La arquitectura de un pecado.

Juan José Alcolea Jiménez escribió:Qué hermoso siempre
fue pecar contigo,
tejer de cimbra el arco de tus piernas,
de blando diente amor-atar la cumbre
y el tenue muro desgarrar de piedra.

Fue hermoso violentar del templo
los más sagrados vanos de su puerta,
al débil velo derrotar
y al atrio
entrar
desabrazado de sus rejas.

Qué hermoso fue
desabrigar despacio
los dulces tramos de arquivolta espera,
ungir las brechas con la voz del labio
y en su penumbra
prosternarse en tierra.

Fue hermoso desmecer el llanto,
cercar de fuego la columna aquella,
subir al borde del gemido y, manso,
allí entregarse a la rendida presa.

Hermoso el peso dulce del pecado
su carga hermosa y dulce penitencia,
la torre muerta de la piel maullando
y en una escocia
el trazo de un poema.

Hermoso el peso dulce del pecado
su carga hermosa y dulce penitencia,
la torre muerta de la piel maullando
y en una escocia
el trazo de un poema.

Juan José Alcolea Jiménez escribió:Qué hermoso siempre
fue pecar contigo,
tejer de cimbra el arco de tus piernas,
de blando diente amor-atar la cumbre
y el tenue muro desgarrar de piedra.

Fue hermoso violentar del templo,
los más sagrados vanos de su puerta,
al débil velo derrotar
y al atrio
entrar
desabrazado de sus rejas.

Qué hermoso fue
desabrigar despacio
los dulces tramos de arquivolta espera,
ungir las brechas con la voz del labio
y en su penumbra
prosternarse en tierra.

Fue hermoso desmecer el llanto,
cercar de fuego la columna aquella,
subir al borde del gemido y, manso,
allí entregarse a la rendida presa.

Hermoso el peso dulce del pecado
su carga hermosa y dulce penitencia,
la torre muerta de la piel maullando
y en una escocia
el trazo de un poema.

Juan José Alcolea Jiménez escribió:Qué hermoso siempre
fue pecar contigo,
tejer de cimbra el arco de tus piernas,
de blando diente amor-atar la cumbre
y el tenue muro desgarrar de piedra.

Fue hermoso violentar del templo,
los más sagrados vanos de su puerta,
al débil velo derrotar
y al atrio
entrar
desabrazado de sus rejas.

Qué hermoso fue
desabrigar despacio
los dulces tramos de arquivolta espera,
ungir las brechas con la voz del labio
y en su penumbra
posternarse en tierra.

Fue hermoso desmecer el llanto,
cercar de fuego la columna aquella,
subir al borde del gemido y, manso,
allí entregarse a la rendida presa.

Hermoso el peso dulce del pecado
su carga hermosa y dulce penitencia,
la torre muerta de la piel maullando
y en una escocia
el trazo de un poema.