Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Jue 31 Oct 2024, 17:46

    ***
    En la soledad de mi estudio contemplo el reloj que perteneció a
    mi padre, la vieja máquina de coser New Home de mamá, una
    jarrita de plata y el Colt que tenía papá siempre en su cajón, y
    que luego fue pasado como herencia al hermano mayor, hasta
    llegar a mis manos. Me siento entonces un triste testigo de la
    inevitable transmutación de las cosas que se revisten de una
    _eternidad ajena a los hombres que las usaron. Cuando los sobreviven, vuelven a su inútil condición de objetos y toda la
    magia, todo el candor, sobrevuela como una fantasmagoría
    incierta ante la gravedad de lo vivido. Restos de una ilusión,
    sólo fragmentos de un sueño soñado.




    Adolescente sin luz,,
    tu grave pena lloras,
    tus sueños no volverán,
    corazón,
    tu infancia ya terminó.
    La tierra de tu niñez
    quedó para siempre atrás
    sólo podes recordar, con dolor,
    los años de su esplendor.
    Polvo cubre tu cuerpo,
    nadie escucha tu oración,
    tus sueños no volverán,
    corazón, tu infancia ya terminó.




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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Dom 03 Nov 2024, 19:37

    ***




    Al terminar la escuela primaria de mi pueblo, en 1923, en medio del desgarramiento más hondo de mi vida, mi hermano
    Pancho me llevó a La Plata para completar mis estudios. Recuerdo la primera noche, con su enigmática madrugada en la
    casa de la calle Pedro Echagüe, oyendo entre sueños un ruido
    inédito para mí, que a través de las décadas se ha conservado
    como una imagen de mi tristeza infantil: el sonido de los cascos de caballos y de las chatas por el empedrado. Remotísimos
    tiempos en que no había jeans, cuando los chicos llevábamos
    pantaloncitos cortos y los pantalones largos simbolizaban un
    terrible acontecimiento en nuestras vidas, marcado por el orgullo y por la vergüenza.
    Muchas veces, lloré durante la noche en esa ciudad que luego
    llegó a estar tan entrañablemente unida a mi destino. En los
    penosos días que precedieron al comienzo de las clases, tuve
    uno de los dolores más grandes. Me había llevado al bosque
    una paletita de lata, una humilde imitación de la paleta de un
    pintor, comprada por mi hermano en la ferretería del pueblo.
    Tenía pastillas de acuarelas que para mí eran un tesoro, con las
    que copiaba láminas de almanaques. Recuerdo una troika en la
    nieve de una Rusia lejana y misteriosa.
    Pregunté cómo ir hasta el famoso bosque de La Plata y allí me
    fui con las acuarelas, un frasco con agua, un par de pinceles y
    un cuaderno de hojas blancas. Me senté en el pasto entre los
    enormes eucaliptos y empecé a pintar uno de esos troncos descascarados, con sus cambiantes matices de verdes, ocres y marrones, imbricados de una manera que me conmovía. Todo era
    plácido en aquella mañana y, por el poder de la belleza, había
    olvidado mi melancolía. De pronto se produjo un cataclismo:
    yo tenía menos de doce años y estaba solo, en una ciudad desconocida, cuando sorpresivamente apareció un grupo de muchachones, de unos quince años, que riéndose de mí, me arre-
    bataron la paleta, pisotearon las humildes pastillas de acuarela,
    me rompieron los pinceles y arrojaron lejos la botellita con
    agua; riéndose, hasta que se fueron. Durante un tiempo que me
    pareció infinito, yo permanecí sentado en el césped, mientras
    me caían las lágrimas. Luego logré levantarme y volví lentamente hacia mi pensión, pero me perdí y tuve que preguntar
    varias veces dónde estaba mi calle.
    Cuando por fin llegué, entré en mi cuartito y permanecí todo el
    día en la cama. Tiritaba como si tuviese fiebre, o quizá la tuve.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Nov 2024, 09:21

    ***
    He vuelto a la Universidad de La Plata ¡después de tantos años!
    y se han despertado en mí recuerdos olvidados, sentimientos
    que yacían en mi alma. En este colegio y en esta ciudad, se
    echaron las raíces de todo lo que luego tuvo que ser. Porque el
    tiempo transcurrido, las ciudades que más tarde recorrí por el
    mundo, no pudieron borrar sus calles arboladas, estos tilos,
    estos plátanos. Pasaron los años, pero una y otra vez vuelve a
    mi memoria esta ciudad, donde acontecieron momentos importantes de mi vida. Donde nos conocimos con Matilde, donde
    terminamos el bachillerato y luego la Universidad. Aquí nació
    nuestro hijo Jorge Federico y aquí murieron también nuestros
    padres. En estos patios, en este bosque a veces auspicioso, a
    veces melancólico, se forjaron las ideas esenciales que me
    acompañaron en la vida.
    La Universidad, fundada por don Joaquín V. González, fue
    famosa en toda Hispanoamérica. Asistían alumnos que venían
    de Colombia, de Perú, de Bolivia, de Guatemala, quienes creaban sus propias colonias en caserones; una Universidad que
    contrató en Europa hombres eminentes de ciencia y humanidades, como fue el caso de los Schiller. Había nacido con una
    inspiración distinta, estaba formada por grandes institutos científicos, organizados por notables hombres, como el astrónomo
    Hartmann, con un nivel similar a los centros de Heidelberg o
    Goettingen. La Universidad llegaba, verticalmente, hasta la
    enseñanza secundaria y primaria, donde los chicos tenían hasta
    una imprenta propia.
    ¡Cómo añoro aquel Colegio donde no se fabricaban profesionales!, donde el ser humano aún era una integridad, cuando los
    hombres defendían el humanismo más auténtico, y el pensamiento y la poesía eran una misma manifestación del espíritu.
    En el ex libris de la Universidad, se hallaba escrita una frase de
    aquel noble científico que fue Emil Bosse: “Toma la verdad y
    llévala por el mundo”; él era uno de esos hombres que anhelaban ansiosos el espíritu puro, pero lo deponía o lo postergaba
    para arremangarse y ensuciarse las manos forjando esta nación
    que hoy es casi un doloroso desecho.



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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Nov 2024, 08:00

    ***

    En la época en que cursaba el primer año, supimos que tendríamos como profesor a un “mexicano” que en rigor era puertorriqueño. Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en
    que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en
    cada uno de sus gestos que con palabra mesurada imponía una
    secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior,
    tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el
    típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó
    a ser profesor titular de ninguna de las facultades de letras.
    A él debo mi primer acercamiento a los grandes autores, y su
    sabia admonición que aún recuerdo: “Donde termina la gramática empieza el gran arte”. Porque no era partidario de una concepción purista del lenguaje, por el contrario, estaba cerca de
    Vossler y Humboldt, que consideraban el idioma como una
    fuerza viva en permanente transformación. En años posteriores,
    junto con él y Raimundo Lida, tuvimos largas conversaciones
    sobre estos temas en el Instituto de Filología, que por ese entonces dirigía Amado Alonso.
    Cuando alguna vez he vuelto a viajar en tren, soñé con encontrar a ese profesor de mi secundaria, sentado en algún vagón,
    con el portafolio lleno de deberes corregidos, como esa vez —
    ¡hace tanto!— cuando juntos en un tren, yo le pregunté, apenado de ver cómo pasaba los años en tareas menores, “¿Por qué,
    Don Pedro, pierde tiempo en esas cosas?” Y él, con su amable
    sonrisa, me respondió: “Porque entre ellos puede haber un futuro escritor”.
    ¡Cuánto le debo a Henríquez Ureña! Aquel hombre encorvado
    y pensativo, con su cara siempre melancólica. Perteneció a una
    raza de intelectuales hoy en extinción, un romántico a quien
    Alfonso Reyes llamó “testigo insobornable”, un hombre capaz
    de atravesar la ciudad en la noche para socorrer a un amigo. Y
    por esa noble concepción de la vida, por la comunión y el valor
    con que enfrentaba la desdicha, paradójicamente, junto a aquel
    intelectual de mi secundaria me viene a la memoria el rostro de
    mi hermano Humberto, aventurero que jamás realizó estudios
    superiores, pero que fue admirado y respetado por todos los
    que lo conocieron y que iban a consultarlo cuando se trataba de
    tomar una decisión difícil.
    Por eso, cuando la enfermedad de Humberto se agravó, me
    entristeció enormemente que se lo engañara diciéndole que era
    una simple infección, si en verdad todos sabíamos que se trataba de un terrible cáncer de estómago. Ese hombre, tan admirado por su rectitud y entereza, merecía saber y afrontar la verdad
    como solía hacerlo. Y entonces tomé la dura decisión de hablar
    con él.
    Jamás olvidaré el silencio; aquellos ojos bien abiertos parecieron divisar el fin, sin abatimiento, con esa serenidad que siempre lo había fortalecido. Encendió un cigarrillo. No lloramos.
    No debíamos hacerlo. Tampoco pudimos abrazarnos; aún nos
    pesaba sobre los hombros la mirada imperativa de nuestro padre





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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Nov 2024, 08:01





    ***
    Todos lloraron la pérdida de Humberto, alguien que había sido,
    como dijo durante el entierro uno de sus grandes amigos, “Nada menos que todo un hombre”.
    Sí, querido hermano, fuiste esa clase de hombres de la talla de
    Saint-Exupéry, quien luchó en su avión contra la tempestad,
    junto con su telegrafista, unidos en el silencio, por el peligro
    común pero también, por la esperanza. Esos hombres que levantaron su altar en medio de la mugre, con su camaradería
    ante el fracaso y la muerte.
    Los conflictivos años de mi secundaria, además del tiempo de
    dolorosas angustias, fueron también de importantes descubrimientos.
    El primer día de clase aconteció una portentosa revelación. En
    un banco no demasiado visible, asustado y solitario chico de un
    pueblo pampeano, vi a don Edelmiro Calvo, aindiado caballero
    de provincia, alto y de porte distinguido, demostrar con pulcritud el primer teorema. Quedé deslumbrado por ese mundo perfecto y límpido. No sabía aún que había descubierto el universo
    platónico, ajeno a los horrores de la condición humana; pero sí
    intuí que esos teoremas eran como majestuosas catedrales, bellas estatuas en medio de las derruidas torres de mi adolescencia.
    Para apaciguar el caos de mi alma volqué mis emociones y
    ansiedades en una serie de cuadernos, diarios, que quemé
    cuando fui más grande. Por la angustia en que vivía, busqué
    refugio en las matemáticas, en el arte y en la literatura, en
    grandes ficciones que me pusieron al resguardo en mundos
    remotos y pasados. De la biblioteca del colegio, tan vasta, y
    para mí inexplorada, aunque estaba sabiamente organizada, leí
    siempre a tumbos, empujado por mis simpatías, ansiedades e
    intuiciones.
    Recuerdo las bibliotecas de barrio fundadas por hombres pobres e idealistas que, con grandes esfuerzos, luego de todo un
    día de trabajo, aún tenían ánimo para atender cariñosamente a
    los chicos, ansiosos de fantasías y aventuras. Desde mi modesto cuartito de la calle 61, me embargaba hacia los mundos de
    Salgari y de Julio Verne; así como más tarde me recreé en las
    grandes creaciones del romanticismo alemán: Los bandidos de
    Schiller, Chateaubriand, el Goetz Von Berlichingen, Goethe y
    su inevitable Werther, y Rousseau. Con el tiempo descubrí a
    los nórdicos: Ibsen, Strinberg, y a los trágicos rusos que tanto
    me influyeron: Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Gogol; hasta la
    aventura épica del Mío Cid y el entrañable andariego de La
    Mancha. Obras a las que una y otra vez he vuelto, como quien
    regresa a una tierra añorada en el exilio donde acontecieron
    hechos fundamentales de la existencia.




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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Nov 2024, 08:03

    ***
    Crimen y castigo, que a los quince años me había parecido una
    novela policial, luego la creí una extraordinaria novela psicológica, hasta finalmente desentrañar el fondo de la mayor novela
    que se haya escrito sobre el eterno problema de la culpa y la
    redención. Aún me veo debajo de las cobijas, devorando con
    avidez aquella obra en edición rústica, de doble o triple traducción. Aún me oigo reír por el desenfado y la encarnecida ironía
    con que Wilde desnudaba la hipocresía victoriana. O el temblor
    que sentía entre las páginas de Poe y sus maravillosos cuentos;
    o las paradojas de Chesterton y el misterioso Padre Brown.
    Con los años leí apasionadamente a los grandes escritores de
    todos los tiempos. He dedicado muchas horas a la lectura y
    siempre ha sido para mí una búsqueda febril.
    Nunca he sido un lector de obras completas y no me he guiado
    por ninguna clase de sistematización. Por el contrario, en medio de cada una de mis crisis he cambiado de rumbo, pero
    siempre me comporté frente a las obras supremas como si me
    adentrara en un texto sagrado; como si en cada oportunidad se
    me revelaran los hitos de un viaje iniciático. Las cicatrices que
    han dejado en mi alma atestiguan que de algo de eso se ha tratado. Las lecturas me han acompañado hasta el día de hoy,
    transformando mi vida gracias a esas verdades que sólo el gran
    arte puede atesorar.
    En la irremediable soledad de este amanecer escucho a
    Brahms, y siempre, por sus melancólicas trompas vuelvo a
    vislumbrar, tenue pero seguramente, los umbrales del Absoluto.
    Pienso en los tiempos en que Matilde aún podía caminar, apoyada en su bastón, cuando Gladys la traía al estudio y la sentaba a mi lado, sostenida entre almohadones. Yo ponía algo de
    Schubert, de Corelli, o de algún otro músico que tanto bien le
    hacía en momentos de tristeza. Escuchábamos la música mientras ella se iba adormeciendo, poco a poco, hasta quedar dormida, con la cabeza inclinada hacia un costado. Yo la contemplaba con los ojos humedecidos. Al cabo de un tiempo se despertaba y preguntaba: “¿Por qué no nos vamos a casa?”, con
    voz imperceptible. “Sí —le decía entonces— en seguida nos
    iremos.” Y con la ayuda de Gladys regresaba a su habitación.
    Recuerdo muy bien un día lejano de 1968, cuando viajamos
    con Matilde a la ciudad de Stuttgart, donde me entregarían un
    premio. Al llegar, peregrinamos —es la palabra adecuada, ya
    que era un momento de religioso respeto— a Tübingen, y entramos en el Seminario Evangélico, donde contemplamos emocionados el banco en el que se habían sentado el joven estudiante Schelling y su compañero Hegel. Permanecimos en silencio. Luego nos llegamos hasta la casita del carpintero Zimmer, donde durante treinta y seis años vivió loco Hölderlin,
    cariñosamente protegido por aquel humilde ser humano; uno de
    esos hechos absolutos que redimen a la humanidad. Desde la
    terrezuela miramos correr el río Neckar, como tantas veces lo
    habría contemplado aquel genio delirante.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 11 Nov 2024, 09:27

    ***


    Creo que más tarde recorrimos un tramo del Rhin que nos evocó un pasado de baladas, bardos, héroes, bandidos y leyendas:
    Rolando, que llega demasiado tarde a la isla de Nonnenwert,
    únicamente para saber que su amada, sin consuelo, había to-
    ______________
    28
    mado los hábitos, y Lohengrin, y el castillo de Cleves, imponentes y sombríos. En el lloviznoso atardecer de otoño, contemplamos los restos de los castillos feudales, las fortalezas en
    ruinas que presenciaron feroces combates, que guardaron horribles o bellos secretos de amores incestuosos, de soledades,
    de traiciones. Ahí estaba Die Feindlichen Bruder, los restos
    declinantes de las torres de los dos hermanos enemigos, y La
    Muralla de las Querellas. En lo alto de la montaña, hacia el
    naciente, las ruinas sombrías entre ráfagas de helada llovizna.
    Y también, La Torre de las Ratas, donde el obispo Hatto II,
    después de haber mandado quemar a los campesinos hambrientos, fue encerrado vivo en su torre, para ser devorado por esos
    horrendos bichos. Hasta que divisamos la aciaga garganta de
    Loreley, y miramos hacia arriba, hacia lo alto del promontorio
    que cae a pique sobre las aguas del río, como si aún quisiéramos entrever la silueta de la hechicera que llevaba a la muerte
    con su canto.
    Entonces, resucitando desde nuestra juventud, acudieron a mi
    memoria fragmentos de uno de aquellos lieder que mi alocada
    profesora de alemán trataba de grabarme con la música de
    Schumann, de Brahms, de Schubert. No los sé en el poco alemán que aprendí cuando tendría unos dieciocho años, pero sí
    recuerdo unos pocos versos que decían, más o menos
    Warum diese dunkien ahungen, mein herz?** ¿Por qué estos negros presagios, oh, corazón?

