los recodos tristes. Si algo llenó los últimos días del poeta, dándole apoyatura, sostén tierno, fue ese fragor de máxima constancia con que rodeó ella la soledad de su presidio.

    El vínculo entrañable relucía entre ambos.


    Miguel Hernández, en una de sus cartas, al enviarle saludos, la llamaba "hija". "Hija", escribió, como otra vez "madre", denominaciones que eligió para nombrar a la mujer que tembló en lo más vivo de su sangre. Cuando se ha sufrido, en efecto, y compartido miserias y grandezas, inmarcesible el brillo del corazón, se pasa a ser algo más de lo que se creyó ser, al principio, para el otro pecho que cobijó la risa y el sollozo compartidos, pecho que es al mismo tiempo la débil rama que se protege y el ramaje robusto que nos guarda en orfandad y en alegría. Josefina fue eso para su alma, amor único, apoyo y endeble sombra protegida también. Este amor tenía incendio y ella atravesó su claror llena de plenitud, como él rebosante de quemaduras. Compartió a su lado las dichas y las amarguras, cantó el himno feliz y acibaró su lengua con lágrimas terribles; alentó su combate y le sostuvo en la caída; le vio crecer en apogeo fecundo como un hijo más de su ternura, y le cupo extenderle la mortaja. Esta unión había de galvanizarse en el troquel obscuro de acaeceres dramáticos. Se conocieron en las peligrosas vísperas de la guerra; sellóse el matrimonio en pleno fragor y nunca, nunca, en el lecho nupcial dejaron de escucharse palabras de despedidas, promesas de regreso; días expectantes después, de derrota y gemido, cercenaban el idilio; a seguir los peligros y las prisiones marginando el camino; en fin, una historia donde el amor ponía su sello de fuego, de peripecia y de triunfo.

    (cont.)




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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 17 Oct 2016, 00:14

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)


    Tantos eventos no lograron sino fusionar las dos llamas, tornándolas una hoguera ejemplar de plenitud heroica. Los hijos que tuvieron son frutos de azarosos encuentros fugitivos, encuentros en los que al cambiarse la sangre se echaron en un surco, nimbado de zozobra, las fértiles semillas que unificaban dos almas, llevando en medio una cicuta de ansiedad y de tristeza.

    Acostumbrado a saturarse las manos cavando en tierra fértil, absorbiendo el jugo vital del sol al que enfrentó siempre enérgico y fuerte, a Miguel le tiene que resultar difícil el impulso en el laberinto, por más suficientes que parezcan sus caudales de resistencia. Lo que más le duele es arrastrar consigo al ser querido, cuya suave figura vive de su vigoroso alimento. Sus pensamientos vuelan hacia ella y una sombra de piedad cruza, dolorosamente, por su rostro cansado.

    Alguna vez presintió Miguel Hernández que sería irreconciliable su espíritu de evasión de las cosas con el de "buen senso" de la muchacha, y no le pareció correcto sacrificarla en el ara de una vida cogida por inciertas voliciones, cual era la suya. "No es que me haya engañado contigo, Josefina; la que tal vez se haya engañado eres tú; esto te lo digo no como reproche a ti, sino a mí mismo; me parece que no soy el hombre que tú necesitas. Yo soy un hombre que se olvida a veces de muchas cosas; tú no te olvidas de nada nunca", le escribió años antes, en un momento en que bajó, como se ve, de los peldaños del ensueño. "... que se olvida a veces de muchas cosas", es decir, que se olvida de saber vivir, como el hombre medio que lo hace a rastras, agotando primero la exaltación –sagrada levadura del corazón– y dominando, después, toda fuerza íntima que importe riesgos o amenace un vuelo que le arranque de su sosiego. Lo suyo era expansión y magia pura. Su elemento el esencial impulso.

    Ahora que está inmerso en los meandros tristes, quiere infundirle algo de su energía y de su fe. En primer lugar se dedica a esos diminutos quehaceres de los presidiarios para ganar algún dinero, y mitigar así el hambre de los suyos. Él, cuya hambre era enorme y extravasada, anhelante de consumir todo cuanto a su alrededor latía, hambre acaparadora, espiritual, profunda, de más allá de las cosas, tenía que encararse ahora con la real, con la que llega diariamente con empellones negros, hambre que no admite dilaciones y cuya apetencia es alicate torturador para quien nunca supo preocuparse más que con el otro, con el apetito insaciable y esencial que le ruge en el alma. ¡Pobre poeta! ¡Ganarse la vida desde la cárcel cuando prefería morir ayer de inanición afuera!

