Petrarca, el amanecer de la literatura renacentista
Francesco Petrarca fue pionero de la literatura renacentista y del pensamiento humanista. También se le considera uno de los padres de la lengua italiana, algo curioso para un poeta que compuso casi exclusivamente en latín.
Acaballo entre los siglos XIII y XIV, la Toscana vio nacer a las llamadas “tres coronas” de la literatura italiana: Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio. Mientras que Dante marca el final de la literatura medieval y Boccaccio es ya un exponente del pensamiento renacentista, Petrarca es el que mejor representa un puente entre el mundo que se acababa y el que estaba naciendo.
Mientras que Dante marca el final de la literatura medieval y Boccaccio es ya un exponente del pensamiento renacentista, Petrarca es el que mejor representa un puente entre el mundo que se acababa y el que estaba naciendo.
Una juventud errante
La vida de Francesco Petrarca fue desde pequeño un continuo errar de un lugar a otro y, de hecho, empezó ya en una suerte de exilio. Vino al mundo el 20 de julio del año 1304 en Arezzo, pues su padre -un notario llamado ser Petracco- había sido exiliado de Florencia por los mismos motivos que Dante: su pertenencia a los güelfos blancos, una facción política que defendía la independencia de la ciudad del poder papal. Pasó su infancia en un ir y venir por la Toscana en busca de una ciudad segura en la que su familia pudiera asentarse. En una de esas ocasiones, cuando se encontraba en Pisa en 1311, conoció por primera y seguramente única vez a Dante Alighieri, viejo amigo de su padre.
En 1309, los enfrentamientos entre la Iglesia y los nobles romanos provocaron que el Papado dejara Roma y se instalara en Aviñón hasta 1377. Gracias a la mediación de un cardenal amigo, ser Petracco obtuvo trabajo en la nueva corte papal y Francesco tuvo la oportunidad de formarse en letras y derecho, primero en Francia y luego en Bolonia, cuya universidad era una de las más prestigiosas de toda Europa en el siglo XIV. Como su padre, él también terminó trabajando para la Iglesia e incluso tomó los sacramentos, no por convicción sino por las ventajas que comportaba.
En Bolonia floreció la pasión de Petrarca por los grandes literatos de la Antigüedad y decidió aparcar su carrera de derecho para dedicarse completamente a las letras.
En Bolonia floreció su pasión por los grandes literatos de la Antigüedad, especialmente por Cicerón y por Virgilio, que serían sus dos mayores referentes, así como por el historiador Tito Livio. Decidió entonces aparcar su carrera de derecho para dedicarse completamente a las letras, empezando por compilar las obras de los grandes autores romanos; entre esos trabajos destaca la reconstrucción de la obra magna de Tito Livio, Ab Urbe condita, un monumental tratado sobre la historia de Roma desde su fundación legendaria hasta el final de la República.
Haber entrado en la Iglesia le permitió gozar de la protección de nobles y cardenales y viajar finalmente a la soñada Roma en 1337. A pesar de la decadente situación de la Urbe, Petrarca quedó extasiado de poder caminar por los lugares que habían visto los grandes de la Antigüedad y tocar con sus propias manos los monumentos que habían construido. Sus contactos, especialmente en la corte de Nápoles, también fueron cruciales para obtener finalmente lo que había deseado durante muchos años: el título de poeta laureado, reservado a aquellos a quienes se encargaban obras literarias por encargo del Estado, que se le concedió en su amada Roma en abril de 1341.
Dante, Petrarca y Boccaccio dieron inicio a la tradición del "laureado" como símbolo de la consagración profesional (si bien a Dante se le concedió de forma póstuma). Hoy en día, en Italia, la corona de laurel es un elemento distintivo de las ceremonias de graduación universitarias.
De compilador a creador
A su regreso de la primera estancia en Roma, Petrarca compró una casa en la tranquila localidad de Fontaine-de-Vaucluse, en la Provenza. Inspirado por la visita a la Ciudad Eterna, aparcó su trabajo de compilación de los clásicos de la Antigüedad y empezó a trabajar en sus grandes obras propias.
Las primeras fueron inspiradas por sus admirados clásicos: Africa, un poema épico sobre la Segunda Guerra Púnica siguiendo el modelo de la Eneida de Virgilio; y De Viris illustribus (“De hombres ilustres”), un conjunto de biografías de grandes personajes -principalmente romanos- inspirado en las Vidas paralelas de Plutarco. Trabajó en ellas durante el resto de su vida, pero ambas quedaron incompletas. Al contrario que Dante, que escribió en lengua vulgar, Petrarca se decantó por el latín en la mayoría de sus obras. La elección era deliberada, ya que el latín representaba para él los antiguos valores romanos, mientras que la lengua vulgar era el reflejo de su propia época, que juzgaba corrupta y decadente.
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