    Ruinas majestuosas aparecían ante los turistas, con sus cámaras
    y salchichas; como un heraldo que, después de penosas vicisi-
    tudes, con su vestimenta sucia y desgarrada tratara de transmitirnos un bello y patético mensaje, en medio de empujones,
    gritos y vulgaridades. Y lográndolo, a pesar de todo, merced al
    misterioso poder de la poesía
    Hacia los dieciséis años empecé a vincularme con grupos anarquistas y comunistas, porque nunca soporté la injusticia social,
    y porque algunos estudiantes eran hijos de obreros, de inmigrantes socialistas, con quienes nos debatíamos durante la noche en interminables discusiones, a veces violentas y en ocasiones fraternales, que solían durar hasta altas horas de la madrugada.
    Una de esas reuniones se hizo en la casa de Hilda Schiller, hija
    del geólogo alemán Walter Schiller. Ella había formado un
    grupo de chicas que llamó Atalanta, a las que aleccionaba desde el deporte hasta la historia y la literatura. Allí, una jovencita
    me escuchó con sus grandes ojos fijos, como si yo —pobre de
    mí— fuese una especie de divinidad. Aquella muchacha era
    Matilde.









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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Lun 11 Nov 2024, 09:28

    ***



    De ese tiempo, recuerdo las manifestaciones del Primero de
    Mayo, una conjunción de protesta y a la vez de profunda tristeza por los mártires de Chicago. Eterno funeral por modestos
    héroes, obreros que lucharon por ocho horas de trabajo y que
    luego fueron condenados a muerte: Albert Parsons, Adolf Fischer, George Engel, August Spies y Louis Lingg, el de veintitrés años que se mató haciendo estallar un tubito de fulminato
    de mercurio en la boca. Los cuatro restantes fueron ahorcados.
    Posteriormente, la investigación probó que eran inocentes de la
    bomba arrojada contra la policía. Estos obreros declararon estar
    orgullosos de su lucha por la justicia social y denunciaron a los
    jueces y al sistema del cual ellos eran típicos representantes.
    Hasta el último momento no renegaron de sus convicciones.
    Muchos años después, el gobernador reconoció la inocencia de
    estos hombres, y se levantó un monumento, la Tumba de los
    Mártires.
    También se organizaban entonces marchas por el general Sandino y por los nobles y valientes Sacco y Vanzetti. Las mani-
    festaciones congregaban a unos cien mil obreros y estudiantes,
    unos bajo la bandera roja de los socialistas, y los anarquistas
    bajo la bandera rojinegra. En todo el mundo se hicieron protestas en solidaridad por aquellos dos mártires del movimiento,
    condenados a muerte por un crimen que no cometieron. Al
    igual que con los obreros de Chicago, los tribunales norteamericanos debieron reconocer su inocencia. Hasta el momento
    mismo en que fueron salvajemente atados a la silla, declararon
    su inocencia. Murieron con coraje y dignidad. En una gran película que luego de un tiempo hicieron los norteamericanos con
    la intención de mostrar la verdad, aparece esta conmovedora
    carta que Vanzetti le escribió a su hijo:
    Querido hijo mío, he soñado con ustedes día y noche. No sabía
    si aún seguía vivo o estaba muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti y a tu madre. Perdóname, hijo mío, por esta muerte
    injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos, pero no podrán destruir nuestras ideas. Ellas quedarán
    para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes cuando juegas, no la acapares toda para ti. Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran. Ayuda a
    los perseguidos, a los oprimidos. Ellos serán tus mejores amigos. Adiós esposa mía. Hijo mío. Camaradas.
    BARTOLOMÉ VANZETTI
    Las discusiones y peleas entre anarquistas y marxistas eran
    frecuentes, pero así y todo, tuve compañeros de ambos lados
    con quienes hasta hoy —¡los que sobrevivimos!— tenemos
    largas conversaciones recordando aquellos años heroicos.
    Con cuánta emoción me viene a la memoria aquel tiempo en
    que inventaba —o descubría en el fondo de mi alma— a ese
    analfabeto Carlucho, uno de esos anarquistas infinitamente
    bondadosos que iban de pueblo en pueblo caminando, hasta
    llegar a alguna estancia donde se acostumbraba tener un catre
    para esos seres que predicaban en la noche, alrededor del fogón, lo hermoso que era el anarquismo. Y Carlucho, ese hombretón, que por causa de las torturas había perdido su fuerza,
    tuvo finalmente un kiosco donde le explicaba con torpes palabras a un chiquilín llamado Nacho, proveniente de una familia
    aristocrática, por qué era hermoso el anarquismo. Le contaba
    cómo los hombres encerraban a grandes e inocentes hipopótamos para servir de diversión a los chicos, lejos de sus praderas
    africanas, de sus bellísimos amaneceres y de su remota libertad.





    31
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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Miér 13 Nov 2024, 12:57

    ***


    La Revolución Rusa tenía aún el resplandor romántico de aquel
    Octubre, y los compañeros comunistas terminaron por convencerme, decían que los anarquistas eran utópicos y que jamás
    lograrían tomar el poder como lo habían hecho ellos en el imperio zarista. Como aún no habían empezado el stalinismo y
    sus crímenes, sentí, con romántico fanatismo, que la revolución
    del proletariado acabaría trayéndoles a los hombres el orbe
    puro que había vislumbrado en las matemáticas.
    Me alejé de los claustros universitarios y me afilié a la Juventud Comunista; y junto a ellos, recorrí los grandes frigoríficos
    Armour y Swift, ubicados en Berisso, un pueblo suburbano de
    La Plata, donde los obreros vivían en la miseria más aterradora,
    amontonados en casuchas de zinc, entre verdes y malolientes
    pantanos, arriesgándolo todo en su lucha por un aumento de
    veinte centavos la hora. Aún hoy recuerdo esa confraternidad
    entre obreros y estudiantes, y con profunda emoción la reivindico.
    En 1930 se produjo el primer golpe militar, terrible y sanguinario, y que fue la consecuencia del peligro que significaban para
    los militares y los capitalistas, los movimientos sociales. La
    dictadura de Uriburu sería la precursora de los siguientes golpes de Estado que sufrió nuestro país.
    Aquel primer golpe fue decisivo en mi vida pues tuve que ingresar en la clandestinidad, primero por mi condición de militante —siempre desprecié a los revolucionarios de salón— y
    luego, porque llegué a ser secretario de la Juventud Comunista,
    y era muy buscado por los represores. A causa de las persecuciones debí escaparme de La Plata, interrumpí los estudios y
    abandoné a mi familia para instalarme en Avellaneda, el centro
    obrero más importante. Por la suerte que siempre me ha acompañado, no caí en manos de la siniestra Sección Especial contra
    el Comunismo, famosa por sus torturas, y que andaba detrás de
    mí. Debí cambiar de pensión y de nombre cada cierto tiempo; y
    en una oportunidad me salvé saltando por una ventana. Entonces llevaba el nombre de Ferri, quizá —ahora lo pienso— derivado inconscientemente del apellido Ferrari, de mi madre. La
    militancia era muy peligrosa y no se limitaba al trabajo, existía
    también una formación teórica obligatoria, en la que se estudiaba no sólo a Marx sino también a otros escritores.
    A los obreros se les hablaba de libertad pero eran encarcelados
    por participar en las huelgas; se les hablaba de justicia pero
    eran reprimidos y bárbaramente torturados; el hábeas corpus y
    otros recursos constitucionales se burlaban cínicamente en la
    práctica de todos los días. Hasta que las amenazas y peligros de
    muerte que padecíamos cayeron sobre dos grandes dirigentes
    anarquistas: Severino Di Giovanni y Scarfó. A Di Giovanni lo
    conocí en el Centro Cultural Ateneo, y, a pesar de su aspecto
    de maestro de escuela, con su pistola y su banda, llegó a ser
    una figura de leyenda. Ellos cayeron presos y, frente al pelotón
    de Fusilamiento, murieron gritando: “¡Viva la anarquía!”; grito
    que, después de sesenta y tantos años, aún me sigue conmoviendo.




    Ya nada queda de la pensión de la calle Potosí donde una tarde,
    traída por un buen amigo, llegó Matilde de diecinueve años,
    huyendo de un hogar en que se la adoraba, para venir a juntarse
    en una piezucha de Buenos Aires, con esta especie de delincuente que era yo. Para luchar en la clandestinidad contra la
    dictadura del general Uriburu, por un mundo sin miseria y sin
    desamparo. Una utopía, claro, pero sin utopías ningún joven
    puede vivir en una realidad horrible. Allí, muchas veces soportamos el hambre, cuando compartíamos un poco de pan y mate
    cocido, salvo en los días de suerte, en que la generosa Doña
    Esperanza, encargada de la pensión, nos golpeaba la puerta
    para ofrecernos un plato de comida.
    En esos tiempos de pobreza y persecución, se desencadenó una
    grave crisis, y finalmente, mi alejamiento de aquel movimiento
    por el que tanto había arriesgado.
    Los miembros del Partido que, por supuesto, vigilaban cualquier “desviación”, advirtieron en mí ciertos indicios sospechosos. En conversaciones con camaradas íntimos yo sostuve que
    la dialéctica era aplicable a los hechos del espíritu, pero no a
    los de la naturaleza, de modo que el “materialismo dialéctico”
    era toda una contradicción. Alguien que no haya conocido a
    fondo la mentalidad del comunismo militante podría pensar
    que eso no era grave, cuando en rigor era gravísimo para los
    dirigentes, que consideraban un delito separar la teoría de la
    práctica. Sería largo de explicar en qué fundamentos me basaba, lo único que puedo decir es que esto sucedió hacia 1935, y
    que muchos años más tarde, en un encuentro teórico realizado
    en la Mutualité de París, se debatió ese problema entre grandes
    filósofos como Sartre y otros, en el que se sostuvo precisamente lo mismo






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    Mensaje por Maria Lua Miér 13 Nov 2024, 12:59

    ***

    Sea como fuere, aquella hipótesis era arriesgadísima porque el
    marxismo-leninismo estaba codificado de una manera férrea e
    ______________
    36
    inapelable. El Partido —palabra que siempre se escribía con
    mayúscula— resolvió mandarme por dos años a las Escuelas
    Leninistas de Moscú, donde uno se curaba o terminaba en un
    gulag o en un hospital psiquiátrico. Sin duda habría acabado en
    uno de esos campos de concentración, dada la convicción profunda que tenía sobre ese disparate filosófico. Por el espíritu de
    sacrificio que reinaba en los militantes, Matilde aceptó tristemente mi viaje a la Unión Soviética por dos años —y quizá
    para siempre— quedando ella oculta en casa de mi madre.
    Antes de ir a Moscú debía pasar por el Congreso contra el Fascismo y la Guerra, que presidía en Bruselas Henri Barbusse,
    organizado por el Partido y bajo su riguroso control. El viaje
    partía de Montevideo, yo atravesé de noche el Delta del Río de
    la Plata, en una lancha de contrabandistas, para luego seguir en
    barco, con documentos falsos, hasta Amberes; y finalmente, en
    tren hasta Bruselas. Allí tuve la oportunidad de escuchar a gente de la Schutzbund, de Austria, y a militantes que venían de
    Alemania donde el hitlerismo estaba en ascenso. Me pusieron
    en un cuarto de los llamados Auberges de la Jeunesse junto a
    un compañero que conocí con el nombre supuesto de Pierre.
    Era un dirigente del Comité Central de la Juventud Francesa,
    de ciega obediencia a la teoría, lo que me hizo poner en guardia, porque en el Partido no se cometía esa clase de equivocaciones; aquel muchacho militante luego cayó en manos de la
    Gestapo, y fue muerto tras salvajes torturas.
    En uno de esos diálogos que teníamos antes de dormir, surgió
    una discusión, y cometí el peligroso error de manifestar mis
    dudas sobre aquel problema filosófico. A la mañana siguiente
    le dije a mi compañero que me dolía el estómago, y que iría en
    cuanto me aliviara el dolor. Después de una hora o más, cuando consideré que él no volvería, arreglé mi valijita y me escapé
    a París en tren. Ya habían comenzado los “procesos” del siniestro imperio stalinista y apenas tuve esa conversación con Pierre, comprendí que si iba a Moscú no volvería jamás. Todos los
    diálogos, las experiencias que conocí a través de militantes de
    otros países, acabaron por agrietar ya en forma irreversible la
    frágil construcción que en mi mente se vino abajo.
    Como había ido a Bruselas ya con graves dudas sobre la dictadura de Stalin, en Buenos Aires, un amigo ex simpatizante del
    Partido, me había dado la dirección de un trotskista argentino
    director de un semanario francés, que años más tarde moriría
    en un tanque en tiempos de la Guerra Civil Española. Él me
    puso en contacto con un portero de la École Normale Supérieure, ex comunista, que me ofreció dormir en su cuartucho, en
    una de esas grandes camas de París. Como no había calefacción y el frío era intenso en aquel 1935, además de las mantas,
    nos cubríamos con una cantidad de L’Humanité. Durante el día
    deambulaba a la deriva por las calles de París, sin llegar a ver
    hacia qué tierras me arrastraría el naufragio. Hasta que una
    tarde, entré en la librería Gibert, del boulevard Saint-Michel y
    robé un libro de análisis matemático de Emil Borel y escapé
    con él escondido en mi sobretodo. Recuerdo aquel atardecer
    gélido de invierno, leyendo los primeros fragmentos, con el
    temblor de un creyente que vuelve a entrar a un templo luego
    de un turbio periplo de violencias y pecados. Aquel sagrado
    temblor era una mezcla de deslumbramiento, de recogida admisión y de una paz que hacía tiempo anhelaba mi espíritu: el
    orbe matemático me llamaba a sus puertas por segunda vez.
    De regreso en el país, espiritualmente destrozado me encerré en
    el Instituto de Físico-Matemática, y en pocos años terminé mi
    doctorado. Allí me preparaba casi a diario para resistir los insultos y los agravios por mi “traición” al comunismo, cuando
    en rigor era todo lo contrario. El gran traidor fue ese hombre
    monstruoso, ex seminarista, que liquidó a todos los que habían
    hecho verdaderamente la revolución, hasta alcanzar en el extranjero al propio Trotsky, uno de los más brillantes y audaces
    revolucionarios de la primera hora, asesinado en México por
    los hachazos stalinistas.