    (cont.)



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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 18 Oct 2016, 00:22

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)

    Y el milagro es que en ese trance, Josefina, modesta y recatada, sin más embozo para la defensa que su firmeza, se levanta también en un esfuerzo grande y heroico. Dedica a su esposo todas las horas de su vida. Se traslada a Benalúa para tornar más eficaz su diligencia. La necesidad cerca sus días y sus noches. Procura ocultar al preso, que todo lo adivina, la extensión de su miseria. El niño apenas tiene con qué alimentarse. Mas ella ha de ir con él hasta cualquier límite; su entereza será sin retaceos. Este pacto de fraternidad entre dos seres que se aman es un orgulloso signo de cuánto pueden el corazón y la voluntad cuando no desfallecen en un tiempo de prueba y de tremendas quemaduras. Ambos sufren esta separación hasta lo indecible. Todavía les espera una pesada humillación que les imponen los verdugos: si quieren volver a verse, tendrán que contraer un nuevo matrimonio, por la iglesia. El 4 de marzo de 1942 –¡26 días antes de que la muerte llegue!– se celebra el rito sublime de un hombre íntegro, partido en dos por tantas desventuras, y la de esta valerosa muchacha cuyo pecho estalla en una pasión ardiente e indeclinable. Nada podrá en adelante destruirlos. Él conoce la enorme energía que duerme en esa criatura débil a quien apenas puede ver por el locutorio; ella, la fibra de granito inconmovible que él guarda en su pecho, a pesar del tormento y el vilipendio. Pleno momento ése en que ambos protocolizan una unión que hace tanto consolidó la vida. ¡Cómo deben haber sonreído, con qué amarga mueca, ante la mezquindad de esa exigencia mundana, él, que llegó a la más honda fuente del amor humano, ella, que bebía el mismo cáliz que su varón querido!

    Josefina volvió a darle otra vez la mano cuando ya Miguel tocaba con la otra el linde de la "otra ribera". No sé si se concertó alguna vez alianza más profunda.

    En este intervalo de espera entre la vida y la muerte, el amor cobraba proporciones y esencias perdurables. La separación misma parecía anillar inseparablemente estos dos fuegos.

    El ímpetu continuamente cercenado, la perpetua interrupción del vigor de sus encuentros, la asediante continuidad de esa costumbre de llegar a un punto de dicha para perderlo en el minuto siguiente, le había hecho cantar:

    Perseguidos, hundidos
    por un gran desamparo
    de recuerdos y lunas,
    de noviembres y marzos,
    aventados se vieron:
    pero siempre abrazados.

    Las distancias no han amenguado la magia, no han puesto su ceniza de resignación ante lo inevitable, sino exactamente lo contrario, han contribuido a que el fervor no tenga limitaciones, a que el ansia de fusión los atraviese como una respiración intensa y a que el sentimiento se acendre por obra del increíble anhelo de acercamiento. Aunque la presencia física desaparezca, no por eso el contacto ha de ser menos tembloroso y torrencial. El apego es esencial en desafío a la abrupción y al pánico de las circunstancias. No se percibe un sólo instante la sensación de derrota. Desde su prisión le dice: "Estas ausencias y separaciones nos unen más". Como se ve, han ingresado en la seguridad por encima de cualquier desventura.

