Yo fuí quien puso el útero y la sangre
Luchamos codo a codo
y al fin me la llevaste.
Tú, hijo inmortal de perra,
Tú, creador del lodo y el desastre,
Tú, creador de la mentira inmensa;
consentidor del odio y la masacre.
Tú no, no fuiste Tú,
fui yo quien puso el útero y la sangre
y el dolor de cuidarla noche y día
contra el cuchillo del aire.
Yo desclavé la miel de las colmenas
arranqué el aguijón de los zarzales
y perfumé su carne con esencia de rosas
para ahuyentar la rabia de los perros
hacia otro aquelarre.
Pero Tú, dueño y señor del mundo,
tú el mas fiero de todos
te quedaste
aullándole a la luna
y socavando gándaras
para que la tragasen.
Macho terrible, enorme
estés donde estés,
te dará mi odio alcance.
Alfarero del lodo y el desastre
No es que me jacte, Dios, de perseguirte,
mi cuerpo es una válvula de brea
buscando desahogarse.
Jactancia lo sería si afirmara
que yo he creado el aire,
la luz, la oscuridad,
el agua y la materia
de la tierra y la carne.
Yo sé que soy mortal
pero no miserable,
aunque el cuerpo que habito
se me acabe.
Y me acabaré para mi suerte
y para tu desgracia
-no conzco otra forma de vengarme-
porque si el hombre muere
¿qué animal dirá al mundo que tú existes?
¿qué oidos -dime- podrán escucharles?
¿de qué moneda cobrarían tu causa y tu justicia
los cuervos y pavianes?
No es que me jacte, Dios, de perseguirte
con mi lastre de pús
y darte alcance.
Yo sé que he de seguir con mi dolor a cuestas
porque lo que no existe,
por mucho que queramos provocarle
para que se nos muestre,
por mucho que el dolor lacere la carne,
jamás será alcanzable.
Y tú, pobre alfarero del lodo y del desastre,
no eres sino esa estrella: espársil
que la constelación de nuestra mente quiso crear
para tener un signo al que aferrarse.
Lo mismo que un gorrión
No con hijos nacidos
del río de la vida:
río de soledades
he de dejar de nuevo constancia
de mi sangre.
Si el amor es parir
moldes de barro y llanto
para la gran masacre
¡no volveré a ser madre!
No puedo, yo no quiero
ver sufrir a los niños del mundo.
Me duele, me lastima la miseria
en sus carnes.
No volveré a ser madre
aún cuando se me escapen los ojos,
la ternura, detrás de los chavales.
No volveré a ser madre
porque los niños lloran cuando nacen
¿lo presientes? ¿lo saben que
esas caras risueñas de apariencia
que los contemplan
inclinadas sobre su cuna frágil
son simplemente espectros
del nuevo sueño
que están ahora durmiendo,
soledad, como ellos, hecha carne,
soledad disfrazada con gestos
aprendidos en otras soledades?
No puedo. Yo no quiero.
Ya he sido una vez madre
y me siento culpable.
¡Duele tanto en el hijo una lágrima!
No, no quiero ser cómplice
del abismo y la reja,
no quiero ser el diente
que hace proseguir el engranaje
del dolor y la muerte.
No quiero ser la fragua
que pudiera forjar el eslabón
que alarga sin descanso
la cadena de ritos y de guerras,
el vertical espejo que es el hombre:
triste cristal donde la luz se estrella
lo mismo que un gorrión
contra un escaparate.
No, yo no quiero ser
en esta tierra nuevamente madre.
¡Ya son muchas las páginas
anegadas en sangre!
No más dolor, ¡más no!
revestido del gozo de un instante.
Yo quiero que mi niño, mi otro niño
siga tal como está
correteando descalzo las estrellas
hasta que yo lo alcance.
El Bulo
¡Te mintieron, mi vida!
La libertad no existe
el mundo es una jaula.
Una jaula o un bote a la deriva
pero nunca una balsa.
El mundo es una jaula
en la que estamos todos encerrados:
el hombre y la alimaña,
y eso sí
cada cual en su nido
defiende su camada.
Y en eso nuevamente te mintieron:
el nido de la víbora
jamás será el del águila.
Y no Florece el Desierto
Llueve, llueve.
Llueven, llueven.
Como una aguja imantada
cae el agua,
caen las penas
en medio de mi recuerdo.
Llueve, llueve.
La lluvia sigue arrojando
su tristeza en mi ventana.
Llueven, llueven.
Llueve, llueve.
La lluvia ¿para qué sirve
si no florece el desierto?
El Cauce
Mujer y tierra son una misma cosa.
Mujer y tierra son una misma pena.
Mujer y tierra son una misma fuerza
y una misma impotencia.
Útero abierto al cielo y a la siembra del amor...
Surco para arrojar la simiente o esperma
como se arroja a veces de la piel
el picor que molesta.
Mujer y tierra, eterna maldición
de parir y querer, y querer
siempre al precio que sea.
Sucumbirán los verdes
bajo los pies del hombre, toda la luz
de la hierba.
Y se completará la profecía del dolor
conforme al ciego instinto, al maternal
instinto de querer flores y espinas
por el llano motivo de nacerlas.
Mujer y tierra. Tierra, tierra, cauce.
Vertedero o cauce, pero cauce...