    En medio de la crisis total de la civilización que se levantó en
    Occidente por la primacía de la técnica y los bienes materiales,
    miles de muchachos volvimos los ojos hacia la gran revolución
    que en Rusia pareció anunciar la libertad del hombre. No lo
    hicimos luego de haber estudiado minuciosamente El capital,
    ni por habernos convencido de la validez del materialismo dialéctico, o por haber comprendido lo que era la plusvalía sino,
    simple pero poderosamente, porque en aquella revolución encontrábamos al fin un vasto y romántico movimiento de liberación. La palabra justicia prometía llegar a tener un lugar que en
    la historia nunca se le había dado. La lucha por los desheredados, y la portentosa frase: “Un fantasma recorre el mundo”, nos
    colocaron bajo el justo reclamo de su bandera.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 14 Nov 2024, 12:53

    ***

    En la época del famoso “Boom”, más allá de sus valores literarios, muchos escritores me acusaron de traidor al comunismo,
    pretendiendo ignorar que yo había vivido aquella entrega, pero
    también, la desilusión de ver cómo el stalinismo había corrompido los principios que el movimiento pretendía enaltecer. Y
    algunos de estos comunistas de salón, a los que los franceses
    llaman la gauche caviar, alejándose del peligro, se manifestaron detrás de sus escritorios en cómodas oficinas de Europa, en
    innoble, cobarde retaguardia. Y otros, habiendo estado de paseo por el comunismo, se han convertido finalmente en empresarios de la literatura.
    Sin embargo, se mantuvieron callados ante las atrocidades cometidas por el régimen soviético, torturas y asesinatos que,
    como suele suceder, se perpetraron en nombre de grandes palabras en favor de la humanidad. Camus tenía razón al decir que
    “siempre hay una filosofía para la falta de valor”. Ellos guardaron silencio cuando pudieron y debieron decir cosas sin temor a
    disentir, lo que es legítimo en reuniones pero indefendible en
    hechos que hacen al honor y a los valores por los que muchos,
    de manera horrenda y despiadada, perdieron su vida. No hay
    dictaduras malas y dictaduras buenas, todas son igualmente
    abominables, como tampoco hay torturas atroces y torturas
    beneficiosas. Y la lucha contra el capitalismo no debería haberles impedido el repudio de los actos que atentaban contra la
    dignidad de la criatura humana, cualquiera haya sido el nombre
    de la ideología que pretendía justificarlos.
    ¡Qué diferente habría sido la situación si el “socialismo utópico” no hubiera sido destruido por el “socialismo científico” de
    Marx!
    Equivocadamente se cree que los anarquistas son espíritus destructivos, hombres con piloto que en su portafolio trasladan una
    bomba. Desde luego, al igual que en toda empresa que lleva la
    impronta del ser humano, en aquel movimiento se infiltraban
    delincuentes y pistoleros —alguno de los cuales conocí en los
    años treinta—, pero eso no debe hacernos olvidar a esos seres
    nobles, que ansiaban un mundo mejor, donde el hombre no se
    convirtiera en ese lobo despiadado que vaticinó Hobbes.
    Otra falacia frecuente es considerar que estos espíritus rebeldes
    eran resentidos sociales, ya que han sido anarquistas desde el
    príncipe Bakunin al conde Tolstoi, pasando por el poeta Shelley, el conde de Saint-Simon, Proudhon, en cierto sentido
    Nietzsche, el poeta Whitman, Thoreau, Oscar Wilde, Dickens,
    y en nuestro tiempo sir Herbert Read, el arquitecto Lloyd
    Wrigth, el poeta T. S. Eliott, Lewis Munford, Denis de Rougemont, Albert Camus, Ibsen, Schweitzer, en buena medida
    Bernard Shaw, el conde Bertrand Russel, y años atrás, el Campanella de La cittá del solé y el Thomas Moro de Utopía. Al
    igual que todos aquellos vinculados a grandes pensadores religiosos, como Emmanuel Monuier —cuyo “personalismo” tiene
    mucho que ver con la concepción anarquista—, y judíos como
    Martin Buber.
    Quizá, por mi formación anarquista, he sido siempre una especie de francotirador solitario, perteneciendo a esa clase de escritores que, como señaló Camus: “Uno no puede ponerse del
    lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la
    padecen”. El escritor debe ser un testigo insobornable de su
    tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra
    todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de
    vista la sacralidad de la persona humana. Debe prepararse para
    asumir lo que la etimología de la palabra testigo le advierte:
    para el martirologio. Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para
    los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de
    reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En
    esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero
    deberá sostenerse con uñas y dientes.
    De no ser así, la historia de los tiempos venideros tendrá toda
    la razón de acusarlo por haber traicionado lo más preciado de
    la condición humana.




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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 15 Nov 2024, 10:05

    ***

    Me despierto sobresaltado. Casi nunca he tenido sueños buenos, excepto en estos últimos años, quizá porque mi inconsciencia se fue limpiando con las ficciones. Y la pintura me ha
    ayudado a liberarme de las últimas tensiones. Probablemente
    porque es una actividad más sana, porque permite volcar de
    modo inmediato nuestras pavorosas visiones, sin la mediación
    de la palabra. Sin embargo, en las telas aún perdura cierta angustia, un universo tenebroso que sólo una luz tenue ilumina.
    He soñado, de vez en cuando, con grandes profundidades de
    mar, con misteriosos fondos submarinos verdosos, azulados,
    pero transparentes. Hay noches en que me arrastran grandes
    corrientes, pero no es nada triste ni angustioso, por el contrario,
    siento una poderosa euforia.
    Mientras aguardo la llegada de Silvina Benguria, retomo una
    pintura en la que he estado trabajando anoche, hasta tarde, y
    que tanto bien me hizo, alejándome de las tristezas y de los
    horrores del mundo cotidiano. Arrastrado por el olor de la trementina, mi espíritu regresa a aquel tiempo en que viví tensionado entre el universo abstracto de la ciencia y la necesidad de
    volver al mundo turbio y carnal al cual pertenece el hombre
    concreto.
    Cuando terminé mi doctorado en Ciencias Físico-matemáticas,
    el profesor Houssay, premio Nobel de Medicina, me concedió
    la beca que anualmente otorgaba la Asociación para el Progreso de las Ciencias, enviándome a trabajar en el Laboratorio
    Curie.
    Así llegué a París por segunda vez, en el 38, pero en esta ocasión acompañado por Matilde y nuestro pequeño Jorge Federico, con quienes vivía en un cuartucho ubicado en la rué du
    Sommerard.
    El período del Laboratorio coincidió con esa mitad de camino
    de la vida en que, según ciertos oscurantistas, se suele invertir
    el sentido de la existencia. Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas, y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En
    el Dôme y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando
    “cadáveres exquisitos”.
    Uno de los primeros contactos que recuerdo haber hecho con
    ese mundo que luego me fascinaría, ocurrió en un restaurante
    griego, sucio pero muy barato, donde acostumbraba a almorzar
    con Matilde. De pronto vimos entrar a un malayo, alto y flaco,
    y ella, temió que se sentara con nosotros, lo que el hombre finalmente hizo. Dirigiéndose a mi mujer, dijo en un inconfundible acento cubano: “No tenga miedo, señora, soy una buena
    persona”; así comenzó la amistad con aquel excepcional pintor:
    Wifredo Lam. Pronto me vinculé con todo el grupo surrealista
    de Bretón: Oscar Domínguez, Féret, Marcelle Ferri, Matta,
    Francés, Tristan Tzara.
    Una mañana llegó al Laboratorio Cecilia Mossin, con una carta
    de presentación de Sadosky. Y aunque su intención era trabajar
    con rayos cósmicos, la disuadí para que se quedara como mi
    asistente y se la presenté a Irene Juliot Curie, quien la aceptó
    de inmediato. Entre la bruma de los recuerdos, la veo parada,
    siempre correcta, con su delantalcito blanco, observando con
    preocupación ciertos cambios en mi persona. La propia Irene
    Curie, como una de esas madres asustadas ante un hijo que se
    descarrila, se alarmaba cuando, aún dormitando, me veía llegar
    cansado y desaliñado, en horas del mediodía. Pobre, no sabía
    que el honorable Dr. Jekyll comenzaba a agonizar entre las
    garras del satánico Mr. Hyde. Una lucha que se debatía en el
    corazón mismo de Robert Stevenson.
    Antiguas fuerzas, en algún oscuro recinto, preparaban la alquimia que me alejaría para siempre del incontaminado reino
    _de la ciencia. Mientras los creyentes, en la solemnidad de los
    templos musitaban sus oraciones, ratas hambrientas devoraban
    ansiosamente los pilares, derribando la catedral de teoremas.
    Había dado comienzo la crisis que me alejaría de la ciencia.
    Porque mi espíritu, que se ha regido siempre por un movimiento pendular, de alternancia entre la luz y las tinieblas, entre el
    orden y el caos, de lo apolíneo a lo dionisiaco, en medio de ese
    carácter desdichado de mi espíritu, se encontraba ahora azorado entre la forma más extrema del racionalismo, que son las
    matemáticas, y la más dramática y violenta forma de la irracionalidad











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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Dom 17 Nov 2024, 12:52

    ***
    Muchos, con perplejidad, me han preguntado cómo es posible
    que habiendo hecho el doctorado en Ciencias Físicomatemáticas, me haya ocupado luego de cosas tan dispares
    como las novelas con ficciones demenciales como el Informe
    sobre ciegos, y, finalmente esos cuadros terribles que me surgen del inconsciente. En la mayor parte de los casos, sobre
    todo en este período de mi existencia, me es imposible explicar
    a los que me interrogan qué quise decir, o qué representan. Es
    lo mismo que uno se pregunta cuando ha despertado de un sueño, sobre todo de una pesadilla; tanta es su ilogicidad, sus contradicciones. Pero de un sueño se puede decir cualquier cosa
    menos que sea una mentira.
    Es lo que todos los hombres hacen con su doble existencia: la
    diurna y la nocturna. Un pobre oficinista sueña de noche con
    asesinar a puñaladas al jefe, y durante el día lo saluda respetuosamente. El ser humano es esencialmente contradictorio, y hasta el propio Descartes, piedra angular del racionalismo, creó los
    principios de su teoría a partir de tres sueños que tuvo. ¡Lindo
    comienzo para un defensor de la razón!
    Algo parecido es el caso del desdichado Isidore Ducasse, uno
    de los patronos del surrealismo, que en uno de sus primeros
    Cantos, ya convertido, quién sabe por qué irónico impulso, en
    el Comte de Lautréamont, hace el elogio de las matemáticas a
    las que se acercó con indiferencia o quizá con desprecio:
    Oh, matemática severa, yo no te olvidé, desde que tus sabias
    lecciones, más dulces que la miel, se filtraron en mi corazón,
    como una onda refrescante; yo aspiraba instintivamente, desde
    la cuna, a beber de tu fuente, más antigua que el sol, y aún
    continúo recordando cómo osé pisar el atrio sagrado de tu
    solemne templo, yo, el más fiel de tus iniciados.
    Son muchos los que en medio del tumulto interior buscaron el
    resplandor de un paraíso secreto. Lo mismo hicieron románticos como Novalis, endemoniados como el ingeniero Dostoievski y tantos otros que estaban destinados finalmente al
    arte. A mí, como a ellos, la literatura me permitió expresar horribles y contradictorias manifestaciones de mi alma, que en
    ese oscuro territorio ambiguo pero siempre verdadero, se pelean como enemigos mortales. Visiones que luego expresé en
    novelas que me representan en sus parcialidades o extremos, a
    menudo deshonrosas y hasta detestables, pero que también me
    traicionan, yendo más lejos de lo que mi conciencia me reprocha. Y ahora, desde que mi vista deteriorada me ha impedido
    leer y escribir, he vuelto al final de mi existencia a aquella otra
    pasión: la pintura. Lo que probaría, me parece, que el destino
    siempre nos conduce a lo que teníamos que ser.
    En medio de la espantosa inestabilidad de esa época conocí a
    un personaje extraño, el gran pintor español, en realidad canario, Oscar Domínguez. En los frecuentes encuentros en su taller, me insistía para que abandonase las “pavadas” del Laboratorio y me dedicase por completo a la pintura. Pasábamos largas horas literalmente delirando, entre el olor a la trementina y
    la botella de cognac o de vino que no cesaba de correr por
    nuestras manos. La instigación al suicidio, por momentos aterradora, era una presencia constante luego de acabar cada botella. Sugerencia que me reiteró un domingo lluvioso, a la vuelta
    del Marché aux Puces. Yo que le respondí: “No Oscar, tengo
    otros proyectos”.
    Sus locuras, sus permanentes divagues eran un espacio de libertad en medio de la estrechez del mundo cientificista. Su
    desenfreno era capaz de promover las ocurrencias más disparatadas. En un tiempo, se había dedicado a la investigación, dentro del dominio de la escultura, para obtener superficies “litocrónicas”. Como yo venía de la física, inventé esa palabra que
    significa “petrificación del tiempo”, broma que se me ocurrió
    basándome en la conocida yuxtaposición, hecha por Oscar, de
    la Venus de Milo con un violín. Le sugerí entonces la posibilidad de forrar la escultura con una fina y elástica tela para luego
    desplazar el violín en diferentes formas, y lograr así lo que él
    denominó en su jerga “anquietanz”





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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Lun 18 Nov 2024, 20:31