    También otro íntegro, de fibra venidera y que nos legó también junto a su ejemplo un eco de porvenir, el checo Fucik, envuelto en signos transparentes, cuando se encaró, como Miguel Hernández, con las luces entornadas de los minutos postreros, agonizando en una sucia mazmorra de la Gestapo, escribió estas palabras sobrias, llenas de totalidad, pensando en su muchacha: "La lucha, las continuas separaciones, han hecho de nosotros eternos amantes ..." Fúlgido y señalador sentido el del amor en estos hombres de excesiva esencia generosa, sentido que se inmiscuye al centro mismo de la vida y que se exubera en un apogeo de rectitud y fidelidad, en saturación de ternura refrescante. Es el optimismo de una salud a toda prueba, la señal de que algo nuevo y fresco en ellos tiene crecimiento. Las distancias no separan, enriquecen, maceran los sentimientos y los tornan indelebles. ¡Qué lejos estamos de esa voluptuosidad plañidera, de esa unión que se empequeñece cuando los temporales soplan y se quiebra en el naufragio! Aquí, en cambio, se marcha a pecho abierto, con un rugido que no quiere tropezar, prenda de varón, girasol escoltando el fuego vivo de la sangre. Fucik ama a su Gusta, así sean adversas las fuerzas que se precipitan sobre sus cabezas; Hernández a su Josefina, sea como sea el viento negro que pelea por separarlos. Ambos comprimen el corazón para que no estalle.

    (cont.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 18 Oct 2016, 01:08

    Regalé, en Barcelona, a los asistentes unos SEPARA LIBROS con un único motivo : LA PLAZA DEL CARDENAL BELLUGA CON LA CATEDRAL DE MURCIA. Pero en el dorso puse fragmentos de poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández . Me han sobrado unos pocos. Así pues uno es para ti: y elegiré uno con una cita de Miguel.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 19 Oct 2016, 00:36

    Pascual Lopez Sanchez escribió:Regalé, en Barcelona, a los asistentes unos  SEPARA LIBROS con un único motivo : LA PLAZA DEL CARDENAL BELLUGA CON LA CATEDRAL DE MURCIA. Pero en el dorso puse fragmentos de poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández . Me han sobrado unos pocos. Así pues uno es para ti: y elegiré uno con una cita de Miguel.
    Besos.

    Pues muchísimas gracias, y si además va a ser con una cita de "Nuestro Miguel", entonces...Gracias doblemente.

    Besos, y encantada de tenerte de nuevo por aquí.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 19 Oct 2016, 00:42

    En cuanto termines con MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA , hablamos del autor con el que podemos continuar.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 19 Oct 2016, 09:10

    Ya nos queda muy poquito.


    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)

    La celda de Alicante se llena de presagios. Entretanto, la fraternidad se hace sentir también allí, desnudadora de la incorruptibilidad de los hombres que no capitulan ante la trituración de los días aciagos.

    Se ha ganado Miguel la estima de todos los compañeros de presidio. Y éstos, que de algo suyo se impregnan también, le ceden su derecho a la correspondencia. Así escribe más cartas de lo permitido; su cuota es mayor mediante la renuncia de alguien que le conoce la quemadura.

    "En cuanto salga de aquí, la mejoría será como un relámpago", transmite a Josefina. Está soñando otra vez –incurable costumbre– con la libertad. Lastima esa fabulación en un porvenir que sabe que no existe, ese requerimiento a lo quimérico que rechina siempre en las entrañas del que sufre demasiado, ese escamotearse a la realidad para llenarse de espumas en éxtasis de imaginada magnificencia. La anonadación le arroja a los tumultos ideales; la ficción practica en él una estrepitosa metamorfosis y asciende a las zonas de la apariencia donde se concentra una acción tan real como la realidad.

    Josefina sabe cuál es el tamaño del "horror de sus trabajos", como diría Quevedo, de lo que la cárcel va a depararle en procesión macabra, y se aposta en frente, a pesar de todo, para adelantarse al primer signo de llamada de su infortunado poeta. ¡Y cuánto de horror hay, en verdad, en esos trozos de papel que le llegan de adentro, en los que se lee, por ejemplo: "Al que le da por reírse le queda cuajada la risa en la boca y al que le da por llorar le queda el llanto hecho hielo en los ojos", tal es la temperatura que lo paraliza. Ella no cede en su propósito de calmarle la sed, de custodiarle la vigilia, de poner una venda en sus heridas. También ella se precipita en el abismo doloroso, sin fondo, de esa noche interminable. "Hace varias noches que han dado las ratas en pasear por mi cuerpo mientras duermo. La otra noche me desperté y tenía una al lado de la boca. Esta mañana he sacado otra de una manga del jersey, y todos los días me quito boñigas suyas de la cabeza. Viéndome la cabeza cagada por las ratas me digo: ¡Qué poco vale uno ya! ¡Hasta las ratas se suben a ensuciar la azotea de los pensamientos! Esto es lo que hay de nuevo en mi vida: ratas", le escribía el 5 de febrero de 1940. Aquellas líneas le temblaban en la mano como una brasa encendida.