¡Cauce para que fluya la tragedia!
Amanece Febrero
a Heidi Schorn
La vida es una escuela, una escuela instalada y desmantelada casi constantemente y sin tenernos en cuenta. Un escuela que se alza o desmorona en insólitos parajes donde jamás pensamos que allí pudiera crecer o disiparse algo, y mucho menos soñarlo; un paraje como las celdillas rombóideas de una colmena donde has de penetrar cada día con tu carga, tu polen, tu miel, y cuando hay charcos que te impiden llegar a la floresta, regresarás a ella con las alas borrachas de lluvia, empapada de gotas y sin saber qué diablo o portento te ayudó en el regreso, qué fuerza propulsó tus patitas de alambre, tu corazón menguado.
Ni en seco ni en mojado sabrás jamás cuando tu entrada a la celdilla será sobrado, innecesario, cuando habrás de buscarte otra donde seguir almacenando miel; ni siquiera cuando el granjero decidirá levantar la colmena, llevarsela a otro prado donde desorientada, de la mano del aire, a veces engañoso, a veces juguetón, racheado o alegre, te acercará el aroma de la flor necesaria.
La vida es una escuela, lo voy asimilando no conformándome sino más bien deformándome, derruyendo ante la decisión que por ella eligió el Destino.Una terrible escuela muchas veces, en un lugar remoto, donde no llegamos, por más que se intentó, ni la familia, las compañeras de colegio, las amigas, su más rebelde educador y amigo, el pastor de su alma...
Todo lo dejó atrás, hace hoy justo tres años, sonriendo, indecisa, mirando indefinible no sé a dónde cada vez que mis ojos la abrazaban; serenamente escueta y fingida o claramente cariñosa ¿cómo poder saberlo? Eso sí, dijo que no regresaría jamás a la celdilla que día a día fui llenando para ella de miel, expresión que tomé como una prepotencia más que deliberada lógica, de rebeldía lógica ante sus recién estrenados dieciocho años. Su mayoría de edad...
Ella tenía razón, yo siempre he sido torpe para ver los mañanas, los futuros y en las estrellas ninguna otra señal que la de la belleza de esos agujeritos brillantes, a veces azulados, festejando la noche. Ella tenía razón, ninguna de las dos volverá a traspasar tan siquiera el umbral de la vieja colmena que fuimos a anidar exactamente un primero de Mayo.
Con su marcha, cuando al pasar los días un rumor en el aire puso de sopetón sobre vacío lo indefinible de aquella mirada y con la claridad de la respuesta todo se emborronó, también yo me dejé al azar, me abandoné al Destino que por entonces se llamaba rocío o manantial ¡y así perdí las alas entre no se qué gota o qué avalancha!
El Destino, el granjero ¡qué sé yo! que sé yo si tal vez me ausentó hasta aquí su recuerdo inasible, borroso; más turbio cada vez, a cada vez más triste.
No volvió, como la mujer de sal, su cabeza al partir, mientras yo me tomaba de adarce caminando de espaldas hacia la salida tratando de grabarme su imagen, contra el tiempo, en la retina. Creí ver reflejado en su perfil la melancolía, pero... era difícil ¿y con qué derecho? arrancarla de cuajo de sus ensueños, que yo entonces pensaba que eran otros.
De haberlo sabido tal vez hubiera llamado a los bomberos, a la ambulancia, a... ¡Pero la dejé volar!
Desde que se fue, hace ahora justo tres años, a aprender lo que es la escuela de la vida, desde que se fue ha venido dos veces la ambulancia , he sido rescatada por dos veces.
Y hoy que Febrero amanece con sol diurno y la noche tiene su toque de luz en el plenilunio, yo, aquí, desde "mi escuela" me alegro de estar viva por si un día también ella sobrevive a las ambulancias, los bomberos, la vida, y se posa ante mi como un gorrión o una menuda abeja. ¡Tengo de miel repleta la colmena y las dos sin probarla!
ALGO SOBRE FRANCISCA GEIJO
Lo poco que sé sobre Francisca Geijo, lo sé por quien fue su último compañero, el poeta Florentino Huerga. A través de Florentino y por haber sido publicados en la revista de poesía "Hasta siempre" que dirigía el poeta Joseba Ayensa, conocí estos poemas y el texto en prosa que habéis leido. Por Florentino supe que Francisca Geijo había tenido sólo una hija con la que vivía y que esta hija, al alcanzar los 18 años de su mayoría de edad, se marchó de su casa atraida por una secta. Del dolor de esta circunstancia brota la obra de Francisca Geijo, que no puedo leer sin un estremecimiento. Francisca Geijo acabó por tener éxito en su tercer intento de suicidio. Por internet he conocido que Francisca Geijo publicó tres libros de poesía: "Viento y Adarce", autoeditado en Barcelona en 1989; "Plenilunio : poemas de amor", editado por Amarantos, en Barcelona, 1989; y "Herida de tu ausencia está la luz", prologado por Florentino Huerga y editado por La Mano en el Cajón, en Barcelona, 1993. No me ha sido posible obtener ninguno de los tres, que supongo estarán agotados hace años. Los poemas copiados creo que corresponden a su último libro, "Herida de tu ausencia está la luz".
Pedro Casas Serra
Hoy a las 7:04 am por Pascual Lopez Sanchez
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