    ***
    ***





    El texto completo salió publicado en Minotaure, y quedó para
    mí como testimonio de un tiempo de crisis. Sin embargo, Bretón lo elogió con su acostumbrada solemnidad, sin advertir que
    era una mezcla de disparate y humor negro; lo que prueba, por
    otro lado, la ingenuidad de ese gran poeta que, en una delirante
    mezcla de materialismo dialéctico y Lautréamont, pretendía
    disimular su falta de rigor filosófico.
    En otra oportunidad, Domínguez me habló de un amigo que
    pintaba la cuarta dimensión y, aunque trató de convencerme, le
    dije que era algo imposible de pintar. Pero cómo explicarle, si
    Oscar prácticamente no sabía multiplicar, y yo lo adoraba precisamente por esa clase de ignorancias. Hasta que un día lo
    acompañé al taller de su amigo, un muchachote más bien bajo
    y menudo, que me mostró sus cuadros. Me gustó mucho lo que
    hacía pero les dije que no era la cuarta dimensión, ni cosa que
    se le pareciera, que necesitaban del conocimiento de matemáti-
    cas superiores para comprender el fundamento. Durante muchos años perdí de vista al joven pintor amigo de Domínguez,
    hasta que en 1989, cuando viajé a París con motivo de mi exposición en el Foye del Centre Pompidou, reencontré con profunda alegría a aquel ser generoso y de curioso talento que es
    Matta. Mantiene el encanto que le había conocido, y está
    acompañado ahora por la hermosa Germain. Esa misma tarde
    cenamos juntos, y recordamos con emoción a personas y acontecimientos que nos acompañaron en un tiempo fundamental de
    nuestras vidas. En esa exposición el gran pensador surrealista
    Maurice Nadeau tuvo la generosidad de participar en un homenaje que se me hizo.
    Cuando me contacté con el surrealismo ya se vivía de la nostalgia de lo que habían producido sus más grandes representantes. Acabada la Primera Guerra, la necesidad de destruir los
    mitos de la sociedad burguesa fue el suelo fértil para el demoledor espíritu de los surrealistas. Pero luego de la bomba atómica, los campos de concentración y sus seis millones de
    muertos, esos hombres no supieron cómo reconstruir un mundo
    en ruinas. Nunca el espíritu destructivo en sí mismo es beneficioso, Hitler, espantosamente lo demostró. Y cuando luego de
    la guerra, en 1947, volví a París, al provenir de una ciudad como Buenos Aires que no había sufrido ningún efecto directo de
    la catástrofe, tuve una dolorosa impresión. La encontré triste y,
    cosa curiosa, uno de los detalles que más me deprimió, quizá
    por su valor simbólico, fue encontrarme un sábado lluvioso y
    gris en un café desmantelado. Recordé entonces aquellas montañas de medialunas y brioches que se veían en los mostradores
    de cualquier café de barrio. Pero, sobre todo, la mayor tristeza
    fue ver a Bretón, que no se resignaba a dejar en paz el cadáver
    de su movimiento.
    El texto completo salió publicado en Minotaure, y quedó para
    mí como testimonio de un tiempo de crisis. Sin embargo, Bretón lo elogió con su acostumbrada solemnidad, sin advertir que
    era una mezcla de disparate y humor negro; lo que prueba, por
    otro lado, la ingenuidad de ese gran poeta que, en una delirante
    mezcla de materialismo dialéctico y Lautréamont, pretendía
    disimular su falta de rigor filosófico.
    En otra oportunidad, Domínguez me habló de un amigo que
    pintaba la cuarta dimensión y, aunque trató de convencerme, le
    dije que era algo imposible de pintar. Pero cómo explicarle, si
    Oscar prácticamente no sabía multiplicar, y yo lo adoraba precisamente por esa clase de ignorancias. Hasta que un día lo
    acompañé al taller de su amigo, un muchachote más bien bajo
    y menudo, que me mostró sus cuadros. Me gustó mucho lo que
    hacía pero les dije que no era la cuarta dimensión, ni cosa que
    se le pareciera, que necesitaban del conocimiento de matemáti-
    cas superiores para comprender el fundamento. Durante muchos años perdí de vista al joven pintor amigo de Domínguez,
    hasta que en 1989, cuando viajé a París con motivo de mi exposición en el Foye del Centre Pompidou, reencontré con profunda alegría a aquel ser generoso y de curioso talento que es
    Matta. Mantiene el encanto que le había conocido, y está
    acompañado ahora por la hermosa Germain. Esa misma tarde
    cenamos juntos, y recordamos con emoción a personas y acontecimientos que nos acompañaron en un tiempo fundamental de
    nuestras vidas. En esa exposición el gran pensador surrealista
    Maurice Nadeau tuvo la generosidad de participar en un homenaje que se me hizo.
    Cuando me contacté con el surrealismo ya se vivía de la nostalgia de lo que habían producido sus más grandes representantes. Acabada la Primera Guerra, la necesidad de destruir los
    mitos de la sociedad burguesa fue el suelo fértil para el demoledor espíritu de los surrealistas. Pero luego de la bomba atómica, los campos de concentración y sus seis millones de
    muertos, esos hombres no supieron cómo reconstruir un mundo
    en ruinas. Nunca el espíritu destructivo en sí mismo es beneficioso, Hitler, espantosamente lo demostró. Y cuando luego de
    la guerra, en 1947, volví a París, al provenir de una ciudad como Buenos Aires que no había sufrido ningún efecto directo de
    la catástrofe, tuve una dolorosa impresión. La encontré triste y,
    cosa curiosa, uno de los detalles que más me deprimió, quizá
    por su valor simbólico, fue encontrarme un sábado lluvioso y
    gris en un café desmantelado. Recordé entonces aquellas montañas de medialunas y brioches que se veían en los mostradores
    de cualquier café de barrio. Pero, sobre todo, la mayor tristeza
    fue ver a Bretón, que no se resignaba a dejar en paz el cadáver
    de su movimiento.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 18 Nov 2024, 20:31

    ***
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    El texto completo salió publicado en Minotaure, y quedó para
    mí como testimonio de un tiempo de crisis. Sin embargo, Bretón lo elogió con su acostumbrada solemnidad, sin advertir que
    era una mezcla de disparate y humor negro; lo que prueba, por
    otro lado, la ingenuidad de ese gran poeta que, en una delirante
    mezcla de materialismo dialéctico y Lautréamont, pretendía
    disimular su falta de rigor filosófico.
    En otra oportunidad, Domínguez me habló de un amigo que
    pintaba la cuarta dimensión y, aunque trató de convencerme, le
    dije que era algo imposible de pintar. Pero cómo explicarle, si
    Oscar prácticamente no sabía multiplicar, y yo lo adoraba precisamente por esa clase de ignorancias. Hasta que un día lo
    acompañé al taller de su amigo, un muchachote más bien bajo
    y menudo, que me mostró sus cuadros. Me gustó mucho lo que
    hacía pero les dije que no era la cuarta dimensión, ni cosa que
    se le pareciera, que necesitaban del conocimiento de matemáti-
    cas superiores para comprender el fundamento. Durante muchos años perdí de vista al joven pintor amigo de Domínguez,
    hasta que en 1989, cuando viajé a París con motivo de mi exposición en el Foye del Centre Pompidou, reencontré con profunda alegría a aquel ser generoso y de curioso talento que es
    Matta. Mantiene el encanto que le había conocido, y está
    acompañado ahora por la hermosa Germain. Esa misma tarde
    cenamos juntos, y recordamos con emoción a personas y acontecimientos que nos acompañaron en un tiempo fundamental de
    nuestras vidas. En esa exposición el gran pensador surrealista
    Maurice Nadeau tuvo la generosidad de participar en un homenaje que se me hizo.
    Cuando me contacté con el surrealismo ya se vivía de la nostalgia de lo que habían producido sus más grandes representantes. Acabada la Primera Guerra, la necesidad de destruir los
    mitos de la sociedad burguesa fue el suelo fértil para el demoledor espíritu de los surrealistas. Pero luego de la bomba atómica, los campos de concentración y sus seis millones de
    muertos, esos hombres no supieron cómo reconstruir un mundo
    en ruinas. Nunca el espíritu destructivo en sí mismo es beneficioso, Hitler, espantosamente lo demostró. Y cuando luego de
    la guerra, en 1947, volví a París, al provenir de una ciudad como Buenos Aires que no había sufrido ningún efecto directo de
    la catástrofe, tuve una dolorosa impresión. La encontré triste y,
    cosa curiosa, uno de los detalles que más me deprimió, quizá
    por su valor simbólico, fue encontrarme un sábado lluvioso y
    gris en un café desmantelado. Recordé entonces aquellas montañas de medialunas y brioches que se veían en los mostradores
    de cualquier café de barrio. Pero, sobre todo, la mayor tristeza
    fue ver a Bretón, que no se resignaba a dejar en paz el cadáver
    de su movimiento.
    El texto completo salió publicado en Minotaure, y quedó para
    mí como testimonio de un tiempo de crisis. Sin embargo, Bretón lo elogió con su acostumbrada solemnidad, sin advertir que
    era una mezcla de disparate y humor negro; lo que prueba, por
    otro lado, la ingenuidad de ese gran poeta que, en una delirante
    mezcla de materialismo dialéctico y Lautréamont, pretendía
    disimular su falta de rigor filosófico.
    En otra oportunidad, Domínguez me habló de un amigo que
    pintaba la cuarta dimensión y, aunque trató de convencerme, le
    dije que era algo imposible de pintar. Pero cómo explicarle, si
    Oscar prácticamente no sabía multiplicar, y yo lo adoraba precisamente por esa clase de ignorancias. Hasta que un día lo
    acompañé al taller de su amigo, un muchachote más bien bajo
    y menudo, que me mostró sus cuadros. Me gustó mucho lo que
    hacía pero les dije que no era la cuarta dimensión, ni cosa que
    se le pareciera, que necesitaban del conocimiento de matemáti-
    cas superiores para comprender el fundamento. Durante muchos años perdí de vista al joven pintor amigo de Domínguez,
    hasta que en 1989, cuando viajé a París con motivo de mi exposición en el Foye del Centre Pompidou, reencontré con profunda alegría a aquel ser generoso y de curioso talento que es
    Matta. Mantiene el encanto que le había conocido, y está
    acompañado ahora por la hermosa Germain. Esa misma tarde
    cenamos juntos, y recordamos con emoción a personas y acontecimientos que nos acompañaron en un tiempo fundamental de
    nuestras vidas. En esa exposición el gran pensador surrealista
    Maurice Nadeau tuvo la generosidad de participar en un homenaje que se me hizo.
    Cuando me contacté con el surrealismo ya se vivía de la nostalgia de lo que habían producido sus más grandes representantes. Acabada la Primera Guerra, la necesidad de destruir los
    mitos de la sociedad burguesa fue el suelo fértil para el demoledor espíritu de los surrealistas. Pero luego de la bomba atómica, los campos de concentración y sus seis millones de
    muertos, esos hombres no supieron cómo reconstruir un mundo
    en ruinas. Nunca el espíritu destructivo en sí mismo es beneficioso, Hitler, espantosamente lo demostró. Y cuando luego de
    la guerra, en 1947, volví a París, al provenir de una ciudad como Buenos Aires que no había sufrido ningún efecto directo de
    la catástrofe, tuve una dolorosa impresión. La encontré triste y,
    cosa curiosa, uno de los detalles que más me deprimió, quizá
    por su valor simbólico, fue encontrarme un sábado lluvioso y
    gris en un café desmantelado. Recordé entonces aquellas montañas de medialunas y brioches que se veían en los mostradores
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    Mensaje por Maria Lua Miér 20 Nov 2024, 08:55

    ***
    Sin embargo, el surrealismo tuvo el alto valor de permitirnos
    indagar más allá de los límites de una racionalidad hipócrita, y
    en medio de tanta falsedad, nos ofreció un novedoso estilo de
    vida. Muchos hombres, de ese modo, hemos podido descubrir
    nuestro ser auténtico.
    Por eso mi aspereza, y hasta mi indignación, ante los mistificadores que lo ensuciaron, como Dalí, pero también mi reconocimiento a todos los hombres trágicos que han salvaguardado
    lo que de verdadero hubo en ese importante movimiento. Como
    aquel alocado, violento Domínguez, uno de los pocos personajes surrealistas que quise. Surrealista en su modo de concebir y
    resistir la existencia. Pasó la última etapa de su vida entre las
    drogas, el alcohol y las mujeres. Hasta que se suicidó una noche cortándose las venas, y con su sangre manchó la tela colocada sobre su caballete.
    En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que
    podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado
    por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia
    que mi alma rechazaba.
    La beca me fue trasladada al Massachusetts Institute of Technology, el MIT, en la ciudad de Boston, donde publiqué un
    trabajo sobre rayos cósmicos. Pero yo estaba fatalmente desgarrado entre lo que había significado para mí esa vocación, a la
    que había sacrificado años, y la incierta pero invencible presencia de un nuevo llamado. Momento pendular en que ya no
    encontramos la identidad en lo que fuimos.
    En tinieblas volví a Buenos Aires. La decisión estaba tomada
    en mi espíritu, pero debía arraigarse en la lucha con quienes me
    tentaban con puestos importantes y me agobiaban con su certeza de la trascendente misión que yo debía a la física. Reivindico con emoción el profundo apoyo que Matilde me dio en ese
    momento. Ella jamás consideró que yo debiera hacer otra cosa
    que consagrarme a lo que mi intuición me señalaba, y nunca
    me recriminó las comodidades que nuestra familia habría de
    perder.
    Hice ese tránsito, como un puente que se extendiera entre dos
    colosales montañas, por momentos mareado y sin saber lo que
    estaba haciendo, y en otros, en cambio, con el gozo irrefrenable
    que acompaña al nacimiento de toda gran pasión.
    Como último deber hacia las personas que me habían dado la
    beca, enseñé Teoría Cuántica y Relatividad en la Universidad
    de La Plata, donde tuve como alumnos a Balzeiro, cuyo nombre preside hoy un centro atómico en la ciudad de Bariloche, y
    a Mario Bunge.
    Cuando a principios de la década del cuarenta tomé la decisión
    de abandonar la ciencia, recibí durísimas críticas de los cientí
    ficos más destacados del país. El doctor Houssay me retiró el
    saludo para siempre. El doctor Gaviola, entonces director del
    Observatorio de Córdoba, que tanto me había querido, dijo:
    “Sabato abandona la ciencia por el charlatanismo”. Y Guido
    Beck, emigrado austriaco, discípulo de Einstein, en una carta se
    lamenta diciendo: “En su caso, perdemos en usted un físico
    muy capaz en el cual tuvimos muchas esperanzas”.
    El mundo de los teoremas y un trabajo sobre rayos cósmicos
    que acababa de publicar en la Physical Review, apenas se divisaban en la inmensa polvareda.
    Acompañado por Matilde y Jorge, de cuatro años, me fui a
    vivir a las sierras de Córdoba, en un rancho sin agua corriente
    ni luz eléctrica, en la localidad de Pantanillo. Bajo la majestuosidad de los cielos estrellados, sentí cierta paz. Algo parecido a
    lo que dice Henry David Thoreau: “Fui a los bosques porque
    deseaba vivir en la meditación, afrontar únicamente los hechos
    esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía
    para enseñarme; no sucediera que, estando próximo a morir,
    descubriese que no había vivido”.
    No teníamos ni vidrios en las ventanas, y en ese invierno soportamos catorce grados bajo cero, hasta el punto que el río
    Chorrillos, que cruzaba el terreno, se heló. Nosotros nos calentábamos con el mismo sol de noche con que nos alumbrábamos, y a las siete de la mañana volvíamos a la cama, de puro
    frío que hacía. En la tranquilidad de una tarde serrana, conocí a
    un muchacho médico que pasó a visitar a unos parientes en
    camino hacia Latinoamérica, donde curaría enfermos y hallaría
    su destino. A aquel joven, hoy símbolo de las mejores banderas, lo recuerda la historia con el nombre de Che GuevaraPortentosas torres se derrumbaban frente a mí. Entre los escombros, como un yuyito entre rocas resecas, mi yo más profundo intentaba resurgir entre dudas, inseguridades y remordimientos. De mi tumulto interior nació mi primer libro, Uno y el
    Universo, documento de un largo cuestionamiento sobre aquella angustiosa decisión, y también, de la nostálgica despedida
    del universo purísimo.
    Enfurecidos por lo que llamaban mi empecinamiento, en reiteradas ocasiones, el doctor Gaviola junto a Guido Beck, vinieron a nuestro rancho para tratar de convencer a mi mujer de la
    locura que estaba cometiendo, en el momento en que el país
    más necesitaba de científicos. Y aunque traté de explicarles mi
    crisis espiritual, y de convencerlos de que mi verdadera vocación era el arte, apenas lo comprendieron, ya que para esos
    hombres, la ciencia es la creación suprema del hombre. Guido
    Beck atribuía mi decisión a la ligereza sudamericana, y Gaviola
    dijo que me perdonaría si algún día lograba escribir una obra
    como La montaña mágica. Pobre Gaviola, creo que nunca supo
    que la lectura de El túnel lo impresionó al propio Thomas
    Mann, según anotó en un volumen de sus diarios.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:51