    Josefina recibe esos pequeños trozos de papel en donde Miguel garabatea, casi sin pulso, detenido el respiro, sus débiles mensajes. Las fiebres lo derriban. La tuberculosis le solivianta y tiene espasmos que le atan al lecho y le desmantelan las últimas energías. La cabeza sigue con impiadosos dolores. Se duplica entonces, se centuplica su anhelo de compañía. Josefina y su hijo le traen el consuelo de una mirada a distancia, en el locutorio, bajo la vigilante presencia de los guardianes. A veces no puede salir siquiera, pues sufre vértigos que lo postran; no tiene ya reposo, le cansa conversar, y la pequeña felicidad de los encuentros se espacía, porque está hecho un pingajo espectral raptado por la inanición completa. Entre tanto padecimiento, de repente exclama: "Bueno, nena, me siento mejor".

    ¿Qué es todavía ese grito confiante en la penumbra? ¿Verdaderamente cree en su salvación, o es que está en esa mejoría postrera, como se dice, y en donde el rubor de la mejilla no esconde sino la palidez final como una suerte de concesión piadosa que le otorga la muerte? Ya había expresado desde Ocaña su vehemente deseo: "Me paso las horas pensando en ese hijo y en ese porvenir que hemos de traerle, tú con tus cuidados y yo con mi esfuerzo". ¡Yo con mi esfuerzo! Realmente, la cárcel no acabó nunca de quebrar la explosión juvenil de su garganta. A su sufrimiento se opone su optimismo, y aun cuando se siente caer, un ímpetu diurno lo mantiene como un sacudimiento victorioso.

    Josefina no desmaya ante nada, ni ante lo más desgarrador y deprimente. Y cuando su última carta le sofoca el aliento, tropieza todavía con un "Te quiero, Josefina", compensador de sus desdichas todas.

    Comenzaba el derrumbe.


    Fin del capítulo XX




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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 19 Oct 2016, 23:52


    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)


    Capítulo XXI (último)





    PRECIPITADO EN LA SOMBRA

    Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío.

    ¡Cuáles no serían las sensaciones que le asaltaron aquel día del 28 de junio de 1941, día en que lo cruzan por las calles estrechas rumbo al Reformatorio de Adultos de Alicante –¡Reformatorio de Adultos!–; por las mismas en que ayer no más –oh, irónico des-doblamiento de los hechos!– se incautó de la luz, tan ajeno entonces a la danza que le sacude ahora, como tan ajeno ahora a la amaneciente inexperiencia de entonces! Las precipitaciones del destino le han enriquecido, y toda suerte de encrucijadas por las que atravesó ahondaron lo que era ayer apenas tímida crisálida; sus ojos miran, alimentados por una llama más ignota, por entre los entresijos de las cosas, ésas que más que verse se pulsan; ha conseguido respuesta para las inquietas preguntas de antaño; ya no es Miguel-niño, sino Miguel-padre, más acendrado y con el temple listo para sobrellevar las vicisitudes que le acechan. Regresa al punto de partida, sin que haya naufragado su fe, su fe en la justicia única, igualadora y sabia. Vuelve a la proximidad del hogar que no le había deparado calma ni reposo; vuelve con el alma insomne, como de retorno de un largo viaje, a apoderarse de las últimas explicaciones de su sino; vuelve, sobre todo, para extravasar su propia medida de sufrimientos.

    Había partido años atrás, con unas pocas cuartillas por merecimiento, a una jornada de conquista y éxtasis, con mucha salud y enjundia de fervores, fuerte la talla campesina en desafío a todo vértigo; regresa ahora, cumplida su obra creadora –obra cruzada por el fulgor indispensable para ser eterna–, con todo lo de ayer en vibración superlativa, pero con la fuerza minada, maneado y solitario, exento de energías, sombrío y triste, con una inmensa noche sobre su alma.

