Traigo mi soledad, de plenitud, bañada,
con los labios resecos, y los ojos ardientes,
febriles del invierno, castañeando los dientes…
¡Qué inmensa soledad! de primavera amada.
Afluiste como el agua, descongelada nada,
regando mis baldíos, con regatos afluentes,
y calmaste mi sed, mis ojos, sus vertientes,
en sueño del amor, de un alma apasionada.
¡Qué inmensa plenitud! De ansiada primavera,
florido el corazón, y los labios sangrantes,
ya vencido el dolor, por tenerte a mi vera.
Así somos tú y yo, verdaderos amantes,
incansables, de amor, siendo lago y rivera
exultantes de vida; de la luz, sus diamantes.
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