    ***
    Finalmente acepté concluir un trabajo sobre termodinámica,
    que me había preocupado en épocas de mi doctorado. La termodinámica es una rama fundamental de la física de la cual
    depende la evolución del universo; por lo que se comprenderá
    que haya subyugado a tantos espíritus inquietos por el acontecer del Gran Todo. Algunos recordarán el poema “Eureka”,
    escrito a propósito de este asunto por aquel aficionado a la
    ciencia, Edgar Allan Poe. Yo sostuve que había un error en el
    ordenamiento en que estaban enunciados sus tres grandes principios. Sería imposible explicar mis fundamentos, bastantes
    dolores de cabeza me produjeron en la época en que estudiaba
    a fondo la energética. Cuando expuse mis primeras ideas a los
    doctores Loyarte y Teófilo Isnardi, ellos pretendieron disuadirme, ya que la termodinámica era un armonioso edificio imposible de innovar, desde el gran Leonardo, hasta enormes cabezas como Henri Poincaré y Caratheodory. El segundo rechazo lo recibiría en el Laboratorio Curie, porque un salvaje sudamericano no podía cuestionar el fundamento mismo de la ter-
    modinámica.
    Entonces, aquellos doctores amigos me convencieron para que
    asistiera un día a la semana a concluir mi hipótesis en el gran
    observatorio de Bosque Alegre, en lo más alto de las sierras
    cordobesas. En el silencio sideral de las noches, junto con los
    astrónomos, como es frecuente en esos solitarios vigías de la
    oscuridad, escuchaba a Bach, Mozart, Brahms. Y mirando las
    estrellas, sentí por última vez la atracción de aquel universo
    ajeno a los vicios carnales. Entonces tuve la convicción de lo
    que expresé en el prólogo de mi primer ensayo: “Muchos pensarán que es una traición a la amistad, cuando es fidelidad a mi
    condición humana”.
    Cuando volvimos a Buenos Aires luego de esa temporada en
    las sierras de Córdoba, nuestra situación económica era delicada. La vida no fue fácil, debimos vender cuadros de cierto valor, mientras esperábamos encontrar un trabajo que nos permitiera sobrevivir. Conseguí algo de dinero dictando clases y haciendo traducciones por las que me pagaban miserablemente,
    como ocurrió con el libro de Bertrand Russell, The ABC of Relativity. También por entonces ofrecí mis ideas de publicidad a
    grandes empresas que las rechazaron sistemáticamente. Una de
    ellas apareció plagiada en la revista Life.
    En medio de esas tensiones, conocí al biólogo polaco Nowinsky, que por mis antecedentes me ofreció un cargo en la
    UNESCO, confirmado al poco tiempo a través de un telegrama
    de Julián Huxley. Debí viajar solo rumbo a París, nuevamente
    hacia la ciudad en la que había vivido hechos fundamentales,
    desconociendo aún que allí me aguardaba una nueva crisis.
    El edificio donde estaba ubicada la UNESCO había sido sede de
    la Gestapo, y aquella atmósfera enrarecida con trámites burocráticos resquebrajó una vez más el universo kafkiano en el
    cual me movía. Hundido en una profunda depresión, frente a
    las aguas del Sena, me subyugó la tentación del suicidio.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:53

    ***
    Una novela profunda surge frente a situaciones límite de la
    existencia, dolorosas encrucijadas en que intuimos la insoslayable presencia de la muerte. En medio de un temblor existencial, la obra es nuestro intento, jamás del todo logrado, por reconquistar la unidad inefable de la vida. A través de la angustia, en una máquina portátil comencé a escribir de manera afiebrada la historia de un pintor que desesperadamente intenta
    comunicarse.
    Extraviado en un mundo en descomposición, entre restos de
    ideologías en bancarrota, la escritura ha sido para mí el medio
    fundamental, el más absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía; y así pude liberar no sólo mis
    ideas, sino, sobre todo, mis obsesiones más recónditas e inexplicables.
    La verdadera patria del hombre no es el orbe puro que subyugó
    a Platón. Su verdadera patria, a la que siempre retorna luego de
    sus periplos ideales, es esta región intermedia y terrenal del
    alma, este desgarrado territorio en que vivimos, amamos y sufrimos. Y en un tiempo de crisis total, sólo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que, a diferencia de todas las demás actividades del pensamiento, es la
    única que capta la totalidad de su espíritu, especialmente, en las
    grandes ficciones que logran adentrarse en el ámbito sagrado
    de la poesía. La creación es esa parte del sentido que hemos
    conquistado en tensión con la inmensidad del caos. “No hay
    nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado,
    construido, inventado, a no ser para salir de su infierno.” ¡Absoluta verdad, querido, admirado y sufriente Artaud!
    Años atrás un grupo de compañeros de la Universidad me había invitado a escribir para una revista literaria en la que participaban varios escritores platenses. Teseo era gráficamente
    muy linda, pero esa clase de revistas que no superan el tercer o
    cuarto número, lo que ocurrió. Sin embargo, fue fundamental
    para mí. Y al igual que cuando nos creemos perdidos y sin
    rumbo fijo, así también nuestra vida toma movimientos en apariencia indeterminados, pero que en el fondo, una voluntad
    desconocida para nosotros nos conduce hacia los lugares en
    que nos encontraremos con hombres o cosas fundamentales
    para nuestra existencia.
    El artículo que yo había escrito para la revista, le interesó a
    Pedro Henríquez Ureña, a quien yo había dejado de ver. Cuando nos reencontramos, volví a sentir la admiración que siempre
    despertó en mí aquel extraordinario humanista, que anteponía
    la lucha por la justicia a la propia búsqueda de la perfección
    intelectual. Alguien frente a quien yo me sentía confirmado por
    su visión de la vida. Desde entonces, perdura mi gratitud y el
    honor de haber merecido su reconocimiento.
    En aquella conversación Don Pedro me preguntó si yo no querría escribir un artículo para Sur, la gran revista que dirigía
    Victoria Ocampo. Nervioso, con gran emoción, al poco tiempo
    le entregué mi trabajo en un café. Aún lo veo sugiriendo la
    supresión del primer párrafo, preguntándome con suave ironía
    “Begin here?”, como para no herirme, para disimular su observación. No olvido su excesiva delicadeza, esas notas al margen con letra casi ilegible con que nos corregía a todos los que
    tuvimos el lujo de ser sus alumnos.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:54

    ***

    Unos días después me llamó para decirme que Sur lo publicaría
    y que José Bianco deseaba conocerme. Recuerdo la cordialidad
    con que Bianco me recibió; él me invitó a publicar regularmente, y luego me encargó el antiguo Calendario que había dejado
    ______________
    54
    de salir años atrás.
    A Bianco lo valoré siempre por su preocupación democrática
    porque, a diferencia de lo que muchos creen, Bianco no era un
    escritor de torre de marfil, sino un fervoroso defensor de la
    libertad y de los derechos humanos; con él mantuve largas
    conversaciones sobre el nazismo en la época de la guerra. La
    calidad de la revista era producto de su lucha con la imprenta y
    de la revisión de todos los manuscritos, a los que muy a menudo se veía en la necesidad de corregir, porque de lo contrario
    “es imposible publicarlos”, como solía decir, metida su cabeza
    entre papeles, haciendo su trabajo de inquisidor.
    Se ha acusado a Sur de ser elitista y reaccionaria, lo que siempre consideré una opinión falsa y demagógica. Semejantes calificativos pretenden ignorar que allí escribieron comunistas como Sartre, anarquistas como Camus y Herbert Read, católicos
    progresistas como Graham Creen, católicos socialistas como
    Emanuel Mounier; y que en su comité participaba una comunista militante como María Rosa Oliver En Sur se publicaron
    importantísimos trabajos sobre el nazismo, la justicia social, la
    Revolución Rusa, el anarquismo, los derechos humanos. Sin
    duda, se cometieron equivocaciones, pero habría que preguntarse en qué revista del mundo no suceden cosas semejantes.
    Se le debe reconocer a Victoria todo lo que hizo por difundir la
    cultura universal. Mi relación con ella fue como la de esos matrimonios en los que hay amor y violentas peleas, pero en que
    uno no puede prescindir del otro. Y si Bianco fue un motor
    indispensable para la continuidad de Sur, Victoria fue quien
    creó aquella revista, que jamás habría alcanzado su notable
    trascendencia sin la insaciable voracidad que tenía ella por la
    cultura, las artes y las letras de todo el mundo. Y por sus esfuerzos, vinieron al país hombres notables como Ortega y Gasset, Stravinsky, Tagore y tantos otros.
    Las páginas de Sur fueron educadoras de toda mi generación.
    A través de ella se conocieron en todos los países de lengua
    castellana a autores como Virginia Woolf, D. H. Lawrcnce,
    Aldous Huxley, Lawrence de Arabia, Henri Michaux, William
    Faulkner; lo mejor del pensamiento desde Japón a los Estados
    Unidos apareció allí. El descubrimiento de estas destacadas
    personalidades lo realizaban no sólo Victoria y Pepe sino también un Comité de Colaboradores.
    Los encuentros en casa de Victoria significaron para mí una
    segunda formación, una nueva universidad de la que resulté
    finalmente un mal alumno. En ese ámbito eran infaltables
    Bianco y la clásica sopa para Borges. También iban Patricio y
    Estela Canto, Rodolfo Wilcock y a veces, Mastronardi. En medio de las discusiones sobre Stevenson, Henry James, Coleridge, Quevedo, Cervantes, eran frecuentes las conversaciones
    acerca del tiempo, Nietzsche y el eterno retorno, los números
    transfinitos y la expansión del Universo. Al provenir yo del
    mundo oscuro de los surrealistas, en medio de aquel límpido
    ambiente me sentía una especie de bárbaro; hasta que lograba
    infiltrar a los escritores rusos y, bajo la irónica mirada de Borges, las discusiones se extendían hasta la madrugada.
    Entonces surgió mi vínculo con Borges, interminables fueron
    las conversaciones sobre Platón y Heráclito de Efeso, siempre
    con el pretexto de vicisitudes porteñas. Lamentablemente, en
    1956 nos separaron ásperas discrepancias políticas —¡cuánta
    pena que esto sucediera!— pero así como, según Aristóteles,
    las cosas se diferencian en lo que se parecen, en ocasiones los
    seres humanos llegan a separarse por lo mismo que aman.
    Yo no fui antiperonista por defender los privilegios, sino porque no podía soportar el despotismo y la expulsión de maestras
    y profesores por no someterse a las directivas del gobierno. En
    aquel movimiento hubo un justificado anhelo de justicia y de
    dignidad, frente a una sociedad fría y egoísta que explotaba a
    los pobres de la manera más denigrante, esclavizándolos en esa
    especie de campos de concentración que eran los yerbales y los
    quebrachales. Mientras tanto muchos intelectuales, en lugar de
    responder al drama de estos hombres, se habían entregado a sus
    propios y mezquinos interese







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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:55