    Dispone su corazón para la prueba, porque la afirmación tendrá que venirle de sí mismo, impregnándose de vida a fuerza de averiguar en los meandros, siempre removidos, de su ser. De yacimientos que vaya descubriendo en su sangre extraerá sus diamantes, pues que, desheredado del mundo externo, los días solitarios no le darán sosiego ni indulgencia. Por lo demás, nuevos acontecimientos gravitarán sobre sus hombros, y el recuerdo de su persona cautiva ingresa en esa zona temblorosa de agitación que sacude los ánimos.

    (cont.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 20 Oct 2016, 00:19

    Bien, querida amiga, por tu paciencia y trabajo.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 22 Oct 2016, 01:47

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)





    Instalado en el Reformatorio, pasa unos días de incomunicación completa. Se ha expandido la noticia de la llegada del poeta. Se lo ficha como a "escritor y poeta de la revolución", gran acierto que da al prontuario un color de porvenir y que servirá, en la hora aciaga que se inicia, de dique de contención a toda tolerancia con él. El odio del régimen franquista, calculador y frío, va a centrarse sobre su persona. Soñó con ese traslado, levantó polvo con la letanía de su insistencia, y todo para que la suprema vehemencia acabe con la trituración que se le presenta inverosímil. Incomunicado está; sus ansias se confunden con la nube caótica de los rincones donde se le arroja. La anulación no es, sin embargo, completa. Infinitamente entusiasta, suple la orfandad con las esperanzas que sigue sonsacándose.

    La bronquitis que trajo de otras cárceles ha dejado a su organismo sin defensas. En verdad, poca cosa queda del muchacho brioso, de piel bienaventurada, de esbelta morenez triunfante. La ebriedad exultante dio paso a una ancha gravedad en su rostro. Sus pupilas, en cuyo cristal cerúleo la opacidad de la falta de sol dejó un brillo extraño, perdió su preeminencia fosfórica de tanto inexpresarse en la penumbra. La cabeza –¡la cabeza siempre!–, presiona sin tregua con sus garfios que estallan y toda suerte de dolores porfían sobre el cuerpo débil.

    Sin embargo, sigue arrojando, piadosamente, a los suyos –¡él, que necesita de esa piedad más que nadie!– sus animosos, nobles alientos. Escribe mensajes de acento esperanzado. Él, que conoce el estado más miserable, habla del triunfo de la vida, los insta a no desesperarse, apacigua, consuela.

    Pero también se surte a sí mismo con entusiasmos áureos. La presencia del hijo mueve de nuevo su sonrisa. Parece que va a erguirse de su propia curvatura. Traduce del inglés dos cuentos que destina a Manolín. Sigue volando con las alas quebradas. ¡Pobre Miguel, arrastrándose tan solo sobre el rescoldo de sus últimas chispas!

    Reintegrado a la vida común con los demás presos, terminada la incomunicación, se gana el cariño de todos con su noble presencia. Sus pensamientos, en tanto, viven en constante extravío hacia un solo punto. Es lo que le resta y a lo que se aferra con encono. El amor, el amor de siempre dando contenido a su existencia. Nada hay fuera de eso. Es preciso no fatigarse en la afanosa búsqueda de la transparencia.

    Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío,
    …….
    Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.

    ¡Acércate, acércate, Josefina! Es ese el ruego diario, la invocación sostenida, la obsediante melopea. Tira de sí a pedazos esa súplica. Esperar es su tortura, su peón de los suplicios. Le irrita la condición humillante de esos encuentros, y monta en cólera al recordarlos. Respira bajo ese signo de impaciencia y sufrimiento. Cobra conciencia de repente de cuánto agotamiento hay en esos encuentros que no son encuentros, sino esfuerzos de náufragos que se buscan en la noche y lanza su penoso y crepuscular alarido, muestra de su impotencia y su disloque: "Te pido que no vuelvas a aparecer por estas rejas, porque cada vez que me acuerdo, y no puedo olvidarme de tu visita, me pongo de mal humor. Parecíamos dos perros, ladrándonos el uno al otro..." Está como un ciego que vacila sin saber a qué muro asirse en el balanceo.

