MUERTE EN EL AVIOM
Me despierto para la muerte.
Me afeito, me visto, me calzo.
Es mi último día: un día
cruzado por ningún presentimiento.
Todo funciona como siempre.
Salgo para la calle. Voy a morir.
No moriré ahora. Un día
entero se desata por mi frente,
iCómo es de largo un día! Cuántos pasos
en la calle: la cruzo. Y cuántas cosas
que hay en el tiempo, acumuladas. Sin reparar
sigo mi camino. Muchos rostros
se aprietan en el cuaderno de notas.
Visito el banco. ¿Para qué
ese dinero azul, si algunas horas
después vendrá la policía a retirarlo
de lo que fue mi pecho y está abierto?
Mas no me veo cortado, ensangrentado.
Estoy lirppio, claro, nítido, estival.
Y, no obstante, camino hacia la muerte.
Paso por los despachos. Por espejos,
por las manos que aprietan, por los ojos miopes, por bocas
que sonríen o simplemente hablan, yo desfilo.
No me desembarazo, de nada sé, no temo:
la muerte disimula
su hálito y su táctica.
Almuerzo. ¿Para qué? Almuerzo un pez en oro y crema.
Es mi último pez en mi último
tenedor. La boca distingue, escoge, juzga,
absorbe. Pasa música en dulce, es un escalofrío
de violín o viento, no'sé. No es la muerte.
Es el sol. Los tranvías repletos. El trabajo.
Estoy en la gran ciudad y soy un hombre
en su engranaje. Tengo prisa. Voy a morir.
Pido paso a los lentos. No miro a los cafés
con su ruido de tazas y de anécdotas,
como no miro al muro del viejo hospital en sombra.
Ni a los carteles. Tengo prisa. Compro un periódico. Es prisa,
aunque va a morir.
El día en su mitad ya rota no me avisa
que comienzo también a acabar. Estoy cansado.
Quería dormir, pero los preparativos... El teléfono.
La factura. La carta. Hago mil cosas
que crearán mil otras, aquí, allí, en los Estados Unidos.
Me comprometo en firme, combino encuentros,
a los que nunca iré, digo palabras vanas,
miento diciendo: hasta mañana. Pues no habrá.
Declino con la tarde, me duele la cabeza, me defiendo,
la mano alarga un comprimido: el agua
ahoga la menos que dolor, la mosca,
el zumbido... De eso no moriré: la muerte engaña,
igual que un jugador de fútbol la muerte engaña,
lo mismo que los cajeros escoge
meticulosa, entre dolencias y desastres.
Aún no es la muerte, es la sombra
sobre edificios fatigados, pausa
entre dos carreras. Desfallece el comercio al por mayor,
se van a descansar los ingenieros, los funcionarios, los canteros.
Pero, continúan los motoristas, los garçons,
mil otras profesiones nocturnas. La ciudad
muda de mano, de golpe.
Vuelvo a casa. De nuevo me limpio.
Que mi pelo se presente ordenado
y las uñas no recuerden la antigua criatura rebelde.
La ropa sin polvo. La maleta sintética.
Cierro mi cuarto. Cierro mi vida.
El ascensor me cierra. Estoy sereno.
Por la última vez miro a la ciudad.
Aún'puedo desistir, aplazar la muerte, no tomar ese auto. No-*
seguir, parar.
Puedo volver, decir: amigos,
se me olvidó un papel, no hay viaje,
ir al casino, leer un libro.
Pero tomo el auto. Indico el lugar
donde algo espera. El campo. Reflectores.
Paso entre mármoles, vidrio, acero cromado.
Subo una escalera. Me agacho. Penetro
en el interior de la muerte.
La muerte dispone butacas para la comodidad
de la espera. Aquí se encuentran
los que van a morir y no saben.
Periódicos, café, chiclets, algodón para los oídos*
pequeños servicios rodean de delicadeza
nuestros cuerpos amarrados.
Vamos a morir, ya no es apenas
mi fin particular y limitado,
somos veinte para ser destruidos.
moriremos veinte,
veinte nos haremos pedazos, es ahora.
O casi. Primero la muerte particular,
restricta, silenciosa, del individuo.
Muero secretamente y sin dolor,
para vivir apenas como pedazo de veinte,
y me incorporo todos los pedazos
de los que igualmente van pereciendo callados.
Somos uno en veinte, ramillete
de soplos robustos prontos a ser deshechos.
Y resbalamos sobre el aire.
frígidamente resbalamos sobre los negocios
y los amores de la región.
Calles de juguete se deshacen.
luces se extinguen; apenas
colchón de nubes, oteros se disuelven,
apenas
un tubo de frío roza mis oídos,
un tubo que se obtura: y dentro
de la caja iluminada y tépida vivimos:
cómoda soledad y calma y nada.
Vivo
mi momento final y es como
si viviese hace muchos años
antes y después de hoy, una continua vida irrefrenable,
donde no hubiese pausas, síncopes, sueños,
tan suave es en la noche esta máquina y tan fácilmente corta
bloques cada vez mayores de aire.
Soy veinte en la máquina
que suavemente respira,
entre candelas estelares y remotos soplos de tierra,
me siento natural a millares de metros de altura,
ni ave, ni mito,
guardo conciencia de mis poderes,
y sin mixtificación yo vuelo,
soy un cuerpo volante y conservo bolsillos, relojes, uñas,
ligado a tierra por la memoria y por la costumbre de los músculos,
carne en breve estallando.
Oh, blancura, serenidad bajo la violencia
de la muerte sin aviso previo,
cautelosa, no obstante irreprimible aproximación de un peligro
atmosférico,
golpe vibrado en el aire, lámina de viento
en el pescuezo, rayo
choque, estruendo, fulguración,
rodamos pulverizados
caigo verticalmente y me transformo en noticia.
(De A rosa do povo, 1943-1945.)
» POESÍA SOCIAL XIX
» Jaroslav Seifert (1901-1986)
» Józef Baran (1947-
» Tadeusz Różewicz (1921-2014)
» 2000-07-26 CANCIÓN DE CUNA DEL DUENDE DE LA FUENTE
» 2000-07-20 LA PALOMA BLANCA
» CÉSAR VALLEJO (1892-1938)
» Ho Chi Minh (1890-1969). (Vietnam) y otros poetas vietnamitas
» POESÍA ÁRABE