    ***

    A todos estos desamparados, como los llamó Evita, que luchó
    verdadera y heroicamente por ellos, los supo movilizar Perón.
    Medio siglo después, la desvaída foto de Evita preside, junto a
    la de la Virgen, los hogares más pobres del país, simboliza la
    devoción y la gratitud por aquellos años únicos de prosperidad
    y respeto para los más humildes. Con los errores que todos
    conocemos hubo allí gente tan honrada como Scalabrini y Jauretche, de quienes fui amigo.
    A pesar de haber perdido mis cátedras durante el gobierno peronista, cuando en 1955 fui nombrado director de Mundo Argentino, me opuse a toda medida que fuese represiva hacia la
    oposición. De inmediato noté que a mis superiores les molestaba que yo aceptase que en la revista colaboraran personas de
    distintos sectores; hasta que finalmente fui forzado a renunciar
    cuando denuncié la tortura de obreros peronistas en distintos
    centros del país y en los sótanos del Congreso de la Nación.
    Luego, en un programa de radio, volví a hablar de aquellos
    acontecimientos provocando el escándalo y la ruptura con buena parte de los intelectuales.
    En esa oportunidad, además de las torturas, hice referencia a
    grandes escritores cuya militancia les valió la enemistad, el
    rencor y el silencio. Y hablé del hombre eminente que fue Leopoldo Marechal.
    En esas épocas de resentimiento político, se le negó el reconocimiento a uno de los más grandes escritores argentinos; obligándolo a sobrellevar un durísimo exilio en su propia patria, a
    la que tanto amor lo unía. Sostenido en el puntal que fue su
    compañera, en un momento de extrema amargura, a ese modesto hombre se lo oyó murmurar: “¿Cuándo mis compatriotas
    dejarán de orinarme encima?”.
    La familia de Marechal, que había estado escuchando la transmisión de radio, llamó a casa para agradecer lo que yo había
    dicho. Desde entonces perduró una amistad que siempre valoré,
    de la que da testimonio esta carta tan hermosa:
    Queridos Matilde y Ernesto: Elbia y yo recibimos los cariñosos votos que nos han formulado ustedes y que, literalmente,
    son otras tantas “bendiciones”. En este fin de año estamos
    pidiendo al cielo para nosotros y para ustedes dos, nuestros
    amigos: paz y alegría en la existencia, facilidad y felicidad en
    la creación literaria y otras buenas obras, que Dios nos libre
    de los hijos de puta literales o alegóricos que pretenden afligirnos, y que nos preserve de todo camelo e impostura; si hemos de combatir, que Dios nos ubique en la mejor trinchera y
    en la batalla más justa. Queridos Matilde y Ernesto, digan con
    nosotros “amén”, ¡y a vivir! Reciban los dos el sempiterno
    abrazo fraternal de Elbia y Leopoldo.
    Marechal fue un hombre atormentado por el destino de su patria, como lo refleja en sus obras, y en esas tristes reflexiones
    en que critica a los que la ensucian o arrastran por el suelo, los
    que siempre la posponen a sus sórdidos bolsillos. Cuando alguien de un alma tan noble amonesta a la patria, lo hace porque
    conoce la posibilidad de su grandeza. Así lo hicieron, con un
    corazón desgarrado y sangrante, desde Hölderlin a Nietzsche,
    Dostoievski y Tolstoi. Y el maravilloso Pushkin que, luego de
    desternillarse de risa con las descripciones que su amigo Gogol
    le leía, termina exclamando con la voz quebrada por la amargura: “¡Dios mío, qué triste es Rusia!”.
    Del mismo modo, en un verso memorable, Leopoldo Marechal
    dice: “La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”. To-
    davía me parece oírlo, con su voz suave, apenas un grave
    murmullo.
    El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo
    debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura. Un renombrado escritor llegó a comentar:
    “¡Qué va a hacer una novela un físico!”. ¿Y cómo defenderme
    cuando mis mejores antecedentes estaban en el futuro?
    El túnel fue rechazado por todas las editoriales del país; hasta
    por Victoria Ocampo, que se excusó diciéndome: “Estamos
    medio fundidos, no tenemos un cobre partido por la mitad”.
    Qué auténtica me pareció entonces esa frase de Oscar Wilde:
    “Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres:
    son los ricos”.
    Aún recuerdo la tarde en que se abrió la puerta del Querandí —
    el mismo café que luego frecuentaría en mis encuentros con
    Gombrowicz—, y vi aparecer a Matilde llorando, encorvada,
    trayendo entre las manos los originales de mi novela, que yo no
    me había atrevido a retirar, tanta era mi vergüenza





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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:56

    ***


    Finalmente, el préstamo de un generoso amigo, Alfredo Weiss,
    hizo posible la publicación en Sur, y fue inmediatamente agotada. Al año siguiente, recibí la noticia de su edición francesa,
    gracias a la generosa iniciativa de Camus.
    París, 13 de junio de 1949
    Le agradezco su carta y su novela. Caillois me la hizo leer y
    me ha gustado mucho la sequedad y la intensidad. He aconsejado a Gallimard que la editen, y espero que “El túnel” encuentre en Francia el éxito que merece. Hubiera deseado poder decirle todo esto de viva voz, pero la prohibición de una de
    mis piezas en Buenos Aires me impide dar allí las conferencias
    previstas. Si, no obstante, llegara a ir a Brasil, trataría de
    acercarme a título personal a Buenos Aires y me alegraría
    entonces conocerlo. De aquí a entonces, cuente con toda mi
    simpatía fraternal.
    ALBERT CAMUS
    Cuánto le debo a aquel escritor genial, con quien compartiría
    luego inquietudes metafísicas y éticas. En muchas oportunidades se ha hablado de su nihilismo; en todo caso, fue esa clase
    de nihilista cuya blasfemia es una manera de creer en Dios.
    Vivía un idealismo desesperado, fue un hombre lleno de amor
    y de pasión.
    Cuando años después comenté la historia en un periódico, Victoria me llamó hecha una furia para recriminarme el oprobioso
    recuerdo, ya que el libro había sido recibido entusiastamente
    por uno de los máximos escritores de Francia. Pero, c’est la
    vie”, como ella hubiera dicho. He hablado acerca de lo importante que ha sido su aporte a nuestra cultura; pero el mutuo y
    sincero aprecio que nos teníamos, no me dispensaba del inconveniente de no ser francés.
    Nunca me he considerado un escritor profesional, los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito durante la mañana. Y así,
    cuentos, ensayos y obras para teatro los he visto consumirse en
    el fuego, al que también estaba destinado Sobre héroes y tumbas; tantas han sido siempre mis dudas. Por mi propensión a
    las llamas, hubo veces en las que me arrepentí; obras que hoy
    recuerdo con nostalgia, como El hombre de los pájaros y la
    novela que escribí durante mi período surrealista, La fuente
    muda, título que tomé de un verso de Antonio Machado, y de la
    que sobreviven pocos capítulos y algunas ideas. Quienes conocen mis reticencias y contradicciones, saben lo difícil que es
    soportarme en cualquier empresa. Así lo sufrieron todos los
    que, desde distintas partes del mundo, me han solicitado auto-
    rización para trabajar en mis novelas, para realizar películas o
    adaptaciones de teatro, desde grandes realizadores hasta compañías independientes. Piazzolla quiso hacer una ópera, sobre
    una adaptación de mi novela Sobre héroes y tumbas; proyecto
    que, a causa de mis cavilaciones, sólo llegó a realizar una hermosa introducción.
    Lamentablemente, en estos tiempos en que se ha perdido el
    valor de la palabra, también el arte se ha prostituido, y la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda. Como he dicho en El escritor y sus fantasmas: “Quedan
    los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura
    pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad.
    Son los testigos, los mártires de una época”. Están destinados a
    una misión superior, no pertenecen a ninguna capilla literaria o
    cenáculo y, por eso, no tienen como fin tranquilizar a individuos encerrados en una sacristía, sino el de derribar todas las
    conveniencias, devolviéndonos el sentido de nuestra trágica
    condición humana. En esta vocación, muchos han sido empujados a la locura, a las drogas, o a tantas otras formas del suicidio. Recuerdo cuando el doctor Cárcamo me decía que debía
    empezar urgentemente una terapia psicoanalítica, porque estaba al borde de la locura. Seguramente se preocupaba de verdad,
    porque era un buen hombre, pero yo le respondí que sólo me
    salvaría el arte.
    Nunca sabremos la angustia con que Beethoven compuso su
    última y maravillosa sinfonía, o los momentos de soledad en
    que crearon sus obras los grandes compositores. Por eso, si el
    fracaso es triste, el fracaso en el arte es siempre trágico.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 08:58

    ***
    Nunca sabremos la angustia con que Beethoven compuso su
    última y maravillosa sinfonía, o los momentos de soledad en
    que crearon sus obras los grandes compositores. Por eso, si el
    fracaso es triste, el fracaso en el arte es siempre trágico.
    Emocionadamente he estado en varias ocasiones en la tumba
    de Van Gogh, aquel desdichado que nunca pudo vender un
    cuadro, y de quien ahora se disputan sus obras en millones de
    dólares, para ser exhibidas en un supermercado. Pobre Vincent;
    habitado por Dios y por el Demonio, humilde y bondadoso, que
    iba a predicar el Evangelio a los mineros y que a la vez violentamente atacaba a Gaugain; que recogía a pobres prostitutas de
    la calle, como aquella con un chiquito, para ser su modelo, y
    terminaba llevándola a vivir con él, probablemente porque la
    comprendía, ya que los dos sufrían el mismo desamparo. Como
    señala Artaud, otro poseído a quien siempre admiré, Van Gogh
    murió suicidado por una sociedad que no podía seguir soportando sus terribles revelaciones. Cómo dudar que Artaud estaba
    hablando también de sí mismo; en una carta a su médico, luego
    de terribles electroshocks, declaró sentirse “tratado como un
    alienado y maltratado a raíz de un gesto, de una actitud, de una
    manera de hablar y de pensar que fueron en la vida las de un
    hombre de teatro, del poeta y del escritor que yo era”. Finalmente murió como un perro; el jardinero lo encontró una mañana, sentado en su cama con un zapato en la mano. Jamás
    sabremos hacia dónde se dirigía aquel día de su última soledad.
    Por eso, la raza de artistas a la que siempre he admirado es
    aquella a la que pertenecen estos hombres.
    Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupación espiritual; y en la búsqueda desesperada del sentido, han
    creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imaginé como única expresión para la verdad.
    ¿Hacia epifanías de qué enigmáticos Dioses me conducía el
    destino? ¿Por qué, a los treinta años, cuando la ciencia me aseguraba un futuro tranquilo y respetable, abandoné todo a cambio de un páramo oscuro y solitario? No lo sé. Una y otra vez,
    como un náufrago en medio de oscuras tempestades, partí con
    rumbo insospechado sin divisar siquiera la existencia de una
    isla remota. Al mirar hacia atrás, reitero nuevamente aquel ruego de Baudelaire:
    ¡Oh, Señor! ¡Dadme la fuerza y el coraje de contemplar sin
    asco mi cuerpo y mi corazón!
    Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y
    no nos es dado corregir sus páginas.
    Y cuando leo la carta que me envió una chica de diecinueve
    años en la que dice que me admira, y que a pesar de vivir a
    pocas cuadras, nunca se atrevió a acercárseme, siento vergüenza. ¡Qué hermosa carta. Tan noble, y a la vez tan triste! Dice
    que la ayudo a vivir, que está pintando, y que le gustaría mostrarme algún día lo que hace; cuando pasa por mi casa y ve el
    jardín abandonado, siempre sueña con encontrarme. Y yo me
    siento avergonzado, porque me pone tan arriba cuando quizá
    valgo mucho menos que ella, tan pura, tan genuina. En cambio
    yo, un ser plagado de gravísimos defectos, con personajes tan
    siniestros como Fernando Vidal Olmos. Pero también temblé
    escribiendo esos fragmentos donde aparecen seres infinitamente bondadosos como Hortensia Paz, el camionero Busich o el
    loco Barragán, el profeta de barrio. Aquellos seres modestos,
    esos analfabetos llenos de bondad, y los jóvenes con su candorosa esperanza, son los que me salvarán. En cambio, todo lo
    otro, las precarias hipótesis, las ideas y teorías de los ensayos,







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    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:01

    ***

    Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y
    no nos es dado corregir sus páginas.
    Y cuando leo la carta que me envió una chica de diecinueve
    años en la que dice que me admira, y que a pesar de vivir a
    pocas cuadras, nunca se atrevió a acercárseme, siento vergüenza. ¡Qué hermosa carta. Tan noble, y a la vez tan triste! Dice
    que la ayudo a vivir, que está pintando, y que le gustaría mostrarme algún día lo que hace; cuando pasa por mi casa y ve el
    jardín abandonado, siempre sueña con encontrarme. Y yo me
    siento avergonzado, porque me pone tan arriba cuando quizá
    valgo mucho menos que ella, tan pura, tan genuina. En cambio
    yo, un ser plagado de gravísimos defectos, con personajes tan
    siniestros como Fernando Vidal Olmos. Pero también temblé
    escribiendo esos fragmentos donde aparecen seres infinitamente bondadosos como Hortensia Paz, el camionero Busich o el
    loco Barragán, el profeta de barrio. Aquellos seres modestos,
    esos analfabetos llenos de bondad, y los jóvenes con su candorosa esperanza, son los que me salvarán. En cambio, todo lo
    otro, las precarias hipótesis, las ideas y teorías de los ensayos,
    no sirven para justificar la existencia.
    Y entonces, cuando el final se aproxima, al repasar tramos de
    una larga travesía, puedo afirmar que pertenezco a esa clase de
    hombres que se han formado en sus tropiezos con la vida. De
    manera que, cuando algún exégeta habla de mi “filosofía”, no
    puedo sino turbarme, porque tengo la misma relación con un
    filósofo que la existente entre un guerrillero y un general de
    carrera. O quizá, mejor, entre un geógrafo y un aventurero explorador cuya intuición le sugiere la búsqueda de un tesoro en
    lo más profundo de la selva malaya, del que tiene ambiguas
    noticias, ni siquiera la seguridad de su existencia. En el arduo
    trayecto contemplé lugares maravillosos, pero también tuve
    que enfrentarme con seres siniestros y obstáculos casi insuperables, y caí una y otra vez. Desesperado por no dar con el tesoro, descreyendo de mi capacidad para encontrarlo entre tanta
    penuria, perdí reiteradamente la fe.
    Digo la verdad cuando afirmo que desconozco otras regiones,
    que mi ignorancia de otras realidades es innumerable, pero en
    cambio puedo reivindicar la búsqueda apasionada en el camino
    que seguí.