    La red enmarañada con que le han cogido no ha de soltarle más. Y como toda caída tiene su escala de ruina, viático de la mayor que llegará a su turno, una infección le deja sin voz. La afonía aguza el círculo de silencio en su garganta. La ira le asalta, por-que sabe que eso aparejará consigo nuevas torturas. No podrá siguiera, en el locutorio, comunicarse con Josefina desde la distancia permitida y le enloquece el esfuerzo por hacerse escuchar. Su voz entonces se desplaza en gemidos sin poder alzarse con la urgencia que le indique la pauta de su fuerza. Éste es el azote más duro y cruel de esos días. El destino le tiene asido por la garganta. Entonces –¡otra vez!– pide a Josefina que gestione una visita "a una sola reja". No se la conceden. Se va agotando. Trabaja sobre sus nervios la expectación con que aguarda el paso hacia afuera, clandestinamente, de sus garabatos tristes, esas esquelas en las que pone sus fragmentos de sueño y de laceración obscura. Otra prueba a que le someten sus verdugos. La fraternidad carcelaria salva en parte esa injusticia. A fines de ese mes de enero, en plena apuración del cáliz, contrae el nuevo matrimonio, esa grotesca imposición en el instante en que marcha ya sobre la alfombra gélida.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 23 Oct 2016, 01:39

    Pascual, amigo, poeta y jefe, ten paciencia conmigo que creo, hoy termino. Sé que he ido lenta, pero las circunstancias mandan.

    Gracias y besos.


    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)

    Ricardo Fuentes le dibuja. Sobre el papel queda un rostro que es máscara postrimera, donde no queda sino la injuria de un linaje desmoronado. Las líneas son apenas avales de una penumbra, de una piel pegada sobre contornos óseos, que eso es la cara del enfermo, una pálida efigie con el desgaste de los adioses de la sangre que se retira. ¡Impresionante dibujo ése del poeta acostado sobre el camastro, de espaldas, adivinándosele los pómulos como pedazos de piedra fuera del esqueleto! Y ese otro, de Ricardo Fuentes también, en que todo está fuera de su sitio (tan desmantelado está): los ojos, la nariz, la boca, alterados por los tirones del dolor, con las sienes hundidas como por martillazos bárbaros, sienes que al comprimirse levantaban las cejas y aherrojaban los ojos. Hondones de sombra por todas partes; imagen agorera de próximos estragos. Soledad, sólo soledad en esos días. Nada puede despegarle del obscuro imán en donde se quiebra su música y su alma.

    Yo que creí que la luz era mía,
    precipitado en la sombra me veo.

    Miguel, el "labrador de más aire", siente ahora la declinación de la tarde. La soledad le asevera de lo mudable de cuanto contempla y el total aislamiento le destierra en un confín de preguntas enormes. Lo más impresionante es que ya no elabora su canto, como si le fuera necesario prescindir, al fin de la peregrinación, de todo cuanto no sea escuchar su propio eco en regreso y acabamiento. Sigue teniendo esa soledad la sembradura del cariño de los suyos, de Josefina y su hijo. Los de su familia no se portan con él como debieran; su hermano no acude a verle; el padre sigue en su retablo sañudo. Su música hubiera sonado tristísima y desgarradora. Pero no escribe ya. Emplea las escasas fuerzas que le quedan en esquelas, que más parecen gotas de sangre que otra cosa.

    Todavía espera la gloria de una mañana en que pueda recibir a Josefina repuesto de su mancillación visible: "...espero para entonces haber recuperado algo de mi diapasón, de mi pulso y de mi cuerpo, que se ha perdido por completo entre las sábanas". No puede ocultar la miseria de su estado. No espera nada, nada más que poblar su vacío con imposibles anhelos. "Quiero salir de aquí cuanto antes..." La idea le hierve con latidos violentos. La enfermedad le va fragmentando con su masticación diaria.


    ¡La enfermedad! Lo que en ese abrumado final de 1941 era un Paratifus B –primera reverencia de la fatalidad que le hacía guiños–, Paratifus que se le coló sin aviso para deteriorarle lo que aún manifestaba de bizarría, volviéndole prominente la adivinación de la decrepitud rápida, rúbrica de próximos padecimientos; lo que sólo era eso en aquel diciembre triste, vertiginosamente lo desgracia en los umbrales del nuevo año. El mes de enero llega, en efecto, poblado de congojas. La fiebre tifoidea dejó lesiones sin restañación posible. Probablemente se hubiera restablecido con una alimentación adecuada. No estaba ese milagro a su alcance. Le preocupa hondamente la penosa situación económica de su casa; sabe que Josefina y Miguelín están a merced de las privaciones. Eso le desasosiega. Se ve obligado a enviar a ambos a Cox, cuando de pronto el niño enfermo. Prosigue la conspiración del desamparo y el vía crucis ocasiona una zozobra continua. En su absorta impotencia para aliviar la difícil situación de los suyos, su espíritu vacila y un relámpago temeroso mina su confianza, como si algo en su razón enmudeciera.

    El mal, que parecía darle una pequeña tregua, estalla en febrero y le arrastra a su convulsivo centro para vencerlo. Una violenta tuberculosis se le declara. El derrumbamiento es rápido esta vez. Apenas puede tenerse en pie, "perdido por completo entre las sábanas". Desde la enfermería, adonde lo trasladan, suplica por medicamentos que son insuficientes. Le ponen una cánula interpleural, dolorosísima. Fiebre. Fiebre. Fiebre. "Por medio de un aparato punzante que me colocó (el médico) en el costado después de mirarme de nuevo con los rayos X, salió de mi pulmón izquierdo, sin exagerarte, más de un litro y medio de pus en un chorro continuo que duró más de diez minutos". Los compañeros de cárcel padecen con él los sinsabores de las madrugadas en sobresalto. Lo ven hundido y roto. Los médicos solicitan su traslado con urgencia (no hay plazo demorado que valga ya) al Sanatorio Penitenciario de Porta-Coeli. Él también sabe que es la última esperanza. Está sin atenciones, y su hambre de sobrevivencia es grande. Con el pulso desarticulado, sin fuerzas ni zumbidos, anota sus patéticos pedidos, al paso de la persecución de las horas, velozmente: "Josefina, mándame inmediatamente tres o cuatro kilos de algodón y gasa, que no podré curarme hoy si no me mandas". Es la prisa sin fin, el enfrentamiento sin des-mayos. Un minuto perdido puede dar ocasión a su naturaleza para una declinación fatal. "Tengo muchas ganas de ir", "Quiero salir de aquí cuanto antes". ¡Qué terriblemente suenan esas palabras que fluyen como de entre grietas melancólicas!

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 24 Oct 2016, 00:05

    "MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)

    (cont.)


    Se le iban consumiendo los ojos, hundiéndose en el cuenco de las ojeras buscando la acomodación inalterada que preanuncia el desahucio. Conservaba la lucidez como para, desde su tabla rota, ser espectador de su propia agonía, la impresionante agonía de que tanto hablara en vida y que solamente ahora le revela su médula espantable. Se le torna difícil la respiración y grandes llagas se le forman de tanto estar tendido, llagas que supuran y que él soporta resignadamente. Le faltaba aire esa noche de presagios fúnebres del 27 de marzo. Miguel Hernández, agotado por los golpes sin cuento de la adversidad, ajadas las carnes, largamente emponzoñado por la soledad que le rarificaba el aire, la cabeza envuelta por un lienzo blanco que ya le diferenciaba de los vivos, se excusa ante su compañero de celda por las molestias que le causa, vuelve el rostro a la pared en actitud de quien quiere reposar un rato. Respira con dificultad y el compañero advierte eso. Y se queda velando. Sus horas estaban contadas. No duraría mucho.

    La voz puede flaquearle, el fervor no. Ni el fervor ni el corazón; con ellos por escudo, calentándole la exclamación que le acudía adentro, se arrastró aún en medio de la obscuridad y el silencio, resarcido de la flaqueza física –¡oh poder de los enterados de las cosas hondas!–, levantó la mano demacrada y dibujó en los muros su tremenda y desgarradora despedida:

    Adiós hermanos, camaradas, amigos:
    ¡Despedidme del sol y de los trigos!


    ¡Oh, qué modo profundo de fecundar la muerte! Aherrojado por su absoluta miseria, ¡cómo podía aún poner amor en el epílogo de su hermosa existencia! ¡Cómo grabó todavía en el rincón de sombra y calamidades su apasionada fosforescencia! ¡Heroico Miguel! No podía marcharse sin calar hondo en los que quedaban.