    II


    Quizá sea el fin



    Hora de duelo, taciturna mirada del sol,
    es el alma un extraño en la tierra.
    GEORG TRAKL



    Veo las noticias y corroboro que es inadmisible abandonarse
    tranquilamente a la idea de que el mundo superará sin más la
    crisis que atraviesa.
    El desarrollo facilitado por la técnica y el dominio económico,
    han tenido consecuencias Funestas para la humanidad. Y como
    en otras épocas de la historia, el poder, que en un principio
    parecía el mejor aliado del hombre, se prepara nuevamente
    para dar la última palada de tierra sobre la tumba de su colosal
    imperio.
    “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer
    el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo.
    Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se
    mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas,
    los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión.” En el ocaso del siglo XX, cómo
    dudar de la veracidad de estas palabras de Camus. Sin embargo, hay quienes pretenden seguir hablando acerca del progreso
    de la Historia, en un acto suicida que pretende mirar de soslayo
    el patético legado racionalista.
    La historia no progresa. Fue el gran Gianbattista Vico el que lo
    dijo: “Corsi e recorsi”. La historia está regida por un movimiento de marchas y contramarchas, idea que retomó Schopenhauer y luego, Nietzsche. El progreso es únicamente válido
    para el pensamiento puro. Las matemáticas de Einstein son
    evidentemente superiores a las de Arquímedes. El resto, prácticamente lo más importante, ocurre de la corteza cerebral para
    abajo. Y su centro es el corazón. Esa misteriosa víscera, casi
    mecánica bomba de sangre, tan nada al lado de la innumerable
    ______________
    68
    y laberíntica complejidad del cerebro, pero que por algo nos
    duele cuando estamos frente a grandes crisis. Por motivos que
    no alcanzamos a comprender, el corazón parece ser el que más
    acusa los misterios, las tristezas, las pasiones, las envidias, los
    resentimientos, el amor y la soledad, hasta la misma existencia
    de Dios o del Demonio. El hombre no progresa, porque su alma es la misma. Como dice el Eclesiastés, “no hay nada nuevo
    bajo el sol”, y se refiere precisamente al corazón del hombre,
    en todas las épocas habitado por los mismos atributos, empujado a nobles heroísmos, pero también seducido por el mal. La
    técnica y la razón fueron los medios que los positivistas postularon como teas que iluminarían nuestro camino hacia el Progreso. ¡Vaya luz que nos trajeron! El fin de siglo nos sorprende
    a oscuras, y la evanescente claridad que aún nos queda, parece
    indicar que estamos rodeados de sombras. Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio con la incertidumbre de quien avizora un abismo.
    En 1951 publiqué Hombres y engranajes. Desgraciadamente,
    se ha cumplido aquella intuición por la que recibí tal cantidad
    de críticas por parte de los famosos progresistas que, durante
    diez años, me quitaron los deseos de volver a publicar.
    Más de cuarenta años han pasado desde la aparición de aquel
    balance espiritual de mi existencia, escrito en medio de las
    grandes convulsiones del mundo. Ahora, gran parte de lo que
    allí expuse es una escalofriante realidad. Muchos de los que
    entonces me atacaron y me ridiculizaron, acusándome de oscurantista, recién están comprendiendo el mundo atroz que hemos
    engendrado.
    Allí expuse mi desconfianza y mi preocupación por el mundo
    tecnólatra y cientificista, por esa concepción del ser humano y
    de la existencia que empezó a sobrevalorarse cuando el semidiós renacentista se lanzó con euforia hacia la conquista del
    universo, cuando la angustia metafísica y religiosa fue reem-
    plazada por la eficacia, la precisión y el saber técnico. Aquel
    irrefrenable proceso acabó en una terrible paradoja: la deshumanización de la humanidad. En ese libro, hace más de medio
    siglo, escrib
















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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:02

    ***


    Esta paradoja, cuyas últimas y más trágicas consecuencias
    padecemos en la actualidad, fue el resultado de dos fuerzas
    dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas, el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la
    paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción:
    desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre
    sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas
    abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva
    son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e
    individual sino el hombre-masa, ese extraño ser con aspecto
    todavía humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en
    verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este
    es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que
    reivindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó
    contra Dios, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa.
    No fueron aquellos pensamientos improvisados, sino avalados
    por grandes pensadores existenciales, por espíritus profundos y
    visionarios como Pascal, Buber, Berdiaev, Nietzsche, Unamuno, Jaspers, Schopenhauer, Emerson, Thoreau. Muy importantes en mi formación fueron Dostoievski, con su trascendental subsuelo, y Kierkegaard, que había colocado sus bombas en
    los cimientos de la catedral hegeliana. La prensa de su país y
    ______________
    70
    los luteranos lo caricaturizaron bárbaramente, justo a él, que
    era una especie de Cristo redivivo. En cuanto a lo que podría
    llamar fundamentos sociológicos e históricos, fueron de gran
    valor los estudios de Munford, Denis de Rougemont, Pirenne,
    Von Martin, y tantos otros que, como profetas en el desierto,
    anunciaron la tragedia que se avecinaba. Cuando los motores
    de la Revolución Industrial se pusieron en movimiento, el
    hombre se vio trágicamente desplazado. Pero también aumentó
    la resistencia de espíritus lúcidos e intuitivos que encarnaron
    valiente y tumultuosamente la rebelión romántica. Grandes
    poetas y pensadores de aquel movimiento advirtieron las consecuencias que ocasionaría la desacralización del cosmos y del
    ser humano. Muchos fueron calumniados, empujados al alcohol o hacia un triste exilio. Como le ocurrió al genial Shelley
    que en unos versos había vaticinado: “Un pueblo muere de
    hambre en campos no labrados”.
    Aquellas advertencias no sólo no fueron escuchadas, sino que
    además fueron burladas por la prepotencia racionalista. Guerras
    mundiales, terribles dictaduras de izquierda y de derecha, suicidios en masa, resurgimiento de neonazismos, aumento de la
    criminalidad infantil, profunda depresión. Todo corrobora que
    en el interior de los Tiempos Modernos, fervorosamente alabados, se estaba gestando un monstruo de tres cabezas: el racionalismo, el materialismo y el individualismo. Y esa criatura
    que con orgullo hemos ayudado a engendrar, ha comenzado a
    devorarse a sí misma.
    Hoy no sólo padecemos la crisis del sistema capitalista, sino de
    toda una concepción del mundo y de la vida basada en la deificación de la técnica y la explotación del hombre.
    La materialización del Universo, legítima para los poliedros y
    las reacciones químicas, ha sido dramática para la futura supervivencia del hombre. Enloquecidos por ser aceptados por el
    hiperdesarrollo, hemos cometido el gravísimo error de perder
    nuestro ser original imitando a los imperios de la máquina y del
    delirio tecnológico.








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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:03

    ***
    Una vez que el logos se tecnificó, el proceso de industrialización y mecanización ha sido paralelo al perfeccionamiento de
    los medios de tortura y exterminio.
    El terrorismo internacional, el horror de Bosnia, el recrudecimiento de los conflictos de Medio Oriente, y esas heridas sobre
    la carne del mundo que son las calles de Calcuta, confirman
    que Hannah Arendt tenía razón al afirmar, ya en los años cincuenta, que la crueldad de este siglo sería insuperable.
    Hace escasos años, dos potencias se disputaban el mundo. Fracasado el comunismo, se difundió la falacia de que la única
    alternativa es el neoliberalismo. En realidad, es una afirmación
    criminal, porque es como si en un mundo en que sólo hubiese
    lobos y corderos nos dijeran: “Libertad para todos, y que los
    lobos se coman a los corderos”.
    Se habla de los logros de este sistema cuyo único milagro ha
    sido el de concentrar en una quinta parte de la población mundial más del ochenta por ciento de la riqueza, mientras el resto,
    la mayor parte del planeta, muere de hambre en la más sórdida
    de las miserias. Habría que plantearse qué se entiende por neoliberalismo, porque en rigor, nada tiene que ver con la libertad.
    Al contrario, gracias al inmenso poder financiero, con los recursos de la propaganda y las tenazas económicas, los Estados
    poderosos se disputan el dominio del planeta.
    El absolutismo económico se ha erigido en poder. Déspota invisible, controla con sus órdenes la dictadura del hambre, la
    que ya no respeta ideologías ni banderas, y acaba por igual con
    hombres y mujeres, con los proyectos de los jóvenes y el descanso de nuestros ancianos.
    Un ejemplo de la deshumanización a que este sistema nos está
    llevando es Brasil: mientras cuarenta millones de hambrientos
    pueblan el nordeste, en San Pablo hay casi un millón de chiquitos sin hogar, que roban por las calles para poder comer alguna
    cosa, forzados a prostituirse en su niñez, rematados por cien o
    doscientos dólares, asesinados por comandos especializados,
    secuestrados y muertos para vender sus órganos a los laboratorios del mundo.
    Me contó un sacerdote dominico, profesor de teología en la
    Universidad de San Pablo, que un estudio elaborado por la policía federal reveló que en los últimos tres años, cuatro mil
    seiscientos niños fueron asesinados en el país.
    Miles de niños latinoamericanos son exportados desde su país
    de origen a Europa, los Estados Unidos y Japón; y hay suficientes indicios que prueban la existencia de criaturas sacrificadas, sobre todo en Brasil, Honduras, Guatemala y México.
    Trágicamente, la hermana Martha Pelloni me ha mostrado que
    hechos atroces similares están ocurriendo en la Argentina.

    Para todo hombre es una vergüenza, un crimen, que existan
    doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo. Obligados a trabajar desde los cinco, seis años en oficios
    insalubres, en jornadas agotadoras por unas monedas, cuando
    tienen suerte, porque muchos chiquitos trabajan en regímenes
    de esclavitud o semiesclavitud, sin protección legal ni médica.
    Estos millones de niños, analfabetos, más flacos, más bajos que
    nuestros niños que van a las escuelas, sufren enfermedades
    infecciosas, heridas, amputaciones y vejaciones de todo tipo.
    Se los encuentra en las grandes ciudades del mundo tanto como
    en los países más pobres. En América Latina, quince millones
    de niños son explotados






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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:04

    ***

    Cuando uno se acerca a esta realidad, de inmediato recuerda la
    historia de los niños que trabajaban en las minas de carbón en
    épocas de la Revolución Industrial. Situaciones que parecían
    definitivamente atrás, están hoy al alcance de nuestros ojos.
    Representan la involución de las conquistas sociales que se
    lograron con sangre a través de siglos. Hoy en el mundo ya no
    hay respeto por las horas de trabajo, por la jubilación, por los
    derechos a la educación y a la salud. Enfermedades que creíamos vencidas han vuelto: tuberculosis, sífilis, cólera.
    El estado de desprotección y violencia en el que se encuentran
    expuestos los chiquitos nos demuestra palmariamente que vivimos un tiempo de inmoralidad. Estos hechos aberrantes nos
    absorben como un vórtice, haciendo realidad las palabras de
    Nietzsche: “Los valores ya no valen”.

    Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y
    desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría
    nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como
    de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no
    cuenta es lo humano.
    Son excluidos los pobres que quedan fuera de la sociedad porque sobran. Ya no se dice que son “los de abajo” sino “los de
    afuera”.
    Son excluidos de las necesidades mínimas de la comida, la
    salud, la educación y la justicia; de las ciudades como de sus
    tierras. Y estos hombres que diariamente son echados afuera,
    como de la borda de un barco en el océano, son la inmensa
    mayoría.
    Tantos valores liquidados por el dinero y ahora el mundo, que a
    todo se entregó para crecer económicamente, no puede albergar
    a la humanidad.
    Para conseguir cualquier trabajo, por mal pago que sea, los
    hombres ofrecen la totalidad de sus vidas. Trabajan en lugares
    insalubres, en sótanos, en barcos factoría, hacinados y siempre
    bajo la amenaza de perder el empleo, de quedar excluidos.
    Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en
    el plan de globalización. La angustia es lo único que ha alcanzado niveles nunca vistos.” Es un mundo que vive en la perversidad, donde unos pocos contabilizan sus logros sobre la amputación de la vida de la inmensa mayoría. Se ha hecho creer a
    algún pobre diablo que pertenece al Primer Mundo por acceder
    a los innumerables productos de un supermercado. Y mientras
    aquel pobre infeliz duerme tranquilo, encerrado en su fortaleza
    de aparatos y cachivaches, miles de familias deben sobrevivir
    con un dólar diario. Son millones los excluidos del gran banquete de los economicistas.
    Cuando por la calle veo tantos negocios cerrados, o vecinos del
    barrio me detienen para decirme que no podrán seguir manteniendo su tallercito, que no les rinden las ganancias para cubrir
    los impuestos, pienso en la corrupción y la impunidad, en el
    grosero despilfarro y en la opulencia amoral de unos cuantos
    individuos, y tengo la sensación de que estamos en el hundimiento de un mundo donde, a la vez que cunde la desesperación, aumenta el egoísmo y el “sálvese quien pueda”. Mientras
    los más desafortunados sucumben en la profundidad de las
    aguas, en algún rincón ajeno a la catástrofe, en medio de una
    fiesta de disfraces siguen bailando los hombres del poder, ensordecidos en sus bufonadas.
















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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:05

    ***

    La educación pública creada por los grandes intelectuales que
    nos gobernaron en el siglo pasado, que tuvieron la iniciativa de
    construir una educación primaria libre, gratuita y obligatoria es
    el fundamento de esta nación hoy en derrumbe.
    En esas escuelitas de mi infancia, humildes maestras nos enseñaban a ser “buscadores de la verdad”, como la negra Ozán,
    india, hija de un domador, que nos mantenía al trote, pero que a
    la vez, supo educarnos con cariñosa disciplina. Por aquel tiempo, tendría yo unos once años, era el dibujante de la clase, y en
    días como el 20 de junio pintaba con tizas de colores al general
    Belgrano haciendo jurar por su ejército dos franjas de género
    celeste y una blanca, que por aquel acto serían capaces de convocar batallas y arrastrar a sus hombres a la muerte o a la victoria, porque ese paño, a menudo sucio y maltrecho, era el símbolo de la Patria.
    En un crisol casi único en el mundo, los hijos de pobres inmigrantes, mientras sus padres les narraban historias de tierras
    lejanas, en aquellas escuelas escuchaban con devoción la vida
    de sus próceres, Belgrano y San Martín. O como en el día de la
    Independencia, cuando izábamos en el patio la bandera a los
    sones del Himno Nacional y aguardábamos el chocolate caliente, ateridos por el frío pampeano.
    Así aprendimos a amar a la Patria, con un noble sentimiento
    que congrega, porque quien ama verdaderamente a su patria,
    comprende y respeta a las demás; a la inversa del patrioterismo, que es bajo y mezquino, presuntuoso, plagado de la vanidad que nos aleja y nos hace odiar. Lo que ocurre con tantas
    potencias que se consideran superiores por el solo hecho de
    dominar a las demás naciones.
    Desde la siniestra noche en que los estudiantes fueron expulsados de la Universidad a bastonazos, para encerrarlos en las cár-
    celes, cuando miles de universitarios e intelectuales debieron
    irse del país, y luego, cuando fuimos conocidos por las atrocidades cometidas durante la dictadura, lo único que nos rescató
    del menosprecio universal fue el alto nivel de nuestros profesores, ingenieros, biólogos, médicos, físicos, matemáticos, astrónomos, escritores y artistas que eran convocados desde todas
    partes del mundo, poniéndonos por encima de países altamente
    desarrollados. Un arquitecto de apellido Pelli ha deslumbrado a
    los norteamericanos por la originalidad de sus construcciones.
    Y un hijo o nieto de inmigrantes, como Milstein, llegó a ser
    Premio Nobel por su revolucionario avance en el campo de la
    genética, pero debió ir a la Universidad de Cambridge porque
    aquí ni siquiera tenía los aparatos necesarios para confirmar sus
    ideas.
    Toda educación depende de la filosofía de la cultura que la
    presida; y debido a estos obsecuentes imitadores de los “países
    avanzados” —¿avanzados en qué?— corremos el peligro de
    propagar aún más la robotización. Debemos oponernos al vaciamiento de nuestra cultura, devastada por esos economicistas
    que sólo entienden del Producto Bruto Interno —jamás una
    expresión tan bien lograda—, que están reduciendo la educación al conocimiento de la técnica y de la informática, útiles
    para los negocios, pero carente de los saberes fundamentales
    que revela el arte.
    Esta educación es sólo accesible a quienes queden incluidos
    dentro de los muros de nuestra sociedad, ya que el mundo de la
    técnica y la informática, que supuestamente nos iba a acercar
    unos a otros, significó, para la inmensa mayoría, un abismo
    insalvable.
    En esta primavera de 1998, esperando las primeras luces del
    amanecer, que siempre o casi siempre, renuevan una esperanza,
    medito en este país destruido y ensuciado por los gobernantes y
    la mayor parte de los políticos. Tan lejos, tanto, de la Argentina
    de mi adolescencia, con extraordinarias universidades que
    grandes hombres ha dado al mundo, pero que hoy es apenas la
    ruina de un hermosísimo castillo.