    ¡Qué de presentimientos no agitaría el viento en esas noches! ¿Acaso no escribió en otros días, como una premonición de una visita que no haría nunca, tan pobre y desvalido ya, mas con el sello de un aserto que creía cumplido: "El día que sientas un gran viento sobre las casas de Cox, que se lleve las tejas, di: ahí viene Miguel. Porque llegaré corriendo y voy a revolucionar con mi llegada cielos y tierras"? ¡Qué triste todo eso!

    El 28 de marzo de 1939, al fin de su ejemplar conducta, el corazón de España se enlutecía; la guerra civil llegaba a su término; en fecha idéntica, tres años después, también se enlutecía el corazón de la Poesía. Un negro crespón flotaba sobre ese 28 de marzo de 1942. Al alba, en esa hora en que siempre corresponderá recordarle, tumbado por la fiebre y el delirio, desencajado de sí mismo por la tracción del aliento que se le iba, advertido el estertor por Joaquín Ramón Rocamora, que le limpiaba el sudor agónico, pronunció Miguel Hernández sus últimas palabras: "¡Qué desgraciada eres, Josefina!"

    Yo que creí que la luz era mía,
    precipitado en la sombra me veo...

    Un compañero de cárcel le dibujó de cuerpo presente.

    Quedó con los ojos abiertos. Es que verdaderamente no se había preparado para morir, por más adiestramiento que adquiriera en la apelación de las penumbras. Por más que la muerte le haya ido secando, cuando se le enfrentó, ya hecho un languideciente espectro, demostró todavía el denuedo de su sed de vivir en esa desesperada petición de luz que salía de sus ojos.

    No pudieron cerrárselos. Por lo visto quería contemplar también la confusión que hay en el tránsito. Sus últimas palabras fueron de piedad y de amoroso acento, sin claudicaciones ante la guadaña, puesto que seguía ocupándose del halo de su corazón. Él mismo se encargó de que sea inapagable también, como el cristal de sus ojos, el cirio de emoción que llevaba en el pecho: ¡"Qué desgraciada eres, Josefina!"

    Los amigos testimoniaron que, una vez entregado el féretro a los suyos, una sombra leve, convulsa y estremecida, se arrojó sobre los despojos tristes, ebria del dolor más grande, estrechándolos en sus amorosos brazos, en una proximidad que tanto se les había negado. Era Josefina, la estoica Verónica, su querida muchacha; Josefina, que debió musitar entre sollozos, suplicando se le concediese la gracia profunda:

    ¡Que hagan un hoyo en mi pecho y que te entierren en él!

    Ella, la criatura sufrida, fundida en un solo sentimiento, honda y maternal, que tanto alentó su cuerpo trágico y destruido, su presencia en ruinas, y que a través de las rejas sintió la acrimonia de una despedida desoladora. Reposa Miguel Hernández en el mismo sitio de su origen: Alicante.


    Fin

    Antes de irme quería concluir,  y por mi parte, aquí termina.  Lo pasé mal leyendo,  imaginando la dura vida,  al igual que lo fué su muerte. Pero,   luchando  hasta el final. A pesar de todo disfruté aprendiendo. Eso es importante para mí.
    Ya,  mi querido Pascual, si lo deseas le pones tú el broche.

    Besos.


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    Mensaje por cecilia gargantini Mar 25 Oct 2016, 13:41

    Me alegra que sigan con esto, queridos amigos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    Una tarea de titanes que me encantaría que todos visitaran, para recordar, para aprender, para disfrutar...
    Besitossssssssssssssssssss miles para cada uno
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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 26 Oct 2016, 00:03

    Ceci, ¡Eres un sol! Gracias por acompañarnos en este lugar, en el que como bien dices y al menos ésta que escribe: Aprende y disfruta.
    Besitos.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 26 Oct 2016, 01:03

    Quiero, si a Lluvia no le importa, dar una visión general sobre Elvio Romero como Poeta y persona. Podré empezar con ello la semana próxima. Y me llevará varios días. Antes de empezar he de releer lo que hemos hecho y adquirir yo mismo esa idea global. Gracias.
    Luego serigueros con otro autor..
    Gracias Ceci por tu seguimiento. Besos.


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