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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:06

    ***
    Por todo esto, en distintas oportunidades he visitado a los
    maestros que desde hace más de un año ayunan en la Carpa
    Blanca, frente al Congreso. Símbolo conmovedor de esa reserva que salvará al país, si logramos recuperar los valores éticos
    y espirituales de nuestros orígenes. La educación es lo menos
    material que existe, pero lo más decisivo en el porvenir de un
    pueblo, ya que es su fortaleza espiritual; y por eso es avasallada
    por quienes pretenden vender al país como oficinas de los
    grandes consorcios extranjeros. Sí, queridos maestros, continúen resistiendo, porque no podemos permitir que la educación
    se convierta en un privilegio.


    Los excluidos no tienen justicia que los defienda. He ido a la
    villa treinta y uno, de Retiro, para solidarizarme con los sacerdotes que ayunan en repudio por la crueldad con que se pretendió echar a la gente, derribando sus precarias construcciones
    con salvajes topadoras.
    Al regresar a casa, durante la noche he podido ver por televisión cómo se agredía a unos obreros que se negaban a desalojar
    una fábrica, golpeados con violencia, tratados como delincuentes por una sociedad que no considera un delito negarles a los
    hombres su derecho al trabajo; expropiándoles, incluso, hasta
    las pocas leyes laborales que los protegían.
    También he visto a la policía corriendo con palos y tanques
    hidráulicos a vendedores ambulantes, en lugar de encarcelar a
    los que se están robando hasta las últimas monedas y tienen
    dinero y poder para comprar a esa justicia que cae con despiadada dureza sobre un pobre ladrón de gallinas. Como el muchacho que me escribió desde una cárcel cordobesa pidiéndome un ejemplar del Nunca Más autografiado. Mientras ese
    hombre estaba preso por un delito menor, en un gesto aberrante
    se puso en libertad a los culpables de haber desangrado a la
    Patria.
    Con gran amargura, la tarde en que escuché la noticia de los
    indultos, me encerré en mi estudio sin deseos de ver a nadie,
    mientras volvían a mi mente las imágenes del horror, aquellos
    escenarios del suplicio.
    En los años que precedieron al golpe de Estado de 1976, hubo
    actos de terrorismo que ninguna comunidad civilizada podría
    tolerar. Invocando esos hechos, criminales de la más baja especie, representantes de fuerzas demoníacas, desataron un terrorismo infinitamente peor, porque se ejerció con el poderío e
    impunidad que permite el Estado absoluto, iniciándose una
    caza de brujas que no sólo pagaron los terroristas, sino miles y
    miles de inocentes.
    Cuando el país amaneció de esa pesadilla, el presidente Alfonsín, en su condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas,
    ordenó a los tribunales militares enjuiciar a los culpables de ese
    histórico horror. Luego, como estatuye la Constitución, el fuero
    civil daría la última palabra. Finalmente se nombró una comisión de civiles que, a través de una investigación paralela, aportó pruebas a la labor de los tribunales.
    El horror que día a día íbamos descubriendo, dejó a todos los
    que integramos la CONADEP, la oscura sensación de que ninguno volvería a ser el mismo, como suele ocurrir cuando se
    desciende a los infiernos. Siempre recordaré la entereza ética y
    espiritual de las personalidades de la ciencia, la filosofía, varias
    religiones y el periodismo, que integraron la comisión.
    El informe era transcripto por dactilógrafas que debían ser reemplazadas cuando, entre llantos, nos decían que les era imposible continuar su labor. En más de cincuenta mil páginas quedaron registradas las desapariciones, torturas y secuestros de
    miles de seres humanos, a menudo jóvenes idealistas, cuyo
    suplicio permanecerá para siempre en el lugar más desgarrado
    de nuestro corazón.
    El terrorismo de Estado provocó también la destrucción de las
    familias de los desaparecidos. Padres y madres, en su atormentada fantasía, enterraron y resucitaron a sus hijos, sin saber,
    siquiera, la monstruosa realidad. Será difícil calcular cuántos
    padres murieron o se dejaron morir de angustia y de tristeza,
    cuántos otros enloquecieron. Como ocurrió con Miguel Itzigson, mi gran amigo, que en sus años finales tuvo como único
    objetivo recuperar a su hija, lograr alguna vez la verdad y la
    justicia. Pero el enfrentamiento con aquel horror, hecho de la
    crueldad de unos y la indiferencia de otros, acabó quebrando su
    admirable temple. Se dejó morir de tristeza



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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:08

    ***

    El día en que la CONADEP entregó el informe al presidente de la
    Nación, la Plaza de Mayo desbordaba de hombres, mujeres,
    jóvenes y madres con sus criaturas en brazos, que de ese modo
    daban su apoyo a aquel acontecimiento fundamental de nuestra
    historia. Ya que Nunca Más deberíamos reiterar los hechos que
    nos hicieron trágicamente famosos, cuando la prensa del mundo entero escribía en castellano la palabra “desaparecido”.
    Lamentablemente, las leyes de Obediencia debida y de Punto
    final, y luego los indultos, han abortado aquella voluntad soberana que hubiese sido un ejemplo de lucha ética, que hubiera
    tenido consecuencias ejemplares para el futuro de nuestra patria. Porque la tragedia que vivió la Argentina no será olvidada
    jamás por los que poseen un corazón noble; no sólo por quienes han presenciado aquel infierno, sino también por la condena de todos los seres de conciencia del mundo. Como lo demuestra la investigación que en otros países llevan adelante
    seres como el juez Baltazar Garzón, con quien estuve durante
    mi último viaje a España. La sangre, el horror y la violencia
    cuestionan a la humanidad entera, y nos demuestran que no
    podemos desentendernos del sufrimiento de ningún ser humano.

    Con qué indignación he visto, en un día de huelga nacional,
    con despótica soberbia, a la policía arrojando al suelo la comida que unos obreros preparaban en sus ollas populares. Y entonces me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad,
    y al hambre de los pueblos se la considera subversiva.
    También de sus tierras han sido excluidos los hombres. Hace
    unos años estuve con los indios wichis en la plaza del Congreso. Desde hacía una semana, realizaban una huelga de hambre
    en reclamo por las tierras que, como a tantas comunidades indígenas, les fueron usurpadas desde el tiempo de la conquista,
    víctimas de un genocidio que se realizó a fuerza de guerras,
    epidemias desconocidas y el infaltable cautiverio. Desde entonces, el sometimiento y el maltrato que reciben en todo el
    continente los obliga a sobrevivir en miserables reservas, incapacitados para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda y educación.
    Hoy, uno de los graves problemas que muchas de estas comunidades deben afrontar, bajo un riesgo vertiginoso y destructivo, es la necesidad de emigrar hacia las grandes ciudades, donde viven alienados, impulsados por el hambre pero también por
    descabelladas ilusiones, como sucedió en Lima, que en los últimos veinte años tríptico su población por la llegada de indígenas. Ciudades en las que viven degradados en suburbios
    donde cunden el cólera, la meningitis, la tuberculosis y todas
    las calamidades que acarrean la pobreza y el desarraigo. Viven,
    si puede usarse ese verbo en el sentido grande y misterioso, o
    tristemente sobreviven, ajenos y perdidos.
    Aquí mismo, a Buenos Aires, capital de un país que en un
    tiempo fue casi desierto, con pocas comunidades autóctonas,
    están llegando millares de indios bolivianos y paraguayos que
    atraviesan la frontera y que son esclavizados en trabajos clandestinos, por falta de documentos. Duermen en el suelo, hacinados y sucios. Han perdido su dignidad y sus rituales arcaicos.
    En las comunidades indígenas, los hechos esenciales de la existencia estaban vinculados al ritmo del cosmos y la naturaleza.
    Y aún hoy, muchos de ellos conservan sus ritos, como los mapuches, que se preparan para recibir el Año Nuevo con cere-








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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Ernesto Sábato (1911-2011) - Página 4 Empty Re: Ernesto Sábato (1911-2011)

    Mensaje por Maria Lua Vie 22 Nov 2024, 09:10

    ***
    En las comunidades indígenas, los hechos esenciales de la existencia estaban vinculados al ritmo del cosmos y la naturaleza.
    Y aún hoy, muchos de ellos conservan sus ritos, como los mapuches, que se preparan para recibir el Año Nuevo con ceremonias acompañadas de danzas y oraciones, en las que ruegan
    a los dioses para quedes den salud y buenos augurios, para que
    el año que comienza sea óptimo en lluvias y cosechas. En cambio, los ritos y las tradiciones de nuestras sociedades se han
    desvirtuado, o se han convertido en simulacros en los que ya
    nadie cree, consecuencia del barbarismo tecnológico. Escindido el pensamiento mágico y el pensamiento lógico, el hombre
    quedó exiliado de su unidad primigenia; se quebró para siempre la armonía entre el hombre consigo mismo y con el cosmos.



    Hace tiempo vi una extraordinaria película de Emir Kusturica
    sobre la desaparición de Yugoslavia. Me impresionó el desgarro con que muestra la crueldad de ese exterminio. Y cuando
    miré a esos seres en su inmundo subsuelo, sosteniendo con su
    dolor la vida de individuos mezquinos y despiadados, sentí que
    era la gran metáfora de este tiempo en que algo de la humanidad del hombre se está eclipsando.
    Una sensación similar me volvió a sobrecoger una tarde, mientras viajaba en tren. Entró una mujer esmirriada, de tez morena,
    que, con un acordeón destartalado, hacía sonar una música lúgubre. Sobre su pecho llevaba colgado un cartel donde explicaba que había tenido que escapar de Rumania. Escuché su melodía, y me detuve a observar a esa mujer sin patria y sin hogar,
    sin importar si provenía de Rumania, de Bosnia o de la ex Yugoslavia. Era únicamente un ser errante, como los miles de
    refugiados en el mundo, o los Sin Tierra de Brasil, o los que
    desesperadamente intentan huir de la desvalida Albania. Una
    entre los millones cuya intemperie nos hace responsables. Son
    aquellos que desconocen ideologías o estadísticas sociológicas,
    pero que saben bien que ellos no cuentan en la historia. Cuando
    ya se alejaba hacia el siguiente vagón, me encontré con la mirada triste de una chiquita que cargaba sobre sus espaldas. Me
    hizo pensar en lo que está sucediendo: un mundo que parece
    marchar hacia su desintegración, mientras la vida nos observa
    con los ojos abiertos, hambrientos de tanta humanidad.
    Me estremeció una noticia que leí esta mañana en el diario; la
    recorté y la guardé en uno de los cajones de mi archivo, entre
    esos tantos retazos que en estos años me han ayudado a vivir.
    Una mujer, en un crudo invierno, apenas con una remera y un
    pantalón, se escapó del Hospital Psiquiátrico con el deseo de ir
    a buscar a su compañero. Aprovechando la distracción del maquinista, robó una locomotora y, haciéndola funcionar sin dificultad, comenzó su odisea. Él había trabajado en el ferrocarril y
    le había enseñado a conducir trenes y “muchas cosas más”.
    “Si ustedes supieran lo que es el amor, me dejarían seguir”, le
    decía al oficial que la detuvo y, mientras la llevaba a la comisaría, con llantos desesperados, gritaba: “¿Vos nunca hiciste nada
    por amor?”.
    ¡Cuánto más humanos son estos gestos que los de tantos individuos que corren por la ciudad enceguecidos con sus proyectos!
    He querido rescatar esta historia de entre mis papeles, ya que
    de alguna manera, cuando el razonamiento nos conduce al borde de la psicosis colectiva, estos actos son lo más parecido a
    una salvación.


    Los que me quieren me ruegan que no me levante tan temprano, temen por mi salud; los médicos me revisan, me hacen
    estudios. En realidad, me estoy humanizando; es una de las
    consecuencias del sufrimiento. ¿Sería esto una justificación del
    dolor?
    Hoy intenté descansar al menos hasta las cinco, pero sobrevino
    una especie de visión de la que poco a poco comencé a tomar
    semiconciencia, algo dislocado, pero que sin embargo se iba
    imponiendo sobre mí, y así pasé un rato largo debatiéndome
    entre la realidad y el delirio. Hasta que comencé a dar vueltas
    en la cama, me destapé y esperé que el frío tranquilizara mis
    nervios.
    Algo turbio, relacionado con la realidad que estamos viviendo,
    desde el inconsciente, como un murmullo, me recordaba lo que
    estoy pintando en estos últimos años: esos seres terribles que
    salen del fondo de mi alma, torres que se desploman, pájaros
    en cielos incendiados. No sé lo que significan, quizás advertencias, acaso secuelas de lo que sufrí escribiendo ciertos pasajes
    de mis ficciones, como el Informe sobre ciegos.
    No pude dormir de nuevo, enciendo una linterna y atravieso la
    oscuridad del estudio. En mi mesa veo los sobres que contienen
    algunos fragmentos que incluiré en este libro que hago sin
    premeditación, que me sale del alma, no de mi cabeza, dictado
    por las preocupaciones y la tristeza de estos años finales.
    Reviso los papeles, algunos, muchos, se encuentran marcados,
    tachados con innumerables correcciones. Por la angustia que
    me produce, intento olvidar esta tarea, pero vuelve reiterada,
    obsesivamente, como golpes de puño en el interior de mi cabeza.
    Finalmente me cambio y en el jardín, aguardo el amanecer que
    se demora bajo un cielo cargado de nubes tormentosas. Paso un
    tiempo sentado, hasta que Gladys me llama para desayunar, lo
    hago mientras leo los grandes titulares del diario: la crisis social, el desempleo, la corrupción, la impunidad, el estado general del mundo. Más que suficiente para aumentar la tristeza y el
    desconcierto. Un subtítulo dice: “En una semana quinientas
    personas, en su mayoría mujeres y niños, mueren incinerados
    en Indonesia”. Recuerdo la expresión con que Dante describe
    el infierno: “La sangre mezclada en el llanto, recogida por asquerosos gusanos”.
    Entonces voy a mi estudio y espero la llegada de Diego que,
    como todas las mañanas, afectuosamente volverá a reanimarme. Conversaremos largamente y luego podremos dar una
    vuelta por las calles del barrio, o por la estación, hasta que yo
    pueda recuperar la energía para seguir escribiendo.





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